Lucharé a tu lado
Género: T
Advertencia:
Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico,
vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer:
Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera,
primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no
existiría.
Capítulo 1: La esperanza de los mortífagos
Draco Malfoy tenía nueve años
cuando se dio cuenta de que, definitivamente, algo no marchaba bien
en su familia.
Hasta entonces, Draco era un chiquillo normal, de
carácter bondadoso e inocente, que jugaba con los hijos
muggles de los vecinos. Adoraba a su padre, al igual que adoraba a su
madre... como todos los niños de corta edad.
Debería
de haber imaginado algo. Haber notado la poca comunicación que
había entre su padre y su madre, o las miradas de furia que
Lucius dirigía disimuladamente a los niños muggles que
a veces venían a casa a jugar con él. Debería de
haberse preguntado a sí mismo por qué estudiaba en casa
en vez de ir a la escuela. Pero era un niño, y no lo hizo.
Por
supuesto, él sabía que era mago, pero su condición
mágica era algo tan distante e irreal que ni siquiera pensaba
en ello. Jamás había hecho magia sin proponérselo.
Su mayor deseo no era otro que ir a la escuela con los demás
niños y apuntarse en el equipo de fútbol. Su padre le
había hablado de algo llamado quidditch, pero sus reglas se
confundían en la mente del pequeño Draco, y sólo
le hacían bostezar.
Pero el día de su noveno
cumpleaños algo cambió. Aquél día no hubo
fiesta: sus vecinos no acudieron a su casa para tomar la acostumbrada
porción de tarta. Por alguna misteriosa razón, su
cariñosa madre se encerró en su cuarto, y de allí
no salió hasta el día siguiente.
Un orgulloso Lucius
entregó a su hijo dos paquetes, uno grande y alargado, y otro
mucho más pequeño.
Draco los abrió,
ilusionado. Y su decepción fue mayúscula al comprobar
de lo que se trataba: una escoba y un palito de madera carente de
atractivo alguno.
Lucius casi le abofeteó cuando Draco
confesó que habría preferido una bicicleta o un balón
nuevo.
- ¡Es el regalo más importante que te han
hecho en tu vida, hijo! –exclamó- ¡Tu varita y tu
escoba voladora¡Con ellas defenderás el honor de tu
familia y de la casa de Slytherin durante el tiempo que pases en
Hogwarts!
- ¿Hogwarts? –repitió Draco,
perplejo.
Lucius suspiró, tratando de no perder la
paciencia con su único hijo.
- Draco, hijo, eres un Malfoy
y un mago. Ya eres hora de que empieces a comportarte como tal.
El
pequeño Draco esperó, atento a lo que su padre quisiera
decirle. Desde muy pequeño le habían inculcado un
respeto absoluto a su padre, y, por la cuenta que le traía, se
cuidaba muy bien de seguir esas enseñanzas.
- A partir de
ahora no te relacionarás con muggles –soltó de
sopetón Lucius Malfoy.
- ¿Muggles¿Gente no
mágica?
- Exacto.
- Como... –Draco abrió mucho
los ojos- ¿como mis amigos, papá?
Lucius estalló,
inclinándose sobre su pobre hijo.
- ¡No son tus
amigos¡Son asquerosos muggles!
Los ojos de Draco se
llenaron de lágrimas. Sin poder contenerse, Malfoy le dio una
bofetada que casi tiró al niño al suelo.
- Papá...
-
A pesar de que se me revolvía el estómago, he dejado
que te relacionaras con ellos durante todo este tiempo... Cedí
a los deseos de tu madre para que viviéramos en esta casucha y
no en la enorme Mansión de los Malfoy, para que pudieras tener
más contacto con niños de tu edad. Consentí todo
eso, Draco, a pesar de que va en contra de las normas de nuestra
familia, la ancestral familia Malfoy... ¿y sabes por qué
lo hice?
Su hijo estaba demasiado asustado para contestar.
-
Para que te des cuenta de la clase de gente que son los muggles...
Son escoria, Draco. Y un Malfoy no debe jamás relacionarse con
ellos. No están permitidos los traidores a la sangre entre
nosotros.
