Capítulo 108. Cambio de planes
Kiki apareció en Rodorio mucho antes de que Munin se recobrara del terror y le avisase, mediante telepatía, que el Santuario había desaparecido.
— Seguid avanzando — respondió el maestro herrero de Jamir—. ¡Seguid avanzando!
Ya que Akasha todavía parecía estar en shock, Kiki recibió las explicaciones de parte de quien hubiera querido llamar completo desconocido, aunque no lo era. Asterión de Lebreles se presentó como un caballero de las Ochenta y Ocho Alas del Rey, pero para el pelirrojo era claro que se trajeron del mismo santo de plata presentado por el Santuario para cazar a los santos de bronce hacía tanto. No le sorprendí tanto verlo vivo como si fuera alguno de los otros supervivientes de la última generación de santos de plata, porque era discípulo de Mu y este había jugado un papel en fingir su muerte para que pudiera entrenar a su discípulo, Nachi de Lobo, quien más adelante protegería el cuerpo de Atenea durante la Batalla de las Doce Casas. Sin embargo, después tanto Mu como el purificado Santuario le perdieron la pista; a diferencia de otros santos de plata desaparecidos, Asterión de Lebreles nunca volvió y lo único que puede hallar de él fue su manto sagrado. ¿Qué había estado haciendo mientras se sucedían la Guerra Santa contra Hades, la Noche de la Podredumbre y el conflicto entre los vivos y los muertos?
Asterión no dio ninguna clase de explicación previa, se limitaba a contar el más disparatado relato sobre cómo el espíritu de Aquiles le poseía y de cómo Hermes colocaba sobre sus humildes pies las sandalias aladas que un día usó Perseo. En la mente del caballero era como si hubiera tenido que recorrer la distancia de todo un universo que buscaba matarlo, saltando entre abismos donde el pasado, el presente y el futuro se entrecruzaban. Él mismo parecía todavía afectado por la disrupción cósmica que atravesó, porque a medio relato volvió atrás y destacó la brava forma en la que la Suma Sacerdotisa, a pesar de que no tenía protección alguna, confrontó a una de los Astra Planeta, los guerreros más cercanos a los dioses que reinan en el elevado Olimpo. Fue tanto el valor que Akasha de Virgo exhibió entonces que la misma Atenea se le apareció,
—La diosa de la guerra justa bendiciendo una escapada —repitió Kiki mientras echaba una ojeada a Orestes—, tiene sentido, solo que no lo capto.
—No hay mucho que entender —dijo Akasha de pronto, atrayendo la atención de todos. Adremmelech, a su espalda y cargando dos Cajas de Pandora, le ofreció una pieza de metal que había extraído del cofre de Virgo. Una máscara—. Nuestra misión de paz es ahora también una misión de rescate. Eso es todo.
—La tripulación no está muy pacífica ahora… —comentó Kiki.
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A pesar de la advertencia del maestro herrero de Jamir, Akasha pensó prudente atender la situación con poca gente primero. Recobrando parte de su aplomo, la Suma Sacerdotisa pidió a Kiki que transportara a Asterión de Lebreles a la cubierta del Argo Navis para que los preparara, mientras que ella tendría una reunión con Shun, comandante de la expedición. Orestes no tardó en objetar, queriendo acompañarla.
—Permitidme lavar la deshorna de mi ausencia —pidió el micénico.
—Tú que eres lento en la acción y rápido en las disculpas, es mejor que ayudas a tu compañero, sea quien sea —repuso la Suma Sacerdotisa, pagando con aquel hombre la frustración que ahora la embargaba—. Adremmelech, tú te asegurarás de que ellos dos contarán lo indispensable y no alarmen sin necesidad a los míos.
El Caballero sin Rostro, último de los integrantes de la tripulación ingeniada por Kiki, se limitó a asentir. Después, él, Orestes y Asterión desaparecieron de la villa de Rodorio, dando a Akasha espacio para pensar en cómo hacía tan poco tiempo le impresionó la audacia de Kiki para debilitar a Hybris y crear un capaz grupo de viaje de un solo movimiento. ¿Era este un castigo de los dioses por trivializar una tarea tan delicada? ¿No había dado la importancia necesaria a la embajada de paz que tuviera que impedir nuevas guerras contra los Astra Planeta? En el encuentro con Titania, la posibilidad de salvar el Santuario estuvo al alcance de su mano, solo tenía que dejar el Ánfora de Atenea, pero no lo hizo. Ni siquiera ahora deseaba hacerlo.
