Lucharé a tu lado
Género: T.
Advertencia:
Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico,
vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer:
Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera,
primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no
existiría.
Capítulo 12: El Ejército de Potter
Los zapatos negros, impecables, de Draco Malfoy,
se hundieron en el mojado césped que cubría toda la
superficie del cementerio. El siempre pulcro Slytherin ni siquiera
advirtió que el bajo de su túnica y de su capa se
estaban manchando de barro, ni que su peinado, siempre perfecta y
absolutamente delineado, empezaba a alborotarse, efecto del chaparrón
que estaba cayendo sobre él. Draco estaba demasiado
conmocionado para prestar atención a semejantes menudencias,
que en cualquier otra ocasión le habrían sacado de
quicio.
El cielo mostraba un color gris blanquecino, muy acorde
con el humor del joven mortífago. Y el agua que las nubes
vertían sobre sus cabezas era un pobre sustituto de las
lágrimas que el joven Draco tendría que estar
derramando por su madre. Lágrimas que quemaban su pecho y su
garganta, pero que, desde luego, no pensaba dejar salir al exterior.
Porque su rostro ya se había convertido en pura piedra. Un
Malfoy no llora, y menos si es un mortífago y está en
presencia del mismísimo Señor Tenebroso.
Caminó
pesadamente, con el cuerpo erguido, la mirada impenetrable pero
orgullosa, el porte que tanto admiraban sus compañeros y que
le hacía ser un digno sucesor de Lucius Malfoy. Apenas
advirtió el momento en el que los mortífagos más
mayores se apartaron para dejarle pasar en un mudo gesto de respeto.
Apenas se dio cuenta de cuándo el grueso del grupo de los
jóvenes mortífagos dejó de seguir al que era su
indiscutible jefe, dejando que éste avanzara a solas en
compañía de sus más cercanos: Vincent y Gregory,
sus guardaespaldas, y Zabini y Parkinson, sus lugartenientes.
A
medida que caminaban por las tumbas, la categoría de los
mortífagos que les franqueaban el paso iba ascendiendo
gradualmente. Draco mantuvo su andar impasible, consciente de que su
rostro estaba siendo escrupulosamente examinado por un centenar de
pares de ojos dispuestos a detectar cualquier debilidad. Un centenar
de rostros que asintieron, satisfechos. Porque la frialdad de Draco
Malfoy, su absoluta indiferencia, su caminar firme y decidido
mientras recorría los últimos metros que le separaban
de la tumba de su madre, no tenía nada que envidiar al
mismísimo Señor Tenebroso.
Al fin, los cinco
jóvenes se detuvieron abruptamente delante de una tumba
reciente. El césped artificial se destacaba de forma horrorosa
sobre el resto del suelo del camposanto y su hierba de color verde
apagado, pero al menos ocultaba la parcela de tierra recién
removida. La lápida, de color negro (no podía ser de
otra forma), sólo estaba adornada con dos palabras.
"NARCISSA
MALFOY"
Draco dirigió una breve mirada, previamente
estudiada, a la tumba de su madre. Una mirada en la que sólo
había indiferencia. Una mirada que fue suficiente para
complacer a las dos figuras que le estaban mirando desde ambos lados
de la tumba.
Después, inclinó el cuerpo hasta tocar
con su rodilla la tierra húmeda. Vincent, Gregory, Pansy y
Blaise imitaron a su jefe, ante la mirada de aprobación del
círculo más íntimo de Lord Voldemort, los pocos
y escogidos mortífagos que tenían el honor de estar
junto a su señor en aquellas morbosas reuniones.
-
Levántate, Draco –ordenó Voldemort con su voz fría
y metálica.
Draco obedeció, irguiendo elegantemente
el cuerpo. Mientras sus compañeros le imitaban, miró
brevemente a su padre e inclinó la cabeza en señal de
respeto. Lucius Malfoy, a la sazón mano derecha de Voldemort,
apenas pudo ocultar el orgullo que resplandecía tras su
expresión pétrea y solemne. Ante sus ojos, Draco, su
único hijo, aparecía, por fin, convertido en todo lo
que él siempre había deseado desde que, por primera vez
hacía diecisiete años, sostuviera en sus manos al
pequeño bebé de aspecto enfermizo y cejas rubias que
era su primogénito.
