Capítulo 95. Divino olvido, cólera humana

Más rápido que la luz, el santo de Aries golpeó la armadura de Odín, haciéndola vibrar por completo. Baldr ni siquiera había empezado a sentir el latigazo de dolor cuando un nuevo puñetazo impactó en su estómago, al mismo tiempo que le amartillaban el hombro con más violencia que la que un manto zodiacal podía aguantar, poniéndolo de rodillas. Después, tan solo tuvo oportunidad de ver la sangre manando entre las grietas del guantelete de Aries durante el corto instante que necesitó su oponente para ejecutar el cuarto y decisivo ataque, contra su pecho.

Baldr parpadeó, dolorido, encontrándose al abrir los ojos con las nubes que atravesaba como un proyectil directo al espacio.

Lo había hecho enfadar de verdad, pero no se arrepentía de intentar doblegar su mente, en especial por la información que había extraído de ella. Había algo, una fuerza incomprensible hasta para él, operando entre los pensamientos del santo de Aries, tratando devolverlo a su auténtico yo. Tenía que alargar el combate todo lo posible. Sonrió con sorna, lejos de la vista de cualquier mortal; no era como si pudiese hacer otra cosa. Con un pensamiento, liberó la fuerza de su interior y la proyectó no contra algo en particular, sino sobre el mismo tejido espacio-temporal en el que las cosas existen, desgarrándolo para introducirse en la capa ínter-dimensional que separaba los Nueve Mundos de la esencia primordial, llamado por unos Vacío y por otros Ginnugagap.

En ese espacio era intocable y podía llegar a cualquier otro lugar en el mundo tan rápido como era posible según las leyes de los dioses, ni siquiera el reino de Hades estaba exento ahora que se hallaba conectado al mundo de los vivos gracias a la manifestación de los ríos infernales. Nada debía serle inaccesible, y sin embargo, un recinto lo era, una dimensión aislada del universo material, creada para que nadie entrara en ella salvo quienes luchaban en su interior. Baldr solo podía pensar en tres personas de las que debiera cuidarse en la actual Guerra Santa: Damon de la Memoria, Arthur de Libra y Bolverk de Cocito, así que enseguida asumió que los dos últimos eran los responsables de ese pequeño obstáculo en su dominio sobre las dimensiones.

«No me extraña que los dioses del Zodiaco quieran renacer en esta época —reflexionó el auto-proclamado dios guerrero—. Los pecados de la era mitológica se repiten uno tras otro. Así lo decían las profecías, según la familia real de Midgard.»

Después de tres mil años de libertad, lo único a lo que aspiraba ese mundo estancado era el regreso de unos amos que les dijeran lo que tenían que hacer. Todavía se le revolvía el estómago de pensarlo. Si tanta fe tenían los reyes de Midgard, ¿por qué no formaron un ejército, a través de los Nueve Mundos, para conquistar el Hades y acelerar la resurrección de sus dioses? Según las leyendas, así obró Adremmelech de Capricornio, el último en caer. ¿Fracasó? Cierto, pero fracasó luchando.

Sacudió la cabeza en aquel espacio sin tiempo. Él no era la clase de hombre que volvía la vista atrás. Avanzaría hacia adelante, siempre, hasta las llamas del Ragnarok, no, más allá incluso. Preparó los puños y el cosmos y apareció a la espalda del santo de Aries como si solo un par de pasos los hubiese separado hasta ahora, pero la celeridad imposible de su ataque no fue suficiente. Belial giró, tomó su puño y apretó con hercúlea fuerza, desatando al momento un contraataque que Baldr bloqueó con la mano libre. Así quedaron de pronto, en un equilibrio tan repentino como frágil.

—¿Qué es lo que planeas? —preguntó Baldr, sarcástico—. Tu ama resucitó hace… ¿Cuánto, veinte años? ¡Y como una mortal más, por lo que sé!

—El envoltorio es insignificante —dijo Belial, endureciendo la faz—, solo el espíritu tiene valor. Fuimos grandes en el pasado y lo volveremos a ser en el futuro.

—¿Por qué molestarse? Ella podría estar muerta ahora, yo, en cambio, estoy vivo.

—¡Propones una alianza! Pobre loco, no puedes compararte a ella.

—Si está muerta, yo diría que sí.

—¡Aun si lo estuviera, seguiría siendo superior a ti, bestia! Ni siquiera la suma de todos los seres que luchan en esta patética guerra, tiene más valor para nosotros que nuestra Señora. ¡Deja de humillarte, bestia, y mejor pide clemencia de rodillas!

—Si tuvieras fe —empezó a decir Baldr, sonriente—, me dirías que alguien así no puede morir. Oh, espera, ya se murió una vez.

Tal y como había imaginado, el santo de Aries apretó los dientes con furia y empujó con ambas manos. Baldr sabía inútil toda resistencia, así que sin previo aviso soltó un cabezazo brutal. El yelmo de Aries se hizo añicos, la sangre manó de una herida abierta en la frente de Belial y Baldr salió volando hasta chocar con un edificio. Por ese breve momento, había convertido la armadura de Odín en un arma y había funcionado.

—No soy ningún fanático —susurró Belial, mirando cómo los restos de la estructura caían entre una gran polvareda. El cuerpo que poseía podía herirse, el manto dorado que lo envolvía podía ser roto, pero su alma y cosmos estaba muy por encima de todo eso, así se lo hizo saber a Baldr el santo de Aries, tornando su aura en los Husos Desgarradores, que como un sinfín de hilos localizaron al norteño entre los escombros y lo arrastraron hasta él sin ningún cuidado—, mas soy leal. Si mi Señora está aquí, pondré el mundo de los vivos a sus pies. Si está abajo, haré lo mismo con el inframundo, tengo un ejército listo para ello.

