Lucharé a tu lado

Género: T
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.

Capítulo 7: Enemigos íntimos

Harry caminaba por el pasillo, cabizbajo, sintiendo apenas el cansancio que siempre invadía su cuerpo tras un duro partido de quidditch. A su lado marchaba Ron, cuyas orejas aún estaban furiosamente enrojecidas. Ambos vestían todavía sus túnicas del equipo de Gryffindor, y no pronunciaban palabra alguna. Estaban demasiado ocupados para hablar, sumidos en sus propios pensamientos.
A regañadientes, Harry pensó en Severus Snape, y aceptó que éste tenía razón. Apretó los puños inconscientemente, furioso, y, casi al instante, sintió un repentino escozor en la mano derecha.
La levantó, mirando con disgusto sus nudillos, enrojecidos, despellejados y aún con restos de una sangre que no era suya. Asqueado, pensó que le recordaba demasiado a la mano de su querido primito Dudley después de que éste propinara una de sus habituales palizas al primer chico del barrio que se le cruzara mientras patrullaba las calles con su pandilla.
Snape tenía razón: al principio les había parecido divertido. Muy divertido.
Ron dirigió una breve mirada de reojo a Harry. Sabía perfectamente en qué estaba pensando. Incluso él tardaría tiempo en olvidar aquella escalofriante escena: Harry golpeando una y otra vez a Draco, la sangre en el rostro de éste, y el brillo demoníaco en los ojos de su mejor amigo.
Le pasó el brazo por los hombros, haciendo reaccionar al ensimismado buscador.
- Vamos, Harry. No te tortures. Sólo te has limitado a hacer lo correcto. A fingir.
Harry no contestó, aunque sabía que Ron llevaba razón. El problema es que hacía tiempo que fingir le resultaba, más que un juego, una auténtica tortura.

Harry observaba aburrido a Draco, mientras éste, por enésima vez, intentaba oponerse al efecto del veritaserum
Estaban en el despacho de Snape: el Gryffindor, apoyado despreocupadamente en una estantería atiborrada de frascos de contenido desagradable. En Slytherin, sentado en una silla, frente a su cada vez más crispado padrino.
- ¡No lo estás intentando con toda tu voluntad, Draco! –le regañó Snape, paseando nerviosamente frente a su ahijado. Muy probablemente, aquél mismo día Draco tendría que rendir cuentas ante Fudge y Umbridge.
- La verdad es que no –dijo Draco, aún bajo el impulso incontrolable que le inducía a contestar sinceramente.
Snape soltó un bufido.
- ¿Lo ves? ¿Cómo piensas engañar a Fudge, Draco? ¿Cómo piensas engañar al Señor Tenebroso cuando tengas que estar cara a cara con él?
Draco desvió los ojos de Snape para compartir una mirada de entendimiento con Harry. Éste, que odiaba la forma de enseñar de Severus Snape, no podía menos que sentirse en solidaridad con Draco.
Snape descubrió la muda comunicación entre los dos jóvenes. Apretando los dientes, se giró bruscamente hacia Draco.
- Draco Malfoy, ¿a quien eres leal? –preguntó de sopetón, maliciosamente.
Draco taladró a su padrino con la mirada.
- Yo soy leal a Harry Potter –contestó en tono rotundo, alto y claro.
Harry sintió un escalofrío. Snape le miró, el disgusto patente en su afilado rostro.
- Potter, fuera de aquí –ordenó.
- ¿Por qué?
- Al parecer mi ahijado no puede separar sus hormonas del deber –murmuró con resignación-. Y, como estoy seguro de que ambos queremos evitar que acabe en Azkaban, lo mejor será que te vayas.
Harry asintió. Correspondiendo a la breve sonrisa de disculpa de Draco, salió del despacho de Snape y cerró la puerta a sus espaldas.

Sí, les había parecido divertido. Incluso el hecho de denunciar públicamente a Draco no le resultó tan desagradable como había pensado. A ninguno de los dos les costó fingir que se odiaban a muerte, ni siquiera cuando medio colegio empezó a dudar de la salud mental de Harry y de Dumbledore.
No, el infierno vino después.
