Lucharé a tu lado

Género: T.
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.


Capítulo 11: Pesadillas

Los tres días siguientes fueron, probablemente, los mejores en la vida de Harry Potter. A solas con Hermione, Draco, los Weasley y algún ocasional miembro de la Orden del Fénix en La Madriguera, se sintió mejor de lo que jamás se había sentido en diecisiete años.
La primera noche, Molly Weasley tuvo que devanarse los sesos para ver cómo iba a acomodar a la más de media docena de adolescentes que estaban a su cargo, ahora que Draco había llegado para alterar la distribución por dormitorios constituida hacía años, cuando Harry y Hermione habían sido invitados por primera vez. El problema se agravaba si se tenía en cuenta que al menos dos de los adolescentes en cuestión eran pareja (y Molly no estaba muy segura de que Hermione y su propio hijo Ron no hubieran materializado ya los sentimientos que habían nacido entre ellos al poco de conocerse, madurando a lo largo de los años hasta convertirse en algo tangible y real). La lógica dictaba enviar a Draco a dormir con Charlie, ya que ni Bill ni el inefable Percy habían aparecido por allí. Pero el joven Malfoy no conocía apenas a su hijo...
Fred y George habían acudido para resolver el intrincado problema: a Ginny no le importaría dormir con su hermano Charlie, Draco podría compartir habitación con Ron, y Harry... con Hermione.
La conservadora señora Weasley puso el grito en el cielo, pero se aplacó cuando Fred y George argumentaron, con su lógica incontestable, que, a fin de cuentas, no sólo era harto improbable que Harry tuviera algún interés en Hermione, teniendo en cuenta que era gay, sino que después de seis años los jóvenes Granger y Potter se habían convertido, más que en amigos, en poco menos que hermanos.
- Yo me preocuparía más por Draco y Ron –le había dicho Fred con una sonrisa socarrona, antes de que su hermano pequeño surgiera a sus espaldas para darle una merecida colleja.
Al final, Molly había acabado cediendo. Más tranquila, se acostó junto a su marido. Y, a la mañana siguiente, cuando se levantó y encontró a los chicos ya vestidos y aseados, ni siquiera imaginó que su hijo menor y los tres invitados habían hecho una pequeña variación de los planes iniciales. A pesar de sus años de experiencia haciéndose cargo de su amplia familia, no sospechó que Fred y George, cuando le propusieron la peculiar distribución de dormitorios, en realidad estaban dando vía libre a que, al poco de simular acostarse, Harry y Ron intercambiaran mutuamente sus habitaciones.

