Lucharé a tu lado

Género: T. Ligeras insinuaciones sexuales en este capítulo (no sexo explícito). Violencia.
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.


Capítulo 8: Privet Drive

- ¡Escúchame bien, chico, sé que tú has estado detrás de esto, así que no intentes negarlo!
Harry devolvió a su tío una imperturbable mirada tras sus gruesas gafas. A pesar del rostro congestionado, furioso y completamente colorado de su tío Vernon, el joven Potter no se sentía intimidado, ni siquiera nervioso. Estaba a punto de cumplir los diecisiete: hacía tiempo que Vernon Dursley no conseguía asustarle como antaño.
- Tío Vernon, tú has estado presente otras veces que he hecho magia no autorizada –explicó Harry lentamente, recreándose en ver cómo los ojillos porcinos de su tío se entrecerraban más y más a medida que enfurecía- y sabes que inmediatamente hemos recibido una carta del Ministerio de Magia pidiéndome explicaciones por lo sucedido.
La lógica aplastante de Harry era evidente incluso para su obtuso pariente. Pero Vernon no iba a olvidar el asunto tan fácilmente.
- ¡Pues entonces habrá sido alguno de esos bichos raros amigos tuyos¡Alguno de esos tarados que también van a tu escuela de anormales!
Harry contuvo una sonrisa, imaginando la cara que pondría su tío si supiera que uno de aquellos tarados anormales estaba a poco más de treinta centímetros de él. Y además no era un tarado anormal cualquiera, sino uno de los más peligrosos de todos. Y el que más le quería.
- ¿De qué te ríes, maldito engendro! –exclamó Tío Vernon, su cara ya convertida en una máscara de ira, alzando el puño y avanzando un paso en dirección a Harry.
El inconsciente Dursley jamás lo sabría, pero, si hubo un momento en su vida en el que estuvo a punto de ser asesinado por un mago, fue precisamente ése.
Horrorizado, Harry dirigió una rápida mirada de advertencia a espaldas de Tío Vernon. Una mirada desesperada que buscaba unos ojos invisibles, pero que surtió efecto, pues al cabo de unos segundos ninguna maldición imperdonable perforó el aire para impactar en el orondo cuerpo del marido de su tía.
- ¿Qué miras! –volvió a aullar Venon Durlsey con su estridente voz.
Harry posó sus ojos en él casi desdeñosamente. Después de sofocar la ira de un Malfoy, de un Malfoy invisible para más inri, enfrentarse con un rubicundo Dursley era poco menos que pan comido.
- Te pediría que no adoptases una actitud tan agresiva cuando hables conmigo –dijo en tono aburrido pero amable-, sobre todo cuando ya te he dicho que yo no he tenido nada que ver con lo que le ha pasado a Dudley.
Al mencionar a su querido retoño, que ahora estaba en el hospital recuperándose de la conmoción y con una pierna escayolada, Vernon a punto estuvo de descargar su enorme manaza sobre el rostro de su sobrino. Y gustosamente lo habría hecho, si no fuera porque aquél adolescente de dieciséis años fomentaba en él un miedo atroz, irracional.
Al fin y al cabo, había sido él, de eso estaba seguro. Y lo había hecho desde la propia casa, y burlando las leyes de su gente... Lentamente, bajó el puño, avergonzado ante el poder que el pequeño mocoso tenía sobre él. Porque, aunque no hablaban mucho del tema, tanto Petunia como Vernon Dursley eran conscientes de que su sobrino era hijo de dos de los magos más poderosos de su tiempo, y de que el propio Harry era la esperanza de ese mundo tan extraño que ellos simplemente preferían ignorar y que se hacía llamar comunidad mágica.
Así que, pese a que Harry estaba tranquilamente sentado en su cama, con la varita guardada a buen recaudo, y observándole con sus ojos verdes, impasibles, sin rastro de violencia en ellos, Vernon Dursley retrocedió, reconociéndose a sí mismo que el joven Harry Potter le inspiraba un miedo demencial.
Afortunadamente, dentro de poco se iría. En cuanto cumpliera los diecisiete años. Fecha para la que faltaba poco... y sería el primer cumpleaños de Harry que los Dursley tenían pensado celebrar realmente.
- Cuento los días para que te largues de esta casa... –masculló, secándose el sudor que le perlaba su sonrosada frente.
- Yo también –replicó Harry, sereno.
- Me voy al hospital a ver a Dudders –anunció Vernon, dirigiéndose a la puerta. Creyó rozar algo por el camino, algo suave y aterciopelado, pero al mirar no vio nada. Mascullando entre dientes, lo atribuyó al nerviosismo y no le dio mayor importancia: ya sólo faltaba que el pequeño demonio le volviera loco-. Sólo por eso te libras de que te de la tunda que te mereces.
Harry se permitió una leve sonrisa, a pesar de que sabía que pisaba terreno peligroso.
- No me cabe la menor duda.
Una vena se hinchó peligrosamente en el cuello de su tío. Pero, pese a todo, Vernon dio media vuelta y, dando un portazo, desapareció. Harry le escuchó bajar apresuradamente las escaleras de la casa, y salir por la entrada principal.
Inmediatamente, le llegó el rugido del coche familiar, seguido de un fuerte acelerón cuando el vehículo salió de su plaza y enfiló la calzada de Privet Drive.
Harry, tras echar un rápido vistazo por la ventana, miró atentamente el espacio vacío que había entre él y la puerta de su habitación.
- Creí que ibas a matarlo –dijo en tono aliviado.
Se escuchó un tenue rumor de ropa, y, poco a poco, la figura de Draco Malfoy fue apareciendo en la habitación a medida que iba quitándose la capa de invisibilidad. El Slytherin parecía más pálido que de costumbre, y sostenía con tanta fuerza la varita que parecía que iba a partirla en dos. Harry casi oía sus dientes rechinar de pura furia.
- Y si no llega a ser por ti lo habría hecho –replicó en tono áspero, dirigiendo una mirada de odio al lugar que hacía apenas un minuto ocupaba la abultada figura de Tío Vernon, como si el rubicundo hombre aún estuviera allí.
Harry puso los ojos en blanco, al tiempo que Draco se sentaba a su lado. Besó al furioso Slytherin, y acarició su pelo rubio, casi blanco, en un gesto tranquilizador.
- ¡Lo que me faltaba! –exclamó-. Draco, sé que me quieres, pero no puedes ir por ahí intentando matar a todos los Dursley. Seguro que hasta un Slytherin como tú es capaz de comprenderlo.
Draco le dirigió una mirada avergonzada, a pesar de que el reproche había sido suave y más bien divertido.
- No pude evitarlo. Me... –inspiró profundamente-. Me saca de mis casillas que te traten así... ¿acaso no saben quién eres¡Eres Harry Potter, maldita sea, no un niño muggle cualquiera!
