Lucharé a tu lado
Género: T.
Advertencia:
Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico,
vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer:
Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera,
primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no
existiría.
Nota preliminar: sí, sé que os debo una disculpa. Hace tiempo que no actualizo. Mi excusa, aunque sé que no me disculpa en absoluto, es que, aunque tenía el Epílogo casi escrito, no me gustaba como acababa de quedar y estas últimas semanas no he tenido mucho tiempo de escribir que digamos. Este fin de semana he ido finalizando el capítulo, y tenía pensado publicarlo ayer, pero como la Ley de Murphy nunca falla, ayer por la mañana me puse mala y todavía hoy sigo con fiebre, y, evidentemente, no he podido terminar el Epílogo. Pero como me pareció injusto teneros más tiempo esperando, y como de todas formas es tan largo que iba a tener que dividirlo en partes, he decidido colgar hoy la primera. Comprended que no estoy muy lúcida así que es más que probable que se me haya escapado algún que otro error al corregirlo. Ahora mismo me cuesta bastante escribir, así que dejaré los comentarios y agradecimientos para el próximo capítulo xD Nos vemos.
Epílogo (I)
- ¡Avery!
El grito resonó con
claridad en mitad del solitario pasillo de Hogwarts. La niña
hizo una mueca de disgusto, girándose lentamente para encarar
a la persona que le había llamado. En realidad, no había
necesitado mirarle para reconocerle. Su timbre de voz y su tono, por
no hablar de su peculiar manera de arrastrar las palabras, eran
inconfundibles.
- ¿Sí, profesor Malfoy? –preguntó,
abriendo los ojos con expresión inocente, mirando al hombre
que se acercaba a ella con elegantes zancadas. No era demasiado
joven, pero se conservaba bien: el cuerpo, no muy alto ni musculoso,
pero sí atlético; el cabello rubio, escrupulosamente
peinado, le caía graciosamente sobre la frente, sin llegar a
taparle los ojos... esos ojos grises que, cuando miraban con
frialdad a algún alumno demasiado torpe, imponían más
que una docena de castigos juntos. La niña contuvo una sonrisa
al ver la apariencia de Draco, pues incluso la bufanda verde y plata
de Slytherin había sido colocada cuidadosamente sobre sus
hombros. No le extrañaba que la mitad de las niñas del
colegio estuvieran prendadas del profesor Malfoy: no es que fuera
guapo (que lo era), es que siempre iba impecable. Eso sí, si
volvía a pillar a una de sus compañeras intentando
colarle un filtro de amor en clase de Pociones, no respondía
de sus actos...
- Deberías de estar en el campo de
quidditch, Avery –espetó Draco cuando llegó ante
ella, hablando en ese susurro frío que conseguía hacer
temblar de miedo a todos sus alumnos.
Pero Avery ni siquiera se
alteró, y Draco incluso creyó captar un brillo de
diversión en sus ojos. Era lógico¿cómo
iba a tenerle miedo a él, el hombre que le había
cambiado los pañales, acunado entre sus brazos y arropado por
las noches durante los primeros 10 años de su vida?
- Es
cierto que me he retrasado, profesor Malfoy, pero no resultaba fácil
salir de la Torre de Gryffindor con la hinchada de Slytherin
bloqueando la entrada.
En los labios de Draco brilló una
sonrisa de malicia.
- Ya –murmuró con escepticismo- ¿no
tienes una excusa mejor, Avery?
- ¿Intimidando a mis
jugadores de nuevo, profesor Malfoy?
Tanto Draco como la pequeña
jugadora se giraron al mismo tiempo. Un hombre de pelo negro azabache
algo alborotado, gafas redondas y una bufanda escarlata y dorada
sobre los hombros, miraba con fingido reproche al rubio. Junto a él
esperaba un adolescente de mirada inteligente y túnica con el
forro verde de Slytherin.
- No intimido a tus jugadores, profesor
Potter, simplemente me ocupo de que lleguen a tiempo al partido...
algo que supuestamente es de tu competencia, por cierto –repuso
Draco cruzándose de brazos.
- Siento que hayas tenido que
hacer mi trabajo –replicó Harry mientras se colocaba
correctamente las gafas sobre el puente de la nariz-. Yo estaba
demasiado ocupado convenciendo a los aficionados de tu casa de que la
animación hay que hacerla en la grada, y no en la sala común
del rival –repuso suavemente Harry, mirando al chico que se había
parado unos pasos por detrás de él.
Avery soltó
un bufido, acercándose al otro niño. Su túnica
de quidditch de Gryffindor, que le venía algo grande, aleteó
tras ella.
- ¿Tú también estabas, Josh?
–exclamó más que preguntó- ¡podías
haberme ayudado a salir!
Josh tuvo la decencia de fingirse
avergonzado, pero sus ojos chispeaban de pura diversión.
-
Profesor Malfoy, Lily es una exagerada –replicó el Slytherin
mirando al jefe de su casa-. Al fin y al cabo, Weasley consiguió
salir de la Sala Común de Gryffindor a tiempo.
- ¿Nuestro
Weasley o su Weasley? –preguntó Draco.
- Su Weasley
–puntualizó Josh.
- ¡Claro que sí!
–interrumpió Lily, haciendo gala de su temperamento
ardiente- ¡Primero, porque no está en el equipo, y
segundo, porque a vuestro Zabini le gusta nuestra Weasley, y la ayudó
a salir! Pero claro, sería demasiado por mi parte esperar que
mi querido hermanito fuera tan considerado como Henry.
Draco, que
contemplaba divertido el intercambio de opiniones entre los dos
niños, ahogó una risa cuando un nuevo brillo apareció
en los ojos de Josh al escuchar el nombre de Henry Zabini. ¿Celos?
-
Lily –intervino Harry con voz pausada- siento interrumpir vuestra
agradable discusión, pero Wood te matará si no llegas a
tiempo para escuchar su discurso. Y ya sabes que es muy importante
para él.
Lily puso los ojos en blanco y Harry sonrió,
pues la comprendía a la perfección. Oliver Wood no
había vivido para ver crecer a su hijo, pero Thomas era la
viva imagen de su padre, y no sólo en el plano físico.
Guardián de Gryffindor y su indiscutible capitán, a
veces Harry entraba discretamente al vestuario para escucharle
arengar a sus jugadores, y era como si de nuevo volvieran a tener a
Oliver entre ellos.
- No tengas tanta prisa, profesor Potter,
estoy seguro de que Wood no empezará sin la señorita
Avery –le interrumpió Draco.
Harry soltó un bufido
de impaciencia, mirando al otro profesor.
- Cómo se nota
que es mi buscador, y no el tuyo, el que llega tarde, profesor
Malfoy.
Draco ignoró a Harry. Dándose media vuelta,
se acercó a la joven jugadora y se agachó frente a
ella.
- Efectivamente, profesor Potter, no es mi buscador el que
llega tarde. Es mi hija.
