Lucharé a tu lado
Género: T.
Advertencia:
Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico,
vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer:
Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera,
primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no
existiría.
Capítulo 19: Una nueva vida
Draco gruñó cuando la Sra. Pomfrey
empezó a curarle la herida del rostro.
- Vamos, quejica,
aguanta un poco –le pinchó la enfermera, sonriendo a Harry
por encima del hombro de Draco-. Siempre ha sido un exagerado¿sabes?
- Lo sé –respondió Harry, sonriendo
a su vez con malicia- yo estaba delante cuando Buckbeak le
atacó en tercero.
- ¡El maldito hipogrifo casi me
mata! –exclamó indignado Draco, mirando de hito en hito a
ambos.
- Oh, sí, claro –replicó la Sra. Pomfrey,
poniendo los ojos en blanco y cruzando una mirada cómplice con
Harry, quien ahogó una risa.
Draco frunció el ceño
y le lanzó una mirada de advertencia. Harry ni se inmutó.
Ahora todo eran bromas y sonrisas en la enfermería, pero hacía
veinte minutos, cuando la Sra. Pomfrey había empezado a
examinar a Draco, sudaba en frío al pensar que la maldición
de Lucius podía haberle dejado alguna secuela al Slytherin.
No
obstante, no era así. Draco estaba perfectamente sano, tan
sano como él mismo lo había estado cuando sobrevivió
con un año al ataque de Voldemort. El único resto que
quedaba de la maldición asesina en el cuerpo de Draco era la
cicatriz que había aparecido en su espalda, justo en el lugar
en donde había impactado el rayo verde.
- Al final vamos a
acabar pareciéndonos más de lo que habíamos
imaginado... –comentó Harry distraídamente, mirando
cómo Draco, ya completamente curado, se abrochaba la camisa
blanca del uniforme.
El Slytherin ni siquiera tuvo que mirarle
para adivinar en qué estaba pensando.
- Al menos no tiene
forma de rayo –replicó, sarcástico, mientras, con
dedos ágiles y expertos, se hacía el nudo de la
corbata.
Harry soltó un bufido.
- Venimos de una guerra,
Draco, nadie le va a quitar puntos a Slytherin si hoy no llevas el
uniforme en perfecto estado de revista –protestó al ver cómo
se retardaba su novio terminando de vestirse.
Imperturbable, Draco
se colocó el jersey y se pasó la mano por el pelo
rubio, sonriendo irónicamente a Harry.
- Que venga de
luchar no quiere decir que tenga que ir hecho un desastre –repuso
tranquilamente, sus ojos burlones brillando al mirar a Harry-. Eso lo
dejo para ti.
Harry, que llevaba la túnica de Gryffindor
abierta encima de la camisa blanca salpicada de sangre, ignoró
la indirecta de Draco. Plantándose frente al camastro, le
tendió la mano. La Sra. Pomfrey contuvo una sonrisa cuando
Potter, con infinito cuidado, ayudó a Malfoy a ponerse en pie
y a cubrirse con la túnica del colegio. Inexplicablemente, el
Gryffindor había salido casi ileso de su enfrentamiento con
Voldemort; apenas un par de quemaduras destacaban en su cuerpo. Al
Slytherin, sin embargo, una vez abandonado el calor de la lucha, le
dolía hasta el último músculo. La Sra. Pomfrey
dictaminó que el dolor era consecuencia de la maldición
asesina, y pronosticó que se le pasaría en un par de
días. Draco confiaba en que así fuera, y salió
trastabillando del cubículo especial que habían
habilitado en la enfermería, apoyado en un solícito
Harry. Ya en el centro de la estancia, contemplaron en silencio la
apariencia que presentaba: las camas estaban protegidas ahora por
biombos, y por doquier se escuchaban gritos y gemidos de
dolor.
Habían tenido suerte, sin duda alguna. Lo supieron
en cuanto llegaron al patio donde habían dejado a los
Slytherin y al resto de miembros de la Orden del Fénix. Allí
les aguardaba un panorama dantesco.
Estremecidos, los recién llegados
pasearon sus ojos por una auténtica alfombra de cadáveres
que cubría el suelo. Aliviados comprobaron que la mayoría
vestían la túnica negra de los mortífagos.
