Lucharé a tu lado

Género: T.
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.


Capítulo 19: Una nueva vida

Draco gruñó cuando la Sra. Pomfrey empezó a curarle la herida del rostro.
- Vamos, quejica, aguanta un poco –le pinchó la enfermera, sonriendo a Harry por encima del hombro de Draco-. Siempre ha sido un exagerado¿sabes?
- Lo sé –respondió Harry, sonriendo a su vez con malicia- yo estaba delante cuando Buckbeak le atacó en tercero.
- ¡El maldito hipogrifo casi me mata! –exclamó indignado Draco, mirando de hito en hito a ambos.
- Oh, sí, claro –replicó la Sra. Pomfrey, poniendo los ojos en blanco y cruzando una mirada cómplice con Harry, quien ahogó una risa.
Draco frunció el ceño y le lanzó una mirada de advertencia. Harry ni se inmutó. Ahora todo eran bromas y sonrisas en la enfermería, pero hacía veinte minutos, cuando la Sra. Pomfrey había empezado a examinar a Draco, sudaba en frío al pensar que la maldición de Lucius podía haberle dejado alguna secuela al Slytherin.
No obstante, no era así. Draco estaba perfectamente sano, tan sano como él mismo lo había estado cuando sobrevivió con un año al ataque de Voldemort. El único resto que quedaba de la maldición asesina en el cuerpo de Draco era la cicatriz que había aparecido en su espalda, justo en el lugar en donde había impactado el rayo verde.
- Al final vamos a acabar pareciéndonos más de lo que habíamos imaginado... –comentó Harry distraídamente, mirando cómo Draco, ya completamente curado, se abrochaba la camisa blanca del uniforme.
El Slytherin ni siquiera tuvo que mirarle para adivinar en qué estaba pensando.
- Al menos no tiene forma de rayo –replicó, sarcástico, mientras, con dedos ágiles y expertos, se hacía el nudo de la corbata.
Harry soltó un bufido.
- Venimos de una guerra, Draco, nadie le va a quitar puntos a Slytherin si hoy no llevas el uniforme en perfecto estado de revista –protestó al ver cómo se retardaba su novio terminando de vestirse.
Imperturbable, Draco se colocó el jersey y se pasó la mano por el pelo rubio, sonriendo irónicamente a Harry.
- Que venga de luchar no quiere decir que tenga que ir hecho un desastre –repuso tranquilamente, sus ojos burlones brillando al mirar a Harry-. Eso lo dejo para ti.
Harry, que llevaba la túnica de Gryffindor abierta encima de la camisa blanca salpicada de sangre, ignoró la indirecta de Draco. Plantándose frente al camastro, le tendió la mano. La Sra. Pomfrey contuvo una sonrisa cuando Potter, con infinito cuidado, ayudó a Malfoy a ponerse en pie y a cubrirse con la túnica del colegio. Inexplicablemente, el Gryffindor había salido casi ileso de su enfrentamiento con Voldemort; apenas un par de quemaduras destacaban en su cuerpo. Al Slytherin, sin embargo, una vez abandonado el calor de la lucha, le dolía hasta el último músculo. La Sra. Pomfrey dictaminó que el dolor era consecuencia de la maldición asesina, y pronosticó que se le pasaría en un par de días. Draco confiaba en que así fuera, y salió trastabillando del cubículo especial que habían habilitado en la enfermería, apoyado en un solícito Harry. Ya en el centro de la estancia, contemplaron en silencio la apariencia que presentaba: las camas estaban protegidas ahora por biombos, y por doquier se escuchaban gritos y gemidos de dolor.
Habían tenido suerte, sin duda alguna. Lo supieron en cuanto llegaron al patio donde habían dejado a los Slytherin y al resto de miembros de la Orden del Fénix. Allí les aguardaba un panorama dantesco.

Estremecidos, los recién llegados pasearon sus ojos por una auténtica alfombra de cadáveres que cubría el suelo. Aliviados comprobaron que la mayoría vestían la túnica negra de los mortífagos.