A pesar de todo, la expresión de
disgusto de Harry se suavizó cuando Draco, mudando su
semblante de perfecto y arrogante Slytherin por el de padre orgulloso
y solícito, besó la suave mejilla de la niña.
Cuando ella le devolvió el beso, Draco aprovechó para
inclinarse sobre su oreja.
- La escoba de Pucey se rompió
ayer y no le dio tiempo a arreglarla del todo, así que se
escora ligeramente a la derecha –susurró.
Lily esbozó
una sonrisa traviesa.
- Lo tendré en cuenta –dijo, con
los ojos brillantes-. Gracias, papá.
Josh soltó un
bufido.
- Si continúas así jamás ganaremos la
Copa –reprochó suavemente.
- Lestrange, limítate a
acompañar a tu hermana al campo –ordenó Draco
poniéndose en pie. Después alzó una ceja- a no
ser que quieras que abra una investigación en toda regla sobre
quién manipuló la escoba de Pucey.
Lily y Harry
cruzaron una mirada de asombro mientras los dos Slytherins que
formaban parte de su familia compartían una maliciosa mirada
cómplice.
- Prefiero llevar a Lily al campo, profesor
Malfoy –se apresuró a responder Josh teatralmente, tomando
de la mano a su hermana pequeña.
- Perfecto, Lestrange
–replicó Draco, complacido.
- Ya hablaremos luego, Josh
–amenazó Harry, señalándole con el dedo.
-
Yo también te quiero, papá Harry –replicó el
Slytherin con una inocente sonrisa de oreja a oreja, mientras su
hermana le empujaba escaleras abajo, hacia el vestíbulo, donde
todavía se escuchaba el rumor de los hinchas más
rezagados.
- ¿Cómo que ya hablaremos luego? –repitió
Draco cuando se hubieron alejado lo suficientemente-. Te recuerdo que
el jefe de Slytherin soy yo, profesor Potter.
- Y yo te recuerdo
que también soy su padre –replicó Harry lanzándole
una mirada inquisitiva- Josh no puede ir por ahí haciendo
trampas para favorecer a su hermana, Draco. ¡Y lo peor es que
tú se lo consientes!
Draco esbozó su típica
sonrisa astuta.
- Los jefes de Slytherin siempre han dejado que
sus alumnos hicieran trampas –argumentó- ¿Ya no
recuerdas cómo era Snape? No podemos evitarlo, Harry, lo
llevamos en la sangre.
- ¡Snape favorecía a su casa,
Draco! –observó el Gryffindor- ¡tú la
perjudicas!
- Sí –admitió Draco descaradamente,
retando a Harry con la mirada-. Y gracias a ello tú tienes
ahora la copa en tu despacho, profesor Potter.
Harry soltó
un bufido. Convivir con Draco y con Josh podía llegar a ser
desesperante, porque no podía evitar que su nobleza Gryffindor
chocara a menudo con la vena Slytherin de éstos. El chico bien
podía haber sido hijo biológico de Draco: inteligente,
astuto, mordaz e ingeniosamente sarcástico, era el cabecilla
de su grupo, y no dudaba en transgredir las leyes si con eso podía
beneficiarse a sí mismo o a sus amigos. Sin embargo, en
algunas cosas sí se diferenciaba de Draco. Su novio
prácticamente había pasado toda su infancia sin más
compañía que la de Blaise y Pansy. Josh era el
indiscutible jefe de una pandilla que integraba a miembros de las
cuatro casas de Hogwarts: sus mejores amigos eran Henry Zabini
(Slytherin) y Ginny Weasley (Gryffindor), pero también se
llevaba estupendamente con Viktor Weasley y Leonard Nott (Slytherin),
Tony Zabini (Gryffindor), y Frank Longbottom y Justin Macmillan,
Ravenclaw y Hufflepuff respectivamente. Por no hablar de que sus
padres eran los jefes de Slytherin y Gryffindor, y que su hermana era
la buscadora del equipo de los leones... y, a pesar de las frecuentes
discusiones que tenían lugar entre ambos, no había
que ser muy listo para darse cuenta de lo mucho que Josh quería
a Lily.
- ¿Sabes? A veces me pregunto por qué llevas
esa bufanda –murmuró Harry con una sonrisa irónica,
moviendo ligeramente la cabeza para mirar a Draco.
- Soy el jefe
de Slytherin, Harry, tengo que guardar las apariencias –respondió
el rubio en idéntico tono, enlazando uno de sus brazos
alrededor de la cintura del Gryffindor. Mecánicamente ambos
empezaron a caminar, rumbo a los terrenos del castillo.
- Yo llevé
los colores de Slytherin en aquél partido contra Hufflepuff
–le recordó Harry.
- Y yo la maldita bufanda de
Gryffindor cuando os enfrentasteis a Ravenclaw –añadió
Draco-. Pero no es lo mismo, hoy se enfrentan Slytherin contra
Gryffindor. No puedo desear que mi equipo pierda.
- Ya. ¿Y
por eso le pasas información secreta a Lily acerca de las
trampas que hace su hermano contra el equipo de tu casa?
Draco rió
entre dientes.
- Rectifico: no puedo desear abiertamente
que mi equipo pierda.
Harry se distrajo al escuchar la algarabía
de un grupo de jóvenes hinchas de Slytherin al pasar por su
lado. Justin Macmillan le saludó con la mano, sosteniendo una
bandera verde y plata en la otra. El Hufflepuff era el mejor amigo de
Viktor Weasley, y le animaba siempre, se enfrentase con quien se
enfrentase. Con desconcierto Harry pensó que aquélla
habría sido una imagen imposible veinte años atrás.
Y
sin embargo no era el único. Ravenclaw también apoyaba
decididamente a Slytherin, pues en esos momentos iba empatada con
Gryffindor a la cabeza de la clasificación. Harry movió
la cabeza con incredulidad al ver a una legión de túnicas
azules llevando una enorme pancarta con una serpiente animada que
sacaba la lengua y siseaba. En realidad no tenía por qué
extrañarle: últimamente ambas casas se habían
convertido en aliados naturales en cuanto una de las dos siempre
estaba bregando contra Gryffindor por la Copa de Quidditch.
- Tan
sólo espero que Josh no entre en el equipo de Slytherin
–murmuró de repente Harry, haciendo que Draco, que tenía
la cabeza levantada para admirar el primer cielo despejado que veía
en todo el invierno, se girara hacia él.
- A Josh no le
interesa el quidditch –repuso distraídamente. Unos segundos
después, añadió-: en ese aspecto me recuerda un
poco a mí.
- ¿A ti no te interesaba el quidditch,
señor buscador titular de Slytherin? –rió Harry,
mirando a su pareja.
Draco se encogió de hombros mientras
seguía andando.
- No demasiado. Y sabes perfectamente que
mi padre me compró el puesto.
Percibiendo una leve mueca de
dolor en el rostro de Draco, Harry se propuso no dejar que el
recuerdo de Lucius le amargara una agradable tarde de quidditch en
compañía de sus amigos y de su pareja.