La alarma de su reloj muggle despertó a Harry. Bostezando, lo apagó. Aunque no podía verlo, sabía que eran las seis de la mañana. Hora de volver a su habitación, antes de que Molly Weasley se levantara.
Estiró el brazo para coger sus gafas, que había dejado en la mesilla de noche, y se las puso. La bruma que hasta entonces cubría sus ojos se diluyó, y el Gryffindor sonrió.
Draco dormía profundamente, con la cabeza sobre su pecho y los brazos alrededor de su cuerpo. Parecía que el Slytherin, aún dormido, temiera que Harry le abandonase. Nada más lejos de las intenciones del moreno.
Con cariño, Harry contempló a Draco en la cada vez menos cerrada oscuridad. Al igual que él, Malfoy no había cambiado mucho a lo largo de los años, al menos físicamente. Su constitución, algo enclenque cuando llegó a Hogwarts, había mejorado notablemente con el quidditch, pero seguía siendo muy delgado y de altura media, como el propio Harry. Su piel aún parecía extraordinariamente pálida, y su rostro, afilado ya cuando era pequeño, era ahora todavía más marcado.
Sonriendo para sí, Harry pensó que al menos había perdido esa costumbre de engominarse el pelo hacia atrás. Acarició suavemente el pelo rubio de Draco, que ahora le caía sobre la frente con una elegancia natural que Harry no podía evitar relacionar con Sirius... porque, al fin y al cabo, eran parientes.
Draco se revolvió entre sueños. Preocupado, Harry retiró la mano, pensando que le había despertado, pero el Slytherin siguió durmiendo. Con cuidado, Harry estaba intentando levantarse sin perturbar su sueño cuando la respiración de Draco Malfoy, hasta entonces pausada y caso inaudible, empezó a ser cada vez más agitada, al tiempo que su cuerpo se sacudía en suaves movimientos espasmódicos.
El Gryffindor adivinó que su novio estaba teniendo una pesadilla (lo cuál no le sorprendía en absoluto, teniendo en cuenta su situación) y se dispuso a despertarle... cuando Draco empezó a hablar.
Harry sabía, por Blaise, que Draco hablaba a menudo en sueños, y a veces él mismo le había escuchado balbucear alguna palabra suelta, a menudo su propio nombre. Pero jamás le había escuchado con tanta claridad como esa mañana, pues Draco estaba susurrando con voz ronca y atormentada un nombre, un nombre que sonaba extraño en los labios del Slytherin.
- Dudley... Dudley... no...
La boca de Harry se abrió de par en par. ¿Tan atormentado estaba Draco por haberle roto la pierna a su primo que tenía pesadillas con él? Entonces, lo que escuchó a continuación le hizo estremecerse de terror de los pies a la cabeza.
- Muerto... Dudley... Avada Kedavra...
Harry se separó de Draco como si su piel quemara, y se puso en pie de un salto, mirando horrorizado al rubio que, a pesar de su brusquedad, no se despertó.
Se vistió rápidamente, sin dejar de mirar a Draco, que había dejado de hablar aunque todavía parecía sumido en aquella horrible pesadilla. Retrocedió, con las piernas temblando, hacia la puerta. Cuando tocó el pomo con sus manos agarrotadas, otra frase musitada en sueños perforó el silencio de la habitación.
- Harry, lo siento, Harry...
Harry salió del cuarto sin mirar atrás. En el pasillo, Ron le esperaba, muerto de sueño.
- Ya era hora, Harry... –bostezó-. Una noche movidita¿eh?
Ron se dirigió hacia la habitación, pero Harry le detuvo. Sorprendido, el Weasley se dio cuenta de que su amigo parecía muy despierto, demasiado.
- ¿Está Hermione vestida? –preguntó bruscamente.
- Sí –respondió Ron, parpadeando sorprendido- ¿por?
Sin más, Harry le cogió del brazo y le arrastró hasta el cuarto que supuestamente él compartía con Hermione. La joven, que esperaba ver entrar a un somnoliento Harry, se sorprendió cuando éste apareció arrastrando a su novio tras él.
Hermione y Ron se miraron, y éste último se encogió de hombros, mientras Harry cerraba la puerta. Después, se cruzó de brazos y los miró.
- Quiero saber por qué Draco está teniendo pesadillas con Dudley en este preciso instante –declaró, sus ojos verdes observando atentamente cada reacción de sus dos amigos.
Estaba dispuesto para añadir más detalles, pero la expresión que apareció en sus rostros fue suficiente. Se acercó a ellos, inquieto y asustado.
- ¿Qué ha pasado? –inquirió en tono perentorio.
Hermione y Ron volvieron a mirarse. El pelirrojo asintió, y Hermione salió de la cama y se puso en pie. Rebuscó entre sus cosas, y sacó un ejemplar manoseado de El Profeta.
Harry casi se lo arrebató de las manos. Al principio no reconoció la imagen de la portada: una foto de una casa ardiendo. Entonces, sus ojos tropezaron con el coche que había aparcado frente a la vivienda. El coche que le había sacado de Privet Drive. El coche de los Dursley.
Y la casa que ardía en la foto, consumiéndose lentamente, era el número cuatro de Privet Drive.
Harry se dejó caer pesadamente en su cama, la cama aún hecha en la que debería estar durmiendo pacíficamente en aquellos momentos. Sus ojos, incrédulos, leían una otra vez el titular que había encabezado la edición de El Profeta del 1 de Agosto.
"EL INNOMBRABLE Y SUS MORTÍFAGOS TORTURAN Y ASESINAN A LA FAMILIA MUGGLE DE HARRY POTTER"

