Capítulo 103. Plan de batalla
En la base del pilar de Júpiter, exacta y descomunal representación del origen de los primeros guerreros sagrados de la Tierra durante el diluvio universal, se hallaba la entrada a la galería de héroes. Sobre el lado izquierdo del portón, en relieve, destacaba el primerizo ejército del mar; sobre el derecho, ochenta y ocho jóvenes carentes de armas y armadura, dirigidos por el mayor orgullo y la mayor vergüenza del ejército ateniense, los primeros santos de oro. Todas aquellas figuras, de brillante oricalco, cubrían los bordes y la parte superior de las hojas de la puerta, tan inmensas que los Astra Planeta se sentían como hormigas entrando en la casa de un hombre.
Los cuatro se detuvieron por un momento. Tritos y Titania oraron en silencio frente a las estatuas de Atenea y Poseidón, respectivamente, representaciones idénticas, aunque mejor conservadas, a las de las Grecia Antigua. Ío se buscó a sí mismo entre sus antiguos compañeros, encontrándose con un jovenzuelo imberbe de ojos felinos e incomparable orgullo. Buenos y malos recuerdos inundaron su mente, vieja como ninguna otra, e Ío dio gracias a los dioses por ambos.
—Pronto, los Astra Planeta tendrán su primera reunión oficial desde la caída del Hijo —afirmó el regente de Júpiter—. ¿Comprendéis lo que debe enmendarse antes?
—¿Acaso Tritos de verdad…? —trató de decir Caronte.
—Nuestras albas nos distinguen del resto de guerreros sagrados —interrumpió Ío, señalando primero su corona y luego las ropas de Caronte. El noveno astral vestía con relativa sencillez: camisa roja, pantalones negros y unos zapatos igual de oscuros—. ¿Te presentarías ante nuestros señores, los dioses, de Dolce & Gabanna?
—No, comandante —contestó Caronte.
Adelantándose a cualquier comentario ingenioso por parte de Tritos, el regente de Plutón se cubrió en un instante por hebras de oscuridad. En cuanto las tinieblas se disiparon, Caronte vestía la misma capa y túnica que sus compañeros, sombras gélidas ceñidas por un río de sangre a modo de cinto, en su caso. La corona de laurel se distinguía por no poseer el mismo tono que la superficie del noveno planeta del Sistema Solar, sino que eran de un negro uniforme, alejado de las bendiciones del sol. Del mismo color eran las hombreras, puntiagudas, y la placa que las unía.
—Ahora estamos listos —dijo Ío—. Ascenderemos a través de la galería de héroes toda la altura de este pilar, bajo la atenta mirada de todas las leyendas que la humanidad ha admirado desde los albores de su tiempo.
Por un momento, todos permanecieron callados.
—Por fortuna, la galería de héroes fue construida por mis manos desnudas, y en ella os puedo permitir avanzar a la velocidad que vuestras habilidades os permiten —aclaró, quizá divirtiéndose por la expresión de los guerreros.
Ío acercó la mano a la extraña cerradura de la puerta: un rostro metálico de dos caras, el dios Jano venerado por Roma. El portón cimbró, al tiempo que todas las figuras empezaron a fundirse en una espiral colorida. Sin dudar, el regente de Júpiter atravesó aquella distorsión en el espacio-tiempo, y el resto no tardó en seguirlo.
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Doce estatuas magníficas sostenían el abovedado techo del recinto. Los dioses del Olimpo, cubiertos por túnicas y mantos, observaban con su pétrea mirada los tronos en que habrían de sentarse sus más excelsos campeones.
Los primeros en aparecer fueron Tritos y Titania, quienes de nuevo se hallaban bajo las figuras del dios del mar y la diosa de la guerra. Esta vez, sin embargo, la representación era por mucho más viva, y casi podía imaginarse al fiero Poseidón descargando allí mismo la cólera de los océanos, ensartando al erudito atlante con el tridente por el mero hecho de haber sobrevivido a su pueblo. No ayudaba mucho que tales construcciones fuesen cada una más grande que el portón; cualquiera de las puntas del arma del hijo de Crono, o de la lanza que Atenea portaba, podría atravesar a un gigante desde la cabeza a los pies, y aún con lo que sobresaliera aplastaría al más alto hombre.