- Mi señor¿me mandaste
llamar? –preguntó en ese momento Draco, en tono no demasiado
alto pero firme, cuidando de no mirar a Voldemort a los ojos.
Incluso
él mismo se maravilló de la indiferencia que
aparentaba. Incluso él se sorprendió al ver que podía
conseguir esconder, con enorme éxito, el inmenso dolor que
desgarraba su pecho.
- ¿Dónde estabas, Draco?
–preguntó imperiosamente Voldemort.
- En nuestro cuartel
general, señor. Entrenamiento con los jóvenes
mortífagos –explicó escuetamente, señalando
con la cabeza hacia el exterior del círculo, donde todavía
esperaba el numeroso grupo del que él era líder-.
Crabbe contactó conmigo para comunicarme la muerte de Narcissa
Malfoy, y he venido lo más rápido posible.
La
frialdad con la que Draco se refirió a su madre fallecida
impresionó al mismísimo Voldemort, quien empezó
a sacar paralelismos del joven mortífago y él mismo...
- Tu madre murió ayer por la noche, Draco –informó
Lucius a una señal del Innombrable-. Se resistió a
obedecer las órdenes de nuestro amo, y pagó las
consecuencias. Tuvimos que enterrarla antes de poder avisarte, hijo.
Draco no parpadeó. Intuía que su padre le estaba
mintiendo, o al menos que no le estaba contando toda la verdad. Pero
eso, en aquellos momentos, no importaba.
- Su muerte deshonrosa es
una vergüenza –continuó Lucius- una mancha que yo
tendré que asumir, pero que tú puedes limpiar.
A
esas alturas, el agua empapaba ya hasta el último centímetro
de la piel de Draco, pero el frío que había sentido
hasta entonces no fue nada comparado con el terror helado que se
extendió por sus entrañas. Porque Draco Malfoy no era
ningún ignorante, por no decir que lo sabía todo sobre
las costumbres de los mortífagos. Cuando el miembro de una
familia mortífaga era castigado por Voldemort, la vergüenza
y la sospecha se extendía hacia toda la familia.
A no ser
que la familia repudiara al muerto... en uno de los rituales más
horribles de los que Draco tenía conocimiento.
Pese a todo,
no hubo sombra de duda en su rostro, ni titubeos. Mirando a su padre,
asintió.
- Dime lo que tengo que hacer, padre.
Lucius
Malfoy se permitió una tenue sonrisa, al tiempo que un
murmullo de admiración se extendía entre el grupo. La
frialdad de Draco era ya legendaria, pero el ritual, ya desagradable
para un primo o un hermano, para un hijo podía resultar
insoportable. Hasta la fecha, tan sólo algunos de los
mortífagos más siniestros habían conseguido
repudiar a su padre o su hijo muerto sin derrumbarse en el proceso.
Pero Draco estaba decidido. Silenciosamente, pidió perdón
a su madre, mientras el Señor Tenebroso se acercaba lentamente
a él. Y, cuando Voldemort le susurró al oído lo
que debía de hacer, su semblante siguió inmutable. La
mano ni siquiera le temblaba cuando sacó la varita y apuntó
a la tumba.
Diez minutos después, Draco conjuró la
Marca Tenebrosa encima del cementerio, cubriendo justo lo que había
sido la tumba de los restos mortales de Narcissa Malfoy. Para
entonces, Gregory y Vincent habían tenido que retirarse, al
igual que la mayoría de los mortífagos, horrorizados y
asqueados por lo que estaban contemplando.
Tan sólo
quedaron en el cementerio Blaise y Pansy, pálidos y
temblorosos; el círculo íntimo de Voldemort, con los
Lestrange sonriendo sádicamente, Snape hierático como
siempre, el propio Señor Tenebroso y los dos Malfoy, padre e
hijo, contemplando con idéntica indiferencia lo que algún
día fuera el cuerpo de la madre de familia.
- Te felicito,
Lucius –susurró Voldemort, mirando con aprobación al
joven Draco-. Siempre pensé que la influencia de Narcissa le
estropearía. Pero, sin lugar a dudas, tu hijo será el
mejor de mis seguidores, el más digno.
