Capítulo 140. Cuando caen los héroes
Ya no eran rodeados por doce dioses inmensos e imperecederos, sino por un extenso mural con figuras de puro oricalco en relieve. Algunas brillaban como el bronce, mientras que otras ostentaban el brillo del sol y la luna. Desde un primer momento, Shun pudo reconocer a los guerreros del hoy y del pasado reciente, la generación que habían formado y aquella en la que fueron formados, asolada por la rebelión de Saga de Géminis. Todas las obras fueron hechas con el mayor detalle y esmero, recreando no solo el físico, sino también las emociones de cada uno de los santos.
Si se miraba hacia abajo, podrían verse más estatuas, dispuestas en forma de espiral. Por cada generación de santos había un nivel más, con los guerreros expuestos según el orden en que habían caído. Quienes conectaban una generación con la siguiente, como era el caso de Shun y los demás, se hallaban en medio de ambas, como un lazo irrompible que une el pasado y el futuro. Y en el centro, una escalera seguía el flujo de magníficas imágenes, hecha de puro cosmos, ya que no existía materia en el mundo capaz de soportar el poder de quienes peleaban sobre tal superficie.
Al chocar santo y astral, se encontraron con el suelo desmoronándose. Grandes plataformas de roca se partían en mil pedazos entre los que los guerreros saltaban para seguir tratando de alcanzar al otro. De una parte, Shun respaldado por dos cadenas visibles y otras tantas imperceptibles surgiendo de un lejano universo de nebulosas; de la otra, Ío acometiendo mientras llenaba todo de un mar de relámpagos.
El puño de Júpiter tenía ya poco que ver con la fuerza de los hombres. En aquel, colmillo del león divino, se reunían a un mismo tiempo el Edicto del Rey, las Chispas de Vida y la Luz Ley. Las barreras que Shun levantaba cedían ante un descomunal aumento de la presión gravitatoria, los restos eran devorados por una espiral de rayos que de inmediato asediaban al santo de Andrómeda desde todas las direcciones, paralizándolo a la vez que intensos destellos anunciaban el poder que pugnaba por despedazar su campo eléctrico. Cada golpe reunía las cuatro fuerzas fundamentales del universo, de modo que Shun procuraba evadir la mayor parte.
Ío, tal vez confiado en la ventaja que estaba obteniendo, saltó sobre el santo de Andrómeda, quien de inmediato interpuso una inexpugnable defensa a la vez que lanzaba un feroz ataque, la Onda del Trueno. Aunque en esa ocasión la cadena triangular logró hacer algo más que un rasguño, todo estaba previsto: desde las profundidades del abismo al que caería toda la superficie de aquel espacio limitado, surgieron rayos de un poder y luminosidad sin parangón, que se clavaron sobre su cuerpo tal que fueran los colmillos de un león furibundo.
Varios hilos color carmesí pasaron a través del manto celestial. A pesar de que este había absorbido gran parte del impacto, la fuerza de aquellas fauces era demasiado grande como para que no hubiese consecuencias.
—Tú también sangras —comentó Ío, como si aquello le impresionara. De nuevo estaban en la Galería de Héroes, en el tercero de los inmensos peldaños, ligeramente inclinados, que componían la larga escalera—. Empezaba a dudarlo.
—Sangramos al inicio de este combate. No ha cambiado nada desde entonces.
—Cierto —aceptó Ío, limpiándose el corte en la mejilla—. Por grande que sea el poder de un hombre, siempre será solo un hombre.
—No creo que eso sea algo que debamos lamentar. No me gustaría ser un dios.
—Quieres utilizar el poder de un dios.
—Es distinto. Querer ser un dios, querer utilizar el poder de un dios —explicó Shun—. Al fin y al cabo, los inmortales no pueden aceptar los fallos de quienes nacen, viven y mueren. Es por eso que nos abandonan, juzgan o castigan.
—¿No crees poder convertirte en un dios compasivo?
—Aun Atenea decidió encarnar como humana para estar entre los hombres. La perspectiva de un ser eterno e infinito no puede ponerse en la misma balanza que la de seres tan llenos de fallos como nosotros. Entiendo el abismo que nos separa, pero —dijo, endureciendo el semblante— no permitiré que caigamos en él.
