Capítulo 9: Unión

Gemmei se levantó tras haber pasado la última hora cepillando su pelo, suave y fino como la mejor seda. Su cabellera caía frondosa hasta la cintura, matizando con un toque de sofisticación su apariencia de mujer madura, alarmantemente deteriorada pese a encontrarse en los años límite de la llamada juventud.

Al principio permitía que Kazutaka se encargase de sus cuidados, dejando que le peinase y le arreglara las uñas, mas con el paso del tiempo lo arisco de su comportamiento hizo de ello algo imposible. Sus manos estaban secas y agrietadas, estando coronadas por restos resquebrajados de esmalte rojizo.

Eran esos nimios detalles femeninos los que la ataban a la realidad. En cuanto se apartaba del tocador se sumía en sus tinieblas. Ecos de días pasados la atormentaban continuamente; revivía el día de su boda una y otra vez, la noche de nupcias y la angustiosa espera, en la que todos los intentos no hicieron más que confirmar que era inútil para su misión más importante como esposa.

El rostro de su madre y tías, las cuáles habían parido entre todas a nada más y nada menos que veinte hijos, le rodeaban recriminándole su falta como mujer.

Su mano se posó sobre el pomo de la puerta, pero no pudo abrirla. Como era costumbre estaba cerrada con llave.

Ella odiaba las puertas. Eran meros objetos con demasiados significados intrínsecos impuestos por los humanos; con diez centímetros de grosor las personas ocultaban secretos a los demás, preservando la intimidad de ser necesario. A veces resultaba ridículo el obstáculo moral conformado por un pedazo de madera, pues la distancia a salvar entre un suceso a priori encubierto era demasiado fácil de cubrir.

A veces, cuando los efectos de los sedantes comenzaban a remitir, se imaginaba el cuerpo de Reijiro yaciendo con la otra. Construía en su mente las formas del único varón que había conocido fundiéndose en el cuerpo de su paciente, la madre de su único hijo natural, para luego regocijarse imaginándose a ella misma abriendo abruptamente la puerta que de seguro les aislaba del exterior, y asesinándoles a ambos a sangre fría, cobrándose su venganza y alcanzando un descanso para su alma en pena.

Tal vez si aquel embarazo extramarital no se hubiese producido, no habría dejado de ser ella misma, ni habría detestado como hacía a Kazutaka, la imagen viva de su fracaso como madre en todos los sentidos.

Presa de sus propias alucinaciones, Gemmei no quiso pasar aquella noche de nuevo a solas con su colección de porcelana. Tomó una horquilla del tocador, y tras extenderla en toda su longitud introdujo la varilla de metal obtenida en el hueco de la cerradura.

Era muy posible que le llevara horas, incluso días, burlar el mecanismo, pero contaba con una determinación suficiente como para derruir montañas; la propia de una superviviente del menosprecio, dispuesta a demostrar con sus últimos destellos que todos habían errado al enterrarla demasiado pronto.


- Es un honor tenerle entre nosotros, Kurasawa-san. - proclamó Ryu con una reverencia, cumpliendo con el protocolo de rigor a mostrar ante una personalidad.

El ministro de justicia japonés correspondió con otra reverencia mientras las empleadas del restaurante le conducían hasta el comedor que había reservado, preparándolo todo a la usanza tradicional.

Una vez estuvo el político acomodado en su tatami, una de las jóvenes geiko abrió las puertas sin mirar al frente, sentada de rodillas en el suelo. Deslizó con suavidad la primera de las bandejas repletas de delicados platos, entró en la dependencia cuidando la composición de su kimono y cerró tras de sí el panel corredero.

El máximo responsable de Kokakurô se dirigió en voz baja a la que era su brazo derecho, la meretriz del lugar y supervisora de todo el local, merecedora de los respectos de todas y cada una de las trabajadoras a su cargo. Confiaba ciegamente en ella, pues llevaba al servicio de la familia Oriya desde sus años mozos. Ryu sabía que podía dejarlo todo en sus manos.