Demás estaba decir que el asiento de Ío se encontraba bajo las estatuas más grandes y majestuosas. Zeus, de abundantes cabellos y poblada barba, contemplaba la totalidad del salón con una mirada que era el equilibrio perfecto entre fuerza y sabiduría. Hera, fría y distante, alzaba el rostro y encaraba a aquel que por nadie era encarado. Las imágenes de los reyes irradiaban poder, bastaba echarles un vistazo para comprender por qué aquellos dos seres podían ejercer su autoridad sobre las mayores fuerzas del universo.
—Es hermosa —se le escapó decir a Tritos, maravillado por la figura de la reina. Mientras parte de él deseaba borrar haber dicho eso, temiendo posibles represalias, el resto seguía preguntándose si aquella era una representación fiel a la realidad, o se quedaba corta. ¿Cómo podía fascinarle una figura tan desproporcionadamente grande?
—Mas no la más hermosa, sabio erudito —dijo una voz desde el trono de Venus. La efigie que había por encima de aquel ser estaba cubierta de luz, la misma que ocultaba el rostro del segundo astral—. Os ruego que no tratéis de disipar con vuestros sentidos la humilde barrera que he interpuesto entre vos y la locura.
Caronte apareció en su trono bajo la traviesa efigie de Hermes, el mensajero de los dioses y único enlace entre el Olimpo y el Hades, fuente de los dones de Plutón. El noveno astral llegó justo a tiempo de escuchar las palabras del regente de Venus, un ser oculto por un halo dorado, de hombreras cristalinas magníficamente tratadas. Las manos, de piel suave carente de toda cicatriz o imperfección, sin duda no eran humanas.
—Os saludo, Ilión de los makhai —dijo el segundo de los astrales, siempre con una voz suave y sonora a un mismo tiempo, como amplificada por algún poder sobrenatural.
—Narciso —murmuró Caronte, reconociendo en la naturaleza de aquel ser a uno de los Espíritus Divinos que servían de enlace entre hombres y dioses. No habría sido su primera opción como astral. La Primera Orden ya estaba bastante mermada, de por sí, además había un problema—. El primer traidor…
—… El primer traidor entre los Astra Planeta fue un ángel, como yo —completó Narciso—. Eso no nos vuelve a todos unos traidores. ¿El Tártaro te ha vuelto racista?
—Prudente, la palabra es prudente —corrigió Caronte, considerando inútil recordar a aquel ser que su naturaleza estaba más allá de términos como raza o especie.
—Como comandante de los Astra Planeta, garantizo la lealtad de Narciso al Olimpo —dijo Ío, poniendo fin a la rencilla—. Que dé comienzo la reunión. Ya.
Con un sencillo golpe en el trono, el regente de Júpiter logró que se manifestaran dos seres más. La primera, de piel cobriza, orejas puntiagudas y hermosos ojos verdes, apareció en el asiento de Tierra como una princesa del mundo mismo, a la sombra de Deméter. La corona de laurel que rodeaba sus cabellos no era metálica como la del resto, sino que estaba en verdad compuesta por hojas de laurel. Las hombreras no eran menos distintivas, pues parecían ser islas en miniatura, con roca y tierra dando paso a minúsculos riachuelos y bosquecillos. El peto decorativo era una representación de Pangea, primer continente terrestre, rodeado de un azul brillante.
«No es posible luchar con eso encima —pensó Tritos, acostumbrado a la anterior astral de la Tierra, Selene, y sus juegos ilusorios—. No es una guerrera, ni tampoco maga.»
Hasta el cuerpo del incorpóreo Narciso permitía adivinar un espíritu combativo detrás de la imitación de la beldad divina, inmune al paso del tiempo. La tercera astral, en cambio, solo parecía una ninfa, un espíritu divino menor encargado de velar por la naturaleza y, en esencia, lucir hermosa, lo que iba de la mano con pasar la eternidad huyendo de toda suerte de amantes caprichosos. La vida de aquellas diosecillas tenía dos tipos de finales: o abandonaban una existencia consciente quedándose como árboles a merced de los humanos y la naturaleza, o huían sin descanso hasta el fin de los días, amargando incluso los largos momentos de paz en los que nadie las perseguía.