Porque Harry estaba acostumbrado a que todos los alumnos que no eran de Gryffindor le miraran por los pasillos y se rieran de él, era lo que le había ocurrido en cuarto curso. Estaba acostumbrado a que El Profeta lo vilipendiara, a que sus propios compañeros le miraran con desconfianza.
Pero llegó un momento en el que fingir que odiaba a Draco dejó de divertirle, y a eso sí que no estaba acostumbrado.
Snape no sabía lo cerca que había estado de acertar en pleno: a veces Harry pensaba que, si no hubiera sido por las cicatrices que Draco tenía en su brazo, ya habría dudado en más de una ocasión de las intenciones del Slytherin, de su amor hacia él.
Porque si antes Draco le molestaba ocasionalmente, ahora se había convertido en algo constante. El rubio le perseguía, protegido tras su enseña de prefecto, y le castigaba a la más mínima oportunidad.
Pero eso no era lo peor. Lo peor era mirar esos ojos grises y no ver en ellos nada más que burla y desprecio. Lo peor era escuchar los peores insultos de la misma voz que días antes le había prometido amor eterno, de la misma boca que había besado con pasión. Lo peor era que Draco Malfoy había resultado ser un rematadamente buen actor. A veces Harry jugaba a imaginar que lo sucedido con Draco hacía unos días había sido sólo un sueño, una alucinación, y que el prefecto de Slytherin que en ese momento le quitaba puntos a su casa con una sonrisa de desprecio en el rostro le odiaba realmente y no estaba fingiendo en absoluto.
En aquellas ocasiones Harry, que no tenía ni mucho menos las dotes de Draco para la interpretación, se esforzaba por convertir su rostro en una máscara de odio. Se repetía a sí mismo que aquello no era más que un teatro, una pantomina. Pero a veces se sorprendía pensando en Draco Malfoy como antes de aquella noche en la Sala de los Menesteres... odiándole realmente.
Y aquél era uno de esos días. Harry no sabía qué mente perversa había ideado la infame campaña A Weasley vamos a coronar. ¿Snape? ¿El propio Draco? Lo único que sabía era que Severus Snape le había comunicado un par de días antes, al castigarlo intencionadamente en clase de Pociones, que en el partido Gryffindor vs. Slytherin que tendría lugar el mismo sábado debería enzarzarse en una pelea cuerpo a cuerpo con el buscador del equipo verde y plata.

- ¿Pegar a Draco? –se sorprendió Harry- ¿yo?
Snape se cruzó de brazos, imperturbable.
- Sí, Potter, tú.
- ¿Por qué?
El jefe de Slytherin se inclinó ligeramente sobre su joven alumno, bajando la voz.
- Porque los mortífagos sospechan aún de nuestra historia. Hasta ahora os habéis limitado a un cruce verbal e inofensivo de acusaciones, Potter. Pero el sábado... todo el mundo espera que suceda algo después de todas las disputas que habéis tenido Draco y tú. Ya sabes, el quidditch, en ansia por ganar, la adrenalina... el hecho de que seguramente tú atraparás la snitch –añadió con un deje de amargura-. Todo el mundo espera que Draco y tú intentéis mataros el uno al otro durante el partido. Y, por Merlín que les daremos lo que esperan.
Snape se enderezó y le dirigió su habitual mirada altiva. Harry frunció el ceño.
- No sé si seré capaz de pegarle –confesó, bajando la cabeza.
El profesor esbozó una ligera sonrisa. Una sonrisa misteriosa, y, por qué no decirlo, un poco maligna.
- Creo que serás capaz –murmuró en tono malicioso, dando la espalda a su alumno-. Los ánimos están muy caldeados... y más que se van a caldear cuando llegue el día del partido. Y ahora, señor Potter –concluyó, levantando la voz- le voy a levantar el castigo para no tener que perder toda la tarde con usted. Pero si vuelvo a pillarle haciendo burla a los alumnos de Slytherin, le aseguro que no volverá a saber lo que significa la expresión "tiempo libre", al menos en lo que queda de curso.

Al principio no había entendido el sarcasmo de Snape. Empezó a darse cuenta de lo que sucedería el sábado cuando, esa misma mañana, vio la insignia que adornaba el pecho de la persona a la que amaba.
Durante un segundo se quedó paralizado por la impresión. Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. Estaba mudo, completamente mudo.