Rápidamente todos se acercaron a ellos. Draco se fundió en un abrazo con Blaise Zabini y Pansy Parkinson, y, para asombro de todos, la Slytherin besó a Harry en la mejilla.
Poco a poco, todos fueron desfilando ante ellos, y con creciente aprensión fueron notando ausencias destacables. Anthony Goldstein había sido el primero en morir. Con lágrimas en los ojos Pansy contó cómo el Ravenclaw la había protegido con su propio cuerpo. Tras Anthony habían caído una cantidad considerable de Gryffindors y Ravenclaws que insistieron en formar una barrera frente a los Slytherin. Hermione apenas pudo contener un chillido cuando vio el cuerpo de Lavender Brown, a sólo unos metros del de Padma Patil. Parvati jamás lograría superar del todo la muerte de su hermana y su mejor amiga. Acabaría en San Mungo, víctima de una depresión tras otra.
En ese momento fue cuando empezaron a sentirse agobiados. Todo el mundo había perdido a alguien y todos querían hablar de ello. En el atrio empezaron a circular las historias que después se publicarían en la prensa, historias de amistad, valor y muerte. Todo el mundo acabó sabiendo que Justin Finch-Fletchley había cargado con el cuerpo de su amigo Ernie, gravemente herido, y lo había puesto en un lugar seguro antes de volver de nuevo a la batalla en donde finalmente encontraría la muerte. Alguien le contó a Harry que en un determinado momento los miembros veteranos de la Orden consiguieron llegar hasta allí, y todos pudieron ver cómo Snape, apareciendo de repente, delatando su verdadera filiación, le había salvado la vida a McGonagall librándole de un mortífago que se abalanzaba sobre su espalda. Terry Boot relató a todo el que quiso oírlo los pormenores de cómo Warrington le había apartado bruscamente haciendo uso de sus enormes músculos para derribar al mortífago que había estado a punto de matar al Ravenclaw. No se dio cuenta de que otro seguidor de Voldemort le estaba apuntando en aquel preciso instante.
Y así hasta el infinito.
Harry se sintió aliviado cuando vio aparecer a Lupin, Tonks, Ojoloco y los Weasley, todos en perfectas condiciones. Charlie también estaba bien, aunque cojeaba ligeramente de una pierna, tara que mantuvo para el resto de su vida. Diggle y Kingsley no tuvieron tanta suerte: habían muerto intentando proteger a unos alumnos que habían tenido la mala fortuna de dejarse acorralar por un grupo numeroso de mortífagos.
Harry, Draco y los que habían sobrevivido al encuentro con Lord Voldemort pronto se vieron bombardeados a preguntas, conminados a relatar una y otra vez lo que había sucedido junto a la fuente. Lo que nadie se atrevió a preguntar es por qué Harry cogía de la mano a Draco, aunque las miradas inquisitivas fueron tan constantes que Draco se sintió profundamente agradecido cuando Harry explicó, con naturalidad y sencillez, que hacía tiempo que ambos estaban saliendo juntos.
Afortunadamente, los magos del Ministerio y el Wizengamot aparecieron pronto por allí. El jefe de aurores había muerto, pero Lupin y los veteranos de la Orden les acompañaron con gusto hacia el interior del Ministerio, buscando comprobar con sus propios ojos que Lord Voldemort estaba muerto. Snape, por contra, prefirió quedarse con sus alumnos.
El profesor se sentía confuso y desbordado por la emoción que sentía, aunque su rostro permanecía inalterable en su máscara de indiferencia. Odiaba no saber lo que iba a suceder a continuación, y temía por sus alumnos de Slytherin. Podían haber ayudado a Harry, sí, pero antes habían cometido numerosas fechorías y sin duda el Ministerio querría investigarles. Snape rezó porque en el Ministerio hubiera alguien que, como Dumbledore, también creyera en las segundas oportunidades.