Draco asintió mientras las lágrimas
surcaban su infantil rostro.
Aquello fue lo que Lucius estaba
esperando. Puso una mano en el hombro de su hijo, ya más
calmado e intentando parecer amable.
- Dentro de dos años
tendrás la edad suficiente para entrar en Hogwarts.
- ¿Qué
es Hogwarts, papi? –preguntó un tembloroso Draco.
- La
escuela de magia y hechicería. Personalmente, preferiría
que fueras a Durmstrang, con el viejo Karkarov... pero tu madre no
quiere tenerte tan lejos –murmuró con desprecio-. Y, por
otra parte, me hace especial ilusión que estudies en la casa
de nuestro viejo maestro Salazar Slytherin, el mismo sitio en donde
aprendió a manejar sus enormes poderes el Señor
Tenebroso.
Al pequeño Draco Malfoy todo aquello le sonaba a
chino, pero se guardó mucho de decirlo. Aferró su
varita y su escoba con fuerza, mientras asentía.
Lucius
sonrió, satisfecho de la forma en la que había dominado
la incipiente rebeldía de su hijo.
- Hoy te presentaré
a mis viejos amigos... todos fieles seguidores del Señor
Tenebroso... Conocerás a sus hijos, chicos de tu edad que
serán para ti mejores amigos que esos bastardos de la casa de
al lado.
Draco sintió las lágrimas que le quemaban
los ojos, pero se mordió el labio para no llorar. Fue la
primera vez que el pequeño Draco Malfoy tuvo que reprimir sus
sentimientos para no ofender a su padre. Pero no la última.
Lucius
agarró del hombro a su hijo y ambos montaron en el coche
familiar, tan útil, aunque Malfoy lo despreciaba como invento
muggle que era. Pero la casa de su amigo Goyle no tenía
chimenea, la escoba estaba descartada, y a su hijo le faltaba mucho
para aprender a aparecerse.
Sus amigos jugaban en el jardín
de al lado. Draco pasó ante ellos sin mirarles, ante la atenta
vigilancia de su padre. Pero, mientras éste estaba ocupado en
arrancar el coche, aprovechó para saludarles con la mano,
tristemente.
Después, miró al frente mientras el
coche empezaba a avanzar.
Aquél día empezó
la nueva vida de Draco Malfoy. Y terminaron sus días de
felicidad.
En casa de Goyle su padre le presentó con
orgullo. Media docena de antiguos mortífagos le contemplaron
con un respeto que parecía fuera de lugar teniendo en cuenta
que sólo era un niño de nueve años.
Más
tarde, Draco sabría que, al igual que su padre había
sido uno de los cabecillas de la primera generación de
seguidores de Voldemort, él estaba destinado a liderar a los
futuros mortífagos.
También le presentaron a varios
niños, entre ellos Gregory Goyle y Vincent Crabbe. El joven
Draco se sintió intimidado por ellos, hasta que observó
cuánto respeto le mostraban. Fue la primera vez que saboreó
el poder de ser un Malfoy.
Y le gustó.
También
le hablaron por primera vez del Señor Tenebroso. Todos al
mismo tiempo, se arremangaron la túnica, mostrando al joven
Draco una serie de marcas, idénticas aunque difuminadas.
-
Volverá, Draco –dijo Lucius, y Draco jamás había
visto a su padre con el rostro tan encendido, los ojos presos de un
fanatismo que se contagió a los presentes-. Y tú
estarás allí para ser el más fiel de todos los
mortífagos.
Rodeado de hombres y mujeres de todas las
edades que le contemplaban con profundo respeto, Draco no pudo hacer
otra cosa sino asentir.
A partir de aquél momento,
empezó un entrenamiento intensivo. Lucius quería que su
hijo llegara a Hogwarts un paso por delante de los demás, para
asegurarse de que destacaba como líder indiscutible de
Slytherin.