—Creía que el loco era yo —dijo Baldr, riendo. Más allá del polvo que le llenaba la cara, no tenía daños. Los hilos no podían atravesar la piel de su cuerpo protegido por la armadura de Odín—. ¿Pretendes invadir el Hades con su propio ejército?

Rio con más ganas mientras una energía rojiza cubría los Husos Desgarradores del santo de Aries. Este, adivinando la estratagema de su rival, aumentó la presión de los hilos dorados sobre el cuerpo del norteño, pero solo logró que se rompieran como las cuerdas de un malogrado instrumento musical. Tan pronto se vio libre, Baldr volvió a reunir el cosmos que había desplegado en su brazo y descargó un ataque de lado a lado que a punto estuvo de cercenar el cuello del santo de Aries.

Mundo, detente —susurró Belial a destiempo, pues hacía rato, todo en aquella ruinosa ciudad, incluido el norteño, se había detenido por completo—. Especie de loco sanguinario, el mundo que construiremos no necesita a nadie como tú.

Cargó de cosmos el puño derecho, evocando la técnica a la que Ofión de Aries llamaba Justicia de Atenea. Tal nombre sería el indicado para poner fin a aquella bestia.

—Yo lo tendré todo o no tendré nada —dijo aquel que no debería poder hablar. Belial prosiguió su ataque pese a la sorpresa, pero la Justicia de Atenea chocó contra las Garras del Tigre Vikingo, cargadas de poder, y ambas fuerzas se anularon entre sí creando un vacío, un portal hacia el laberinto ínter-dimensional en el que con tanta habilidad sabía moverse—. Desaparece… ¿Qué…?

—No seas ridículo, monstruo, esto es una insignificancia. —Las manos doradas del santo de Aries tomaron los bordes del portal como si fuera algo sólido y de la misma forma lo cerraron. Que una de estas estuviese herida no pareció afectarle en lo más mínimo—. No eres el único hábil en estos asuntos del espacio-tiempo.

—En esta época es un poco más exclusivo —comentó Baldr.

—¿A qué juegas, monstruo? Alargas esta batalla, lo estoy notando. No das todo de ti. No, no hace falta que respondas eso —cortó Belial cuando el norteño abría los labios, a buen seguro para hacer alguna burla—. Me preocupa más por qué alguien como tú está aquí, en la matriz de los mundos que creamos.

—Leíste mi mente.

—Hay límites para la locura.

—Tu ama renació como una mortal y tú posees un cuerpo que se desintegraría tras un solo paso si usaras todo tu poder. Tengo cierta ventaja.

—¿Basta una ventaja para tratar de matar a tus propios dioses?

—Pensaba que ya había dejado claro que no os considero mis dioses.

—Eso no hace que dejemos de serlo.

—Si pensarlo te hace feliz —dijo Baldr, encogiéndose de hombros. El tiempo volvía a fluir con normalidad, aunque eso tenía poca importancia para él ahora—. Seré franco, no vine a este mundo con una idea en mente, sino para prepararme.

—¡Para traicionarnos! —exclamó Belial.

—Oh, vamos, moristeis hace tres mil años, solo el rey de Midgard creía que regresaríais porque su padre, su abuelo y toda su línea sucesoria lo creía. Hades cae, los muertos renacen y la madre de todas las batallas comienza. ¿En esa parte estamos ahora, verdad?

—¿Qué mejor ejército que el de los muertos?

—En eso estoy de acuerdo —asintió Baldr—. Y los Astra Planeta, por eso apartan la mirada de esta guerra que no tiene nada de santa, porque quieren un ejército que dirigir y tanto el Santuario como el Reino Submarino se niegan a servirles.

—No regresaremos para eso —aseguró Belial.

—¿Serviréis al Hijo, entonces?

—¡Tampoco!

—Estupendo, entonces podemos ser aliados.

—¿Aliado de quien ha pensado, así sea por un segundo, en matar a mi Señora?

—Según la profecía, los dioses del Zodiaco renacerían como meros mortales, se me ocurrió que si eso era así, podía ahorrar al Reino de Asgard problemas cortando unas cuantas cabezas con Balmung. Si, en cambio, fuerais fuertes, preferiría ser un aliado a un enemigo. Os respeto y admiro, no como dioses, sino como hombres que hicieron lo que debía hacerse. ¿Está mal eso? No lo creo.

—Lo que creas no tiene la menor importancia.

—Es interesante escuchar eso de quien vivió a expensas de las creencias de la gente.

De nuevo el santo de Aries aceleró a una tremenda velocidad, descargando una andanada de golpes para la que Baldr no tenía respuesta alguna, más que resistir y esperar el momento para tele-transportarse lejos.

—¿Esa es tu idea de negociar? —preguntaba, empero, el norteño, interponiendo ambos brazos frente los puños infinitos del santo de Aries.

—Viniste aquí a matar a una diosa —bramaba Belial, con los ojos inyectados en sangre y una sonrisa feroz en la que mostraba todos los dientes—, ni siquiera la muerte bastará para limpiar tus pecados, apóstata fratricida.

Tras un largo minuto de asedio, el norteño ingresó en aquella dimensión fuera del espacio convencional, herido. Belial de Aries estaba fuera de sí, no tenía caso explicarle que nunca planeó en serio ir al mundo madre a cazar dioses de ninguna clase, que todo lo que leyó en su mente no era más que teoría, posibilidades que todo hombre precavido pensaría antes de dar cualquier paso decisivo. Eso le frustraba un poco, una alianza con Belial le abriría las puertas a una relación igual de provechosa con Damon, el único lo bastante poderoso como para avivar la consciencia de un alma congelada en lo profundo de Cocito. Juntos, el Rey de la Magia y el Sumo Sacerdote de Asgard podrían preparar las cosas para algo en verdad grande, si sabían esperar. Pero esa puerta estaba cerrada y ahora solo le restaba confiar en que los santos de Atenea le sirvieran de ayuda.