Rápidamente
todos se acercaron a ellos. Draco se fundió en un abrazo con
Blaise Zabini y Pansy Parkinson, y, para asombro de todos, la
Slytherin besó a Harry en la mejilla.
Poco a
poco, todos fueron desfilando ante ellos, y con creciente aprensión
fueron notando ausencias destacables. Anthony Goldstein había
sido el primero en morir. Con lágrimas en los ojos Pansy contó
cómo el Ravenclaw la había protegido con su propio
cuerpo. Tras Anthony habían caído una cantidad
considerable de Gryffindors y Ravenclaws que insistieron en formar
una barrera frente a los Slytherin. Hermione apenas pudo contener un
chillido cuando vio el cuerpo de Lavender Brown, a sólo unos
metros del de Padma Patil. Parvati jamás lograría
superar del todo la muerte de su hermana y su mejor amiga. Acabaría
en San Mungo, víctima de una depresión tras otra.
En
ese momento fue cuando empezaron a sentirse agobiados. Todo el mundo
había perdido a alguien y todos querían hablar de ello.
En el atrio empezaron a circular las historias que después se
publicarían en la prensa, historias de amistad, valor y
muerte. Todo el mundo acabó sabiendo que Justin
Finch-Fletchley había cargado con el cuerpo de su amigo Ernie,
gravemente herido, y lo había puesto en un lugar seguro antes
de volver de nuevo a la batalla en donde finalmente encontraría
la muerte. Alguien le contó a Harry que en un determinado
momento los miembros veteranos de la Orden consiguieron llegar hasta
allí, y todos pudieron ver cómo Snape, apareciendo de
repente, delatando su verdadera filiación, le había
salvado la vida a McGonagall librándole de un mortífago
que se abalanzaba sobre su espalda. Terry Boot relató a todo
el que quiso oírlo los pormenores de cómo Warrington le
había apartado bruscamente haciendo uso de sus enormes
músculos para derribar al mortífago que había
estado a punto de matar al Ravenclaw. No se dio cuenta de que otro
seguidor de Voldemort le estaba apuntando en aquel preciso
instante.
Y así hasta el infinito.
Harry
se sintió aliviado cuando vio aparecer a Lupin, Tonks, Ojoloco
y los Weasley, todos en perfectas condiciones. Charlie también
estaba bien, aunque cojeaba ligeramente de una pierna, tara que
mantuvo para el resto de su vida. Diggle y Kingsley no tuvieron tanta
suerte: habían muerto intentando proteger a unos alumnos que
habían tenido la mala fortuna de dejarse acorralar por un
grupo numeroso de mortífagos.
Harry, Draco y los
que habían sobrevivido al encuentro con Lord Voldemort pronto
se vieron bombardeados a preguntas, conminados a relatar una y otra
vez lo que había sucedido junto a la fuente. Lo que nadie se
atrevió a preguntar es por qué Harry cogía de la
mano a Draco, aunque las miradas inquisitivas fueron tan constantes
que Draco se sintió profundamente agradecido cuando Harry
explicó, con naturalidad y sencillez, que hacía tiempo
que ambos estaban saliendo juntos.
Afortunadamente, los
magos del Ministerio y el Wizengamot aparecieron pronto por allí.
El jefe de aurores había muerto, pero Lupin y los veteranos de
la Orden les acompañaron con gusto hacia el interior del
Ministerio, buscando comprobar con sus propios ojos que Lord
Voldemort estaba muerto. Snape, por contra, prefirió quedarse
con sus alumnos.
El profesor se sentía confuso y
desbordado por la emoción que sentía, aunque su rostro
permanecía inalterable en su máscara de indiferencia.
Odiaba no saber lo que iba a suceder a continuación, y temía
por sus alumnos de Slytherin. Podían haber ayudado a Harry,
sí, pero antes habían cometido numerosas fechorías
y sin duda el Ministerio querría investigarles. Snape rezó
porque en el Ministerio hubiera alguien que, como Dumbledore, también
creyera en las segundas oportunidades.
