Lucharé a tu lado
Género: T. Ligeras
insinuaciones sexuales en este capítulo (no sexo explícito).
Violencia.
Advertencia: Este fic es un
Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te
gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me
pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría
nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.
Capítulo 8: Privet Drive
- ¡Escúchame bien,
chico, sé que tú has estado detrás de esto, así
que no intentes negarlo!
Harry devolvió a su tío una
imperturbable mirada tras sus gruesas gafas. A pesar del rostro
congestionado, furioso y completamente colorado de su tío
Vernon, el joven Potter no se sentía intimidado, ni siquiera
nervioso. Estaba a punto de cumplir los diecisiete: hacía
tiempo que Vernon Dursley no conseguía asustarle como
antaño.
- Tío Vernon, tú has estado presente
otras veces que he hecho magia no autorizada –explicó Harry
lentamente, recreándose en ver cómo los ojillos
porcinos de su tío se entrecerraban más y más a
medida que enfurecía- y sabes que inmediatamente hemos
recibido una carta del Ministerio de Magia pidiéndome
explicaciones por lo sucedido.
La lógica aplastante de
Harry era evidente incluso para su obtuso pariente. Pero Vernon no
iba a olvidar el asunto tan fácilmente.
- ¡Pues
entonces habrá sido alguno de esos bichos raros amigos tuyos¡Alguno de esos tarados que también van a tu escuela de
anormales!
Harry contuvo una sonrisa, imaginando la cara que
pondría su tío si supiera que uno de aquellos tarados
anormales estaba a poco más de treinta centímetros de
él. Y además no era un tarado anormal cualquiera, sino
uno de los más peligrosos de todos. Y el que más le
quería.
- ¿De qué te ríes,
maldito engendro! –exclamó Tío Vernon, su cara ya
convertida en una máscara de ira, alzando el puño y
avanzando un paso en dirección a Harry.
El inconsciente
Dursley jamás lo sabría, pero, si hubo un momento en su
vida en el que estuvo a punto de ser asesinado por un mago, fue
precisamente ése.
Horrorizado, Harry dirigió una
rápida mirada de advertencia a espaldas de Tío Vernon.
Una mirada desesperada que buscaba unos ojos invisibles, pero que
surtió efecto, pues al cabo de unos segundos ninguna maldición
imperdonable perforó el aire para impactar en el orondo cuerpo
del marido de su tía.
- ¿Qué miras!
–volvió a aullar Venon Durlsey con su estridente voz.
Harry
posó sus ojos en él casi desdeñosamente. Después
de sofocar la ira de un Malfoy, de un Malfoy invisible para más
inri, enfrentarse con un rubicundo Dursley era poco menos que pan
comido.
- Te pediría que no adoptases una actitud tan
agresiva cuando hables conmigo –dijo en tono aburrido pero amable-,
sobre todo cuando ya te he dicho que yo no he tenido nada que ver con
lo que le ha pasado a Dudley.
Al mencionar a su querido retoño,
que ahora estaba en el hospital recuperándose de la conmoción
y con una pierna escayolada, Vernon a punto estuvo de descargar su
enorme manaza sobre el rostro de su sobrino. Y gustosamente lo habría
hecho, si no fuera porque aquél adolescente de dieciséis
años fomentaba en él un miedo atroz, irracional.
Al
fin y al cabo, había sido él, de eso estaba seguro. Y
lo había hecho desde la propia casa, y burlando las leyes de
su gente... Lentamente, bajó el puño, avergonzado ante
el poder que el pequeño mocoso tenía sobre él.
Porque, aunque no hablaban mucho del tema, tanto Petunia como Vernon
Dursley eran conscientes de que su sobrino era hijo de dos de los
magos más poderosos de su tiempo, y de que el propio Harry era
la esperanza de ese mundo tan extraño que ellos simplemente
preferían ignorar y que se hacía llamar comunidad
mágica.
Así que, pese a que Harry estaba
tranquilamente sentado en su cama, con la varita guardada a buen
recaudo, y observándole con sus ojos verdes, impasibles, sin
rastro de violencia en ellos, Vernon Dursley retrocedió,
reconociéndose a sí mismo que el joven Harry Potter le
inspiraba un miedo demencial.
Afortunadamente, dentro de poco se
iría. En cuanto cumpliera los diecisiete años. Fecha
para la que faltaba poco... y sería el primer cumpleaños
de Harry que los Dursley tenían pensado celebrar realmente.
-
Cuento los días para que te largues de esta casa... –masculló,
secándose el sudor que le perlaba su sonrosada frente.
- Yo
también –replicó Harry, sereno.
- Me voy al
hospital a ver a Dudders –anunció Vernon, dirigiéndose
a la puerta. Creyó rozar algo por el camino, algo suave y
aterciopelado, pero al mirar no vio nada. Mascullando entre dientes,
lo atribuyó al nerviosismo y no le dio mayor importancia: ya
sólo faltaba que el pequeño demonio le volviera loco-.
Sólo por eso te libras de que te de la tunda que te
mereces.
Harry se permitió una leve sonrisa, a pesar de que
sabía que pisaba terreno peligroso.
- No me cabe la menor
duda.
Una vena se hinchó peligrosamente en el cuello de su
tío. Pero, pese a todo, Vernon dio media vuelta y, dando un
portazo, desapareció. Harry le escuchó bajar
apresuradamente las escaleras de la casa, y salir por la entrada
principal.
Inmediatamente, le llegó el rugido del coche
familiar, seguido de un fuerte acelerón cuando el vehículo
salió de su plaza y enfiló la calzada de Privet
Drive.
Harry, tras echar un rápido vistazo por la ventana,
miró atentamente el espacio vacío que había
entre él y la puerta de su habitación.
- Creí
que ibas a matarlo –dijo en tono aliviado.
Se escuchó un
tenue rumor de ropa, y, poco a poco, la figura de Draco Malfoy fue
apareciendo en la habitación a medida que iba quitándose
la capa de invisibilidad. El Slytherin parecía más
pálido que de costumbre, y sostenía con tanta fuerza la
varita que parecía que iba a partirla en dos. Harry casi oía
sus dientes rechinar de pura furia.
- Y si no llega a ser por ti
lo habría hecho –replicó en tono áspero,
dirigiendo una mirada de odio al lugar que hacía apenas un
minuto ocupaba la abultada figura de Tío Vernon, como si el
rubicundo hombre aún estuviera allí.
Harry puso los
ojos en blanco, al tiempo que Draco se sentaba a su lado. Besó
al furioso Slytherin, y acarició su pelo rubio, casi blanco,
en un gesto tranquilizador.
- ¡Lo que me faltaba! –exclamó-.
Draco, sé que me quieres, pero no puedes ir por ahí
intentando matar a todos los Dursley. Seguro que hasta un Slytherin
como tú es capaz de comprenderlo.
Draco le dirigió
una mirada avergonzada, a pesar de que el reproche había sido
suave y más bien divertido.
- No pude evitarlo. Me...