- Pero fuiste
un buen buscador. El mejor... después de mí, claro –le
provocó.
Draco levantó una ceja.
- Sabes que te
dejé ganar en el último partido. Sólo porque me
daba pena que no consiguieras tu ansiado récord, Potter.
-
Sí, Malfoy, quizá en tus sueños me dejaste
ganar, pero en el mundo real fui más rápido que tú.
Como siempre.
- ¿Ah, sí? Pues yo siempre creí
que el beso que me diste al terminar el partido había sido de
agradecimiento por dejarte atrapar la snitch.
- Pues no, cariño
–repuso Harry cruzándose de brazos- fue más bien tu
premio de consolación.
Draco frunció el ceño,
pero Harry no tuvo tiempo de saborear su victoria dialéctica.
El jefe de Slytherin apenas tardó unos instantes en
abalanzarse ferozmente sobre él, besándole con pasión.
Harry abrió dócilmente los labios, y su lengua se
apresuró a recibir a la de su pareja. Draco enredó sus
dedos en el pelo negro y espeso del Gryffindor, y éste,
sumiso, se rindió y dejó que el Slytherin llevara la
iniciativa.
En eso estaban cuando un carraspeo a su espalda les
interrumpió.
Ni siquiera la vejez había conseguido
doblegar a Severus Snape y a Minerva McGonagall. Aunque el blanco
había empezado a salpicar la cabellera negra del primero, y la
segunda tenía su rostro surcado de profundas arrugas, la
frialdad de los ojos de Snape y la boca apretada en un rictus de
severidad de McGonagall eran prácticamente idénticos a
cuando ambos eran aún los jefes de Slytherin y Gryffindor
respectivamente.
- Profesor Potter, profesor Malfoy... –susurró
Snape en tono glacial.
- ¿No deberían estar ya en el
campo de quidditch en lugar de aquí dando el espectáculo
delante de los alumnos? –continuó McGonagall mirándoles
con desaprobación.
Draco ahogó una risotada
sarcástica. Los alumnos ni siquiera les habían dedicado
una mirada: estaban tan acostumbrados a la peculiar relación
que había entre los dos profesores, que les hacían caso
omiso. Para ellos era lo más natural del mundo, y hasta el
último de los alumnos de primero sabía que Harry Potter
había conseguido vencer a Lord Voldemort por la sorprendente
razón de que había creído que Draco Malfoy, su
novio, estaba muerto.
Tal y como había predicho un día
McGonagall, el nombre de Harry ya estaba en los libros de texto y en
los apuntes que el profesor Binns seguía dictando con voz
monótona un año tras otro. Claro que la estricta
profesora habría sufrido un ataque de apoplejía si le
hubieran dicho que en esos apuntes también iba a estar
mencionada la vida amorosa del susodicho.
A Draco le ocurrió
más o menos lo mismo, y la primera vez que vio su nombre en la
nueva edición de Historia de la Magia, casi se
desmayó. En el capítulo titulado "Período
previo a la segunda derrota de Voldemort" se detallaba cómo
él había organizado a los Slytherins y luchado desde la
sombra a las órdenes de Dumbledore. Afortunadamente, nada se
decía en el libro de su relación amorosa con Harry...
claro que el Slytherin no pudo cantar victoria durante mucho tiempo,
porque Binns se apresuró a ampliar esa información en
clase. Si no hubiera sido un fantasma, Draco le habría matado,
pero lo cierto es que jamás hubo una clase de Historia de la
Magia en la que los alumnos estuvieran tan atentos. Binns, con una
risilla, explicó al encolerizado profesor de Pociones que era
un dato vital para que los estudiantes entendieran plenamente lo que
había pasado en el Ministerio.
Draco Malfoy le persiguió
durante todo el día por todo el castillo. Harry, que ya se
había hecho a la idea y estaba más acostumbrado a ver
su nombre impreso en El Profeta y Corazón de
Bruja, se encogió de hombros, sonrió y, para
estupor de su pareja, fue disparado al Callejón Diagón
a comprarse un ejemplar reeditado de Historia de la Magia.
Ese
año, el examen final de Historia no trató sobre los
trolls, ni siquiera los gigantes o los duendes. Versaba enteramente
sobre lo ocurrido en el Ministerio. Y no fue el único. Remus
Lupin tampoco pudo contenerse a insertar, en su control final, una
pregunta que retaba a los alumnos a explicar cómo se podía
sobrevivir a una maldición asesina, subrayando las diferencias
entre los casos de Harry Potter y Draco Malfoy. Draco aún le
guardaba rencor por ello, y de vez en cuando amenazaba con adulterar
la poción matalobos que preparaba para el licántropo,
amenaza que, afortunadamente, nunca cumplió.
- Y ustedes¿no deberían estar ya en el palco arropando a nuestra
flamante directora? –replicó Harry, y después esbozó
una sonrisa traviesa- ¿o se han entretenido?
Snape le
dirigió una mirada de advertencia, mientras Minerva se hacía
la distraída recolocándose la bufanda de Gryffindor.
-
La directora ha sido previamente avisada de nuestra tardanza, que se
debe a motivos que a usted, profesor Potter, no le atañen
–replicó Snape con frialdad-. Nosotros nos vamos ya al
palco; les sugiero que hagan lo mismo. ¿Lista, Minerva?
-
Sí, Severus. Como te iba diciendo...
Con curiosidad, Harry
y Draco se quedaron mirando a sus dos ex-profesores mientras se
alejaban.
- ¿En serio crees que hay algo entre ellos?
–preguntó Draco con incredulidad.
- No lo sé, pero
creo que a Severus le gusta McGonagall.
Malfoy soltó un
bufido.
- ¿Cuántos años le lleva ella a mi
padrino, Harry?
Potter le correspondió con una
carcajada.
- ¿Y crees que a estas alturas eso importa?
–dijo, echando a andar hacia el estadio-.Vamos o Hermione nos
matará.
- Hermione está demasiado embobada mirando a
sus dos retoños como para fijarse en si nosotros estamos o no
allí. En cuanto a Minerva y mi padrino, está claro que
se hicieron muy amigos después de la muerte de Voldemort. Ya
sabes que ella fue quien más le apoyó...
- ¿Acaso
no te gustaría que Severus tuviera una segunda oportunidad?
-
Por supuesto que sí –replicó Draco, entornando los
ojos.
- ¿Entonces¿No te gusta McGonagall?
Draco
enarcó las cejas.
- Sabes que me encanta McGonagall, Harry
–replicó, y ambos supieron a qué se refería-.
Ella nos salvó. La rutina de Hogwarts, las clases, los
estudios, los exámenes... me ayudó a superar lo de mi
madre, lo de mi padre, lo de Crabbe, lo de Goyle... –enumeró
el rubio gesticulando exageradamente.
- Demasiadas cosas que
superar en un solo año –observó Harry con una
sonrisa.