Las gentes de Rodorio ya empezaban a salir de sus casas, recibiendo con entusiasmo los dorados rayos del amanecer. Era una alegría que no iba a durar, Akasha lo sabía, pero en la posición en la que estaba no podía seguir allí sin hacer nada. Confiando en la barrera que rodeaba al pueblo, único rastro del cosmos de Arthur en el mundo, tomó la mano del recién aparecido Kiki para realizar un pequeño viaje antes de reunirse con el comandante de los nuevos argonautas. La misión de paz se había tornado mil veces más peligrosa ahora que sabían que otro de los Astra Planeta era un enemigo, los hombres escogidos por el duende pelirrojo ya no bastaban. Tal vez nada bastase, en realidad.
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Era un cuarto sencillo, como todos los que había bajo la cubierta del Argo Navis. Siendo uno por cada constelación, Shun había escogido el que correspondía a Andrómeda, donde lo que más destacaba era una mesa alargada llena de mapas de tierras extrañas, cartas de navegación para mares que ya no existían y otros documentos que por un buen rato habían colmado la atención de Azrael.
Cuando Akasha apareció, empero, tanto el asistente como Shun y su eterna compañera, June, dejó de tener ojos y oídos para cualquier otra cosa que no fuera ella y los devastadores acontecimientos que les expuso sobre lo ocurrido en el Santuario.
—¿Cuántos han desaparecido? — preguntó Shun enseguida, utilizódo un tono amable que daba por vivos a todos los que la tempestad espacio-temporal se llevó.
Akasha los enumeró con toda la entereza que le fue capaz. Primero dijo Arthur de Libra y Lucile de Leo, pues sintió el cosmos del primero que se enfrentó a la astral y oyó la dulce voz de su vieja amiga tratando de impedir la destrucción del Santuario. Lo de Shaula de Escorpio y sus inestimables compañeros, Subaru de Reloj y Mithos de Escudo, era toda una ironía: la hija de Ban habría estado desde hacía rato tan recuperada como el propio Sneyder si no se hubiera empecinado en andar una mañana, con los primeros rayos de sol, a honrar la tumba de su subcomandante, Ismael de Ballena. Akasha todavía podía escuchar las quejas sonoras de Minwu de Copa sobre la necesidad de su paciente, que le costó que se le abrieran las heridas y necesitara más reposo. con todo,
—Creo que Shizuma de Piscis también ha desaparecido —apuntó Akasha—. Trató de salvarnos a todos, pero Titania de Urano se lo impidió.
—¿Tan poderosa es que incluso pudo bloquear al Kyoka Suigetsu de Aoi? — preguntó Shun, asombrado—. Son terribles adversarios, los Astra Planeta.
—Sí, poderosos, muy poderosos —convino Akasha, extrañando el extraordinario poder Almagesto ; aun si este no bastó para matar a Caronte de Plutón, mientras que la fuerza de las constelaciones fluyó por sus venas no se sintió tan vulnerable, tan insignificante—. Pero no son invencibles, tienen miedos como nosotros.
—¿Qué podrían temer, salvo a los dioses?
—A ti.
Al igual que Kanon de Géminis, Arthur de Libra también había bañado el áureo manto que portaba con la sangre de Atenea. Ambos se prepararon para el día en que ninguno de los héroes legendarios siguiera en la Tierra, y también, como le confesó Arthur a la luz de aquellos días de charlas y trabajo en el templo papal, por si la nueva generación no era lo que esperaban . Tan agotada de tragedias y guerras, Akasha no culpó al Juez por el engaño, aunque sí que reclamó que tanto él como el antiguo Sumo Sacerdote pecaron de arrogantes, pues, ¿quién decía que no podrían ser ellos los que tomaran un mal camino, en el futuro? ¿Qué ocurriría entonces? ¿Quién vigilaría a los vigilantes?
