Lucharé a tu lado

Género: T.
Advertencia: Este fic es un Harry/Draco, shonen-ai, slash, yaoi... chico-chico, vamos. Si no te gusta, no lo leas.
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Si Harry Potter me perteneciera, primero yo estaría nadando en dinero, y segundo Cho Chang no existiría.


A veces no puedo evitar pensar que hay historias que tienen vida propia.
Empecé a escribir este fanfiction cuando apenas llevaba unos días leyendo historias Harry/Draco. Estaba impresionada por esta pareja, que jamás pensé que llegara a gustarme, y me apetecía escribir algo nuevo después de años dedicándome al shoujo-ai. Confieso que, cuando hice mentalmente el esquema inicial de la historia, no se me ocurrió que pudiera tener más de siete capítulos en total.
Me equivoqué. La historia, una vez superados los capítulos iniciales, empezó a alargarse casi sin que me diera cuenta. Continuamente me venían a la cabeza nuevas ideas, surgían nuevas subtramas, y sentía la necesidad de incluir a más personajes de lo que en principio había planeado. Lo que iba a ser un fic más o menos corto acabó ocupando casi 200 páginas, convirtiéndose en el fanfiction más largo que he escrito hasta la fecha.
Desde que empecé a escribir esta historia me he aficionado a esta pareja de forma alarmante, y he leído gran parte de los fics publicados en esta página. Me he dado cuenta de que la mayoría de ellos suelen estar dedicados a los amigos cercanos del autor, que le dan ideas para la historia y en algunos casos hasta se la corrigen. Bien, no es ése mi caso. Por desgracia a mis amigos el yaoi no les entusiasma demasiado, así que entre vosotros y yo no hay nadie más. Nadie lee lo que escribo hasta que lo publico en la página, lo que me atribuye el total de errores que podáis encontrar. Y la primera opinión que recibo de lo que he escrito es la primera review que vosotros me mandáis.
Es por eso que no puedo menos que dedicar este fanfiction a todos los que han estado leyéndome, y muy especialmente a los que me han ayudado con el tema del plagio (no me cansaré de repetirlo: Eire, Tres Seres y compañía, muchas gracias). Vuestros comentarios constructivos han hecho posible que hoy yo esté escribiendo esto. Así que espero que os hayáis divertido leyendo tanto como yo escribiendo.

En fin, esto ya se ha alargado demasiado (¿dónde habéis visto un Epílogo de tres partes? xDDD) así que aquí os dejo con el final de Lucharé a tu lado. Como no me gustó demasiado el regusto a excesiva felicidad que quedó en el último capítulo antes del epílogo, he decidido darle un toque trágico que espero me perdonéis. Ojalá que os guste, y, una vez más, gracias por vuestra atención.


Epílogo (III)

Cuando la luz que bañaba la pequeña habitación de Draco Malfoy y Harry Potter empezó a hacerse cada vez más débil, el jefe de Slytherin se levantó de la cama a regañadientes, consciente de que tenía obligaciones que cumplir. Encima de su lado del escritorio, apilados en un pulcro y ordenado montón, estaban los trabajos corregidos que al lunes siguiente entregaría a sus alumnos... entre ellos, a Lily y a Josh, cuyos respectivos cursos tenían clase de Pociones el lunes a diferentes horas.
Draco sonrió para sí al pensar en la máxima calificación que había tenido que estampar en las redacciones de sus dos hijos, sabiendo que se habían ganado cada décima de aquel sobresaliente. Desde el principio, sabiendo que ni a sus padres ni a tío Neville les haría gracia tener que suspenderles, Lily y Josh adoptaron la táctica más difícil, pero a la vez la más infalible: esforzarse como nadie en clase de Pociones, Herbología y Defensa Contra las Artes Oscuras. Así, ni siquiera el más receloso y envidioso de los alumnos podía quejarse de que Lestrange y Avery obtuviesen excelentes notas con sus padres adoptivos cuando sus deberes y exámenes eran tan concienzudos y precisos que, a menudo, obtenían más del cien por ciento de la nota.