Una cosa estaba
clara: los de Slytherin no estarían solos. Paseando la mirada
por el lugar, Severus Snape comprendió que el antiguo
aislamiento de su casa había terminado. Hannah Abbott y Terry
Boot reanimaban en ese momento a Graham Montague, que estaba cubierto
de sangre pero vivo. Un medimago se presentó con urgencia para
atender a Ernie, y fue el fornido Flint quien le ayudó a
moverle. Por doquier los alumnos, mezclándose y ayudándose
los unos a los otros, habían empezado a reanimar a sus
compañeros aturdidos, y a identificar a los que habían
muerto. Los que acababan de llegar pronto se sumaron a la tarea, y se
pudo ver a Draco, Harry, Neville y Ron, siguiendo las directrices de
Hermione, rescatando juntos a Dennis Creevey, que, herido, había
quedado inmovilizado por el cadáver del mortífago con
el que había estado luchando. Al parecer, ya nadie pensaba
permanecer impasible mientras la vida de uno solo de sus compañeros
peligrara.
- Sra. Pomfrey¿cómo está
Ernie? –preguntó Harry a la sanadora, que en ese momento
abandonaba el cubículo donde había curado a Draco.
La
encargada de la enfermería suspiró con tristeza.
-
Hablé con un medimago de San Mungo hace un rato. Se
recuperará, pero tiene el brazo izquierdo muy dañado.
Probablemente no podrá volver a usarlo.
- Al menos está
vivo... –repuso Harry, aliviado. De todos sus conocidos, Ernie era
el que peor estaba.
- Sí, es una suerte. Bueno, a vosotros
dos ya no se os ha perdido nada aquí. La directora ha ordenado
que vayáis todos al comedor, y vuestros amigos ya están
allí, así que...
Harry y Draco se apresuraron a
obedecer a la estricta sanadora, y abandonaron rápidamente la
enfermería.
Cuando los altos cargos del Ministerio habían
vuelto, hablando apresuradamente entre susurros con McGonagall, todos
se habían dado cuenta de que algo iba mal. La directora tenía
los labios apretados en un rictus de indignación, mientras
escuchaba airada a una bruja de pelo crespo que farfullaba algo
mientras dirigía disimuladas miradas a Snape y a los
Slytherin. El resto de magos observaban en silencio a las dos brujas.
Al fin, cuando los jóvenes que habían combatido contra
Voldemort se congregaron alrededor de ellos, Amelia Bones, quien
hasta entonces se había mantenido en un segundo plano,
interrumpió a la bruja y, tras abrazar a Susan, tomó la
voz cantante.
- Para empezar quisiera daros las gracias por
lo que habéis hecho hoy –dijo Amelia, recorriendo el grupo
con la mirada- habéis combatido con valor, y todos os debemos
la vida.
Pese a las palabras de Amelia, Harry no pudo
dejar de advertir que los Slytherin habían ido retrocediendo
paulatinamente, ocultándose tras sus compañeros.
Preocupado, notó que la mano de Draco temblaba bajo la suya, y
la apretó con más fuerza.
La inteligente
Amelia también advirtió la reticencia de los jóvenes
ex-mortífagos. Abriendo los brazos, sonrió.
-
Y cuando digo a todos quiero decir a todos –reiteró en un
tono cálido que les reconfortó.
La bruja
que había estado discutiendo con McGonagall hizo un mohín
de disgusto, pero Amelia aparentó no advertirlo.
-
No obstante, hay algunas cosas que tendremos que hablar –siguió,
y, aunque su voz invitaba a la calma, en más de un rostro se
reflejaba el desasosiego-, pero son cerca de las doce del mediodía,
la mayoría de vosotros estáis heridos y apuesto a que
también hambrientos. Así que vuestra directora –hizo
un ademán de reconocimiento en dirección a McGonagall-
amablemente nos ha invitado a comer hoy en Hogwarts.
-
Los heridos de gravedad han sido trasladados a San Mungo –intervino
McGonagall, alzando la voz-. A los demás os curará la
Sra. Pomfrey cuando lleguemos a Hogwarts. Os ruego que, en cuanto
salgáis de la enfermería, os dirijáis
inmediatamente al Gran Comedor. Ya tendremos tiempo para cambiarnos
de ropa y regalarnos un merecido descanso esta tarde. Antes hay un
par de asuntos que quiero comentaros¿de acuerdo?
Ante
la perspectiva de volver a Hogwarts a descansar, hubo un suspiro de
alivio unánime en el grupo de alumnos, que ya se imaginaban
pasando la tarde entre declaración y declaración en las
oficinas del Ministerio. Satisfecha, McGonagall se acercó a
Snape mientras todos se dispersaban.