Una cosa estaba clara: los de Slytherin no estarían solos. Paseando la mirada por el lugar, Severus Snape comprendió que el antiguo aislamiento de su casa había terminado. Hannah Abbott y Terry Boot reanimaban en ese momento a Graham Montague, que estaba cubierto de sangre pero vivo. Un medimago se presentó con urgencia para atender a Ernie, y fue el fornido Flint quien le ayudó a moverle. Por doquier los alumnos, mezclándose y ayudándose los unos a los otros, habían empezado a reanimar a sus compañeros aturdidos, y a identificar a los que habían muerto. Los que acababan de llegar pronto se sumaron a la tarea, y se pudo ver a Draco, Harry, Neville y Ron, siguiendo las directrices de Hermione, rescatando juntos a Dennis Creevey, que, herido, había quedado inmovilizado por el cadáver del mortífago con el que había estado luchando. Al parecer, ya nadie pensaba permanecer impasible mientras la vida de uno solo de sus compañeros peligrara.

- Sra. Pomfrey¿cómo está Ernie? –preguntó Harry a la sanadora, que en ese momento abandonaba el cubículo donde había curado a Draco.
La encargada de la enfermería suspiró con tristeza.
- Hablé con un medimago de San Mungo hace un rato. Se recuperará, pero tiene el brazo izquierdo muy dañado. Probablemente no podrá volver a usarlo.
- Al menos está vivo... –repuso Harry, aliviado. De todos sus conocidos, Ernie era el que peor estaba.
- Sí, es una suerte. Bueno, a vosotros dos ya no se os ha perdido nada aquí. La directora ha ordenado que vayáis todos al comedor, y vuestros amigos ya están allí, así que...
Harry y Draco se apresuraron a obedecer a la estricta sanadora, y abandonaron rápidamente la enfermería.
Cuando los altos cargos del Ministerio habían vuelto, hablando apresuradamente entre susurros con McGonagall, todos se habían dado cuenta de que algo iba mal. La directora tenía los labios apretados en un rictus de indignación, mientras escuchaba airada a una bruja de pelo crespo que farfullaba algo mientras dirigía disimuladas miradas a Snape y a los Slytherin. El resto de magos observaban en silencio a las dos brujas. Al fin, cuando los jóvenes que habían combatido contra Voldemort se congregaron alrededor de ellos, Amelia Bones, quien hasta entonces se había mantenido en un segundo plano, interrumpió a la bruja y, tras abrazar a Susan, tomó la voz cantante.

- Para empezar quisiera daros las gracias por lo que habéis hecho hoy –dijo Amelia, recorriendo el grupo con la mirada- habéis combatido con valor, y todos os debemos la vida.
Pese a las palabras de Amelia, Harry no pudo dejar de advertir que los Slytherin habían ido retrocediendo paulatinamente, ocultándose tras sus compañeros. Preocupado, notó que la mano de Draco temblaba bajo la suya, y la apretó con más fuerza.
La inteligente Amelia también advirtió la reticencia de los jóvenes ex-mortífagos. Abriendo los brazos, sonrió.
- Y cuando digo a todos quiero decir a todos –reiteró en un tono cálido que les reconfortó.
La bruja que había estado discutiendo con McGonagall hizo un mohín de disgusto, pero Amelia aparentó no advertirlo.
- No obstante, hay algunas cosas que tendremos que hablar –siguió, y, aunque su voz invitaba a la calma, en más de un rostro se reflejaba el desasosiego-, pero son cerca de las doce del mediodía, la mayoría de vosotros estáis heridos y apuesto a que también hambrientos. Así que vuestra directora –hizo un ademán de reconocimiento en dirección a McGonagall- amablemente nos ha invitado a comer hoy en Hogwarts.
- Los heridos de gravedad han sido trasladados a San Mungo –intervino McGonagall, alzando la voz-. A los demás os curará la Sra. Pomfrey cuando lleguemos a Hogwarts. Os ruego que, en cuanto salgáis de la enfermería, os dirijáis inmediatamente al Gran Comedor. Ya tendremos tiempo para cambiarnos de ropa y regalarnos un merecido descanso esta tarde. Antes hay un par de asuntos que quiero comentaros¿de acuerdo?
Ante la perspectiva de volver a Hogwarts a descansar, hubo un suspiro de alivio unánime en el grupo de alumnos, que ya se imaginaban pasando la tarde entre declaración y declaración en las oficinas del Ministerio. Satisfecha, McGonagall se acercó a Snape mientras todos se dispersaban.