Miró a Draco. El rubio le sonreía con desprecio. Rápidamente, Crabbe y Goyle se pusieron a su lado, dirigiendo una mirada intimidatoria al Gryffindor.
- ¿Qué miras, Potter? –escupió Draco- ¿Te gusta mi insignia? ¿Quieres que te regale una?
Un coro de risas proveniente de la mesa de Slytherin subrayó las palabras de Draco. Harry hizo todo lo posible por dirigirle una mirada cargada de odio, y después dio media vuelta y se fue.
El tiempo que pasó desde que desayunó hasta que se encontró en el vestuario del equipo de Gryffindor poniéndose la túnica se le antojó interminable. Nunca se había sentido tan nervioso antes de un partido de quidditch, ni siquiera en su primer año. Claro, que peor era lo de Ron: el pelirrojo estaba tan verde como las plantas de la profesora Sprout.
Pero lo peor vino después. Snape tenía razón (una vez más): a nadie le extrañaría que Harry acabara golpeando a Draco Malfoy después de aquel partido. El equipo de Slytherin jugó más sucio que nunca, las bludgers de Crabbe y Goyle le perseguían por todo el campo...
...por no hablar de aquella maldita canción, y del hecho de que su mejor amigo estuviera completando una actuación realmente patética.
Entonces, cogió la snitch.
Durante unas milésimas de segundo, mientras las alas de la dorada pelota se agitaban desesperadamente contra los dedos de su mano, los dos buscadores se miraron, no como los archienemigos que supuestamente eran, sino como los dos jóvenes que días antes se habían besado apasionadamente en la Sala de los Menesteres. Durante los escasos instantes en que ambos continuaron volando a velocidad de vértigo, haciendo sus rasgos borrosos para todo el mundo excepto para ellos mismos, dejaron de ser enemigos y volvieron a ser, simplemente, Draco y Harry.
Entonces, Draco le dirigió una inquietante mirada de disculpa. Y sus labios emitieron una muda súplica.
"Perdóname"
La voz de Lee Jordan interrumpió el mágico momento sin que Harry pudiera siquiera preguntarse a sí mismo qué había querido decir Draco. ¿Perdonarle por qué?
- ¡Y Harry Potter ha atrapado la snitch! ¡Gryffindor gana el partido!
Draco giró bruscamente sobre su escoba, y su rostro sereno volvió a crisparse en una mueca de simulado odio. Frustrado, se reunió con su equipo. Volvía a ser Draco Malfoy, el buscador del equipo contrario.
Harry levantó el puño dejando ver la snitch dorada, simulando sentirse más eufórico de lo que realmente estaba.
Ambos equipos aterrizaron en el campo de quidditch: los leones, sonrientes; las serpientes, rumiando la derrota.
Y entonces, Draco Malfoy se acercó temerariamente ellos, y, sorprendiendo al propio Harry, empezó a insultar a los Weasley con una crueldad que parecía fuera de lugar incluso en el príncipe de Slytherin.
Atónito, Harry apenas alcanzó a sujetar a uno de los gemelos. Dirigió una mirada desesperada a Draco, que el rubio respondió arreciando sus insultos. El buscador de Gryffindor hubiera dado cualquier cosa porque el Slytherin se marchase antes de que George Weasley consiguiera escapar de su presa: si eso sucedía, Draco iba a salir muy mal parado.
Entonces, Draco cambió de tercio y empezó a insultar a la propia familia de Harry. Y eso era algo que el moreno no esperaba.
Casi no se dio cuenta de cuándo dejó escapar a George. En ese momento, mientras el furioso pelirrojo estaba a punto de saltar sobre Draco, y se vislumbraba el miedo en los ojos de éste, recordó las palabras de Snape y comprendió que él también tenía que actuar, aceptando el papel que se le había otorgado en aquella cuidadosa y detestable representación.
La violencia con la que descargó su puño sobre el estómago del joven a quien amaba le sorprendió a sí mismo. Obligándose a concentrarse en las palabras que el rubio había pronunciado sobre su madre, obligándose a rescatar el antiguo odio, siguió golpeándole. Una y otra vez, su puño cerrado encontró la piel pálida de Draco, mientras cerraba fuertemente los ojos para que las lágrimas no se filtraran por sus párpados. Cada vez que le asestaba un golpe, su propio cuerpo se estremecía de dolor. Cada vez que los gritos de Draco llegaban a sus oídos, algo también gritaba en su pecho.