Fuera como fuera, la Suma Sacerdotisa no contó a Shun esos detalles, sino que se centró en el aparente miedo que una de los Astra Planeta sintió por el milagro de Elíseos.
—No tengo pruebas de ello, pero creo que la astral que contuvo a Arthur es la misma que atacó al Santuario —expuso Akasha, a lo que el santo de Andrómeda asintió—. Si tomamos en cuenta que Narciso de Venus impidió que Seiya y los demás despertaran ese poder que trasciende los sentidos, creo que podemos considerarlo, por lo menos, una razón para que los Astra Planeta no nos destruyan sin más.
—Siempre que sea solo uno —comentó Shun—. Caronte está sellado en el Ánfora de Atenea, pero Tritos de Neptuno estaba en el cabo de Sunión, que ya no se encuentra en la Tierra según decís. Después están Titania de Urano, Fobos de Marte y Narciso de Venus. ¿Alguno de ellos será un aliado, me pregunto?
El sonido de un bastón al golpear el suelo sacó a Shun y Akasha de sus cavilaciones. Kiki lucía tan impaciente como preocupada.
—Se nos agota el tiempo —acusó el pelirrojo—. Pronto entraremos en los mares olvidados y yo de ahí no puedo salir como la Dama Blanca. ¡Si lo decidimos en los próximos dos minutos puede que podamos regresar dos!
El santo de Andrómeda miró a la Suma Sacerdotisa, quien sacudió la cabeza.
—Comprendo que temáis por nuestros compañeros, pero el Santuario os necesita.
-Perder. Hybris, Damon, los engendros del Hades que siguen en la Tierra… Son muchos los problemas y asuntos a tratar, es por eso que primero acudí a Nicole de Altar, perder tal vez un tiempo valioso, para encargarle que cumpla mis funciones de forma temporal . Shun, Titania de Urano me quiere a mí, me citó a mí en los mares olvidados, debo acompañaros en este viaje, sean cuales sean las consecuencias.
Shun asintió, comprendiendo la situación. June hizo amago de intervenir, adelantándosele Azrael con sendas inclinaciones al comandante de la expedición y la Suma Sacerdotisa, ya miembro de los nuevos argonautas.
—Agradezco la confianza depositada en mí —dijo Azrael, desoyendo las quejas de Kiki por no haberlo tenido en cuenta—. No obstante, en estas circunstancias creo que soy el más indicado para quedarme en tierra. Sigue habiendo santos de oro, plata y bronce necesarios para lidiar con una época de paz, por lo que Hugin, Emil, Makoto, Ban y June no cambiarían demasiado al volver. La presencia de Munin e Hipólita en el Argo Navis es indispensable para mantener a raya a Hybris, y al menos yo no tengo corazón para negarle a Soma el ir en pos de su hermana. En contraste, la Guardia de Acero ha perdido a dos de sus más destacados oficiales, Tiresias por quienes vienen de los santos de hierro del Santuario, y Shiva, por los que provienen de la Fundación. Soy el que más sumaría en la Tierra y el que menos va a restaurar en este viaje.
—Te subestimas —acusaron, a un tiempo, Akasha y Kiki. La Suma Sacerdotisa terminó dejando la batuta al pelirrojo, quien añadió—: Tienes ideas muy alocadas y un optimismo tremendo, solo tú podrías convencer a los que miran desde lejos el oro resplandeciente de que pueden realizar grandes cosas. ¡El cosmos no es todo en la vida!
—Podría estar de acuerdo si las cosas ocurran como antes —dijo Azrael, mirando a Akasha—. Pero estando la señorita aquí, tenéis todo lo que yo podría ofrecer y aun más. Las ideas que puedo dar servir solo para la guerra, mientras que las que teje la señorita sirven por igual en el lado bélico del mundo cuanto en su lado más pacífico, de tal manera ejemplifica lo que es servir a Atenea, diosa de la guerra justa y la sabiduria.
Contra tales palabras Kiki no tenía argumento alguno. O tal vez lo que ocurrió era que los rayos del Sol ya estaban por bañar el punto exacto en el que el Argo Navis entraría en los mares olvidados. Del modo que fuera, el maestro herrero de Jamir se colocó al lado de Azrael, quien dedicó a Akasha un más bien inoportuno saludo marcial.