- Que le sea asignada la mejor habitación disponible, y acceded a todas sus peticiones. Posiblemente regresaré ya de madrugada.
- Sí, joven señor. - respondió la mujer.

Mientras ponía rumbo a sus aposentos privados para llevarse consigo libros y anotaciones a casa de los Muraki, hubo un detalle que no pudo pasar por alto. Escuchó claramente a través de las finas paredes cómo su destacado cliente no dejaba de insinuar intenciones a la más hermosa de las chicas, y los esfuerzos de ésta por zafarse de las inquietas manos que se empeñaban en introducirse bajo sus elegantes ropas.

Primeramente se dijo a si mismo que con el pensamiento que acababa de tener estaba insultando el buen hacer de sus antepasados. Sin embargo, él debía asegurar la permanencia del negocio hasta al menos dejarlo al cargo del siguiente heredero, y los tiempos habían cambiado; el mundo empresarial requería doblegarse a nuevos campos, nuevas tendencias, buscar beneficios apoderándose de un sector del mercado que nadie se había atrevido a explorar.

Así que esa idea aparentemente fugaz, lejos de evaporarse, le pareció muy buena, quizás su única salida para escapar del callejón e imprimir estilo propio en donde la sobriedad no daba cabida a la innovación.

(1) Geiko: figura tradicional de Kioto, constituida por mujeres cuya función es proporcionar entretenimiento a través del dominio de las artes de la perfección estética y artística. Entre sus conocimientos deben primar la armonía, la conversación y el equilibrio. Referencia obtenida de la novela "Vida de una geisha", de Mineko Iwasaki.


La única persona ajena a la mansión que había penetrado en sus misterios durante los últimos años era Ukyô. Quizás por eso Kazutaka se mostró reticente ante la llamada telefónica que había recibido apenas unas horas antes.

El orden y la pulcritud eran las dos obsesiones con las que calmaba lo imprevisible de su personalidad, haciendo de la vieja y excesiva residencia un campo de batalla donde apaciguar las tormentas interiores, mostrándose sereno cuando en realidad soportaba terribles tempestades en búsqueda de cumplir sus objetivos.

La creación de la vida y la burla a la muerte habían dejado de ser delirios infantiles para transformarse en su única razón de ser. Y sin embargo, si perdía la compostura todo podría venirse abajo.

Cada vez era más duro aparentar su condición de mero estudiante; excelente, pero corriente al fin y al cabo, no sólo con los que le rodeaban en la elite académica, sino con aquél que había traspasado la frontera del mero compañerismo.

La campana de la puerta principal sonó, y se dijo que debió haber rechazado tajantemente la oferta de Oriya para acudir a ayudarle con el proyecto. Sólo quedaban tres semanas para la entrega; podría terminarlo por sus propios medios, mas sus estancias secretas en el subsuelo de la Universidad le consumían demasiado tiempo.

Pese a todo allí le encontró tras abrir. Dedujo que había acudido corriendo por las embarradas aceras de la ciudad en medio de una recepción, a juzgar por el kimono oscuro que vestía, sus cabellos revueltos y las mejillas levemente enrojecidas por el esfuerzo físico. Portaba varios y pesados volúmenes de ciencias y su imborrable y pícara sonrisa.

- Espero que tengas las pilas puestas, he dejado al Ministro a solas en mi restaurante para venir. ¡Vamos a terminar la tesis aunque sea lo último que haga! - proclamó.

Calló, mirando a su alrededor una vez en el interior del salón. La oscuridad y el silencio que invadían aquella casa eran espeluznantes. Asimismo podía denotar una atmósfera sombría que le inquietaba. Tenía demasiado fino su instinto espiritual como para no hacer caso de las corazonadas; algo le decía que aquellas paredes habían presenciado hechos ajenos al resto de la comunidad.