Draco asintió distraídamente. Ya estaban a
pocos pasos del estadio, y el rugido de la grada era atronador
mientras los aficionados empezaban a desplegar banderas y
pancartas.
- ¿Sabes? –dijo al fin, pronunciando
lentamente las palabras, como si ni siquiera el mismo creyera lo que
estaba a punto de decir- Creo que fueron los seis meses más
felices de mi vida.
Harry asintió.
- Y los míos
también.
Lo habían sido, sí. Y no sólo
porque los ÉXTASIS les resultaron fáciles,
asombrosamente fáciles después de los duros
entrenamientos que, cada uno en su bando, habían tenido que
superar, sino principalmente porque ambos disfrutaron de volver a
estar en el colegio, rodeados de sus amigos, y sin tener que
ocultarse a ojos de nadie. Pronto se empezó a notar aquella
confraternización que había nacido en el Ministerio, y
Flitwick, Snape, McGonagall y Sprout tuvieron que acostumbrarse a ver
en sus salas comunes gente de otras casas que habían sido
invitados por sus propios alumnos. Severus Snape sonrió con
indolencia cuando, en su primera clase de Pociones de la era
post-Voldemort, encontró a Potter y Malfoy sentados en la
misma mesa ("Adorable. Mi alumno favorito y mi celebridad favorita
sentados juntos, y ambos igual de ruborizados" comentó,
provocando la risotada general de sus compañeros). Y un
memorable sábado por la mañana Draco desayunó en
la mesa de Gryffindor. El Slytherin llevaba una bufanda roja y dorada
que le había dejado Ron, y besó a Harry para desearle
suerte en su partido contra Hufflepuff. En la grada, él y sus
amigos animaron a Gryffindor, en parte porque era el equipo de Harry,
en parte porque su propio equipo estaba empatado con Hufflepuff en el
segundo puesto. Cuando Harry atrapó la snitch, besó su
colgante y dedicó el triunfo a Draco Malfoy, todos los que le
rodeaban estallaron en carcajadas, pues el rubio se había
puesto tan colorado como la bufanda que llevaba al cuello.
Desde
ese momento, todo el mundo esperó con ansia a que llegara el
siguiente Slytherin vs Gryffindor. No sólo porque
decidiría el ganador de la Copa, sino por la presencia de
Harry y Draco como capitanes de sus respectivos equipos. Snape
comentó con ironía que, si en quinto curso todo el
mundo había esperado ver matarse a los dos buscadores, ahora
querían todo lo contrario. Incluso Rita Skeeter pidió
asistir al partido como corresponsal de Corazón de Bruja,
autorización que McGonagall le negó,
horrorizada.
Efectivamente, los días previos al partido
tanto uno como otro tuvieron que aceptar jocosos comentarios sobre si
los capitanes se limitarían a darse la mano o harían
algo más que eso. Al menos, ahora a nadie se le ocurría
intentar atacar físicamente a los jugadores del equipo
contrario. En lo que no había dudas era en quién
atraparía la snitch. Draco Malfoy era considerado unánimemente
como un excelente buscador, mas Harry era el mejor jugador que jamás
había pasado por Hogwarts.
Y llegó el día.
Sintiendo la mirada de miles de pares de ojos, Harry y Draco
avanzaron el uno hacia el otro sujetando su escoba y se dieron la
mano con una mirada que lo decía todo. Luna, que seguía
narrando los partidos a su particular manera, comentó que los
dos capitanes iban a limitarse a estrecharse la mano, y su tono
decepcionado arrancó una carcajada unánime en el
graderío.
Slytherin y Gryffindor jugaron bien, muy parejos.
Sin trampas y sin jugadas sucias. Pensando que al fin sus discursos
sobre el juego limpio habían dado sus frutos, la profesora
Hooch casi lloró de emoción cuando Draco Malfoy, que
rondaba cerca de los aros de Gryffindor, sujetó rápidamente
a Ron cuando una bludger perdida le golpeó con fuerza. El día
de su jubilación aún lo recordaba como el partido más
limpio de toda su carrera.
Slytherin no jugó mal, pero
Harry atrapó la snitch. Y, por primera vez, ambos equipos se
felicitaron cordialmente en vez de cruzar los acostumbrados insultos
y acusaciones.
Algunos compartieron más que eso. Porque,
cuando Draco se acercó a Harry para darle la enhorabuena con
deportividad, el moreno le tomó por los hombros, le dio un
beso de tornillo que hizo enmudecer a todos y le regaló la
snitch del encuentro.
"Así será como si la
hubieras atrapado tú" comentó con una sonrisa
burlona, antes de que Draco le diera un merecido empujón ante
las risotadas de Ron y Ginny.
Sí, habían sido buenos
tiempos, pensó Harry mientras entraba al estadio.
Inmediatamente le rodeó el rumor de la grada, y empezó
a notar la excitación del partido. Al fin y al cabo, era el
clásico por excelencia de Hogwarts, pues, para desgracia de
Ravenclaw y Hufflepuff, Gryffindor y Slytherin seguían
teniendo los mejores equipos de quidditch de la escuela.
Acompañado
de Draco, empezó a subir los escalones que le llevaban al
palco de los profesores y autoridades, siendo plenamente consciente
de las miradas que la mayoría de las alumnas (y algún
que otro alumno) dirigía a su pareja. De repente, mientras
paseaba su mirada por el estadio, vio algo. Con una sonrisa, colocó
una mano en el hombro de Draco, haciendo girar al rubio. En el otro
extremo del campo distinguió a los amigos de sus hijos.
Algunos llevaban bufandas rojas, otros verdes, pero todos sostenían
una enorme pancarta en la que se leía un nombre, "Lily
Avery".
- ¿Crees que la ha hecho Josh? –preguntó
Draco enarcando las cejas.
- ¿Quién si no? –replicó
Harry, empezando a subir los escalones de nuevo.
- No me gusta esa
sonrisa, Potter –advirtió el jefe de Slytherin, mirando a su
pareja.
- Algún día, Draco, mirarás más
allá de tus narices y te darás cuenta de que lo que
Josh siente por Lily va más allá del amor
fraternal.
Draco hizo una mueca de aversión, contemplando
de nuevo la figura lejana y distante de su hijo.
- ¡Pero son
hermanos, Harry!
- No son hermanos de sangre –replicó
tranquilamente el Gryffindor- y tampoco se puede decir que tú
y yo los hayamos criado como tales, ya que siempre supieron que eran
adoptados. Han sido más amigos que hermanos, me temo. Al igual
que me temo que el instinto de protección que Josh siempre ha
sentido hacia Lily no es del todo fraternal.
Draco se alisó
el pelo con las manos en un gesto de evidente turbación.
-
¿Pero a Lily no le gustaba Henry Zabini? –formuló, al
fin, la pregunta que rondaba su mente.
Harry soltó un
bufido de impaciencia.
- No, Draco, Lily sabe perfectamente que a
Henry le gusta Ginny- explicó en el tono de quien enseña
a un niño a sumar.