—Ya podrías darle un abrazo al menos —murmuró Kiki, con una voz más aguda que la que usó al hacer una súplica a Akasha—: Tráela de vuelta, por favor. No —dijo, sacudiendo la cabeza y mostrando unos ojos ya llorosos—: ¡Regresad las dos, las dos!
—Así lo haremos —dijo Akasha, alzando una mano a modo de despedida—. El mundo que nos vio nacer, os lo encomiendo a ambos. Sé que lo haréis bien.
La voz se mantuvo firme, aunque cálida, hasta el final, cuando se quebró por un momento. Justo en ese instante, Azrael y Kiki habían desaparecido.
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Shun, June y Akasha todavía hablaban un rato más, razón por la que uno de los que en cubierta esperaban respuestas tocó la puerta cierta con intensidad. La Suma Sacerdotisa ya sabía de quién se buscó antes de abrir.
—¡Akasha…! ¡Quiero decir Su…! ¿No os habíais ido? —preguntaba Makoto mientras trastabillaba hasta topar contra la pared.
—La situación ha cambiado. Ocuparé el lugar de Shaula de Escorpio por el momento.
—Azrael estará saltando de alegría.
—Azrael no nos acompañará.
—No hubiera sido un buen embajador de todas formas —dijo Makoto, fingiendo indiferencia—. Pero eso pienso yo, ¿por qué tú… vos…?
—Fue él quien lo abandonó —aseguró Akasha—. Consideró que aportó más en la Tierra que allá donde vamos.
—¿Bromeas? —exclamó el santo de Mosca, olvidando de pronto con quién hablaba—. ¡Ese hombre es capaz de abrirnos las puertas del Olimpo a punta de pistola! ¡Arriba esas barbas, Zeus! —gritó, apuntándola con el dedo—. Algo así haría.
Solo al terminar de decir tamaño dispar Makoto se tapó la boca, avergonzado como pocas veces en su vida. Por su cabeza debió pasar que la Suma Sacerdotisa lo iba a amonestar, y quizás lo hubiera hecho cualquiera en su posición y con tantos problemas que había en el horizonte, pero Akasha rio tan pronto abrió la boca. No lo pude evitar. Tardó todo un minuto en poder hablar por fin.
—Eres un buen hombre, Makoto. El mejor amigo que Azrael podría tener.
—¿Amigo? ¡Qué cosas decís, Suma Sacerdotisa!
—Si yo no logro regresar a casa —dijo la líder del Santuario, posando la mano en la hombrera del oriental—, ¿cuida de él, vale? Por favor.
—Si tú… si vos no… —Entre tartamudeos, Makoto entendió que las palabras no llegarían a los oídos de Akasha en tan tenso momento, así que asintió sin más.
Cuán cerca estaba el santo de Mosca de la verdad, este no podía saberlo. Tras muchas deliberaciones, algo habían dejado en claro Akasha y Shun: una guerra contra los Astra Planeta sería un suicidio, tenían que encontrar la manera de hacer la paz con ellos. Si eran campeones del Olimpo, como tanto alardeaba ser Caronte de Plutón, tendría que haber entre ellos quienes vieran que el Santuario solo se había defendido.
«Nuestra causa fue justa —había dicho Akasha más de una vez, rememorando, empero, cómo se había negado a hacer la entrega del Ánfora de Atenea. Si le importaba más la venganza que la paz, ¿podía ella estar del lado de la justicia?»
¿Merecía regresar a casa, después de navegar hacia la boca del lobo?
—Las cosas están un poco complicadas arriba —observó Makoto, quien la acompañaba.
—Lo imagino —asintió Akasha. Detrás, la puerta se cerró. Shun y June tenían más detalles que ultimar, o acaso solo querían disfrutar de un momento más personal, cosa que ella no iba a reprocharles, dado el futuro que les esperaba—. ¿Heridos?
—Ban ha golpeado a Hugin por ser Hugin —explicó Makoto—. Estaba tan enfadado, que Soma dejó de amenazar a todos con quemarnos vivos por abandonar a Shaula a su suerte. ¡Menuda familia! ¿Azrael no será pariente de ellos?
