Dragones de Tierra

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1: Llegada a Yikse

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El tren pocas veces traía gente de otros lugares que no fuera Yikse o las provincias cercanas. Desde la declaración de independencia, las fronteras eran estrictamente vigiladas, y era la primera vez que se tenía noticia que alguien así viniera al país. Y si bien en principio era agobiante vivir entre murallas de concreto sólido, con el tiempo se acostumbraban.

Y tiempo era lo que les sobraba.

¿Cómo había llegado a ésa decisión? ¿Cómo había aceptado traerlo a Yikse? ¿Acaso vendría con un séquito especial, que se iría inmediatamente, temiendo que los atacaran? ¿Vendría encadenado, marcado con ropas que lo distinguieran del resto, pera hacerlo notar? ¿Acaso para decirle que no era necesario ser de la raza maldita para ser odiado, sino que se podía ser Detestado sólo con pensar diferente?

Ya se estaba pareciendo a un ghetto, pero allí dentro no sólo había judíos. Había una raza muy distinta a la humana.

Hacía mucho tiempo que no veía humanos, y se alegraba de ello. No le traían buenos recuerdos, especialmente luego que ése Consejo de Cazadores infame se apropiara del Consejo europeo. Y ahí había empezado el verdadero infierno. Ni Genghis Khan, ni Napoleón, ni Blad Draculea, ni siquiera Hitler o Mussolinni había tenido tantas ansias de poder. Pero no querían conquistar Europa, sino que ése era sólo el primer paso. Y fue un paso de gigante.

Querían el mundo, y lo querían para ellos solos. Como si fueran los amos y señores, los elegidos sólo por no estar limitados por el Sol. Ilusos, estaban aún más limitados que ellos, porque no les sucedería nada si el Sol desaparecía. Y los humanos ya habían descubierto la forma de reproducir alimento sin el Sol, y de demostrarlo en todos lados, como advirtiéndoles a ellos que no se acercaran o lo lamentarían.

Empezó a leer el diario que tenía en las manos. El tren estaba retrasado, y a él le gustaba que las cosas siempre llegaran a tiempo. Él jamás había llegado tarde a ningún lugar, porque esperar lo hastiaba. Y el diario anunciaba que Europa se había negado a las negociaciones. Nada nuevo bajo la Luna.

Sabía que llegaría en helicóptero, porque era la única forma de llegar. Los humanos llegaban en helicóptero a la isla flotante Yikse, con la capital homónima. Y de allí tomarían el tren, que comunicaba todas las provincias con el exterior, más que nada para excursiones a la costa, pero ahora rogaba para que nadie más se hubiera enterado.

El tren llegó con una hora de retraso. No se notaba nada especial, excepto que un vagón iba vacío, y que había cuatro guardias dentro, uno en cada esquina. Y entonces supo quién venía allí.

Le habían dicho que su nombre era Weevil Underwood. Diez años, expulsado de Inglaterra por deshonrar al país y a la Reina. No sabía cómo, pero eso decían los papeles que le habían enviado. El Consejo de Cazadores lo había expulsado, con la aprobación de la Reina viuda. Por supuesto, si ella sabía desde antes que el Consejo de Cazadores estaba planeado y ella fue quien les dio los medios para echarlo a andar...

Caminó hacia el vagón, y los cuatro guardias salieron, escoltando a alguien. Demasiado petizo como para ser visto entre ellos, Maximilliam Pegasus tuvo que esperar a que los cuatro guardias bajaran para verlo.

Tenía el pelo verde en un corte taza, eso fue lo primero que vio. Era más bajo que los niños de su edad, pero era comprensible. Los Cazadores no eran nada compasivos con los que se les oponían. Aparte de eso, era poco lo que podía ver. Llevaba un pesado tapado de color negro sobre su cuerpo, para protegerlo de la nieve que caía. Tenía la piel pálida, pero mucho más tostada de la que Pegasus estaba acostumbrado a ver.

Tenía la cabeza baja, y se notaba que tenía miedo. Los guardias le pidieron a Pegasus que se identificara, y, luego de mostrarles su documento, los escoltaron hasta su auto. Hasta que se perdieron en la lejanía, pudo ver a los cuatro guardias mirándolos.

Weevil no dijo una palabra en todo el viaje, y Pegasus no trató de obligarlo. Pero cuando llegaron a casa, quedaba poca gente en las calles. Faltaba poco para el amanecer, y la noche perdía fuerza.

Weevil sólo traía una valija, pequeña y muy liviana, de la que no se desprendió en todo el camino. Pegasus lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta de casa. Allí, se agachó para estar a la altura de Weevil, y le habló.

-Disculpa, pero no te he dicho mi nombre-

-Maximilliam Pegasus- dijo Weevil con voz lenta y muy baja –Me lo dijeron antes de venir-

-Oh- dijo Pegasus –Y tú eres Weevil, ¿verdad?-

Asintió con la cabeza, con miedo.

-No te preocupes, aquí nadie te va a lastimar. Sólo estamos nosotros y la criada, así que nadie te molestará. ¿Quieres ver la casa o ir a tu habitación primero?-

Weevil levantó un poco la cabeza, sorprendido, pero no respondió.