El sonido de la puerta siendo cerrada le sacó de sus pensamientos, girándose para contemplar a Kazutaka. Desde que le besara había tratado de mantener la distancia como si nada hubiese ocurrido, mas sus sentimientos seguían siendo igual de sólidos. Ryu creía fervientemente en que una parte de la esencia de las personas quedaba arraigada en los sitios donde habitaban, y ahora que conocía de lleno cómo era la casa donde Muraki vivía, creyó poder comprenderle un poco más, si es que ello era posible.

¿Dónde estaban los demás miembros de la prestigiosa familia¿Por qué tenía la sensación de estar siendo vigilado por entes invisibles?

- Al demonio el Ministro de Justicia. Esto sí que es un honor, al fin has tenido la decencia de invitarme a venir. - dijo disternidamente.
- Yo no te he invitado, has sido tú el que se ha dado permiso. - respondió, caminando ya por delante de él.
- Al menos me la enseñarás¿no? Es enorme. - preguntó tras comprobar que a ambos lados del recibidor se extendían sendos pasillos poblados de más y más salas.
- Vamos a mi habitación.

Oriya se encogió de hombros ante su seca actitud. Subió detrás de él las escaleras que conducían al piso superior, dejando todo el material que había traído sobre el escritorio de Kazutaka.

Su cuarto era espacioso y demasiado sobrio. Tenía una cama de estilo occidental, un vestidor y varias estanterías repletas de libros y códices. Lo único que restaba seriedad al conjunto era la ventana, con vistas al jardín de arces que bordeaba los dominios de la mansión.

Se tomó la libertad de encender las luces y cerrar asimismo la puerta para tener privacidad, pese a que todo indicaba que no iban a carecer precisamente de un ambiente tranquilo y silencioso para concentrarse.

Mientras el anfitrión buscaba en el armario unas zapatillas que prestarle se sentó a la mesa de trabajo, quedando centrada su atención en dos viejas fotografías de color sepia que velaban desde una esquina, colocadas milimétricamente al igual que todo el material dispuesto sobre la superficie.

- ¿Es tu padre? - quiso saber.

Kazutaka contestó sin mirar la imagen, sentándose a su lado.

- Sí, cuando tenía nuestra edad. El otro es mi abuelo.

Un escalofrío le recorrió, sintiendo que los hombres retratados en el pasado le atravesaban con sus miradas desde el plano espiritual de los difuntos, como tratando de advertirle algo.

- ¿Vas a pasarte toda la noche de brazos cruzados? Si es así, lárgate, tengo mucho que hacer. - reprendió, con su pálido rostro sumido en una eterna e indescifrable parsimonia.

Ryu respiró profundamente restándole importancia a sus malas maneras, a las cuáles ya estaba acostumbrado. Le pidió que le mostrase los adelantos realizados durante los meses transcurridos desde que abandonara la carrera, y analizó con interés cada anotación manuscrita de Muraki. La indagación que había realizado era simplemente fascinante. Pese a que ya no era estudiante de Medicina seguía de cerca las noticias referentes a nuevos descubrimientos, todo con tal de serle lo más útil posible.

- Tengo otro punto de vista sobre este aspecto. - comentó. - ¿Has leído el informe del Profesor Obara? Si comparamos las muestras obtenidas en su experimento con las tuyas todo converge en una nueva explicación. Podríamos descubrir cuáles son las causas de la reproducción excesiva.
- Continúa. - pidió, dejando que los eufóricos y oscuros ojos de Ryu hablasen por si solos.

Discutieron durante horas acerca del tema central de la investigación, redactando nuevos textos y llenando hojas y hojas de papel con esbozos y fórmulas, compartiendo la pasión por la ciencia que les había unido en el pasado; a su vez, la conexión que entre ambos surgía cuando estaban juntos se hizo tan evidente que pasó a ser algo más...