Draco repasó distraídamente las redacciones, henchido de orgullo paternal. Josh Lestrange poseía una mente clara y brillante. Como Draco, adoraba las pociones, y, al igual que tía Hermione cuando tenía su edad, estudiaba con pasión asignaturas tan difíciles como Aritmancia. En cambio, Lily no era tan inteligente, pero sí destacaba por el empeño que ponía en ser la mejor en todas las actividades, desde el quidditch hasta los estudios. Sacaba buenas notas en todo, hasta en Adivinación, asignatura que Josh detestaba abiertamente y había acabado abandonando a los pocos días de cursarla. Lily tenía más paciencia que su hermano, y, aunque había confesado a sus padres que no había conseguido ver absolutamente nada dentro de la bola de cristal de Trelawney, su imaginación y picardía siempre conseguían hacer creer a la vieja adivina que se encontraba ante una auténtica privilegiada dotada de el "ojo" interno.
Tras volver a ordenar las redacciones, y dirigir una mirada desdeñosa al lado del escritorio que pertenecía a Harry, abarrotado de pergaminos sin orden ni concierto en los que una amplia gama de caligrafías infantiles describían a los grindylows, se dirigió a la puerta y salió de la habitación.
No tenía la menor intención de buscar y espiar al estúpido Gryffindor con el que compartía su vida, Merlín le librase, sino de ir al laboratorio de Pociones que durante décadas había sido territorio exclusivo de su padrino Severus Snape, y que ahora ambos compartían. Caminando distraídamente, cruzó el vestíbulo y se encaminó a las mazmorras. No le sorprendió encontrar a numerosos alumnos de Hufflepuff y Slytherin por allí, pues sus salas comunes no andaban lejos. Pero no les prestó mayor atención hasta que se cruzó con sus propios hijos. Junto a Josh y Lily se encontraba Frank Longbottom. Los forros rojo y azul de las túnicas de Lily y Frank destacaban entre la abrumadora marea verde y amarilla.
- Hola profesor Malfoy –saludaron obedientemente los tres niños, conteniendo una sonrisa. Hermione había dejado bien claro, incluso a sus propios hijos, que dentro de Hogwarts ella y sus amigos pasaban a ser el profesor Potter, el profesor Malfoy, el profesor Longbottom y la profesora Weasley. Sin excepciones. La medida, lejos de ser rechazada, se había convertido en objeto de risas por parte de los niños, a los que les divertía enormemente fingir tanta formalidad con sus propios padres y tíos, los mismos que al llegar el verano no dudaban en revolcarse con ellos en el jardín de los Weasley.
Y, aunque no era necesario, Draco y Harry también habían encontrado un extraño placer en llamarse mutuamente "profesor Potter" y "profesor Malfoy", cuando tenían que hablar el uno con el otro delante de los alumnos. Como jefes de las dos casas antagonistas por excelencia, se divertían fingiendo una irónica y fría cortesía cuando tenían que comunicarse algo por los pasillos. Aunque, por muy cortante que fuera la voz de Draco al darle permiso al profesor Potter para que sacara a uno de sus alumnos en mitad de clase de Pociones, los alumnos contenían a duras penas una sonrisa, pues era vox populi, que, al terminar el día, el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras y el profesor de Pociones acababan en la misma habitación.
- Avery, Lestrange, Longbottom¿qué hacéis aquí? Os hacía correteando ahí fuera.
- Ha empezado a llover –explicó Josh con un bufido- así que ahora estamos en la Sala Común de Slytherin.
- Ya veo. Así que hoy nos toca a nosotros ser los anfitriones –ironizó Draco, mirando a su hijo-. Dejadlo todo limpio y recogido¿de acuerdo?
- Sí profesor –respondieron los tres al unísono, dirigiendo a Draco una mirada que quería dar a entender que nunca habían roto un plato en su vida.
El jefe de Slytherin sonrió con indolencia y siguió su camino. Avery, Lestrange y Longbottom, el chico cuya expresión plácida y bonachona era calcada a la de Neville, pero cuya mente era tan extravagante como la de Luna, se metieron en la Sala Común de su casa.
En pocos minutos Draco se alejó del bullicio de los alumnos, encontrándose a solas en un lóbrego y oscuro pasillo de las mazmorras de Hogwarts. Una puerta pequeña y oscura destacaba en la pared de fría piedra gris. Draco la abrió y traspasó el umbral.