- ¡Para el carro, señor sangre-pura! –le interrumpió Harry, sin perder la sonrisa-. Los muggles no suelen tratar así a sus hijos.
- Ya lo sé, Harry –respondió Draco, empezando a tranquilizarse-. Conviví con muggles hasta los nueve años. Y además –murmuró con malicia, haciendo un movimiento de cabeza en dirección a la habitación de Dudley Dursley- he conocido a ese cerdito mimado que dices que es primo tuyo.
Harry volvió a suspirar, haciendo acopio de toda su paciencia. Pese a todo lo que odiaba a Dudley, no podía aprobar lo que Draco le había hecho a su primo.
A pesar de la perspectiva del enfrentamiento con Voldemort que se perfilaba ya en el horizonte, el verano de su decimoséptimo cumpleaños iba a ser, sin duda, el mejor de su vida. No sólo por el hecho de librarse definitivamente de los Dursley en pocos días, sino porque Draco, que ya era mayor de edad desde el 5 de Junio, y por tanto podía hacer magia y aparecerse a placer, había aprovechado los extensos periodos de soledad estival de Harry para visitarlo en su habitación del número cuatro de Privet Drive.
- Prométeme que no volverás a hacerlo –le pidió, haciendo gala de toda su nobleza Gryffindor.
Draco alzó una ceja y esbozó una sonrisa traviesa, cien por cien Slytherin. Harry frunció el ceño, decidido a no ceder un milímetro. Finalmente, el rubio claudicó.
- Está bien, está bien –cedió, levantando las manos en gesto de innegable derrota-. No lo volveré a hacer. Siempre y cuando él te tenga más respeto –añadió rápidamente.
- Draco... –advirtió Harry con una mirada severa no exenta de cariño.
- Vale, no lo volveré a hacer, sin excepciones –suspiró-. ¿Contento, estúpido y bondadoso Gryffindor?
Esta vez sí, Harry dejó escapar una carcajada.
- Contento, Draco. Aunque, pensándolo bien, el incidente les costará a Dudley y sus amiguitos un buen tratamiento de desintoxicación, así que a lo mejor les has hecho un favor.
Draco siempre había tenido cuidado de ir a ver a Harry cuando éste estaba solo. Pero, el día anterior, mientras ambos estaban encerrados en la habitación del joven Potter, Dudley y su pandilla habían irrumpido en la casa aprovechando que Vernon y Petunia habían salido.
Cómo no, y aunque Dudley sentía ya auténtico pavor a estar en presencia de su primo, sus amigos le habían convencido para subir a molestar a "ese delincuente". A regañadientes, Dudley los condujo a su habitación. Al escuchar los pasos en la escalera, Malfoy se cubrió rápidamente con la capa de invisibilidad de Harry, y rezó porque ninguno de esos muggles brutos se tropezase con él. Por su propio bien.
Y Harry asistió divertido a otra representación de cómo Dudley intentaba hacerse el machito sin dejar traslucir su miedo. Aunque, cuando Harry insinuó que podría enseñarles a todos un objeto muy especial que guardaba en su baúl, un objeto alargado, casi puntiagudo y de madera, Dudley salió de allí despavorido ante la curiosidad de sus amigos.
El incidente no había revestido de mayor importancia para Harry, que había llegado a encontrar divertidos los cada vez más espaciados encontronazos con su primo. Pero no fue ése el caso de Draco. El Slytherin tuvo que apelar a todo su autodominio marca Malfoy para no lanzar un Avada Kedavra a todos y cada uno de los muggles que estaban en la habitación. Empezando por el cerdito rubio, claro.
No obstante, Harry le tranquilizó. O eso creyó él.
Porque, esa misma noche, Draco paseaba despreocupadamente por Privet Drive. Voldemort le había ordenado que vigilara el lugar, cercano ya el día en el que la protección de la sangre de Lily Potter dejaría de estar asociada con la casa de los Dursley. Y él había aceptado, encantado de estar cerca de su querido Harry.
Caminando como un chico muggle cualquiera, embutido en cómodas ropas muggles, y con su varita en el bolsillo, observaba con curiosidad el barrio de clase media: los cuidados jardines de las casas, los coches impolutos, los buzones pintados del mismo tono crema, las calles idénticas entre sí... Bostezaba, pensando que , sin contar con los gusarajos, los muggles eran los seres más aburridos que podían existir sobre la faz de la tierra... cuando tropezó con un parque.
Un parque que no estaba vacío.
Cuando lo descubrió, era ya demasiado tarde. Un grupo de niños bien con pinta de matones, unos auténticos gamberros vestidos con ropa de marca, le rodeaban preguntándole quién era. Creían que acababa de llegar al barrio, y Draco adivinó que iban a darle su particular y no muy acogedora bienvenida.
Draco Malfoy no sabía que acababa de pillar a la pandilla de Dudley Dursley in fraganti mientras ejercían la actividad de moda ese verano: consumir drogas en el parque mientras destrozaban los bancos y los columpios de madera. Pero, cuando vio el rostro porcino y el enorme corpachón del chico que parecía ser el jefe, le reconoció de inmediato.
Y sonrió con verdadero placer.
Un segundo y un par de maldiciones después, Dudley se encontró encaramado al árbol más alto del parque, mientras su pandilla se desperdigaba entre chillidos y ataques de histeria. Pero la rama no pudo aguantar su enorme peso, y el joven Dursley cayó al suelo, rompiéndose la pierna.
Cuando una veintena de jóvenes medio drogados llegó a su casa y contó lo que había pasado, sus padres les impusieron un castigo y les dieron una pequeña charla sobre las alucinaciones que provoca el consumo de estupefacientes. Nadie les creyó. Nadie, excepto Vernon Dursley, quien, a pesar de que Harry estaba frente a él cuando la policía fue a su casa para darle la noticia del incidente, supo inmediatamente que sólo un mago podría estar detrás de aquéllo.
Pero no el mago que él pensaba.
- ¿No tendrás problemas? –preguntó de repente Harry, mirando con preocupación a Draco.
- ¿Problemas? –repitió confuso el rubio.
- Has utilizado magia contra un muggle.
El rostro de Draco se volvió cauteloso. Cauteloso, mas no preocupado.
- Harry... eh... los seguidores de Voldemort llevan utilizando magia contra muggles desde hace años –explicó, incómodo y algo avergonzado- tenemos nuestra propia forma de burlar al Ministerio y sus controles.
Harry miró a Draco, mientras un frío gélido se extendía por su estómago... Intentó imaginarse a Draco torturando a inocentes muggles, divirtiéndose a su costa, pero no lo consiguió. Sacudió la cabeza. Mejor no pensar en ello.