Aquel nuevo plan era sencillo, porque no era ningún plan. Bastaba con que los santos de Atenea se ocuparan de los ejércitos del Hades para que toda la atención del Olimpo y las fuerzas del Hijo se centraran en el Santuario, olvidándose del Reino de Asgard. Para lograr eso, claro, Ofión de Aries debía cumplir su papel, es decir, no morirse.

«Esa es la parte difícil —reflexionó Baldr—. Si luchamos, morirá. Con suerte, antes de matarme a mí —dijo para sí, consciente de que toda zona de su cuerpo no protegida por la armadura de Odín lucía heridas de menor y mayor gravedad.»

Habría querido pensar una estrategia mejor, pero entonces sintió una presencia cercana. No eran Bolverk de Cocito y Arthur de Libra, sino alguien más cercano.

Belial de Aries lo estaba buscando.

Baldr no le hizo esperar. Apareció de improviso diez metros por encima de su cabeza, liberando una tempestad de cosmos carmesí que el santo de Aries detuvo en una mano alzada y se la regresó un instante demasiado tarde, el norteño ya se había adentrado en las dimensiones y regresaba en un ataque frontal y feroz.

—El poder de Belial de Aries era hacer realidad sus pensamientos —afirmó Baldr, aun cuando solo estaba haciendo suposiciones. Sus garras habían sido frenadas por una barrera demasiado sólida para su apariencia cristalina, una técnica característica de los Mu—. ¿Has perdido esa facultad? Ahora atacas como Ofión de Aries la mitad del tiempo, ¿está regresando el muchacho a su trono?

—Él solo era una herramienta —desechó Belial, golpeando el rostro de Baldr. Pudo hacerlo, pero enseguida el norteño desapareció y volvió a aparecer con sus garras a centímetros del santo de Aries, más rápidas que nunca—. No necesita regresar.

—¿Ves como no eres más que un sirviente? —espetó Baldr, cobrando ventaja por momentos. Había renunciado a ganar a tal oponente en cuestión de fuerza y velocidad; ahora, apoyándose en su habilidad para viajar entre la dimensiones, no solo lograba ejecutar técnicas en tiempo cero, sino que su propio cuerpo se aceleraba más allá de los convencionalismos de la física, superando la velocidad de la luz. Ya no era él quien estaba a la defensiva, sino Belial—. ¡Un rey de verdad siempre sabe dar un uso a sus súbditos! —gritó en plena acometida, sonriendo.

En tanto, el manto de Aries temblaba, ansiando abandonar el cuerpo que protegía. Pues una fuerza sin precedentes estaba naciendo en las entrañas del mismo.

—En verdad eres un monstruo —susurraba Belial tras los brazos cruzados.

Él también sonreía.

xxx

El regreso del joven a su ciudad natal no tuvo nada de pacífico, más bien, fue el comienzo de una nueva batalla, aquella por la que tanto había entrenado.

A Shizuma no le estuvo permitido escuchar la conversación entre el hombre y Estigia, quien al parecer se había manifestado en ese lugar una vez más para hablarle de una vieja promesa y de una misión. Resultó que el guardián no fue destruido en la batalla con los santos de Escudo y Cruz del Sur, sino que se dividió en una serie de fragmentos que ahora poblaban Caribdis para ponerlo a prueba. Los fragmentos eran seres amorfos, mezcla de antiguos héroes y los monstruos a los que dieron muerte, al enfrentar a cada uno de ellos, el joven se abrió al recuerdo de una nueva vida encerrada en él.

—¿Qué pretendéis los ríos del Hades? —preguntó Shizuma sin esperar una respuesta.

—Podrías considerarnos la vanguardia del inframundo —dijo Leteo, tan sereno como siempre—. Entre los treces Campeones del Hades que habrían, cinco servirían como Portadores de nuestro poder. Avatares, si lo prefieres. Sufrimiento, Lamento, Cólera, Olvido y Odio, así debía ser, mas Estigia se nos adelantó.

—¿Qué hay de Damon? Él es el Portador de la Memoria —recordaba Shizuma.

—Estoy lleno de recuerdos, Aoi, no es una sensación que me guste, por eso mi ser se divide en dos lagunas. Una para que las almas olviden sus vidas pasadas antes de reencarnar, otra para que recuerden por siempre sus fallas, Mnemosine.

—No lo comprendo, has venido aquí a detener lo que Damon de la Memoria puso en marcha, eso significa que tú no se lo ordenaste.

—Lo que yo deseo y lo que desea esa parte de mí que se hace llamar Mnemosine, como la primogénita de Urano, son cosas muy distintas. Eso no debería sorprenderte, Aoi, sobre todo ahora que has descubierto la verdad. Seis años antes de que Aqueronte apareciera, seis años antes de que Caronte recibiera órdenes y que como consecuencia de ello los Señores del Hades empezaran a despertar en un reino sin rey, mi hermana apareció para recordarle al último descendiente de Belial de Aries la promesa que le hizo. La santa de su devoción, la más infame entre todas las mortales, había renacido y era su deber cuidar de ella, protegerla. Desde el Tártaro hasta los confines del universo material, solo tres personas saben este secreto: mi hermana, tú y yo. Esperaba una conclusión más perspicaz de tu parte, mas el tiempo escasea.

Shizuma asintió. Los fragmentos en Caribdis no eran infinitos, e intuía que en cuanto el joven derrotara a todos, sería consciente de que lo estaban siguiendo.

—Tu hermana vino a la Tierra siguiendo órdenes.

