Saga: El pasado de Kakuzu

Capítulo 22. Una luz que deslumbra.

Kakuzu abrió los ojos a causa de la luz que entraba por la ventana. Era temprano, aun así, las ventanas daban al sur, por lo que siempre recibía los primeros rayos de la mañana y los últimos de la tarde. Poco podían hacer las finas cortinas para contener a los traviesos rayos de sol que asomaban a través de ellas. Aunque la culpa la tuvo siempre su dueño, de no poner unas cortinas más oscuras y gruesas, pero no soportaba esos colores tan tristes. Además, el juego de luces que se formaba en las mañanas en la habitación era como tener miles de hilillos de diferentes tonos de amarillo atados por la habitación. Un espectáculo único.

La claridad siempre le venía bien ya que al tener tantas misiones y responsabilidades se veía obligado a despertarse muy temprano y la luz del sol era un buen despertador. Por supuesto era mucho más sutil que la estridente alarma de los relojes que perforaban los tímpanos e interrumpían el sueño con brusquedad y poco tacto. Nunca le gustaron los relojes. La habitación era amplia y cómoda. De mobiliario iba bien distribuida, ni mucho ni poco. La cama, las mesitas de noche, la estantería, un armario y un escritorio para trabajar en los informes de las misiones. El resto del mobiliario consistía en algunas lámparas, distribuidas en las mesitas y el escritorio y una lámpara de pie junto al espejo de pie que daba cerca del armario. Finalmente, algún que otro cuadro adornara el cuarto.

Nunca fue un genio decorando, pero recibió buenos consejos que no cayeron en saco roto y por supuesto, el hecho de ser un hombre limpio y ordenado ayudaba mucho a preservar el orden y la comodidad, tanto en su habitación como en el resto de la casa. Los negocios se le daban muy bien y era el mejor regateando, por lo que siempre conseguía muebles de gran calidad y a un buen precio, haciendo chirriar los dientes a cualquier comerciante que se le cruzara en el camino.

Tras restregarse ligeramente los ojos, Kakuzu enfocó su vista en la bella figura femenina que le acompañaba en ese momento. Era una mujer de largo cabello color caoba y tez blanca como la nieve. La mujer tenía una cara angelical y mostraba unas facciones relajadas como prueba de tener un plácido sueño. Su cuerpo en cambio, parecía ser el de un demonio creado para el pecado. Su figura era fina y esbelta pero su cuerpo estaba muy bien proporcionado para una mujer tan joven como ella, lo que la hacía dueña de unas voluptuosas curvas. Su delicado cuerpo parecía serpentear sobre el de él, empezando por sus largas piernas entrelazadas con las suyas hasta terminar en su cabeza, que la tenía apoyada en el pecho de este. Solo tenía 19 años de edad, mientras que él rozaba los 27 años. Se llamaba Harumi.

{Aquí Kakuzu es un hombre joven y bastante más atractivo. Sus ojos no son verdes con la esclerótica de color burdeos, ni su cuerpo tiene suturas como en la trama principal pues eso es un producto de la técnica prohibida de los corazones que por supuesto, aún no ha robado. Sus ojos son entonces de un marrón oscuro casi negro}.

Él se la quedó mirando fijamente, deslumbrado por la belleza que esta desprendía. Por supuesto no era la primera vez que se acostaba con ella, pero la admiración de Kakuzu era tal que cada mañana es como si la volviera a ver por primera vez y así siempre desde que la conoció. Ambos eran ninjas. Desde que era pequeña, siempre le había gustado su compañía y se entristeció mucho a la corta edad de diez años cuando tuvo que irse de la aldea. Según le dijeron su padre había muerto en uno de los comunes enfrentamientos armados de la caótica época en la que vivían. Al morir, su madre quiso alejar a su hija de esa violencia y se mudó a otra aldea en la que no había ninjas. Para su desgracia solo tres años después hubo un accidente doméstico en la cabaña en la que vivían. Se produjo un incendio a causa de un descuido y al ser la casa de madera, ardió con tal rapidez, que no pudieron hacer nada por salvar a la madre a pesar de los esfuerzos de sus vecinos. Si Harumi se salvó, es porque en ese momento se encontraba en el bosque. Al volver quedó desolada, pero como no tenía familia decidió volver a su aldea. Esa opción era mucho mejor que quedarse sola en una casa, pues debido a los enfrentamientos entre ninjas, los saqueos a las casas de los campesinos eran comunes y al no saber defenderse, ellos se llevaban siempre la peor parte. Kakuzu se alegró mucho al verla regresar, aunque hubiese preferido que no hubiera sido en esas penosas circunstancias. Sin embargo, la época en la que vivían era tan violenta que morir en casa sola sin que te atacasen se considerada una bendición, en lugar de morir torturada y violada como ocurría con la mayor parte de las mujeres que vivían solas o que tenían a sus hijas como única compañía. Aunque Harumi tuviera cierto entrenamiento ninja y buena puntería no podría haber hecho mucho contra un grupo de ninjas veteranos.

