Lucharé a tu lado

Género: T.
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.

Capítulo 10: 31 de Julio (II)

Cuando las conversaciones entre los invitados derivaron a temas demasiado aburridos para los jóvenes estudiantes (la seguridad en Gringotts, el encarecimiento en el precio de los libros de la escuela, y cualquier cosa digna de ser criticada en general) Ron se puso en pie, llamando la atención de su madre.
- Mamá, Hermione, Harry y yo vamos a enseñarle la casa a Draco.
Molly frunció el ceño y dirigió una mirada inquisitiva a su hijo Ron, que parpadeó con inocencia, y a Hermione, quien le dirigió una radiante sonrisa carente de toda sospecha. El pisotón que Ron propinó a Harry llegó a tiempo para que éste mudara la expresión de estúpida sorpresa que se había instalado en su rostro, y Draco, enfrascado en una conversación sobre quidditch con Ginny, ni siquiera se dio cuenta.
- No tardéis mucho –murmuró, al fin.
- Eso, no tardéis mucho –secundó Fred en tono burlón.
Ron le obsequió con una mirada asesina, pero, afortunadamente, su madre volvía a estar inmersa en una interesantísima conversación sobre la devaluación del valor real de los galeones.
Harry y Hermione se pusieron en pie, arrastrando a Draco en el proceso. Los cuatro abandonaron el salón sin que apenas nadie se fijara en ellos, excepto los gemelos y Ginny, que les despidieron con una mal disimulada pícara sonrisa en el rostro.
Ron cerró la puerta a sus espaldas, y, en ese instante, Harry se abalanzó sobre Draco, buscando desesperadamente sus labios. El Slytherin le respondió con igual pasión, sin importarles que Ron y Hermione estuvieran delante, pues ya se habían besado infinidad de veces delante de ellos. Mas, cuando se separaron, Draco comprobó que los dos amigos de Harry no se habían estado aburriendo precisamente mientras esperaban a que los dos buscadores terminaran de "saludarse".
Draco alzó las cejas, e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pareja. Harry esbozó una sonrisa ante la muda pregunta.
- Desde principios de verano, creo.
- Ya era hora –repuso Draco.
- ¿Ya era hora? –repitió Ron, separándose de Hermione- ¿Qué insinúas?
Draco compartió una mirada burlona con Harry.
- ¿Insinuar, yo? Nada –replicó con la voz cargada de ironía.
- ¿Tanto se nos notaba? –preguntó Hermione, ruborizándose.
- En absoluto –contestó Harry en el mismo tono que Draco.
- No cabe duda alguna de que estáis hechos el uno para el otro –dijo Ron, soltando un bufido-. Anda, vamos afuera.
Los cuatro acabaron en el amplio jardín de los Weasley, junto al improvisado campo de quidditch donde practicaban todos los veranos. Una agradable noche de verano, cálida y despejada, les aguardaba en el exterior. Ron se estiró, satisfecho, rodeando la cintura de Hermione con su brazo. Harry sintió cómo Draco se apoyaba en su espalda y besó suavemente su frente.
- Vale, y ahora me vais a explicar punto por punto qué ha pasado aquí –exigió, sonriente pero decidido.
La mirada de complicidad que cruzaron los dos Gryffindor y el Slytherin lo dijo todo.
- Así que tú también estabas implicado... –murmuró Harry mirando a Draco-. El que no sabía si iba a poder venir...
- Y no sabía si iba a poder venir –protestó suavemente Draco, intentando poner expresión inocente sin conseguirlo.
- Ya. ¿Qué excusa le has puesto a tu padre?
- Oficialmente estoy en casa de Blaise... –respondió Draco con una tenue sonrisa.
- ¿Y si tu padre se presenta en casa de los Zabini?
- No lo hará, porque mi padre cree que es una excusa para estar unos días a solas con Parkinson –remató Draco, sus ojos brillando de satisfacción.
Los tres soltaron una carcajada al unísono.