Draco despertó cuando sintió que alguien le zarandeaba suavemente del hombro. Un rostro pelirrojo apareció en su campo de visión, aún nebuloso.
- Ron... –murmuró, incorporándose con el sueño pegado a los ojos- ¿ya es hora de levantarse?
- Lo sabe, Draco.
Malfoy terminó de despertarse tan bruscamente como si le hubieran arrojado un cubo de agua helada. Miró a Ron, creyendo que había escuchado mal, pero el rostro del Weasley era tan expresivo como un libro abierto.
- ¿Qué? –preguntó, intentando controlar el incipiente temblor de su voz.
- Que lo sabe –respondió Ron pesadamente, sentándose a su lado-. Harry sabe que tú mataste a Dudley, Draco.
Draco sintió cómo el mundo alegre que durante tres días había construido artificialmente en torno a Harry, él mismo y La Madriguera, se derrumbaba, devolviéndole a la cruda realidad. Miró instintivamente su brazo izquierdo, donde estaba su peculiar Marca atravesada por los tres profundos cortes. Y suspiró.
Ron sintió compasión hacia el joven mortífago. Puede que al principio dudase de sus intenciones, pero, después de tanto tiempo viendo aquél peculiar brillo en los ojos de Draco cada vez que miraba a su mejor amigo, no tenía duda alguna de que el amor que éste sentía era totalmente sincero. Palmeó con afecto su desnudo hombro, mientras se ponía en pie.
- Deberías hablar con él –murmuró en tono monocorde- está en el jardín.
Draco asintió. Cuando Ron salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta a sus espaldas, empezó a vestirse mientras un nuevo peso lastraba su estómago y su corazón.

Aunque en pleno Agosto, el frío de primeras horas de la mañana le hizo tiritar. Pero no quería volver adentro a por su chaqueta, así que se limitó a apretar los dientes mientras repasaba una y otra vez el artículo que ya conocía prácticamente de memoria.
Las palabras bailaban en su mente... Petunia y Vernon Dursley, torturados hasta la muerte, fallecidos de puro agotamiento físico. Dudley Dursley, torturado pero muerto a causa de un Avada Kedavra... que Harry sabía muy bien quién había pronunciado.
Una docena de vecinos muggles, también muertos. La señora Figg apenas había conseguido dar la voz de alarma antes de que la alcanzaran también a ella. Ahora estaba en San Mungo, víctima de una oleada de cruciatus. No sabían si se recuperaría.
Hary dejó a un lado el periódico con desagrado, y se llevó las congeladas manos a los bolsillos intentando calentarlas. Entonces, se dio cuenta de que uno de sus bolsillos no estaba vacío.
Sacó un sobre blanco, el sobre que, reconoció con un escalofrío, le había dado Tía Petunia cuando todavía estaba viva. Lo había olvidado completamente.
Impaciente, lo rasgó. Y, para su sorpresa, de él surgió otro sobre, hecho con pergamino, y una hoja de papel muggle. Su corazón se aceleró al leer el nombre de su madre en el remite del sobre mago, pero se obligó a leer antes la nota.

Harry:

Tu director me dio esta carta el día que te trajeron a nuestra casa, entre otras muchas cosas. La escribió tu madre para mí, ignoro en qué circunstancias. Reconozco que jamás tuve el valor de abrirla y ver qué decía.
Harry, tal vez te extrañe que te diga esto, pero, ahora que no voy a volver a verte, y que Vernon no puede enfadarse por ello, te diré que yo quería mucho a Lily. Desgraciadamente, permití que la envidia corrompiera mi relación con ella. Me porté mal con tu madre y lo reconozco. Y, si me he portado mal contigo durante todo este tiempo, es porque, cada vez que te miraba, veía tus ojos, sus ojos, y eso me hacía recordar que dejé que ella muriera sin haber hecho nada por arreglar nuestra relación. Sin haber conseguido que dejara de odiarme.
No espero tu perdón ni tu comprensión, simplemente que entiendas que, los reproches que seguramente tu madre me hace en esa carta, están absolutamente justificados. Diga lo que diga, no quiero que tengas mala imagen de ella.

Buena suerte.

Petunia

Nervioso, Harry rasgó el segundo sobre, cuyo abultamiento mostraba que dentro había más que una simple carta.
Un manojo de fotos cayó sobre su regazo. Se le cortó la respiración: eran fotos familiares, tomadas en lo que a todas luces parecía la casa de sus padres, su casa.
James y Lily sentados en un sofá, James y Lily con Lupin, Sirius y Pettigrew, James sosteniendo un bebé en brazos, sonriente...
Las apartó, mordiéndose los labios, y cogió el pergamino que acompañaba a todas aquellas fotos. Un pergamino que había permanecido dieciséis años en aquél sobre, esperando a que Petunia Dursley lo leyera. Ahora ya nunca podría hacerlo.