Al poco tiempo de irse, llegó la noticia de que los clanes más poderosos, los Uchiha y los Senju habían firmado la paz. Esto redujo considerablemente los enfrentamientos, pero no los eliminó del todo. Seguía habiendo clanes que seguían luchando entre ellos por el dominio, aunque muchos decían que se podían percibir los vientos del cambio hacia un futuro prometedor y pacífico. Otros decían que esto solo sería el comienzo de unas guerras más encauzadas, pero igualmente sangrientas. Yo me inclinaba más por la segunda, pues ¿para qué sirve un ninja sino es para luchar? ¿De verdad se podía olvidar siglos de encarnizadas masacres en pocos años? Dudaba de verdad que esa condición tan idealista se pudiera dar. Por otra parte, también deseaba una vida tranquila como cualquier hombre que contempla la posibilidad de formar una familia algún día. Los clanes empezaron a unirse entre ellos, formando villas. Nosotros también copiamos el ejemplo y nos unimos a otros clanes cercanos. Aunque pudiera parecer que se entablaba verdadera amistad entre los clanes, la verdad es que se firmaba una unión conveniente para defenderse de otros clanes que los amenazaran o bien para atacar a un grupo menos numeroso para quitarle sus tierras. Los ninjas se seguían moviendo según sus intereses propios y para cambiar esa mentalidad hacía falta tiempo. Por eso no esperaba una verdadera paz a corto plazo. Si se conseguía no me daría tiempo a verla. Tras la alianza nos llamábamos la villa de la Cascada.

Al volver Harumi, yo fui el primero el darle la bienvenida. Ella aceptó de buena gana y volvimos a recuperar nuestra amistad. Al principio, se quedó hospedada en un hostal, con los ahorros que tenía y dinero que había heredado de sus padres. Sin embargo, su ligereza a la hora de gastar el dinero y su inclinación a comprar cualquier cosa que estuviera de moda, aunque no fuera necesaria, hicieron que el casero se cansara de hacerle el favor de cobrarle solo medía renta, en memoria de su madre que era para él como una hermana. Cuando me lo contó, me sentí en la obligación de ayudarla pues al igual que yo no tenía familia alguna. La convencí para que viniera a vivir conmigo. Pasaron varios años, hasta que mi afecto por ella pasara de ser una inclinación fraternal a una pasión descontrolada, a pesar de las malas lenguas que ya la consideraban mi amante en el momento en el que entró en mi casa. De todas formas, eso tampoco importaba, ninguno tenía familiares mayores a los que rendir explicaciones. Y en esa época en la que la esperanza de vida era tan corta no era raro ver a una joven de 15 años con un bebe en sus brazos. Sin embargo, ese tampoco fue nuestro caso.

No fue hasta los 17 años, cuando empecé a cortejarla y la primera vez que nos acostamos fue cuando ella cumplió la mayoría de edad, pues yo ya había cumplido los 25 años. Dado que también ejercía de maestro de varios ninjas de la aldea incluyéndola a ella, que tuviera relaciones con una menor, alumna mía no era muy recomendable para mi reputación y sobre todo para la suya. El carácter de Harumi siempre fue de afabilidad y cariño hacia mí. Aunque con los años se fue volviendo testaruda, como una niña demasiado consentida para obedecer a nadie, seguía mostrándome su dulzura e inocencia. Eso en parte fue mi culpa, pues siempre puse todo a su disposición sin importarme malcriarla y pasada la mayoría de edad, ese defecto de su carácter se volvió irrefrenable. Eso a mí no me importaba, ella me hacía feliz y yo a ella. Se entristecía cuando me marchaba y corría hacia mí en cuanto me veía volver exitoso de alguna misión. Por ello, supuse que el sentimiento era mutuo.

