Capítulo 5: Absolución

Reijiro decidió que era el momento adecuado de dar un paso decisivo en la vida de sus dos descendientes, en especial en la de Kazutaka. Éste había sido instruido en privado desde la infancia, pero ya a su edad lo más correcto era que se relacionara con otras personas de su condición, pese a los intentos continuos por parte del doctor para mantenerle aislado.

No podía condenarle a la reclusión por su particularidad. Además, el chico estaba destinado a ejercer la profesión familiar, en la cuál tendría que estar rodeado de otros seres humanos constantemente.

Al principio la adaptación resultó complicada, pero tras varios meses el heredero olvidó los esfuerzos por adaptarse al Instituto masculino al que asistía junto a Saki, aceptando el sobrio uniforme y la disciplina como algo adjunto a su porvenir.

Mientras casi todos sus compañeros de secundaria empleaban las horas de la tarde en disputar toda serie de encuentros deportivos, Kazutaka acudía al laboratorio fascinado por las posibilidades a su alcance. Nadie quería ingresar en un club de ciencias cuando podían hacerlo en uno de kendo o tennis, así que disponía de la totalidad de instrumental.

Lo que más le gustaba era experimentar con sustancias. Tras varios intentos fallidos mezclando bases y el concentrado que había extraído de las plantas de Gemmei, dio con un potente somnífero incoloro. El amplio abanico que el jardín de la mansión donde vivía le ofrecía era su escaparate particular; había encontrado en plantas a simple vista inofensivas recursos mortales. De todas las flores, sus preferidas eran las rosas: bellas, apasionadas… Pero también peligrosas, con sus despiadadas espinas deseando saborear el maná de aquellos incautos que caían rendidos a sus encantos.

El perfume que despedían las reinas rojas, su variedad predilecta, era idóneo para la poción. Inyectada en el epicentro, las toxinas atacaban directamente al sistema nervioso al ser inhaladas desde sus inocentes pétalos.

Centrado en sus singulares creaciones, no se percató de cómo alguien le observaba desde el otro lado del patio a través de una ventana. Saki sabía que su hermanastro no era demasiado normal. No hablaba con nadie, no tenía amigos y parecía esconder algo tras su porte educado y responsable, lo cuál le llamaba poderosamente la atención.

Las campanas sonaron, indicando a los alumnos que la jornada escolar había cesado. Un enjambre de alumnos asaltó la salida, y entre el mismo ambos emprendieron el regreso a casa.

Saki se desabrochó el cuello del uniforme, llevando la cartera colgando por debajo del hombro.

- Te pasas el día entre libros. ¿Para qué lo haces? – preguntó al menor con cierto aire de burla.
- Porque necesito ser el mejor para entrar en Medicina.

Rió con descaro y menosprecio.

- ¿Vas a ser médico sólo porque te obligan? Me das pena.

Kazutaka no le miró. Hacía todo lo posible por aceptarle y llevarse bien con él, pero la compañía de Saki le irritaba. A veces extrañaba aquellos días pasados antes de su llegada.

- Tú no lo entenderías. No eres completamente de la familia. Es mi deber seguir la tradición.

Ese era el orgullo del muchacho, no pertenecer del todo al clan. Su máximo deseo era perder cualquier lazo que le atara a los Muraki, empezando por la sangre de su sangre. Entraron en la residencia, encontrándola tan desierta y espeluznante como de costumbre. No se adivinaba la presencia de nadie en las dependencias principales.

- Estás demasiado seguro de las buenas intenciones de tu familia. Seguro que esconden trapos sucios y nunca te los contarán, hasta que tengas que limpiarlos todos tú sólo.

Kazutaka le encaró. No soportaba que arremetieran contra los principios hereditarios.

- Cállate de una vez, no tienes derecho a opinar sobre lo que no te incumbe.

El mayor volvió a esbozar su siniestra sonrisa. Miró a lo lejos, allí donde la puerta del despacho de su padre se encontraba.

- Si tan seguro estás, entonces no tendrás reparo en venir conmigo al despacho de papá y echar un vistazo a sus documentos.