Pasaron unos segundos, interminables para Harry, hasta que alguien tiró de su cuerpo, separándole del magullado cuerpo del Slytherin sin demasiado esfuerzo.
Y, tirado en el sueño, con el rostro cubierto de sangre, Draco le sonrió. Una sonrisa difuminada tras el líquido rojo que manaba de su nariz, una sonrisa que cualquier otro había interpretado como de desprecio.
Pero Harry Potter sabía la verdad. Draco le estaba dando las gracias. Con aquella breve y contundente paliza, el Gryffindor había afianzado como ningún otro podía hacerlo la historia inventada de Draco Malfoy ante los jóvenes mortífagos. Ahora, no tenía nada que temer. Ahora era, más que nunca, su líder y su héroe.
No obstante, diez minutos después, Harry lloraba amargamente bajo el chorro de agua caliente, ya en su habitación de la Torre de Gryffindor. En aquél momento odiaba a Snape, a Dumbledore y al propio Draco por lo que le habían obligado a hacer. Se sentía sucio, vil, después de haber descargado su furia contra la persona a quien más quería en el mundo.
En la habitación, Neville y Ron escuchaban a Harry en silencio, y compartieron una larga mirada de compasión.
- Pobre –murmuró Longbottom- le encanta jugar al quidditch... ya no podrá hacerlo, gracias a ese maldito Malfoy...
Ron asintió en silencio. Pero él sabía la verdad: el quidditch era de las cosas que menos le importaban a Harry en aquél momento.

- Ese maldito Potter... –gruñía Draco escupiendo sangre.
La señora Pomfrey y Pansy Parkinson no pudieron evitar compartir una breve sonrisa. Afortunadamente, Montague estaba demasiado ocupado riéndose con Goyle como para advertirlo.
- No hable, señor Malfoy, o no podré arreglar esa nariz –le regañó suavemente la señora Pomfrey.
Draco suspiró y dejó trabajar a la sanadora. Un barullo ensordecedor empezó a filtrarse por la puerta cerrada del vestuario del equipo de Slytherin, amenazando con ensordecer las bravatas de Montague y los dos golpeadores.
- ¿Qué pasará ahí fuera? –murmuró Crabbe.
- Voy a ver –masculló Pansy, quitándose la escarapela verde y plata para dejar al descubierto su insignia de prefecta. Con autoridad, se adelantó hábilmente a Crabbe y abandonó el vestuario antes de que alguien pudiera ofrecerse a acompañarla.
En el exterior, un grupo de pequeños Slytherin de primero y segundo cantaban a grito pelado A Weasley vamos a coronar.
- ¿Qué hacéis aquí? –preguntó ásperamente Pansy.
- Una prefecta de Gryffindor no nos dejaba celebrar arriba la expulsión de Potter y los Weasley –explicó tímidamente un Slytherin.
- Una prefecta de –mumuró Pansy, mientras una luz se encendía en su mente-... oh... comprendo...
Pansy dio media vuelta y se encaminó al exterior del campo. A pesar de que el equipo de Gryffindor había ganado, ninguno de los leones se había quedado a celebrarlo. Con Potter y los dos Weasley expulsados, y con el inútil Ron como guardián, las esperanzas de ganar algún otro partido eran escasas.
Sin embargo, quedaban unas cuantas personas diseminadas por el exterior. Y, cerca de la entrada a los vestuarios, una chica a la que Pansy conocía muy bien, y que parecía estar esperándola.
- Granger –saludó Pansy hoscamente.
- Parkinson –casi escupió Hermione.
- ¿Por qué has echado de aquí a los Slytherin? ¡Ahora están molestándonos a nosotros!
- Ah, ya veo –rió Hermione con sorna-. Esa estúpida canción os molesta incluso a vosotros...
Después, Hermione miró por encima del hombro. La persona más cercana a ellas era Luna Lovegood, pero no había que preocuparse por ella: estaba intentando arreglar su sombrero de cabeza de león, que rugía sin cesar, y... bueno, era Luna Lovegood. Hermione se giró hacia Pansy y empezó a hablar en voz más baja, aunque sin mutar la expresión de desagrado de su rostro, por si alguien las estaba observando desde lejos.
