Lucharé a tu lado
Género: T.
Advertencia:
Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico,
vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer:
Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera,
primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no
existiría.
Capítulo 9: 31 de Julio (I)
La mañana de su decimoséptimo
cumpleaños, Harry se levantó temprano después de
una noche agitada en la que apenas había podido conciliar el
sueño. Y no era para menos. La excitación de celebrar
la primera fiesta de cumpleaños de toda su vida se mezclaba
con la preocupación de saber que ya no estaba bajo la
protección de la sangre de su madre. Cuando los primeros rayos
de sol se colaron en la habitación que compartía con
Ron, se apresuró a levantarse, vestirse y bajar las escaleras
del lóbrego caserón.
No esperaba encontrar a nadie
despierto tan temprano, pero, para su sorpresa, el Sr. y la Sra.
Weasley cuchicheaban en la cocina. Harry entró, intentando
hacer tanto ruido como pudo, y los dos interrumpieron inmediatamente
la conversación. Arthur Weasley se apresuró a esconder
disimuladamente algo que bien podía ser un periódico,
mientras que Molly dirigió una sonrisa tan amplia a Harry que
éste con toda certeza que algo acababa de conmocionar
profundamente a la matriarca de la familia.
- ¡Buenos días,
Harry! –saludó Arthur, palmeando el hombro del muchacho
cuando éste se sentó a su lado- ¿qué tal
has dormido?
- No muy bien –respondió Harry con
sinceridad.
- Nervioso, ¿eh?
- Un poco.
Molly emitió
una tosecilla, y miró a su marido. Arthur se colocó
bien las gafas, y fingió acordarse de repente de algo.
-
Eh... Harry...
- ¿Sí, Sr. Weasley?
- Sé
que hablamos de hacer una fiesta por todo lo alto en La Madriguera...
–empezó Arthur, quien parecía incómodo- y te
dijimos que invitaras a todos tus amigos. Ya sabes, Longbottom,
Thomas, Finnigan, Lovegood... –miró a su mujer en busca de
apoyo.
Molly suspiró y se apoyó en la mesa, quedando
frente a Harry.
- Harry, sé que jamás has tenido una
fiesta de cumpleaños como es debido. Y esperábamos
resarcirte este año. Pero... –suspiró- sintiéndolo
mucho, Harry, no va a ser posible.
Harry sintió el
desagradable peso de la desilusión extendiéndose por su
estómago. Pese a ello, procuró sonreír.
- No
importa, Sra. Weasley, yo...
- Verás, Harry, no podemos
seguir fingiendo que no pasa nada. Hay alguien ahí fuera que
quiere hacerte daño, y ahora va a por todas. La Madriguera no
es un lugar seguro para ti, y evidentemente no podemos celebrar una
fiesta en Grimmauld Place, porque tendríamos que confiarles el
secreto de la orden a todos los invitados.
- Lo comprendo –asintió
Harry, con una voz más ronca de la que esperaba.
- Espero
no haberte desilusionado mucho –intervino el Sr. Weasley- el año
que viene, cuando hayamos acabado con esa maldita sabandija, tendrás
una fiesta como es debido, Harry. Te lo prometo.
- No importa, Sr.
Weasley –mintió Harry con una sonrisa forzada-. Tampoco es
que me hiciera demasiada ilusión.
- Arthur.
- ¿Qué?
-
Ya eres mayor de edad... ¿y cuánto tiempo hace que te
conozco, Harry?
- Ron lo trajo aquí antes de empezar
segundo curso –apuntó Molly.
- Has salvado la vida a la
mitad de los miembros de mi familia... Creo que ya va siendo hora de
que nos dejemos de formalidades. ¿No te parece?
- Además
–intervino Molly Weasley, pasando sus enormes brazos por el cuello
de Harry- sabes que para Arthur y para mí eres como un hijo
más.
- Sí, y para nosotros eres como el hermano no
pelirrojo que siempre quisimos tener –intervino una voz burlona
desde el umbral de la cocina.
Harry agradeció
silenciosamente la intervención de Fred y George, pues un nudo
se le había formado en la garganta al escuchar las palabras de
Molly. Los revoltosos gemelos irrumpieron en el interior de la
cocina, armando su habitual barullo mañanero.
- Si tanto te
gusta Harry, ¿podemos cambiarlo por Ron? –preguntó
George, mirándola con inocente interés.
- ¡George!