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El Argo Navis ya se había adentrado en los mares olvidados, lejos de todo contacto con el exterior. Los cielos no tardarían en volverse caprichosos, pasando del día a la noche, de la calma a la tormenta, y de un sinfín de nubes a un cielo despejado. Y eso en el mejor de los casos, pues los fenómenos celestes solían entremezclarse en aquel espacio donde infinidad de pedazos del tiempo y el espacio del mundo hallaban el reposo final.
Munin de Cuervo Negro grababa la noche eterna de Isla Gris, así como los cielos rojos de islas volcánicas tan antiguas que ni siquiera constaban en leyenda alguna, precedentes de un sol tan cálido y agradable que daban ganas de no seguir navegando. En ocasiones, el Argo Navis atravesaba los mares olvidados por demasiado tiempo y la tormenta los asediaba con los más fuertes vientos y olas grandes como montañas. De ese modo se comunicaba Poseidón con ellos, arrojándolos a un laberinto marino en el que la bruma abundaba y donde cada espacio despejado era un cruce de mil direcciones distintas, cada una más alejada de la Tierra que la anterior. Allí donde el cielo matinal pasó en un parpadeo a teñirse de un negro con estrellas que el hombre desconocía, Hybris pudo perder a muchos caballeros negros. Por suerte,Hijos de Mnemosine presente en la mente de algún tripulante, el capitán por lo general. Mediante la conexión entre Munin y el eidolon que había introducido como polizón, el caballero negro de Cuervo se aseguró de encontrar el camino de regreso a casa. Para él era tan sencillo como orar a la luna que le sonreía desde su trono de tinieblas, y si la plateada señora de las ilusiones era sustituida por el sol, patrón de la razón, tanto daba, a él seguiría como una oveja obediente fingiendo ser pastor. Pero ahora él era un viajero y ni podía ni le convenía usar su mejor técnica.
De todas maneras, el clima de los mares olvidados recordará de momento una inesperada naturalidad. Cualquiera habría dicho que seguían cruzando el Egeo y que el papel de su hermano era tan inútil como humillante.
Sí, menos mal que él no había hablado de su papel en las pasadas incursiones del Argo Navis. No le apetecía nada estar pendiente de por dónde pasó el sol. De nuevo.
Puesto que el barco era movido por fuerzas milenarias, toda la tripulación podía permitirse estar en cubierta para tratar los asuntos del viaje, siempre que Hugin de Cuervo cumpliera su labor de estar atento siempre al curso del sol.
Muchos se habían congregado a la cubierta. En un extremo, santos de bronce, plata y oro. En el otro, Hipólita, Munin y Soma como representantes de los caballeros negros, ahora aliados del Santuario. Lejos, dos hombres de protección semejantes a la de un santo de Atenea, se limitaban a observar; uno de ellos era Orestes de la Corona Boreal, y el otro decía ser Asterión de Lebreles. Buena parte de la tripulación había conocido el destino del Santuario por boca de aquel personaje y todavía esperaban una aclaración más precisa de parte del comandante de la expedición, Shun de Andrómeda.
Entre aquel extraño grupo estaba Akasha de Virgo, con el peso de la destrucción pasada y futura amenazando con aplastarla. Tenía ante ella al traidor de su generación, el Caballero sin Rostro, hincando la rodilla de un modo que Hugin describía como vergonzoso. A pesar de que en la actualidad Hybris era un ejército aliado, no era admisible olvidar que fue la ayuda de aquel hombre, un santo de oro, lo que ayudó a Altar Negro robar a tantos fieles a Atenea del seno del Santuario, aprovechando la distracción que entonces supuso el enfrentamiento de Akasha y Sneyder.
Podían escucharse los murmullos. Hugin era el que más se hacía oír, claro, pero ni siquiera Makoto, salvado por el Caballero sin Rostro durante la última guerra, y Ban, conocido por su apoyo incondicional a Akasha, podría ocultar sus desacuerdos con lo que estaba a punto de ocurrir . Como santos de Atenea, no podrán aprobarlo.
—Adremmelech —dijo la Suma Sacerdotisa—, Caballero sin Rostro, traidor a tus hermanos, al Santuario, a tu diosa.