–inspiró profundamente-. Me saca de mis casillas que te
traten así... ¿acaso no saben quién eres¡Eres
Harry Potter, maldita sea, no un niño muggle cualquiera!
-
¡Para el carro, señor sangre-pura! –le interrumpió
Harry, sin perder la sonrisa-. Los muggles no suelen tratar así
a sus hijos.
- Ya lo sé, Harry –respondió Draco,
empezando a tranquilizarse-. Conviví con muggles hasta los
nueve años. Y además –murmuró con malicia,
haciendo un movimiento de cabeza en dirección a la habitación
de Dudley Dursley- he conocido a ese cerdito mimado que dices que es
primo tuyo.
Harry volvió a suspirar, haciendo acopio de
toda su paciencia. Pese a todo lo que odiaba a Dudley, no podía
aprobar lo que Draco le había hecho a su primo.
A pesar de
la perspectiva del enfrentamiento con Voldemort que se perfilaba ya
en el horizonte, el verano de su decimoséptimo cumpleaños
iba a ser, sin duda, el mejor de su vida. No sólo por el hecho
de librarse definitivamente de los Dursley en pocos días, sino
porque Draco, que ya era mayor de edad desde el 5 de Junio, y por
tanto podía hacer magia y aparecerse a placer, había
aprovechado los extensos periodos de soledad estival de Harry para
visitarlo en su habitación del número cuatro de Privet
Drive.
- Prométeme que no volverás a hacerlo –le
pidió, haciendo gala de toda su nobleza Gryffindor.
Draco
alzó una ceja y esbozó una sonrisa traviesa, cien por
cien Slytherin. Harry frunció el ceño, decidido a no
ceder un milímetro. Finalmente, el rubio claudicó.
-
Está bien, está bien –cedió, levantando las
manos en gesto de innegable derrota-. No lo volveré a hacer.
Siempre y cuando él te tenga más respeto –añadió
rápidamente.
- Draco... –advirtió Harry con una
mirada severa no exenta de cariño.
- Vale, no lo volveré
a hacer, sin excepciones –suspiró-. ¿Contento,
estúpido y bondadoso Gryffindor?
Esta vez sí, Harry
dejó escapar una carcajada.
- Contento, Draco. Aunque,
pensándolo bien, el incidente les costará a Dudley y
sus amiguitos un buen tratamiento de desintoxicación, así
que a lo mejor les has hecho un favor.
Draco siempre había
tenido cuidado de ir a ver a Harry cuando éste estaba solo.
Pero, el día anterior, mientras ambos estaban encerrados en la
habitación del joven Potter, Dudley y su pandilla habían
irrumpido en la casa aprovechando que Vernon y Petunia habían
salido.
Cómo no, y aunque Dudley sentía ya auténtico
pavor a estar en presencia de su primo, sus amigos le habían
convencido para subir a molestar a "ese delincuente". A
regañadientes, Dudley los condujo a su habitación. Al
escuchar los pasos en la escalera, Malfoy se cubrió
rápidamente con la capa de invisibilidad de Harry, y rezó
porque ninguno de esos muggles brutos se tropezase con él. Por
su propio bien.
Y Harry asistió divertido a otra
representación de cómo Dudley intentaba hacerse el
machito sin dejar traslucir su miedo. Aunque, cuando Harry insinuó
que podría enseñarles a todos un objeto muy especial
que guardaba en su baúl, un objeto alargado, casi puntiagudo y
de madera, Dudley salió de allí despavorido ante la
curiosidad de sus amigos.
El incidente no había revestido
de mayor importancia para Harry, que había llegado a encontrar
divertidos los cada vez más espaciados encontronazos con su
primo. Pero no fue ése el caso de Draco. El Slytherin tuvo que
apelar a todo su autodominio marca Malfoy para no lanzar un Avada
Kedavra a todos y cada uno de los muggles que estaban en la
habitación. Empezando por el cerdito rubio, claro.
No
obstante, Harry le tranquilizó. O eso creyó él.
Porque,
esa misma noche, Draco paseaba despreocupadamente por Privet Drive.
Voldemort le había ordenado que vigilara el lugar, cercano ya
el día en el que la protección de la sangre de Lily
Potter dejaría de estar asociada con la casa de los Dursley. Y
él había aceptado, encantado de estar cerca de su
querido Harry.
Caminando como un chico muggle cualquiera, embutido
en cómodas ropas muggles, y con su varita en el bolsillo,
observaba con curiosidad el barrio de clase media: los cuidados
jardines de las casas, los coches impolutos, los buzones pintados del
mismo tono crema, las calles idénticas entre sí...
Bostezaba, pensando que , sin contar con los gusarajos, los muggles
eran los seres más aburridos que podían existir sobre
la faz de la tierra... cuando tropezó con un parque.
Un
parque que no estaba vacío.
Cuando lo descubrió, era
ya demasiado tarde. Un grupo de niños bien con pinta de
matones, unos auténticos gamberros vestidos con ropa de marca,
le rodeaban preguntándole quién era. Creían que
acababa de llegar al barrio, y Draco adivinó que iban a darle
su particular y no muy acogedora bienvenida.
Draco Malfoy no
sabía que acababa de pillar a la pandilla de Dudley Dursley in
fraganti mientras ejercían la actividad de moda ese
verano: consumir drogas en el parque mientras destrozaban los bancos
y los columpios de madera. Pero, cuando vio el rostro porcino y el
enorme corpachón del chico que parecía ser el jefe, le
reconoció de inmediato.
Y sonrió con verdadero
placer.
Un segundo y un par de maldiciones después, Dudley
se encontró encaramado al árbol más alto del
parque, mientras su pandilla se desperdigaba entre chillidos y
ataques de histeria. Pero la rama no pudo aguantar su enorme peso, y
el joven Dursley cayó al suelo, rompiéndose la
pierna.
Cuando una veintena de jóvenes medio drogados llegó
a su casa y contó lo que había pasado, sus padres les
impusieron un castigo y les dieron una pequeña charla sobre
las alucinaciones que provoca el consumo de estupefacientes. Nadie
les creyó. Nadie, excepto Vernon Dursley, quien, a pesar de
que Harry estaba frente a él cuando la policía fue a su
casa para darle la noticia del incidente, supo inmediatamente que
sólo un mago podría estar detrás de
aquéllo.
Pero no el mago que él pensaba.
- ¿No
tendrás problemas? –preguntó de repente Harry,
mirando con preocupación a Draco.
- ¿Problemas?
–repitió confuso el rubio.
- Has utilizado magia contra
un muggle.
El rostro de Draco se volvió cauteloso.
Cauteloso, mas no preocupado.
- Harry... eh... los seguidores de
Voldemort llevan utilizando magia contra muggles desde hace años
–explicó, incómodo y algo avergonzado- tenemos
nuestra propia forma de burlar al Ministerio y sus controles.
Harry
miró a Draco, mientras un frío gélido se
extendía por su estómago... Intentó imaginarse a
Draco torturando a inocentes muggles, divirtiéndose a su
costa, pero no lo consiguió. Sacudió la cabeza. Mejor
no pensar en ello.