- ¿Estás
muy herido, Severus?
Snape la miró agradecido, y
después negó con la cabeza.
- Entonces
podrás ayudarme a vigilar que los alumnos lleguen sanos y
salvos a Hogwarts –declaró mientras enroscaba su brazo en
torno al de Snape, que, atónito, tan sólo pudo mirar a
la directora con sorpresa. No obstante, la siguió dócilmente
hasta el exterior del Ministerio de Magia.
Cuando Harry y Draco entraron en el Gran Comedor,
todos se giraron a mirarles. Harry recorrió con la mirada la
estancia, tratando de ignorar la curiosidad que se reflejaba en las
decenas de rostros que le contemplaban. Advirtió que el
comedor estaba medio lleno, pues el resto de alumnos, los que no
pertenecían a la Orden del Fénix, habían sido
enviados a sus casas. Se había habilitado una mesa especial
para los magos del Ministerio, y también ellos taladraban con
la mirada, sin disimulo alguno, a los dos jóvenes.
Sorprendido
advirtió que Draco se separaba de él y daba un paso
hacia la mesa de Slytherin, más por instinto que por otra
cosa. Entonces, titubeante, miró a Harry.
- ¿Adónde
te crees que vas? –preguntó el moreno, agarrándole
del brazo y arrastrándole hacia la mesa de Gryffindor.
-
Harry, no creo que...-murmuró azorado el rubio, quien hasta
entonces sólo se había acercado a esa mesa para
provocar a Harry y sus amigos.
- ¿Has mirado a tu
alrededor? –le interrumpió su novio.
Confuso, Draco miró
con detenimiento las cabezas que le rodeaban. Y supo a qué se
refería Harry: repartidos irregularmente por el comedor, los
alumnos se habían mezclado. Las mesas de Slytherin y
Hufflepuff estaban casi vacías, y la mayoría de los
alumnos se habían apiñado en las de Gryffindor y
Ravenclaw, sin más orden que el de las amistades nuevas que se
habían creado ese día. Draco alzó una ceja con
incredulidad cuando Blaise y Pansy le saludaron, ambos sentados
frente a Ron y Hermione.
- Lo que me faltaba... –masculló
Draco, cuando Harry se sentó junto a sus amigos-. Si acabáis
sintiendo un extraño apego a los colores rojo y dorado, no
digáis que no os lo advertí.
- ¿Lo dices por
experiencia? –replicó Pansy.
- Lamentablemente sí
–dijo Draco, dejándose caer junto a Harry, quien
inmediatamente le pasó un brazo por los hombros. Suspirando
con satisfacción, apoyó su cabeza en el hombro del
Gryffindor.
En ese momento, la profesora McGonagall se levantó
de su asiento. Inmediatamente cesaron todas las conversaciones.
-
Antes de empezar a comer, hay un par de cosas que quiero que sepáis.
Amelia... –dijo, haciendo un ademán con la cabeza hacia
Amelia Bones.
La veterana bruja se puso en pie.
- Bien, ya que
el Ministro de Magia y varios de los altos cargos del Ministerio han
muerto, los jefes de departamento restantes y miembros del Wizengamot
hemos formado un gabinete de urgencia. El primer asunto ha tratar ha
sido la suerte que correrán los mortífagos que,
habiendo quebrantado su lealtad a Lord Voldemort, han luchado hoy
junto a la Orden del Fénix.
Harry sintió que el
cuerpo de Draco se tensaba bajo su brazo. Inmediatamente le atrajo
aún más estrechamente, a lo que el Slytherin respondió
con una mirada agradecida.
- Sé que algunos de los que
estáis aquí habéis cometido crímenes de
alta consideración –continuó Amelia, bajando la
cabeza para mirarles-. Pero también sé que hoy habéis
arriesgado vuestras vidas, y que muchos de los vuestros han caído
defendiendo la causa justa. Soy consciente de que vuestros anteriores
actos se debieron, sin duda, a la presión y a la amenaza de
Lord Voldemort. Así que...
- ¡No pensará
dejarlos ir sin más! –exclamó la bruja que antes
había discutido con McGonagall, poniéndose en pie de un
salto.