Callaron por vez primera en toda la noche, quedando suspensas las miradas sin pretenderlo, formándose una punción sensual tan intensa que el visitante tuvo que buscar de la nada un nuevo tema de conversación, con tal de disimular el intenso palpitar de su pecho.

- Deben ser más de las 3, y encima llueve... Será mejor que me vaya.
- Son exactamente las 4 y veinte minutos de la mañana. - apuntó Kazutaka mirando su reloj de pulsera. - Cogerás una pulmonía, quédate y márchate a primera hora. Así al menos podrás descansar un poco antes de volver a la rutina.

Reconoció que llevaba razón. Si acudía a su hogar en ese momento acabaría por ponerse a adelantar trabajo pendiente, encadenando con la nueva jornada en Kokaudô y permaneciendo en vela hasta la noche siguiente.

- ¿Tienes un futón?
- No. Duerme tú en mi cama, yo seguiré con esto.

Ryu asintió, algo intimidado por la situación. Supuso que él había realizado la propuesta con toda su buena intención, pese a tener total constancia de sus sentimientos. Se despojó de la parte superior del kimono, doblándolo con sumo cuidado y dejándolo en una percha del armario. Desde su silla y aparentando estar inmerso en el trabajo, Muraki contempló de refilón su ancha espalda desnuda y los brillantes cabellos que caían por la misma.

Cruzó las piernas mientras consultaba un volumen enciclopédico, y su amigo se tendía sobre el cómodo colchón apartando las sábanas. Éste consumió algunos minutos limitándose a mirarle enfrascado por completo en la tarea.

Kazutaka le pareció incluso aún más mágico envuelto por la única y diminuta fuente de luz que quedaba en toda la habitación, una antigua lámpara de aceite que debía tener más de un siglo, y que seguía ejecutando sus funciones desde el escritorio.

- Déjalo ya. - murmuró. - Deberías dormir tú también, no tienes buena cara.

Él se quitó las gafas, paliando el leve dolor de cabeza. Efectivamente, estaba atravesando una temporada realmente dura en lo personal, y ni siquiera sus logros estudiantiles podían eclipsar a la negrura en la que se debatía.

- No sé por qué te hago caso.- espetó secamente, incorporándose del asiento y procediendo a despojarse de la ropa que le incomodaba, desvistiéndose también de cintura para arriba.

Ryu decidió tenderse de costado con la espalda pegada a la pared, dejándole al dueño del lecho todo el espacio posible. Éste se tendió boca arriba, digiriendo la extraña sensación de tener compañía en su propio espacio.

- ¿No apagas la llama? - quiso saber Oriya.

Muraki ladeó la cabeza para mirarle directamente a los ojos. Su cabello plateado caía parcialmente por su rostro en mechones uniformes. Ciertamente, parecía un arcángel expulsado del Paraíso.

- Me gusta dejar que se consuma sola.

Escasos eran los centímetros que les separaban, al igual que las prendas que les cubrían. El dueño del prestigioso local deseó creer que aquella noche había abandonado sus obligaciones por algo más que un mero proyecto del que no obtendría recompensa alguna. Aunque no lo expresara, su aura entera desprendía la profunda emoción e incredibilidad que le invadían por estar en donde nunca creyó, en la situación que tantas veces había imaginado para sus adentros.

Con un hilo de voz no permitió que su lucha por tenerle concluyera.

- No he dejado de pensar en aquel día.

- ¿De qué hablas? No lo recuerdo. - contestó, queriendo por una parte disuadirle, y por otra provocarle.

Kazutaka se hallaba entre dos aguas. Por un lado no podía permitir que Oriya descubriera sus entresijos, pues no sólo le pondría en peligro, sino que sus macabras ambiciones podrían salir perjudicadas. Mas por el otro, le deseaba. Se sentía atraído por el tabú que supondría volver a probar sus labios, y ansiaba desinhibiese ante el único ser que se había empeñado en permanecer junto a él, y no por la base de un matrimonio previamente pactado.