- Ya pensaba que no vendrías.
- Reconozco que ha sido una buena táctica para llamarme.
- ¿Cómo está Draco?
- Se recuperará. ¿Y Harry?
Hermione suspiró.
- Destrozado.
- Lo supongo... Francamente, lo ha hecho mejor de lo que todos esperábamos. Tendrías que ver la cara con la que Crabbe y Goyle miran ahora a Draco, antes desconfiaban un poco de él, ahora es de nuevo su héroe.
- Sí, ha sido una buena escenificación... –admitió Hermione- muy Slytherin.
Pansy ahogó una risa.
- Gracias por el cumplido... si es que es un cumplido.
- Lo es –replicó Hermione con sinceridad-. Escucha... había pensado que a Harry le iría bien ver a Draco esta noche.
Pansy puso cara de circunstancias.
- ¿Esta noche?
Hermione asintió.
- Veré lo que puedo hacer.
- ¿Cuándo tendrás una respuesta?
- Pues... Blaise inflingirá flagrantemente las normas en el vestíbulo poco antes de la cena. Asegúrate de que Ron o tú estéis allí para verlo. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
Pansy dio media vuelta. Para cualquier observador casual, las dos prefectas habían mantenido una agria discusión y ahora la Slytherin se dirigía de nuevo a comprobar el estado de salud de su adorado Draco. Y, cuando Pansy giró la cabeza levemente, a cualquiera le habría parecido que era para soltar su último insulto.
- Por cierto, también sentimos lo de la canción. Pero era necesario.

A hurtadillas, Draco recorrió la distancia que separaba la mazmorra de Slytherin de la Sala de los Menesteres. En realidad, lo hacía por pura costumbre; desde comienzos de curso, Voldemort le había dado vía libre para campar a sus anchas por Hogwarts, siempre y cuando el objetivo fuera matar a Potter. Teniendo en cuenta que, si Filch le pillaba, iría a parar directamente al despacho de Snape, y que éste era otro supuesto gran mortífago, Draco Malfoy no tenía que temer ni por los puntos de su casa ni por una hipotética expulsión de Hogwarts.
Al llegar a cierto pasillo en concreto, contempló la pared, aparentemente sólida, exenta de cualquier tipo de aberturas. Dio un paso en su dirección, cuando de repente se le ocurrió pararse a pensar qué esperaba encontrar dentro.
Conteniendo una leve sonrisa, pasó tres veces por delante de la pared pensando: "Quiero encontrar a Harry Potter preguntándose si debe estar molesto conmigo o no".
Una puerta apareció. Draco se acercó, aún con su sonrisa triunfal, y, después de acomodarse inconscientemente el pelo, la abrió.
La mirada esmeralda de Harry le saludó en silencio. El Gryffindor le esperaba sentado en la cama que, inexplicablemente, había vuelto a aparecer.
- Parece que nuestro lugar ideal para las citas será siempre un dormitorio... –comentó Draco, rompiendo el hielo.
- Eso parece –replicó Harry en tono desganado.
Contempló la espalda del rubio mientras éste cerraba la puerta, preguntándose si nuevamente sería testigo de la transformación del insolente Malfoy en el sensible y cariñoso Draco.
Y, efectivamente, cuando en Slytherin volvió a girarse hacia él, Harry, aliviado, comprobó que volvía a ser el chico a quien había besado en esa misma habitación por primera vez. Todo rastro de ironía o burla había desaparecido de su rostro mientras se encaminaba hacia él. Distraídamente, arrancó de su pecho la insgnia de prefecto y de la Brigada Inquisitorial mientras Harry le abrazaba.
- ¿Estás enfadado? –preguntó en un susurro, alzando una ceja.
- No.
Draco sonrió.
- Mientes muy mal –reprochó suavemente- deberías practicar Oclumancia, Harry.
- Oh, cállate –murmuró Harry con una mueca- con un Snape me basta.
- ¿Me comparas con mi padrino? No sabía que vuestra relación hubiera progresado tanto...