—De modo que usarás los dones divinos de Júpiter para construir el puente que unirá la tierra y los cielos. El camino que reconciliará a los creadores con la creación.
—El futuro de la humanidad es algo que todos deben decidir, aunque es indudable que necesitamos ser guiados —tuvo que reconocer—, lo que no es necesario es seguir siendo juzgados como seres imperfectos. ¡Sabemos que lo somos! Construiré los cimientos de este sueño y encomendaré a las futuras generaciones la creación de la senda a un mundo de paz y justicia, sin barreras que nos separen.
—Confiarás en la humanidad, así como esperas que los dioses vuelvan a tener confianza en vosotros. Sin duda, el tuyo es un gran y noble sueño.
—Uno que habré de hacer realidad —dijo Shun, decidido—. Con el poder de los dioses y la voluntad de los hombres, lo lograré.
—Extraño los días en los que podía hablar así, pensando solo en la escala de la Tierra. Antes de formar parte de los Astra Planeta y descubrir que el planeta en el que nací era una pequeña parte del todo que debía proteger. ¿Qué harías, mi rival y discípulo, si la humanidad escogiera seguir al Hijo y fuera un peligro para el resto de la Creación?
—Ya te lo he dicho. Creo en mis semejantes.
—Yo también creo en la bondad de los hombres, sería un necio si ignorara lo que mis pares han logrado, mas —añadió, con una mezcla de malicia y tristeza— conozco demasiado bien el alcance de la maldad humana como para darles la opción de elegir. La obra del Hijo será borrada junto a ese dios sin nombre.
—¿Acaso pretendes que sea como si nunca hubiese existido? —cuestionó Shun, a sabiendas de que eso afectaría incluso el pacto con Orestes.
—Como ya te dije, deseamos lo mismo: un futuro en el que no suceda la guerra predestinada entre los cielos y la tierra. Yo solo pretendo ser más contundente.
Las palabras de Ío anticiparon el alzamiento de un poder ilimitado, por el que Shun reforzó de inmediato las defensas. Sin embargo, el soplo cósmico que el astral expulsó con solo mover el brazo ignoró el campo aislado que Shun formó, como una ola que cruza al océano y atraviesa una simple roca en el camino.
En el espacio formado por los cosmos de ambos, las paredes dimensionales fueron aplastadas por una red masiva de rayos. Las nebulosas, ocultas detrás de estas desde el inicio del enfrentamiento, chocaron contra la ola electromagnética con tal intensidad, que un fuego celestial acabó llenando aquel caótico universo. El equilibrio había sido roto y con ello se anunciaba un final inevitable.
xxx
Sin ser conscientes del desarrollo de la batalla, Akasha y los demás llegaron al Santuario a tiempo de evitar una batalla innecesaria.
—¿Qué ha ocurrido? —cuestionó la Suma Sacerdotisa.
Subaru estaba atendiendo a un malherido Mithos, que estaba cerca del templo de Aries haciendo un ovillo. Cerca, los cosmos de Lucile y Shaula ardían con intensidad. El aguijón de Escorpio apuntaba al corazón de Leo, quien iba a responder con el brazo extendido, afilado como una espada legendaria.
—Lucile, ¿qué hiciste con Mithos?
—Le di una pequeña lección para que conozca el lugar que le corresponde —explicó con tranquilidad la leona de oro—. Al árbol no se le ocurrió mejor solución al enorme sentimiento de inferioridad de su sirviente que darle una patada en la cabeza.
—Para que deje de escuchar a la Bruja… ¡Oh! ¡Suma Sacerdotisa!
Como si acabara de darse cuenta de la situación en la que estaba, Shaula se arrodilló de inmediato. A Akasha, dadas las circunstancias, le resultó algo incómodo, pero sabía que la hija de Ban podía tener todavía remordimientos por la forma en la que celebró su ascensión. Le alivió notar que Mithos ya se estaba recuperando.
Subaru, quien ayudaba a levantarse al santo de Escudo, no perdió la oportunidad de remarcar que ya había previsto aquel escenario.