- Siempre pensé que Ginny estaba
demasiado pendiente de Frank Longbottom –murmuró Draco,
perplejo.
- Frank es un tanto raro...
- Siendo hijo de Neville
y Luna, no me extraña –masculló Draco.
- Frank es
bastante raro –corrigió Harry- y cuando eran más
pequeños Ginny era siempre la que iba a hablar con él
para integrarle en el grupo. Por eso se llevan tan bien. Pero Lily no
es del tipo de chica que se enamoraría de Frank, eso te lo
puedo asegurar.
El jefe de Gryffindor no pudo menos que
maravillarse de los paralelismos entre esa generación y la
suya. También había sido una Ginny Weasley, tía
de la presente, quien más había hecho por integrar a
los padres de Frank, sobre todo a su madre.
Draco miró a
Harry.
- ¿Entonces crees que a Lily le gusta Josh?
–preguntó con curiosidad.
- Yo diría que sí,
Draco.
Draco miró a su pareja con asombro.
- Harry
–volvió a hablar, con tono entre desconcertado y
sorprendido- ¿cómo puedes saber esas cosas¡Sólo
son niños, están en casas contrarias y el poco tiempo
que están juntos se lo pasan peleando y discutiendo por
cualquier tontería¿Cómo sabes que se gustan?
-
¡Harry, Draco, daos prisa¡Vais a perderos el comienzo!
–les interrumpió una voz femenina desde la parte superior
del palco.
Los dos aludidos, que habían llegado ya al final
de las escaleras, sonrieron al ver a Hermione Granger, que les
saludaba sentada al lado de Ron.
- Respondiendo a tu pregunta
–susurró Harry de forma que sólo el Slytherin pudiera
escucharlo- te diré que lo sé porque esos dos que ves
allí, cuando tenían la misma edad que nuestros hijos,
se comportaban exactamente igual que ellos.
Cuando terminó el séptimo año,
en plena fiesta de despedida de Hogwarts, Ron y Hermione anunciaron
su boda. Ron ya sabía que entraba a trabajar en el Ministerio,
mientras que McGonagall le había pedido a Hermione que se
quedara como profesora adjunta en Hogwarts. La propuesta sorprendió
a todos, pues no había ningún puesto vacante en el
colegio desde que Lupin enseñaba de nuevo Defensa Contra las
Artes Oscuras, pero Hermione aceptó. A partir de ese momento
se dedicó a sustituir a los profesores cuando éstos no
podían dar clases, aunque no pudo evitar notar que su
principal trabajo era ayudar a McGonagall en sus pesadas tareas de
directora, todo esto bajo la atenta mirada del retrato de Albus
Dumbledore.
No fue la única que se quedó en
Hogwarts. La profesora Sprout pidió expresamente a Neville, su
mejor alumno, que aceptara el puesto de encargado del inmenso
herbolario de Hogwarts. Draco, que hasta última hora no sabía
qué quería hacer después del colegio, recibió
una asombrosa propuesta de parte de su padrino. A regañadientes
Snape le confesó que su vista ya no era tan buena como
antaño, y empezaba a necesitar ayuda para evaluar las pociones
que sus alumnos le entregaban. Entusiasmado, Draco no lo dudó.
Pociones era su asignatura favorita, y le agradaba la idea de
trabajar con Severus.
Harry siguió su salida
natural: el mago más poderoso del mundo no podía estar
en otro lugar que en la oficina de aurores. Al año siguiente
se le uniría Ginny. Juntos persiguieron los últimos
restos que quedaban de los seguidores de Voldemort, en su mayoría
ancianos demasiado débiles para luchar el día del
Ministerio y otros demasiado cobardes para acudir. Depuraron hasta el
último estrato de la sociedad mágica, echaron
definitivamente a los dementores y entonces...
Y
entonces, nada. No habían pasado ni dos años desde que
había empezado a trabajar como auror, y Harry ya se sentía
aburrido e intranquilo. Era el único. Ginny parecía
feliz ayudando a los miembros de otros departamentos a perseguir
delitos comunes. Y, cuando, a la hora de la cena, volvía cada
noche a Hogwarts (donde, con la condescendiente aprobación de
McGonagall, compartía con Draco la habitación que a
éste le correspondía como profesor ayudante) encontraba
a su pareja y a sus amigos entusiasmados con su trabajo. Incluso Ron
estaba feliz en el Ministerio, donde trabajaba en el Cuartel General
de la Liga de Quidditch de Gran Bretaña e Irlanda. Él,
sin embargo, se sentía vacío y aburrido. Las
actividades tenebrosas habían cesado por completo y si quedaba
algún mortífago escondido en algún rincón
del mundo la sola idea de que Harry Potter pudiera tener noticias de
él e ir a buscarle le hacía desistir de seguir
practicando las Artes Oscuras.
Entonces, un día,
él y Draco recibieron una invitación de parte de Snape
y McGonagall. Cuando entraron en la sala privada de Las Tres
Escobas a la hora de cenar, descubrieron que no estaban solos.
Ron, Hermione, Neville y Luna ya esperaban allí.
El
grupo especuló sin cesar, sobre todo cuando Hermione declaró
que había sido McGonagall quien la había invitado a
ella, y Neville añadió que a él le había
invitado Sprout. Fue Harry quien encontró la solución
al acertijo.
- Es fácil. Vosotros tres trabajáis
en Hogwarts, McGonagall está cada vez más débil,
Snape tiene la vista muy estropeada y la profesora Sprout... bueno,
está en perfectas condiciones, pero supongo que trabajar con
plantas carnívoras quema mucho. Probablemente quieran hablar
con vosotros en vistas a nombraros profesores titulares el próximo
curso.
A pesar de la incredulidad con la que acogieron
las palabras de Harry, el brillo que apareció en los ojos de
los tres ayudantes era idéntico. Harry sintió una
punzada de decepción: había albergado la esperanza de
que también para él hubiera un puesto en Hogwarts, pero
evidentemente no era así. Sólo estaba allí
porque era la pareja de Draco, al igual que Ron era el marido de
Hermione y Luna, que trabajaba felizmente para su padre en El
Quisquilloso, la novia de Neville.
Cuando la puerta
se abrió, todos se llevaron una sorpresa mayúscula. A
McGonagall, Sprout y Snape les acompañaba un cuarto profesor:
Remus Lupin, a quien la profesora Sprout llevaba del brazo con
delicadeza. Nadie preguntó qué le había pasado;
todos sabían que hacía dos noches que había
habido luna llena.
Madame Rosmerta les sirvió, y
hasta los postres mantuvieron una informal charla sobre el colegio,
quidditch, clases... Harry y Neville se miraron, sintiéndose
ligeramente excluidos, mientras Luna se preguntaba en voz alta si a
Madame Rosmerta le importaría darle los corchos de las
botellas de cerveza de mantequilla.
Al fin, mientras
McGonagall se llevaba una taza a los labios, cruzó una mirada
con sus colegas y Harry supo que había acertado.