Harry le acalló con un beso, y Draco aceptó sumisamente la tregua, sin poder evitar que la mano que alborotaba el pelo negro de Harry temblara durante unos segundos. Llevaban demasiado tiempo sin estar a solas, demasiado tiempo sin que sus labios se unieran y entablaran una silenciosa pero encarnizada batalla por ver quién de los dos transmitía más sensaciones al otro con un solo beso. Demasiado tiempo sin sentir que no eran enemigos, sino más bien enemigos íntimos.
Draco fue el primero en separarse, y, por la preocupación que se ocultaba en tras su mirada gris, Harry adivinó que tenía algo más que decirle.
- Sé que estás molesto, Harry. Pero era necesario. Todo era necesario –empezó, sin saber muy bien qué decir.
- Lo sé –murmuró Harry ahogando un suspiro.
- Pero lo que ha pasado hoy... –tragó con fuerza- es sólo la punta del iceberg.
La expresión de Harry Potter se endureció. Y su mirada de amarga sorpresa hizo bajar la cabeza al rubio.
- ¿De qué hablas? Yo pensaba que, después de lo de hoy, nadie albergaría más sospechas sobre ti.
- Sí, y así ha sido. Pero, a pesar de que ya no sospechen de mí, hay que seguir actuando. Tengo que afianzar mi posición.
Harry soltó un bufido.
- ¿Y qué diferencia habrá con lo que has estado haciendo hasta ahora?
- La diferencia, Harry –contestó Draco lentamente, midiendo las palabras- es que el final del curso se acerca. Y no me cabe duda de que dentro de poco tendremos problemas.
- ¿Problemas?
- Voldemort –aclaró Draco, alzando las cejas- ¿crees que va a dejar escapar un nuevo año sin intentar hacer una de las suyas? ¿y más cuando ahora tiene un nuevo cuerpo y ha recuperado sus antiguos poderes?
- ¿Y?
- ¿Y? –repitió el Slytherin, exasperado- ¡Pues que tú acabarás metido de por medio, como siempre!
- No creas que me voy a poner en bandeja tan fácilmente –replicó Harry en tono frío.
Pese a todo, una cálida sonrisa iluminó el rostro de Draco.
- Oh, sí, lo harás. Desde que entraste a Hogwarts, apenas ha habido un año en el que no te hayas cruzado en su camino, intencionada o casualmente... es una de las cosas que me gustan de ti –terminó en un susurro, haciendo que Harry enrojeciera ligeramente-. Y este año no será la excepción, y menos ahora que está vivo.
- Tendré cuidado –aseguró Harry, confortando a su pareja con un ligero abrazo.
- Espero que lo tengas. Porque yo no podré ayudarte si te metes en líos.
- ¿Alguna vez me has ayudado, acaso? –le provocó Harry con una ligera sonrisa.
- No te lo tomes a broma –le reprendió Draco-. Sabes perfectamente a lo que me refiero. Si Voldemort te atrapa y yo estoy allí, no tendría más remedio que hacerte daño o autodescubrirme como infiltrado para intentar ayudarte. Y, a pesar de lo que digan Dumbledore y Snape, yo jamás permitiría que los mortífagos te tocaran un solo pelo –aclaró el rubio, la determinación brillando en su mirada-. Así que, por el bien del maravilloso plan de Dumbledore, ándate con ojo, Harry. Y mientras tanto, hasta que llegue el día de la batalla final, no dudes de que yo seguiré comportándome como tu peor enemigo.

Pese a todo, Harry no valoró el alcance de las palabras de Draco hasta que llegó el angustioso día en el que, encerrado en el despacho de Umbridge con media Brigada Inquisitorial y un buen puñado de miembros del Ejército de Dumbledore, pensó que le estaba reteniendo inútilmente mientras Voldemort torturaba a su padrino.
- Mi peor enemigo... –masculló en voz baja.
Draco se limitó a dirigirle una mirada burlona. Pero debajo había algo más, una clara advertencia: "no nos pongas en evidencia".
"Es mi padrino el que está en peligro", estuvo a punto de soltar. Pero Draco aún no sabía nada de su misteriosa filiación con Sirius Black, por lo que no hubiera entendido ni media palabra. Y, además, Goyle, Crabbe y unos cuantos futuros mortífagos estaban delante. Y Harry quería salvar a Sirius, sí, pero jamás a costa de condenar a Draco.