- ¿Qué harás en tu
cumpleaños? –preguntó nervioso Draco, adivinando los
pensamientos de Harry y deseando cambiar de tema.
- Fiesta por
todo lo alto en casa de los Weasley –respondió Harry con una
sonrisa.
Draco se alisó distraídamente el pelo
rubio, apartándoselo de la frente. Harry tomó su mano
tímidamente.
- Por supuesto, estás invitado –añadió,
no sin cierta ansiedad. Era el primer año que tendría
una fiesta como Merlín manda, y el mejor regalo sería
la presencia de Draco en él.
- Te lo agradezco, pero no
creo que a tus anfitriones les hiciera mucha gracia –repuso el
Slytherin con tranquilidad.
Harry no supo qué contestar.
Pese a la buena relación que Draco mantenía desde hacía
más de un año con Ron y Hermione, tampoco él se
lo imaginaba en La Madriguera rodeado de cabezas pelirrojas. Al fin y
al cabo, su padre había querido matar a Ginny, y él
nunca hizo muy buenas migas con Fred y George cuando estuvieron en
Hogwarts.
Y, aunque la la familia Weasley, que pertenecía
en su mayor parte a la Orden, sabía que Draco estaba fingiendo
su lealtad a Voldemort, los insultos, no por fingidos, dejaban de
escocer.
- Podrías intentarlo –dijo, al fin-. Quizá
te resulte menos desagradable que lo que piensas.
- Créeme
que me gustaría ir, Harry –respondió Draco, sin poder
evitar que la ansiedad que sentía se dejara percibir en su
voz-. Pero, como comprenderás, no puedo simplemente plantarme
ante mi padre y pedirle permiso para ir a casa de los Weasley a
celebrar el cumpleaños de Harry Potter.
Harry soltó
una risa nerviosa.
- Aunque supongo que podría inventarme
algo... –añadió Draco segundos después.
-
¿Entonces?
Draco se sintió conmovido al leer en los
ojos de Harry que él estaba tan deseoso de ver a su novio en
La Madriguera como el propio Slytherin de ir. Le sonrió,
tranquilizándole.
- Iré, Harry –aseguró,
clavando intensamente sus ojos en los del Gryffindor-. Ya me
inventaré algo... que me voy con Blaise a algún sitio,
qué se yo.
Al escuchar mencionar a Zabini, Harry no pudo
evitar formular una pregunta que quemaba sus labios.
- Blaise¿ya
ha...?
No terminó la frase, pero Draco entendió. Y,
por el velo que descendió sobre los ojos grises del Slytherin,
Harry adivinó la respuesta, aunque Draco contestó de
todas formas segundos después.
- Blaise, Pansy, Crabbe,
Goyle, Nott...
- ¿Cuándo?
- A principios del
verano. Una ceremonia preciosa... –ironizó Draco, sin evitar
que un deje de culpabilidad impregnara su voz.
Harry pasó
un brazo por los hombros de su pareja, confortándole,
imaginando lo que él sentiría si Ron y Hermione tomaran
la Marca Tenebrosa.
- No te preocupes. Sabes que Blaise y Pansy
están de nuestro lado.
- Eso es precisamente lo que me
tortura –admitió Draco-. Sus familias no son mortífagas,
ellos no tenían por qué servir a Voldemort. Lo han
hecho por mí.
- Tú no les has obligado, fueron ellos
quienes se prestaron voluntariamente a ayudarte. Draco, son tus
amigos –añadió Harry, a quien le desesperaba la
autosuficiencia del Slytherin.
- Lo sé –acabó
reconociendo Draco con un suspiro de resignación-. Pero, si
les sucede algo por mi culpa...
- No les sucederá nada
–aseguró Harry, con una mirada que no admitía
discusiones.
Draco sonrió, y su mano se dirigió
inmediatamente a la cabeza de Harry. Enredó sus dedos en sus
cabellos, haciendo que el Gryffindor soltara un exagerado suspiro de
resignación. A Draco le encantaba alborotar su cada vez más
domesticada cabellera negra, y, en el fondo a Harry le encantaba que
lo hiciera.
- Bueno, supongo que tengo una semana para pensar qué
excusa voy a soltarle a mi padre –acabó diciendo Draco,
volviendo al tema anterior.
Harry asintió en silencio.
Durante unos segundos, su novio le miró, examinándole
atenta pero cariñosamente con sus analíticos ojos
grises, a los cuáles ningún detalle escapaba
inadvertido. El pensar en su cumpleaños le había hecho
tomar conciencia de que el chico que, confuso, había llegado a
Hogwarts casi 7 años antes sin apenas comprender lo que
significaba ser un mago, estaba a punto de alcanzar la mayoría
de edad a todos los efectos.
Harry había cerrado los ojos,
disfrutando simplemente de la sensación de tener a Draco allí
en Privet Drive, en el mismo sitio donde había sido tan
infeliz, y el Slytherin aprovechó para seguir analizándole,
comparándole con aquél muchacho de aspecto desvalido
que una vez no quiso estrecharle la mano en el expreso de Hogwarts.
Harry siempre había sido bajo y delgado para su edad, y, a
pesar de que compensaba en Hogwarts los meses de escasa dieta en casa
de sus tíos, seguía siéndolo. El largirucho Ron
Weasley ya le sacaba una cabeza y todavía las túnicas
seguían quedándole un poco anchas. No obstante, eso no
era problema para Draco, pensó con un esbozo de sonrisa el
rubio, quien por su propia constitución apenas era un par de
centímetros más alto que él. Y, como el
Slytherin bien sabía, bajo la delgadez de Harry se escondía
un cuerpo fibroso, con músculos no muy abultados pero sí
endurecidos tras siete años de constantes entrenamientos de
quidditch.
Sus ojos subieron, deleitándose en sus fuertes
piernas, en su estómago plano y su tórax, enmarcado por
los duros hombros, hasta llegar a su rostro. Quizá era de las
cosas que más habían cambiado en Harry: su cara
infantil, de formas suaves y redondas y expresión de perpetua
inocencia, había afilado sus facciones a medida que crecía,
marcando los pómulos de Potter, endureciendo la antaño
suave piel, remarcando aún más sus ojos, esos ojos
verdes cuya sola expresión era capaz de decir más que
mil palabras juntas.
Los mismos ojos que en ese instante se
abrieron, clavándose inmediatamente en los suyos. Draco apartó
la vista, pero lo hizo demasiado tarde. Harry se incorporó con
una sonrisa traviesa en los labios.
- ¿Qué miras,
Malfoy? –preguntó en tono falsamente inocente mientras
sonreía juguetonamente. Una combinación que sabía
que podía hacer enloquecer a Draco.
El rubio sintió
el repentino aguijón del deseo, pero contuvo el impulso de
dejarse llevar y simplemente tirarse encima de Harry,
La perpetua
inocencia de Harry Potter era otra cosa que también había
sufrido modificaciones notables. A ojos de los demás, seguía
pareciendo inocente, cándido incluso, pero en momentos íntimos
Draco había sorprendido en él algunas actitudes que le
hacían comprender por qué el Sombrero Seleccionador
había querido colocarle en Slytherin.