«No parece amargada —reflexionó Tritos, agradeciendo la tímida sonrisa que la ninfa dedicaba al comandante Ío, tan blanca como la luz que rodeaba a Narciso—. Y desde luego, un árbol no es…»
—¿De ella no dudas que sea la nueva astral de la Tierra? —cuestionó Tritos a Caronte, recurriendo a la Lengua de Plata.
—No existe tal cosa como una nueva astral de la Tierra —replicó Caronte a través de la misma vía—. En toda generación de los Astra Planeta, ha habido una única portadora de la tercera alba, Dafne de Gea. En el aspecto de la Creación que ella custodia, lo único que varía es la guerrera satélite que finge ser la tercera astral.
—Encantada de conocerte, Tritos de Neptuno —dijo Dafne, participando en aquella conversación supuestamente privada, y que sin embargo parecía comitiva de todos los presentes—. Espero que este error sea un tropiezo en tu afamada perspicacia. El enemigo es débil, y como tal se oculta bien.
—La mayoría de aquí presentes tenemos lengua y cuerdas bocales —apuntó Ío—. Agradecería que las usáramos por esta vez, como humildes campeones divinos que viven la Edad de Hierro.
—Estoy de acuerdo —dijo el ente que ocupaba el asiento de Saturno, bajo las estatuas de los dioses gemelos, Apolo y Artemisa—. Nadie que sea digno de llegar hasta este lugar desconoce las artes de la antigua raza, la Lengua de Plata ningún secreto puede ocultar a los sentidos de los Astra Planeta.
—Tampoco a vos, Admeto —dijo Narciso—. ¿Quién ha convocado al carcelero, si es que tengo el derecho de preguntarlo?
Admeto se acomodó en el trono de Saturno, haciendo tintinear la infinidad de llaves que colgaban de las correas que ceñían su túnica desde la cintura hasta los hombros. También, las figuras astronómicas bordadas con exquisitez en sus ropas, aludiendo al Sistema Solar, parecieron cobrar vida conforme los pliegues bajaban y subían según los movimientos de aquel hombre afable de cortos cabellos blancos y franca sonrisa.
—Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas —advirtió Titania—. He convocado a Admeto, ángel del Olimpo consagrado a…
—Esperad, audaz Titania —interrumpió Narciso—. ¿No deberíamos esperar a que estemos todos? —cuestionó, señalando el vacío trono de Marte.
—Ya está presente —aseguró Caronte—, en cambio, no así Mercurio…
—También está aquí —dijo Narciso—. Vosotros no veis a Mercurio, como yo no veo a Deimos, guardián de Marte, mas aquí se encuentra, usándome a mí como mensajero.
—Mercurio usando a Venus como mensajero —comentó Tritos—. Suena irónico.
—Lo que en este lugar será discutido definirá el destino de todos los seres humanos, y probablemente también el nuestro. No consentiré más desvíos —dijo Ío, silenciando la réplica del regente de Venus—. Todos somos conscientes de nuestra actual situación, así que iré al grano. Se ha formado una alianza entre los representantes de Atenea, Poseidón y el Hijo, que amenaza con revivir los fuegos de una guerra que en el pasado cimbró los cimientos mismos de la Creación. Ante este problema, se han presentado algunas alternativas, empezando por eliminar el actual ejército antes de que crezca.
—Es lo más sensato —dijo Narciso—. Si atacáis juntos, ninguno de los acostumbrados milagros de los santos de Atenea podría cambiar lo inevitable.
—¿Siete de los Astra Planeta interviniendo en un solo mundo? —preguntó Tritos.
—Estaba pensando en cuatro, en realidad —replicó Narciso—. Los asuntos menores siempre han recaído en Plutón, Neptuno, Urano y Saturno. Nosotros tenemos otros asuntos que atender, incluida la búsqueda de los regentes de Marte y Mercurio.