- Gracias, señor
–replicó Lucius, sin poder disimular la alegría y el
orgullo paternal que hinchaba su pecho.
Después Voldemort
se acercó a Blaise, Pansy y Draco. Los tres se dispusieron a
arrodillarse, pero el Señor Tenebroso, en un gesto totalmente
insólito, detuvo al hijo de Lucius antes de que su rodilla
tocara la tierra. Después, colocó sus manos en
sus hombros, su rostro inhumano a apenas unos centímetros del
de su joven seguidor.
- Ya no tienes que arrodillarte ante mí,
joven Draco. Te has ganado a pulso mi confianza y mi aprecio. Sigue
así, y algún día serás el segundo hombre
más poderoso sobre la faz de la tierra.
Draco no contestó.
Miró al repugnante ser a los ojos, disfrutando de sus nuevas
prerrogativas, y, con gran placer, pensó, sabiendo que el
Innombrable no podía leerle la mente, que algún día
no muy lejano la persona a la que verdaderamente servía con
absoluta fidelidad acabaría con aquella sabandija, obligándola
a cerrar sus malignos ojos para siempre.
Una semana después de su cumpleaños,
Harry yacía en su cama de Grimmauld Place, observando la
oscuridad mientras escuchaba los suaves ronquidos de Ron.
Porque
ahora no sólo era Draco el que tenía pesadillas. En
cuanto cerraba los ojos, el rostro cerúleo de su fallecido
primo Dudley se dibujaba en su mente. En cuanto se dormía, los
Dursley se apoderaban de sus sueños, haciéndole
despertar empapado en sudor.
Ahora comprendía a Draco.
Por
eso, cuando a las cinco de la mañana, Harry despertó
después de una vívida pesadilla en la que un Dudley
bañado en sangre le pedía explicaciones acerca de su
muerte, decidió no volver a dormirse. Abrió de par en
par los ojos, e intentó distraer su mente en otras cosas.
No
obstante, pocos minutos después, sintió que sus ojos se
cerraban cada vez más, mientras el sueño volvía
a inundar su cuerpo...
Se enderezó de golpe, sobresaltado.
Apenas quedaba una hora para que Grimmauld Place volviera a hervir de
actividad. Sólo tendría que aguantar una hora más.
De
repente, recordó algo. Intentando no despertar a Ron, salió
de la cama y rebuscó en su baúl. Sus dedos toparon con
la caja que contenía los objetos que le había regalado
Draco, y, tras abrirla, sacó el álbum de fotos de su
interior.
Volvió a la cama, preguntándose cómo
había podido olvidar aquél álbum durante una
semana. Aprovechando la luz, escasa pero suficiente, que ya empezaba
a invadir la habitación, lo abrió.
Y el rostro de su
padre cuando tenía once años le saludó
tímidamente desde un nutrido grupo de pequeños
Gryffindors, todos con la misma expresión entre nerviosa y
asustada.
Bueno, todos no. Junto a su padre había un niño
al que Harry reconoció de inmediato. Un niño que,
seguro de sí mismo, miraba a la cámara con una
elegancia que parecía formar parte de su ser.
Por segunda
vez, Harry advirtió el parecido entre Draco y Sirius, primos
lejanos al fin y al cabo.
- Elegancia Black... –masculló
para sí.
Al otro lado de su padre destacaba otro niño,
mortalmente pálido y de aspecto desvalido. Remus Lupin parecía
recién salido de una de sus transformaciones y Harry pensó
que, muy probablemente, así había sido.
Entonces su
rostro se crispó en una mueca de desprecio. Porque unos dos
puestos más allá de Lupin, Harry reconoció a
otro de los niños. Y su mirada taladró con odio al por
entonces pequeño Peter Pettigrew. Con sus ojos acuosos de
aspecto inocente observando la cámara con aprensión,
nada hacía presagiar que aquél niño de once años
era un futuro traidor.
Lily Evans también estaba allí,
bastante lejos de los que un tiempo después serían los
merodeadores. Su expresión, inocente e inteligente al mismo
tiempo, le recordó a su amiga Hermione.