Querida Petunia

Mientras escribo esto, James está haciendo encantamientos por toda la casa, intentando proporcionarnos una seguridad que, estoy convencida, es imposible de conseguir.
Nos han traicionado. Es una historia demasiado larga para contártela, pero estoy segura de que si te digo que Quien-tú-ya-sabes viene hacia aquí en este mismo instante, comprenderás el miedo que siento. Al fin y al cabo, incluso tú sientes miedo de él, tú que siempre quisiste ignorar los asuntos de la comunidad mágica..
Petunia, tengo muchas cosas que decirte y poco tiempo para hacerlo. Hubo un tiempo en el que tú y yo nos comprendíamos como las hermanas que éramos, pero ahora me temo que no es así y que me llevará más tiempo explicarte mis intenciones.
Principalmente me gustaría hablarte de mi hijo, Harry, el niño al que te has negado en rotundo a conocer. Tu sobrino Bien, intentaré explicártelo lo más esquemáticamente posible: hay una profecía que asegura que Harry derrotará a Quien-tú-ya-sabes. Y nuestras profecías son buenas, nada que ver con los farsantes que salen en vuestras cadenas de televisión con una falsa bola de cristal. El problema es que el Innombrable se ha enterado, no sabemos cómo, y viene hacia aquí dispuesto a matar a Harry. Y James y yo, claro, tenemos que impedírselo.
Te preguntarás cómo: bien, existe una magia muy ancestral, antigua, que creo que nos servirá. No voy a abrumarte con detalles. El caso es que voy a dar la vida por mi hijo, y que, al hacerlo, mi sangre le protegerá. Y mi sangre es también la tuya, por lo que, a partir de ese momento, tú también serás una garantía para el pequeño Harry.
Hablando sin rodeos, Petunia: cuando todo esto acabe, el único lugar donde Harry estará a salvo del Innombrable será en tu casa. Y allí vivirá hasta que sea mayor de edad (ya sabes que para nosotros la mayoría está en los diecisiete años). ¿Entiendes?
Sé que esto te costará problemas con el egoísta de tu marido. Sé que Harry no crecerá feliz, pues serás incapaz de enfrentarte a Vernon para que no le haga la vida imposible. No te creas que para mí es fácil confiarte a mi hijo, mi único hijo. Pero eres mi hermana Petunia, y mentiría si te dijese que ya no te quiero. Pese a que piensas que soy un monstruo, te quiero. Y estoy segura de que tú también me quieres.
Ya sé que no sientes ningún afecto por Harry, ni por nadie que no forme parte del pequeño y uniforme mundo que has creado en torno a tu familia.. Así que, Petunia, no lo hagas por Harry, hazlo por mí, por tu hermana. Porque yo haría lo mismo si a ti te pasara algo y no pudieras cuidar de Dudley. Yo me enfrentaría a mi marido por tu hijo, que al fin y al cabo es sangre de mi sangre, sangre de mi hermana..
Prométeme que le acogerás en tu casa y que no le dejarás morir. Prométeme que al menos le protegerás de Quien-tú-ya-sabes, y me daré por satisfecha. Y prométeme que hasta el último día le ayudarás a escapar del Innombrable.
Si no eres capaz de hacerlo por mí, hazlo por ti misma. Si Harry muere, Petunia, ten por seguro que todos los muggles del mundo tienen sus horas contadas.
Me queda poco tiempo y he de ayudar a James a proteger la casa (esfuerzo inútil, no obstante). Así que me despido, Petunia, no sin antes pedirte perdón. Te pido perdón por no haber sabido comprender tus celos. Por no haberme dado cuenta de que nuestros padres me trataban mejor a mí. Por no haber sabido destruir esa envidia que me tenías y, al contrario, haberla avivado inconscientemente.

Te envío unas fotos de James y yo con Harry. Espero que, en su momento, le hables de nosotros y se las des. Espero que le hagas comprender que tiene una familia, y que al menos a mi hijo le quede ese consuelo.