-
Tengo que confesaros, aunque probablemente ya lo sabéis, que
no os hemos invitado tan sólo para charlar –empezó,
mirándoles con seriedad- venimos a haceros una propuesta de
trabajo.
Neville se atragantó.
-
Lleváis dos años como ayudantes en Hogwarts y vuestro
rendimiento ha sido excelente. En realidad, si os contratamos como
ayudantes fue sólo en espera de que un día pudierais
convertiros en profesores titulares.
- Pero... –murmuró
Hermione, boquiabierta- ustedes... ¿van a jubilarse?
Los
profesores se miraron. Finalmente, fue la alegre y rechoncha
profesora de Herbología quien empezó a hablar.
-
Sinceramente, yo no tengo ni la más mínima intención
de jubilarme, Hermione –dijo con afabilidad- simplemente hace
tiempo que quiero dedicarle más tiempo a mis plantas. Me
gustaría investigar un poco y no tener que dejarlo todo
siempre en manos de mis ayudantes. Como comprenderéis, la
docencia hasta ahora me ha absorbido por completo... Neville, eres un
buen chico y un estupendo herbólogo –terminó, mirando
a su alumno, quien se ruborizó-. Me gustaría que el año
que viene te convirtieras en el profesor titular de Herbología.
Todos
miraron a Neville, quien tartamudeó algo en voz baja.
-
Ha dicho que sí, profesora Sprout –tradujo Luna,
acostumbrada a los balbuceos avergonzados de su novio- y que es un
honor que no merece, o algo parecido.
- Gracias, hijo
–replicó la profesora mirando a su alumno preferido con
cariño- yo seguiré estando en Hogwarts, seré la
jefa de Hufflepuff y te ayudaré si te ves muy agobiado con las
clases. Pero no creo que tengas ningún problema, con las
plantas eres muy competente.
Neville bajó la
cabeza, avergonzado aunque enormemente complacido.
Entonces
fue Snape quien tomó la palabra.
- En cuanto a mí,
cada día me cuesta más dar clase. Los años no
pasan en balde... y no quiero decir que sea viejo –puntualizó
desafiante, mirándoles a todos con sus ojos oscuros- pero mi
vida no ha sido demasiado relajada que digamos, he estado en
demasiadas luchas y a la larga eso pasa factura.
Draco no
contestó. Él mejor que nadie sabía que no sólo
la vista de Snape había empeorado, sino que el pulso empezaba
a fallarle. Le observó con preocupación, hasta que se
dio cuenta de que su padrino tenía sus ojos negros clavados en
él.
- Draco, siempre fuiste mi mejor alumno en
Pociones, y estos dos años me han convencido de que estás
capacitado para impartir la asignatura y... para ser el jefe de
Slytherin.
- ¿Qué! –exclamó
Malfoy, dando un respingo en la silla- ¿Vas a retirarte del
todo?
- No lo sé –reconoció Snape, y
cruzó una mirada de entendimiento con McGonagall- me siento
desbordado por el trabajo de las clases y las interminables disputas
como jefe de casa. La verdad es que me gustaría ejercer algún
otro trabajo en Hogwarts... Claro que eso lo tendrá que
decidir la nueva directora.
Las palabras de Snape
tardaron unos segundos en hacer efecto, en ser asimiladas por los
comensales más jóvenes, que, uno a uno, se giraron
hacia Hermione.
Hermione miró incrédula a
McGonagall. La directora le respondió con una sonrisa. Por
primera vez, la joven parecía no saber qué
decir.
- Efectivamente, Hermione. Desde que murió
Albus, yo he ejercido de directora, pero como sabes todavía
no he encontrado ningún buen profesor de Transformaciones. No
puedo abarcar tanto trabajo, así que me temo que tengo que
renunciar a algo. Y Transformaciones no es una asignatura que te
apasione, aunque siempre sacaste excelentes notas...
-
Como en todo –masculló Ron en voz baja, aunque en sus labios
bailaba una sonrisa de orgullo.
- ...así que no
tengo más remedio que ofrecerte el puesto de directora de
Hogwarts.
Hermione siguió mirándola,
aparentemente muda. Ahora entendía el hecho de haber pasado
dos años ayudando a McGonagall, aprendiendo de primera mano
cómo era llevar un colegio tan importante como Hogwarts. Y
había descubierto que era un trabajo que le encantaba, pero no
sabía si estaba preparada.
- Pero, profesora...
¿no soy demasiado joven? –murmuró, insegura, segundos
después.
Lupin soltó una carcajada.
-
¿No te dije una vez que eras la bruja de tu edad más
inteligente que jamás hubiera conocido¡Eres brillante,
Hermione¡No importa tu juventud, lo que importa es tu
cerebro!
- Remus tiene razón –intervino, para
sorpresa de Hermione, Snape-. Hogwarts necesita savia nueva y mentes
brillantes. Tienes que aceptar el puesto, Hermione, todo lo contrario
sería desperdiciar tu talento.
Hermione se quedó
muda. Aunque, desde que Harry y Draco salían juntos, su
relación con Snape se había vuelto algo más
cordial, jamás había escuchado de sus labios un halago
semejante. Una sonrisa se insinuó en los labios de Severus al
leer la sorpresa en el rostro de su ex-alumna.
- ¿Qué
dices? –añadió McGonagall segundos después.
Hermione
no respondió: estaba demasiado ocupada intentando contener las
lágrimas. Ron rodeó sus brazos y sonrió a su
antigua profesora.
- Creo que acepta, pero cuando deje de
llorar nos lo podrá decir por sí misma –dijo,
divertido, besando con cariño el rostro de Hermione.
-
Siempre supe que llegarías alto, Hermione –la felicitó
sinceramente Harry- que los tres llegaríais alto –corrigió,
mirando a Neville con aprobación y apretando con fuerza la
mano de Draco.
- ¿Y quién te dice que hemos
terminado, Harry? –le interrumpió Lupin, mirando con una
sonrisa al hijo de su mejor amigo.
Éste le
devolvió la mirada, desconcertado.
- Me temo que
la perspicacia de Potter nunca fue muy acentuada, Remus –bromeó
Snape. Lupin le dio un codazo, y después se giró hacia
el auror.
- Harry, sabemos que has descubierto que lo de
ser auror no es lo tuyo en estos tiempos de paz que corren. Creo, y
perdóname si me equivoco, que a ti te va más la acción.
- ¿Y has llegado a esa conclusión tú
solo, Remus, o cierto aristócrata rubio te ha ayudado?
–preguntó Harry, dirigiendo una acusadora mirada a Draco. El
aludido parpadeó con aire inocente.
- Por
supuesto he hablado con Draco y con todos tus amigos –reconoció
el siempre conciliador Lupin-. Pero esto ya estaba decidido desde
hacía tiempo. Simplemente quería cerciorarme de que no
ibas a echar de menos tu trabajo de auror.