Claro que, en materia
de pensamientos perversos, Draco tenía todas las de ganar, y
así se lo hizo ver a Harry cuando se limitó a
corresponderle con otra sonrisa de falsa despreocupación,
taladrándole intensamente con sus ojos grises.
- Miraba al
estúpido buscador de Gryffindor al que este año le voy
a arrebar la Copa de Quidditch, por no hablar de la snitch dorada
–respondió con tranquilidad.
Harry contuvo una carcajada.
Draco jamás había conseguido quitarle la snitch después
de todas las veces que se habían enfrentado.
- Me alegra
que no pierdas la esperanza, a pesar de que sabes que es una causa
perdida.
Draco hizo una mueca.
- Causas perdidas... algo se me
tenía que haber pegado de ti¿no?
Sus dedos
abandonaron por fin su pelo, quizá lo que menos había
cambiado en Harry, aunque ahora lo llevaba un poco más corto y
a veces incluso conseguía domarlo con ayuda de un peine y
muchísima paciencia. Y la suave mano del Slytherin bajó
por sus mejillas y se detuvo en su cuello, tentadoramente, arrancando
un suspiro a Harry.
- ¿Draco? –murmuró. El
jueguecito de las miraditas y las respuestas ingeniosas no dejaba de
ser divertido, pero llegado un momento se imponía pasar a
mayores. Al fin y al cabo, estaba a punto de cumplir diecisiete años,
tenía las hormonas más desatadas que nunca, sus tíos
se habían ido y estaba a solas con en su habitación con
su novio, al que tendría que odiar públicamente durante
el curso que empezaría en apenas un mes.
- ¿Sí,
Harry? –preguntó suavemente Draco con voz melosa, el triunfo
brillando en sus ojos al ver que este vez iba a ser el moreno quien
cediera.
Los imperiosos ojos esmeralda le dirigieron una mirada
ardiente, intensa. La mirada que, Draco lo sabía, estaba
reservada única y exclusivamente a él.
- Hazlo
ya.
El Gryffindor no lo sabía, pero un par de segundos más
mirándole así, y Draco habría acabado por
rendirse el primero. Con un suspiro de satisfacción, saltó
encima de Harry, haciéndole caer de espaldas en la cama.
Primera parada, sus labios. No importaba cuánto tiempo
llevasen juntos, no importaba cuántos besos le hubiera dado
desde aquél primero: Draco sentía que jamás se
cansaría de aquellos dulces labios, de aquella boca que él
invadía a voluntad, de aquella lengua que a veces se rebelaba
y asaltaba a la suya propia. Cuando le besaba, más que nunca,
Draco sentía que Harry era suyo, y sólo suyo. Y que así
sería para siempre.
Mientras tanto, las manos de Harry
habían empezado a explorar el cuerpo de su amante, tan
curiosas como la primera vez, y también algo tímidas.
Al fin y al cabo, en realidad no lo habían hecho tantas veces.
Quinto curso fue un año demasiado frustrante para que ninguno
de los dos pensara siquiera en el sexo. Sexto curso, en cambio, había
sido un año mejor que el anterior, aunque no demasiado. Harry
había sobrellevado mejor los ataques públicos de Draco,
y también el hecho de saber que su amado Slytherin estaba
envuelto en actividades no muy gratificantes. Al fin y al cabo, lo
hacía por él, sólo por él. Pero la sombra
de Sirius Black aún pesaba como una losa sobre el chico, y la
tristeza por la muerte de su padrino le acompañó
durante buena parte del inicio del curso.
Por otro lado, Draco
había conseguido pasar con éxito las pruebas de
confianza de Voldemort, que se había tragado completamente que
el Slytherin apenas podía acercarse a un metro del Gryffindor
sin que empezaran a surgir leoncitos por doquier dispuestos a
proteger a su líder (el día en que Voldemort se
enterara de lo realmente cerca que llegaban a estar ambos, pensaba
Draco a menudo con satisfacción, a su oscuro corazón le
daría un infarto). El Señor Tenebroso había
cambiado de idea, y ahora prefería mandar al hijo de Lucius
Malfoy a que vigilase a Potter en espera del día en el que
pudiera ser él mismo quien pusiera sus tenebrosas garras sobre
él.
Siempre con la mediación de Pansy, Blaise, Ron y
Hermione, empezaron a verse frecuentemente de nuevo en la Sala de los
Menesteres, sin duda la habitación favorita para ambos de todo
Hogwarts. Al principio, se limitaron a hacer lo que habían
hecho durante el año anterior: besarse como desesperados,
hablar de los últimos planes de Dumbledore y Voldemort
respectivamente, y volver a besarse.
Hasta que llegó el día
en el que, tras casi dos meses sin poder verse a escondidas, se
encontraron con que sus cuerpos reaccionaban más calurosamente
que de costumbre. Draco aún recordaba el rostro de Harry,
furiosamente rojo, y el rubor que tiñó sus propias
mejillas, cuando, al abrazarse con desesperación, notaron un
repentino abultamiento en la entrepierna, indicio inequívoco
de que se habían alegrado demasiado de verse.
Ambos
recordaban con cariño aquella primera vez. A pesar del
nerviosismo, a pesar de los movimientos algo torpes, a pesar del
ocasional dolor, fruto de la inexperiencia... había sido una
experiencia absolutamente maravillosa descubrir sus cuerpos en común,
demostrarse físicamente su amor, y acabar durmiendo desnudos
el uno en brazos del otro.
Desde entonces había habido más
encuentros subidos de tono, en esporádicas ocasiones y sólo
cuando sus cuerpos no podían aguantar más la
separación. La perspectiva de verse sorprendidos en pleno
acto, por remota que fuera, les conminaba a no dejarse llevar muy a
menudo por la fogosa pasión que sentían el uno por el
otro. Por si fuera poco, los EXTASIS cada vez eran más duros,
los entrenamientos cada vez más extenuantes, y en no pocas
ocasiones el cansancio apenas les permitía estar juntos media
hora, lo justo para intercambiar las últimas novedades y
disfrutar de la mutua compañía, limitándose
simplemente a permanecer abrazados mientras charlaban de cualquier
tema.
Harry gimió cuando la boca de Draco abandonó
la suya para fijar un nuevo objetivo: su cuello. Murmuró el
nombre del rubio mientras sus manos, inquietas, se introducían
por debajo de la túnica del Slytherin.
Uno de aquellos
escasos ataques de lujuria incontenible le había sobrevenido
la primera vez que Draco se apareció en su habitación
de Privet Drive. Como ya hiciera la Orden del Fénix un año
atrás, Draco había descubierto que era
sorprendentemente sencillo engañar a los Dursley para que se
quitaran de enmedio y le dejaran a solas con su ansiado Gryffindor.
Estaban en pleno verano y, entre exámenes y demás,
apenas se habían visto desde Mayo. Así que, cuando
Draco pisó la habitación de Harry, apenas tuvo tiempo
de sorprenderse por la fealdad del sitio en el que Harry se pasaba
encerrado la mayor parte del verano (cuando se enteró de que
antes vivía en una alacena, por poco le dio una apoplejía).