El movimiento de ella me saco de mis pensamientos y deje los recuerdos para volver al presente. Ella parpadeaba una y otra vez acostumbrándose a la luz de la mañana. Sus largas pestañas negras peinaban el aire con si fueran las alas de una mariposa. Al abrir los ojos completamente me miró fijamente. Esos ojos color esmeralda lucían hermosos como un cisne que abre sus blancas alas iluminando de belleza el estanque en el que se posa.

- Buenos días -dijo ella mirándolo fijamente y sonriéndole. Se restregaba contra su pecho como una gatita que demandaba el cariño y la atención de su amo. Solo le faltaba ronronear.

- Buenos días, preciosa -como si entendiera el mensaje que le enviaba con esos hechizantes ojos, la beso en los labios delicadamente pero no tardó en volverse apasionado.

Él la hubiera hecho el amor de buena gana esa misma mañana, pero ella adivinando sus intenciones se separó de él.

- Tienes trabajo que hacer Kakuzu, eres el ninja más importante de la villa no puedes descuidarte -dijo ella con una sonrisa dibujando círculos en su pecho con el dedo.

- Pues tu no me ayudas tocándome así.

- Mmm tienes razón… -dijo levantándose.

Su cuerpo estaba completamente desnudo, su cabello caoba era ligeramente ondulado, pero cuando se levantaba por las mañanas, el hecho de estar despeinada, hacía que se pareciera a una leona. Habría que ser un hombre de hielo para no excitarse con una mujer así. Él se levantó también, en cuanto a ropa estaba igual que ella, fue hacia la mujer con suma desesperación y deseo. Pero ella se dio cuenta del evidente deseo cuando vio su erecto amigo y se encerró en el baño. Si hubiera ido más deprisa se habría pegado un cabezazo contra la puerta.

- Harumi…abre… -dijo intentando sonar tranquilo pero su instinto masculino ya estaba completamente descontrolado.

- Tenemos que ir a ver a los líderes de la aldea, querían hablar contigo. -dijo ella tranquila mirándose las uñas.

- En estos momentos no estoy lo suficiente despejado para ver a nadie. Sal -dijo cada vez más nervioso, intentando contenerse.

- Lo siento, Kakuzu, pero debes hacerlo. Mira yo voy a ducharme ahora para acompañarte, te prometo que después te daré lo que quieres… -ella esperaba la respuesta de él, pero todo estaba en silencio.

- Eres una niña muy mala -bufo y continuo -me duchare abajo no tardes -sin más se le oyó salir de la habitación – (Ahora tendré que ducharme con agua fría) -pensó mientras miraba brevemente su miembro.

Después de una refrescante ducha, los dos partieron rumbo al centro de la aldea. La casa de Kakuzu estaba alejada unos cuantos kilómetros pues él prefería los lugares más tranquilos para descansar. Su casa tenía dos plantas en las que se observaban la ornamentación típica de las casas japonesas, adherida a un jardín trasero que incluía un estanque natural. Estaba como el resto de la villa en un exuberante prado con numerosas cascadas como fondo. De ahí su nombre.

Los dos recorrieron las calles de la aldea. A cada persona que pasaban la gente miraban a Kakuzu y le saludaban con alegría. Los jóvenes ninjas se cuadraban ante él, no con el temor que se muestra ante un ninja sin escrúpulos, sino el respeto que inspira un ninja venerado por su acérrimo sentido del deber y su benevolencia para la gente de su villa. Incluso los niños lo miraban como aquel héroe que adoraban y que algún día sueñan con parecerse. Sin duda se sentía orgulloso de sí mismo. Era uno de los ninjas más respetados y queridos de su villa, tenía amigos y aunque no tuviera familia, podía alegrarse de tener a Harumi. Ella era una belleza y despertaba el deseo de muchos hombres, pero al saber que ella solo estaba con él y le correspondía, los demás se limitaban a echarle miradas envidiosas a Kakuzu.

- Vaya, ¿debes estar contento? -dijo ella mirando al frente.

- ¿Por qué lo dices?

- Eres el shinobi más prometedor de la villa…

- Si… Tengo todo lo que un hombre puede desear, pero… -se quedó pensativo.

- ¿Pero…?