—¿Ves? Te dije que pronto nos llegaría ayuda. ¡Nada menos que Su Santidad y el Pacificador! —exclamó, haciendo especial énfasis en la presencia del último.
—No estoy ciega, Subaru. —Shaula se incorporó en cuanto Akasha le indicó con un gesto que podía. Luego, tras unos segundos de incómodo silencio, aceptó que al menos debía saludar a un compañero de armas—. Acuario.
—Escorpio.
Eso era todo lo que la guerra había dejado entre ellos. De tan diferentes que eran, nunca serían amigos, pero al menos podían llevar una relación cordial.
—¿Puedes curarla? —intervino Arthur.
—¡Estoy bien! —aseguró Akasha.
—No estoy segura —dijo Shaula—. En mi búsqueda de un veneno capaz de exterminar a cualquier forma de vida que amenazase la Tierra, aprendí a sanar los cuerpos, pero el cuerpo de Su Santidad está bien. Es el alma lo que ha sido dañado.
—Una deducción sensata, para variar.
Todos prefirieron ignorar la pulla de Lucile. La santa de Leo no añadió nada más como pago por la ayuda recibida tanto de Shaula como de Subaru, quien con el poder de la manto de Reloj y un incómodo ritual en el que, por un momento, el cosmos del león y escorpión se unieron, confundiéndose, había logrado restaurar el manto de Leo.
—¡Insisto! —dijo Akasha—. Estoy bien. Es Shun el que me preocupa.
—El santo de Andrómeda tomó su decisión —dijo Sneyder, siendo Arthur el único que podía concordar con aquel punto de vista, al parecer—. Lo que ocurra en adelante solo les atañe a él y a su oponente.
—Como si fuera fácil aceptar eso… —acusó Shaula, recelosa de darle la razón—. Sea como sea, no puedo hacer nada con Shun a menos que regrese aquí —admitió, cuidándose de no añadir que debía regresar vivo.
—Su Santidad. —Sabiendo que Akasha seguiría anteponiendo la salud de otros en peor estado que ella, Arthur decidió emplear otro argumento—. Si no os recuperáis, no podremos regresar a la Tierra. La fuerza que trajo el Santuario hasta a este lugar es inmensa, hará falta mucho poder para revertirlo.
«Tierra.» Esa era la clave. Más allá de la hermandad que pudiera unir a algunos de los santos presentes, todos luchaban por defender el mundo en el que nacieron. Eso era prioridad incluso para Akasha, que acabó accediendo.
En lo que los demás entraban al templo de Aries, Shaula se acercó a sus compañeros, preocupada por el estado del santo de Escudo. Ya que Rho Aias se nutría del cosmos de Escorpio, la fuente del mismo podía pasar a través de él ignorando las veinticuatro mil placas. Eso no solía ser un problema, Mithos aguantaba bien los golpes, pero verlo atormentado por el canto de Lucile la dejó fuera de sí. Se había excedido.
—Por eso te digo siempre que no te alejes de mí. ¡Sobre todo si está la Bruja de las Emociones cerca! ¡Nunca te quedes solo con ella!
Ninguno de los santos de plata tuvo el atrevimiento de recordarle que fue ella quien les pidió salir del templo mientras curaba a Lucile. Además, a Shaula le bastó pasar la mano por la nariz sangrante para que la herida se cerrara a la perfección, llenando el alma del santo de Escudo de una serenidad infinita. Como Subaru solía decir, había una recompensa detrás de cada mal golpe, por eso no lo avisaba.
Mithos solía replicar que prefería ser avisado, así como que alguien con el don de ver el futuro tendría que ser más prudente. Nunca le hacía caso.
—¡Al fin has abrazado tu destino como maga…!
—Eh, lady Shaula —dijo Mithos, lamentando que ni interrumpiendo la enésima locura de su compañero fuera capaz de frenar ese ridículo tartamudeo—. Parece que Alcioneo se fue en cuanto empezó la batalla entre el señor Shun y el astral. Huyó.
—¿Y? Me prometió que se casaría conmigo después del torneo. No ha habido torneo. No hay matrimonio. Los dos somos libres de hacer lo que queramos.