-
Mamá, ¡soy Fred! –exclamó el gemelo simulando
estar ofendido.
- Me gustaría saber lo que dirían
vuestros compradores si supieran que lleváis casi dos décadas
utilizando la misma broma –gruñó la Sra. Weasley.
-
Pero tú siempre picas –repuso George, esbozando una amplia
sonrisa.
En ese momento entró Ron en la cocina. A los pocos
segundos bajaron Hermione y Ginny. Ésta última le hizo
un imperceptible guiño a Harry, quien adivinó que Ron
había retenido a su hermana allí arriba mientras él
"daba los buenos días" a Hermione. Habría quedado
muy sospechoso que los dos bajaran juntos, máxime desde que
parecía que los gemelos empezaban a sospechar de su hermano y
la joven bruja.
Al ver a Harry, Hermione torció el gesto y
miró a Ron.
- Ron, ¿se lo has dicho ya? –preguntó,
dirigiéndole una mirada inquisitiva mientras se sentaba a su
lado.
Ron, quien hasta entonces estaba riéndose de una
broma de Fred, dirigió una mirada turbada a su novia.
-
Esperaba a que vinieras tú a recordármelo
–masculló.
Hermione, inflexible, no mudó la
expresión severa de su rostro.
- ¿Decirme qué?
–intervino Harry, mirando alternativamente a uno y a otro.
Ron
exhaló un profundo suspiro, y se giró hacia él,
bajando la cabeza en un inequívoco gesto avergonzado.
-
Verás, Harry... nosotros...
- ¿Nosotros, Ronald? –le
interrumpió Hermione, frunciendo el ceño.
- Yo
–corrigió el pelirrojo rápidamente, apretando los
dientes.
- ¿Tú...? –preguntó Harry,
invitándole a continuar.
- Yo... yo era el encargado de
traer tus regalos desde La Madriguera.
- ¡¿Has
olvidado los regalos de Harry! –exclamó su hermana Ginny,
girándose en el asiento con tanta violencia que casi derramó
el contenido de su taza.
Ron enrojeció, sintiendo como sus
parientes le miraban con disgusto. Harry se apresuró a
intervenir, compadeciéndose de su mejor amigo.
- No pasa
nada, Ron. Ya me los daréis otro día.
- ¡De
eso nada! –exclamó Arthur Weasley, haciendo que todas las
miradas se clavaran en él con curiosidad-. Vosotros no podéis
ir a La Madriguera solos, pero esta tarde, en cuanto vuelva del
Ministerio, iremos a por los regalos.
- Señor Weas...
-
Arthur.
- Arthur –corrigió Harry-, no se moleste, de
verdad.
- Iremos, y es mi última palabra –declaró
Arthur, poniéndose en pie mientras cogía su maletín-.
Ya que no tendrás una fiesta como Merlín manda, por lo
menos podremos darte tus regalos a la hora de cenar. Estad preparados
para cuando llegue la hora, chicos.
- Sí, papá
–respondió Ron, aliviado.
Arthur Weasley besó a su
mujer, miró con cariño a sus hijos y a Harry y
Hermione, y desapareció en dirección al trabajo.
Durante unos segundos, el tintineo de los cubiertos y el crujido de
las tostadas al ser masticadas fue lo único que se escuchó
en la cocina de los Black.
- Mamá –dijo Fred, rompiendo
el silencio- ¿Por qué no reconsideras lo de cambiar a
Harry por Ron?
El día transcurrió lento,
increíblemente lento para Harry, que había esperado
algo especial por ser su cumpleaños. Claro que sabía
que no habría fiesta, ni siquiera le darían sus regalos
hasta que Arthur Weasley regresara por la tarde... pero al menos
había esperado la visita de alguien: Dumbledore, Lupin,
Moody... incluso Snape.
Pero lo que más le dolía,
sin duda alguna, era saber que no vería a Draco hasta dentro
de un mes. Si La Madriguera no era segura, le obligarían a
permanecer en Grimmauld Place. Y, aunque casi todos los miembros de
la Orden parecían creer la increíble historia de amor
que había surgido entre Harry y el mortífago, dudaba
mucho de que Dumbledore permitiera a Draco Malfoy el acceso al
cuartel general de la Orden. Al menos, de momento.
Suspiró,
tumbado en su cama tras la comida. A pesar de todo, había
esperado ver a Draco aquél día... el rubio le había
prometido que iría a su cumpleaños, sabía que
era un día especial para Harry.
