Lucharé a tu lado

Género: T.
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.

Capítulo 9: 31 de Julio (I)

La mañana de su decimoséptimo cumpleaños, Harry se levantó temprano después de una noche agitada en la que apenas había podido conciliar el sueño. Y no era para menos. La excitación de celebrar la primera fiesta de cumpleaños de toda su vida se mezclaba con la preocupación de saber que ya no estaba bajo la protección de la sangre de su madre. Cuando los primeros rayos de sol se colaron en la habitación que compartía con Ron, se apresuró a levantarse, vestirse y bajar las escaleras del lóbrego caserón.
No esperaba encontrar a nadie despierto tan temprano, pero, para su sorpresa, el Sr. y la Sra. Weasley cuchicheaban en la cocina. Harry entró, intentando hacer tanto ruido como pudo, y los dos interrumpieron inmediatamente la conversación. Arthur Weasley se apresuró a esconder disimuladamente algo que bien podía ser un periódico, mientras que Molly dirigió una sonrisa tan amplia a Harry que éste con toda certeza que algo acababa de conmocionar profundamente a la matriarca de la familia.
- ¡Buenos días, Harry! –saludó Arthur, palmeando el hombro del muchacho cuando éste se sentó a su lado- ¿qué tal has dormido?
- No muy bien –respondió Harry con sinceridad.
- Nervioso, ¿eh?
- Un poco.
Molly emitió una tosecilla, y miró a su marido. Arthur se colocó bien las gafas, y fingió acordarse de repente de algo.
- Eh... Harry...
- ¿Sí, Sr. Weasley?
- Sé que hablamos de hacer una fiesta por todo lo alto en La Madriguera... –empezó Arthur, quien parecía incómodo- y te dijimos que invitaras a todos tus amigos. Ya sabes, Longbottom, Thomas, Finnigan, Lovegood... –miró a su mujer en busca de apoyo.
Molly suspiró y se apoyó en la mesa, quedando frente a Harry.
- Harry, sé que jamás has tenido una fiesta de cumpleaños como es debido. Y esperábamos resarcirte este año. Pero... –suspiró- sintiéndolo mucho, Harry, no va a ser posible.
Harry sintió el desagradable peso de la desilusión extendiéndose por su estómago. Pese a ello, procuró sonreír.
- No importa, Sra. Weasley, yo...
- Verás, Harry, no podemos seguir fingiendo que no pasa nada. Hay alguien ahí fuera que quiere hacerte daño, y ahora va a por todas. La Madriguera no es un lugar seguro para ti, y evidentemente no podemos celebrar una fiesta en Grimmauld Place, porque tendríamos que confiarles el secreto de la orden a todos los invitados.
- Lo comprendo –asintió Harry, con una voz más ronca de la que esperaba.
- Espero no haberte desilusionado mucho –intervino el Sr. Weasley- el año que viene, cuando hayamos acabado con esa maldita sabandija, tendrás una fiesta como es debido, Harry. Te lo prometo.
- No importa, Sr. Weasley –mintió Harry con una sonrisa forzada-. Tampoco es que me hiciera demasiada ilusión.
- Arthur.
- ¿Qué?
- Ya eres mayor de edad... ¿y cuánto tiempo hace que te conozco, Harry?
- Ron lo trajo aquí antes de empezar segundo curso –apuntó Molly.
- Has salvado la vida a la mitad de los miembros de mi familia... Creo que ya va siendo hora de que nos dejemos de formalidades. ¿No te parece?
- Además –intervino Molly Weasley, pasando sus enormes brazos por el cuello de Harry- sabes que para Arthur y para mí eres como un hijo más.
- Sí, y para nosotros eres como el hermano no pelirrojo que siempre quisimos tener –intervino una voz burlona desde el umbral de la cocina.
Harry agradeció silenciosamente la intervención de Fred y George, pues un nudo se le había formado en la garganta al escuchar las palabras de Molly. Los revoltosos gemelos irrumpieron en el interior de la cocina, armando su habitual barullo mañanero.
- Si tanto te gusta Harry, ¿podemos cambiarlo por Ron? –preguntó George, mirándola con inocente interés.
- ¡George!