Harry pasó
la página. Pronto adivinó que aquél álbum
era un conjunto de instantáneas de los momentos más
significativos de su padre en Hogwarts. Ignoraba cómo había
conseguido James Potter aquellas fotos. Algunas eran sin lugar a
dudas recortes de los periódicos, mientras que otras habían
sido tomadas, sin lugar a dudas, por algún profesor.
Entonces, llegó a una instantánea que llamó
su atención. Porque su padre vestía su túnica de
quidditch, la misma túnica escarlata que ahora estaba
cuidadosamente doblada y guardada en su baúl. Estaba rodeado
de los seis miembros restantes del equipo de quidditch de Gryffindor.
Tendría unos doce años, y mientras el capitán,
un tipo alto que guardaba un gran parecido con Oliver Wood, sostenía
sonriente la copa, su padre mostraba en su puño cerrado una
snitch cuyas alas se movían sin cesar.
Era un recorte de El
Profeta. El pie de página rezaba "Potter, nuevo
buscador del equipo de quidditch de Gryffindor, ayudó a su
equipo a ganar la Copa atrapando espectacularmente la snitch en menos
de cinco minutos. El Profesor Slughorn, jefe de Slytherin, entregará
la Copa después de haberla guardado en su despacho durante
cinco años consecutivos".
Al recorte la seguía una
foto, mucho más informal, que mostraba el momento de la
celebración del título en el mismo campo de
quidditch.
Los jugadores de aún estaban vestidos con sus
túnicas, descolocadas y sucias de tierra. James Potter, el
jugador más joven, estaba a hombros de dos alumnos de
Gryffindor: Sirius y Lupin, evidentemente. Peter andaba por allí,
mezclándose tímidamente con el resto del equipo. Todos
reían, saludaban y hacían gestos de victoria. Pero, en
un momento dado, James giraba la cabeza para mirar hacia su derecha.
Y, siguiendo la dirección de su mirada, Harry descubrió
a su madre.
Y entonces el corazón le dio un salto en el
pecho, y tuvo que incorporarse bruscamente y mirar la foto más
de cerca, para estar seguro de lo que veía.
Lily Evans, en
un extremo de la foto, más bien parecía estar allí
por compromiso que porque participara realmente en la alegría
por la victoria de su equipo. No llevaba ni siquiera una bufanda del
equipo de Gryffindor, nada que indicara que diez minutos antes había
estado en el campo apoyando a gritos a los leones.
Pero no fue
ella ni su extraña actitud lo que llamó la atención
de Harry. Lo que verdaderamente le sorprendió fue que, junto a
su madre, una cara conocida, muy conocida, observaba con aburrimiento
a los recientes campeones.
Un rostro provisto de una nariz
ganchuda, y unos ojos negros, inteligentes y algo desdeñosos.
El pelo, negro como ala de cuervo, le caía sobre la frente, y
él se lo apartaba con aire distraído. Tampoco llevaba
ninguna señal que le identificase como un fanático del
quidditch, aunque en su pecho destacaba claramente el escudo de
Slytherin, que algunos de los de Gryffindor miraban con sorpresa y
algo de desdén.
Harry no supo qué le sorprendía
más: si ver a Severus Snape fotografiándose junto a los
aficionados de Gryffindor, o ver a Severus Snape en compañía
de su madre.
Todos enmudecieron cuando Draco Malfoy entró
a la lóbrega mazmorra. Sonrió ligeramente: Slytherins
hasta la muerte, si se les pedía que buscaran un lugar secreto
para reunirse, invariablemente acababan eligiendo un lugar tan
lóbrego y oscuro como el que era la casa común de las
serpientes de Hogwarts.
Cerró la puerta con un conjuro y
miró los rostros que le rodeaban, satisfechos. De los
cincuenta jóvenes que dirigía para Voldemort, unos
treinta se hallaban allí. Y esperaba ampliar esa cifra, ahora
que estaba contactando y convenciendo a antiguos alumnos de la casa
de Slytherin.
A pesar de todo, detectó un poco de miedo y
confusión en los ojos que le miraban. Rápidamente
adivinó por qué.
- Si os lo estáis
preguntando, os diré que no, no me siento orgulloso de lo que
he hecho esta mañana –anunció cruzándose de
brazos-. Así que no tenéis que tener miedo. Yo no voy a
cambiar de bando.