Porque en cuanto se inclinó hacia Harry para saludarle con un
beso, se vio arrastrado a la cama en la que cada noche dormía
el objeto de sus deseos.
Y, como aquella vez, Harry no pudo evitar
pensar que era irónico estar haciendo el amor con Draco
precisamente allí, en la asfixiante habitación que
llegaba a odiar durante los interminables meses del verano.
Entonces,
las hábiles manos de Draco, que hasta entonces se habían
mantenido en un discreto segundo plano, entraron en acción
tocando un punto sensible de la anatomía del Gryffindor.
Dejando escapar un grito en el que se adivinaba a duras penas el
nombre del rubio, abandonó cualquier pensamiento coherente,
entregándose completamente al único hombre que podía
poseer su cuerpo además de su corazón.
30 de Julio. Harry se levantó
temprano, intentando contener los nervios que se habían
instalado en su estómago. No podía creer que aquél
fuera su último día en casa de los Dursley, que ya
nunca más tendría que volver a aquella prisión
de revista de decoración.
Después de escribir una
rápida carta de felicitación a Neville, que cumplía
años aquél mismo día (Harry no podía
asistir a su celebración y Neville lo comprendía, pero
ya vería a Longbottom el día siguiente), bajó
apresuradamente las escaleras de la cocina, oteando con curiosidad el
exterior de la casa.
Nada. Privet Drive parecía tan
silenciosa, tranquila y sosa que de costumbre. Se burló de sí
mismo. ¿Qué esperaba, encontrar a Voldemort y todos sus
mortífagos acampando en el césped de Tío Vernon,
esperando a que llegaran las doce de la noche para abalanzarse sobre
la casa?
Pero Harry sabía, por el propio Draco, que el
Señor Tenebroso le había puesto vigilancia. Sintió
un repentino cosquilleo al pensar que su pareja podría
perfectamente estar allí fuera, asumiendo su papel de joven
mortífago, vigilando atentamente todos y cada uno de los
movimientos de Privet Drive. Se apartó rápidamente de
la ventana y entró en la cocina.
Era un día como
otro cualquiera: Petunia preparaba el desayuno de Tío Vernon,
éste leía el periódico, y Dudley, aún con
su pierna escayolada, devoraba enormes cantidades de cereales con un
enorme cucharón. Al ver aparecer a Harry en la cocina, Dudley
dejó escapar la cuchara, sobresaltado, y dio un respingo en la
silla. Vernon se giró bruscamente y entornó sus ojillos
con odio. Petunia le dirigió una rápida mirada y bajó
la vista hacia la sartén.
- Buenos días –saludó
Harry, ya acostumbrado a ser el centro de las miradas asustadas de
los Dursley.
- ¿Cuándo te vas? –espetó
Vernon Dursley sin más preámbulos.
- Pronto
–respondió Harry, y un doble suspiro de alivio se escuchó
en la cocina.- En cuanto los miembros de la Orden... es decir, en
cuanto mis amigos comprueben que Voldemort no está ahí
fuera esperándome.
- ¿Voldemort? –repitió
Tío Vernon, y a Harry se le antojó surrealista el que
su tío muggle pronunciara con tanto desparpajo aquél
nombre que hacía estremecer a los más poderosos magos
del mundo- ¿El que mató a tus padres?
- Sí
–replicó Harry apretando los dientes ante la falta de
delicadeza de Vernon.
- ¿Ahora quiere matarte a ti?
-
Sí.
Vernon soltó un gruñido y volvió a
fijar la vista en su periódico. Se guardó de decir nada
(al fin y al cabo, todavía le tenía un miedo atroz a su
sobrino) pero estaba bien claro que le importaba bien poco lo que le
ocurriera a Harry, siempre y cuando le ocurriera fuera de su casa.
Éste se mordió la lengua para evitar aclararle
impetuosamente a su inconsciente tío que, si Voldemort llegaba
a vencerle, los muggles bien podían ir rezando todo lo que
supieran.
Sin embargo, dio media vuelta y salió de la
cocina. Tenía que recoger sus cosas... que no eran demasiadas,
la verdad. Además no le apetecía soportar otro de los
desayunos de Tía Petunia. Y había algo que le
inquietaba.
Miró por la ventana de su habitación. Un
joven paseaba tranquilamente a un perro por la acera de enfrente.
¿Muggle, o mortífago?
Le preocupaba no saber nada
acerca de los planes de Voldemort. Pero, por más que había
interrogado a Draco, éste había manifestado una total
ignorancia al respecto. Recogió sus pertenencias y las guardó
en su baúl, sin poder dejar de darle vueltas al tema. ¿Le
dejaría el Señor Tenebroso salir de la casa de sus
tíos, o le arrinconaría en su interior hasta que se
cumpliera el plazo¿Qué estaría tramando la
retorcida mente de Lord Voldemort en aquellos instantes¿Y
dónde estaría Draco? El rubio todavía no le
había hecho saber si iría finalmente a su cumpleaños
o no. A Harry le asustaba preguntarle.
Pasó el día
caminando nerviosamente por su casa, como un león (nunca mejor
dicho) enjaulado. Comió fugazmente y volvió a asomarse
a la ventana. Afortunadamente, ni Dudley ni su padre le molestaron
reprochándole tan extraña conducta. Su inquietud iba en
aumento.
Cuando empezó el ocaso, Harry empezó a
sentirse angustiado. Casi esperaba ver una marea de mortífagos
surgiendo de entre los monótonos setos que rodeaban cada una
de las casas... la Orden no había dado señales de
vida... y eso sólo podía significar que...
Un golpe
en la puerta interrumpió el hilo de sus pensamientos. Para
sorpresa mayúscula de Harry, Petunia Dursley apareció
en el umbral. Normalmente era su marido quien se encargaba de hacer
lo que ambos conocían como "lidiar con el chico".
-
¿Estás listo, Harry? –preguntó con voz
ligeramente temblorosa.
- ¿Han venido? –preguntó a
su vez Harry, sus ojos brillando de pura excitación- ¡Han
venido a por mí!
- No –repuso tranquilamente Petunia-.
Nadie va a venir a por ti, Harry.
Una oleada de gélido
terror llenó el pecho del joven mago.
- ¿Qué
quieres decir con eso, tía?
- Nadie va a venir aquí.
Porque yo soy la que tiene que sacarte de esta casa antes de que
lleguen las doce de la noche, Harry.
Harry no se habría
sentido más sorprendido si Voldemort mismo hubiera aparecido
en la puerta de su habitación ofreciéndole la firma de
un tratado de paz.
- ¿No me has oído, Harry?
–preguntó Petunia después de unos segundos durante
los cuáles su sobrino se limitó a mirarle con expresión
embobada- ¡Vamos!
El mago reaccionó. Cogió su
baúl con una mano, y la jaula de Hedwig con la otra...