- Eso, ¿qué tal te va con tu novia, Draco? –preguntó Hermione con una sonrisa maliciosa.
- Maravillosamente, es una relación muy libre, como podéis ver –replicó el Slytherin rodeando a Harry con sus brazos.
En sexto curso tanto a Harry como a Draco empezó a resultarles incómodo el que todo el mundo les preguntara si no tenían novia o si no les gustaba ninguna chica. Finalmente, Draco tuvo que dejarse ver en varias ocasiones en una actitud ligeramente acaramelada con Pansy Parkinson. Sus compañeros de Slytherin quedaron satisfechos con eso, pues nadie mejor que ellos para entender que Draco y Pansy fueran demasiado fríos para besarse en público.
- Y tú, ¿has superado lo de Weasley la pequeña? –preguntó Draco con una ligera sonrisa burlona.
Harry le miró extremadamente serio, aunque sus profundos ojos verdes reían.
- Aún no. Tengo el corazón tan destrozado por su rechazo... –respondió en tono exageradamente teatral, haciendo reír a Draco y a sus dos amigos.
Harry había optado por otra táctica. Con la colaboración de Ginny, habían montado una escenita de celos que acabó con un Harry furioso, mirando como Ginny se iba con otro (su actual pareja, en realidad). Todo el colegio sabía ahora que Harry tenía el corazón roto por la pequeña Weasley, y el hecho de que Draco Malfoy le provocara reiteradamente en público por ello no hacía más que reforzar esa creencia.
- Este año tendrás que superarlo –le advirtió Ron-. Podrías enamorarte de Hermione.
- ¿Y pelearme contigo a puñetazos por ella?
- ¡Eso sería perfecto! –añadió Draco, malicioso-. No sabes todo lo que daría de sí, podría estar todo el curso metiéndome con vosotros.
Harry le correspondió con un manotazo cariñoso. Draco se quejó exageradamente.
- ¿De quién ha sido la idea de invitarle? –preguntó, mirando a Ron.
- Bueno... –respondió su amigo, mirando a Hermione-, fue algo conjunto, todos pensamos que te gustaría pasar unos días a solas con Draco.
- Sin tener que ocultar lo que sois... y fingir ser lo que no sois –remató Hermione, clavando sus ojos en los de Draco.
Harry habría jurado que el rubio se sobresaltaba al escuchar la frase de Hermione, pero no tuvo tiempo de pensar en ello, pues inmediatamente Ron retomó el hilo de la conversación.
- Nuestro plan original era que Draco viniera a tu cumpleaños. Pero a mi madre se le ocurrió que podría quedarse unos cuántos días. Al fin y al cabo, desde que Percy está peleado con mis padres tenemos sitio de sobra.
- ¿Fue idea de tu madre? –repitió Draco, sorprendido-. Tendré que agradecérselo.
Ron desdeñó la proposición con un gesto.
- Mi madre haría cualquier cosa por Harry. Y, desde que sabe lo vuestro, también por ti.
- Me gustaría haber visto las caras de todos los de la Orden del Fénix cuando Dumbledore se lo contó –reconoció Draco con una sonrisa.
- Peor aún, Draco –intervino Hermione- fue Snape quien se lo contó.
- ¿Severus? ¡Lo que habría dado por verlo!
- Hubo un amago de infarto colectivo –reconoció Hermione con una ligera sonrisa nostálgica.
- Lógico –añadió Harry en tono sombrío-. A tu querido padrino no se le ocurrió otra cosa que plantarse delante de todos y soltar, de golpe: uno, que eras un mortífago, dos, que te habías pasado a nuestro bando; y, tres, que estabas saliendo conmigo.
- No, fue más bien así –interrumpió Ron. Tosió, y adoptó el tono de voz monótono y susurrante de Snape-. Ah, por cierto, además de mortífago mi ahijado también ha resultado ser homosexual, y mantiene una relación amorosa con el señor Potter, quien, como ya pueden imaginar, también siente cierta preferencia hacia el sexo masculino.