No esperaba aquella propuesta. Reijiro le había dicho convenientemente que no debía entrar allí si no era a su lado, y mucho menos curiosear en los archivos. El proceso que seguían era simple, cuando necesitaba algún libro se lo pedía, siendo el propio doctor quien se lo entregaba tras haberlo sustraído personalmente.

- No debemos hacerlo. - ¿Tienes miedo, señor hijo perfecto? – volvió a burlarse de él.

Enfadado, apretó los puños y avanzó a zancadas por el pasillo, seguido de un Saki satisfecho por haber conseguido lo que quería. Haciendo gala de su destreza para abrir dispositivos, el seguro de la puerta no ofreció demasiada resistencia a la experiencia del futuro licenciado. Cerró con discreción mientras observaba cómo su hermano admiraba de cerca el esqueleto humano recuerdo de los días de estudio de anatomía y los interminables volúmenes enciclopédicos.

- Deben estar por alguna parte. – afirmó, mirando las estanterías.

El menor se sentó con cuidado en la silla del escritorio. Tras pasar unos quince minutos rebuscando entre los cajones, encontró un pequeño cuaderno de tapas gruesas de cuero. Lo ojeó al amparo de las maderas del mueble mientras el otro seguía a lo suyo unos metros a lo lejos.

Las pupilas flotantes en un mar de plata se contrajeron al leer unas palabras entre la letra rápida y de trazo pesado.

El experimento ha resultado un éxito. El niño ha sido creado, pronto abandonará el tanque.

Su corazón empezó a latir con fuerza al ver la fecha de la anotación, unos quince años atrás. Dejó de oír y ver para sumergirse exclusivamente en aquel diario de investigación. A cada página que devoraba con rapidez su consternación crecía, y para cuando el estupor llegó a la cima, sólo la voz de Saki temerariamente cerca le devolvió a la realidad.

- ¿Has encontrado algo? – le preguntó.

Kazutaka se apresuró a negar con la cabeza mientras escondía el cuaderno en su abrigo.

- No, nada interesante. – comentó con calma.

Oyeron ruidos en el pasillo, por lo que dejaron todo colocado evitando dejar huellas de su paso, saliendo por el ventanal que daba hacia el exterior. Se las apañó para disculparse y saltarse la cena, encerrándose en su cuarto bajo llave y dedicando lo restante del día en desmenuzar el contenido de las páginas amarillentas.

Aquellos datos manuscritos le confirmaron algo que siempre había sospechado. Lo que resultó un total impacto para él no fue el constatar que era alguien demasiado peculiar… Sino el saber que no era el único.


No tengo dónde esconderme,ni nadie en quién confiar.
La verdad me abrasa,
y su calor nunca desaparecerá.
Canta por la absolución,
que yo lo haré mientras me precipito desde tu clemencia.

Muse, "Sing for absolution"

Gemmei dormía sedada a su lado, y las sábanas se habían convertido en una prisión sofocante de la que ansiaba alejarse por espacio de unas horas. Se vistió con discreción, dejando atrás el dormitorio conyugal y posteriormente su propia vivienda, herencia tangible de un pasado dinástico repleto de poder e influencias.

A Reijiro le gustaba deambular por Kioto cuando la nostalgia le invadía. Echaba de menos la capital y su caótico ambiente realista. En noches como aquella tenía la incómoda sensación de encontrarse dentro de una historia teatral, donde el escenario era demasiado detallista y sus actores vestían máscaras de cotidianidad en lugar de aquellas que representaban a los dioses mitológicos.

Se metió las manos en los bolsillos para resguardarlas de la temperatura. Una fría brisa acarició su rostro, arrastrando decenas de hojas y pétalos de cerezo provenientes de un jardín cercano. Desorientado por un denso presentimiento, tardó en asimilar que se encontraba en el mismo lugar donde hacía más de una década pactó con la diosa.

Se le formó un nudo en el estómago al cesar el arrullar del viento y los insectos, sumiéndose todo en una lúgubre calma al ser bañado cuanto le rodeaba por una luz rojiza. Alzó la mirada hacia el firmamento, topándose con una luna sanguinolenta, la misma que le había tutelado en el momento de la creación.