- ¿Trabajando, padrino?
Snape, que inclinaba su nariz ganchuda sobre un enorme caldero, ni siquiera levantó la cabeza para mirar a su ahijado.
- Preparo un par de pociones que Hermione me ha encargado –explicó sencillamente, removiendo la mezcla hasta que, tras entornar sus ojos cada vez más cansados, quedó satisfecho del resultado.
No le preguntó qué hacía allí, ni Draco ofreció más información al respecto: ambos sabían que Lupin necesitaría en breve una nueva remesa de poción matalobos. Y, aunque a Severus le resultaba insoportable la simple idea de pensarlo, lo cierto es que un trabajo delicado como aquél era imprescindible realizarlo con la ayuda de Draco.
El jefe de Slytherin se dirigió hacia una mesa donde su padrino, previamente, ya había dispuesto los ingredientes para que él, que aún conservaba sus facultades intactas, los pesara, cortara y distribuyera en su justa medida. Draco empezó a trabajar sin decir una palabra, consciente de que a Snape le avergonzaba aquella nueva dependencia. El antiguo profesor de Pociones, por contra, siguió removiendo su caldero, aparentemente ajeno a lo que estaba haciendo su ahijado. Sin embargo, cuando éste terminó de cortar y preparar, descubrió que Severus Snape ya tenía puesto al fuego un nuevo caldero, y, con profundo agradecimiento, echó los ingredientes en su interior. Iba a disponerse a removerlos, cuando su padrino se le adelantó.
- Déjame, Draco –pidió, arrebatándole los utensilios- es prácticamente lo único que todavía puedo hacer sin correr el riesgo de matar a nadie de una intoxicación.
Draco Malfoy, sorprendido porque su padrino hablara tan resueltamente de sus propias limitaciones, le sonrió con cariño.
- No seas tan duro contigo mismo, Severus. Has sido el mejor maestro de Pociones que jamás he tenido.
Los ojos negros de Snape encontraron los de Malfoy con un destello irónico.
- He sido el único maestro de Pociones que jamás has tenido, Draco.
El jefe de Slytherin soltó una carcajada.
- Bueno¿y? Tú me has enseñado todo lo que sé.
- Lo cuál todavía no sé si tomarme como un halago o no –replicó su padrino con sarcasmo, volviendo el rostro hacia el caldero.
Draco puso los ojos en blanco, pero sonrió para sí. Pese a las burlas de su padrino, no podía ocultar que le había hecho sentir algo mejor, menos inútil.
Snape siguió removiendo la poción matalobos con parsimonia. Draco se dirigió a otro rincón del laboratorio, y empezó a evaluar unos botellines que sus alumnos le habían dado el día anterior. Trabajaron durante una hora envueltos en un cómodo silencio, aunque Draco no podía evitar tener la mitad de su cerebro pensando en el absurdo plan que Harry pensaba ejecutar.
De repente se dio cuenta de que el rostro de su padrino estaba a apenas un palmo del suyo. Retrocedió de un salto, y a punto estuvo de dejar caer los botellines con las pociones.
- ¡Severus! –exclamó, sobresaltado.
Snape esbozó una sonrisa burlona.
- Te preguntaba si esta noche vas a dormir en el sofá, Draco.
Su ahijado parpadeó, confuso.
- ¿Cómo?
- Que si te has peleado con Harry –planteó de nuevo Severus, observando inquisitivamente a su ahijado.
- ¿Que si me he peleado con...? –repitió inconscientemente Draco, y se ruborizó- ¡por supuesto que no¿de dónde sacas esa idea estúpida?
- Quizá de que llevo diez minutos hablándote y no me oyes –replicó Snape sin dejarse intimidar, ampliando la sonrisa.
Draco frunció el ceño, mirando a su padrino. Después, dándose por vencido, suspiró y soltó suavemente en la mesa la botella de poción que tenía en la mano.
- ¿Y bien? –inquirió Snape, ladeando la cabeza para vigilar la poción matalobos- ¿necesitas algún encargo especial para doblegar a ese Potter? –preguntó, en un breve atisbo de su antigua enemistad.