- ¿Estás muy herido, Severus?
Snape la miró agradecido, y después negó con la cabeza.
- Entonces podrás ayudarme a vigilar que los alumnos lleguen sanos y salvos a Hogwarts –declaró mientras enroscaba su brazo en torno al de Snape, que, atónito, tan sólo pudo mirar a la directora con sorpresa. No obstante, la siguió dócilmente hasta el exterior del Ministerio de Magia.

Cuando Harry y Draco entraron en el Gran Comedor, todos se giraron a mirarles. Harry recorrió con la mirada la estancia, tratando de ignorar la curiosidad que se reflejaba en las decenas de rostros que le contemplaban. Advirtió que el comedor estaba medio lleno, pues el resto de alumnos, los que no pertenecían a la Orden del Fénix, habían sido enviados a sus casas. Se había habilitado una mesa especial para los magos del Ministerio, y también ellos taladraban con la mirada, sin disimulo alguno, a los dos jóvenes.
Sorprendido advirtió que Draco se separaba de él y daba un paso hacia la mesa de Slytherin, más por instinto que por otra cosa. Entonces, titubeante, miró a Harry.
- ¿Adónde te crees que vas? –preguntó el moreno, agarrándole del brazo y arrastrándole hacia la mesa de Gryffindor.
- Harry, no creo que...-murmuró azorado el rubio, quien hasta entonces sólo se había acercado a esa mesa para provocar a Harry y sus amigos.
- ¿Has mirado a tu alrededor? –le interrumpió su novio.
Confuso, Draco miró con detenimiento las cabezas que le rodeaban. Y supo a qué se refería Harry: repartidos irregularmente por el comedor, los alumnos se habían mezclado. Las mesas de Slytherin y Hufflepuff estaban casi vacías, y la mayoría de los alumnos se habían apiñado en las de Gryffindor y Ravenclaw, sin más orden que el de las amistades nuevas que se habían creado ese día. Draco alzó una ceja con incredulidad cuando Blaise y Pansy le saludaron, ambos sentados frente a Ron y Hermione.
- Lo que me faltaba... –masculló Draco, cuando Harry se sentó junto a sus amigos-. Si acabáis sintiendo un extraño apego a los colores rojo y dorado, no digáis que no os lo advertí.
- ¿Lo dices por experiencia? –replicó Pansy.
- Lamentablemente sí –dijo Draco, dejándose caer junto a Harry, quien inmediatamente le pasó un brazo por los hombros. Suspirando con satisfacción, apoyó su cabeza en el hombro del Gryffindor.
En ese momento, la profesora McGonagall se levantó de su asiento. Inmediatamente cesaron todas las conversaciones.
- Antes de empezar a comer, hay un par de cosas que quiero que sepáis. Amelia... –dijo, haciendo un ademán con la cabeza hacia Amelia Bones.
La veterana bruja se puso en pie.
- Bien, ya que el Ministro de Magia y varios de los altos cargos del Ministerio han muerto, los jefes de departamento restantes y miembros del Wizengamot hemos formado un gabinete de urgencia. El primer asunto ha tratar ha sido la suerte que correrán los mortífagos que, habiendo quebrantado su lealtad a Lord Voldemort, han luchado hoy junto a la Orden del Fénix.
Harry sintió que el cuerpo de Draco se tensaba bajo su brazo. Inmediatamente le atrajo aún más estrechamente, a lo que el Slytherin respondió con una mirada agradecida.
- Sé que algunos de los que estáis aquí habéis cometido crímenes de alta consideración –continuó Amelia, bajando la cabeza para mirarles-. Pero también sé que hoy habéis arriesgado vuestras vidas, y que muchos de los vuestros han caído defendiendo la causa justa. Soy consciente de que vuestros anteriores actos se debieron, sin duda, a la presión y a la amenaza de Lord Voldemort. Así que...
- ¡No pensará dejarlos ir sin más! –exclamó la bruja que antes había discutido con McGonagall, poniéndose en pie de un salto.