Adiós, hermana, espero que me tengas siempre presente. Y cuida de Harry. Es mi última voluntad.

Lily

Harry miró con la boca abierta aquella carta de su madre, la última. Y pensó con amargura que, si Petunia Dursley la hubiera abierto en vez de guardarla tan celosamente, habría sabido la verdad. Habría sabido que, en el fondo, su hermana la quería tanto como ella quería a Lily. Y que la comprendía y la perdonaba.
Todo podría haber sido tan distinto... su tía podía haberle querido si no se hubiera sentido culpable al ver en él a Lily Potter. Podría haber muerto, al menos, sin el peso de pensar que su hermana la había odiado antes de morir.
Pero Petunia Dursley jamás leería ya aquella carta. Harry esperaba que, en algún lugar, su tía pudiera ahora estar con su madre, y ambas se estuvieran diciendo todo lo que no habían podido decirse en su momento, como las hermanas que en el fondo eran.
Guardó con cuidado la carta, y después miró detenidamente, con cariño, las fotos que la acompañaban.
- Gracias, tía Petunia.

Las caras en la cocina de los Weasley no podían ser más largas. Tanto mayores como pequeños cuchicheaban en voz baja cuando apareció Draco. Al ver al Slytherin, todas las conversaciones fueron cortadas abruptamente. Y todos le miraron fijamente.
Al ver todos esos pares de ojos, azules en su mayoría, mirándole, Draco supo la verdad. Todos lo sabían, incluso antes de que Harry lo descubriera. Todos, desde Arthur y Molly hasta la pequeña Ginny, sabían que él era un asesino. Y aún así lo habían aceptado durante unos días, tratándole como a uno de los suyos, bromeando cariñosamente con él como hacían con Harry, dándole de comer, compartiendo con él sus escasas pertenencias. Un nudo se instaló en su garganta al reconocerse a sí mismo la generosidad de aquella tribu de pelirrojos, que quizá no ganaban mucho dinero, pero que, en el fondo y sin saberlo, eran más ricos y felices de lo que jamás lo sería un Malfoy. Incluyéndose a él mismo.
- Está ahí fuera –informó tras unos segundos de silencio Arthur Weasley, señalando el jardín con la cabeza.
- Ya... –murmuró Draco con la lengua atrofiada. Dio unos pasos en dirección a la puerta, y después sintió la necesidad de girarse bruscamente hacia la familia, que seguía observándole en silencio.
Miró a Molly Weasley, que a su vez le observaba, de pie entre sus fogones, aún con la varita en la mano.
- Yo... sólo quería agradecerles a todos... especialmente a ustedes dos –dijo, pasando su mirada de Molly a Arthur- el haberme permitido estar aquí con Harry. Sobre todo después de todo lo que ha pasado.
Molly soltó bruscamente la varita y se dirigió hacia él con enormes zancadas. Draco retrocedió un paso, y entonces se vio envuelto en uno de los famosos abrazos de oso de la matriarca Weasley.
- Pobre niño... –murmuró Molly, como si estuviera abrazando a un infante de diez años y no a un joven de diecisiete-. Tú no tienes que decir nada... tú no tienes la culpa de nada...
- Lo que mi mujer trata de decir es que tú no tienes la culpa de ser el hijo de Lucius Malfoy –añadió la voz grave de Arthur.
- ¡Arthur! –exclamó Molly Weasley, a quien no le gustaba criticar a los parientes de los amigos de sus hijos, por muy desagradables que fueran.
- Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre, Molly –repuso Arthur con firmeza.
Pero Draco apenas atendía al intercambio de opiniones entre la pareja. Estaba demasiado sorprendido, sintiendo los potentes brazos de Molly alrededor de su cuerpo. Evidentemente, su padre jamás le había abrazado de aquella manera ("Un Malfoy no necesita el cariño de nadie" murmuraba Lucius a menudo), y su madre no lo hacía desde que el pequeño Draco se había convertido en el objeto de las atenciones de su padre y de los mortífagos amigos de éste. Y, sin poder contenerse, el joven Draco derramó unas lágrimas en la túnica de la Sra. Weasley, sintiéndose extrañamente liberado: no lloraba desde aquella vez en Hogwarts, con Harry.