Claro que, si no había
fiesta, no había fiesta. Ni siquiera para Draco.
Harry se
tapó con la almohada, sintiéndose deprimido. Al final,
su primer cumpleaños rodeado de amigos no era muy diferente de
todos los que había vivido en Privet Drive... Salvo por el
hecho de que no tenía que soportar a los Dursley.
En ese
momento, Ron irrumpió en la habitación. Mosqueado,
Harry volvió a notar que su mejor amigo tenía las
orejas más rojas de lo normal.
- Harry, vamos, mi padre ya
ha entrado en la red flu –dijo atropelladamente, instando a Harry a
levantarse.
- ¿Tu padre ya ha venido del Ministerio?
–preguntó Harry, incorporándose en la cama,
sorprendido.
Ron le cogió del brazo. Sorprendido, Harry se
dio cuenta de que el pelirrojo parecía extraordinariamente
nervioso.
- Sí. Y no tenemos mucho tiempo. Ya sabes que es
peligroso estar en La Madriguera, así que date prisa.
El
joven cumpleañero se apresuró a obedecer, preocupado
por Arthur, quien ya debía de estar en la casa Weasley.
Siguiendo a su amigo, bajó las escaleras del lóbrego
caserón de la familia Black, y llegó a la
chimenea.
Durante el descenso, notó que el caserón
parecía distinto... faltaba algo... algo que al principio no
supo concretar.
Entonces, cuando Ron cogió los polvos flu,
su mente logró identificar qué era lo que echaba en
falta en la enorme mansión Black. Un día conviviendo
con los Weasley era suficiente para acostumbrarse a escuchar un
murmullo constante de fondo, la algarabía de más de
media docena de revoltosos pelirrojos haciendo de las suyas mientras
su madre intentaba poner orden entre su prole a base de gritos.
En
cambio, Grimmauld Place estaba tan silenciosa como si...
- ¡Ron!
–exclamó Harry, al darse cuenta de lo que ocurría-
¿Dónde han ido todos?
Por toda respuesta, Ron le
dirigió una enigmática sonrisa. Después, se
introdujo en la chimenea y desapareció.
Durante unos
segundos, Harry quedó a solas en el inmenso caserón.
Escuchó el crepitar de las llamas, el crujir de la vieja
madera... y su corazón empezó a latir con fuerza al
darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
Sonrió,
metiéndose él también en la chimenea, con un
puñado de polvos flu en la mano.
- ¡A La
Madriguera!
Y, de repente, la oscura decoración de
Grimmauld Place se vio sustituida por un torbellino de colores,
decenas de velas que flotaban en el aire, globos que iban y venían
a placer por toda la casa, y una enorme pancarta con la leyenda
"FELIZ CUMPLEAÑOS, HARRY" que presidía el salón
de La Madriguera.
- ¡¡Sorpresa! –gritaron más
de veinte gargantas al unísono, y un coro de carcajadas surgió
espontáneamente al ver su cara de estupefacción.
-
¿De verdad pensaste que íbamos a dejarte sin fiesta?
–preguntó Arthur, cogiendo a Harry por los hombros.
-
Pues... yo...
- ¡Hemos tardado todo el día en
decorarla! –exclamó Hermione, dirigiéndole una mirada
de disculpa.
Y pronto Harry entendió por qué. El
salón de los Weasley parecía enorme: evidentemente,
alguien había utilizado algún tipo de hechizo... sus
sospechas se vieron confirmadas cuando Dumbledore se destacó
de entre la multitud, llevando en sus manos una copa de brandy. Si
había alguien capaz de agrandar La Madriguera, ése era
el poderoso director de Hogwarts.
- ¿Te gusta, Harry?
–preguntó con una sonrisa, señalando con un amplio
ademán las paredes de la estancia.
Harry no pudo hacer más
que asentir con la cabeza, pues estaba tan sorprendido que apenas era
capaz de articular palabra.
El ahora enorme salón estaba
presidido por una mesa alargada, parecida a las que se utilizaban en
Hogwarts, aunque, lógicamente, mucho más pequeña.
Decenas de velas flotaban por encima, arrojando una luz suave y
agradable por toda la habitación. El reflejo de las velas en
la pared atrajo la atención de Harry, y fue entonces cuando su
boca se abrió desmesuradamente de pura sorpresa.