En aquél momento, Harry la reconoció: no en vano había sido una de las que habían votado en contra de él en la vista del Wizengamot que había tenido lugar antes de comenzar quinto curso.
- ¡Ya hemos discutido sobre esto! –replicó Minerva McGonagall, poniéndose de nuevo en pie y fulminando con la mirada a la bruja- ¡y creo que hemos llegado a una conclusión!
- Minerva tiene razón –secundó Amelia.
Aquello pareció enfurecer a la bruja, quien señaló con el dedo a Snape, su rostro congestionado de ira.
- ¡Que absuelvan a estos chicos tiene un pase¡Pero que uno de los mayores mortífagos siga ejerciendo como profesor en Hogwarts, no...!
- ¡Severus Snape seguirá siendo profesor de Pociones en Hogwarts hasta que él mismo decida retirarse! –replicó McGonagall con aspereza.
- ¡Pero es un peligro para los alumnos!
- Discrepo –intervino una voz tranquila y conciliadora, y todos miraron a Remus Lupin, quien, impávido, observó a la bruja del Wizengamot desde la mesa de profesores-. Como usted debe de saber, soy un hombre lobo. En una de mis transformaciones, por una serie de circunstancias adversas que no viene al caso relatar, amenacé gravemente la vida de tres de mis alumnos. El profesor Snape se interpuso entre ellos y yo, protegiéndoles de mis colmillos con su propio cuerpo.
Snape, que había seguido el intercambio de opiniones con sorpresa e incredulidad, miró a Lupin con la boca abierta. Sonriendo amablemente, Remus palmeó el hombro de su viejo enemigo.
- El comportamiento respecto a los alumnos de Severus siempre ha sido intachable –remató, y, aunque su voz era tan sosegada como de costumbre, sus ojos retaban a la bruja a contradecirle.
McGonagall miró a ambos, satisfecha, e hizo una imperceptible señal de aprobación a Lupin. La bruja, herida en su orgullo, miró a los alumnos.
- Y en cuanto a ellos... –volvió a la carga de nuevo, al parecer convencida de que ya nada podía decir contra Snape- tendrán que demostrar que efectivamente no siguen siendo fieles al lado oscuro... Empezando por el hijo de Lucius Malfoy, y terminando por...
Hubo una exclamación de asombro general cuando Harry Potter, repentinamente furioso, se puso en pie bruscamente,
- ¡Harry! –le regañaron McGonagall y Lupin al unísono, pero su alumno no les escuchó. En un par de zancadas se plantó frente a la mesa de los magos del Ministerio.
- ¡Draco Malfoy no tiene que demostrar nada, señora! –rugió mientras miraba amenazadoramente a la bruja-. ¡Ni él ni el resto de ex-mortífagos¡Porque, si usted hubiera estado hoy allí, luchando, en lugar de quedarse cómodamente escondida, habría visto cómo Malfoy estaba a punto de morir por mí, cómo los Slytherin luchaban contra los otros mortífagos, y cómo algunos de ellos morían para salvarnos! Así que, si alguien tiene que demostrar algo, ése es el Ministerio de Magia. Demuestren que son capaces de mantener la paz que nosotros hemos conquistado con nuestra sangre mientras ustedes estaban en sus casas, y hagan el favor de dejarnos vivir en paz.
Blanca como la cera, la bruja miró cómo Harry daba media vuelta y, aparentemente ya desahogada su furia, volvía a sentarse junto a Malfoy. Abrazó estrechamente al rubio y la miró, desafiante.
- El Sr. Potter lleva razón –intervino otro mago, para sorpresa de todos.
- ¿Qué dices, Tiberius? –graznó la bruja.
- Que Potter lleva razón –replicó impasible el también miembro del Wizengamot.
- Y es por eso que, en parte, estamos hoy aquí –secundó Amelia Bones, tomando de nuevo la palabra-. Porque somos conscientes de que el Ministerio no ha actuado demasiado bien en los últimos tiempos. Harry lleva razón, ahora tenemos que mantener esta paz que la Orden del Fénix ha logrado instaurar matando a Lord Voldemort. Personalmente yo ya hablé de este tema con Dumbledore... sabía que necesitaríamos una mano firme y a la vez conciliadora, un hombre sabio a la cabeza del Ministerio. Y por eso le propuse que se convirtiera en nuestro nuevo Ministro de Magia cuando muriera Voldemort.