- Mamá, ¡soy Fred! –exclamó el gemelo simulando estar ofendido.
- Me gustaría saber lo que dirían vuestros compradores si supieran que lleváis casi dos décadas utilizando la misma broma –gruñó la Sra. Weasley.
- Pero tú siempre picas –repuso George, esbozando una amplia sonrisa.
En ese momento entró Ron en la cocina. A los pocos segundos bajaron Hermione y Ginny. Ésta última le hizo un imperceptible guiño a Harry, quien adivinó que Ron había retenido a su hermana allí arriba mientras él "daba los buenos días" a Hermione. Habría quedado muy sospechoso que los dos bajaran juntos, máxime desde que parecía que los gemelos empezaban a sospechar de su hermano y la joven bruja.
Al ver a Harry, Hermione torció el gesto y miró a Ron.
- Ron, ¿se lo has dicho ya? –preguntó, dirigiéndole una mirada inquisitiva mientras se sentaba a su lado.
Ron, quien hasta entonces estaba riéndose de una broma de Fred, dirigió una mirada turbada a su novia.
- Esperaba a que vinieras tú a recordármelo –masculló.
Hermione, inflexible, no mudó la expresión severa de su rostro.
- ¿Decirme qué? –intervino Harry, mirando alternativamente a uno y a otro.
Ron exhaló un profundo suspiro, y se giró hacia él, bajando la cabeza en un inequívoco gesto avergonzado.
- Verás, Harry... nosotros...
- ¿Nosotros, Ronald? –le interrumpió Hermione, frunciendo el ceño.
- Yo –corrigió el pelirrojo rápidamente, apretando los dientes.
- ¿Tú...? –preguntó Harry, invitándole a continuar.
- Yo... yo era el encargado de traer tus regalos desde La Madriguera.
- ¡¿Has olvidado los regalos de Harry! –exclamó su hermana Ginny, girándose en el asiento con tanta violencia que casi derramó el contenido de su taza.
Ron enrojeció, sintiendo como sus parientes le miraban con disgusto. Harry se apresuró a intervenir, compadeciéndose de su mejor amigo.
- No pasa nada, Ron. Ya me los daréis otro día.
- ¡De eso nada! –exclamó Arthur Weasley, haciendo que todas las miradas se clavaran en él con curiosidad-. Vosotros no podéis ir a La Madriguera solos, pero esta tarde, en cuanto vuelva del Ministerio, iremos a por los regalos.
- Señor Weas...
- Arthur.
- Arthur –corrigió Harry-, no se moleste, de verdad.
- Iremos, y es mi última palabra –declaró Arthur, poniéndose en pie mientras cogía su maletín-. Ya que no tendrás una fiesta como Merlín manda, por lo menos podremos darte tus regalos a la hora de cenar. Estad preparados para cuando llegue la hora, chicos.
- Sí, papá –respondió Ron, aliviado.
Arthur Weasley besó a su mujer, miró con cariño a sus hijos y a Harry y Hermione, y desapareció en dirección al trabajo. Durante unos segundos, el tintineo de los cubiertos y el crujido de las tostadas al ser masticadas fue lo único que se escuchó en la cocina de los Black.
- Mamá –dijo Fred, rompiendo el silencio- ¿Por qué no reconsideras lo de cambiar a Harry por Ron?

El día transcurrió lento, increíblemente lento para Harry, que había esperado algo especial por ser su cumpleaños. Claro que sabía que no habría fiesta, ni siquiera le darían sus regalos hasta que Arthur Weasley regresara por la tarde... pero al menos había esperado la visita de alguien: Dumbledore, Lupin, Moody... incluso Snape.
Pero lo que más le dolía, sin duda alguna, era saber que no vería a Draco hasta dentro de un mes. Si La Madriguera no era segura, le obligarían a permanecer en Grimmauld Place. Y, aunque casi todos los miembros de la Orden parecían creer la increíble historia de amor que había surgido entre Harry y el mortífago, dudaba mucho de que Dumbledore permitiera a Draco Malfoy el acceso al cuartel general de la Orden. Al menos, de momento.
Suspiró, tumbado en su cama tras la comida. A pesar de todo, había esperado ver a Draco aquél día... el rubio le había prometido que iría a su cumpleaños, sabía que era un día especial para Harry.