Sin embargo, Draco apenas sonrió. Al advertirlo, Snape arrugó el entrecejo: conocía bien a su ahijado, y el problema tenía todos los visos de ser grave.
- No, Severus –respondió Malfoy instantes después, paseando la mirada por el laboratorio- es sólo que San Potter vuelve a la carga.
- Ya veo... ¿y en qué, exactamente, Draco? –preguntó nuevamente Snape, mientras un brillo extraño aparecía en sus pequeños ojos negros.
Sin embargo, Draco movió lentamente la cabeza.
- Me temo que no puedo contártelo, ni siquiera a ti, Sev...
- ¿Tiene algo que ver con lo que pasó en el Ministerio, quizá? –le interrumpió Severus, dándole la espalda para dirigirse al caldero.
- ¡Padrino! –gritó Draco, sorprendido y horrorizado, mirándole boquiabierto.
Por toda respuesta sólo obtuvo la risa suave y mordaz de Snape.
- ¿Cómo lo sabes? –preguntó Draco, llegando a su lado para encararle.
- Es Harry. Es Gryffindor. ES previsible –replicó mientras removía la poción matalobos-. De hecho me extraña que haya conseguido aguantar tanto tiempo sin llevar a cabo una de sus habituales acciones cargadas de heroísmo altruista...
- Porque yo se lo he impedido –masculló entre dientes el jefe de Slytherin.
- Sí, eso también lo imaginaba –respondió distraídamente Snape, e, inclinándose sobre el caldero, apagó el fuego.
- ¿Y qué opinas? –preguntó tras unos segundos Draco, molesto por el silencio de Snape.
- Ya te lo he dicho: que es inevitable.
- No quiero saber qué opinas de lo que piensa Harry –insistió el rubio, agarrando suavemente a su padrino del brazo- quiero saber qué opinas tú de la situación. Si crees que él... puede ser un peligro en un futuro...
Casi pudo escuchar cómo Severus Snape tragaba con fuerza, pero, pese a ello, no le soltó. Al fin, el ex-profesor de Pociones se giró hacia su aventajado alumno, con los ojos apenas convertidos en dos rendijas brillantes.
- Yo estaba arriba cuando todo ocurrió, Draco...
- Lo sé.
- No, no lo sabes –insistió Snape, endureciendo la voz, y esta vez fue él el que agarró con fuerza los antebrazos de su ahijado- tú estabas inconsciente.
- Pero me lo habéis contado una y mil veces –protestó el rubio.
- Oh, Draco, créeme, por mucho que te lo cuente jamás tendrás siquiera una ligera idea de lo que ocurrió allí –rebatió Snape, y, a pesar del calor que hacía entre los fogones del laboratorio, el ex-profesor se estremeció de los pies a la cabeza-. Cuando Harry tuvo entre sus brazos tu cuerpo, cuando creyó que habías muerto, él... se transformó, Draco. No era Harry. No era humano.
- ¿Entonces qué era?
- Una versión más joven de Lord Voldemort –respondió Snape sin dudar.
- ¿Un monstruo? –susurró el rubio.
Snape asintió, y soltó a su ahijado. Intentó recobrar la compostura, intuyendo que estaba más pálido que de costumbre.
- No me malinterpretes –advirtió, mirando a Draco-. Harry es un héroe, para mí y para todos. Y lo será siempre, porque él nos libró de esa amenaza constante que era Voldemort. Pero Draco... durante más de diez años tan sólo una cosa ha sido capaz de aterrarme, tan sólo un pensamiento ha sido capaz de asustarme hasta el punto de provocarme pesadillas... A veces sueño que te pasa algo, y entonces me despierto y me quedo unos segundos inmóvil, en la cama, intentando discernir si lo que acabo de vivir es real o no, si tú estás vivo o no, y si Potter anda en esos momentos convertido en una bestia y haciendo estragos por el castillo... –Snape suspiró, y alargó la mano hacia una botella vacía-. Es lo más terrorífico que puedas llegar a imaginar.
Draco se cubrió las manos con el rostro. Lentamente, cerró los ojos y se frotó las sienes. Intentando asimilar, intentando comprender lo que su mente rechazaba de plano. Que Harry pudiese representar un verdadero peligro.