- Lo seré de verdad cuando estemos casados -dijo sonriéndola.

- Si -dijo ella devolviéndole la sonrisa tras un breve silencio.

Hacía unos escasos meses que él le había pedido matrimonio. Fue una de las muchas noches que yacieron juntos, cuando ella le expresó la inseguridad de una mujer ante los vaivenes del amor y el destino. Había oído muchas historias, e incluso a veces había sido testigo de ellas, de hombres que después de estar muchas veces con la misma mujer se acababan buscando una amante, despachando a la anterior alegando puro aburrimiento. Mientras que otros morían en la guerra dejando desamparadas a sus parejas y los posibles hijos. Cualquiera que fuera el caso todos acababan en el mismo lugar, en la calle sin un céntimo en el bolsillo y con el hambre estrujándoles las entrañas. Eso es lo que podría haberle pasado a su madre si no hubiera sido una mujer casada, pues según sus leyes, una mujer que no lo fuera no tenía derecho a heredar nada salvo los regalos que el hombre le daba en vida y por su puesto en mano. Todo lo demás se lo quedaba la familia más cercana o en caso de no haberla el banco.

Por ello y para tranquilizar a Harumi le ofreció que se casaran. A él no le gustaba espacialmente una boda religiosa pues los únicos papeles que valían legalmente eran los del juzgado, pero Harumi tenía una fe en dios más firme que la suya. Aunque no le gustara podía hacer una excepción. Solo sería un momento y lo cierto es que, por ella, lo haría sin pensárselo. Ella aceptó y comenzaron con los preparativos de la boda, solo faltaban dos semanas.

Por fin llegaron a la puerta del edificio principal de la villa y llamaron a la puerta. Cuando el ninja de la puerta abrió le hizo una pequeña reverencia y les indico que los lideres le esperaban en la sala de juntas. Él y Harumi subieron las escaleras y al llegar a la puerta indicada llamaron. Cuando recibieron respuesta entraron y cerraron la puerta tras de sí. Ante ellos estaban tres hombres, los líderes de la villa de la cascada.

A la derecha había un hombre alto, corpulento, de pelo castaño algo apagado y barba del mismo color, sus ojos eran oscuros y llevaba un kimono simple y sin mangas. Y una cicatriz en la cara producto de alguna batalla pasada, de nombre Honzu. A la izquierda un hombre flacucho, calvo y con los ojos rasgados, con más pinta de banquero que de ninja, y que vestía un traje negro simple. Se le conocía como Osamu. En el medio se encontraba el más importante, llevaba una sotana blanca con algunos símbolos en negro y un gorro alto con el símbolo de la aldea de la cascada. Este se llamaba Kenichi.

- ¿Me queríais ver? -pregunto dirigiéndose al hombre del medio.

- Si, así es Kakuzu. Tenemos una misión para ti.

- ¡Oye tú, muchacha! Queremos hablar con Kakuzu a solas no contigo. ¡Vete! -dijo Honzu a la muchacha con brusquedad lo que hizo que Kakuzu frunciera el ceño.

- Cálmate Honzu, no creo que la niña sea sorda… ¿Ella es tu prometida? ¿no?

- Así es Osamu-sama.

- Ya veo -dijo este sonriéndole a la chica, aunque más que una sonrisa que un hombre dirige a una niña parecía la sonrisa que dirige un viejo verde al ver la falda de una adolescente. Esa sonrisa hizo que ella dará un paso atrás.

- Muchacha ya sé que gozas de la confianza de Kakuzu, ¿pero te importaría retirarte?

- Tranquila, luego nos vemos -dijo Kakuzu dirigiéndole una mirada cálida y una sonrisa.

La chica le devolvió la sonrisa y salió de la sala cerrando la puerta tras de sí. Kakuzu por su parte se dio la vuelta y enfrentó la mirada de Kenichi que lo miraba seriamente.

- Muy bien, ¿Qué sucede?

- Tenemos una nueva misión que encomendarte.

- ¿De qué se trata?

- Con las nuevas uniones entre clanes y la creación de villas, los países grandes gozan ahora de una gran estabilidad. Su gran extensión y las numerosas misiones que recibe les permiten no solo subsistir sino además crecer. Sin embargo, pequeñas aldeas como la nuestra no funcionan así. Por eso hemos pensado en la manera de equilibrar la balanza a nuestro favor y ya de paso, aumentar nuestro poder militar para ponernos a la cabeza de las naciones ninja.