- ¿Qué harás en tu cumpleaños? –preguntó nervioso Draco, adivinando los pensamientos de Harry y deseando cambiar de tema.
- Fiesta por todo lo alto en casa de los Weasley –respondió Harry con una sonrisa.
Draco se alisó distraídamente el pelo rubio, apartándoselo de la frente. Harry tomó su mano tímidamente.
- Por supuesto, estás invitado –añadió, no sin cierta ansiedad. Era el primer año que tendría una fiesta como Merlín manda, y el mejor regalo sería la presencia de Draco en él.
- Te lo agradezco, pero no creo que a tus anfitriones les hiciera mucha gracia –repuso el Slytherin con tranquilidad.
Harry no supo qué contestar. Pese a la buena relación que Draco mantenía desde hacía más de un año con Ron y Hermione, tampoco él se lo imaginaba en La Madriguera rodeado de cabezas pelirrojas. Al fin y al cabo, su padre había querido matar a Ginny, y él nunca hizo muy buenas migas con Fred y George cuando estuvieron en Hogwarts.
Y, aunque la la familia Weasley, que pertenecía en su mayor parte a la Orden, sabía que Draco estaba fingiendo su lealtad a Voldemort, los insultos, no por fingidos, dejaban de escocer.
- Podrías intentarlo –dijo, al fin-. Quizá te resulte menos desagradable que lo que piensas.
- Créeme que me gustaría ir, Harry –respondió Draco, sin poder evitar que la ansiedad que sentía se dejara percibir en su voz-. Pero, como comprenderás, no puedo simplemente plantarme ante mi padre y pedirle permiso para ir a casa de los Weasley a celebrar el cumpleaños de Harry Potter.
Harry soltó una risa nerviosa.
- Aunque supongo que podría inventarme algo... –añadió Draco segundos después.
- ¿Entonces?
Draco se sintió conmovido al leer en los ojos de Harry que él estaba tan deseoso de ver a su novio en La Madriguera como el propio Slytherin de ir. Le sonrió, tranquilizándole.
- Iré, Harry –aseguró, clavando intensamente sus ojos en los del Gryffindor-. Ya me inventaré algo... que me voy con Blaise a algún sitio, qué se yo.
Al escuchar mencionar a Zabini, Harry no pudo evitar formular una pregunta que quemaba sus labios.
- Blaise¿ya ha...?
No terminó la frase, pero Draco entendió. Y, por el velo que descendió sobre los ojos grises del Slytherin, Harry adivinó la respuesta, aunque Draco contestó de todas formas segundos después.
- Blaise, Pansy, Crabbe, Goyle, Nott...
- ¿Cuándo?
- A principios del verano. Una ceremonia preciosa... –ironizó Draco, sin evitar que un deje de culpabilidad impregnara su voz.
Harry pasó un brazo por los hombros de su pareja, confortándole, imaginando lo que él sentiría si Ron y Hermione tomaran la Marca Tenebrosa.
- No te preocupes. Sabes que Blaise y Pansy están de nuestro lado.
- Eso es precisamente lo que me tortura –admitió Draco-. Sus familias no son mortífagas, ellos no tenían por qué servir a Voldemort. Lo han hecho por mí.
- Tú no les has obligado, fueron ellos quienes se prestaron voluntariamente a ayudarte. Draco, son tus amigos –añadió Harry, a quien le desesperaba la autosuficiencia del Slytherin.
- Lo sé –acabó reconociendo Draco con un suspiro de resignación-. Pero, si les sucede algo por mi culpa...
- No les sucederá nada –aseguró Harry, con una mirada que no admitía discusiones.
Draco sonrió, y su mano se dirigió inmediatamente a la cabeza de Harry. Enredó sus dedos en sus cabellos, haciendo que el Gryffindor soltara un exagerado suspiro de resignación. A Draco le encantaba alborotar su cada vez más domesticada cabellera negra, y, en el fondo a Harry le encantaba que lo hiciera.
- Bueno, supongo que tengo una semana para pensar qué excusa voy a soltarle a mi padre –acabó diciendo Draco, volviendo al tema anterior.
Harry asintió en silencio. Durante unos segundos, su novio le miró, examinándole atenta pero cariñosamente con sus analíticos ojos grises, a los cuáles ningún detalle escapaba inadvertido. El pensar en su cumpleaños le había hecho tomar conciencia de que el chico que, confuso, había llegado a Hogwarts casi 7 años antes sin apenas comprender lo que significaba ser un mago, estaba a punto de alcanzar la mayoría de edad a todos los efectos.
Harry había cerrado los ojos, disfrutando simplemente de la sensación de tener a Draco allí en Privet Drive, en el mismo sitio donde había sido tan infeliz, y el Slytherin aprovechó para seguir analizándole, comparándole con aquél muchacho de aspecto desvalido que una vez no quiso estrecharle la mano en el expreso de Hogwarts. Harry siempre había sido bajo y delgado para su edad, y, a pesar de que compensaba en Hogwarts los meses de escasa dieta en casa de sus tíos, seguía siéndolo. El largirucho Ron Weasley ya le sacaba una cabeza y todavía las túnicas seguían quedándole un poco anchas. No obstante, eso no era problema para Draco, pensó con un esbozo de sonrisa el rubio, quien por su propia constitución apenas era un par de centímetros más alto que él. Y, como el Slytherin bien sabía, bajo la delgadez de Harry se escondía un cuerpo fibroso, con músculos no muy abultados pero sí endurecidos tras siete años de constantes entrenamientos de quidditch.
Sus ojos subieron, deleitándose en sus fuertes piernas, en su estómago plano y su tórax, enmarcado por los duros hombros, hasta llegar a su rostro. Quizá era de las cosas que más habían cambiado en Harry: su cara infantil, de formas suaves y redondas y expresión de perpetua inocencia, había afilado sus facciones a medida que crecía, marcando los pómulos de Potter, endureciendo la antaño suave piel, remarcando aún más sus ojos, esos ojos verdes cuya sola expresión era capaz de decir más que mil palabras juntas.
Los mismos ojos que en ese instante se abrieron, clavándose inmediatamente en los suyos. Draco apartó la vista, pero lo hizo demasiado tarde. Harry se incorporó con una sonrisa traviesa en los labios.
- ¿Qué miras, Malfoy? –preguntó en tono falsamente inocente mientras sonreía juguetonamente. Una combinación que sabía que podía hacer enloquecer a Draco.
El rubio sintió el repentino aguijón del deseo, pero contuvo el impulso de dejarse llevar y simplemente tirarse encima de Harry,
La perpetua inocencia de Harry Potter era otra cosa que también había sufrido modificaciones notables. A ojos de los demás, seguía pareciendo inocente, cándido incluso, pero en momentos íntimos Draco había sorprendido en él algunas actitudes que le hacían comprender por qué el Sombrero Seleccionador había querido colocarle en Slytherin.