Cuando abrió los ojos de nuevo, Snape le miraba con una botella recién llena de poción matalobos en la mano.
- No te tortures –susurró en tono afable, apretándole cariñosamente el hombro con la mano libre-. Vive tu vida junto a Harry, cría a tus hijos y sé feliz.
- ¿Cómo puedo ser feliz sabiendo que llegará el momento en el que él tenga que morir?
- Eso tú no lo verás, Draco –aseveró Snape, y el Slytherin cayó en la cuenta de que era cierto-. Puede que tú le sobrevivas diez años. O puede que no. Nadie puede saber cuándo va a llegarle la hora, ni siquiera esa loca de Trelawney. Tú vive tu vida, y, cuando llegue el día de tomar las decisiones, estoy seguro de que todos sabremos estar a la altura de las circunstancias. Y ahora –tosió, intentando quitarle hierro al asunto- si no te molesta, hay cierto licántropo que necesita que le lleven una poción.
Draco sonrió, al fin, y cogió la poción matalobos de manos de Severus.
- Gracias por todo, padrino –dijo, antes de darse media vuelta y salir del laboratorio.
Severus Snape contempló la puerta cerrada durante unos segundos.
- No hay de qué, hijo mío... –musitó en tono profundamente triste, mientras volvía de nuevo la atención a sus calderos- no hay de qué...

Algo más animado, Draco Malfoy subió al vestíbulo y se dirigió a la habitación de Remus Lupin con la poción a buen recaudo. De alguna forma, el hablar con su padrino le había hecho aceptar la situación. En aquellos momentos sólo pensaba en darle la poción al licántropo, volver a su habitación, esperar a Potter y recibirle como se merecía... como llevaba recibiéndole todas las noches desde que vivían juntos.
Aún con una pícara sonrisa en el rostro, llamó a la habitación de Remus Lupin, esperando escuchar la sosegada y cada vez más ronca voz del licántropo invitándole a pasar. Cuando transcurrieron unos segundos en el más absoluto silencio, volvió a llamar, pensando que no le habría oído.
Frunció el ceño, dando un paso hacia atrás. Sacó la varita. ¿Qué demonios estaría haciendo Lupin?
- Alohomora –masculló rápidamente, haciendo que la puerta se abriera suavemente. Para la propia seguridad del inquilino, la habitación de Lupin era el único dormitorio de los profesores que no tenía protección contra ese tipo de hechizo. En aquel momento, Draco lo agradeció.
Se paró en el umbral, intentando distinguir algo en la impenetrable oscuridad.
- ¿Remus? –preguntó, deseando ver recortarse la silueta del hombre contra la tenue luz que se filtraba por las cortinas cerradas- ¿Remus, estás ahí¡Lumos! –gritó, segundos después, cuando se convenció de que nadie iba a contestarle.
En ese momento, la sangre se le heló en las venas.
Remus John Lupin estaba en su cama, boca arriba. Su rostro estaba inusualmente pálido, sus miembros descansaban rígidos y sus ojos, vidriosos, miraban al vacío.
Los dedos de Draco se agarrotaron en torno a la varita, que apretaban con fuerza. Durante unos segundos se limitó a estar allí, inmóvil, contemplando con incredulidad el cuerpo de Remus. Después, le asaltó el primario e infantil impulso de salir corriendo. Y, finalmente, se impuso su sentido común, y dio un paso en dirección a la cama.
- ¿Remus? –volvió a llamar de nuevo, aunque era más que consciente de que Remus Lupin jamás volvería ya a contestarle. Con gran esfuerzo, extendió la mano. Al tocar el cuerpo, sus peores temores se vieron confirmados: la piel de Remus estaba fría, muy fría, al tacto.
En ese momento Draco sintió cómo desaparecía el miedo, y dejó que su mano acariciara suavemente la piel de su antiguo profesor, con un cariño que jamás le había mostrado en vida. Al fin y al cabo, era Remus Lupin, el hombre al que Harry tenía como un padre, su mentor, el profesor que siempre los había tratado a todos de forma justa y ecuánime, y también el miembro de la Orden que, superados los temores iniciales, había aceptado la presencia de Draco con una naturalidad que marcó la pauta a seguir por todos. Y después, cuando el hijo de su mejor amigo y el más legendario de los mortífagos renegados habían empezado su vida de pareja, les había apoyado y ayudado en todo lo que su delicado estado de salud le permitía. Harry le quería como a un padre, Lily y Josh le consideraban poco menos que su abuelo... y Draco le admiraba casi tanto como le quería, aunque jamás se hubiese parado a decírselo en voz alta.