Desde el
suelo hasta el techo, las cuatro paredes estaban completamente
decoradas con estandartes de Gryffindor, posters de quidditch,
algunos recortes de periódico... había fotos ampliadas
del equipo de quidditch de Gryffindor que había ganado la Copa
en tercer año. En un lugar destacado, habían colocado
réplicas de las copas de Harry había contribuido a
ganar para su casa desde que había llegado a Hogwarts. Y una
versión agrandada de su insignia de capitán.
- Mamá
quería empapelarlo todo de fotos tuyas –susurró Ron
al oído de su mejor amigo-. Yo le dije que para el cumpleaños
de Lockhart quizá fuera una buena idea, pero que tú
preferías algo más modesto.
Harry agradeció
efusivamente el detalle a su amigo. Tan sólo de imaginar el
enorme salón presidido por una foto suya, le hizo ruborizarse
ligeramente de vergüenza.
- Bueno, si Harry ha terminado de
admirar la decoración, creo que podemos sentarnos todos
–intervino Hagrid, quien, por sus especiales dimensiones, tenía
reservado un sillón especial a un lado de la mesa.
- Harry,
preside el otro lado –le animó Lupin, quien para la ocasión
se había puesto el menos raído de sus trajes.
Harry
miró la silla vacía, incómodo, y dirigió
una mirada suplicante a Remus.
- Si no os importa... preferiría
sentarme en cualquier sitio, junto con Ron y Hermione.
Los
aludidos asintieron efusivamente. Conocían de sobra a Harry, y
sabían que el hecho de estar en la cabecera de la mesa
recibiendo las miradas de todos probablemente le aguaría la
fiesta.
Remus Lupin abrió la boca para protestar, pero otra
voz se escuchó en su lugar. Una voz engañosamente
suave, rebosante de sarcasmo.
- No sé que me sorprende más,
un Gryffindor humilde, o un Potter humilde.
Harry se giró
bruscamente. No había visto antes a Snape, y le sorprendió
sobremanera encontrárselo de repente en el salón,
mirándole por encima de su nariz ganchuda con su habitual
expresión de hostilidad declarada.
- ¡Profesor!
–exclamó, sorprendido y alegre de verle allí.
-
¿Qué pasa, Potter? ¿Acaso pensaba que iba a
perderme el cumpleaños de mi celebridad favorita? –preguntó
Snape.
Harry sonrió. Hacía tiempo que Severus Snape
había dejado de asustarle, más o menos desde que había
descubierto que el estricto profesor era capaz de sentir por alguien
algo más que no fuera odio y antipatía.
- No, señor
–replicó con expresión inocente-. Es que nunca había
esperado ver un Slytherin en La Madriguera, señor.
Hasta
Dumbledore rió. Snape frunció el ceño, pero sus
labios hicieron un amago de sonrisa, al tiempo que cruzaba una mirada
cómplice con Remus... después, volvió a mirar a
su alumno.
- Bueno, no es tan desagradable como me temía.
Quizá haya demasiados estandartes escarlata para mi gusto
–masculló lentamente, recorriendo las paredes con sus ojos
negros- pero qué le vamos a hacer... Profesor Dumbledore, en
vista de que Potter nos ha sorprendido con un arranque de humildad
absolutamente inesperado en él, quizá debería
presidir usted mismo la mesa.
Dumbledore asintió, y, con un
suspiro de alivio, Harry escogió un sitio discreto cerca del
centro. Para su sorpresa, Ron se sentó a su lado, pero
Hermione lo hizo al lado de Ron en vez de flanquearle... no tuvo
tiempo de sentirse dolido, porque, en ese momento, Dumbledore empezó
a hablar.
- Antes de comenzar este banquete... –un exagerado
murmullo de protesta se extendió por la larga mesa, y
Dumbledore sonrió-. Creo que ya sabéis que suelo ser
breve en los discursos previos a las grandes comidas, así que
no protestéis. Como iba diciendo, antes de empezar, creo que
Harry debería recibir al menos uno de sus regalos.
- Puedo
esperar, señor... –se apresuró a intervenir Harry,
quien no se imaginaba desenvolviendo regalos mientras todos le
miraban, hambrientos. El joven Potter no se dio cuenta de que sus
amigos se miraban con una sonrisa mal disimulada en el rostro.
-
Insisto –se impuso la voz grave del director de Hogwarts-. Me
parece que tienes un regalo del cuál te gustaría
disfrutar durante la cena.