—Jamás traiciónía… —trató de decir el ex-santo.
—Servimos a la diosa de la guerra y la sabiduría —advirtió la Suma Sacerdotisa tras callarlo con un gesto—, la servimos como los garantes de la paz y la justicia en la Tierra. Cuando es necesario luchar y matar, somos implacables, mas no siempre lo es. Nuestra señora Atenea conoce la misericordia y es capaz de perdonar a quienes desean ser perdonados. Es así, porque sin importar el bando en el que los hombres luchen, siguen siendo hombres. Ni el dios ni el ideal por el que luchen cambia eso, todos pertenecen a lo mismo. Solo que aún no lo comprenden.
Los murmullos se intensificaron. Asterión de Lebreles miraba a Akasha con severidad, en completo desacuerdo, mientras que Munin y Soma parecían sentirse especialmente aludidos. Quizá de no estar ya rodeados por los mares olvidados, habrían llegado a largarse de allí, como un par de visitantes que saben que no son bienvenidos. Los santos presentes no se irían, pero también estaban incómodos con la situación.
«¿Qué esperabais? —pensó Akasha, única de los presentes en saber que Adremmelech iba a acompañarlos desde un principio—. El manto de Capricornio le ha reconocido.»
—Dices que deseas regresar al Santuario, volver a ser un santo de oro. Deniego eso —clamó, generando falsas esperanzas por un momento fugaz—. Los hombres pueden renegar del destino, incumplir la tarea que se les ha encomendado, desviarse del camino… Pero no por ello dejan de tener un destino marcado por las estrellas. Nunca dejaste de ser un santo, Adremmelech, y en la prenda que vistes está la prueba.
Vientos desde el oeste empezaron a soplar con cierta fuerza. La toga papal tembló, mojándose los pliegues con algunas gotas de agua fría. Había empezado a llover.
—Yo, Akasha de Virgo, Suma Sacerdotisa del Santuario y representante en la Tierra, te reconozco a ti Adremmelech, como santo de Capricornio y guardián de la décima Casa del Zodíaco. Álzate, una vez más, como nuestro compañero de armas.
Adremmelech se levantó, mudo. No dijo nada, ni sobre su readmisión, ni si aceptaba ser el santo de oro que debía ser parte de aquella misión. De hecho, nadie habló durante la apurada ceremonia, más allá de un fugaz susurro de Munin sobre los Siete Reinos y el Mar de Hierba de los que nadie más sabía nada. Alguno lo interpretó como un chiste, pero no estaban de humor para siquiera sonreír.
—¿Daréis esa misma oportunidad a otros caballeros negros? —cuestionó Munin, adoptando un semblante más serio mientras miraba a Soma de reojo.
—No es necesario —aclaró Akasha—. Todos estamos sujetos a la voluntad de Atenea y del Santuario. Luces y sombras, ¿cuál es la diferencia?
Munin parecía satisfecho con la respuesta. Tras una reverencia, Cuervo Negro se retiró a descansar, acompañado por Hipólita y Soma, quien con escaso éxito trataba de ignorar la mirada de su padre; el saber a Shaula en peligro mortal había enfurecido a ambos leones, pero fue el más joven quien debió negar sus propias preocupaciones para contener al viejo, reabriendo la brecha entre ambos. Minutos más tarde, Adremmelech siguió a los caballeros negros, y al final lo hicieron también Orestes y Asterión. El primero asintió a Akasha con gesto aprobador, pero el otro rechazaba el acto con férreo fanatismo, como el creyente que ve cometida una flagrante blasfemia. Poco le importaba a ella lo que ambos pensaran. No eran santos de Atenea.
—Un discurso… peculiar... —dijo Makoto, rascándose la cabeza—. El hombre que acompaña a Orestes de la Corona Boreal… ¿Es quien dice ser? Tiene el mismo manto que Mera, pero no parece una armadura de Hybris.
—Porque no lo es —aclaró Akasha, sin poder medir su voz—. Se trata de un siervo del Hijo, como Orestes. No confíes en él más de lo necesario.
Makoto, descolocado por la situación, se limitó a asentir.