Hubo un par de suspiros de alivio, mientras
todos se relajaban. Blaise y Pansy se sentaron entre los demás.
Draco, sin embargo, se quedó de pie.
Porque, mientras la
Orden del Fénix reclutaba a más gente, Draco Malfoy no
había perdido el tiempo precisamente. Actuando por su cuenta,
guiado por el desdén por las normas que caracterizaba a los
miembros de su casa, empezó a ampliar el pequeño grupo
de Slytherins anti-mortífagos que se había creado
espontáneamente el día en que Blaise y Pansy le
confesaron que ellos tampoco sentían ningún aprecio por
Lord Voldemort. Al principio fue difícil: al fin y al cabo,
tenían que andar con pies de plomo, pues el más mínimo
error podía ser mortal. Pero con paciencia, y después
de muchas investigaciones y muchas horas observando todas y cada una
de las reacciones de los mortífagos más jóvenes
mientras estaban en presencia de Voldemort, consiguió hacerse
una idea de quiénes eran unos fanáticos seguidores del
Señor Tenebroso, como por ejemplo Vincent y Gregory, y quiénes
simplemente estaban allí por imposición paterna, como
él mismo.
No obstante, le llevó casi dos años
constituir aquél pequeño pero nada despreciable grupo.
A base de mucha paciencia, grandes dosis de veritaserum y
algunos encantamientos para alterar la memoria, Draco había
conseguido contactar con aquellos que estaban dispuestos a luchar
contra Voldemort hasta las últimas consecuencias. Y
convencerles de que había un camino, una forma de oponerse a
él desde el mismísimo corazón de la organización
tenebrosa.
Ahora estaba en condiciones de confiar plenamente en
todos y cada uno de los jóvenes que estaban allí. Al
fin y al cabo, todos conocían el destino que aguardaba a los
traidores entre las filas de los mortífagos, incluso si ese
traidor desenmascaraba a sus compañeros. Lord Voldemort no
conocía el perdón. Y, gracias a ello, Draco estaba
plenamente seguro de la fidelidad de sus compañeros.
No
obstante, su actuación de aquella mañana había
despertado viejas dudas y temores.
Draco sonrió con
amargura, mirando de nuevo a sus acólitos.
- Si se os ha
ocurrido la descabellada idea de que quizá Voldemort me esté
utilizando para descubrir a los posibles traidores, olvidadlo. Él
me mataría tan sólo si descubriera que me atrevo a
pronunciar su nombre. Y vosotros lo sabéis mejor que yo.
-
Perdona, Draco –tomó la palabra Montague, uno de los que le
había observado con aprensión.- Es que esta
mañana...
Un destello de dolor en los ojos de su jefe le
hizo arrepentirse de haber aludido a la macabra ceremonia de aquella
mañana. Pero Draco recuperó rápidamente la
compostura.
- Al menos me ha servido para entrar de una vez por
todas en el círculo de confianza de Voldemort –confesó.
-
¿En serio! –exclamó Millicent Bulstrode,
inclinando hacia el frente su enorme corpachón-. ¡Ya le
tienes, Draco, lo has conseguido!
Murmullos de entusiasmo
surgieron en la secreta mazmorra. Draco se permitió una
sonrisa, pero no les dejó continuar.
- Siento devolveros
tan bruscamente a la realidad, pero la auténtica guerra está
aún por venir –les cortó suavemente, situándose
en el centro de la habitación.
- Eso ya lo sabemos –repuso
Pucey suavemente-. Pero, al menos, ahora podrás comunicarle
los planes secretos del Señor Tenebroso a ese Gryffindor novio
tuyo¿no?
Unas cuantas risillas surgieron a las palabras
del antiguo jugador de quidditch. Draco hizo una mueca.
- Primero,
llama a Voldemort por su nombre, Adrian, no te va a pasar nada.
Segundo, yo no le comunico mis planes a Harry, sino a Dumbledore, que
es el jefe de la Orden del Fénix. Y tercero, sí, cuando
llegue la hora estaremos mejor preparados. Sobre todo si tenemos en
cuenta que, gracias al entrenamiento extra, nosotros estamos
mejorando más que esos fanáticos –añadió,
refiriéndose a los jóvenes leales a Voldemort- y que,
curiosamente, Voldemort nos está otorgando los mejores puestos
con preferencia a ellos.