—No seré yo el que cuestione lo elevado y complejo que puede ser buscar nuevos empleados —se mofó Tritos—. Imagino que ha de ser tan importante como vigilar al actual avatar de Poseidón, asegurándome de que no me convierta en pez. ¿Estáis informados de que entre nuestros posibles enemigos hay un dios, cierto?
—Como regente de Gea, mi deber es supervisar los antiguos sellos—advirtió Dafne—. Se han debilitado con el paso de los milenios, quizá a causa de nuestro enemigo.
Torciendo el gesto, Tritos tuvo que asentir. El mal sellado por los olímpicos más allá del universo observable, custodiado por la Segunda Orden. Si eso seres abominables, los más crueles y destructivos de la existencia, se unían al enemigo estarían en problemas.
—Tampoco yo podría servir de ayuda ahora mismo —tuvo que admitir Titania—. Ante la promesa de una alianza con Atenea y Poseidón, las fuerzas del Hijo crecen en número e ímpetu a lo largo de las Otras Tierras. Pretendo ocuparme de este asunto a la mayor brevedad, mas eso depende de qué clase de guerreros mantengan las Alas del Rey en secreto. Ángeles Caídos, con toda seguridad. Tal vez los Gladiadores.
—¿En cuántos lugares estás ahora mismo, Titania? —se preocupó Dafne, al tiempo que arrugaba la expresión, como padeciendo un repentino dolor.
—7.405.926 —contestó la regente de Urano.
—Has escogido el primer número grande con significado que se te ocurrió —dijo Tritos. Titania se limitó a encogerse de hombros. «Puede», decía sin palabras—. Bueno, cumplir varias misiones a la vez es nuestro pan de cada día, así que…
—Creo que olvidáis lo más importante —interrumpió Admeto, quien jugueteaba con un aro negro cubierto de llaves brillantes—. Atenea es la diosa de la guerra justa. Enfrentad a un reducido grupo de santos con los más poderosos guerreros del Olimpo, y lo que acabaréis enfrentando será la más sabia de los hijos de Zeus, armada con la Victoria y protegida por la Égida. Asumiendo que sobreviváis un asalto, antes de que os deis cuenta Poseidón se habrá unido a la lucha junto a ese ejército que tratáis de frenar.
Era claro que Admeto disfrutaba recordar al resto que no eran invencibles, que ser los más excelsos campeones divinos no los volvía dioses. Por fortuna, varios de los Astra Planeta conocían las maneras de aquel guerrero celestial, entre ellos Titania.
—Solo uno de nosotros se ocupará de los santos —afirmó Caronte—. Les di a escoger entre la paz y la muerte. Escogieron muerte y eso pretendo darles. A menos que asumáis que no está en mi mano acometer la misión que me encomendaron los dioses.
—Lamento decir que tus métodos han sido cuestionables, hermano —apuntó Titania, fijando la mirada en las llaves del carcelero—. Si hubieses eliminado a esos cinco santos de bronce desde un principio, ni siquiera tendría que preocuparnos esta alianza. ¡Por los dioses! Todo habría cambiado si, limitado por la maldición de Campe o tu juramento por Estigia, hubieses seguido el camino de la diplomacia desde un principio. Tu carnicería a medias nos ha dejado donde estamos, en eso tengo que darle la razón a Tritos. Por eso debe haber, ahora así, una medida distinta a la guerra.
—¿Quién se sienta en el trono de Saturno? —preguntó Narciso, intuyendo que sus compañeros conocían la respuesta, y la temían.
—Titán —contestó Titania luego de un desolador silencio. Hasta Tritos se quedó mudo—. Si Caronte no pudiera acometer la misión para la que los dioses lo liberaron, será Titán de Saturno quien se encargue del Santuario y todo el que allí se encuentre.
—Eso no ocurrirá —aseguró Caronte, cansado de que todos, desde Fobos hasta sus compañeros, dieran por hecho que iba a fracasar—. Una vez arranque las manzanas podridas y las arroje al infierno, tomad lo que quede y reorientadlo. Convertid a la única causa que importa a los santos de Atenea y los marinos de Poseidón, una vez termine mi trabajo, una vez corte con los rencores que nos separan.