Claro que, en materia de pensamientos perversos, Draco tenía todas las de ganar, y así se lo hizo ver a Harry cuando se limitó a corresponderle con otra sonrisa de falsa despreocupación, taladrándole intensamente con sus ojos grises.
- Miraba al estúpido buscador de Gryffindor al que este año le voy a arrebar la Copa de Quidditch, por no hablar de la snitch dorada –respondió con tranquilidad.
Harry contuvo una carcajada. Draco jamás había conseguido quitarle la snitch después de todas las veces que se habían enfrentado.
- Me alegra que no pierdas la esperanza, a pesar de que sabes que es una causa perdida.
Draco hizo una mueca.
- Causas perdidas... algo se me tenía que haber pegado de ti¿no?
Sus dedos abandonaron por fin su pelo, quizá lo que menos había cambiado en Harry, aunque ahora lo llevaba un poco más corto y a veces incluso conseguía domarlo con ayuda de un peine y muchísima paciencia. Y la suave mano del Slytherin bajó por sus mejillas y se detuvo en su cuello, tentadoramente, arrancando un suspiro a Harry.
- ¿Draco? –murmuró. El jueguecito de las miraditas y las respuestas ingeniosas no dejaba de ser divertido, pero llegado un momento se imponía pasar a mayores. Al fin y al cabo, estaba a punto de cumplir diecisiete años, tenía las hormonas más desatadas que nunca, sus tíos se habían ido y estaba a solas con en su habitación con su novio, al que tendría que odiar públicamente durante el curso que empezaría en apenas un mes.
- ¿Sí, Harry? –preguntó suavemente Draco con voz melosa, el triunfo brillando en sus ojos al ver que este vez iba a ser el moreno quien cediera.
Los imperiosos ojos esmeralda le dirigieron una mirada ardiente, intensa. La mirada que, Draco lo sabía, estaba reservada única y exclusivamente a él.
- Hazlo ya.
El Gryffindor no lo sabía, pero un par de segundos más mirándole así, y Draco habría acabado por rendirse el primero. Con un suspiro de satisfacción, saltó encima de Harry, haciéndole caer de espaldas en la cama.
Primera parada, sus labios. No importaba cuánto tiempo llevasen juntos, no importaba cuántos besos le hubiera dado desde aquél primero: Draco sentía que jamás se cansaría de aquellos dulces labios, de aquella boca que él invadía a voluntad, de aquella lengua que a veces se rebelaba y asaltaba a la suya propia. Cuando le besaba, más que nunca, Draco sentía que Harry era suyo, y sólo suyo. Y que así sería para siempre.
Mientras tanto, las manos de Harry habían empezado a explorar el cuerpo de su amante, tan curiosas como la primera vez, y también algo tímidas. Al fin y al cabo, en realidad no lo habían hecho tantas veces. Quinto curso fue un año demasiado frustrante para que ninguno de los dos pensara siquiera en el sexo. Sexto curso, en cambio, había sido un año mejor que el anterior, aunque no demasiado. Harry había sobrellevado mejor los ataques públicos de Draco, y también el hecho de saber que su amado Slytherin estaba envuelto en actividades no muy gratificantes. Al fin y al cabo, lo hacía por él, sólo por él. Pero la sombra de Sirius Black aún pesaba como una losa sobre el chico, y la tristeza por la muerte de su padrino le acompañó durante buena parte del inicio del curso.
Por otro lado, Draco había conseguido pasar con éxito las pruebas de confianza de Voldemort, que se había tragado completamente que el Slytherin apenas podía acercarse a un metro del Gryffindor sin que empezaran a surgir leoncitos por doquier dispuestos a proteger a su líder (el día en que Voldemort se enterara de lo realmente cerca que llegaban a estar ambos, pensaba Draco a menudo con satisfacción, a su oscuro corazón le daría un infarto). El Señor Tenebroso había cambiado de idea, y ahora prefería mandar al hijo de Lucius Malfoy a que vigilase a Potter en espera del día en el que pudiera ser él mismo quien pusiera sus tenebrosas garras sobre él.
Siempre con la mediación de Pansy, Blaise, Ron y Hermione, empezaron a verse frecuentemente de nuevo en la Sala de los Menesteres, sin duda la habitación favorita para ambos de todo Hogwarts. Al principio, se limitaron a hacer lo que habían hecho durante el año anterior: besarse como desesperados, hablar de los últimos planes de Dumbledore y Voldemort respectivamente, y volver a besarse.
Hasta que llegó el día en el que, tras casi dos meses sin poder verse a escondidas, se encontraron con que sus cuerpos reaccionaban más calurosamente que de costumbre. Draco aún recordaba el rostro de Harry, furiosamente rojo, y el rubor que tiñó sus propias mejillas, cuando, al abrazarse con desesperación, notaron un repentino abultamiento en la entrepierna, indicio inequívoco de que se habían alegrado demasiado de verse.
Ambos recordaban con cariño aquella primera vez. A pesar del nerviosismo, a pesar de los movimientos algo torpes, a pesar del ocasional dolor, fruto de la inexperiencia... había sido una experiencia absolutamente maravillosa descubrir sus cuerpos en común, demostrarse físicamente su amor, y acabar durmiendo desnudos el uno en brazos del otro.
Desde entonces había habido más encuentros subidos de tono, en esporádicas ocasiones y sólo cuando sus cuerpos no podían aguantar más la separación. La perspectiva de verse sorprendidos en pleno acto, por remota que fuera, les conminaba a no dejarse llevar muy a menudo por la fogosa pasión que sentían el uno por el otro. Por si fuera poco, los EXTASIS cada vez eran más duros, los entrenamientos cada vez más extenuantes, y en no pocas ocasiones el cansancio apenas les permitía estar juntos media hora, lo justo para intercambiar las últimas novedades y disfrutar de la mutua compañía, limitándose simplemente a permanecer abrazados mientras charlaban de cualquier tema.
Harry gimió cuando la boca de Draco abandonó la suya para fijar un nuevo objetivo: su cuello. Murmuró el nombre del rubio mientras sus manos, inquietas, se introducían por debajo de la túnica del Slytherin.
Uno de aquellos escasos ataques de lujuria incontenible le había sobrevenido la primera vez que Draco se apareció en su habitación de Privet Drive. Como ya hiciera la Orden del Fénix un año atrás, Draco había descubierto que era sorprendentemente sencillo engañar a los Dursley para que se quitaran de enmedio y le dejaran a solas con su ansiado Gryffindor. Estaban en pleno verano y, entre exámenes y demás, apenas se habían visto desde Mayo. Así que, cuando Draco pisó la habitación de Harry, apenas tuvo tiempo de sorprenderse por la fealdad del sitio en el que Harry se pasaba encerrado la mayor parte del verano (cuando se enteró de que antes vivía en una alacena, por poco le dio una apoplejía). Porque en cuanto se inclinó hacia Harry para saludarle con un beso, se vio arrastrado a la cama en la que cada noche dormía el objeto de sus deseos.