Cerró suavemente los ojos de Remus. Y sintió una punzada de dolor en el corazón, la primera. Pero no la última.
Luchando por dominar su propia tristeza, dio media vuelta y salió de la habitación. Avisaría a Severus, y después dejaría que fuera él quien diese con Harry. No quería ver a la persona con la que su pareja estaba hablando en ese preciso instante. Por el contrario, esperaría cerca, casi al acecho, para que, cuando Harry se enterase de la muerte de Remus Lupin y apareciese por la habitación, tuviera unos brazos que le sostuvieran y un hombro sobre el que pudiese llorar y desahogar su pena.

Aquella mañana llovió ininterrumpidamente. Las gotas de agua, gruesas, abundantes, se confundían y difuminaban las lágrimas de los asistentes. Empapaban su ropa, salpicaban de barro los zapatos, pero, al mismo tiempo, otorgaban un marco de incomparable melancolía y tristeza al entierro de uno de los profesores más queridos de la historia de Hogwarts.
En una desagradable reminiscencia, mientras caminaba por entre las empapadas tumbas, Draco recordó en un fogonazo el desagradable día en el que tuvo que enterrar por primera vez a su madre. Mas pronto desechó el pensamiento con un violento movimiento de cabeza, concentrándose en abrazar aún más fuerte si cabe al hombre que caminaba junto a él. Las diferencias entre una y otra situación eran palpables: ya no estaba en el cementerio favorito de Voldemort, sino en el Valle de Godric. Ya no iba solo, sino que caminaba estrechamente abrazado a Harry, y cogiendo la mano de su hija. No estaba rodeado de mortífagos, sino de gente a la que quería, de amigos. Y, lo principal, venían de honrar y enterrar los restos mortales de Remus Lupin, y no de ejecutar un macabro y truculento ritual orquestado por una mente aún más siniestra si cabe.
El Valle de Godric, un lugar que Draco había aprendido a querer con el tiempo. Lo visitaba a menudo, acompañado de Harry y sus hijos.
Al llegar a cierto lugar, se detuvo en seco, y miró al frente. La gente empezaba a dispersarse. Los profesores de Hogwarts, antiguos conocidos de Remus, amigos lejanos y otros asistentes se habían marchado ya. Los miembros de la Orden aguantaron unos minutos más, mas al fin todos, con McGonagall a la cabeza, acabaron por abandonar el cementerio.
Ron y Hermione fueron de los últimos. Con los ojos enrojecidos, Hermione dio un abrazo a Harry y le dijo que le vería en la cena. Después, acompañado de su marido y sus hijos, siguieron a los demás miembros de la tribu Weasley.
Severus Snape aún quedó unos segundos más delante de la tumba del licántropo. "Remus John Lupin", rezaba en la lápida, una lápida de color blanco amarillento, como la misma luna que había marcado el ritmo de su vida. El astro que, finalmente, le había matado. Porque Remus había muerto en su cama, inesperadamente, de un infarto fulminante. Draco todavía recordaba la expresión de paz que adornaba su rostro exánime pero sereno. Su corazón, como su cuerpo, no había podido aguantar más tanto esfuerzo, tanto sufrimiento, y, finalmente, se había rendido en su agotadora lucha. Al menos ahora descansaba en paz.
Severus dio unas palmadas en la lápida, como si quisiera guardar en su memoria su textura fría y mojada por el agua de la lluvia, y dio media vuelta. Al final, libres ya del recuerdo de los beligerantes James y Sirius, el viejo pirado de las Artes Oscuras y el más moderado de los Merodeadores habían acabado por ser amigos. O algo parecido, reconoció para sí Severus Snape mientras, tras una última mirada, se deslizaba suavemente sendero abajo, abandonando el viejo cementerio tan lleno de recuerdos.