Supo a qué se debía la corazonada que le estrangulaba. Haciendo caso de un impulso irrefrenable echó a correr hacia la arboleda próxima. El aire se hacía más denso y la luz más opaca a medida que se acercaba; una vez se hubo adentrado en el claro cercado por los ancianos troncos y sus abundantes copas, le encontró.

Horrorizado, vio cómo su hijo rebanaba la yugular de una mujer haciendo uso del escarpelo que ya había dado por perdido. Kazutaka estaba de espaldas a él, pero pudo percibir la sinergia espiritual que le envolvía para luego esfumarse.

Al desplomarse el cadáver sobre el suelo y sentir el contundente aplomo de la muerte cubriendo con su hálito el perímetro que les rodeaba, de la garganta del adulto surgió una exclamación de estupor y desasosiego.

Él se giró lentamente, clavándole la mirada. Tenía la tez salpicada de rojo, al igual que las ropas, y su expresión rozaba el delirio, pero también la desesperación.

- ¿Estás loco! – le gritó Reijiro. - ¡Has sido tú el que estaba detrás de esos asesinatos, debí haberme dado cuenta antes!

El joven se acercó a él. Sentía ira, menosprecio, consternación. Todo lo que había conocido hasta la fecha dejó de tener sentido cuando la lectura del diario hubo concluido.

- ¡ Es culpa tuya! – bramó. - ¡Tú me programaste para que fuera esto¡Me dejaste incompleto, esas almas me pertenecen!

El padre le agarró por las muñecas, cayendo ambos al suelo y enzarzándose en un aparatoso forcejeo. Aprovechándose de su mayor masa corporal logró inmovilizarle parcialmente. Reijiro recordó que portaba una última dosis de tranquilizantes en el bolsillo interior de la chaqueta, así que de un rápido movimiento clavó la aguja en la pierna de Kazutaka, el cuál siguió gritándole hasta que la droga hubo hecho efecto.

- Tú… me hiciste… así… - pronunció poco antes de caer ante la dosis.

El médico reprimió las ganas de desahogarse a pleno pulmón, reuniendo todas sus fuerzas para tratar de paliar su error. Le tomó entre los brazos, emprendiendo camino hacia el laboratorio secreto en el subsuelo de la mansión. Miró a su alrededor con nerviosismo, cercionándose de la ausencia de testigos.

Y pese al cuidado tenido por padre e hijo para no ser seguidos en sus respectivas intenciones, una tercera persona había presenciado los sorprendentes hechos. Oculto entre la maleza, Saki no había perdido detalle del ritual de su hermano y la reacción del progenitor.

Aguardó a que éstos se hubieron alejado lo suficiente para abandonar su escondrijo. Había recibido información suficiente aquella velada, era más prudente regresar a su cama y aparentar que nada había ocurrido.

Una vez estuvo en su habitación, nuevos renglones fueron añadidos al trazado de la estrategia, ignorando que decenas de metros bajo sus pies un nuevo desafío a la vida se estaba consumando.

Reijiro cerró las sólidas puertas de metal haciendo uso de unas llaves magnéticas, dispositivos de seguridad que sólo poseía el ejército además de su persona. El laboratorio había cambiado en todos aquellos años, equipos sofisticados lo poblaban, entre los que destacaban nuevos ordenadores y una cámara de suspensión.

Empotrada en una de las paredes, parecía una probeta de descomunales dimensiones capaz de contener centenares de metros cúbicos de líquido amniótico. Llevó al chico hasta una de las amplias mesas de aluminio donde trabajaba y le despojó de toda vestimenta. Tras haberle subido por medio de una plataforma hidráulica a la entrada del recipiente, conectó a su piel electrodos con los que mantendría registradas las constantes, además de percibir y actuar sobre su actividad cerebral, tal y como había sucedido en el primer año de su desarrollo antes de dar por concluido el proceso.