Por eso, cuando Draco Malfoy cumplió once años
y subió en el expreso de Hogwarts, no sólo volaba a la
perfección en escoba, sino que dominaba varios encantamientos
y hechizos malignos. Era el orgullo de su padre, que no cabía
en sí de satisfacción cada vez que contemplaba a su
espabilado e inteligente hijo. Al mismo tiempo, Narcissa Malfoy se
iba apagando cada vez más, presa de un sentimiento que Draco
no conseguía distinguir. Sólo una cosa sabía:
que a su madre no le gustaba lo que su padre estaba haciendo con él.
Y, como quería más a Narcissa que a Lucius, darse
cuenta de aquéllo le hizo ponerse automáticamente a la
defensiva, planteándose cada cosa que Lucius quería que
su hijo creyera fervientemente.
Sin embargo, Lucius y sus amigos
mortífagos no sólo habían instruido en eso a sus
hijos. Ni muchísimo menos. Porque la enseñanza también
consistía en hacerles sentir ese amor por las artes oscuras
que constituía el pilar de la vida de cualquier
mortífago.
Cuando Draco subió al tren, también
conocía de memoria la historia de Lord Voldemort. Y, cómo
no, conocía a Harry Potter.
Los mortífagos habían
inculcado odio eterno hacia Harry en todos sus hijos. Hacía
meses que Crabbe y Goyle soñaban con pillarlo a solas para
poder darle una paliza.
Sin embargo, Draco, que se había
mostrado aparentemente dócil a las enseñanzas de su
padre, escondía en su interior a un rebelde que admiraba
profundamente a Harry Potter.
A pesar de su edad, influenciable y
maleable, el hecho de darse cuenta de que su querida madre detestaba
a su padre, y el recuerdo de sus amigos muggles a los que jamás
vio, le habían impedido convertirse en un fanático
seguidor de Voldemort.
Durante aquellos dos años se las
arregló para parecer tan mortífago como el que más,
convencido de que de ello dependía su supervivencia. Pero, en
el fondo de su ser, la rabia bullía cuando su padre le
relataba con satisfacción sus matanzas de muggles. Cuando
Crabbe y Goyle (padres) reían a carcajadas, recordando sus
fechorías. Cuando observaban cómo adiestraban aquellas
personas a sus hijos para hacerles fanáticos servidores del
mal.
Por eso, cuando le hablaron de Harry Potter, no pudo más
que sentir un inmediato afecto hacia aquél desconocido de su
edad que, con un año, había logrado vencer al
todopoderoso Voldemort.
Y, cuando Draco Malfoy subió al
tren por primera vez, sus ojos buscaron un rostro que nunca había
visto pero al que esperaba poder reconocer. Efectivamente, en el
expreso apenas se hablaba de otra cosa que de la presencia del famoso
chico de la cicatriz. Draco sólo tuvo que seguir la estela de
voces que murmuraban el nombre de Harry.
Y lo vio. Pelo
alborotado, oscuro como ala de cuervo... y aquella cicatriz en la
frente. Sorprendido, se dio cuenta de que ya lo conocía: había
hablado con él mientras se compraba su túnica nueva.
Inmediatamente, lamentó haberlo hecho, sabiendo que, sin duda,
el hecho de ser observado por Madame Malkin, que conocía de
sobra a los Malfoy, le habría hecho decir algo
inapropiado.
Escuchó los gruñidos de Crabbe y Goyle,
y recordó que debía ser cauto. Entonces vio a Weasley y
toda su exquisita educación, su inteligente forma de ser, se
fue al traste. Sintió una punzada en el pecho que en ese
momento no supo definir (más tarde aprendería lo que
eran los celos) e inició un torpe acercamiento que incluía
el meterse con Ron Weasley; un individuo que en otras circunstancias
le habría caído bien, ya que pertenecía a una de
las familias acerca de las que más despotricaba su padre. Pero
se había hecho amigo de Harry, cuando se suponía que
era él, Draco, el que debería haber sido amigo
suyo.
Harry no le estrechó la mano. Se fue con Weasley y le
dejó a él con Crabbe y Goyle, y con la tarea de
explicar a su padre por qué había abordado a Harry
Potter.