—Tenemos santos de bronce, plata y oro, tenemos sombras y tenemos Plumas del Rey —enumeró Emil, sobresaltando al santo de Mosca—. ¿No debería haber representantes del reino del mar? No digo que tenga que haber una sirena, solo que estaría bien… Ha sido un discurso bonito, por si no lo dije.
—Primero, Suma Sacerdotisa, ruego que recordéis a nuestro pícaro que por muy bien que se vean las sirenas de cintura para arriba, siguen siendo peces de cintura para abajo —dijo Makoto lanzando una mirada hastiada a Emil—. Segundo, el discurso… Lo lamento, no me lo puedo callar, en esta ocasión siento que ha sido un poco…
—Lo que Makoto os diría si tuviera arrestos es que a veces sonáis como si quisierais justificar en exceso vuestras acciones —intervino Hugin, molestando por igual a Makoto y Emil—. Os veo diciendo que solo en la muerte somos iguales para convencernos de ir al Hades a rescatar a nuestros muertos, aunque en realidad no esperáis convencernos de nada porque ya habéis tomado una decisión —añadió, de pronto más serio que de costumbre—. Ya lo conseguisteis. Sois nuestra líder, para bien o para mal, ¡más bien para mal! Nos toca obedeceros nos guste o no. Y a vos os toca dirigirnos, darnos órdenes, no meternos en una secta. Vigilar los mares olvidados, proteger un pueblo, luchar contra un enemigo invencible y fregar el suelo hasta que brille. El qué haremos está en vuestras manos de ahora en adelante, cómo pensemos es nuestro problema. ¿Se os ha antojado dirigir esta misión que habíais confiado a un gran hombre? ¡Bien, hacedlo! ¡Comandad este ejército, que para eso os sentaron en el trono, pero no lo ahoguéis en vuestra filosofía personal y utópica!
—En resumen, servimos a Atenea, pero no en sentido religioso —añadió Makoto.
—Es lo malo de ser la líder de los guerreros más poderosos e increíbles del mundo —dijo Emil—. Tus mejores deseos para la humanidad se convierten en las palabras de un dictador. Ese es el punto, ¿no? —reprochó el santo de Flecha.
—No era mi intención… —aseguró Makoto.
—La mía sí —insistió Hugin—. Nadie quiere un nuevo Saga de Géminis. Me atrevería a decir, loco yo, que ni vos misma lo deseáis. Vuestras palabras han unido a enemigos ancestrales contra una causa común, todo un logro si me preguntáis. Todos cooperamos para proteger la Tierra, y ahora, cuando este viaje acabe, quien no amenace el equilibrio del mundo, vivirá, quien sí, será perseguido. Todo volverá a su estado natural, salvo la mediación de los dioses, o del sentido común, no sabría decir qué es más improbable.
Pasaron unos minutos muy tensos. Tanto, que Emil y Makoto temieron que fuera a iniciarse otra pelea. Hugin hablaba de la responsabilidad del poder, en la acción y en el discurso, al tiempo que cuestionaba a quien representaba a Atenea en la Tierra.
—El poder no sólo conlleva responsabilidades, Hugin, también derechos.
—Está bien, Makoto —dijo Akasha—. En comparación con la voluntad de Atenea, mis deseos no tienen importancia, y debo velar por el destino del mundo que es, no del que desearía que fuera. Agradezco vuestras palabras, y las tendré en cuenta en el futuro.
—Eso tampoco sirve. Líder, autoridad. No autoridad, no líder. Oh, dioses.
Tras decir tales palabras, Hugin saltó hacia el mástil, desde donde seguiría vigilando el curso del Sol, a través de sus cuervos. Emil trató de deslindarse de las declaraciones de Makoto y Hugin, pero al ver que ya era tarde, volvió a esperar sirenas en la barandilla. El último en alejarse fue el santo de Mosca, no sin antes preguntar por qué no había guerreros azules en el barco. Tenía entendido que estos habían destacado por igual en los frentes de Bluegrad, Naraka y el Pacífico.
—Munin me dijo que su capitana es tan fuerte como Hipólita —dijo Makoto entre susurros—. Claro que después dijo que él también lo fue.