Draco soltó una carcajada, imaginando las caras de McGonagall, Lupin y compañía contrayéndose de sorpresa.
Hermione miró el reloj.
- Quizá deberíamos volver adentro –propuso, mirando a sus tres amigos.
Hubo un rápido entendimiento silencioso entre Draco, Harry y Ron. Cuando Hermione volvió a abrir la boca para protestar, Ron la acalló con un profundo beso. Harry le dio mentalmente las gracias, estrechando con fuerza a Draco entre sus brazos.
- Eh... Harry... –empezó a hablar el rubio.
- ¿Qué?
- Antes de que entremos dentro... tengo algo que darte.
Harry enarcó las cejas con sorpresa, cuando Draco buscó torpemente en la túnica y sacó una pequeña caja que depositó suavemente en la palma de la mano de su pareja.
El Slytherin desvió rápidamente la mirada, y con sorpresa Harry advirtió que parecía presa de una timidez totalmente impropia en él.
- Ábrela –ordenó en un susurro.
Hermione y Ron se acercaron, muertos de curiosidad, mientras Harry sostenía la caja delicadamente, aún sin decidirse a abrirla.
- ¿Nos vamos? –preguntó la chica, al notar la incomodidad entre ambos.
- No, no hace falta –se apresuró a negar Draco-. A ver si con vosotros delante Potter se decide de una vez a abrir el regalo.
Las manos de Harry, que repentinamente se habían vuelto torpes como garras, desgarraron el papel escarlata que envolvía el regalo del Slytherin, descubriendo una pequeña caja de terciopelo, también de color rojo oscuro. La sostuvo entre sus manos, de nuevo indeciso, mirando alternativamente a unos y a otros.
- ¿Quieres abrirla ya? –saltó Draco, con una sonrisa de exasperación en el rostro-. Ya estaba nervioso, pero tú me estás poniendo histérico.
Harry tragó con fuerza, y abrió la delicada caja.
Draco había apartado la mirada de nuevo, demasiado inquieto por no saber si a Harry le iba a gustar su regalo. Por eso no pudo ver la expresión de profunda sorpresa en su rostro, ni sentir el nudo que bloqueó su garganta, impidiéndole hablar.
- Draco... –masculló al fin, en voz ronca-. Es... demasiado...
Aliviado, Draco Malfoy levantó al fin la cabeza, esgrimiendo otra de sus escasas sonrisas no-Slytherin.
- ¿Te gusta?
- ¿Que si me gusta? –repitió Harry, incrédulo- Draco, es...
- ... un regalo perfecto –terminó la frase Hermione, ante la incapacidad de Harry para hacerlo.
Draco sonrió, satisfecho. Harry se limitó a mirar fijamente lo que había en el interior de la caja, incapaz de hacer nada más.
- ¡Eh, Harry, reacciona! Perdónale, demasiadas emociones en un mismo día... –dijo, mirando a Draco, quien asintió con aire comprensivo.
Delicadamente, Hermione le quitó la caja a Harry, cuyas manos temblaban tan compulsivamente que parecía que fuera a tirarla al suelo en cualquier momento. Se la tendió a Draco con una sonrisa.
- Quizá deberías ponérselo, o lo perderá antes de estrenarlo.
Draco asintió, y descubrió que sus manos también temblaban cuando desprendió la fina cadena de oro de la funda, y, inspirando profundamente, se colocó detrás de Harry.
El moreno bajó la cabeza, turbado, mientras sentía el cuerpo de Draco apretándose contra su espalda. A duras penas consiguió el Slytherin desenganchar el broche, colocar la cadena en torno al cuello de Harry, y volver a cerrarla.
Ron y Hermione observaban la escena con una sonrisa divertida.
- Le queda bien –opinó Ron.
- Por supuesto que le queda bien –corroboró Hermione- ¿Te imaginas algo más apropiado para Harry?
- Francamente no.