—L-Lo que quiero decir…
—Cree que es un cobarde indigno de su l-lady Shaula —completó el pícaro Subaru, incluso tartamudeando para hacer más creíble la imitación.
—No deberíais hablar de valor o cobardía en esta situación. ¿Lo sentís? —cuestionó Shaula con severidad. Al ver que los santos de plata estaban confusos, hizo un gesto de asentimiento—. Exacto, no sentís nada a pesar de que no hay modo alguno en que dos cosmos tan grandes puedan ocultarse. Por la misma razón que no podemos aprehender la totalidad del universo, somos incapaces de percibir el poder infinito que ostentan quienes luchan para protegerlo. Es el nivel de los elegidos de los dioses. En ese punto, tener miedo es natural. Todos aquí esperamos no tener que enfrentar algo así…
—Pero lo haremos, si es necesario —dijo Subaru.
Los tres asintieron ante aquel comentario que, por fortuna, no era una predicción. Luego, se internaron en el templo. Incluso si no podían luchar, tenían mucho que hacer.
xxx
El vacío que Shun e Ío recreaban en cada choque se había desbordado debido a una descomunal y volátil energía cósmica.
Si alguien pudiese observar de un solo vistazo tal enfrentamiento, se encontraría con un círculo en apariencia rosado y perfecto, a excepción de los rayos titánicos que lo recorrían de forma incesante. Sin embargo, en realidad aquella masa estaba lejos de ser uniforme o de tener un solo color. Ya que no eran dioses los responsables de liberar y controlar tamaño poder, resultaba imposible que este adquiriera el delicado equilibrio que permitía la existencia continuada de un universo. Así, no llegaban a formarse galaxias, cuásares o cualquier agrupamiento coherente de cuerpos celestes, la destrucción y la creación se confundían en todo momento a merced del caos.
Aun el centro de aquel Tormento Cósmico, la forma definitiva de las técnicas que Shun había desarrollado hasta ahora, era tan grande como cabría esperar de una parte del vacío interestelar. El arriba y el abajo no tenían sentido, la vista humana no detectaba con facilidad el diminuto cuerpo de un hombre. Por ello, santo y astral se buscaban a través de una velocidad y percepción a la altura de tal escala. La única ventaja que había en ese respecto eran, por supuesto, las cadenas de Andrómeda. La Defensa Rodante generaba un campo aislado impenetrable, mientras que la Onda del Trueno iba acompañada por una porción del Tormento Cósmico, volutas de energía ultra-condensada que pasaba de eslabón a eslabón hasta unirse a la letal punta triangular.
Ío entendía que solo era cuestión de tiempo que Shun terminara de tomar el control de todo el cosmos circundante, por lo que impedía el surgimiento de más Chispas de Vida. Centraba esfuerzos en mantener a raya el mar caótico, invirtiendo la fuerza gravitatoria que el combate generaba para repeler la masa de energía. Y, entretanto, buscaba la forma de pasar más allá de la defensa del santo de Andrómeda.
Muchos intentos fueron en vano, el astral regresaba a la Galería de Héroes con una herida más, habiendo retrocedido otro peldaño en la escalera de luz que creó como representación de la historia oculta de los santos. En ese lugar, las estatuas de campeones destinados a perderse en el olvido no eran más que figuras de oricalco bien labradas; en el campo de batalla que surgía cada vez que los cosmos de los contendientes chocaban, lucían como las constelaciones que habían inspirado su existencia. De un modo u otro, tanto Shun como Ío sintieron que debían estar a la altura de aquellos, ninguno quiso concebir el escenario en el que fracasaban.
En el momento en que Ío ya era incapaz de sanar las heridas que Shun le infringía, estaban bajo el severo juicio de los santos que lucharon la guerra de los mil años contra los dioses de la guerra. El astral recordó la conversación con Fobos, el punto en los acontecimientos recientes que los había avocado a la destrucción. Convencido de ganar una vez superase las cadenas de Andrómeda, Ío se impulsó con más rapidez que nunca, decidido a mantener tal velocidad constante hasta el final.