Entonces fue cuando Draco cambió. El rechazo de
aquél a quien había admirado tanto le golpeó
casi físicamente, extendiéndose por su cuerpo en una
corriente de sordo rencor. Engendró un repentino odio hacia
aquel desconocido llamado Ron Weasley, y más tarde hacia
Hermione Granger y prácticamente hacia cualquiera que fuese
amigo de Harry. La admiración que Draco sentía hacia el
"Niño que vivió" se tornó en odio de una
forma repentina y feroz que ni él supo comprender. El pequeño
Draco aprendió inconscientemente que la línea que
separa el amor del odio es fina, muy fina.
Por despecho, Draco
Malfoy empezó a ser aquello que siempre había odiado.
Si su padre no había conseguido convertirle en un auténtico
seguidor de Voldemort, la forma en la que Harry no estrechó su
mano precipitaron al voluble Draco a los brazos de los
mortífagos.
Cuando el Sombrero Seleccionador lo colocó
en Slytherin, Draco Malfoy comprendió que era su destino.
Antes de aquel año, había contemplado con disimulado
desdén los estandartes verdes y plateados que adornaban el
despacho de su padre. La serpiente no le atraía; le gustaban
mucho más el león de Gryffindor o el águila de
Ravenclaw. Incluso el humilde Hufflepuff le resultaba más
simpático que el arrogante Salazar Slytherin.
Sin embargo,
desde el momento en el que fue recibido en las filas de Slytherin,
Draco Malfoy adoptó con todas las consecuencias el rol que le
asignaba. Desde aquél momento, sería Slytherin hasta la
médula. El hecho de que Harry fuera admitido entre los leones
sólo dio más alas a su orgullo por pertenecer a la casa
del maestro Salazar.
El dolor que había sentido se
transformó en rabia, y la rabia en amargura. Durante cuatro
años, Draco Malfoy fue el miembro más destacado de la
casa Slytherin. Asumió el papel de despreciar a los
Gryffindor, a los sangre sucia, a los traidores a la sangre como
Weasley y a todas aquellas personas que, según su padre,
debían de ser odiadas.
Y, por encima de todo, asumió
el papel de odiar a Harry Potter.
Y así fue cómo
Draco Malfoy, el bondadoso y débil niño que había
jugado con muggles, se convirtió en la esperanza de los
mortífagos, y en uno de los más radicales jóvenes
defensores de Lord Voldemort.
Y fue en cuarto curso cuando algo
cambió. Draco lo recordaba muy bien: había sido el año
del Torneo de los Tres Magos, el año de Durmstrang y
Beauxbattons. Un año marcado por la ausencia de la Copa de
Quidditch que habitualmente les proporcionaba el placer de
enfrentarse cara a cara a sus más enconados rivales. Pero, por
encima de todo, había sido el año en el que las
hormonas de los jóvenes estudiantes habían empezado a
despertarse.
Hasta entonces, las conversaciones de Draco y sus
compañeros de Slytherin giraban en torno a tres temas
fundamentales: las clases, lo asqueroso que era "ese Potter", y
la paliza que el equipo de Slytherin propinaría a la casa que
se enfrentara a ellos en el siguiente partido.
Algo extrañado,
Draco ya había notado un año antes que Pansy Parkinson
le prestaba más atención de la habitual. Pero el joven
Slytherin, que en el fondo seguía siendo inocente como antaño,
no sabía que las chicas entraban en la adolescencia antes que
los chicos.
Al año siguiente, lo descubrió cuando se
dio cuenta de que en los intereses de sus compañeros varones
había aparecido un nuevo elemento que ocupaba el puesto número
uno en las listas de prioridad. Un elemento con falda y pelo
largo.
Chicas.
Crabbe y Goyle babeaban por Parkinson. Parkinson
a menudo le miraba con la mejor de sus sonrisas, por no mencionar que
cualquier ocasión era buena para abrazar y estrujar al pobre
chico. Nadie escapaba al influjo del amor, o eso le parecía a
Draco. Atónito, contemplaba cómo sus fieros amigos de
Slytherin lo dejaban todo y ponían la más estúpida
de sus sonrisas estúpidas cuando una chica les hablaba.