El pulso de
Harry se aceleró ante las implicaciones de las palabras de
Remus.
- ¿Tú también te retiras,
Remus? –preguntó, asombrado.
- Harry, pareces
olvidar que soy un licántropo –respondió Remus con
firmeza pero sin rastro de autocompasión-. A pesar de las
pociones que me preparan amablemente Severus y Draco, cada luna me
siento más débil. Mi cuerpo se va resintiendo poco a
poco, Harry. Demasiados años siendo sometido a una tortura
constante... –terminó con un suspiro.
Entonces y
sólo entonces, Harry miró a Remus Lupin con otros ojos,
y advirtió con desesperación lo que el intenso cariño
que sentía hacia él le había impedido ver antes.
Su pelo ya estaba completamente gris, su rostro estaba demacrado, y
cada vez que se movía lo hacía con lentitud, como si
sus huesos estuvieran anquilosados o le produjeran un intenso
dolor.
Comprendió que a Remus Lupin no le quedaba
demasiado tiempo de vida, y la angustia se instaló en su
garganta.
Adivinando los pensamientos del hombre al que
ya consideraba como un hijo, Remus posó suavemente una de sus
manos sobre las de Harry.
- No te preocupes por mí,
Harry. Todavía me queda mucho tiempo para seguir metiéndome
con este par de pérfidos Slytherins –bromeó para
quitar hierro al asunto-. Pero no puedo engañarme a mí
mismo, ya no estoy para dar clase... y menos de una asignatura tan
peculiar como es Defensa Contra las Artes Oscuras.
-
Me... ¿me estás ofreciendo tu puesto? –preguntó
Harry sorprendido.
- Estaba decidido desde hacía
tiempo –respondió Remus, reclinándose en la silla- y
si te preguntas por qué nunca te pedí que fueras mi
ayudante, Harry, es porque pensé que te vendrían bien
un par de años como auror para aprender de primera mano lo que
era la DCAO.
Harry se quedó mudo. ¿Ser el
profesor de Defensa, la asignatura que incluso había llegado a
enseñar clandestinamente en quinto, la asignatura que le
apasionaba? Era demasiado bueno para creerlo.
- En
realidad hacía tiempo que Minerva, Severus, Remus y yo
queríamos pasaros el testigo –intervino ante su mutismo la
profesora Sprout alegremente- pero juzgamos mejor esperar un poco
para que superarais las consecuencias de lo que ocurrió en el
Ministerio de Magia. Ahora, sin embargo, creemos que ya es hora de
que profesores nuevos y más jóvenes entren a Hogwarts.
Nosotros ya llevamos demasiado tiempo sentando cátedra.
-
No puedo estar más de acuerdo –secundó McGonagall,
girándose hacia Potter-. Por cierto, Harry, además de a
la dirección también renunciaré a la jefatura de
la casa de Gryffindor. Como dice Severus, ya no estamos en edad de
soportar con paciencia las disputas de los alumnos, y confieso que
más de una vez he estado a punto de autorizar a Filch para que
utilizara cierto tipo de castigos poco ortodoxos... Espero que
consigas formar un buen equipo para nuestra casa, y la profesora
Hooch cuenta con que la ayudes a arbitrar los partidos y a enseñar
a los alumnos a volar en escoba. Desde luego eres el mejor en eso.
Harry estaba tan sorprendido que ni siquiera podía
hablar. No se lo esperaba. Se sintió culpable al pensar que
hacía unos minutos estaba resentido por su trabajo como auror,
y ahora era el profesor titular de Defensa Contra las Artes Oscuras,
el jefe de la casa de Gryffindor y, además, árbitro de
quidditch.
- Gracias, profesora –murmuró,
azorado.
- No me las des a mí, dáselas a
Hermione, quien, como nueva directora, no parece tener ninguna
pega.
Hermione Granger fingió meditar.
-
La única duda que tengo es si tendré que darte una
habitación, Harry –planteó con una sonrisa
maliciosa.
- No será necesario, señora
directora –contestó rápidamente Draco, haciendo que
todos rieran- no queremos abusar de su hospitalidad, así que
con gran esfuerzo seguiré compartiendo mi habitación
con el profesor Potter.
- ¿Dónde os habíais metido?
–preguntó Hermione mientras los dos profesores se dejaban
caer en sus asientos.
Harry miró a Draco y abrió la
boca para contestar, pero alguien se le adelantó.
-
Haciendo una demostración teórica de las clases de
Binns delante de los alumnos¿dónde si no? –respondió
Snape, quien estaba sentado a un lado de Hermione, junto con
McGonagall.
- ¡Harry! –exclamó Hermione, mirando a
su amigo. Después dirigió los ojos hacia el jefe de
Slytherin-. A ti no te regaño, ya sé que eres
imposible.
- Me alegra que al fin te hayas dado cuenta –repuso
Draco alzando una ceja- pero creía que el trato de
comportarnos como profesores, y sólo como profesores,
finalizaba una vez traspasadas las puertas de Hogwarts.
- Sí,
pero...
- Al fin y al cabo no puedo dejar de señalar que la
Sra. Directora no tiene ningún pudor en dejarse abrazar por su
insigne marido en público –añadió astutamente
Draco, señalando el brazo de Ron, que rodeaba la cintura de su
mujer.
Harry soltó una carcajada al ver cómo el
rostro de Hermione se ensombrecía.
- Esta vez te ha
ganado, Hermione –dijo mientras un satisfecho Draco le tomaba
ostentosamente de la mano.
- Si un día te encuentras con
que tu salario ha bajado misteriosamente, Draco, no hace falta que te
preguntes por qué –replicó la directora.
- Supongo
que podré soportarlo –replicó Draco, alzando la
cabeza desafiante.
- ¿Y dejar de vestir esas maravillosas
túnicas de marca?
Harry decidió desentenderse de la
conversación. Miró a Ron, quien a su vez puso los ojos
en blanco. En realidad, Draco y Hermione habían acabado
congeniando estupendamente, pues los dos eran inteligentes, astutos y
habían sido excelentes estudiantes en su día. En las
reuniones familiares casi siempre acaban solos, en un rincón,
hablando distendidamente de cualquier tema, mientras dejaban que
Harry y Ron, rodeados de un sinfín de cabezas pelirrojas,
despotricaran a gritos sobre el árbitro del último
partido de los Chudley Cannons o cualquier otro tema relacionado con
catorce personas montadas en una escoba. Desde hacía una
década, además, Draco solía tener en sus
rodillas a Josh, mientras que una pequeña niña de rizos
castaños observaba embobada cómo sus mayores hablaban
de quidditch desde el regazo del buscador más legendario de la
historia de Gryffindor.
Sin embargo, quién sabe si porque
ni siquiera ellos mismos habían aceptado aún que se
habían convertido en mejores amigos, también se pasaban
el día discutiendo, lanzándose indirectas, y, lo más
asombroso, disfrutando mutuamente con ello.