—Muriendo —intuyó Dafne.
—Solo una muerte aparente.
—Creo entender lo que planeas, Caronte —dijo Ío—. Si todo saliera bien, tu estrategia sería una mejor opción, sobre todo si el enemigo tiene planes e incluso aliados ocultos a nuestro entender. Lamentablemente, no podemos permitirnos el lujo de tomar decisiones según escenarios ideales. Siempre debemos estar listos para lo peor. Por eso di permiso a Titania para preparar esta alternativa. Ni siquiera tiene por qué ser una opción postrera a la guerra entre el Hades y la Tierra, podríamos hacer uso de ella antes, si retrasas ese conflicto el tiempo suficiente para que el Santuario entre en razón.
Por toda respuesta, el regente de Plutón inclinó la cabeza, humilde. No era sorprendente que Ío estuviera al tanto de su juramento, cuya base radicaba en castigar el orgullo de Akasha de Virgo. Si, como él intuía, aquella muchacha acababa siendo la Suma Sacerdotisa, el plan de Titania bien podría obligarla a poner los pies en la tierra. Después, él tendría que encabezar el ejército de los muertos a sabiendas de que los Astra Planeta estarían apoyando el bando de los vivos. Sería derrotado, y la alianza entre el Olimpo y el Santuario se firmaría con la sangre que dejase en la superficie, antes de volver al Tártaro a fungir como carcelero. No parecía que hubiera manera más formidable de desbaratar los planes del Hijo que esa, en la que la problemática fuerza de los santos de Atenea, hacedores de milagros, se ponía en contra del dios sin nombre.
Una muerte aparente, una derrota que era en realidad una victoria para quien había querido ir más allá de lo que cabía esperar de una de los makhai. Tan retorcida sería aquella obra que no pudo contener una sonrisa, a la que nadie prestó atención.
—¿Espera que los santos entren en razón si combaten a… eso…? —preguntó Tritos.
—No si por «entrar en razón» entiendes rendirse y someterse a nuestro liderazgo —dijo el regente de Júpiter—. Morirán antes que hincar la rodilla si en realidad son santos de Atenea, y matar antiguos héroes es algo que a él se le da bastante bien.
—Demasiado —intervino Dafne—. Entregar el alba de Saturno a tal ser y liberarlo tan pronto… Quizá no haya tiempo para lamentarnos de ese error.
—No es el peor de vuestros hermanos, noble hija de Gea —apuntó Titania—. Y de entre todos nosotros es el más apropiado para recordar a los santos su mortalidad, si se me permite decirlo. Los más fuertes del ejército de Atenea se reunirán con el más fuerte de los Astra Planeta, en la Cámara de las Paradojas, antes de que se enciendan los fuegos de la guerra entre los vivos y los muertos. Pasarán una dura prueba que los cambiará por completo. De la derrota, nacerán la humildad y la sabiduría.
—No parece una estrategia muy brillante. Enviáis a un astral como si fuera un perro de caza a meter miedo en la presa, o un matón golpeando a unos cuantos rebeldes hasta que el «no» se convierta en «sí», o en su defecto, en silencio.
—Narciso de Venus —dijo la regente de Urano al tiempo que sonreía—. Me disculpo si te he dado a entender que deseo liberar a Titán para que mate a nuestros potenciales aliados con sus propias manos. Conozco demasiado bien el alcance de los dones de Saturno como para caer tan bajo. El muro contra el que los santos chocarán será la Historia. La parte que corresponde a su orden, por lo menos.
—Así que era eso —dijo Admeto, asombrado por la propuesta que ya empezaba a entender—. No esperaba que la sucesora de Oberón fuera a igualar sus logros. En este momento siento preocupación y admiración a partes iguales. ¡Sin duda doy mi consentimiento a tan brillante y arriesgado plan, Titania de Urano!
Bastó un gesto de asentimiento de Ío de Júpiter para que Admeto lanzase las llaves a la séptima astral, quien las atrapó al vuelo. Titania sintió de pronto un peso descomunal, que amenazaba con arrojarla a ella, el trono, y el salón entero hacia algún abismo más allá de la Esfera de Júpiter. El aro, negro como la noche, se punteó de estrellas.