Hubo un murmullo de sorpresa entre los alumnos y algunos de los profesores.
- Por supuesto, él ya sabía que iba a morir, así que rechazó el puesto. Pero me dio un nombre... la persona ideal, según él, para ostentar la jefatura del Ministerio en estos momentos. Un hombre justo y leal a los ideales de Dumbledore, un miembro de la Orden del Fénix con experiencia en el Ministerio, muy trabajador, inquebrantablemente honesto.
Arthur Weasley palideció cuando se dio cuenta de que Amelia le miraba directamente a él. La bruja sonrió.
- Después de recabar apoyos, estoy en condiciones de pedirle, señor Weasley, que se convierta en nuestro nuevo Ministro de Magia.
Molly dio un chillido de sorpresa, sus hijos se miraron atónitos, y Arthur siguió boquiabierto, incapaz de pronunciar una palabra. Porque, durante años, la expresión "tienes tantas posibilidades como Arthur Weasley de llegar a ser Ministro de Magia" se había mantenido para designar las cosas más imposibles e inverosímiles.
- No tienes que responder ahora, Arthur –intervino McGonagall- pero permíteme decirte que la comunidad mágica necesita más personas decentes como tú. Y ahora quisiera hacer una proposición a todos los que aún no habéis terminado los estudios en Hogwarts, es decir, los que aún estás en séptimo, sexto, e incluso en quinto.
Los aludidos se enderezaron en sus asientos, y en el comedor volvió a reinar un silencio sepulcral. A todos les interesaba escuchar lo que la directora tenía que decir.
- Me gustaría que, a partir de la semana que viene, retomarais vuestros estudios. Soy consciente de que, a estas alturas, poco podemos ya enseñaros, pero también sé que ahí fuera se va a armar un revuelo enorme en cuanto vuestra hazaña trascienda. Además, el Ministerio de Magia no va a hacer más concesiones ahora que Lord Voldemort está muerto, y os harán falta los títulos de magia para acceder a un trabajo cuando salgáis de aquí. Y, personalmente, me gustaría poder despediros de vosotros como lo merecéis.
Inmediatamente un rumor excitado recorrió el comedor. La mayoría de los alumnos creían que no se les permitiría volver a Hogwarts después de haber perdido, en algunos casos, casi medio año de curso. Al escuchar los animados murmullos y las sonrisas que intercambiaron, McGonagall supo que la mayoría estaban ansiosos por volver al colegio.
- Vosotros tampoco tenéis que contestarme inmediatamente –añadió- y ahora, disfrutad de la comida –dijo, mientras las mesas se llenaban de fuentes- os lo merecéis.
Esta vez, los hambrientos miembros de la Orden no se lanzaron inmediatamente hacia la comida. Todos empezaron a preguntarse los unos a los otros si iban a aceptar la propuesta de McGonagall.
- ¿Qué vas a hacer? –preguntó Harry, mirando a Draco.
- ¿Tú quieres volver? –preguntó a su vez el Slytherin.
- Sabes que sí. Hogwarts es el único sitio donde he sido feliz –reconoció el moreno con un suspiro de nostalgia, mirando las paredes del comedor- y me gustaría terminar los estudios.
- Bien –repuso Draco con tranquilidad, acercándose una fuente- pues ya somos dos.
- ¿En serio? –exclamó Harry, mirándole.
- Pues claro. Yo no me voy de aquí sin obtener un Extraordinario en Pociones –replicó el rubio, enarcando las cejas- y aún nos queda un partido que disputar, Potter.
Harry esbozó una sonrisa burlona.
- Es decir, aún tengo que volver a ganarte una vez más¿no? –bromeó, recibiendo como respuesta un puñetazo no demasiado cariñoso de Draco.