Al final pudo entregarle el mensaje a Snape. Pero eso no evitó el catastrófico, inevitable desenlace.
Y un día después se encontró a sí mismo en el despacho de Dumbledore. Cansado, confuso, alterado, escuchó al fin la maldita profecía, la que había costado la vida de Sirius.
- Uno de los dos deberá morir –subrayó Dumbledore sin poder ocultar su tristeza- tú o Voldemort, Harry.
Aquella noche no pudo dormir. Se echó su capa invisible a los hombros, y deambuló por Hogwarts. Merlín sabe cómo logró esquivar a Filch y la Sra. Norris, ya que, ni había llevado su mapa del merodeador, ni puso el más mínimo interés en averiguar el paradero del conserje. Todo le daba igual.
Se dirigió inconscientemente a la Sala de los Menesteres, posiblemente el único lugar donde había sido feliz aquél maldito curso. No sólo por los esporádicos encuentros que había tenido allí con Draco, sino por las satisfactorias reuniones del ED. Aún sin saberlo, cuando dobló la esquina para dirigirse a aquel pasillo, lo que ansiaba era ver, una vez más, el cuartel general del Ejército de Dumbledore.
No esperaba encontrar a una delgada figura esperándole, apoyada indolentemente en la pared. Los tímidos rayos de luna que se filtraban por la ventana arrancaban débiles destellos plateados al escudo que llevaba en el pecho. No tuvo problemas en reconocerle.
No esperaba encontrarle allí, pero, al verle, comprendió que llevaba todo el día esperándole.
Se quitó la capa invisible y fue a su encuentro. Draco no pareció sorprendido al verle aparecer de repente. Simplemente, le acogió entre sus brazos. Sin decir una sola palabra, hizo entrar al Gryffindor en el lugar que ya se había convertido en el refugio secreto de ambos.
- Ven –susurró, llevándole a la cama.
Harry se limitó a seguirle, y, a pesar de que estaba hundido por la muerte de Sirius y que todo su campo emocional se había reducido a una honda y desgarradora tristeza, no pudo evitar sentirse nervioso cuando Draco le recostó en el mullido colchón de matrimonio que había presidido la estancia desde que ambos entraran allí juntos por primera vez.
Sin embargo, ni por un momento se le pasó por la cabeza la idea de que el Slytherin quisiera aprovecharse de la situación. Y Draco no le defraudó. Acostándose junto a Harry, se limitó a hacer que el moreno recostase la cabeza en su pecho, mientras, suavemente, acariciaba su rostro.
Pese a que el deseo entre ambos era evidente desde el primer día, Draco era plenamente consciente de que su relación con Harry era todavía más espiritual que física. Y también sabía que debía dejarle llorar en paz, desahogar su pena sobre su hombro mientras él se limitaba a confortarle en silencio.
- Draco... –interrumpió sus pensamientos la voz de Harry.
- ¿Sí?
El Gryffindor se incorporó un poco, lo justo para que sus rostros estuvieran frente a frente. El dolor nublaba los ojos verdes de Harry, y añadía un matiz de amargura a su rostro habitualmente sereno. Y algo más, algo que Draco no pudo identificar pero que le hizo mantenerse en guardia.
- Júrame que tú no sabías nada de lo de Sirius.
- ¿Cómo? –preguntó Draco, confuso.
- Que tú no sabías que Sirius estaba sano y salvo. Júrame que no sabías que Voldemort iba a utilizarle para atraerme al Ministerio de Magia. Por favor...
Con el semblante serio, Draco contempló durante unos segundos el rostro ansioso de Harry... y negó con la cabeza.
- No puedo hacerlo.
Una mueca de frustración apareció en el rostro de Harry.
- ¿Por qué?
- Porque yo sabía que Voldemort intentaba utilizar a uno de tus amigos para atraerte hacia allí. En concreto, sabía que utilizaría la misteriosa conexión que hay entre vosotros dos para hacer que fueras al Ministerio de Magia.
Harry se incorporó de golpe.
- ¡¿Y por qué no me lo dijiste, Draco! ¡¿Por qué dejaste que Sirius muriera! –exclamó, fuera de sí.
Draco le devolvió una gélida mirada, sin dejarse intimidar por la furia que irradiaba el Gryffindor.