Y, como aquella vez, Harry no pudo evitar pensar que era irónico estar haciendo el amor con Draco precisamente allí, en la asfixiante habitación que llegaba a odiar durante los interminables meses del verano.
Entonces, las hábiles manos de Draco, que hasta entonces se habían mantenido en un discreto segundo plano, entraron en acción tocando un punto sensible de la anatomía del Gryffindor. Dejando escapar un grito en el que se adivinaba a duras penas el nombre del rubio, abandonó cualquier pensamiento coherente, entregándose completamente al único hombre que podía poseer su cuerpo además de su corazón.

30 de Julio. Harry se levantó temprano, intentando contener los nervios que se habían instalado en su estómago. No podía creer que aquél fuera su último día en casa de los Dursley, que ya nunca más tendría que volver a aquella prisión de revista de decoración.
Después de escribir una rápida carta de felicitación a Neville, que cumplía años aquél mismo día (Harry no podía asistir a su celebración y Neville lo comprendía, pero ya vería a Longbottom el día siguiente), bajó apresuradamente las escaleras de la cocina, oteando con curiosidad el exterior de la casa.
Nada. Privet Drive parecía tan silenciosa, tranquila y sosa que de costumbre. Se burló de sí mismo. ¿Qué esperaba, encontrar a Voldemort y todos sus mortífagos acampando en el césped de Tío Vernon, esperando a que llegaran las doce de la noche para abalanzarse sobre la casa?
Pero Harry sabía, por el propio Draco, que el Señor Tenebroso le había puesto vigilancia. Sintió un repentino cosquilleo al pensar que su pareja podría perfectamente estar allí fuera, asumiendo su papel de joven mortífago, vigilando atentamente todos y cada uno de los movimientos de Privet Drive. Se apartó rápidamente de la ventana y entró en la cocina.
Era un día como otro cualquiera: Petunia preparaba el desayuno de Tío Vernon, éste leía el periódico, y Dudley, aún con su pierna escayolada, devoraba enormes cantidades de cereales con un enorme cucharón. Al ver aparecer a Harry en la cocina, Dudley dejó escapar la cuchara, sobresaltado, y dio un respingo en la silla. Vernon se giró bruscamente y entornó sus ojillos con odio. Petunia le dirigió una rápida mirada y bajó la vista hacia la sartén.
- Buenos días –saludó Harry, ya acostumbrado a ser el centro de las miradas asustadas de los Dursley.
- ¿Cuándo te vas? –espetó Vernon Dursley sin más preámbulos.
- Pronto –respondió Harry, y un doble suspiro de alivio se escuchó en la cocina.- En cuanto los miembros de la Orden... es decir, en cuanto mis amigos comprueben que Voldemort no está ahí fuera esperándome.
- ¿Voldemort? –repitió Tío Vernon, y a Harry se le antojó surrealista el que su tío muggle pronunciara con tanto desparpajo aquél nombre que hacía estremecer a los más poderosos magos del mundo- ¿El que mató a tus padres?
- Sí –replicó Harry apretando los dientes ante la falta de delicadeza de Vernon.
- ¿Ahora quiere matarte a ti?
- Sí.
Vernon soltó un gruñido y volvió a fijar la vista en su periódico. Se guardó de decir nada (al fin y al cabo, todavía le tenía un miedo atroz a su sobrino) pero estaba bien claro que le importaba bien poco lo que le ocurriera a Harry, siempre y cuando le ocurriera fuera de su casa. Éste se mordió la lengua para evitar aclararle impetuosamente a su inconsciente tío que, si Voldemort llegaba a vencerle, los muggles bien podían ir rezando todo lo que supieran.
Sin embargo, dio media vuelta y salió de la cocina. Tenía que recoger sus cosas... que no eran demasiadas, la verdad. Además no le apetecía soportar otro de los desayunos de Tía Petunia. Y había algo que le inquietaba.
Miró por la ventana de su habitación. Un joven paseaba tranquilamente a un perro por la acera de enfrente. ¿Muggle, o mortífago?
Le preocupaba no saber nada acerca de los planes de Voldemort. Pero, por más que había interrogado a Draco, éste había manifestado una total ignorancia al respecto. Recogió sus pertenencias y las guardó en su baúl, sin poder dejar de darle vueltas al tema. ¿Le dejaría el Señor Tenebroso salir de la casa de sus tíos, o le arrinconaría en su interior hasta que se cumpliera el plazo¿Qué estaría tramando la retorcida mente de Lord Voldemort en aquellos instantes¿Y dónde estaría Draco? El rubio todavía no le había hecho saber si iría finalmente a su cumpleaños o no. A Harry le asustaba preguntarle.
Pasó el día caminando nerviosamente por su casa, como un león (nunca mejor dicho) enjaulado. Comió fugazmente y volvió a asomarse a la ventana. Afortunadamente, ni Dudley ni su padre le molestaron reprochándole tan extraña conducta. Su inquietud iba en aumento.
Cuando empezó el ocaso, Harry empezó a sentirse angustiado. Casi esperaba ver una marea de mortífagos surgiendo de entre los monótonos setos que rodeaban cada una de las casas... la Orden no había dado señales de vida... y eso sólo podía significar que...
Un golpe en la puerta interrumpió el hilo de sus pensamientos. Para sorpresa mayúscula de Harry, Petunia Dursley apareció en el umbral. Normalmente era su marido quien se encargaba de hacer lo que ambos conocían como "lidiar con el chico".
- ¿Estás listo, Harry? –preguntó con voz ligeramente temblorosa.
- ¿Han venido? –preguntó a su vez Harry, sus ojos brillando de pura excitación- ¡Han venido a por mí!
- No –repuso tranquilamente Petunia-. Nadie va a venir a por ti, Harry.
Una oleada de gélido terror llenó el pecho del joven mago.
- ¿Qué quieres decir con eso, tía?
- Nadie va a venir aquí. Porque yo soy la que tiene que sacarte de esta casa antes de que lleguen las doce de la noche, Harry.
Harry no se habría sentido más sorprendido si Voldemort mismo hubiera aparecido en la puerta de su habitación ofreciéndole la firma de un tratado de paz.
- ¿No me has oído, Harry? –preguntó Petunia después de unos segundos durante los cuáles su sobrino se limitó a mirarle con expresión embobada- ¡Vamos!
El mago reaccionó. Cogió su baúl con una mano, y la jaula de Hedwig con la otra...