- Cierto, señor director
–corroboró teatralmente Fred, con una sonrisa traviesa.
Los
gemelos se giraron hacia Harry, y éste advirtió, no sin
cierta inquietud, que los dos bromistas de la familia no iban a dejar
escapar la ocasión de preparar alguna de las suyas para una
ocasión tan especial. Y Albus Dumbledore, que quizá
estaba tan loco como ellos, los apoyaba.
- Te hemos traído
algo muy especial, Harry –dijo Fred, cruzándose de brazos
con aire complacido.
- Muy, muy especial –secundó
George.
- Tratándose de un regalo vuestro, no dudo de que
será especial –replicó Harry levantando las cejas en
señal de amable desconfianza-.
- Bueno, de hecho no es
nuestro exactamente –aclaró George.
- Es de todos
–completó su hermano.
Sonrientes, le observaron durante
unos segundos, sin decir nada. Cada vez más intrigado, Harry
miró a los demás, y vio que todos cruzaban miradas
cómplices e intentaban contener la risa nerviosa que subía
a sus gargantas.
De repente, en el silencio de la enorme
habitación, escuchó un rumor a su espalda... algo que
se acercaba a él.
Intentó girar la cabeza, pero Ron
se lo impidió con un rápido movimiento.
- ¿Qué
haces? –rezongó Harry, molesto.
- Mira al frente y no
seas aguafiestas –le ordenó su mejor amigo, aguantándose
la risa.
Harry obedeció, molesto por no poder ver qué
era lo que se estaba acercando, lentamente, rozando casi
inaudiblemente la mullida alfombra a medida que avanzaba. Fred y
George intentaban mantener la mirada fija en los ojos verdes de
Harry, pero Lupin no pudo evitar la tentación de echar un
rápido vistazo hacia algo que presumiblemente estaba a sus
espaldas.
- No seas impaciente, Harry, tu regalo viene de camino
–empezó de nuevo George, cuando el cumpleañero hizo
amago de mirar hacia atrás de nuevo.
- Y no querrás
estropear la sorpresa, ¿verdad? –siguió Fred.
-
¿Acaso mi regalo tiene patas? –ironizó Harry.
-
Oh, sí. Las tiene –contestó solemnemente George.
-
Y pelo.
- Pelo muuuy suave.
- ¿Un perro? –preguntó
Harry, soltando lo primero que se le vino a la mente.
Ginny
transformó una carcajada en una repentina y violenta tos.
-
Fue nuestra primera opción –confesó Fred, con el
rostro muy serio.
- Pero acabamos por elegir otra cosa que no
soltara tanto pelo en el sofá como un perro.
- Y además
no hay que sacarlo a pasear –apuntó su hermano- lo cuál
siempre es una ventaja.
Harry frunció el ceño, y
abrió la boca para decir algo, cuando de repente la
oscuridad se abatió sobre él. Intentó ponerse en
pie, asustado, pero un peso lo mantuvo firmemente anclado a la silla.
Sólo entonces se dio cuenta de lo que había pasado:
alguien le estaba tapando los ojos.
Y su corazón se
aceleró, golpeando furiosamente su pecho, al reconocer el
tacto suave de esas manos que tapaban con delicadeza su rostro. Las
manos que reconocería en cualquier lugar del mundo, las que le
habían vuelto loco en más de una ocasión,
rozando el paroxismo.
Sintió un aliento cálido
rozando su oreja. Se estremeció, apretándose
inconscientemente contra un cuerpo que había aparecido de
repente a sus espaldas.
- Adivina quién, Potter –murmuró
una voz conocida que arrastraba las palabras de una forma bastante
particular. El vello de su nuca se erizó al escucharla, y un
escalofrío recorrió todo su cuerpo.
- Draco
–respondió en un susurro incrédulo.
Las manos
abandonaron sus ojos, permitiéndole ver de nuevo, y dos brazos
rodearon su cuello desde atrás. Una rubia cabeza apareció
por encima de su hombro, depositando un casto beso en su mejilla.
-
Feliz cumpleaños, cariño –dijo Draco Malfoy,
mirándolo con ojos brillantes.
Y Harry miró a su
pareja sin poder creer que de verdad estuviera allí, en La
Madriguera, en el día de su cumpleaños. Le miró
como cualquiera miraría a una alucinación, mientras
Draco se incorporaba y dirigía una de sus feroces miradas,
puramente Slytherin, a los gemelos.