—¿Qué te hace pensar eso?

—El simple hecho de que no se lo impedisteis lo demuestra.

—Asumes que podríamos enfrentarnos a Estigia, la primera en aliarse con Zeus durante la Titanomaquia, mas daré por bueno el razonamiento si me dices quién se lo ordenó.

—¿Quién más que la reina? —lanzó Shizuma, guiándose por el instinto.

—Eres buena, Aoi, eres muy buena —aprobó Leteo con un gesto animado.

—Caronte no sabía nada de esto.

—No. Él decía la verdad al ofreceros terminar con esta guerra a cambio de una alianza. Un chasquido de dedos le habría bastado para separar el Hades de vuestro mundo.

Shizuma guardó silencio. No tenía nada que objetar a la decisión tomada por el antiguo Sumo Sacerdote y su sucesora, Akasha, respecto a Caronte de Plutón. Estaba convencida de que ambos habían obrado con justicia. Ahora, siendo consciente de que el poder del enemigo del Santuario se hallaba presente en la totalidad de la guerra entre los vivos y los muertos, le parecía imposible concebirlo como un aliado. Los soldados del Aqueronte, los guerreros sagrados de Cocito, los monstruos de Flegetonte y los fantasmas de Leteo, todas aquellas fuerzas, némesis de la vida misma, podían andar por la superficie terrestre porque Caronte de Plutón así lo había dispuesto.

Entretanto, el joven combatía al último de los fragmentos: caballo de cintura para abajo, torso de hombre curtido en mil batallas y cabeza de toro, una auténtica quimera sacada de tiempos antiguos. La impresión en el joven era tal, que cargó contra él dando todo de sí, con una agresividad más propia de bestias que de hombres. Desde luego, el grito de guerra que salió de su boca en medio del ataque, no se sentía humano.

Pero lo era, Shizuma estaba segura de ello. El superviviente de Caribdis, con la sangre de Belial en sus venas, era tan humano como cualquiera. Y un verdadero santo de Atenea, así lo sintió al verlo desgarrar el cielo con el simple movimiento de su brazo.

Las nubes y el fragmento se partieron en dos mitades al mismo tiempo, cortadas por la innominada técnica del joven. Este, consciente de que lo miraban, dio la vuelta, revelándose como un guerrero muy distinto al chico que abandonó Caribdis. De tez oscura, nariz recta y misteriosa sonrisa, no tardó en mostrar desconfianza hacia Leteo. Sus ojos rasgados de por sí fueron apenas rejillas en lo que intercambió miradas con el dios del olvido, abriéndose en cambio de par en par al notar a su acompañante.

—¡Aoi! —exclamó Ofión, pues no era nadie más que él, ahora que había exterminado al último de los fragmentos—. ¿Qué haces aquí?

—Qué pregunta más extraña —dijo Shizuma. Con paso seguro, caminaba hacia el joven, quien se apartaba de la frente sudada el cabello, lacio hasta los hombros—. Yo estoy en todas partes, por eso estoy aquí. La mente es un lugar más.

Ofión asintió, dudoso, para luego voltear hacia el derrotado fragmento. La criatura se había tornado en un sinfín de lucillos dorados que flotaban a su alrededor, atraídas por su sangre. Una a una, las luces entraron en el cuerpo del joven, añadiendo a su mente una nueva vida del lejano pasado. No era la primera vez que ocurría eso, pero había una pequeña diferencia con el resto de ocasiones: una Caja de Pandora se alzaba en el mismo punto en el que estuvo el cadáver del enemigo, con un carnero en relieve.

—Vaya, eso no lo recordaba —confesó Leteo, acaso mintiendo—. Estaba convencido de que la consciencia de Belial y el testamento de Mu eran la misma cosa.

—El Rey confió el Tesoro a la Bruja —explicó Ofión mientras los lucillos entraban en su cuerpo, añadiendo a su mente una nueva vida del lejano pasado—. Eso fue lo que escuché cuando viví esto la primera vez. Cuando era un muchacho, tenía todo el sentido del mundo. Ahora todo es confuso, ¿qué está ocurriendo, Aoi?

«El Tesoro es el testamento de Mu —fue lo primero que entendió la interpelada—, recogido por Estigia para ser transmitido desde Belial a quien cumpliría su juramento de proteger a la reencarnación de su ama a cambio de la restauración de su pueblo. Entonces, el Rey y la Bruja deben ser Belial, el primer depositario del testamento de Mu y Estigia, la deidad del infierno que maldijo a Ofión desde su niñez.»

Shizuma avanzó, deseosa de dar alguna respuesta que tranquilizara al joven. Leteo, empero, la detuvo interponiendo el brazo. Era su turno de hablar.

—Estoy aquí porque me convocaste. Cansado de tantos recuerdos confundiendo tu mundo interior, donde siempre todo fue tan claro, deseas desligarte de ellos. Es por eso que estoy aquí como un amigo y no como el enemigo que te derrotó en combate.

—¿Derrotado? —repitió Ofión, incrédulo durante un mísero segundo. Eso fue lo que tardó en dudar de sus propias facultades—. Claro, de nuevo me faltaba fuerza.

El último descendiente de Belial bajó la mirada, hacia las destrozadas calles de una ciudad que solo él recordaba. Tiempo atrás, fue demasiado débil para protegerla. Desde entonces no había hecho otra cosa que buscar el poder que había sido introducido en su subconsciente desde que fue salvado por dos santos de Atenea. Aun si no podía recordar a ninguno de ellos, aun si no sabía lo que buscaba conseguir, terminó regresando a Caribdis y enfrentando a los monstruosos seres que la habitaban como el santo de Atenea en que se había estado convirtiendo. Ese día debió ser de alegría para el joven, porque marcaba el momento en que demostraba su fuerza, en el que le decía al mundo entero, en medio de una ciudad olvidada, que Caribdis existió, que él existía.