Como buenos Slytherin, todos sonrieron
astutamente al apreciar la ironía de la situación.
-
De todas formas, Draco –intervino Flint- tendrías que tener
cuidado con Nott.
- ¿Qué pasa con Theodore?
–preguntó Malfoy.
- Que es un verdadero fanático,
y desde el principio te ha tenido envidia por lo mucho que te aprecia
Vol... Voldemort –Marcus pronunció el nombre con una mueca
de desagrado, pero se recuperó rápidamente-. Si nos
descubriera...
- Nott no nos va a descubrir. Es incapaz de ver más
allá de su nariz, cuando habla con una persona sólo se
fija en si es sangre limpia o no, el resto le da igual. Puede que me
tenga envidia, pero no se atreverá a criticarme delante de
Voldemort. Al menos, mientras no demuestre su valía ante
él.
Marcus Flint pareció apaciguarse, aunque cruzó
una mirada de preocupación con su amigo Warrington. Draco
Malfoy decidió desviar el tema, porque tampoco él las
tenía todas consigo cuando pensaba en el inquieto y fanático
Theodore Nott.
- En cualquier caso, os informo de que nos espera
un año muy movidito. Voldemort está organizando unas
cuantas incursiones, en las que por supuesto nosotros formaremos
parte... –suspiró- y una de ellas será muy
especial...
- ¿De qué hablas? –preguntó
ásperamente Millicent.
- Tendremos que atacar Hogwarts
–anunció Draco, cruzando los brazos a la espalda.
En
silencio escuchó las exclamaciones de sorpresa de sus
compañeros, y vio sus caras de horror.
- El objetivo, por
supuesto, será matar a Albus Dumbledore.
- ¿Vas
a matar a Dumbledore! –exclamó Adrian, abriendo
desorbitadamente los ojos.
Draco no contestó
inmediatamente. Se pasó distraídamente la mano por el
pelo, mientras paseaba por la habitación, pensativo.
- Aún
no he hablado con Albus sobre ello –reconoció-. Pero mucho
me temo que hace tiempo que él se lo espera.
- Pero,
Draco... –murmuró Pansy.
- Yo tampoco quiero hacerlo
–aclaró, apoyándose en el respaldo de un viejo
sillón-. Y en circunstancias normales preferiría
dejarme matar por esa sabandija que asesinar a alguien que se ha
portado tan bien con nosotros. Pero ya sabéis lo que está
en juego.
- Claro que lo sabemos –repuso Blaise- Somos el
Ejército de Potter¿no?
Hubo algunas risas
disimuladas, y Draco frunció el ceño. Desde un
principio se había sentido en la necesidad de ser totalmente
sincero, y explicarles a todos por qué luchaba. De otro modo,
nadie entendería por qué precisamente Draco Malfoy era
quien estaba organizando la resistencia contra Voldemort. Y, para su
sorpresa, la mayoría parecieron aceptar su relación con
Harry con cierto alivio, pues representaba un seguro para sus propias
vidas. En algún momento, Blaise había propuesto
jocosamente que, a imitación del archifamoso ED, se hicieran
llamar el Ejército de Potter. Y, para desesperación de
Draco, el nombre había tenido aceptación, tanta que
algunos ya le preguntaban por las próximas reuniones del EP en
voz baja cuando se lo encontraban por algún pasillo del
cuartel general de Voldemort.
- Pues por eso mismo –replicó
Malfoy, fulminando al divertido Blaise con la mirada-. Hablaré
con Albus: si él piensa que puede escapar de Hogwarts cuando
nosotros entremos, que lo haga. Pero si cree que lo mejor es que le
matemos... no quiero que nadie se eche atrás.
En la
mazmorra se hizo un repentino silencio. Todos sabían que Draco
podía ser inflexible, como inflexibles eran sus ojos grises y
su varita cuando había que hacer algo, por difícil que
fuera. El joven Malfoy había llegado a querer al director de
Hogwarts, al que consideraba su protector. Pero, si él
ordenaba que le matasen, obedecería sin dudar. Y ay de aquél
que titubease o se echara atrás. Malfoy era un jefe
comprensivo, pero también terriblemente estricto cuando la
situación lo requería.