En aquél momento, Harry la reconoció: no en
vano había sido una de las que habían votado en contra
de él en la vista del Wizengamot que había tenido lugar
antes de comenzar quinto curso.
- ¡Ya hemos discutido sobre
esto! –replicó Minerva McGonagall, poniéndose de
nuevo en pie y fulminando con la mirada a la bruja- ¡y creo que
hemos llegado a una conclusión!
- Minerva tiene razón
–secundó Amelia.
Aquello pareció enfurecer a la
bruja, quien señaló con el dedo a Snape, su rostro
congestionado de ira.
- ¡Que absuelvan a estos chicos tiene
un pase¡Pero que uno de los mayores mortífagos siga
ejerciendo como profesor en Hogwarts, no...!
- ¡Severus
Snape seguirá siendo profesor de Pociones en Hogwarts hasta
que él mismo decida retirarse! –replicó McGonagall
con aspereza.
- ¡Pero es un peligro para los alumnos!
-
Discrepo –intervino una voz tranquila y conciliadora, y todos
miraron a Remus Lupin, quien, impávido, observó a la
bruja del Wizengamot desde la mesa de profesores-. Como usted debe de
saber, soy un hombre lobo. En una de mis transformaciones, por una
serie de circunstancias adversas que no viene al caso relatar,
amenacé gravemente la vida de tres de mis alumnos. El profesor
Snape se interpuso entre ellos y yo, protegiéndoles de mis
colmillos con su propio cuerpo.
Snape, que había seguido el
intercambio de opiniones con sorpresa e incredulidad, miró a
Lupin con la boca abierta. Sonriendo amablemente, Remus palmeó
el hombro de su viejo enemigo.
- El comportamiento respecto a los
alumnos de Severus siempre ha sido intachable –remató, y,
aunque su voz era tan sosegada como de costumbre, sus ojos retaban a
la bruja a contradecirle.
McGonagall miró a ambos,
satisfecha, e hizo una imperceptible señal de aprobación
a Lupin. La bruja, herida en su orgullo, miró a los alumnos.
-
Y en cuanto a ellos... –volvió a la carga de nuevo, al
parecer convencida de que ya nada podía decir contra Snape-
tendrán que demostrar que efectivamente no siguen siendo
fieles al lado oscuro... Empezando por el hijo de Lucius Malfoy, y
terminando por...
Hubo una exclamación de asombro general
cuando Harry Potter, repentinamente furioso, se puso en pie
bruscamente,
- ¡Harry! –le regañaron McGonagall y
Lupin al unísono, pero su alumno no les escuchó. En un
par de zancadas se plantó frente a la mesa de los magos del
Ministerio.
- ¡Draco Malfoy no tiene que demostrar nada,
señora! –rugió mientras miraba amenazadoramente a la
bruja-. ¡Ni él ni el resto de ex-mortífagos¡Porque, si usted hubiera estado hoy allí, luchando, en
lugar de quedarse cómodamente escondida, habría visto
cómo Malfoy estaba a punto de morir por mí, cómo
los Slytherin luchaban contra los otros mortífagos, y cómo
algunos de ellos morían para salvarnos! Así que, si
alguien tiene que demostrar algo, ése es el Ministerio de
Magia. Demuestren que son capaces de mantener la paz que nosotros
hemos conquistado con nuestra sangre mientras ustedes estaban en sus
casas, y hagan el favor de dejarnos vivir en paz.
Blanca como la
cera, la bruja miró cómo Harry daba media vuelta y,
aparentemente ya desahogada su furia, volvía a sentarse junto
a Malfoy. Abrazó estrechamente al rubio y la miró,
desafiante.
- El Sr. Potter lleva razón –intervino otro
mago, para sorpresa de todos.
- ¿Qué dices,
Tiberius? –graznó la bruja.
- Que Potter lleva razón
–replicó impasible el también miembro del
Wizengamot.
- Y es por eso que, en parte, estamos hoy aquí
–secundó Amelia Bones, tomando de nuevo la palabra-. Porque
somos conscientes de que el Ministerio no ha actuado demasiado bien
en los últimos tiempos. Harry lleva razón, ahora
tenemos que mantener esta paz que la Orden del Fénix ha
logrado instaurar matando a Lord Voldemort. Personalmente yo ya hablé
de este tema con Dumbledore... sabía que necesitaríamos
una mano firme y a la vez conciliadora, un hombre sabio a la cabeza
del Ministerio. Y por eso le propuse que se convirtiera en nuestro
nuevo Ministro de Magia cuando muriera Voldemort.