- ¿Así que tengo
el pelo suave y no hace falta que me saquen a pasear, eh? –espetó,
haciendo que media mesa estallara en carcajadas.
- ¡Pero el
que te ha llamado perro ha sido él! –protestó Fred,
señalando al todavía conmocionado Harry.
- Él
puede llamarme como quiera –replicó sin inmutarse Draco,
depositando otro beso en la frente del Gryffindor-. Tiene inmunidad
diplomática. Pero vosotros...
- Cuidado con lo que dices,
Draco –advirtió Snape-. Si miras a tu alrededor, verás
que la alta concentración de Gryffindors por metro cuadrado
nos hace estar en franca desventaja.
Draco fingió
estremecerse, recorriendo la mesa con sus ojos grises.
- Demasiado
león junto para mi gusto, padrino.
- ¿Ah, sí?
–fingió sorprenderse Snape, alzando una ceja en una perfecta
imitación de su ahijado-. Yo pensaba que le habías
cogido el gusto a confraternizar íntimamente con los
leoncitos, en especial con cierto buscador de quidditch...
Las
palabras de Snape fueron subrayadas con una risotada general, excepto
por parte de Harry, que se ruborizó ligeramente.
- No
sabía que tenías tanto sentido del humor, Severus
–comentó Lupin.
- Los Slytherin son una caja de sorpresas
–intervino Fred.
- Que se lo pregunten a Harry –añadió
George.
- Festival del humor... –replicó Draco en tono
sarcástico.
- Draco –llamó su atención Ron-
si no te sientas ya, mis hermanos seguirán gastándote
bromas hasta que amanezca, y no sé si mis tripas podrán
soportarlo.
- Reconozco que sería tentador dejarte con
hambre... –replicó el Slytherin, rodeando a Harry para
dirigirse a su silla-.
- Y para mí sería tentador
encerrarte en el escobero en cuanto pongas un pie en el jardín
–amenazó en tono jocoso Ron, frunciendo el ceño.
-
Está bien, me rindo –dijo Draco, dejándose caer en la
silla-. ¿Contento, Ron?
Ron miró a Dumbledore con
expresión ansiosa. Éste hizo un movimiento de varita, y
decenas de platos aparecieron de repente en la mesa, rebosantes de
comida.
- ¡Al ataque! –ordenó Albus Dumbledore,
haciendo brotar espontáneos gritos de júbilo entre los
comensales.
Todos se lanzaron inmediatamente en busca de la fuente
más cercana. Todos excepto dos personas.
Draco y Harry se
miraron en silencio, rodeados por el murmullo de las conversaciones
del resto de invitados. Los ojos grises de Draco brillaban de puro
cariño, y una mano aferró la suya por debajo de la
mesa.
- Creí que no vendrías –susurró
Harry.
- Un Malfoy siempre cumple sus promesas, Potter –repuso
Draco, guiñándole el ojo.
En ese momento, Harry
sintió la imperiosa necesidad de tirarse encima del rubio y
comérselo a besos. Algo que evidentemente no estaba dispuesto
a hacer delante de todo el mundo. Así que se limitó a
apretar más fuerte su mano, rozando con su rodilla la del
Slytherin. Éste advirtió la ansiedad de Harry, y
sonrió.
- No te preocupes, Harry. Voy a estar aquí
unos cuántos días, así que vas a cansarte de
mí.
Harry abrió desmesuradamente los ojos, sin poder
creer lo que Draco había dicho.
- ¿Que vas a
quedarte aquí, en La Madriguera?
Draco asintió.
Harry parpadeó.
- ¿Conmigo? –preguntó de
nuevo, en tono más bajo, casi íntimo.
- No –replicó
Draco, poniendo los ojos en blanco-. Yo me quedaré aquí
y tú te irás a la Mansión Malfoy. Estoy seguro
de que mi padre se quedará encantado.
Harry ignoró
las ironías de su novio, y, le rodeó el cuello con el
brazo libre, plantándole un sonoro beso en la mejilla.
- Es
el mejor cumpleaños de mi vida, Draco... –confesó, al
borde de las lágrimas.
El Slytherin le obsequió con
una tierna sonrisa, y, por primera vez en toda la noche, borró
cualquier rastro de ironía de su voz al responder:
- Te lo
mereces, Harry.