-
Dame ese pájaro a mí –le interrumpió Petunia,
que siempre se había negado a acercarse a la lechuza- tú
saca la varita y esa capa de invisibilidad que me han dicho que
tienes. ¿Serás capaz de tapar con la capa el baúl
y la jaula mientras te metes en el coche?
- Eh... creo que sí.
La
situación era surrealista, pensó Harry mientras bajaba
por las escaleras. Petunia no sólo le decía que sacase
la varita, sino que también conocía la existencia de su
capa...
En el piso de abajo, Vernon y Dudley les miraban, furiosos
e impotentes.
- No más escenitas –advirtió
Petunia, dirigiendo una mirada fulminante a su marido, quien rumió
algo por lo bajo, pero no hizo ningún movimiento hacia ellos.-
Échate la capa, Harry.
Harry cogió la capa. Dudley
Dursley se echó hacia atrás en su silla cuando vio que
las manos de su primo se hacían invisibles.
El joven miró
a su tío y a Dudley, los dos Dursley con los que había
convivido durante once años, que le habían hecho la
vida imposible...
... y a los que, de algún modo,
extrañaría. Lo descubrió en aquél
momento, cuando afrontó la perspectiva de abandonar para
siempre aquella casa. Estaba contento de irse, pero le desagradaba la
idea de pensar que jamás volvería a saber nada de
ellos.
- Bueno, tío... gracias por todo.
Vernon
respondió con un gruñido. Los ojos de Harry se posaron
en su primo, quien abrió la boca en un gesto de terror.
-
Dudley... cuídate.
El joven Dursley no contestó.
-
Vamos, Harry –le apremió Petunia.
Y Harry Potter se echó
la capa de invisibilidad sobre los hombros, después de dirigir
una última mirada a sus únicos parientes vivos.
Fue
la última vez que Dudley y Vernon Dursley vieron a Harry
Potter.
- Al menos ahora estarán seguros... –murmuró
Harry.
Difícilmente podía saber el joven mago que,
precisamente, los Dursley estaban viviendo el último día
de sus vidas.
Montó en el coche familiar. Tía
Petunia mascullaba algo sobre los tomates que le faltaban para la
ensalada, mientras se aseguraba de que la bolsa de la compra que
sostenía se mantuviera bien visible. Abrió la puerta
delantera del coche mientras simulaba acomodar la bolsa en el asiento
trasero.
- Métete corriendo, chico.
Harry saltó
por encima del asiento del conductor y acabó en el del
copiloto, cubriéndose a él, al baúl y a Hedwig
con la capa, que, afortunadamente, era muy amplia.
Petunia montó
en el coche, cerró la puerta y arrancó.
Durante
días, Harry había imaginado que sus amigos se
aparecerían en su casa, que el señor Weasley volvería
a aparecer por la cegada chimenea, que el Ministerio autorizaría
a conjurar un traslador... incluso en sus más delirantes
fantasías, escapaban a escoba de una pandilla de furiosos
mortífagos que les perseguían.
Pero nunca, jamás,
se había imaginado saliendo por última vez de Privet
Drive montado en el coche familiar de los Dursley, sentado delante
junto con Tía Petunia. Y, precisamente por eso, comprendió
que era la mejor manera de escapar de allí; lo que Voldemort,
que al fin y al cabo no sabía nada de su capa, jamás
imaginaría.
A pesar de que no podía ver a su
sobrino, Petunia Dursley adivinó su mirada de asombro y se
permitió una breve sonrisa.
- ¿Qué pasa? Al
fin y al cabo, soy la hermana de tu madre. Es mi sangre la que te
protege, como bien se ha encargado de recordarme ese director
tuyo.
Harry tardó unos segundos en contestar.
- ¿Adónde
vamos?
- Al supermercado.
- ¿Qué? –exclamó
Harry, pensando que no había escuchado bien.
- Ya te lo he
dicho: vamos al supermercado –insistió Petunia en tono
misterioso.
Harry miró a Tía Petunia con
incredulidad. Pero, unas cuántas manzanas más adelante,
el coche paró frente a una tienda de comestibles.
- Tía...
–murmuró Harry, pensando que la hermana de su madre había
perdido la cabeza repentinamente.
- Calla, Harry –le cortó
rápidamente Petunia- ¿Ves ese coche frente a
nosotros?
Harry miró al frente. Un coche rojo de aspecto
anodino estaba aparcado a pocos metros de ellos. Una mujer
desconocida situada junto a él parecía buscar las
llaves en su bolso mientras las bolsas de la compra esperaban
depositadas desordenadamente a sus pies.
- Sí.
- Métete
en él. Te están esperando.
Petunia miró a su
invisible sobrino con una mezcla de alivio y algo de cariño...
no mucho, desde luego, pero sí era la mirada más
afectuosa que jamás había posado sobre el hijo de su
hermana. Mientras, su mano se deslizó en el bolsillo y sacó
algo que dio disimuladamente a Harry. Un vulgar sobre muggle, blanco
y sellado.
- Ábrelo cuando estés seguro. Y ahora,
vete.
Harry asintió.
- Gracias –murmuró, sin
saber muy bien qué decir. Los Dursley no le habían
tratado bien, pero era consciente de que, si seguía vivo, era
en parte gracias a la mujer que estaba sentada frente a él.
Petunia
hizo un desdeñoso movimiento de cabeza.
- Vete,
Harry.
Después, abrió la puerta y salió del
coche, y Harry se deslizó tras ella. En ese mismo instante, la
mujer que estaba frente al otro coche encontró sus llaves,
abrió la puerta trasera y se agachó para coger sus
bolsas. Harry se precipitó al interior, y sólo entonces
la desconocida se levantó y arrojó de mala manera las
bolsas de la compra sobre el asiento trasero, desparramando su
contenido.
- Ah, ya estás aquí –murmuró la
chica al sentir el rumor de la ropa.
Y Harry sonrió,
aliviado, al reconocer, no sólo la voz, sino su particular y
descuidada torpeza.
- ¡Tonks!
- Exacto. Larguémonos
de aquí, Harry. Te están esperando.
En el reloj del número 12 de
Grimmauld Place dieron las doce de la noche.
- ¡FELIZ
CUMPLEAÑOS, HARRY! –gritaron más de media docena de
gargantas al unísono, haciendo cerrar los ojos al chico.
Rápidamente se vio estrujado por todos los que allí
estaban, empezando por Ron y Hermione, que le dio un sonoro beso en
la mejilla, seguido por otro más tímido de Ginny y una
colleja cariñosa de parte de los gemelos. Molly Weasley le
asfixió con uno de sus abrazos de mamá osa, y Arthur le
palmeó alegremente la espalda. También recibió
un abrazo de Remus Lupin y Tonks, e incluso el viejo Dumbledore rodeó
el delgado cuerpo de Harry con sus cada vez más marchitos
brazos.
Cuando, mareado por tanto beso y tanto apretón,
Harry se recuperó de semejante oleada de atenciones, miró
a la única persona que no se le había tirado encima al
entrar oficialmente en el día 31 de Julio. Severus Snape le
obsequió con una mirada menos desagradable que de costumbre, y
Harry dedujo que ésa era su forma de transmitirle que se
alegraba porque hubiera alcanzado sano y salvo la mayoría de
edad. Pensaba que todo iba a quedar ahí, cuando el profesor de
Pociones se acercó a él decididamente y, tras un breve
titubeo, le abrazó.