Claro que, si no había fiesta, no había fiesta. Ni siquiera para Draco.
Harry se tapó con la almohada, sintiéndose deprimido. Al final, su primer cumpleaños rodeado de amigos no era muy diferente de todos los que había vivido en Privet Drive... Salvo por el hecho de que no tenía que soportar a los Dursley.
En ese momento, Ron irrumpió en la habitación. Mosqueado, Harry volvió a notar que su mejor amigo tenía las orejas más rojas de lo normal.
- Harry, vamos, mi padre ya ha entrado en la red flu –dijo atropelladamente, instando a Harry a levantarse.
- ¿Tu padre ya ha venido del Ministerio? –preguntó Harry, incorporándose en la cama, sorprendido.
Ron le cogió del brazo. Sorprendido, Harry se dio cuenta de que el pelirrojo parecía extraordinariamente nervioso.
- Sí. Y no tenemos mucho tiempo. Ya sabes que es peligroso estar en La Madriguera, así que date prisa.
El joven cumpleañero se apresuró a obedecer, preocupado por Arthur, quien ya debía de estar en la casa Weasley. Siguiendo a su amigo, bajó las escaleras del lóbrego caserón de la familia Black, y llegó a la chimenea.
Durante el descenso, notó que el caserón parecía distinto... faltaba algo... algo que al principio no supo concretar.
Entonces, cuando Ron cogió los polvos flu, su mente logró identificar qué era lo que echaba en falta en la enorme mansión Black. Un día conviviendo con los Weasley era suficiente para acostumbrarse a escuchar un murmullo constante de fondo, la algarabía de más de media docena de revoltosos pelirrojos haciendo de las suyas mientras su madre intentaba poner orden entre su prole a base de gritos.
En cambio, Grimmauld Place estaba tan silenciosa como si...
- ¡Ron! –exclamó Harry, al darse cuenta de lo que ocurría- ¿Dónde han ido todos?
Por toda respuesta, Ron le dirigió una enigmática sonrisa. Después, se introdujo en la chimenea y desapareció.
Durante unos segundos, Harry quedó a solas en el inmenso caserón. Escuchó el crepitar de las llamas, el crujir de la vieja madera... y su corazón empezó a latir con fuerza al darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
Sonrió, metiéndose él también en la chimenea, con un puñado de polvos flu en la mano.
- ¡A La Madriguera!
Y, de repente, la oscura decoración de Grimmauld Place se vio sustituida por un torbellino de colores, decenas de velas que flotaban en el aire, globos que iban y venían a placer por toda la casa, y una enorme pancarta con la leyenda "FELIZ CUMPLEAÑOS, HARRY" que presidía el salón de La Madriguera.
- ¡¡Sorpresa! –gritaron más de veinte gargantas al unísono, y un coro de carcajadas surgió espontáneamente al ver su cara de estupefacción.
- ¿De verdad pensaste que íbamos a dejarte sin fiesta? –preguntó Arthur, cogiendo a Harry por los hombros.
- Pues... yo...
- ¡Hemos tardado todo el día en decorarla! –exclamó Hermione, dirigiéndole una mirada de disculpa.
Y pronto Harry entendió por qué. El salón de los Weasley parecía enorme: evidentemente, alguien había utilizado algún tipo de hechizo... sus sospechas se vieron confirmadas cuando Dumbledore se destacó de entre la multitud, llevando en sus manos una copa de brandy. Si había alguien capaz de agrandar La Madriguera, ése era el poderoso director de Hogwarts.
- ¿Te gusta, Harry? –preguntó con una sonrisa, señalando con un amplio ademán las paredes de la estancia.
Harry no pudo hacer más que asentir con la cabeza, pues estaba tan sorprendido que apenas era capaz de articular palabra.
El ahora enorme salón estaba presidido por una mesa alargada, parecida a las que se utilizaban en Hogwarts, aunque, lógicamente, mucho más pequeña. Decenas de velas flotaban por encima, arrojando una luz suave y agradable por toda la habitación. El reflejo de las velas en la pared atrajo la atención de Harry, y fue entonces cuando su boca se abrió desmesuradamente de pura sorpresa.