- ¿Está muy enfadado? –preguntó con voz temblorosa, interrumpiendo la suave discusión entre los Weasley.
Molly bajó la cabeza, y, al ver el estado en el que estaba Draco, le acarició cariñosamente el pelo, como el Slytherin le había visto hacer con sus propios hijos.
- No está enfadado, sabe que tuviste que hacerlo. Está... –suspiró- triste, confuso.
- No podría soportar que se enfadara conmigo –confesó Draco-. Sé que hay gente que no me cree... Pero es verdad que le quiero. Le quiero mucho.
- Eso ya lo sabemos, Draco –intervino la voz de Hermione a su lado. Granger le sonrió, y, arrancando suavemente al Slytherin de los robustos brazos de Molly, le condujo al jardín.
Inmediatamente, Draco divisó a Harry. Estaba en el otro extremo, sentado en la hierba, mirando fijamente el ejemplar de El Profeta que sostenía débilmente entre sus manos, como si aún no pudiera creer lo que en él ponía. Intentó dar un paso atrás.
- No puedo...
- Puedes –repuso Hermione, arrastrándole tras ella.
- No puedo enfrentarme a él, Hermione. ¡He matado a su primo!
- ¿Y acaso él no sabía que algún día tendrías que matar muggles? –replicó Hermione mirando a Malfoy, quien se sintió impresionado al escuchar hablar así, precisamente, a una hija de muggles- ¿Acaso no lo sabías tú mismo¿O pensabas que ponerte al servicio de Voldemort iba a resumirse a vigilar a Harry y hacerle perder puntos en clase de Pociones?
Draco no contestó. En el fondo, Hermione llevaba razón.
- Ya no somos niños, Draco –añadió, en tono más suave, la joven segundos después-. Y es hora de que Harry también se de cuenta.
Sin más, arrastró a un todavía remiso Draco tras ella. Pero la breve discusión había llamado la atención de Harry, quien les miró fijamente con expresión indescifrable mientras los dos se acercaban.
Decidida, Hermione Granger se plantó delante de su mejor amigo.
- Harry, aquí tienes a Draco –anunció, como si el moreno no le hubiese visto.
- Ya lo sé –musitó Harry.
- Aquí te lo dejo –dijo Hermione, sin dejarse intimidar por el tono de Harry. Después de apretar la mano del rubio, se fue en dirección a la casa.
Harry levantó la cabeza unos segundos después, y ambos se miraron en silencio.
- Ahora entiendo por qué cancelaron la fiesta –empezó Harry, mirando con indolencia el ejemplar del periódico-. Querían asegurarse de que a ninguno de mis amigos se le iba la lengua. Después se sacaron de la manga la fiesta sorpresa, en la que sólo había miembros de la Orden, acostumbrados a ser discretos... y supongo que alguien habrá interceptado hábilmente la pertinente carta del Ministerio.
- Lo siento –dijo, tras unos instantes de silencio, Draco, dejándose caer a su lado.
Harry tiró a un lado el periódico.
- No debes sentirlo –respondió, pasando, para alivio de Draco, un brazo por encima de su hombro-. Sé perfectamente que era una orden directa de Voldemort, y que no podías desobedecerla sin que él te matara a ti también. Y, entre los Dursley y tú, está claro a quién prefiero.
Draco no se relajó. A pesar del tono conciliador de Harry, sabía que algo seguía torturando al moreno.
- Entonces, si no estás enfadado¿qué es lo que te ocurre?
Harry tardó unos segundos en contestar. Y lo hizo sin mirarle a los ojos.
- Me asusta ver en qué nos hemos convertido –confesó, al fin.
- Di mejor que te asusta ver en qué me he convertido –corrigió Draco en tono amargo-. Que te asusta comprobar que me he convertido en un asesino.
- ¡No digas eso! –exclamó violentamente Harry, furioso.
Pero Draco le mantuvo la mirada, y Harry, tras unos segundos, volvió a bajar la cabeza.
- Harry, sabía que algún día llegaría este día –empezó Draco, sintiendo el peso de las dudas de Harry en su propio cuerpo- Hasta ahora hemos estado evitándolo...
- ¿Evitando el qué?