- ¿Qué
tal el trabajo, Ron? –preguntó Harry.
Ronald Weasley le
hizo una señal con el pulgar hacia arriba. Era igual que su
padre: honesto, sencillo y leal. Y parecía feliz. Aunque ya no
pasaban el día entero juntos como antaño, seguía
siendo el mejor amigo de Harry.
- Mira, Ron –señaló
Draco, interrumpiendo su discusión con Hermione para hacer un
gesto en dirección a la grada de enfrente.
Ron sintió
una mezcla de orgullo y decepción cuando, al lado de la
pancarta que rezaba "Lily Avery" apareció otra, pintada
con enormes letras verdes: "Viktor Weasley". Justin Macmillan
sostenía uno de los lados, y Henry Zabini, que hablaba
animadamente con Josh, otro.
- Los pobres no saben a quién
apoyar –comentó Harry con una sonrisa.
- Y su padre por
lo visto tampoco –añadió Draco maliciosamente,
mirando el semblante adusto de Ron- ¿aún no has
aceptado que tu hijo sea mi buscador, Weasley? –le pinchó el
rubio.
Ron le fulminó con la mirada.
- Puedo aceptar que
Bill sea un Slytherin –empezó el pelirrojo- puedo aceptar
incluso que esté en tu equipo, Malfoy... pero lo que jamás
podré aceptar es que le llamen Viktor.
- Pues vas a tener
que ir acostumbrándote, Ronald, porque todo el mundo le llama
así –regañó suavemente su esposa.
Ron
gruñó. Cuando Hermione quedó embarazada y dio
luz a dos gemelos, bastó una rápida consulta familiar
para decidir cómo se llamarían: William y Ginevra
Weasley. No obstante, Hermione ejerció su derecho como madre
imponiendo que el segundo nombre de su hijo varón fuera
Viktor, argumentando que Krum también había sido, a su
manera, un héroe. Ron asintió a regañadientes,
y, cuando su pequeño hijo empezó a hablar, se dio
cuenta con estupor de que casi nadie, ni siquiera él mismo, se
refería a él como Bill, sino como Viktor.
- Lo único
que me consuela es saber que no soy el único –añadió
Ron con una sonrisa maliciosa segundos más tarde, al ver una
alta figura que se acercaba a ellos.
- ¡Hola Blaise! –le
saludó Draco, haciendo sitio para que se sentara- ¿qué
tal Pansy?
- En casa, no ha podido venir aunque le habría
gustado –respondió su amigo, algo decepcionado- pero el
medimago le ha dicho que será mejor que no haga grandes
esfuerzos en las últimas semanas del embarazo, ya sabes... –de
repente pareció darse cuenta de con quién estaba
hablando, y sus labios se curvaron en una sonrisa sarcástica-.
Bueno, tú qué vas a saber de embarazos.
- ¿Qué
será ahora, Blaise? –intervino Ron- ¿Un inteligente
Ravenclaw o quizá un adorable Hufflepuff¿Vas a hacer
una colección, las cuatro casas de Gryffindor con el mismo
apellido?
- No eres el más indicado para hablar, Ron
–replicó Blaise con una mirada astuta- por lo menos nadie
llama Harry a mi hijo. Y en cuanto a Tony... bueno¿habría
sido peor que hubiera caído en Hufflepuff, no? –dijo,
fingiendo una mueca de aversión.
- ¡Blaise! –le
regañó Hermione.
Harry sonrió para sí,
pensando en lo que diría la estricta directora Hermione si
algún día llegara a saber los tejemanejes que Draco y
su hijo se traían entre manos para ayudar a Lily... por
supuesto, él no pensaba decir una palabra.
Afortunadamente
en ese momento se vieron interrumpidos por la voz del locutor. La
espigada figura de Leonard Nott estaba ahora en el palco del
comentarista. Saludó con la mano a su hermanastro Ron, y
siguió hablando apuntándose con la varita al cuello a
modo de amplificador.
- Deberías ir a vigilarle –comentó
Hermione, mirando al jefe de Slytherin.
- ¿Para qué?
- ¿Cómo que para qué? –intervino
McGonagall- ¡para asegurarte de que no dice nada inapropiado¡Yo tenía que vigilar bien de cerca a Lee en los
partidos de Gryffindor!
- Porque tú eras la profesora más
responsable de la escuela –le dio coba Draco sin sutileza ninguna,
sonriendo de oreja a oreja- pero ni Flitwick ni Sprout controlaban a
sus comentaristas.
McGonagall soltó un bufido.
- No me
extraña que tus alumnos no te tengan ningún respeto,
Draco –intervino Snape fingiendo mirar a su ahijado con desdén.
-
No te equivoques, Severus –rectificó Draco- respeto me
tienen, lo que no me tienen es miedo. Sería imposible que me
lo tuvieran dado que ese maldito fantasma todavía va por ahí
contando los pormenores de mi vida amorosa.
- Tienes que reconocer
que es importante para entender cómo derroté a
Voldemort –repuso Harry.
Draco le respondió con un
gruñido.
- Que a ti te haya gustado siempre llamar la
atención no significa que...
En ese momento un estruendo
les interrumpió. El rugido de miles de gargantas al gritar al
mismo tiempo. Tan enfrascados estaban en su conversación, que
no se habían dado cuenta de que el equipo de Gryffindor ya
estaba saliendo al campo.
- ...¡y Avery! –terminó
Nott, y, en ese momento, la grada de enfrente pareció venirse
abajo.
Harry y Draco tuvieron que contenerse para no jalear a su
hija mientras ésta daba una vuelta al campo, un destello rojo
y dorado que saludaba con la mano a sus amigos. La pancarta con su
hombre se agitaba, bien alta, levantada por sus hermanos y sus
amigos.
- Y ahora va a hacer su entrada el equipo de quidditch de
Slytherin... ¡Flint, Urquhart, Montague, Johnson, Anderson,
Pucey y Weasley!
De nuevo los gritos fueron atronadores, mientras
Viktor Weasley, un muchacho no muy alto pero sí fornido, cuyo
pelo rojo contrastaba furiosamente con la túnica verde que
cubría su cuerpo, saludaba a sus amigos, y después de
un breve apretón de manos con Lily, se reunía con el
resto de su equipo.
- ¿Por qué arbitra hoy la
profesora Hooch? –preguntó Ron.
- Porque era de esperar
que Harry prefiriera ver desde la grada cómo juega su hija.
-
Es decir, porque no se fían de ti –rió Draco, mirando
a su pareja.
- La verdad es que la imparcialidad no es la mejor
cualidad de Harry –repuso tranquilamente Hermione, mirando a
McGonagall, quien movió la cabeza para manifestar su
acuerdo.
En ese momento, Wood y Pucey avanzaron el uno hacia el
otro, se estrecharon sonrientes la mano, y se montaron en sus
escobas. Se escuchó el pitido del silbato de la profesora
Hooch, y, con un destello de túnicas rojas y verdes, dio
comienzo el encuentro.