- Porque pareces no entender, Harry, que, hasta que llegue la hora de desenmascararme, seré tu enemigo. Salvo estos breves encuentros, seré tu enemigo en cada palabra y en cada acto. Y no creas que para mí es fácil luchar contra ti como si realmente te odiara–aclaró en tono amargo-, pero de eso depende el éxito de mi misión.
- Tu misión... –repitió Harry en tono despectivo.
- Y si la misión que estoy llevando a cabo –continuó Draco alzando la voz, incorporándose para quedar a la altura del moreno y dirigiéndole una penetrante mirada- puede algún día salvarte la vida, Harry James Potter, ten por seguro que yo la cumpliré a la perfección aunque tenga que dejar morir hasta al último miembro de la Orden del Fénix –observó a Harry, quien le miraba, completamente lívido, y añadió en tono más suave- incluso a mi propio padrino, Severus Snape.
Durante unos segundos, Harry y Draco se miraron. El primero apretaba los puños inconscientemente, aún sin poder decidir si tenía que odiar o no al Slytherin por lo que le había dicho. El segundo observaba al Gryffindor, sereno, seguro de haber hecho lo correcto.
- Sirius ha muerto... –murmuró Harry, al fin.
La expresión en el rostro de Draco se suavizó. Su mano volvió a buscar la mejilla de Harry, y éste no se apartó, aunque parecía aún remiso a aceptar las caricias de su pareja.
- Sí, Sirius ha muerto –respondió en un susurro-, y créeme que lo siento. Pero si tú no consigues derrotar a Voldemort dentro de uno, dos o tres años, Harry, todos moriremos. Tu padrino no es el único que se ha sacrificado por la causa. Tus padres ya lo hicieron, y el mantenerte con vida es el mejor tributo que podemos hacerles.
Cualquier otro que hubiera pronunciado semejantes palabras ante Harry habría recibido una furibunda respuesta por parte del Gryffindor. Sin embargo, la voz querida de Draco pareció hacerle entrar en razón. Su odio se difuminó, al tiempo que empezaba a comprender... y a aceptar.
Sirius no era el primero, ni sería el último, en sacrificarse. Habría más muertes, y ambos lo sabían. Y, al mirar a Draco, comprendió que no podía enfadarse con él cuando el propio Slytherin se balanceaba peligrosamente sobre la cuerda floja sólo para servir a la Orden del Fénix... sólo para servirle a él.
Con un suspiro de aceptación, besó fugazmente a Draco. Éste también suspiró, pero de alivio, al darse cuenta de que Harry ya no estaba enfadado con él. Después, volvieron a tumbarse, descansando el uno en brazos del otro.
Harry Potter no lloró esa noche la muerte de su padrino. Acababa de comprender una cosa: que Sirius estaba muerto y nada podría ya arreglarlo. Pero Draco estaba vivo, y, aunque su existencia transcurría entre turbulentas aguas, descansaba a su lado, sano y salvo.
Comprendió que sería demasiado egoísta llorar por Sirius mientras estaba tumbado en la oscuridad junto a la persona a quien amaba. Ya habría más noches para desahogar su pena por la muerte de su padrino; de momento, al día siguiente se iría de Hogwarts rumbo a Privet Drive.
Y no quería que ningún sentimiento enturbiara la cálida felicidad que sentía en esa última noche... al encontrarse allí, tumbado, protegido entre los brazos de Draco.

Nota: Bueno, siento haber tardado más en este capítulo, pero me ha costado más que los otros y aunque no estoy del todo satisfecha con el resultado, así va a quedarse :P A partir de ahora la historia va avanzar bastante en el tiempo y os aviso de que el final está ya cerca. La verdad es que me gustaría hacerlo más largo, pero dentro de poco tendré que estar cerca de un mes sin el ordenador, y quiero acabar el fic para entonces porque sería un error continuarlo en marzo cuando haya perdido completamente el hilo y los lectores estén cansados de esperar. También voy a dejar de seguir la historia de JK Rowling para no fastidiarle El Príncipe Mestizo a quien no lo haya leído (sed cuidadosos en los comentarios con ya-sabéis-qué xD ). Muchas gracias por leer y comentar, y nos vemos en el siguiente capítulo.