Harry, Draco, Lily y Josh quedaron al fin a solas en mitad del camposanto del Valle de Godric, dejando fluir libremente su dolor en aquel remanso de paz cuyo silencio era tan sólo roto por las lejanas campanadas de una iglesia.
Lily fue la encargada de depositar con cuidado un ramo de flores en la ya abarrotada tumba. Con los ojos anegados de lágrimas, se refugió en brazos de su hermanastro, quien, tercamente, se negaba a llorar.
- Adiós, abuelo Remus –musitó Josh con la voz quebrada, antes de arrastrar a su hermana hacia la salida.
- Esperadnos junto a Severus –musitó Draco cuando pasaron por su lado. Ambos asintieron distraídamente.
Fue entonces, y sólo entonces, cuando Harry se permitió dar rienda suelta a su dolor. Emitiendo un sollozo que quebró el alma del rubio, enterró la cabeza en su hombro. Draco le abrazó con tanta fuerza como pudo, tan destrozado por las convulsiones que sacudían el cuerpo de su pareja que apenas se percató de que él también tenía las mejillas húmedas, y no precisamente de agua.
- Por fin descansa, Harry –susurró en su oído, acariciando con su mano el cabello moreno y rebelde del Gryffindor.
- Eso espero –respondió Harry, levantando la cabeza. Y Draco leyó en sus ojos el dolor que su pareja sentía, sí, pero también la esperanza que él mismo albergaba-. Ojalá haya encontrado la paz por fin. Me gustaría pensar que está con Sirius... con mi padre, con mi madre... –miró a Draco- con la tuya...
El rubio se estremeció, y dejó pasear su mirada libremente por las tumbas que tenía delante. Remus Lupin había sido enterrado a poca distancia de su mejor amigo y esposa, James y Lily Potter. A su lado destacaba la tumba vacía de Sirius Black.
Y, algo más adelantada, a apenas unos pasos de los dos jóvenes, una lápida negra y reluciente señalaba que allí descansaban los restos mortales de Narcissa Black. Draco se mordió los labios mientras miraba con profundo cariño el lugar donde , ahora estaba seguro, descansaba al fin su madre. Tras la caída de Voldemort, había recuperado el cuerpo de Narcissa y se había encargado de volver a darle sepultura, en el mismo sitio donde estaban los padres de Harry y donde serían enterrados todos sus seres queridos. Había sido lo menos que podía hacer por la mujer que había dado su vida para salvar la de su hijo.
Draco se acercó a la tumba de su madre. Había reservado una solitaria flor en ofrenda a Narcissa Black, y, en ese momento, la dejó caer, delicadamente, sobre la lápida. A pesar del dolor por la muerte de Remus, Harry le observó, enternecido. Cuando el rubio volvió a acercarse a él, aún encontró fuerzas para sonreír.
- ¿Ya no estás enfadado? –preguntó en un susurro, apartándole el chorreante pelo rubio que le caía sobre la frente.
Draco enroscó los brazos alrededor de su cintura, triste y, al mismo tiempo, extrañamente feliz.
- Tus padres dieron la vida por ti –contestó, dirigiendo una agradecida mirada a la tumba-. Mi madre murió para que yo me salvara. ¿Y yo me voy a enfadar por algo que no depende de nosotros? La vida es demasiado corta, Potter.
- Disfrutémosla entonces –propuso Harry, señalando el sepulcro recién excavado de Remus- por los que ya no están.
Draco sonrió en señal de acuerdo, y, enredando sus dedos de nuevo en el pelo negro de Harry, buscó sus labios en un beso breve y tierno. Después, los dos se dieron media vuelta, y, aún estrechamente abrazados, tomaron el sendero que les conducía hasta la puerta del cementerio.
A lo lejos distinguieron la negra figura de Severus Snape, que abrazaba a la pequeña Lily. Harry se secó las lágrimas, observando cómo su viejo profesor de Pociones y sus dos hijos adoptivos se consolaban mutuamente. Y, mientras caminaba hacia ellos junto a Draco, bajo la lluvia que ya amainaba, pensó que, aunque ese día dejara atrás a algunos de sus seres queridos, le quedaba el resto de su vida para pasarlo junto a las personas a las que más amaba en el mundo.

FIN