—Yo también apoyo tu plan, Titania —dijo Tritos—. El problema…
—Sientes que debes ayudar a Caronte hasta el final —completó Titania.
—Aunque me ponga las cosas difíciles, no podría acusarlo de nada si no observo sus peripecias hasta el final, sea el que sea. ¿Qué es lo peor que puede pasarme? ¿Ser encerrado en el cabo de Sunión?
Tan pronto Tritos terminó de hablar, rio. Fue una risa corta e incómoda, que la gélida mirada de Caronte de Plutón cortó en seco.
—¿Tienes algo que decir, hermano? —preguntó Titania en gesto conciliador.
—Haz lo que desees —contestó Caronte—. Yo haré otro tanto, siempre que…
—Los Astra Planeta solo intervendrán si el plan resulta existoso —aseguró Ío, pues ese debía ser el acuerdo al que llegó con su hija—. No obstante, espero que comprendas que liberar a Titán de Saturno requiere un tiempo de preparación, por lo que no conviene que inicies hostilidades por alguno de tus acostumbrados arrebatos.
Caronte asintió. Esa parte, al menos, la entendía.
—Plutón, Neptuno, Urano y Saturno pueden actuar por su propia cuenta y riesgo —dijo Dafne—. Nada tenemos nosotros que decir aquí, estando de por medio la aprobación de nuestro comandante, tanto para tu papel, Caronte, como para el plan de Titania.
—Mi labor consiste en buscar un regente para la primera Esfera de Crono —les recordó Narciso—. Aprecio la cercanía a la Palabra de los Dioses, mas semejante bendición ha de adquirir forma, ante la cual el universo físico se incline.
—¿Y se la darás tú, Narciso de Venus? —cuestionó la regente de Urano.
—Soy un ángel, audaz Titania. La realidad es arcilla en mis manos.
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—Era un buen plan —dijo Tritos tiempo después, rememorando la reunión—. Un muy buen plan, ¿alguien podría explicarme por qué no lo seguimos al pie de la letra?
En esa ocasión, solo los asientos de Neptuno, Urano y Júpiter estaban ocupados. El propio Tritos era en realidad una proyección psíquica enviada desde el cabo de Sunión, un detalle que le habría resultado gracioso en cualquier otra circunstancia. ¡Uno no podía predecir el futuro ni siquiera por accidente, so pena de que este te estallase en la cara! Titania tampoco parecía de humor en esos momentos, mientras que era imposible leer la expresión del más humano de los presentes. Ío lucía pensativo, sin ni una sola muestra de enfado porque Caronte lo hubiese arruinado todo por un arrebato.
—¿Sabe algo, padre? —preguntó Titania, intrigada—. Cuando Dafne y Narciso se retiraron, empezó a hablar de reabrir el Portar del Tiempo y contemplar el futuro. Admeto, Tritos y yo nos retiramos. Solo Caronte permaneció allí.
—No puedo ser el traidor de esta generación, hija —aclaró Ío, despreocupado—. Pertenezco a la primera, al igual que Astreo de Saturno.
—¡No pretendía insinuar eso! —exclamó Titania.
No obstante, Ío ya no la miraba a ella, sino a Tritos, quien se atragantó.
—Comandante, dije que ayudaría a Caronte y eso hice.
—Despreocúpate, tu ayuda no fue lo bastante determinante como para haber cambiado nada de no hacerlo. Caronte había herido a la santa de Leo, por no hablar de su amenaza a todos los santos, desde los legítimos hasta los caballeros negros, guerreros azules y guardias del Santuario, los llamados santos de hierro. E incluso antes de esos acontecimientos, ya era tarde para seguir el plan al pie de la letra, puesto que las fuerzas del Hades no iban a esperar a ver si nuestras intrigas rendían frutos. No había vuelta atrás desde que Bolverk de Cocito tomó Heinstein, así que despreocúpate, hijo de Poseidón y Clito. Te absuelvo de cualquier falta que creas haber cometido.