Desde el suelo hasta el techo, las cuatro paredes estaban completamente decoradas con estandartes de Gryffindor, posters de quidditch, algunos recortes de periódico... había fotos ampliadas del equipo de quidditch de Gryffindor que había ganado la Copa en tercer año. En un lugar destacado, habían colocado réplicas de las copas de Harry había contribuido a ganar para su casa desde que había llegado a Hogwarts. Y una versión agrandada de su insignia de capitán.
- Mamá quería empapelarlo todo de fotos tuyas –susurró Ron al oído de su mejor amigo-. Yo le dije que para el cumpleaños de Lockhart quizá fuera una buena idea, pero que tú preferías algo más modesto.
Harry agradeció efusivamente el detalle a su amigo. Tan sólo de imaginar el enorme salón presidido por una foto suya, le hizo ruborizarse ligeramente de vergüenza.
- Bueno, si Harry ha terminado de admirar la decoración, creo que podemos sentarnos todos –intervino Hagrid, quien, por sus especiales dimensiones, tenía reservado un sillón especial a un lado de la mesa.
- Harry, preside el otro lado –le animó Lupin, quien para la ocasión se había puesto el menos raído de sus trajes.
Harry miró la silla vacía, incómodo, y dirigió una mirada suplicante a Remus.
- Si no os importa... preferiría sentarme en cualquier sitio, junto con Ron y Hermione.
Los aludidos asintieron efusivamente. Conocían de sobra a Harry, y sabían que el hecho de estar en la cabecera de la mesa recibiendo las miradas de todos probablemente le aguaría la fiesta.
Remus Lupin abrió la boca para protestar, pero otra voz se escuchó en su lugar. Una voz engañosamente suave, rebosante de sarcasmo.
- No sé que me sorprende más, un Gryffindor humilde, o un Potter humilde.
Harry se giró bruscamente. No había visto antes a Snape, y le sorprendió sobremanera encontrárselo de repente en el salón, mirándole por encima de su nariz ganchuda con su habitual expresión de hostilidad declarada.
- ¡Profesor! –exclamó, sorprendido y alegre de verle allí.
- ¿Qué pasa, Potter? ¿Acaso pensaba que iba a perderme el cumpleaños de mi celebridad favorita? –preguntó Snape.
Harry sonrió. Hacía tiempo que Severus Snape había dejado de asustarle, más o menos desde que había descubierto que el estricto profesor era capaz de sentir por alguien algo más que no fuera odio y antipatía.
- No, señor –replicó con expresión inocente-. Es que nunca había esperado ver un Slytherin en La Madriguera, señor.
Hasta Dumbledore rió. Snape frunció el ceño, pero sus labios hicieron un amago de sonrisa, al tiempo que cruzaba una mirada cómplice con Remus... después, volvió a mirar a su alumno.
- Bueno, no es tan desagradable como me temía. Quizá haya demasiados estandartes escarlata para mi gusto –masculló lentamente, recorriendo las paredes con sus ojos negros- pero qué le vamos a hacer... Profesor Dumbledore, en vista de que Potter nos ha sorprendido con un arranque de humildad absolutamente inesperado en él, quizá debería presidir usted mismo la mesa.
Dumbledore asintió, y, con un suspiro de alivio, Harry escogió un sitio discreto cerca del centro. Para su sorpresa, Ron se sentó a su lado, pero Hermione lo hizo al lado de Ron en vez de flanquearle... no tuvo tiempo de sentirse dolido, porque, en ese momento, Dumbledore empezó a hablar.
- Antes de comenzar este banquete... –un exagerado murmullo de protesta se extendió por la larga mesa, y Dumbledore sonrió-. Creo que ya sabéis que suelo ser breve en los discursos previos a las grandes comidas, así que no protestéis. Como iba diciendo, antes de empezar, creo que Harry debería recibir al menos uno de sus regalos.
- Puedo esperar, señor... –se apresuró a intervenir Harry, quien no se imaginaba desenvolviendo regalos mientras todos le miraban, hambrientos. El joven Potter no se dio cuenta de que sus amigos se miraban con una sonrisa mal disimulada en el rostro.