Shizuma pasó la mirada desde el apesadumbrado Ofión a Leteo, reflexionando sobre las palabras que este había escogido y cuanto había visto hasta ahora. ¿Por qué el manto de Aries se manifestó en el preciso momento en el que Ofión heredó el pasado de los Mu?

—Dolía —admitió Ofión, sentándose sobre la Caja de Pandora—. Dolía mucho, hasta que el manto de oro me cubrió, entonces las voces desaparecieron.

—Vinieron otras —dijo Leteo—. Todos los santos de Aries que te precedieron existían en el primer manto zodiacal, como un recuerdo. Reuniendo todo ese poder, Belial esperaba poder convertirse en un dios capaz de sacar su alma de Cocito.

Tras escuchar tan desoladoras palabras, Ofión se encogió de hombros.

—Si he sido derrotado, es lógico que otro me sustituya.

—¿Abandonas tu derecho a vestir el manto de Aries, entonces?

—No pongas en mi boca palabras que no he dicho. Seguimos siendo enemigos.

—Te equivocas, Ofión, estoy aquí como tu aliado, lo seré hasta que tomes una decisión.

—¿Qué clase de decisión?

—Ser un hombre corriente, sin el peso de toda una civilización sobre tus hombros, tener una vida pacífica y larga. O una vida corta e intensa, en la que lucharemos de nuevo.

—¿Para volver a perder?

—Es lo más probable.

Así hablaba Leteo, con una franqueza insospechada en tan divino ser.

—¿Qué elegirías tú, Aoi? —dijo Ofión, mirando hacia la joven enmascarada.

—Nada —contestó Shizuma, sin dudar—. Es una decisión que ya hemos tomado.

—Quizá yo nunca la tomé —dijo Ofión, de nuevo cabizbajo—. Todos me olvidaban, así que me recluí en esta ciudad a la que solo yo podía entrar. ¡Me sorprendía tanto poder vencer a esos seres de pesadilla con el solo revés de mis manos! Era irreal, creía que me estaba volviendo loco. Y si soy sincero, no me importaba, podría haber vivido aquí por siempre, haciéndome más y más fuerte, sin saber por qué lo hacía. ¿Sabes? Desde ese día hasta ahora, ni siquiera recordaba que Ofión no era mi verdadero nombre, sino que lo inventé cuando el último fragmento cayó. ¿Qué pasa si mi identidad también es inventada? Tal vez el chico que vivía en Caribdis murió en la ciudad, aplastado por algún monstruo. ¿Cómo podría saberlo? Ya ni siquiera puedo regresar a ella.

—Sé que tú eres ese chico, porque estoy en todas partes —respondió Shizuma. Caminando hacia él, tomándolo de las mejillas para que alzara el rostro—. En cada uno de los momentos que has vivido, he estado observándote y sé que eres el mismo.

Por un momento, el rostro de Ofión enrojeció, pero no apartó la mirada.

—Abandoné el Santuario. ¿Qué derecho tengo yo a ser un santo de Atenea?

—El que ganaste por tu propia cuenta, sin un maestro que te guiara.

—Quizás es por ello que soy tan débil.

—No tienes por qué serlo.

—¿Qué me pides, Aoi? ¿Quieres que me vuelva más fuerte?

—Quiero que lo seas.

—¿No es lo mismo? —cuestionó Ofión.

—No lo es —aseguró Shizuma—. Ya eres fuerte, solo tienes que recordarlo.

Por eso estaban en aquella ciudad, reflejo de la destruida Caribdis, para que recordara aquel día en que confirmó su propia existencia. Shizuma Aoi, a pesar de sus vastas habilidades, no era capaz de entender del todo la maldición de Estigia, por qué Ofión tuvo que derrotar al guardián de su juramento para que la gente dejara de olvidarlo a la menor ocasión, por qué tras hacerlo y abandonar Caribdis ya no pudo regresar a ella… Sin embargo, sí que podía comprender su utilidad en la psique del último santo de Aries. Para él, ese era el sitio en que se había vuelto fuerte, porque solo allí se sintió como tal, así había llegado a la conclusión de que su poder no era suyo y había estado a punto de negarse a sí mismo, regresando al punto de partida.

—¿Soy fuerte? —repitió Ofión, anonadado. Ni siquiera se dio cuenta de que se había puesto de pie—. El Rey lo es más, Belial de Aries sería un mejor compañero.

—Belial de Aries tuvo su momento —negó Shizuma—, ahora llega el tuyo, el del chico que sobrevivió a la legión de Estigia, viajó al Santuario con nada más que un vago recuerdo y atravesó el mundo entero hasta encontrarse a sí mismo. En Caribdis no te volviste fuerte, solo recordaste que lo eras. Sé bien lo que es eso, porque reconocerme a mí misma es la base de mi habilidad, Kyoka Suigetsu.

—Nadie me recordaba… —empezó a decir Ofión, sacudiendo al fin la cabeza—. ¡Nadie me recordaba porque yo tenía dudas! Dudaba de ser lo bastante bueno como para haber sobrevivido, nada era suficiente y después… ¡Tantas voces, tantas vidas, era insoportable! Tal vez alguna de ellas pudo ser un mejor santo de Aries… Pero tienes razón, Aoi, todos tuvieron una vida y ahora deben permitirme vivir la mía.

Shizuma aprobó la resolución del joven, quien sonreía. Ya fuera el extinto pueblo de Mu, las pasadas generaciones de Aries y Belial, el primero de todos, nadie libraría sus batallas, nadie más que Ofión de Aries, oriundo de Caribdis.