Hubo un murmullo
de sorpresa entre los alumnos y algunos de los profesores.
- Por
supuesto, él ya sabía que iba a morir, así que
rechazó el puesto. Pero me dio un nombre... la persona ideal,
según él, para ostentar la jefatura del Ministerio en
estos momentos. Un hombre justo y leal a los ideales de Dumbledore,
un miembro de la Orden del Fénix con experiencia en el
Ministerio, muy trabajador, inquebrantablemente honesto.
Arthur
Weasley palideció cuando se dio cuenta de que Amelia le miraba
directamente a él. La bruja sonrió.
- Después
de recabar apoyos, estoy en condiciones de pedirle, señor
Weasley, que se convierta en nuestro nuevo Ministro de Magia.
Molly
dio un chillido de sorpresa, sus hijos se miraron atónitos, y
Arthur siguió boquiabierto, incapaz de pronunciar una palabra.
Porque, durante años, la expresión "tienes tantas
posibilidades como Arthur Weasley de llegar a ser Ministro de Magia"
se había mantenido para designar las cosas más
imposibles e inverosímiles.
- No tienes que responder
ahora, Arthur –intervino McGonagall- pero permíteme decirte
que la comunidad mágica necesita más personas decentes
como tú. Y ahora quisiera hacer una proposición a todos
los que aún no habéis terminado los estudios en
Hogwarts, es decir, los que aún estás en séptimo,
sexto, e incluso en quinto.
Los aludidos se enderezaron en sus
asientos, y en el comedor volvió a reinar un silencio
sepulcral. A todos les interesaba escuchar lo que la directora tenía
que decir.
- Me gustaría que, a partir de la semana que
viene, retomarais vuestros estudios. Soy consciente de que, a estas
alturas, poco podemos ya enseñaros, pero también sé
que ahí fuera se va a armar un revuelo enorme en cuanto
vuestra hazaña trascienda. Además, el Ministerio de
Magia no va a hacer más concesiones ahora que Lord Voldemort
está muerto, y os harán falta los títulos de
magia para acceder a un trabajo cuando salgáis de aquí.
Y, personalmente, me gustaría poder despediros de vosotros
como lo merecéis.
Inmediatamente un rumor excitado recorrió
el comedor. La mayoría de los alumnos creían que no se
les permitiría volver a Hogwarts después de haber
perdido, en algunos casos, casi medio año de curso. Al
escuchar los animados murmullos y las sonrisas que intercambiaron,
McGonagall supo que la mayoría estaban ansiosos por volver al
colegio.
- Vosotros tampoco tenéis que contestarme
inmediatamente –añadió- y ahora, disfrutad de la
comida –dijo, mientras las mesas se llenaban de fuentes- os lo
merecéis.
Esta vez, los hambrientos miembros de la Orden no
se lanzaron inmediatamente hacia la comida. Todos empezaron a
preguntarse los unos a los otros si iban a aceptar la propuesta de
McGonagall.
- ¿Qué vas a hacer? –preguntó
Harry, mirando a Draco.
- ¿Tú quieres volver?
–preguntó a su vez el Slytherin.
- Sabes que sí.
Hogwarts es el único sitio donde he sido feliz –reconoció
el moreno con un suspiro de nostalgia, mirando las paredes del
comedor- y me gustaría terminar los estudios.
- Bien
–repuso Draco con tranquilidad, acercándose una fuente- pues
ya somos dos.
- ¿En serio? –exclamó Harry,
mirándole.
- Pues claro. Yo no me voy de aquí sin
obtener un Extraordinario en Pociones –replicó el rubio,
enarcando las cejas- y aún nos queda un partido que disputar,
Potter.
Harry esbozó una sonrisa burlona.
- Es decir,
aún tengo que volver a ganarte una vez más¿no?
–bromeó, recibiendo como respuesta un puñetazo no
demasiado cariñoso de Draco.