Primero arrojó un número infinito de golpes de los que emergió una red de energía. Shun reconoció el Plasma Relámpago de Aioria del que Seiya le habló en el pasado, pero no lo que aconteció después. La mitad de la energía de Ío impactó contra las cadenas, sometiéndolas a una presión gravitacional creciente, mientras que el resto de rayos chocaba entre sí generando chispas destructivas de incomparable potencia. El regente de Júpiter concentró estos últimos en grandes esferas, Arcos de Plasma que mantuvieron la cadena triangular detenida por algunos valiosos instantes.
Aprovechándose del tiempo ganado, avanzó de frente arrastrando las chispas residuales de la cadena de ataques. Con ello formó un aro de puro poder destructivo, muy por encima del que hasta ahora había utilizado, y lo arrojó al inmóvil y letal triángulo, sometiendo la dorada cadena a una descarga que debía devorar todo el cosmos que la protegía, a la vez que generaba una temperatura aun mayor a la que debieron astral y santo soportar hacía una eternidad. Con ello la capacidad ofensiva del manto de Andrómeda quedaba neutralizada, faltaba la defensiva.
Sin dejar tiempo para que Shun reaccionara, Ío lanzó un último y descomunal ataque, el Rayo, sobre el eslabón más débil de la cadena circular, aquel que a lo largo del enfrentamiento había golpeado en más ocasiones. El choque no generó resultado alguno, tal y como esperaba, pero la posterior implosión lo hizo vibrar, redujo a cero la velocidad con la que la Defensa Rodante actuaba, e Ío pudo perforar esa parte vulnerable como un bólido indetenible. Y entonces, por un solo segundo, nada se interpuso entre el regente de Júpiter y aquel destinado a sustituirlo.
La batalla fue desigual. Incluso herido, la mayor experiencia y destreza marcial de Ío le dieron una ventaja considerable contra Shun, que desde siempre había evitado ese tipo lucha. Por cada puñetazo que el santo de Andrómeda bloqueaba, recibía al menos diez golpes, y la capacidad de respuesta no hacía sino descender bajo el peso de las cuatro fuerzas fundamentales que el astral dominaba.
Fueran las piernas, el codo, o los nudillos, la increíble fuerza de Ío hacía de todo aquel cuerpo un arma letal. Aun el manto celestial temblaba bajo tanta presión venida desde todas direcciones, aunque siempre concentrada en puntos previamente calculados. Como final de aquel inagotable combo, el astral golpeó al santo con la cabeza, reventando de una sola vez el yelmo de Andrómeda junto al ojo derecho de Shun.
La sangre derramada anunció la verdad que ambos habían estado buscando: ¡el fin del sueño de una protección indestructible!
xxx
Estaban ya en el último nivel de la Galería de Héroes. Hacía rato que ninguno se daba cuenta de la diferencia entre esos momentos y el intercambio de golpes que decidían en ese universo deforme y moribundo, carente de vida más allá de un par de hombres errando en un mar de puro caos. Si acaso, resonaban en la mente del malherido Shun las cada vez más cortas enseñanzas, de grandes campeones, de trágicos traidores, de un diluvio y de los impíos supervivientes. Del plan divino que consistía en legar el universo que los dioses crearon a seres dignos de recibir tal regalo.
Ninguna verdad hizo dudar a Shun, nada doblegó el firme deseo de asegurar el futuro de la humanidad, de toda ella. La antigua, fuente del pecado, la nueva, manchada por este. Incluso si Ío golpeó aquel rostro ensangrentado sin un ápice de dudas, lamentó tener a un hombre justo como un enemigo a quien no podía dejar vivo. ¡Cómo culpar a la Esfera de Júpiter por haber elegido a quien el implacable Hades designó puro!
Pero ni el golpe ni el lamento de Ío llegaron a concretarse. Con una rapidez y serenidad impresionantes, la mano de Shun se posó sobre una grieta microscópica en el peto de Leo. El astral no pudo ni siquiera procesar eso cuando una corriente energética se infiltró en ese resquicio para de inmediato fundirse con el cosmos del portador.