- Dame ese pájaro a mí –le interrumpió Petunia, que siempre se había negado a acercarse a la lechuza- tú saca la varita y esa capa de invisibilidad que me han dicho que tienes. ¿Serás capaz de tapar con la capa el baúl y la jaula mientras te metes en el coche?
- Eh... creo que sí.
La situación era surrealista, pensó Harry mientras bajaba por las escaleras. Petunia no sólo le decía que sacase la varita, sino que también conocía la existencia de su capa...
En el piso de abajo, Vernon y Dudley les miraban, furiosos e impotentes.
- No más escenitas –advirtió Petunia, dirigiendo una mirada fulminante a su marido, quien rumió algo por lo bajo, pero no hizo ningún movimiento hacia ellos.- Échate la capa, Harry.
Harry cogió la capa. Dudley Dursley se echó hacia atrás en su silla cuando vio que las manos de su primo se hacían invisibles.
El joven miró a su tío y a Dudley, los dos Dursley con los que había convivido durante once años, que le habían hecho la vida imposible...
... y a los que, de algún modo, extrañaría. Lo descubrió en aquél momento, cuando afrontó la perspectiva de abandonar para siempre aquella casa. Estaba contento de irse, pero le desagradaba la idea de pensar que jamás volvería a saber nada de ellos.
- Bueno, tío... gracias por todo.
Vernon respondió con un gruñido. Los ojos de Harry se posaron en su primo, quien abrió la boca en un gesto de terror.
- Dudley... cuídate.
El joven Dursley no contestó.
- Vamos, Harry –le apremió Petunia.
Y Harry Potter se echó la capa de invisibilidad sobre los hombros, después de dirigir una última mirada a sus únicos parientes vivos.
Fue la última vez que Dudley y Vernon Dursley vieron a Harry Potter.
- Al menos ahora estarán seguros... –murmuró Harry.
Difícilmente podía saber el joven mago que, precisamente, los Dursley estaban viviendo el último día de sus vidas.
Montó en el coche familiar. Tía Petunia mascullaba algo sobre los tomates que le faltaban para la ensalada, mientras se aseguraba de que la bolsa de la compra que sostenía se mantuviera bien visible. Abrió la puerta delantera del coche mientras simulaba acomodar la bolsa en el asiento trasero.
- Métete corriendo, chico.
Harry saltó por encima del asiento del conductor y acabó en el del copiloto, cubriéndose a él, al baúl y a Hedwig con la capa, que, afortunadamente, era muy amplia.
Petunia montó en el coche, cerró la puerta y arrancó.
Durante días, Harry había imaginado que sus amigos se aparecerían en su casa, que el señor Weasley volvería a aparecer por la cegada chimenea, que el Ministerio autorizaría a conjurar un traslador... incluso en sus más delirantes fantasías, escapaban a escoba de una pandilla de furiosos mortífagos que les perseguían.
Pero nunca, jamás, se había imaginado saliendo por última vez de Privet Drive montado en el coche familiar de los Dursley, sentado delante junto con Tía Petunia. Y, precisamente por eso, comprendió que era la mejor manera de escapar de allí; lo que Voldemort, que al fin y al cabo no sabía nada de su capa, jamás imaginaría.
A pesar de que no podía ver a su sobrino, Petunia Dursley adivinó su mirada de asombro y se permitió una breve sonrisa.
- ¿Qué pasa? Al fin y al cabo, soy la hermana de tu madre. Es mi sangre la que te protege, como bien se ha encargado de recordarme ese director tuyo.
Harry tardó unos segundos en contestar.
- ¿Adónde vamos?
- Al supermercado.
- ¿Qué? –exclamó Harry, pensando que no había escuchado bien.
- Ya te lo he dicho: vamos al supermercado –insistió Petunia en tono misterioso.
Harry miró a Tía Petunia con incredulidad. Pero, unas cuántas manzanas más adelante, el coche paró frente a una tienda de comestibles.
- Tía... –murmuró Harry, pensando que la hermana de su madre había perdido la cabeza repentinamente.
- Calla, Harry –le cortó rápidamente Petunia- ¿Ves ese coche frente a nosotros?
Harry miró al frente. Un coche rojo de aspecto anodino estaba aparcado a pocos metros de ellos. Una mujer desconocida situada junto a él parecía buscar las llaves en su bolso mientras las bolsas de la compra esperaban depositadas desordenadamente a sus pies.
- Sí.
- Métete en él. Te están esperando.
Petunia miró a su invisible sobrino con una mezcla de alivio y algo de cariño... no mucho, desde luego, pero sí era la mirada más afectuosa que jamás había posado sobre el hijo de su hermana. Mientras, su mano se deslizó en el bolsillo y sacó algo que dio disimuladamente a Harry. Un vulgar sobre muggle, blanco y sellado.
- Ábrelo cuando estés seguro. Y ahora, vete.
Harry asintió.
- Gracias –murmuró, sin saber muy bien qué decir. Los Dursley no le habían tratado bien, pero era consciente de que, si seguía vivo, era en parte gracias a la mujer que estaba sentada frente a él.
Petunia hizo un desdeñoso movimiento de cabeza.
- Vete, Harry.
Después, abrió la puerta y salió del coche, y Harry se deslizó tras ella. En ese mismo instante, la mujer que estaba frente al otro coche encontró sus llaves, abrió la puerta trasera y se agachó para coger sus bolsas. Harry se precipitó al interior, y sólo entonces la desconocida se levantó y arrojó de mala manera las bolsas de la compra sobre el asiento trasero, desparramando su contenido.
- Ah, ya estás aquí –murmuró la chica al sentir el rumor de la ropa.
Y Harry sonrió, aliviado, al reconocer, no sólo la voz, sino su particular y descuidada torpeza.
- ¡Tonks!
- Exacto. Larguémonos de aquí, Harry. Te están esperando.

En el reloj del número 12 de Grimmauld Place dieron las doce de la noche.
- ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, HARRY! –gritaron más de media docena de gargantas al unísono, haciendo cerrar los ojos al chico.
Rápidamente se vio estrujado por todos los que allí estaban, empezando por Ron y Hermione, que le dio un sonoro beso en la mejilla, seguido por otro más tímido de Ginny y una colleja cariñosa de parte de los gemelos. Molly Weasley le asfixió con uno de sus abrazos de mamá osa, y Arthur le palmeó alegremente la espalda. También recibió un abrazo de Remus Lupin y Tonks, e incluso el viejo Dumbledore rodeó el delgado cuerpo de Harry con sus cada vez más marchitos brazos.
Cuando, mareado por tanto beso y tanto apretón, Harry se recuperó de semejante oleada de atenciones, miró a la única persona que no se le había tirado encima al entrar oficialmente en el día 31 de Julio. Severus Snape le obsequió con una mirada menos desagradable que de costumbre, y Harry dedujo que ésa era su forma de transmitirle que se alegraba porque hubiera alcanzado sano y salvo la mayoría de edad. Pensaba que todo iba a quedar ahí, cuando el profesor de Pociones se acercó a él decididamente y, tras un breve titubeo, le abrazó.