- ¿Te crees que no me doy cuenta, Harry¿Te crees que, durante estos dos últimos años, no me he dado cuenta de la forma en que a veces me mirabas?
Harry abrió la boca para contestar, pero Draco le detuvo.
- Del mismo modo en el que me miras ahora... –susurró-. Preguntándote a ti mismo qué me habrán obligado a hacer. Si habré tenido que matar a alguien ya. Qué horrores me habrá obligado a cometer Voldemort. ¡Atrévete a negarlo, Harry!
El moreno no contestó.
- Pero nunca te pregunté –dijo, al cabo de unos instantes.
- E hiciste bien –replicó el rubio, hablando en aquél tono frío, impersonal, típicamente Malfoy-. Para tu información, Dudley fue el primero, Harry. Pero no será el último, eso te lo puedo asegurar. Aunque eso apenas importa¿y sabes por qué? –preguntó en tono amargo-. Porque en el siniestro mundo de los mortífagos la muerte no es lo peor. He visto cosas que... y he hecho cosas que te revolverían el estómago si las supieras.
- Draco... –murmuró Harry, apretándole más fuerte contra su cuerpo.
- Harry, cuando tú y yo empezamos en esto, creímos que todo sería mucho más fácil. Pensándolo bien, Severus incluso lo pintó bastante atractivo el primer día. ¿Fingir que te odio, insultarte, incluso dejar que me pegues¡Eso es fácil, Harry! Pero ya pasó la época en la que mi fidelidad a Voldemort podía demostrarse simplemente diciéndole que me habías roto la nariz.
- ¿Qué estás tratando de decirme? –preguntó Harry, temeroso de preguntar.
- Que ambos sabemos ahora que me he convertido en un mortífago de pleno derecho. En todo lo que tú más odias.
- Eso no es...
- No me lleves la contraria, Harry. El problema es que yo pensé que ambos podríamos aceptarlo. Pero, francamente, si a veces no consigo aceptarme a mí mismo¿cómo vas a aceptarme tú, precisamente tú?
Harry le miró con los ojos desorbitados, cuando Draco se separó suavemente de él y se puso en pie. Cuando le miró desde las alturas, Draco Malfoy le pareció tan dolorosamente distante que pensó que acababa de perderle.
- ¿Sabes? Dumbledore tenía razón, a veces he estado a punto de abandonarlo todo y dejar que Voldemort me matase... a veces he pensado que iba a volverme loco al contemplar e inflingir tanto horror, tanto sufrimiento... –movió la cabeza con pesadumbre-. Y si no lo he hecho, ha sido por ti. Tú, Harry, eres lo único humano y decente que aún queda en mi vida. Eres mi única razón de vivir.
El Slytherin dio media vuelta y empezó a andar. Harry se puso precipitadamente en pie, y le siguió, deteniéndole y cogiéndole de los hombros para obligarle a mirarle.
- ¡Draco Malfoy! –exclamó, entre enfadado y desesperado- ¿Estás intentando dejarme?
Draco le dirigió una mirada impenetrable, mientras Harry sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, angustiado.
- ¿Dejarte? –repitió, suavemente-. Si fuera posible, lo haría. Sólo por cortar este sufrimiento.
- Draco...
- Pero no es posible. No puedo negar lo que siento por ti, ni puedo mentirme a mí mismo diciendo que ambos nos olvidaremos el uno del otro. Te querré hasta el fin de mis días, Harry... –murmuró, permitiéndose acariciar suavemente la mejilla del Gryffindor.
- Entonces¿qué es lo que quieres hacer?
- Irme –anunció Malfoy en tono decidido.
- No... –murmuró Harry, abrazando al rubio-. No te vayas.
Draco correspondió al abrazo, tratando al mismo tiempo de endurecer su corazón.
- Harry, quizá este no sea el mejor momento para decírtelo, pero este año no volveré a Hogwarts.
A Harry le tomó unos segundos asimilar lo que Draco acababa de confesarle.
- ¿Qué?
- No volveré a Hogwarts –repitió Draco en tono firme-. Ni yo, ni Blaise, ni Pansy, ni ninguno de los jóvenes mortífagos de Slytherin. Voldemort cree que ya hemos estado suficiente tiempo bajo la influencia de Dumbledore. Y vamos a completar nuestros estudios en una escuela muy particular.
- Eso quiere decir... –balbuceó Harry, sintiéndose confuso y perdido- que tú y yo...