-Quisiera descansar un poco, por favor- agregó, con miedo y cansancio.

Pegasus lo llevó a la habitación que le había preparado. Estaba en el segundo piso, y tenía un balcón que daba al jardín nocturno que lo llenaba de orgullo. Le gustaban mucho las plantas, y sus flores siempre eran las mejores de Yikse. El Sol no tardaría en llegar, y las ventanas estaban cerradas por lo menos desde media hora atrás, y no se veía, pero ya lo vería.

La habitación de Weevil era amplia y acogedora. Sobre la cama había algo de ropa y a los pies, un par de zapatos. El niño miró todo con curiosidad, asombrado, y por primera vez el miedo cedió un poco en él. Pero volvió cuando Pegasus le habló.

-Al fondo tienes un baño privado, si quieres bañarte. Y sobre el escritorio tienes la cena. La ropa de cama está bajo la almohada. Si quieres explorar la casa, todas las puertas están abiertas, menos las de calle-

-Entiendo- dijo Weevil –No se preocupe, señor Pegasus-

Todavía tenía miedo, así que Pegasus le pasó la mano por la cabeza y se retiró.

En el día, la ciudad estaba desierta y quieta. Era la hora de dormir, y lo único que se escuchaba era al canto de las aves, y el ladrido de los perros domésticos. El resto de los animales de Yikse eran menos ruidosos. Los caballos dormían, acostumbrados a trabajar de noche. Y era sólo un ejemplo de los animales que había allí.

Weevil dejó su valija en el suelo y la abrió. La sensación de frío se había ido un poco, por lo que se sacó el tapado y lo dejó en la silla del escritorio. Se sacó los zapatos y las medias, que ya habían andado mucho, y caminó descalzo sobre el piso de parqué. Hacía mucho que no había sido tratado así... Casi podría decir que con cariño. Ya no se acordaba cómo se sentía, porque cuando sus padres se habían enterado lo de Yuugi...

Sacudió la cabeza. No, no era culpa de Yuugi, era culpa de él. Pero al menos Yuugi había logrado escapar. Y habían logrado su objetivo. El sufrimiento que vino después había sido su culpa, y no de Yuugi... Pero lo extrañaba. ¿Acaso estaría bien? ¿Había llegado a China, tal como se habían prometido? ¿Estaría con... estaría bien?

Se quedó pensando un buen rato, hasta que decidió darse una ducha. Pero había una bañera, y no resistió darse un baño de inmersión, como hacía tanto que no podía. El agua tibia sobre su piel fue como una bendición, y las sales de baño lo llenaron de aromas que no recordaba haber sentido nunca, sino cuando era poco más que un bebé.

Estuvo una hora en el baño, tratando de sacarse el recuerdo de todos los días y las noches anteriores... Pero sólo pudo cubrirlas con un vidrio ahumado, que a veces le dejaba ver cosas... Y no quería recordarlas. Se hundió en medio del agua, y emergió más clamado. Ahora ya estaba lejos, y eso no volvería a pasar. Ya se habían hartado de él.

Se puso el pijama enseguida. Era uno largo y abrigado, de color verde oliva. Su ropa interior aún estaba en la valija, pero había algunos calzoncillos entre la ropa que había sobre la cama. Después se sentó a comer, y se alivió que no le hubieran traído carne. Eso era una de las peores secuelas de... Su estadía en ése lugar.

Pero no debía pensar en eso. Tenía frente a sí una deliciosa comida vegetariana, y estaba hambriento. Podía elegir entre leche, jugo de naranja o de manzana, dos postres distintos y cuatro platos de verduras, y se lo comió todo. Hacía mucho tiempo que no comía decentemente, y nunca lo había hecho con tanto placer. Después de... eso... todo le parecía maravilloso.

Miró con más atención la habitación. Había un paquete envuelto para regalo sobre la cama, que aún no había visto. Dejó los platos ordenados sobre la bandeja de la cena, y fue a abrirlo. Era un gran cubo de colores, envuelto con un moño dorado con muchos rulos. ¿Cómo no lo había visto antes?

Sacó la tapa con cuidado, y los lazos cayeron sobre la cama. Eran una cama muy grande, ahora que la veía, pero quería saber que tenía dentro la caja. Metió las manos con curiosidad y sacó una mantis religiosa de peluche. Tenía las alas en un color verde plata, y sus ojos eran oscuros.

¿Cómo lo había adivinado? Nunca le había dicho a nadie que lo que más le gustaban eran las mantis...

Buenas y santas. Heme aquí incursionando en los fics de Yu-Gi-Oh. Pero como tengo el pequeño problema que no tengo una baraja (de las originales no las encuentro por ninguna parte... y no pienso comprar las truchas) decidí hacer un universo alterno. Para variar un poco, puse a Weevil como protagonista. Y les advierto que a mí me gusta mucho innovar, y no sé si pondré a Yuugi o a otros personajes de la serie en el fic...

Pero una cosa les puedo asegurar. Siempre me dicen que lo que escribo es algo diferente, y no pienso hacer una excepción ahora, así que prepárense, porque en mis Fics puede pasar de todo. Y este será un fic, más que nada, fantástico y dramático, así que esperen y verán.

Nos leemos

Nakokun