Todos enmudecieron mientras veían la increíble escena, el primero de todos Harry. Snape se separó unos segundos después, dirigiendo una mirada de desafío al joven Potter enmedio de un silencio que se podía haber cortado con un cuchillo.
- No pienses que semejante muestra de sentimentalismo forma parte de mí, Potter –advirtió-. Es de parte de mi ahijado Draco.
Una sonrisa nostálgica se dibujó instantáneamente en el rostro de Harry al escuchar el nombre de su pareja. Snape dibujó una mueca desdeñosa en su afilado rostro.
- Aunque en realidad mi ahijado no pretendía darte un abrazo, sino otra cosa –prosiguió en tono ligeramente irónico- pero yo siempre he dicho, y creo que coincidirás conmigo, Potter, en que los regalos es mejor darlos directamente.
Un murmullo de risas burlonas surgió a espaldas de Harry mientras éste se ruborizaba.
- ¿Cuándo podré verle, señor? –murmuró, alzando los ojos hacia Snape.
- No lo sé, Potter, así que ahórrate esa mirada de cordero degollado. Y ahora, antes de que el sentimentalismo Gryffindor que impera aquí me afecte seriamente... –gruñó, mirando al grupo de gente que charlaba junto a la chimenea- me retiro. Nos vemos mañana, Potter. Que pases un buen cumpleaños.
Tras una ligera inclinación de cabeza a Dumbledore, Severus Snape desapareció.
Cuando volvió a aparecerse, el ambiente era radicalmente distinto. La cálida y agradable paz que se vivía en Grimmauld Place dio paso a una tenue oscuridad, rota apenas por el resplandor de la luna llena. Las conversaciones distendidas que hasta entonces llenaban sus oídos se tornaron en una serie de murmullos nerviosos, de órdenes e imprecaciones en voz baja.
- Has tardado, Severus.
Severus Snape endureció la expresión, convirtiéndola en una máscara impenetrable, y dobló rápidamente en espinazo en dirección a aquella metálica y fría voz.
Voldemort le miraba con aquellos ojos que no eran humanos, aquellos ojos que a veces le saludaban en sus peores pesadillas. Unos segundos después, el mortífago se enderezó.
- Mil perdones, mi señor. En Hogwarts estamos preparando la vuelta de los alumnos, y Dumbledore me ha entretenido con una de sus idioteces –murmuró en tono de desprecio, arrastrando las palabras-. He tenido que seguirle el juego para que no sospechara de mí, y por eso he tardado más de lo previsto.
Inmediatamente sintió la mente de Voldemort intentando penetrar la suya. Snape le ofreció la imagen que quería, una imagen que era totalmente falsa pero que en su mente (y en la de Voldemort) parecía real, y el Señor Tenebroso se sintió satisfecho.
- Lucius –silbó como una serpiente, dando media vuelta- Severus ya está aquí.
Un mortífago alto y delgado apareció poco después, bajándose la máscara para dejar a la vista el rostro de Lucius Malfoy, que le sonrió encantado. A su lado, le acompañaba su único hijo, Draco, aún descubierto.
- ¡Ya era hora, Severus¡Vamos a sacar a Potter de ahí dentro! –exclamó, excitado por la proximidad de la sangre.
- ¿Potter aún está ahí dentro? –preguntó Snape, mirando a Voldemort.
- Me extrañaría, pero no he visto a ningún miembro del maldito grupito de Dumbledore acercándose a la casa –respondió el Señor Tenebroso en su habitual tono de voz, un murmullo monótono y silbilante
- Ojalá esté todavía ahí... –masculló Lucius.
Nadie habló. Snape aprovechó para dirigir una disimulada mirada a Draco, y mentalmente le aprobó, satisfecho. Draco Malfoy era un gran actor, al igual que su padrino. En ese momento cualquiera que le mirase (Voldemort inclusive) sólo vería a un joven mortífago, intentando dominar su excitación como buen Malfoy que era, pero deseoso de entrar en aquella casa y probar la sangre de sus enemigos.
- ¿Es tu primer ataque, Draco? –preguntó.
- Sí, padrino –replicó Draco, y consiguió aportar a su voz el matiz justo de fanática ansiedad para conseguir una mirada aprobadora de Voldemort y otra orgullosa de Lucius.
- Draco dirige a los jóvenes mortífagos –informó Voldemort.
Snape volvió el rostro a un lado aparentando desinterés. Aunque ya llevaban puestas sus máscaras, había visto crecer a todos aquellos chicos, y no tuvo problemas en reconocerles: Crabbe, Goyle, Parkinson, Nott, Zabini, Bulstrode...
"Medio Slytherin está aquí" pensó con disgusto Snape, clavando en ellos sus ojos pequeños y negros.
- Me alegra ver que ha escogido la senda correcta tras su paso por Hogwarts, señor Flint –dijo, dirigiéndose a uno de ellos.
Su ex-capitán de quidditch le respondió con un deferente movimiento de cabeza.
- Los has entrenado bien, Severus –comentó Voldemort-. La Casa de Slytherin se está convirtiendo en una verdadera cantera de mortífagos desde que tú eres su jefe.
- Me limito a transmitirles lo que todo buen seguidor de Salazar debería saber, mi señor –replicó tranquilamente Snape.
Voldemort se dirigió a otro mortífago.
- ¡Avery!
- ¿Amo?
- Ahora que estamos todos, cuéntanos lo que has averiguado sobre los Dursley.
- Definitivamente son tres, señor.
- ¿Muggles?
- Sí.
- ¿Qué parentesco tienen con Potter? –preguntó, como si él mismo no lo supiera, como si ese parentesco no fuera en realidad lo que les había llevado a todos hacia allí aquella madrugada del 30 al 31 de Julio.
- La mujer, Petunia, es hermana de Lily Potter. Lily Evans era de familia muggle.
Los mortífagos expresaron discretamente su desprecio, y durante unos segundos la palabra "sangre sucia" fue casi escupida entre dientes por la mayoría de ellos.
- ¿Tres, has dicho?
- Sí. Petunia y Vernon Dursley, y su único hijo, Dudley. Un mocoso más o menos de la edad de Potter.
- ¿Algo más a tener en cuenta sobre ellos?
- No, señor. Ni siquiera tienen armas de fuego, señor.
- De acuerdo, Avery. Buen trabajo.
Voldemort se separó unos pasos del grupo. Las farolas de Privet Drive se habían aapagado minutos antes, y el propio Señor Tenebroso había conjurado un hechizo para que los muggles no pudieran verle. En ese momento, sin embargo, mientras pisaba con despreocupación los cuidados parterres de una de las casas que había frente al número cuatro, lo deshizo. Si les veían, mejor: más diversión para sus impacientes muchachos.