Todos enmudecieron mientras veían
la increíble escena, el primero de todos Harry. Snape se
separó unos segundos después, dirigiendo una mirada de
desafío al joven Potter enmedio de un silencio que se podía
haber cortado con un cuchillo.
- No pienses que semejante muestra
de sentimentalismo forma parte de mí, Potter –advirtió-.
Es de parte de mi ahijado Draco.
Una sonrisa nostálgica se
dibujó instantáneamente en el rostro de Harry al
escuchar el nombre de su pareja. Snape dibujó una mueca
desdeñosa en su afilado rostro.
- Aunque en realidad mi
ahijado no pretendía darte un abrazo, sino otra cosa
–prosiguió en tono ligeramente irónico- pero yo
siempre he dicho, y creo que coincidirás conmigo, Potter, en
que los regalos es mejor darlos directamente.
Un murmullo de risas
burlonas surgió a espaldas de Harry mientras éste se
ruborizaba.
- ¿Cuándo podré verle, señor?
–murmuró, alzando los ojos hacia Snape.
- No lo sé,
Potter, así que ahórrate esa mirada de cordero
degollado. Y ahora, antes de que el sentimentalismo Gryffindor que
impera aquí me afecte seriamente... –gruñó,
mirando al grupo de gente que charlaba junto a la chimenea- me
retiro. Nos vemos mañana, Potter. Que pases un buen
cumpleaños.
Tras una ligera inclinación de cabeza a
Dumbledore, Severus Snape desapareció.
Cuando volvió
a aparecerse, el ambiente era radicalmente distinto. La cálida
y agradable paz que se vivía en Grimmauld Place dio paso a una
tenue oscuridad, rota apenas por el resplandor de la luna llena. Las
conversaciones distendidas que hasta entonces llenaban sus oídos
se tornaron en una serie de murmullos nerviosos, de órdenes e
imprecaciones en voz baja.
- Has tardado, Severus.
Severus
Snape endureció la expresión, convirtiéndola en
una máscara impenetrable, y dobló rápidamente en
espinazo en dirección a aquella metálica y fría
voz.
Voldemort le miraba con aquellos ojos que no eran humanos,
aquellos ojos que a veces le saludaban en sus peores pesadillas. Unos
segundos después, el mortífago se enderezó.
-
Mil perdones, mi señor. En Hogwarts estamos preparando la
vuelta de los alumnos, y Dumbledore me ha entretenido con una de sus
idioteces –murmuró en tono de desprecio, arrastrando las
palabras-. He tenido que seguirle el juego para que no sospechara de
mí, y por eso he tardado más de lo
previsto.
Inmediatamente sintió la mente de Voldemort
intentando penetrar la suya. Snape le ofreció la imagen que
quería, una imagen que era totalmente falsa pero que en su
mente (y en la de Voldemort) parecía real, y el Señor
Tenebroso se sintió satisfecho.
- Lucius –silbó
como una serpiente, dando media vuelta- Severus ya está
aquí.
Un mortífago alto y delgado apareció
poco después, bajándose la máscara para dejar a
la vista el rostro de Lucius Malfoy, que le sonrió encantado.
A su lado, le acompañaba su único hijo, Draco, aún
descubierto.
- ¡Ya era hora, Severus¡Vamos a sacar a
Potter de ahí dentro! –exclamó, excitado por la
proximidad de la sangre.
- ¿Potter aún está
ahí dentro? –preguntó Snape, mirando a Voldemort.
-
Me extrañaría, pero no he visto a ningún miembro
del maldito grupito de Dumbledore acercándose a la casa
–respondió el Señor Tenebroso en su habitual tono de
voz, un murmullo monótono y silbilante
- Ojalá esté
todavía ahí... –masculló Lucius.
Nadie
habló. Snape aprovechó para dirigir una disimulada
mirada a Draco, y mentalmente le aprobó, satisfecho. Draco
Malfoy era un gran actor, al igual que su padrino. En ese momento
cualquiera que le mirase (Voldemort inclusive) sólo vería
a un joven mortífago, intentando dominar su excitación
como buen Malfoy que era, pero deseoso de entrar en aquella casa y
probar la sangre de sus enemigos.
- ¿Es tu primer ataque,
Draco? –preguntó.
- Sí, padrino –replicó
Draco, y consiguió aportar a su voz el matiz justo de fanática
ansiedad para conseguir una mirada aprobadora de Voldemort y otra
orgullosa de Lucius.
- Draco dirige a los jóvenes
mortífagos –informó Voldemort.
Snape volvió
el rostro a un lado aparentando desinterés. Aunque ya llevaban
puestas sus máscaras, había visto crecer a todos
aquellos chicos, y no tuvo problemas en reconocerles: Crabbe, Goyle,
Parkinson, Nott, Zabini, Bulstrode...
"Medio Slytherin está
aquí" pensó con disgusto Snape, clavando en ellos sus
ojos pequeños y negros.
- Me alegra ver que ha escogido la
senda correcta tras su paso por Hogwarts, señor Flint –dijo,
dirigiéndose a uno de ellos.
Su ex-capitán de
quidditch le respondió con un deferente movimiento de
cabeza.
- Los has entrenado bien, Severus –comentó
Voldemort-. La Casa de Slytherin se está convirtiendo en una
verdadera cantera de mortífagos desde que tú eres su
jefe.
- Me limito a transmitirles lo que todo buen seguidor de
Salazar debería saber, mi señor –replicó
tranquilamente Snape.
Voldemort se dirigió a otro
mortífago.
- ¡Avery!
- ¿Amo?
- Ahora
que estamos todos, cuéntanos lo que has averiguado sobre los
Dursley.
- Definitivamente son tres, señor.
-
¿Muggles?
- Sí.
- ¿Qué parentesco
tienen con Potter? –preguntó, como si él mismo no lo
supiera, como si ese parentesco no fuera en realidad lo que les había
llevado a todos hacia allí aquella madrugada del 30 al 31 de
Julio.
- La mujer, Petunia, es hermana de Lily Potter. Lily Evans
era de familia muggle.
Los mortífagos expresaron
discretamente su desprecio, y durante unos segundos la palabra
"sangre sucia" fue casi escupida entre dientes por la mayoría
de ellos.
- ¿Tres, has dicho?
- Sí. Petunia y
Vernon Dursley, y su único hijo, Dudley. Un mocoso más
o menos de la edad de Potter.
- ¿Algo más a tener en
cuenta sobre ellos?
- No, señor. Ni siquiera tienen armas
de fuego, señor.
- De acuerdo, Avery. Buen trabajo.
Voldemort se separó unos pasos del grupo. Las farolas de
Privet Drive se habían aapagado minutos antes, y el propio
Señor Tenebroso había conjurado un hechizo para que los
muggles no pudieran verle. En ese momento, sin embargo, mientras
pisaba con despreocupación los cuidados parterres de una de
las casas que había frente al número cuatro, lo
deshizo. Si les veían, mejor: más diversión para
sus impacientes muchachos.