Como haciendo honor a tal muda promesa, la Caja de Pandora se abrió, liberando un fulgor sobre el cuerpo desprotegido del joven. Aries regresaba a su legítimo dueño.

—¿Así de fácil? —preguntó Leteo, sabiéndose rechazado.

—Así de fácil —dijo Shizuma, quien enseguida se puso a la diestra del santo de Aries. Leteo había sido claro en que solo sería un aliado temporal.

—Aoi, muy pronto tendremos que enfrentarnos a él, pero no creo que sea el momento —dijo Ofión, avanzando con paso cauteloso hacia el dios del olvido—. Aun si mi petición de auxilio era el ruego de un cobarde, lo escuchaste y viniste a ayudarme. Te doy las gracias por ello. Aquí se separan…

El hijo de titanes negó con la cabeza, cortando la despedida del joven. Estrechando la mano que este le tendía, habló con ominosa voz de lo que estaba por venir:

—Al rechazar a Belial de Aries, el juramento hecho por él a mi hermana perderá validez. Ya no será posible el renacer del pueblo de Mu, extinto hace tanto tiempo, sus más antiguas tradiciones serán olvidadas una vez más.

—Es lo que he decidido —dijo Ofión.

—Por eso te ayudaré una última vez —prometió Leteo—. Un dios no debería hacerlo después de ser rechazado, mas en algo ha de ayudar el ser el río del olvido.

xxx

El cuerpo del santo de Aries estaba envuelto de la más intensa luz, como un sol a punto de estallar, despidiendo destructivos vientos desde las grietas del manto zodiacal. Tal era el resultado de la mezcla irreconciliable entre la carne de Ofión y el alma de Belial, uno de los dioses del Zodiaco. Sin la sangre de Atenea sirviendo de catalizador para aquel vasto poder, como ocurrió con Pegaso y el resto de héroes legendarios, era cuestión de tiempo que la parte débil fuera incinerada desde adentro.

Con gran dificultad, Baldr se alzó entre un sinfín de escombros. No recordaba ya la cantidad de veces en las que, con un solo puñetazo, aquel rival lograba derribarlo. Hacía tan solo un par de minutos había podido escapar a la undécima dimensión, solo para encontrarse con que Belial estaba a su lado, siendo cada uno de sus movimientos lo mismo que una teletransportación. No parecía conocer límites en lo que refería a velocidad, por lo que se adelantaba a cualquiera de sus movimientos en todos los planos de la existencia que él conocía, desde la última capa entre la realidad de los mortales y el reino de lo divino hasta las tinieblas que fluyen entre las grietas del mundo. Cuando regresaron a la ciudad, ni siquiera le permitía transportarse, mandaba aquellos hilos de oro que movía con la mera fuerza de sus pensamientos y lo arrastraba hasta el suelo, del que surgían estrellas fugaces que golpeaban con gran violencia su espalda una y otra vez. Y en los pocos segundos de respiro, Baldr apenas podía moverse, no por las heridas infringidas, sino por la enorme presión que llenaba toda aquella ciudad.

«Por supuesto —pensaba el auto-proclamado dios guerrero, bloqueando proyecciones de energía que Belial le lanzaba como meros desechos de una técnica verdadera—. Esta ciudad está en sus pensamientos, él la ha hecho realidad, es parte de su poder.»

Apuntó a los cielos, tiñéndolos de un rojo carmesí, y al bajar el brazo, pretendió aplastarlo todo con el peso de la gravedad. Desintegrar hasta el último átomo de aquella ruinosa urbe, pero Belial saltó sobre él en plena ejecución de la técnica, golpeándolo con una agresividad inaudita. Puños y patadas llovían desde todas las direcciones posibles, cortando por igual el ataque y la retirada, incluso aquella a través de portales dimensionales, al estar protegido el tejido del espacio-tiempo por la energía desbordante del santo de Aries. Ese era el poder de un hombre que fue adorado por un dios en la Antigüedad, ese era el poder en el que el rey de Midgard ponía todas sus esperanzas.

—Monstruo, animal, bestia descerebrada —declamaba el santo de Aries sin bajar un ápice a la velocidad y virulencia de los ataques, que Baldr empezaba a responder con torpes movimientos de sus brazos doloridos—. No tienes ni idea de lo que es el poder.

—Soy un autodidacta —admitió Baldr, escupiendo sangre—, porque no existe el maestro adecuado, solo viejos parloteando sobre una moral inane.

—¿Esperas que yo te enseñe?

—Tus ideales son igual de vacíos que los de mis mayores.

—¡Veo tu juego, bestia! ¡Pretendes ayudar a mi herramienta!

—¡Y a pesar de ello no haces nada para remediarlo!

Entre risas demenciales, Baldr azotó el manto de Aries con sus garras, levantando pedazos ensangrentados de su peto que pronto se convirtieron en hilos de energía cósmica. Ni siquiera tuvo tiempo de retroceder: en un instante, su cuello fue atado por los Husos Desgarradores y cada movimiento hacía que brotara más y más sangre.

En el breve tiempo que estuvo atrapado, Baldr recibió tantos golpes en pleno rostro que apenas podía ver, requiriendo un gran esfuerzo para conservar la sonrisa.

—Eres un loco —gritó Belial, empujando al norteño con una presión mental que borró todo tras él, incluyendo los hilos que lo aprisionaban. Baldr, no obstante, se mantuvo de pie, por puro orgullo—. ¿Cuándo reconocerás tu lugar, monstruo?

—Si esperas humildad de alguien como yo después de todo lo que sabes —dijo Baldr, dolorido—, eres tú el que está loco.