- Insisto –se impuso la voz grave del director de Hogwarts-. Me parece que tienes un regalo del cuál te gustaría disfrutar durante la cena.
- Cierto, señor director –corroboró teatralmente Fred, con una sonrisa traviesa.
Los gemelos se giraron hacia Harry, y éste advirtió, no sin cierta inquietud, que los dos bromistas de la familia no iban a dejar escapar la ocasión de preparar alguna de las suyas para una ocasión tan especial. Y Albus Dumbledore, que quizá estaba tan loco como ellos, los apoyaba.
- Te hemos traído algo muy especial, Harry –dijo Fred, cruzándose de brazos con aire complacido.
- Muy, muy especial –secundó George.
- Tratándose de un regalo vuestro, no dudo de que será especial –replicó Harry levantando las cejas en señal de amable desconfianza-.
- Bueno, de hecho no es nuestro exactamente –aclaró George.
- Es de todos –completó su hermano.
Sonrientes, le observaron durante unos segundos, sin decir nada. Cada vez más intrigado, Harry miró a los demás, y vio que todos cruzaban miradas cómplices e intentaban contener la risa nerviosa que subía a sus gargantas.
De repente, en el silencio de la enorme habitación, escuchó un rumor a su espalda... algo que se acercaba a él.
Intentó girar la cabeza, pero Ron se lo impidió con un rápido movimiento.
- ¿Qué haces? –rezongó Harry, molesto.
- Mira al frente y no seas aguafiestas –le ordenó su mejor amigo, aguantándose la risa.
Harry obedeció, molesto por no poder ver qué era lo que se estaba acercando, lentamente, rozando casi inaudiblemente la mullida alfombra a medida que avanzaba. Fred y George intentaban mantener la mirada fija en los ojos verdes de Harry, pero Lupin no pudo evitar la tentación de echar un rápido vistazo hacia algo que presumiblemente estaba a sus espaldas.
- No seas impaciente, Harry, tu regalo viene de camino –empezó de nuevo George, cuando el cumpleañero hizo amago de mirar hacia atrás de nuevo.
- Y no querrás estropear la sorpresa, ¿verdad? –siguió Fred.
- ¿Acaso mi regalo tiene patas? –ironizó Harry.
- Oh, sí. Las tiene –contestó solemnemente George.
- Y pelo.
- Pelo muuuy suave.
- ¿Un perro? –preguntó Harry, soltando lo primero que se le vino a la mente.
Ginny transformó una carcajada en una repentina y violenta tos.
- Fue nuestra primera opción –confesó Fred, con el rostro muy serio.
- Pero acabamos por elegir otra cosa que no soltara tanto pelo en el sofá como un perro.
- Y además no hay que sacarlo a pasear –apuntó su hermano- lo cuál siempre es una ventaja.
Harry frunció el ceño, y abrió la boca para decir algo, cuando de repente la oscuridad se abatió sobre él. Intentó ponerse en pie, asustado, pero un peso lo mantuvo firmemente anclado a la silla. Sólo entonces se dio cuenta de lo que había pasado: alguien le estaba tapando los ojos.
Y su corazón se aceleró, golpeando furiosamente su pecho, al reconocer el tacto suave de esas manos que tapaban con delicadeza su rostro. Las manos que reconocería en cualquier lugar del mundo, las que le habían vuelto loco en más de una ocasión, rozando el paroxismo.
Sintió un aliento cálido rozando su oreja. Se estremeció, apretándose inconscientemente contra un cuerpo que había aparecido de repente a sus espaldas.
- Adivina quién, Potter –murmuró una voz conocida que arrastraba las palabras de una forma bastante particular. El vello de su nuca se erizó al escucharla, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
- Draco –respondió en un susurro incrédulo.
Las manos abandonaron sus ojos, permitiéndole ver de nuevo, y dos brazos rodearon su cuello desde atrás. Una rubia cabeza apareció por encima de su hombro, depositando un casto beso en su mejilla.
- Feliz cumpleaños, cariño –dijo Draco Malfoy, mirándolo con ojos brillantes.
Y Harry miró a su pareja sin poder creer que de verdad estuviera allí, en La Madriguera, en el día de su cumpleaños. Le miró como cualquiera miraría a una alucinación, mientras Draco se incorporaba y dirigía una de sus feroces miradas, puramente Slytherin, a los gemelos.