Tras la comida, todos se reunieron de común acuerdo en la Torre de Gryffindor, que se quedó pequeña para acoger, no sólo a los alumnos y ex-alumnos, sino a los profesores y algunos cargos del Ministerio que quisieron saber de primera mano qué había pasado en el Ministerio de Magia. Fue Hermione la encargada de contar cómo se había desarrollado la lucha final contra los partidarios de Voldemort. Con la aquiescencia de Harry, relató también cómo éste había conseguido derrotar al mago tenebroso, sacrificio de Malfoy inclusive, confesando también lo que había pasado después. Al llegar a ese punto, más de uno le miró sorprendido, incluido el propio Draco, pero nadie hizo un solo comentario.
El crepúsculo les encontró a ambos a solas en la misma sala común, ya descansados y, para alivio del pulcro Draco, duchados y cambiados de ropa. Estaban esperando a que bajaran Ron y Hermione, para dirigirse, junto con Blaise, Pansy y varios alumnos más, a dar un paseo por los terrenos de Hogwarts.
- Harry... –empezó el Slytherin, inseguro, sentado en el mismo sillón que su pareja- ¿qué vamos a hacer ahora?
Harry levantó las cejas, sorprendido, al escuchar la pregunta.
- Creía que estábamos de acuerdo en que ambos íbamos a volver a Hogwarts.
Draco soltó un bufido de impaciencia.
- Hablo de cuando nos licenciemos, Harry. ¿Qué vamos a hacer cuando abandonemos Hogwarts?
La pregunta parecía inocente, pero Harry conocía demasiado bien a su novio para vislumbrar la duda que reflejaban sus ojos. Algo le atormentaba.
- Suéltalo, Draco –ordenó cariñosamente, clavando en él sus ojos esmeralda. Tal y como había adivinado, el Slytherin no tardó en ceder.
- Has sido muy valiente al permitir que Hermione lo contara todo... –empezó, midiendo con cuidado las palabras- porque sabes que tendrá repercusiones.
Harry asintió.
- No me importa, Draco. Yo he derrotado a Voldemort, he cumplido mi misión. Si ahora alguien está aterrado pensando que voy a convertirme en una bestia como él, ése es su problema, no el mío. Y tampoco el tuyo.
- Ya lo sé –replicó Malfoy- pero pensé que... a lo mejor te gustaría vivir fuera de aquí... de la comunidad mágica.
- ¿Me estás ofreciendo irnos a vivir como dos muggles, Draco? –replicó Harry, sorprendido, enderezándose en el sillón para mirar mejor a su novio- ¿No eres demasiado aristocrático para eso?
- Muy gracioso, Harry –repuso Draco, entornando los ojos-. Y sí, eso es justamente lo que te estoy ofreciendo, siempre y cuando creas que así vas a poder vivir mejor.
Harry le agradeció el gesto con una sonrisa, pero hizo un gesto negativo con la cabeza.
- Jamás te acostumbrarías, Draco...
- Pero no estamos hablando de mí, sino de ti –insistió el rubio.
- ... ni yo tampoco me acostumbraría –terminó Harry con firmeza-. Mi sitio está aquí, soy un mago y me gusta serlo. Y a ti también.
Draco permaneció en silencio. Distraídamente alborotó el cabello oscuro y espeso de Harry.
- ¿Estás seguro? –preguntó, al fin, mirándole a los ojos.
- Estoy seguro –respondió Harry, asintiendo con la cabeza-. Huir no es la solución. Además, ahora que Arthur va a ser Ministro de Magia, nadie nos molestará. Ni a ti ni a mí. Podremos vivir juntos, en paz... por fin.
Draco suspiró, y dejó caer de nuevo la cabeza en el hombro del Gryffindor, su postura favorita.
- Si eso es lo que deseas... –murmuró, cerrando los ojos.
Pero Harry no se relajó, y siguió mirando el rostro del rubio.
- Hum... ¿Draco?
- ¿Sí?
- ¿Tienes miedo de mí?
Había esperado que el Slytherin se incorporara bruscamente y le contestara con alguno de sus habituales sarcasmos. Sin embargo, Draco se limitó a apretarse más contra él, y, sin apenas abrir los ojos, sonrió.
- Es evidente que no.