Ío despertó unos segundos después, estampado contra una de las paredes. Había perdido la consciencia y no le extrañaba. Viejas heridas se habían abierto, la sangre manaba en abundancia, bañando las estatuas de abajo, parte de la primera generación de santos que debió enfrentar el castigo divino de Poseidón y la primera Guerra Santa. Al menos doce de aquellos no deberían estar ahí, pues murieron mucho después, pero desde que inició la construcción de la Galería de Héroes, Ío había considerado que el Zodíaco abandonó la humanidad luego de que Deucalión los abandonara, ese era el día en que dejaron de ser santos de oro para aspirar a convertirse en algo más.
Tener esos pensamientos solo empeoró su situación. Enfrente de él, todavía sobre uno de los pocos peldaños de luz que quedaban, tenía a Shun de Andrómeda cubierto por un halo divino y por las esperanzas de los hombres. ¿Tenía derecho a seguir enfrentando a aquel guerrero incorruptible? Y si no era así, ¿podía confiar en la justicia de este? Incluso ahora, debajo de la resolución que imperaba en los ojos claros del ateniense, podía hallar un deje de compasión. ¡Compasión, por el hombre que mató a su hermano, así fuera en combate, así se tratase de un hombre perteneciente a otra época, otro mundo! Sin duda se había planteado la posibilidad de arrebatarle el cosmos y dejarlo con vida, como el más simple y viejo de los mortales.
—Tal vez sea un digno sucesor… —murmuró con un hilo de voz—. Pero…
Al salir de la pared, lascas de oricalco ensangrentado cayeron a las profundidades de aquel pilar. Ío anduvo por el aire como si los soplos del viento no fueran más que escalones, rememorando el momento en que la falsa diosa que lo aplastó se reveló como una humana. Podía escuchar las palabras con la misma claridad que entonces, cuando él observaba desde el monte Olimpo a través del Portal del Tiempo.
«No soy Atenea —le decía a Deucalión la que por milenios así fue conocida, cargando en brazos un infante—. Solo Pirra. No soy Atenea, solo Pirra.»
Cada paso que daba le costó a Ío conocer un nuevo tipo de dolor. Shun solo tenía que hacer un ademán para poner en contra del veterano guerrero todo el cosmos que este atesoraba, tenía el control de los rayos y la luz, el león no era más que la marioneta de la doncella, las fauces carecían de dientes. El llamado a fracasar, sin embargo, avanzó hacia quien parecía haber trascendido a los hombres.
—Detendré esta guerra y todas las que vendrán —dijo Shun con voz magnánima. Para no querer convertirse en un ser divino, aquel tono imperioso le salía de forma natural—. Ya puedes descansar. Has hecho todo lo que pudiste.
El avance de Ío prosiguió, así supusiera un esfuerzo titánico cubrir un metro o dos. El astral extendió ambos brazos hacia los lados y cerró los puños, como apresando la argolla de una cadena inexistente. Shun parpadeó con el único ojo sano y haces de cosmos relampagueante empezaron a surgir de la piel de aquel temerario campeón de los dioses, quemándola bajo la ya inútil protección del manto de Leo.
—Yo también tengo algo que proteger —expresó el regente de Júpiter, con la boca y la barba ensangrentadas—. Yo también tengo algo por lo que luchar. Si te adueñas de mi cosmos, yo comandaré el espacio.
Para Ío, fue imposible escuchar el resto de intentos de Shun por hacer que se detuviera. Tener en contra el poder que hasta aquel día era suyo lo estaba trastocando, incluso deliraba con un pasado que creyó dejar atrás. Una mujer de alas doradas y mortal arco, que nunca había fallado, asegurándole que lo mataría si seguía adelante.
Contrario a la ilusión que sufrió entre el infierno de la batalla interminable y la Cámara de las Paradojas, Shemhazai no llegó a dispararle aquella flecha, y si Shun tenía la disposición de eliminarle, Ío no le dejó la oportunidad de demostrarlo.
Regresaron al espacio que se expandía al son de dos cosmos entrechocando: dentro de sí, un poder imitaba el destino de un universo que crece sin fin, lo desgarraba, amenazando con causar una disrupción irreparable en su cosmos; más allá, otra fuerza, que él dirigía, representó un final distinto para el del universo, el de una gran implosión que abría las puertas al renacimiento. ¿Qué sería más fuerte? ¿Aquel que busca reparar los errores del pasado o quien avanza hacia el futuro con confianza, aun a sabiendas de que en este podría solo deparar muerte y destrucción?