El doctor, ya sobre suelo firme, contempló absorto la horripilante escena. Iluminado por tenues focos verdes, los más efectivos para ambientes poco iluminados, la silueta de Kazutaka quedó resaltada mientras flotaba sobre el que había sido el útero artificial en el que había sido gestado. Observó su rostro relajado y los finos cabellos siendo movidos por las corrientes líquidas, mas tuvo que agarrarse a otra de las mesas próximas para no desvanecerse de la impresión al abrir el chico los ojos de forma violenta, clavándole la mirada.

Tanta era la resistencia a los venenos que su organismo había desarrollado que los efectos de la morfina pronto quedaron inoculados. Kazutaka reconoció aquella sensación cálida bañando su cuerpo, la punzante electricidad anclada a la carne y la húmeda angustia de no poder escapar del cubículo. Primero miró a su padre para luego barrer cuanto la vista le permitía, identificando el enclave.

Las imágenes de los primeros momentos de conciencia seguían en su mente, terminando de confirmar lo que las palabras le habían dicho. Él había sido creado allí, y el hombre que destrozado le observaba desde fuera había sido el artífice.

Reijiro tropezó al correr hacia el ordenador central. Debía acabar con aquello cuanto antes. Al ponerlo en funcionamiento, una fuerte descarga de tensión recorrió los cables, acabando por llegar hasta el adolescente, el cuál emitió un grito de dolor audible pese al medio. El sudor frío empapaba su frente, sometido a la presión de tratar de restaurar la percepción de su hijo en el menor tiempo posible con tal de no hacerle sufrir.

Tenía que entrar en la configuración y retocar la programación de los genes. ¿Habían éstos mutado con los años, o era un error base?

Su cerebro trabajaba con endiablada mecánica, buscando la explicación a el por qué el muchacho no podía asociar la muerte como un tabú. No quería que fuera un asesino, sino un médico de provecho con una vida normal

Y mientras el cuerpo de Kazutaka se convulsionaba por nuevos espasmos, lágrimas desesperadas regaron el rostro de Reijirio al comprender que ese era el precio real de su osadía. El trato con Suzaku había sido claro, condenándole a carecer por siempre de espíritu; por mucho que tratase de hacer caso omiso a la evidencia, su hijo nunca sería un ser humano propiamente dicho, lo cuál constituía su castigo por haber querido emular a Dios.

Cerró el programa temeroso de irrumpir aún más en las funciones cerebrales y agravar el daño con sus posibles repercusiones. Al mirar de nuevo hacia el tanque vio que el joven tenía los ojos en blanco. Alentado por los instintos primarios de protección se abalanzó sobre el contenedor, accionando la manivela de la apertura de emergencia, situada en un lateral.

Un torrente de amniótico se desparramó por el suelo, quedando el chico desplomado en el fondo aún con los dispositivos arraigados. Se los quitó uno por uno, algunos con brusquedad debido a la tensión, abriéndole aún más las heridas.

Aunque había perdido el sentido, respiraba. Totalmente deshecho, el doctor le abrazó como queriendo protegerle de sí mismo. Pese a su horripilante y oscura naturaleza, era su hijo, y le amaba como tal.

- Perdóname… - le suplicó entre sollozos, creyendo que seguía inconsciente.

Mas no era así. Kazutaka se dejó acunar entre aquella calidez. El rencor que sentía era punzante, agonizando bajo la perspectiva de toda una vida inmerso en la búsqueda de su culminación. Detestaba a Saki, porque éste significaba para Reijiro el todo que él no podía ofrecerle; un descendiente natural dotado de ambas partes, la tangible y la volátil, y odiaba a su padre por haber necesitado suplir las carencias científicas con una infidelidad, sin importar lo que la familia a la que tanta importancia daba pudiera padecer.

Y sin embargo… Le quería, porque a él debía estar allí, con sus virtudes y defectos. Con sus expectativas y su sed de sangre.

Inmerso en tales contradicciones, demostró que era capaz de sentir como el que más. Aquella noche y sobre el torso vestido de Reijiro, le acompañó en el percance, siendo esa la primera ocasión en la que conseguía, al fin, llorar.