- ¿Te esperabas esa pregunta? –inquirió Harry, frunciendo el ceño.
- Por supuesto que sí. No dejas de ser un noble y absurdamente bondadoso leoncito de Gryffindor –se burló, incorporándose para mirar a Harry-. Y ahora vas a preguntarme que si de verdad habría aceptado ir a vivir al mundo muggle contigo...
Harry frunció el ceño.
- ¿Tan malo soy en Oclumancia que ni siquiera me doy cuenta de cuándo entras en mi mente, o qué?
- No me hace falta Legeremancia para leerte el pensamiento, Harry, eres un libro abierto para mí –replicó Draco con una sonrisa.
- Pues lamentablemente yo no tengo ese dominio sobre tus pensamientos, así que contesta a la pregunta. ¿De verdad estabas dispuesto a irte a vivir con los muggles¿A no usar la magia? –preguntó Harry en tono escéptico.
Draco se sentó insolentemente en su regazo, fingiendo meditar.
- Déjame pensar... ¿cambiar nuestra cómoda vida de magos por la vida muggle¿utilizar correo postal en lugar de lechuzas, ir en coche en vez de en escoba, por no hablar del repugnante hecho de tener que fregar los platos a mano? –terminó, fingiendo estremecerse, arrancando una sonrisa a Harry. Después adoptó una expresión seria, y clavó su mirada gris en los ojos verdes del moreno-. Pues sí, Harry, por ti sí. Pero sólo por ti.
Cuando Ron y Hermione bajaron a la sala común, encontraron a Harry y Draco envueltos en un apasionado beso, bañados por la cada vez más tenue luz que entraba por la ventana. Hermione se ruborizó, mas Ron no tuvo problema alguno en interrumpir a la ensimismada pareja so amenaza de que Pansy y Blaise les mataran a todos por retrasarse. Neville ya esperaba fuera, informó enigmáticamente Hermione, con Luna Lovegood. Ginny estaba con los gemelos, y se uniría más tarde. Seamus prefirió quedarse durmiendo en la habitación, pues había pasado demasiadas noches en vela durante las semanas precedentes.
Sin más, los cuatro traspasaron el retrato de la Señora Gorda y llegaron al vestíbulo, donde se reunieron con un nutrido grupo de alumnos que les esperaban. Juntos, salieron al exterior, donde les esperaba una hermosa noche, clara y despejada, no demasiado fría. Sin separarse un solo momento, hablando y bromeando con sus compañeros, Harry y Draco echaron a andar por los terrenos de Hogwarts, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, libres. Con los dedos entrelazados, disfrutaban de la sensación de saber que ya nada se interponía entre ambos, y, nerviosamente, pensaban en el momento en el que por fin, previo paso de mandar a Blaise a dormir a una de las habitaciones que habían quedado vacías, estarían de nuevo a solas con toda la noche por delante.
Una vida nueva comenzaba.


Pues nada, ya sabéis cómo termina el fanfic xD Lo primero de todo perdonadme por el retraso, supuestamente ya lo tenía escrito, pero al final he acabado retocando cosas, he añadido algunos trozos... total, que al final me salen dos capítulos en lugar de uno y acabo publicando a las 4:20 de la mañana, hora española (estos desbarajustes son muy típicos en mí, por cierto xD). Espero que os haya gustado, ya os dije en el primer capítulo que me gustaban los finales felices, y, aunque no soy un Malfoy, yo también cumplo mis promesas xD Bueno, un aplauso para los que adivinaron lo que iba a ocurrir (supongo que se veía venir... vvU) como por ejemplo Claudia que en las reviews me pregunta por qué no hago que la maldición rebote en Draco (ahora sabes por qué no podía contestarte xD). Ah, además de finales felices, también me gustan los fics con epílogo, así que no quiero que se me disperse la gente, que la historia no acaba aquí, aunque, eso sí, tardará un par de días más en ser añadido. Bueno, como siempre digo, gracias por leer y por vuestros comentarios que son los que me han animado a llegar al final, y a la masa invisible también muchas gracias por haber gastado vuestro tiempo leyendo este fic. Nos vemos en el epílogo :)