- Es una gran empresa, ¿Qué tenéis pensado?

- Matar al primer Hokage y robar los secretos del Mokuton.

- ¿¡Que!? – dijo Kakuzu sorprendido.

- Así es Kakuzu, queremos que te infiltres en la Hoja, mates al Hokage y te lleves los secretos del Mokuton. Si lo consigues no tendrás que hacer ninguna misión más, te retiraras con honores y podrás dedicarle todo el tiempo a tu futura esposa. Por supuesto te recompensaremos. -Kakuzu prestó atención a lo que querían darle y Osamu habló.

- Te daremos 100 millones de ryo. {Para aquellos que no lo sepan 100 millones de ryo serían equivalentes a 10 millones de euros, en dólares serian 12 millones}.

- ¿¡En serio!? -dijo el sorprendido, jamás pensó que podrían darle tanto dinero junto.

- Consideramos que el Mokuton es lo que le ha dado la supremacía del mundo ninja a los Senju y si nos hacemos con él, podríamos ganar mucho más.

- ¿Qué dices aceptas la misión? -dijo Honzu con el tono tosco que le caracterizaba.

Los tres consejeros se quedaron callados esperando la respuesta del shinobi.

- Lo hare -dijo con decisión.

- Muy bien aquí tienes la información que necesitas, partirás mañana, retírate.

Kakuzu salió del despacho estupefacto por la misión que acababa de recibir. No solo se trataba de la más provechosa sino también de la más peligrosa que jamás le habían encomendado. Hashirama Senju tenía fama de ser un hombre muy poderoso. Le apodaban el dios de los ninjas, y si la recompensa que le habían ofrecido no era una broma, ese título debía ser merecido.

Harumi estaba en la calle esperándolo. Cuando salió se dio la vuelta y fue hacía él. Tenía la mirada perdida sin duda en el torrente de pensamientos que le asolaban a causa de la misión. Si tenía éxito, podría vivir con Harumi apaciblemente y con una gran suma de dinero para mantenerla a ella y a sus futuros hijos. No podrían llevar una vida de despilfarro total, pero si una existencia confortable y sin grandes apuros económicos, que era lo que Kakuzu más deseaba. Pero si no tenía éxito podría morir y perderla para siempre. No quería ni pensarlo, tenía que vencer. No había otra opción.

Le explico a Harumi en que consistía la misión y demás pormenores y lo único que produjo en ella fue un grito de sorpresa.

- ¡Ah! ¿¡QUÉ!?¿¡100 MILLONES DE RYO!? -dijo ella toralmente sin palabras por la sorpresa. De haber estado en el despacho se habría desmayado ahí mismo.

- Si, eso es lo que dijeron. Si tenía éxito claro.

- ¡Que dices claro que lo harás! Kakuzu te das cuenta con todo lo que podemos hacer con ese dinero -Kakuzu guardo silencio y ella continuó – Los gastos de la boda, la casa, vacaciones por el mundo…

Ella siguió hablando tan deprisa que él no pilló ni la mitad de todo lo que quería hacer. Harumi tenía la mala costumbre de gastarse el dinero antes de tenerlo. Construía castillos en el aire y era muy codiciosa en ese aspecto. Sus anhelos distaban mucho de los modestos planes de Kakuzu de llevar una vida tranquila. Soñaba despierta muy a menudo con grandes mansiones, sirvientes, miles de joyas carísimas, vestidos, perfumes, etc… A él en cambio, solo le bastaba tenerla a ella, aunque para ello tuviera que resignarse a ser el más pobre de los hombres. En ese aspecto, él era mucho más práctico que ella, pues prefería tener el dinero asegurado en su cuenta antes de empezar a imaginar en que se lo gastaría. Así en caso de no conseguirlo la decepción sería menor.

Le dijeron que debía partir por la mañana. Esta noche prepararía todo y partiría a primera hora de la mañana. Lo único que le pesaba realmente era alejarse de Harumi, pues, aunque la fama de su adversario era merecida confiaba plenamente en sus habilidades. Se alejó con Harumi dirección a su casa, mientras pensaba en que esta noche disfrutaría bien de su prometida a modo de despedida temporal. Por su parte Harumi ya estaba vendiendo la piel del oso antes de cazarlo.