—Hemos metido a los guerreros azules en demasiados problemas —contestó Akasha—. Ellos solo querían velar por su hogar, ya han hecho mucho.
—Hay gente en Bluegrad que habría sido de mucha ayuda en una misión de paz —insistió Makoto, que al no hallar respuesta decidió que era el momento de retirarse.
«Ahora nuestra misión es también de rescate. —Atendiendo a las palabras de Titania, era indudable que durante el viaje se encontrarían con más astrales, pues el Santuario se hallaba desperdigado por los dominios de los Astra Planeta. ¿Serían ellos más accesibles, más razonables? —¿Lo seré yo? —se preguntó con inquietud.»
Incapaz de hallar una respuesta, prefirió concentrarse en el presente por hora. Ban seguía en su posición inicial; mudo, aunque expresivo. Desaprobaba el regreso de Adremmelech de Capricornio, y Akasha no podía culparlo, dadas las circunstancias. Se suponía que iban a contar con Shaula de Escorpio, alguien en quien confiar.
—Confianza —musitó la Suma Sacerdotisa, recordando que era la primera vez que zarpaba en el Argo Navis hacia lo desconocido sin contar con el apoyo de Azrael.
Dio un paso al frente y ni uno más. De pronto sintió una familiar sensación de parálisis. Y no era solo ella: las aguas de los mares olvidados, las nubes de tormenta acercándose desde el oeste, los santos de plata y de bronce, las velas agitadas por el viento… Hasta donde alcanzaba la vista, todo en derredor estaba detenido, como si el mundo se hubiese convertido en una fotografía a color. Suspendidas de forma irregular por el cielo nocturno, miles de gotas de lluvia podían vislumbrarse, desviadas por una forma que recordaba al contorno de un ojo humano. En el interior apareció una pupila ambarina en medio de un blancor que se le antojaba infinito.
—Te estoy esperando, Akasha —dijo Titania de Urano—. En los mares olvidados, donde se cruzan las eras.
El mundo volvió a su cauce de inmediato. O eso apareció. Akasha no estaba allá donde estuvo hacía un momento, sino al pie del mástil y rodeada por quienes aún no habían escuchado lo ocurrido en el Santuario de alguien en quien pudieran confiar. Por las caras de todos, era evidente que a ninguno le parecía raro estar allí en ese momento, ni ella había dado muestras de haber perdido la consciencia.
Sobrecogida por el aterrador domino que Titania de Urano podía ejercer sobre el tiempo y el espacio, pero obstinada en estar a la altura de las expectativas de todos, Akasha relató cuanto había sucedido. Sobre Rodorio, quiénes se habían salvado al haber salido del Santuario la noche anterior, quiénes se harían cargo del Santuario en su ausencia, contra quién habían luchado y, sobre todo, hasta qué punto el viaje seguía teniendo el mismo fin. En eso, tanto santos de Atenea cuanto caballeros negros tenían serias dudas.
Dudas que ella respondió gustosa con toda sinceridad, sin ocultarles nada. Poco a poco, el terror que la inundaba fue disipado por las sonrisas confiadas de luces y sombras.
Notas del autor:
Shadir. ¡Oí esa frase con la voz del narrador! Qué tiempos. A Atenea le habrá pasado de todo, ya que tiene que guerrear con todo el mundo y más para proteger a los humanos, pero suena a que esta es la primera vez que le roban el Santuario.
Ulti_SG. Típico, dices que has visto muchos mundos y lo que en realidad pasó es que te sentabas a las tantas de la madrugada leyendo fanfiction. De seguro Titania también quedó picada por La Leyenda en los tiempos en que pensábamos que acabaría.
Gran referencia, gran película. Sí recuerdo que siempre te ha gustado la presentación de Titania, lo que me anima a considerar que fue un acierto cambiarle el diseño respecto a su antigua versión. En otras cosas no sé, en estilo parece que Titania es la número 1.
Algo tiene el Santuario en contra de cumplir las peticiones de los astrales. ¡A ellos ni un café! Estos, entretanto, se levan las manos diciendo que Fobos lo hizo todo.
Es bueno cuando esta historia responde las dudas importantes.
Cabeza fría, Akasha, cabeza fría… ¿Qué son esos bultos que estás tirando al mar?