- ¿Dumbledore te ha
comentado algo antes? –preguntó Pansy, rompiendo el incómodo
silencio.
- Específicamente no. Pero él está
convencido, y así lo ha dicho varias veces, de que no verá
el final de esta guerra –bajó la voz, apesadumbrado-.
Considera su muerte necesaria, y hace tiempo que está
preparado para entregar la vida por la causa.
Un espeso silencio
siguió a las palabras de Draco. El jefe de los jóvenes
mortífagos no habló, dejando que todos se
concienciaran, que se amoldaran a la nueva situación. Cuando
habló de nuevo, su voz estaba llena de esperanza.
- Ya nos
queda poco, chicos. Menos de un año, y esta desagradable
situación habrá acabado para siempre.
- ¿Y
cómo sabemos que no moriremos todos en el intento? –preguntó
Warrington, frunciendo el ceño- ¿Cómo sabremos
que este año no comenzará, precisamente, un nuevo
reinado de terror del Señor Tenebroso, y que a nosotros no nos
matarán por traidores?
- Porque Lord Voldemort está
viviendo, sin saberlo, el último año de su vida. Harry
luchará contra él y le vencerá limpiamente, de
eso no tengáis la menor duda.
Y en los ojos de Draco
brillaba tal seguridad, tal fe ciega en Harry Potter, que sus
compañeros no pudieron evitar sentirse contagiados por la
decisión que embargaba al príncipe de Slytherin.
Blaise
y Pansy cruzaron una mirada. Ambos estaban pensando lo mismo, aunque
se guardarían mucho de decirlo: aunque Harry no ganara, más
les valía estar muertos que vivir sirviendo a Lord Voldemort.
Y no era por nobleza ni por escrúpulos: ya habían visto
demasiado del inquietante mundo que giraba en torno al Señor
Tenebroso como para darse cuenta de que vivir con él no era
precisamente un camino de rosas.
- Un año más
–repitió Draco, atrayendo la atención de todos- y
seremos libres. Hasta entonces, amigos, aguantad.
Sin más,
Draco hizo una seña a Blaise y Pansy. Sus dos fieles amigos le
siguieron hasta el exterior de la mazmorra.
Poco a poco, los
rebeldes mortífagos fueron saliendo en silencio, repitiendo
mentalmente todas y cada una de las palabras de Draco Malfoy. Para
ellos, Draco era más que un compañero, más que
un líder, más incluso que un amigo: aquél niño
al que conocían desde los once años se había
convertido en el hombre que les prometía lo que jamás
llegaron a soñar, lo que Voldemort pretendía
arrebatarles: vivir en paz. Era lo único que los ambiciosos
Slytherin deseaban: una vida sin guerras, una vida tranquila, una
vida como la que habían disfrutado antes de que
Quien-no-debía-ser-nombrado resurgiera de nuevo aquél
infame día, llevándose por delante al bueno de Cedric
Diggory. No querían seguir los pasos de sus padres, cuya vida
habían desperdiciado sirviendo una causa absurda. Al fin y al
cabo, las causas perdidas eran terreno de los Gryffindor; un buen
Slytherin no entregaba su vida por nada de lo que no pudiera extraer
algún beneficio.
Y lo único que extraerían de
Lord Voldemort sería desgracias, humillación y muerte.
Movidos por ese único deseo, los alumnos de la casa de
Salazar Slytherin acabaron uniéndose a la lucha definitiva
contra el mal. Y, aunque sabían que no podrían decirlo
en voz alta hasta que llegara el día definitivo, por primera
vez sintieron el invisible lazo que les unía con sus
ex-compañeros de colegio, el lazo que había sido el
distintivo que había marcado la fundación del colegio
Hogwarts. El saber que, llegado el momento, estarían todos en
el mismo bando, que la barrera que separaba a los Slytherin del resto
del mundo había desaparecido, supuso una agradable novedad en
todos aquellos ex-alumnos. Y, cuando el último de ellos
abandonó la mazmorra en la que se reunían secretamente,
en sus corazones había aparecido un nuevo e imperioso deseo:
que llegara de una vez el momento de ver desaparecer a Voldemort, y
acabar con el odio que éste había sembrado en la
Comunidad Mágica.