Harry, con los dedos aún temblorosos, acarició la cadena hasta llegar al pequeño objeto que pendía en el centro. Lo cogió, llevándoselo al rostro para admirarlo mejor.
Era una snitch dorada de tamaño minúsculo, pero perfecta en todos sus detalles, incluyendo las dos pequeñas alas articuladas que sobresalían de su esférico cuerpo. La contempló, con el arrobo de quien nunca ha tenido una joya antes.
De repente, notó que la reproducción de la snitch estaba caliente... templada al tacto. Y no sólo por el roce de sus dedos. Un calor extraño parecía venir de su núcleo, extendiéndose por la mano de Harry.
Intrigado, miró a Draco. El rubio leyó su pensamiento y sonrió. Entonces, lentamente, se llevó la mano su propio cuello y sacó un colgante de su túnica. Harry lo reconoció al instante, pues su novio no se lo quitaba ni para ducharse: era un minúsculo medallón que contenía en su interior una foto de Narcissa Malfoy, cuando todavía era una adolescente y sonriente Narcissa Black, antes de que el matrimonio con Lucius le arrebatase la felicidad para siempre. Mientras le miraba, Draco se llevó el medallón a los labios y lo besó delicadamente: inmediatamente, la snitch de Harry pareció cobrar vida, y sus pequeñas alas doradas se movieron frenéticamente durante unos segundos.
- El calor que sientes –explicó Draco, levantando su medallón- es el de mi propio cuerpo. Al igual que yo ahora siento el tuyo. Es una forma de... de saber que ambos estamos bien.
- ¿Cómo has hecho eso? –preguntó Harry, paralizado.
Draco señaló a Hermione con la cabeza.
- Me temo que el mérito no es mío, y que la maestra de los encantamientos sigue siendo Hermione –respondió Draco-. Éste es de nivel de EXTASIS, si mal no recuerdo.
- A mí no me involucres en esto –se apresuró a decir Hermione, tomando de la mano a Ron-. Nos vamos adentro antes de que la Sra. Weasley salga para ver si estamos bien. Harry, agradécele el regalo a Draco, pero no tardes mucho, ¿quieres?
Harry balbuceó algo en respuesta, y Hermione y Ron se dirigieron al interior de La Madriguera sin poder reprimir una risilla. Draco los observó con curiosidad. Cuando volvió a mirar a Harry, descubrió que éste estaba ahora apenas unos centímetros de él.
- Gracias –susurró, al parecer si saber qué agregar a continuación.
Draco sonrió, y alborotó el hasta entonces medianamente ordenado cabello de su novio.
- ¿Qué te pasa, Harry? –preguntó sin más preámbulos.
- No estoy acostumbrado a recibir demasiados regalos –confesó Harry- y éste es sin duda el mejor regalo que jamás me han dado.
- ¿Y cuál es el problema?
- Que no sé cómo voy a agradecértelo. Hasta ahora tú y yo nos hemos regalado... no sé, cosas más normales. Libros sobre quidditch y cosas así.
Draco rió entre dientes.
- ¿Agradecérmelo? ¿Algún día perderás esa costumbre Gryffindor de agradecerlo todo, Harry?
- Lo dudo.
- Bueno... pues ya que insistes tanto... –murmuró Draco, fingiendo meditar- quizá con un beso me conformaría.
Harry no se hizo esperar. Inmediatamente sus brazos se cerraron en torno a la cintura de Draco, al tiempo que su boca invadía la suya.
Draco se estremeció, al sentir la lengua de su novio que le pedía acceso, la respiración agitada de ambos, el suave mordisco con el que Harry rompió el contacto. Después suspiró, mientras limpiaba una intrépida lágrima que había surgido de los ojos verdes del Gryffindor.
- Volvamos adentro, Harry. No sé si lo sabes, pero ningún cumpleaños está completo si no hay tarta. Y, sinceramente, yo he venido aquí para probar una de las famosas tartas de chocolate de la Sra. Weasley, no para estar contigo toda la noche en el jardín. Sobre todo si no hay hamaca donde poder tumbarnos juntos.