La mirada cariñosa pero decidida de Draco le golpeó en lo más profundo de su alma.
- Que no volveremos a vernos hasta que llegue el día de la batalla final contra Voldemort.
Secó suavemente una lágrima que había aparecido en los ojos del moreno. Como Harry había dicho, siempre conseguía hacerle llorar.
- ¿Y cómo sé que llegará ese día? –murmuró Harry entre sollozos- ¿Cómo sé que volveré a verte?
- Porque yo te prometo seguir vivo hasta entonces –declaró Draco- y un Malfoy...
- ... jamás rompe su promesa. Lo sé.
- Y lo más importante, Harry –prosiguió Draco, obligando al Gryffindor a mirarle a los ojos-. Ese día ya no tendremos que volver a fingir. Estaré a tu lado, lucharé contigo, te ayudaré en lo posible a vencerle.
- ¿Y cómo voy a vivir sin ti hasta entonces?
- Tendrás que hacerlo –replicó Draco sin dejarse ablandar por su pareja.
Harry derramó unas cuantas lágrimas más en el pecho de Draco. Después, le miró a los ojos.
- ¿Por qué? No me vengas con excusas... ¿por qué lo haces realmente?
Como de costumbre, Draco se sintió desnudo, y se preguntó si Harry era más hábil en legeremancia de lo que aparentaba.
- Porque estoy harto de verte una vez cada dos meses, a escondidas, y de sorprender esa mirada en tus ojos cuando por fin estamos juntos. Estoy harto de avergonzarme delante de ti por lo que soy y por lo que he hecho.
- Yo no te culpo –se apresuró a decir Harry.
- Lo sé –admitió Draco.- Pero somos muy diferentes. Yo soy un Slytherin, y lo haré todo por conservar la vida si eso garantiza tu futura victoria. Y tú, noble Gryffindor, no matarías a una mosca aunque con ello estuvieras condenando a toda la humanidad.
Harry no contestó. Draco le alborotó el pelo en un gesto muy típico en él.
- Ignoro si tú puedes vivir con esa diferencia, pero yo no. Y, hasta que llegue el día en el que pueda mirarte a los ojos sin sentir desprecio de mí mismo, prefiero no hacerlo.
Hubo un breve silencio, y, en un cruce de miradas, ambos acabaron por entenderse. Sus labios se acercaron lentamente, cerrando los ojos, y, durante unos segundos, compartieron un largo y apasionado beso, tierno y a la vez triste, el último beso que se darían en un largo tiempo.
Después, Draco sonrió a Harry y se separó de él, encaminándose a La Madriguera. Harry le contempló con una opresión en el pecho, y entonces se llevó la mano a la minúscula snitch que colgaba de su cuello.
- ¡Eh, Malfoy! –gritó.
Draco se giró parcialmente para mirarle.
- Esperaré. Y te prometo que, cuando llegue el día, acabaré con Voldemort –sonrió- y un Potter jamás rompe su promesa.
Después, besó la pequeña snitch. Draco sintió el medallón de su madre vibrando ligeramente en su pecho, lo sacó y lo besó a su vez.
Con una última sonrisa, Draco dio media vuelta y entró en La Madriguera. Harry le siguió por la mirada, triste pero a la vez sereno, sintiendo que todos sus sufrimientos se verían algún día recompensados.
Y, pese a tanto Draco como Harry sabían que no volverían a verse hasta un año después, jamás se amaron tanto como en aquel momento mientras se separaban en direcciones opuestas. Y jamás se sintieron tan orgullosos el uno del otro como aquel día de principios de agosto en el que cada cuál empezó a recorrer su camino... dos caminos separados, paralelos, que, sin embargo, acaban desembocando en un mismo e ineludible destino, el destino que les aguardaba desde el momento en el que nacieron.


Nota de la autora: Como soy de lo que no hay, al final el capítulo del cumpleaños acabó alargándose tanto que ahora son tres capítulos xD A la historia le quedan a lo sumo un tres entregas más (si no me viene algún arrebato de inspiración repentina y me trastoca los planes, lo cuál es posible tratándose de mí :P). Espero actualizar pronto aunque no prometo nada, empiezo ya los exámenes y supuestamente debería estar estudiando xD. Gracias por leer y espero vuestros comentarios, me encantan :)