En
las demás casas pasaba lo mismo, incluida en la de los
leoncitos. Draco lo sabía porque Parkinson parloteaba sin
cesar acerca del triángulo amoroso Weasley – Granger –
Krum. Malfoy bostezaba, aburrido. Si a esa sangre sucia le gustaba el
pobretón de Weasley o por el contrario prefería al
musculitos búlgaro le traía al fresco.
Durante la
primera parte del curso, Malfoy se sintió aislado de sus
compañeros. Lo que al principio era desdén se
transformó en preocupación al comprobar que no le
interesaban lo más mínimo los temas amorosos. Pensó
que sencillamente estaba incapacitado para sentir amor por nadie.
Después del ejemplo que le daban Narcissa y Lucius cada vez
que iba a casa en vacaciones, no le extrañaba. Se resignó
a ser un lobo solitario durante el resto de su vida. Se resignó
a no amar a nadie. Mejor así.
Entonces, un día, su
visión del problema cambió bruscamente. Y fue,
curiosamente, gracias a los parloteos de Pansy.
- ¡Hey,
Draco! Adivina quién acaba de dar calabazas a Potter –gritó
Pansy Parkinson, alcanzándole con una sonrisa maliciosa
dibujada en el rostro.
- ¿A Potter? –repitió
Malfoy, parando en seco. Se sorprendió al sentir que su
corazón empezaba a latir aceleradamente.
- Cho Chang,
buscadora de Ravenclaw. Estaba comentando el tema con sus amigas...
¡realmente es estúpido ese Potter¿Cree que
puede competir con Cedric Diggory?
- Pero... ¿Harry se le
ha declarado? –balbuceó Draco con expresión
estúpida.
Pansy le dirigió una mirada sorprendida.
-
La ha invitado al baile, pero eso no es nada. Hace semanas que todo
el mundo sabe que a Harry le gusta Cho. En los dormitorios femeninos
de Ravenclaw no se habla de otra cosa... –Pansy se detuvo y su
expresión de malicia se tornó en preocupación y
sorpresa- ¿Draco¿Te ocurre algo?
Tan sorprendido
como Pansy, Draco sintió cómo los ojos se le llenaban
de lágrimas. Echó a andar a grandes zancadas.
- No
es nada...
- Pero... ¿Qué te pasa, Draco?
-
¡Déjame! –gritó Malfoy, girando sobre sus
talones para enfrentar a Parkinson.
La joven retrocedió,
sorprendida. Los alumnos que había a su alrededor le miraron,
y Draco Malfoy se apresuró a salir de allí y refugiarse
en su dormitorio.
¿Cómo habría podido
explicárselo a Parkinson¿Cómo habría
podido contarle que, a medida que ella le relataba los pormenores del
enamoramiento de Potter, un frío gélido se extendía
por las entrañas del joven Slytherin¿Cómo
explicarle el peso que sentía en esos momentos en el
corazón?
Se secó las lágrimas, confuso. ¿Por
qué lloraba¿Qué clase de sentimiento había
logrado romper su ansiado autodominio, el autodominio que tan
férreamente le había inculcado su padre¿Y qué
más le daba a él con quién saliera o no saliera
Potter? No le importaba.
"Pero sí que te importa"
susurró una voz en su interior. La voz de su conciencia.
-
Yo odio a Potter –dijo Malfoy en voz alta, como si al oírlo
pudiera convencerse a sí mismo.
"Sabes que no es
cierto"
Y sabía que no era cierto. Draco requirió
de todo su valor para analizarse fríamente.
Y entonces
descubrió la razón por la que había admirado a
Harry sin conocerlo. Por la que había iniciado aquél
torpe acercamiento en el tren. Por la que, después, había
sentido un odio irracional hacia él por el hecho de que Potter
no quisiera ser su amigo. La razón por la que se le había
encogido el alma al saber que Potter había pretendido a Cho
Chang.
Estaba enamorado de Harry Potter.
Notas: Muchas gracias por las reviews que he recibido hasta ahora. No os preocupéis, continuaré el fic y, además, me gustan las historias con final feliz ;-) ¡Gracias por leer!