Tras la comida, todos se
reunieron de común acuerdo en la Torre de Gryffindor, que se
quedó pequeña para acoger, no sólo a los alumnos
y ex-alumnos, sino a los profesores y algunos cargos del Ministerio
que quisieron saber de primera mano qué había pasado en
el Ministerio de Magia. Fue Hermione la encargada de contar cómo
se había desarrollado la lucha final contra los partidarios de
Voldemort. Con la aquiescencia de Harry, relató también
cómo éste había conseguido derrotar al mago
tenebroso, sacrificio de Malfoy inclusive, confesando también
lo que había pasado después. Al llegar a ese punto, más
de uno le miró sorprendido, incluido el propio Draco, pero
nadie hizo un solo comentario.
El crepúsculo les encontró
a ambos a solas en la misma sala común, ya descansados y, para
alivio del pulcro Draco, duchados y cambiados de ropa. Estaban
esperando a que bajaran Ron y Hermione, para dirigirse, junto con
Blaise, Pansy y varios alumnos más, a dar un paseo por los
terrenos de Hogwarts.
- Harry... –empezó el Slytherin,
inseguro, sentado en el mismo sillón que su pareja- ¿qué
vamos a hacer ahora?
Harry levantó las cejas, sorprendido,
al escuchar la pregunta.
- Creía que estábamos de
acuerdo en que ambos íbamos a volver a Hogwarts.
Draco
soltó un bufido de impaciencia.
- Hablo de cuando nos
licenciemos, Harry. ¿Qué vamos a hacer cuando
abandonemos Hogwarts?
La pregunta parecía inocente, pero
Harry conocía demasiado bien a su novio para vislumbrar la
duda que reflejaban sus ojos. Algo le atormentaba.
- Suéltalo,
Draco –ordenó cariñosamente, clavando en él
sus ojos esmeralda. Tal y como había adivinado, el Slytherin
no tardó en ceder.
- Has sido muy valiente al permitir que
Hermione lo contara todo... –empezó, midiendo con cuidado
las palabras- porque sabes que tendrá repercusiones.
Harry
asintió.
- No me importa, Draco. Yo he derrotado a
Voldemort, he cumplido mi misión. Si ahora alguien está
aterrado pensando que voy a convertirme en una bestia como él,
ése es su problema, no el mío. Y tampoco el tuyo.
-
Ya lo sé –replicó Malfoy- pero pensé que... a
lo mejor te gustaría vivir fuera de aquí... de la
comunidad mágica.
- ¿Me estás ofreciendo
irnos a vivir como dos muggles, Draco? –replicó Harry,
sorprendido, enderezándose en el sillón para mirar
mejor a su novio- ¿No eres demasiado aristocrático para
eso?
- Muy gracioso, Harry –repuso Draco, entornando los ojos-.
Y sí, eso es justamente lo que te estoy ofreciendo, siempre y
cuando creas que así vas a poder vivir mejor.
Harry le
agradeció el gesto con una sonrisa, pero hizo un gesto
negativo con la cabeza.
- Jamás te acostumbrarías,
Draco...
- Pero no estamos hablando de mí, sino de ti
–insistió el rubio.
- ... ni yo tampoco me acostumbraría
–terminó Harry con firmeza-. Mi sitio está aquí,
soy un mago y me gusta serlo. Y a ti también.
Draco
permaneció en silencio. Distraídamente alborotó
el cabello oscuro y espeso de Harry.
- ¿Estás
seguro? –preguntó, al fin, mirándole a los ojos.
-
Estoy seguro –respondió Harry, asintiendo con la cabeza-.
Huir no es la solución. Además, ahora que Arthur va a
ser Ministro de Magia, nadie nos molestará. Ni a ti ni a mí.
Podremos vivir juntos, en paz... por fin.
Draco suspiró, y
dejó caer de nuevo la cabeza en el hombro del Gryffindor, su
postura favorita.
- Si eso es lo que deseas... –murmuró,
cerrando los ojos.
Pero Harry no se relajó, y siguió
mirando el rostro del rubio.
- Hum... ¿Draco?
- ¿Sí?
-
¿Tienes miedo de mí?
Había esperado que el
Slytherin se incorporara bruscamente y le contestara con alguno de
sus habituales sarcasmos. Sin embargo, Draco se limitó a
apretarse más contra él, y, sin apenas abrir los ojos,
sonrió.
- Es evidente que no.