—¿Sigues desafiándome, dios guerrero? —dijo Belial con sorna. A pesar de la diferencia de altura, lució en verdad amenazante cuando tomó con la mano el cuello sangrante de Baldr—. No puedes controlar mi mente, no puedes dañar mi alma con tu débil cosmos y tu habilidad con las dimensiones no es más que una serie de trucos de magia para los de mi clase, ¿qué te queda, pues? ¡Nada! No eres más que un humano.

—Un dios guerrero —corrigió Baldr con una sonrisa maliciosa.

—¡Solo nosotros debemos ser llamados así! ¡Ganamos ese derecho llegando a donde nadie creyó posible! Este mundo existe porque nosotros lo salvamos. Tu mundo existe porque nosotros lo creamos. ¡Acéptalo de una vez! ¡Frente a un dios, no eres más que un gusano que se arrastra por la tierra esperando misericordia!

De nuevo, Baldr quiso reír, pero Belial apretó lo bastante para que no pudiera hacerlo. Las siguientes palabras, pues, las confió a que el santo de Aries supiera leer los labios.

—También tengo un plan de contingencia para eso.

Como antes, el cielo se enrojeció, incluso las imágenes de las cuarenta y dos batallas que se daban en el continente se vieron cubiertas por ese sanguinario filtro, acaso profético, que Belial quiso borrar por la fuerza de su mente. Pero no pudo, antes, el rojo dio paso a un verde místico que precedió al azul de las profundidades marinas, de donde vino la vida en la Tierra. Después, el color se extinguió, una escala de grises dio paso al negro del espacio exterior y a la blancura de la chispa de la Gran Voluntad que dio origen a todas las cosas. Para entonces, Belial de Aries ya no estaba en el mundo, no tenía ninguna injerencia en él y solo podía comunicarse con su captor.

—¿Cuánto tiempo crees que podrás retenerme? —cuestionó Belial.

—El Escudo de Odín es infalible —dijo Baldr, permitiéndose ahora sí caer de rodillas y respirar, ya no se estaba inclinando a nadie más que a sí mismo—. Ahora estás en Ginnungagap, disfruta la sensación de ver todo sin poder hacer nada.

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Solo aquel giro de los acontecimientos permitió a Ofión llegar hasta el castillo del Rey, el cual se manifestaba dentro de la ciudad de su mente como la casa en la que fue criado, al menos por fuera. Por dentro, la sala del trono era por supuesto el templo de Aries, idéntico al que Ofión resguardó excepto en un par de detalles.

—Bienvenido, Guerrero —saludó Belial de Aries, sentado en un trono a la sombra de la estatua marmórea de un carnero—. ¿Qué deseas ahora?

Ofión se atragantó, impresionado. Belial no tenía nada que ver con los santos de Atenea a los que él conocía, no se comportaba como el soldado del más poderoso ejército de la superficie, sino como un rey que había nacido para gobernar a sus semejantes. La furia que lo dominó en su juventud y que expresaba en el exterior, al chocar su ser con las memorias de antiguos santos de Aries, incluido el propio Ofión, solo se manifestaba ahora en un cabello ondulado del color del fuego, pues hasta los ojos, brillantes como dos esmeraldas extraídas de las profundidades de la tierra, reflejaban una seguridad que no admitía pérdida de control alguno. ¿Era una pose? Podía serlo, pero para Ofión, eso siempre había bastado, desde el día en que vistió el manto de Aries y las voces del pueblo de Mu dejaron de atormentarlo. Por algo eran Rey y Guerrero.

En cuanto a Leteo y Shizuma, nada podían hacer. Ese era un asunto de Ofión, y el dios del olvido había sido claro con la santa de Piscis al decirle que intervenir allí podía poner en riesgo su vida. Belial tenía más poder del que podía imaginar.

—Quiero salir a luchar —dijo Ofión.

—Perdiste —desechó Belial, digno a pesar de que tan solo vestía un vellón dorado sobre prendas de una época remota—. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

—Miento —se corrigió Ofión, sacudiendo la cabeza—. Quiero vivir mi vida.

—¿Tratarás de nuevo de matar a mi Señora? —repuso Belial, lanzando una mirada severa a su guerrero. Como este bajó la cabeza, se dirigió a la santa de Piscis, haciendo caso omiso a su divino acompañante—: ¿Te lo ha dicho ya? Cuando era un niño, ayudó a una familia de Rodorio con un parto prematuro e inexplicable. Tomó a la hija de la pareja entre sus brazos, sonriendo para fingir una felicidad que no sentía, mientras caminaba hacia las escaleras. Solo tenía que tropezar, y entonces…

—Sería libre —completó Ofión en apenas un susurro.

—Él condenó la ciudad de Caribdis —prosiguió Belial—, mas sus habitantes también contribuyeron al no aceptar la existencia del chico.

—¡No pedí eso!

—¿Qué importa lo que hayas pedido tú? Eras mi sangre y con ella recibiste un gran poder y un mayor legado. Traer de vuelta a la civilización de los Mu.

—Tu legado estuvo a punto de destruirme.

—Por eso hechicé el manto de Aries, deposité en él mis pensamientos, sueños y esperanzas, para ayudarte cuando fuera el momento. ¿No fui a ayudarte el día que abrazaste por fin tu destino, enfrentando al guardián de tu juramento?

—Es tu juramento, mortal —corrigió Leteo, sonriendo a pesar de que Belial lo ignoraba con toda intención—. Solo mientras tu existencia y la del superviviente de Caribdis sean una, el mortal llamado Ofión deberá cumplir su deuda con mi hermana.

—¿Qué mal te he hecho para que traigas a este demonio a mi castillo, Guerrero?