Tan pronto los brazos de Ío se movieron hacia el centro, arrastrando consigo los extremos del infinito, Shun lo ató con las cadenas capaces de retener a la misma Muerte. El astral esperaba eso, en ningún momento pretendió dejar que el santo de Andrómeda quedara aplastado por el peso de tres cosmos mientras él se retiraba a la seguridad de la Esfera de Júpiter. No, esa no era la forma de ganarse un lugar como campeón de los dioses. Debía ganar como un guerrero y para eso solo tenía que golpear la zona que el divino manto ya no protegía, la cabeza, mientras soportaba la presión externa de las cadenas doradas y la interna de su propio cosmos.
La batalla entre santo y astral, como incontables enfrentamientos de menor o igual envergadura, se decidió en el último instante. Aprovechando el impulso del infinito contrayéndose junto a un anillo de nebulosas y relámpagos, Ío confió todo a un único ataque, el mejor que había dado jamás como un hombre.
Notas del autor:
Shadir. Desde luego, estos dos se están dando con todo. Yo creo que voy a tener que cancelar los efectos 3D porque si no me van a llover las demandas. La alternativa, que Shun e Ío bajen la intensidad de su duelo, es un imposible, sin más.
Será eso, o hacerlo a la antigua usanza. Copiar y pegar.
Ulti_SG. Muy buen dicho ese. Y muy apropiado también.
A Dragon Ball Z le fue bien con su coro de personajes secundarios solo viendo a Goku hacer cosas contra el malo de turno, pero aquí nadie se está quieto. Y cuando digo nadie quiero decir… ¡Barrendero, suelta esa espada mágica, que no es tuya!
Bien, Akasha, Sneyder y Arthur se ponen en marcha, por si acaso. (No, no habrá comentarios jocosos sobre la batería de mana.). ¿Sneyder apoyando a Akasha? Definitivamente debo cancelar los efectos 3D de la historia, porque ya hasta generan espejismos tal que estuviéramos en un desierto.
Hoy en día hay historias de Saint Seiya en que personajes que no tienen mantos celestiales pelean con otros que sí los tienen, pero me hace ruido así que, a falta de alba de Júpiter, bienvenido sea el manto celestial de Leo. ¡De algo sirvió que el regente de Júpiter fuera a su vez el primer santo de Leo! (Como dato curioso, en una versión muy, muy primeriza del personaje era el primer santo de Sagitario.). Como ya he dicho, siento respeto por Shun como personaje secretamente muy poderoso, cosa que a TOEI siempre le importó dos centavos y que Kurumada parece haber olvidado. Aquí podemos contrastar su poder, con nada menos que uno de los tan mencionados astrales. Para confrontar tamaño poder, Ío tiene lo único que los protagonistas de Saint Seiya nunca tendrán, por mucho Power Up que reciban: Es viejo, viejo y experimentado. (Aunque para ser justos, Shiryu ya experimentó lo que es vivir una vida en paz y envejecer.).
Esta historia también es un tanto vieja para los estándares de Internet, confiaba en que para cuando se publicara Next Dimension hubiese acabado y ya estaríamos en la Saga del Cielo, conociendo los misterios de los dioses y el Noveno Sentido. Hoy en día no hay Saga del Cielo y Next Dimension nos habla más de medicina que de los secretos del cosmos más allá del Séptimo y Octavo Sentido, así que formé mi propia visión mostrando cómo el pequeño universo que conocemos desde el episodio 1 (capítulo 1 para lectores del manga) sale a la superficie. ¡Disculpen! Sé que suena un tanto rimbombante. Lo bueno es que Ío compensa el discurso pseudo-científico tan propio de Saint Seiya con la sagrada y archiconocida ley del puño y la patada.
Bien, Ío, independientemente del resultado de este duro combate, te ganaste el respeto de esta lectora. ¡Solo no menciones los 5 minutos! (Como nota personal, la verdad es que desde que edité el arco 5 me he sentido satisfecho con el ritmo de esta batalla.).
De eso depende todo, ¿no? ¿Quién ganará? ¿Y quién perderá?