- ¡Este es el plan! –gritó
para hacerse oír, aunque ante las palabras de su señor
todos contuvieron la respiración para escucharle mejor-.
Entraremos en la casa y buscaremos a Potter. No espero encontrarle,
pero hay que asegurarse. Quiero a los dos adultos vivos, al menos
hasta que comprobemos si Potter está o no en el interior de la
vivienda. ¿Alguna pregunta?
- Por favor, señor
–intervino un corpulento individuo-¿no podríamos
chantajear a Potter con la vida de sus parientes?
- ¿Te
crees que yo mismo no lo he pensado, Macnair? –replicó
Voldemort impasible- Potter es Gryffindor, pero no es tonto, y
Dumbledore menos. Además, el vínculo afectivo es
prácticamente inexistente.
Macnair murmuró una
disculpa, agachando la cabeza. Voldemort dirigió su mirada
hacia el grupo de los jóvenes mortífagos, capitaneado
por un hierático Draco Malfoy.
- Draco, al joven Dursley te
lo dejo a ti y a tus amigos. Haced lo que queráis con él,
pero no nos molestéis. ¿Entendido?
- Sí, mi
señor –replicó Draco. Afortunadamente, la máscara
le ayudaba a ocultar su expresión. Sabía perfectamente
lo que Voldemort le había ordenado... y había prometido
a Harry que no haría daño a su primo Dudley hacía
apenas una semana.
El Señor Tenebroso se giró de
nuevo hacia la casa. Todas las luces estaban apagadas, menos la de un
dormitorio.
- Recordad, si encontramos a Potter nos llevaremos una
agradable sorpresa, pero, lo que yo pretendo es darle una lección
–explicó con una sonrisa de satisfacción- y hacerle
sentir culpable de estas muertes por haber huido. Ahora¡AL
ATAQUE!
Medio centenar de mortífagos se lanzaron de repente
hacia el frente, provocando tal estruendo que en casi todas las
ventanas de Privet Drive surgieron rostros somnolientos. Algunas
maldiciones volaron hacia ellos, penetrando por las ventanas
abiertas.
Las primeras víctimas muggles empezaban a
caer.
Voldemort, seguido de cerca por Lucius Malfoy, los
Lestrange, Avery y Macnair, derribó la puerta con una
maldición. La tromba penetró en la cuidada casa muggle,
derribándolo todo a su paso. Voldemort empezó a subir
las escaleras, seguido por sus más leales y por los jóvenes,
mientras otro grupo previamente seleccionado se desperdigaba por la
planta baja.
- ¿Qué está pasando
aquí! –exclamó una voz carrasposa y profunda. Vernon
Dursley enmudeció cuando, en pijama y con pantuflas, vio desde
el rellano de la escalera la que se le venía encima.
Sus
ojos no se apartaban del rostro inhumano de Voldemort. Algunos
mortífagos mascullaron indignados ante semejante falta de
respeto.
Voldemort le paralizó con un sólo
movimiento de varita, mientras alcanzaba la parte superior de la
escalera. A los pocos segundos, Petunia Dursley surgió de su
habitación, sus ojos fuera de sus órbitas.
- La
habitación del chico es ésa –señalaba Avery en
ese momento.
- ¡NO, DUDLEY NO! –aulló Petunia.
Snape la paralizó rápidamente con un hechizo.
Draco
se abrió paso, seguido por sus jóvenes subordinados, y
se introdujo en la habitación del joven Dursley, intentando
disimular el nudo que se había atado fuertemente en su
estómago.
El rosto porcino volvió a contraerse en
una mueca de sorpresa. Estaba jugando a uno de esos videojuegos
muggles de aspecto sofisticado, sentado cómodamente en un
sofá, con la pierna escayolada sobre una silla.
- Se acabó
la partida, Dudley –anunció Draco, acercándose a él
mientras Goyle cerraba la puerta de la habitación.
-
¿Quién...¡MAMÁ¡PAPÁ!
–aulló desesperadamente el adolescente, incapaz de
moverse.
- ¡Calla! –masculló ásperamente
Draco, y con un movimiento de varita enmudeció a Dudley.
-
¿Por qué has hecho eso, Draco? –preguntó
cruelmente la voz de Nott- ¡Yo quiero escuchar sus gritos!
-
Los escucharás a su debido tiempo.
- ¿Y cuándo
será eso?
- Cuando yo lo considere oportuno –replicó
secamente el rubio, arrastrando las palabras más que nunca,
mientras le miraba por detrás de su máscara-. A no ser
que prefieras consultar a nuestro amo sobre ese punto.
Nott dio un
paso atrás. Draco, satisfecho, buscó dos enormes
siluetas entre el grupo que le rodeaba.
Nadie podía
saberlo, pero se sentía peor de lo que se había sentido
en mucho tiempo. Estaba a punto de presenciar su primera tortura, y,
para más inri, tendría que ser él quien la
dirigiera.
Pero lo haría. Por muy desagradable que le
resultase, lo haría. Por Harry. Irónicamente,
torturaría a su primo por él, por conservar su vida al
servicio de aquél que un día le libraría de la
maldita Marca.
- Crabbe, Goyle –ordenó, señalando
con la cabeza al aterrorizado muggle.
Todos abrieron paso a los
enormes matones. Draco se obligó a sí mismo a no cerrar
los ojos, la única parte de su rostro que quedaba visible.
Pero dio gracias mentalmente a Merlín por llevar máscara.
Así no tuvo que disimular su expresión de asco y
horror.
Y, uno a uno, los jóvenes seguidores de Voldemort
fueron probando su maldad sobre el cuerpo cada vez más
maltrecho de Dudley Dursley. Lo que ocurrió aquella noche en
el número cuatro de Privet Drive, Draco jamás lo
olvidaría. La imagen de Pansy y Blaise lanzando un crucio tras
otro al pobre Dudley, tampoco.
Y el Avada Kadavra, que,
tras dos horas de interminable tortura, pronunció casi
misericordiosamente, cuando notó que los pulmones de Dudley
empezaban a fallar, que todo su sistema se colapsaba, que su cuerpo
se desangraba a través de su piel despellejada... aquella
maldición de muerte, la primera que lanzaba sobre un humano,
no sólo no la olvidaría nunca, sino que le acompañaría
ya eternamente, asaltando sus más profundos sueños en
las noches más oscuras de su vida.
Nota: Sí, acabo de hacer un salto en el tiempo de más de un año, y estamos a punto de empezar el séptimo curso de Harry :P Espero que os guste este capítulo, que no os traumaticéis mucho al ver el peor lado de Draco, y dentro de poco tendréis que siguiente ya que casi lo tengo escrito. Al final la historia va a tener unos cuántos capítulos más, porque me apetecía reflejar la escena de Harry y Draco en Privet Drive, y el decimoséptimo cumpleaños de Harry que tendrá lugar en la siguiente entrega. Gracias por leer y hasta pronto :)