- ¿Así que tengo el pelo suave y no hace falta que me saquen a pasear, eh? –espetó, haciendo que media mesa estallara en carcajadas.
- ¡Pero el que te ha llamado perro ha sido él! –protestó Fred, señalando al todavía conmocionado Harry.
- Él puede llamarme como quiera –replicó sin inmutarse Draco, depositando otro beso en la frente del Gryffindor-. Tiene inmunidad diplomática. Pero vosotros...
- Cuidado con lo que dices, Draco –advirtió Snape-. Si miras a tu alrededor, verás que la alta concentración de Gryffindors por metro cuadrado nos hace estar en franca desventaja.
Draco fingió estremecerse, recorriendo la mesa con sus ojos grises.
- Demasiado león junto para mi gusto, padrino.
- ¿Ah, sí? –fingió sorprenderse Snape, alzando una ceja en una perfecta imitación de su ahijado-. Yo pensaba que le habías cogido el gusto a confraternizar íntimamente con los leoncitos, en especial con cierto buscador de quidditch...
Las palabras de Snape fueron subrayadas con una risotada general, excepto por parte de Harry, que se ruborizó ligeramente.
- No sabía que tenías tanto sentido del humor, Severus –comentó Lupin.
- Los Slytherin son una caja de sorpresas –intervino Fred.
- Que se lo pregunten a Harry –añadió George.
- Festival del humor... –replicó Draco en tono sarcástico.
- Draco –llamó su atención Ron- si no te sientas ya, mis hermanos seguirán gastándote bromas hasta que amanezca, y no sé si mis tripas podrán soportarlo.
- Reconozco que sería tentador dejarte con hambre... –replicó el Slytherin, rodeando a Harry para dirigirse a su silla-.
- Y para mí sería tentador encerrarte en el escobero en cuanto pongas un pie en el jardín –amenazó en tono jocoso Ron, frunciendo el ceño.
- Está bien, me rindo –dijo Draco, dejándose caer en la silla-. ¿Contento, Ron?
Ron miró a Dumbledore con expresión ansiosa. Éste hizo un movimiento de varita, y decenas de platos aparecieron de repente en la mesa, rebosantes de comida.
- ¡Al ataque! –ordenó Albus Dumbledore, haciendo brotar espontáneos gritos de júbilo entre los comensales.
Todos se lanzaron inmediatamente en busca de la fuente más cercana. Todos excepto dos personas.
Draco y Harry se miraron en silencio, rodeados por el murmullo de las conversaciones del resto de invitados. Los ojos grises de Draco brillaban de puro cariño, y una mano aferró la suya por debajo de la mesa.
- Creí que no vendrías –susurró Harry.
- Un Malfoy siempre cumple sus promesas, Potter –repuso Draco, guiñándole el ojo.
En ese momento, Harry sintió la imperiosa necesidad de tirarse encima del rubio y comérselo a besos. Algo que evidentemente no estaba dispuesto a hacer delante de todo el mundo. Así que se limitó a apretar más fuerte su mano, rozando con su rodilla la del Slytherin. Éste advirtió la ansiedad de Harry, y sonrió.
- No te preocupes, Harry. Voy a estar aquí unos cuántos días, así que vas a cansarte de mí.
Harry abrió desmesuradamente los ojos, sin poder creer lo que Draco había dicho.
- ¿Que vas a quedarte aquí, en La Madriguera?
Draco asintió. Harry parpadeó.
- ¿Conmigo? –preguntó de nuevo, en tono más bajo, casi íntimo.
- No –replicó Draco, poniendo los ojos en blanco-. Yo me quedaré aquí y tú te irás a la Mansión Malfoy. Estoy seguro de que mi padre se quedará encantado.
Harry ignoró las ironías de su novio, y, le rodeó el cuello con el brazo libre, plantándole un sonoro beso en la mejilla.
- Es el mejor cumpleaños de mi vida, Draco... –confesó, al borde de las lágrimas.
El Slytherin le obsequió con una tierna sonrisa, y, por primera vez en toda la noche, borró cualquier rastro de ironía de su voz al responder:
- Te lo mereces, Harry.