- ¡Este es el plan! –gritó para hacerse oír, aunque ante las palabras de su señor todos contuvieron la respiración para escucharle mejor-. Entraremos en la casa y buscaremos a Potter. No espero encontrarle, pero hay que asegurarse. Quiero a los dos adultos vivos, al menos hasta que comprobemos si Potter está o no en el interior de la vivienda. ¿Alguna pregunta?
- Por favor, señor –intervino un corpulento individuo-¿no podríamos chantajear a Potter con la vida de sus parientes?
- ¿Te crees que yo mismo no lo he pensado, Macnair? –replicó Voldemort impasible- Potter es Gryffindor, pero no es tonto, y Dumbledore menos. Además, el vínculo afectivo es prácticamente inexistente.
Macnair murmuró una disculpa, agachando la cabeza. Voldemort dirigió su mirada hacia el grupo de los jóvenes mortífagos, capitaneado por un hierático Draco Malfoy.
- Draco, al joven Dursley te lo dejo a ti y a tus amigos. Haced lo que queráis con él, pero no nos molestéis. ¿Entendido?
- Sí, mi señor –replicó Draco. Afortunadamente, la máscara le ayudaba a ocultar su expresión. Sabía perfectamente lo que Voldemort le había ordenado... y había prometido a Harry que no haría daño a su primo Dudley hacía apenas una semana.
El Señor Tenebroso se giró de nuevo hacia la casa. Todas las luces estaban apagadas, menos la de un dormitorio.
- Recordad, si encontramos a Potter nos llevaremos una agradable sorpresa, pero, lo que yo pretendo es darle una lección –explicó con una sonrisa de satisfacción- y hacerle sentir culpable de estas muertes por haber huido. Ahora¡AL ATAQUE!
Medio centenar de mortífagos se lanzaron de repente hacia el frente, provocando tal estruendo que en casi todas las ventanas de Privet Drive surgieron rostros somnolientos. Algunas maldiciones volaron hacia ellos, penetrando por las ventanas abiertas.
Las primeras víctimas muggles empezaban a caer.
Voldemort, seguido de cerca por Lucius Malfoy, los Lestrange, Avery y Macnair, derribó la puerta con una maldición. La tromba penetró en la cuidada casa muggle, derribándolo todo a su paso. Voldemort empezó a subir las escaleras, seguido por sus más leales y por los jóvenes, mientras otro grupo previamente seleccionado se desperdigaba por la planta baja.
- ¿Qué está pasando aquí! –exclamó una voz carrasposa y profunda. Vernon Dursley enmudeció cuando, en pijama y con pantuflas, vio desde el rellano de la escalera la que se le venía encima.
Sus ojos no se apartaban del rostro inhumano de Voldemort. Algunos mortífagos mascullaron indignados ante semejante falta de respeto.
Voldemort le paralizó con un sólo movimiento de varita, mientras alcanzaba la parte superior de la escalera. A los pocos segundos, Petunia Dursley surgió de su habitación, sus ojos fuera de sus órbitas.
- La habitación del chico es ésa –señalaba Avery en ese momento.
- ¡NO, DUDLEY NO! –aulló Petunia. Snape la paralizó rápidamente con un hechizo.
Draco se abrió paso, seguido por sus jóvenes subordinados, y se introdujo en la habitación del joven Dursley, intentando disimular el nudo que se había atado fuertemente en su estómago.
El rosto porcino volvió a contraerse en una mueca de sorpresa. Estaba jugando a uno de esos videojuegos muggles de aspecto sofisticado, sentado cómodamente en un sofá, con la pierna escayolada sobre una silla.
- Se acabó la partida, Dudley –anunció Draco, acercándose a él mientras Goyle cerraba la puerta de la habitación.
- ¿Quién...¡MAMÁ¡PAPÁ! –aulló desesperadamente el adolescente, incapaz de moverse.
- ¡Calla! –masculló ásperamente Draco, y con un movimiento de varita enmudeció a Dudley.
- ¿Por qué has hecho eso, Draco? –preguntó cruelmente la voz de Nott- ¡Yo quiero escuchar sus gritos!
- Los escucharás a su debido tiempo.
- ¿Y cuándo será eso?
- Cuando yo lo considere oportuno –replicó secamente el rubio, arrastrando las palabras más que nunca, mientras le miraba por detrás de su máscara-. A no ser que prefieras consultar a nuestro amo sobre ese punto.
Nott dio un paso atrás. Draco, satisfecho, buscó dos enormes siluetas entre el grupo que le rodeaba.
Nadie podía saberlo, pero se sentía peor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Estaba a punto de presenciar su primera tortura, y, para más inri, tendría que ser él quien la dirigiera.
Pero lo haría. Por muy desagradable que le resultase, lo haría. Por Harry. Irónicamente, torturaría a su primo por él, por conservar su vida al servicio de aquél que un día le libraría de la maldita Marca.
- Crabbe, Goyle –ordenó, señalando con la cabeza al aterrorizado muggle.
Todos abrieron paso a los enormes matones. Draco se obligó a sí mismo a no cerrar los ojos, la única parte de su rostro que quedaba visible. Pero dio gracias mentalmente a Merlín por llevar máscara. Así no tuvo que disimular su expresión de asco y horror.
Y, uno a uno, los jóvenes seguidores de Voldemort fueron probando su maldad sobre el cuerpo cada vez más maltrecho de Dudley Dursley. Lo que ocurrió aquella noche en el número cuatro de Privet Drive, Draco jamás lo olvidaría. La imagen de Pansy y Blaise lanzando un crucio tras otro al pobre Dudley, tampoco.
Y el Avada Kadavra, que, tras dos horas de interminable tortura, pronunció casi misericordiosamente, cuando notó que los pulmones de Dudley empezaban a fallar, que todo su sistema se colapsaba, que su cuerpo se desangraba a través de su piel despellejada... aquella maldición de muerte, la primera que lanzaba sobre un humano, no sólo no la olvidaría nunca, sino que le acompañaría ya eternamente, asaltando sus más profundos sueños en las noches más oscuras de su vida.


Nota: Sí, acabo de hacer un salto en el tiempo de más de un año, y estamos a punto de empezar el séptimo curso de Harry :P Espero que os guste este capítulo, que no os traumaticéis mucho al ver el peor lado de Draco, y dentro de poco tendréis que siguiente ya que casi lo tengo escrito. Al final la historia va a tener unos cuántos capítulos más, porque me apetecía reflejar la escena de Harry y Draco en Privet Drive, y el decimoséptimo cumpleaños de Harry que tendrá lugar en la siguiente entrega. Gracias por leer y hasta pronto :)