Harry sonrió, se secó los ojos y siguió a Draco hacia el interior de La Madriguera.

La velada transcurrió con normalidad hasta que llegó el momento de abrir los regalos. Harry, que estaba acostumbrado a desenvolver los paquetes en la soledad de su habitación de Privet Drive, se puso algo nervioso al sentir unos veinte pares de ojos clavados en él mientras, uno a uno, desempaquetaba los regalos que sus amigos le habían hecho.
Cuando, después de abrir el regalo de Fred y George (un lote de productos de Sortilegios Weasley, que Molly y Hermione examinaron arrugando la nariz), suspiró aliviado, pensando que ya no habría más regalos, Dumbledore tosió para atraer la atención de todos, y después miró a Draco.
- Me parece que el Sr. Malfoy quiere darte algo, Harry.
El cumpleañero abrió la boca para aclarar al director de Hogwarts que Draco ya le había dado su regalo en el jardín de los Weasley. Pero, para su sorpresa, el rubio asintió, y sin más preámbulo sacó un paquete de tamaño medio cuidadosamente envuelto y lo depositó frente a él.
- Pero, Draco...
- No es exactamente un regalo... –replicó en Slytherin con expresión indescifrable-. Ábrelo y verás a lo que me refiero.
Inquieto, Harry apenas tardó unos segundos en deshacer el paquete. Y, cuando apartó el papel de regalo y pudo ver lo que éste envolvía, le dio un vuelco el corazón.
Hermione y Ron se miraron con curiosidad. Si Harry había quedado sorprendido con el anterior regalo de Draco, ahora parecía paralizado. Palideció, mientras todos estiraban el cuello para intentar ver lo que había dentro.
- ¡Merlín! –exclamó Lupin, poniéndose de pie. En un par de zancadas el licántropo se plantó junto a Harry. Después de echar un rápido vistazo al regalo, miró a Draco sin poder creer lo que veía.
- Pensé que le gustaría tenerlas... –explicó Malfoy, un poco asustado al ver la reacción de Harry y Lupin-. Al fin y al cabo, son cosas de sus padres.
- ¿Cosas de Lily y James? –exclamó McGonagall, también poniéndose en pie. Snape y Dumbledore la imitaron tras unos segundos de duda.
Harry no sabía qué eran la mayoría de los objetos que había dentro de la pequeña caja. Pero sí había reconocido la snitch dorada, ya inerte, que descansaba encima de todo: al fin y al cabo, la había visto hacía unos años, en un recuerdo del profesor de Pociones. Ni él mismo sabía cómo la había reconocido, pero estaba seguro de que era la misma snitch que su padre había robado en Hogwarts, con la que alardeaba frente a su madre aquél día tras el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.
- ¡La snitch de James! –corroboró Lupin sus pensamientos. Su mano se dirigió hacia la pelota dorada, pero después lo pensó mejor y la retiró.
- Vamos, Harry, saca lo que hay dentro –le apremió McGonagall, con un deje de impaciencia en la voz.
Obediente (al fin y al cabo no dejaba de ser la Profesora McGonagall, por mucho que estuvieran fuera de Hogwarts), Harry sacó la snitch y la dejó delicadamente a un lado. Después cogió otro objeto: sólo cuando lo tuvo en la mano se dio cuenta de que era un medallón, parecido al que Draco le había enseñado hacía unas horas.
- ¡Es el medallón de James! –exclamó de nuevo Lupin. Abrió desmesuradamente los ojos y volvió a mirar a Draco, pero prefirió guardar silencio.
- ¿Era de mi padre? –preguntó Harry con la voz temblorosa.
Dumbledore asintió enérgicamente. Para entonces, todos los invitados se habían congregado ya alrededor del cumpleañero, estirando el cuello para poder ver.
- Puedes abrirlo si quieres.
Harry separó con delicadeza las dos partes del medallón. Y, ante sus ojos, apareció un par de minúsculas fotos.