Tritos abrió la boca, quizá más de lo necesario, para recordar a aquel hombre astuto que había evitado responder a la pregunta de Titania, como si escondiera algo, pero terminó cerrándola. Él había dado por perdido el plan en cuanto supo de la amenaza de Caronte hacia todos los santos de Atenea, por lo que ni tan siquiera se molestó en solicitar una nueva reunión de los Astra Planeta. Ayudó a Caronte, tal y como dijo que haría, hasta tal punto de cuestionar al que era avatar de Poseidón, su padre, si era justo que un dios interviniese en una guerra legítima como la que se libró entre los vivos y los muertos. No tenía derecho a pedir cuentas a nadie, no a esas alturas.
Pero Titania sí, de modo que Tritos la miró, expectante. Si el comandante de los Astra Planeta sabía la razón tras el cambio de opinión de Caronte, solo su hija le haría hablar.
—Padre, dice que no era posible seguir el plan al pie de la letra —apuntó la regente de Urano, libre de culpa, pues sus deberes, al igual que el proceso para liberar a Titán, la mantenían apartada de la Tierra—, no que no podamos seguirlo de otro modo.
Ío asintió, para extrañeza de Tritos.
—Si entendí bien, la idea era apartar a los santos de oro del resto del ejército de Atenea, someterlos a una prueba y urgirlos a tomar una decisión antes de que su ausencia garantizara la aplastante victoria de las fuerzas del Hades. ¡La mayor parte de los soldados y engendros del inframundo están bajo tierra ahora mismo!
—La esencia del plan es utilizar a Titán de Saturno para que los santos de Atenea recuerden su mortalidad —advirtió Titania—. Eso es, si cabe, más sencillo ahora, porque ya no necesito convencer a los más fuertes del Santuario de que tomen la decisión correcta, sino a una de ellos, Akasha de Virgo, la Suma Sacerdotisa. Y lo hará con tal de salvar las vidas del resto, es ese tipo de líder.
—Con todos los problemas que tenemos encima todavía quieres más —expresó Tritos, extendiendo cuatro dedos que fue bajando según enumeraba—: Mi encierro, la desaparición del santo de Pegaso, el ejército del Hijo y el pequeño detalle de que Caronte debía regresar al Tártaro tras una falsa muerte para cumplir su nada lujoso deber, no ser sellado en el ánfora de Atenea. ¡Por los siete mares! ¿Qué tiene esa Suma Sacerdotisa en la cabeza para haber pensado usar eso contra nosotros?
—Cerebro —murmuró Ío con una sonrisa taimada.
—De todos esos problemas yo me encargaré —aseguró Titania—. Os liberaré a ti y a mi hermano. Después podremos preguntarle qué ha sido del santo de Pegaso y los otros tres desaparecidos. Puede que tenga que encargarme de ellos junto a los siervos del Hijo, pero primero daré una última oportunidad al Santuario de enmendar sus faltas.
Aun antes de que Titania empezara a exponer el nuevo plan, Tritos sabía que se iba a unir, pero no esperó que Ío se apuntara sin dudar. ¿Qué pretendía aquel viejo mortal, de pronto tan pensativo y silencioso? Quizá era preferible no saberlo.
Notas del autor:
Shadir. Tenía la impresión de que al menos no te había notificado el interludio (lo publiqué en el medio del mes de descanso), me alegra que hayas podido ponerte al día.
Los que tienen roles tan elevados tienden a complicarse la vida, de forma consciente o no. El poder puede ser una carga muy pesada. Solo nos queda si estos afamados guerreros pueden cargar con él, antes de que los aplaste.
Ulti_SG. Están todos los eventos de las Guerras Santas, donde por lo general siempre intervienen los santos de Atenea hasta donde sabemos. ¿Qué relación tendrá Ío con estos conflictos, considerando que es él que da esa forma a los dominios que rige?
Nadie tiene el sentido común de activar el Modo Fácil y solo disfrutar la historia. Siempre tienen que hacerlo a la manera difícil, sin leerse el manual de instrucciones.
Se podría decir que Fobos está… ¿Destripando la historia?
Otro misterio más a la lista.