- ¿Te esperabas
esa pregunta? –inquirió Harry, frunciendo el ceño.
-
Por supuesto que sí. No dejas de ser un noble y absurdamente
bondadoso leoncito de Gryffindor –se burló, incorporándose
para mirar a Harry-. Y ahora vas a preguntarme que si de verdad
habría aceptado ir a vivir al mundo muggle contigo...
Harry
frunció el ceño.
- ¿Tan malo soy en
Oclumancia que ni siquiera me doy cuenta de cuándo entras en
mi mente, o qué?
- No me hace falta Legeremancia para
leerte el pensamiento, Harry, eres un libro abierto para mí
–replicó Draco con una sonrisa.
- Pues lamentablemente yo
no tengo ese dominio sobre tus pensamientos, así que contesta
a la pregunta. ¿De verdad estabas dispuesto a irte a vivir con
los muggles¿A no usar la magia? –preguntó Harry en
tono escéptico.
Draco se sentó insolentemente en su
regazo, fingiendo meditar.
- Déjame pensar... ¿cambiar
nuestra cómoda vida de magos por la vida muggle¿utilizar
correo postal en lugar de lechuzas, ir en coche en vez de en escoba,
por no hablar del repugnante hecho de tener que fregar los platos a
mano? –terminó, fingiendo estremecerse, arrancando una
sonrisa a Harry. Después adoptó una expresión
seria, y clavó su mirada gris en los ojos verdes del moreno-.
Pues sí, Harry, por ti sí. Pero sólo por
ti.
Cuando Ron y Hermione bajaron a la sala común,
encontraron a Harry y Draco envueltos en un apasionado beso, bañados
por la cada vez más tenue luz que entraba por la ventana.
Hermione se ruborizó, mas Ron no tuvo problema alguno en
interrumpir a la ensimismada pareja so amenaza de que Pansy y Blaise
les mataran a todos por retrasarse. Neville ya esperaba fuera,
informó enigmáticamente Hermione, con Luna Lovegood.
Ginny estaba con los gemelos, y se uniría más tarde.
Seamus prefirió quedarse durmiendo en la habitación,
pues había pasado demasiadas noches en vela durante las
semanas precedentes.
Sin más, los cuatro traspasaron el
retrato de la Señora Gorda y llegaron al vestíbulo,
donde se reunieron con un nutrido grupo de alumnos que les esperaban.
Juntos, salieron al exterior, donde les esperaba una hermosa noche,
clara y despejada, no demasiado fría. Sin separarse un solo
momento, hablando y bromeando con sus compañeros, Harry y
Draco echaron a andar por los terrenos de Hogwarts, sintiéndose,
por primera vez en mucho tiempo, libres. Con los dedos entrelazados,
disfrutaban de la sensación de saber que ya nada se interponía
entre ambos, y, nerviosamente, pensaban en el momento en el que por
fin, previo paso de mandar a Blaise a dormir a una de las
habitaciones que habían quedado vacías, estarían
de nuevo a solas con toda la noche por delante.
Una vida nueva
comenzaba.
Pues nada, ya sabéis cómo termina el fanfic xD Lo primero de todo perdonadme por el retraso, supuestamente ya lo tenía escrito, pero al final he acabado retocando cosas, he añadido algunos trozos... total, que al final me salen dos capítulos en lugar de uno y acabo publicando a las 4:20 de la mañana, hora española (estos desbarajustes son muy típicos en mí, por cierto xD). Espero que os haya gustado, ya os dije en el primer capítulo que me gustaban los finales felices, y, aunque no soy un Malfoy, yo también cumplo mis promesas xD Bueno, un aplauso para los que adivinaron lo que iba a ocurrir (supongo que se veía venir... vvU) como por ejemplo Claudia que en las reviews me pregunta por qué no hago que la maldición rebote en Draco (ahora sabes por qué no podía contestarte xD). Ah, además de finales felices, también me gustan los fics con epílogo, así que no quiero que se me disperse la gente, que la historia no acaba aquí, aunque, eso sí, tardará un par de días más en ser añadido. Bueno, como siempre digo, gracias por leer y por vuestros comentarios que son los que me han animado a llegar al final, y a la masa invisible también muchas gracias por haber gastado vuestro tiempo leyendo este fic. Nos vemos en el epílogo :)