Una era de su madre, sin lugar a dudas. La otra, de un bebé que movía los labios en un débil balbuceo. En su casi calva cabeza ya apuntaba una pelusilla negra, muy negra.
Él.
Tuvo que esforzarse mucho para disimular el cada vez más creciente temblor de sus manos.
- James lo llevaba siempre al cuello –declaró Lupin en tono funesto. McGonagall le dirigió una mirada de severa advertencia, y el licántropo apretó las mandíbulas, contrariado.
Harry sacó otro objeto. Un álbum de fotos desvencijado y casi carcomido por los doxys. Se dispuso a abrirlo, pero Dumbledore le detuvo colocando suavemente sus largos dedos sobre su hombro.
- Quizá deberías verlo tú solo, Harry –propuso, sus ojos azules centelleando mientras recorrían la portada del álbum.
Harry asintió, y dejó a un lado el pequeño libro para mirar de nuevo la caja. Ya sólo quedaba un objeto, en apariencia una prenda de ropa doblada con cuidado, de color rojo intenso con bordados en dorado...
Y Harry la sacó rápidamente al darse cuenta de qué era: una túnica de quidditch, antigua pero en buen estado, con el escudo de Gryffindor en el pecho. Al darle la vuelta, la palabra "POTTER" apareció bordada en la espalda.
- La túnica de James... –Lupin se giró hacia Draco- ¿cómo lo has sabido?
- ¿Saber el qué?
- James guardaba como un tesoro esa túnica, con el sueño de que su hijo la vistiera algún día. ¿Cómo lo has sabido?
Pero Draco se limitó a mover la cabeza, desconcertado.
- Sólo pensé que a Harry le gustaría conservarla.
Lupin emitió un hondo suspiro, paseando su mirada por los objetos que Harry todavía observaba fijamente.
- Yo mismo los busqué... –masculló en voz baja-. Yo mismo rescaté todo lo que los mortífagos no destruyeron de la casa de James y Lily...
- Remus –le advirtió McGonagall, frunciendo el ceño.
Pero el licántropo siguió hablando, con Harry, Draco, Hermione y todos los adolescentes Weasley pendientes de sus palabras.
- Ese medallón... ya te he dicho que James no se separaba nunca de él. Pero cuando encontramos su cuerpo, no lo llevaba.
Draco Malfoy le mantuvo la mirada, pero guardó silencio. Sería muy cruel para Harry conocer el expolio al que había sido sometida la que un día fuera su casa. Muy duro saber que Voldemort no sólo había matado a sus padres y robado su infancia, sino que había ordenado a sus mortífagos que le quitaran lo último que le quedaba: sus recuerdos.
Remus Lupin se inclinó sobre él, y, para su sorpresa, el licántropo colocó sus dos manos en los hombros de Draco.
- No voy a preguntarte quién tenía todos esos objetos, porque lo sé –musitó, con los ojos brillantes por las lágrimas que retenía-. Y tampoco voy a preguntarte qué has tenido que hacer para recuperarlos, porque estoy seguro de que no debo saberlo. Pero, Draco... –apretó con fuerza sus hombros-. Gracias.
Lupin se puso bruscamente en pie, dándose la vuelta para recuperar disimuladamente el control de sí mismo. Ver de nuevo las pertenencias más queridas de su viejo amigo James le había trastornado más de lo que él mismo estaba dispuesto a aceptar.
Draco miró a Harry, inquieto, ya que el Gryffindor llevaba un buen rato sin mirarle. Cuando lo hizo, descubrió que Harry, al contrario que Remus, no había conseguido reprimir sus lágrimas.
- Harry, lo siento... –murmuró Draco, acercándose a él.
El aludido dejó con cuidado la túnica encima de la mesa y le miró.
- Maldito Slytherin... siempre consigues hacerme llorar.
Y, aparentemente sin importarle que todo el mundo estuviera alrededor de ellos, mirándoles, rodeó la cintura de Draco con sus brazos, le atrajo hacia sí y le besó.