—Hablas de traer de vuelta una civilización que se perdió —terció Shizuma, sintiendo la intervención de Leteo como una invitación a que ella hiciera lo propio—. ¿De qué serviría? Ellos llevan ya milenios descansando en paz, ¿por qué atormentarlos con la idea de un futuro que pudo ser y que empero nunca fue? Desde que los hombres vivían en cavernas, esperando por la compasión del titán Prometeo, hasta nuestros días, muchos pueblos y culturas se han perdido, es posible que la humanidad en sí misma sea olvidada también un día, como el grano de polvo en medio del infinito que somos en realidad. Así es la vida y lo único que podemos hacer al respecto es recordarlo todo y transmitir nuestro pasado a las futuras generaciones, para que nada sea olvidado.

Belial alzó la mano y Ofión de Aries fue transportado a los pies de su trono, el cual enseguida se vio rodeado por una columna de cristal a la que no llegaban las palabras de Shizuma ni la mirada tranquila de Leteo, que tanto desagrado le producían.

Pero la habilidad de Shizuma estaba más allá de las fronteras que cualquier hombre pudiera levantar. Apareció sin más entre el Guerrero y el Rey, prosiguiendo:

—Ofión no mató al bebé, lo protegió.

—El peor pecado es el de pensamiento.

—Esa es la forma de pensar de un niño.

—Si eso crees, no conoces a mi Guerrero tan bien como yo. Todavía desea que esté muerta. Habría sido feliz si mi Señora hubiese sido juzgada y ejecutada.

—Tal cosa no puede ocurrir.

—¡Por supuesto! Jamás lo permitiría.

Shizuma negó con la cabeza.

—No puede ocurrir porque tu señora y la mía, Su Santidad Akasha de Virgo, son dos personas distintas. Vuestro tiempo ya pasó, Belial de Aries, como pasó el de los Mu, el de los aqueos y troyanos, el de tantos pueblos increíbles y terribles… Ahora, nuevas personas tienen la oportunidad de vivir sus vidas, como tú y tu señora lo tuvisteis en el pasado. ¿Crees que Ofión desea algún mal a Akasha? No es así, es del destino que le impusiste, lleno de tragedias y pesares, del que quiere desligarse.

—¿Es eso cierto, Guerrero? —cuestionó Belial al cabizbajo Ofión—. ¡Mírame a los ojos y dímelo! ¡Dime que reniegas de tu destino, del poder y la gloria que te habrían esperado si desde el primer día hubieses cumplido tu propósito en el mundo!

Sintiendo la mano de Shizuma sobre su hombro, Ofión adquirió valor para alzar la mirada y responder. No como un chico, no como un joven, sino como el hombre en que se había convertido, el legítimo santo de Aries.

Notas del autor:

Shadir. Sí, fallo mío por no avisar en el capítulo 92, pero aquí estoy de nuevo.

Era justo la intención que Belial de Aries no se sintiera como un santo de Atenea, así que me alegro que lo veas así, y también que te esté gustando esta batalla. Cuando son seres muy fuertes los que pelean se me suele ir la mano, de pronto.

Sí, Leteo es un poco particular en el comportamiento, ¿por su naturaleza o porque está preparando algún movimiento espectacular? No lo sabemos, y por lo pronto, a la Dama Blanca le viene bien en esta misión.

Ulti_SG. Ojo que el capítulo 93 no es solo bueno, como en el 94, es genial. ¡Hay que prestar atención al detalle!

La primera en la frente, Ofión, ¡la primera en la frente! Ya había dado pinceladas de lo que eran los primeros santos de oro y aquí podemos comprobar, más o menos, hasta qué punto las palabras se corresponden con la realidad. Y parece que sí es el caso. Unos dicen que el poder está en las palabras y no en las armas. Belial prefiere demostrarlo.

Oh, sí, está tan cabreado que en cualquier momento la piel se le pondrá roja, pero es lo bastante consciente como para usar una de mis ideas más disparatadas. ¡Armaduras vivientes contra fantasmas de carne y hueso! ¡La lógica se fue de vacaciones!

Le di vueltas y más vueltas al asunto y al fin pude introducir la idea de Asgard en esta historia, que más o menos sigue la continuidad del manga, así como incluí a Geist, Cristal, Spartan y todos esos. El modo puede generar confusión, según veo, veamos si cuando se vayan dando más explicaciones todo resulta más claro por qué de repente los personajes hablan de otros mundos. Oh, sí, uno no escribe de Alcor y Mizar sin empezar un drama, que en este paso se pone al rojo vivo, porque el primero se pudo agenciar la armadura de Odín y, para variar, ser el asgardiano que resuelve asuntos del Santuario en vez de lo que viene sucediendo en las historias sobre Asgard. Sí, Baldr es todo un personaje, 100% norteño, me divierto mucho escribiendo de él.

Shizuma es otro personaje que no ha podido brillar mucho por ahora. ¡Qué irónico que también en esta historia sean Aries y Piscis los más misteriosos! Veamos cómo le va en esta aventura, clave en el desarrollo de la guerra. Porque estamos en guerra.

Aqueronte: Voy a ver si puedo hacer trampas en solitario.

Flegetonte: Voy a parir más monstruos para molestar a la gente.

Cocito: Voy a juntarme con mis hermanos para hacer la guerra.

Leteo: ¿Qué opina del tiempo, señorita Shizuma?

Sí, definitivamente es el dios del olvido.

Belial: ¡Dame la armadura de Odín!

Baldr: ¡Oblígame!

Y así estos dos poderosos guerreros, que podrían inclinar la balanza hacia uno y otro bando si lucharan en otro frente, pasan la tarde.

A Estigia se le conoce más porque hasta los dioses deben respetar los juramentos que hacen en su nombre, o por el primer baño de Aquiles, pero con lo latosos que son sus hermanos, la legión de la diosa del odio tenía que tener un plus. Habrá que ver si este viaje nos da respuestas, o nuevos misterios, o ambas cosas.