- Estás mintiendo. - le dijo.
- Refréscame la memoria. - volvió a arremeter, ya sin ofrecer resistencia a sus reclamos, acercándose a su esbelto cuerpo de espadachín.

Quedó sobre él, mirando al fondo de sus dilatadas pupilas desde lo alto. Incapaz de resistirse por más, Ryu le pasó ambas manos por detrás de la cabeza y le atrajo hacia sí, entreabiendole los labios con los suyos. Su tórax se elevó en un leve respingo de satisfacción cuando las lenguas de ambos se encontraron, y su torso fue cubierto por el de Muraki, ya encajado sobre sí.

Se besaron con fiereza, en pleno reconocimiento de todos los espacios hasta la fecha encubiertos, palpando cada textura y cada sabor ofrecido sin trabas.

Rompiendo la húmeda unión para besar su cuello, las blancas manos de Kazutaka apartaron los cabellos del oído, susurrándole seductoramente.

- Estás a tiempo de pedirme que pare, y así no echarás tu porvenir por la borda.

Él correspondió deslizando las yemas de los dedos por el hueco de la columna, buscando despojarle de todo aquello que aún le cubría. Su ser entero clamaba por un roce mucho más profundo, por la consecución de la que sería la primera experiencia de ese tipo para ambos.

Los dos habían conocido a un nada despreciable séquito de mujeres desde edades tempranas, mas estaban a punto de estrenarse en dos ámbitos: no sólo nunca habían intimado con otro hombre, sino que sus esporádicas aventuras amatorias se habían visto hasta ese momento desprovistas de cualquier sentimiento que las rematase.

- ¿A qué viene tanta objeción? - jadeó mientras los besos de Muraki descendían hacia las clavículas. - Ni tu carrera saldrá perjudicada, ni la mía. Nadie en su sano juicio pensaría esto de nosotros.

Ya íntegramente desnudo, Kazutaka se valió de un rápido movimiento para dejarle en igual estado. Unidas las pelvis y enredadas las piernas la posibilidad de frenar en seco desapareció.

- Estás loco... Pero no más que yo. - concluyó antes de volver a introducir la lengua entre sus labios.

La pequeña llama tintinaba, envolviéndoles en un juego de luces doradas y penumbra difusa, resaltándose el brillo del sudor que comenzaba a resaltar los relieves de sus formas. Los dos se enzarzaron en un combate instintivo y visceral que rememoraba siglos y siglos de amores clandestinos en el Japón feudal, sociedad que en su momento no había visto con malos ojos la pasión entre dos guerreros.

Ellos no empuñaban las armas a favor del pueblo o el señor de turno, pero luchaban contra sí mismos mientras sucumbían a las puertas que físicamente se abrían, produciéndose una inusual eclosión de sus energías espirituales.

Muraki se incorporó, sentándose sobre el pecho de Oriya dejando el rostro de éste aprisionado entre sus muslos. Apoyó las manos en la cabecera de la cama, acercándose más a él hasta que los labios del monje rozaron trémulos lo exaltado de su miembro.

Sin pensárselo dos veces Ryu accedió, permitiendo que aquel al que tanto había soñado fuera el receptor de las sutiles y nuevas sensaciones. Cerró los ojos mientras comenzaba a recorrer su dureza, concentrándose por hacerlo lo mejor posible pese a ser su particular debut.

Kazutaka suspiró bajando igualmente los párpados, depositando las manos esta vez sobre sus pómulos para ayudar a la cadencia deseada del movimiento, mientras movía las caderas a ritmo creciente.

Cuando notó que su excitación estaba alcanzando cuotas demasiado tórridas se retiró de su boca; Oriya, con las mejillas ardiendo y la mirada vidriada de lujuria, volvió a dejarse llevar cuando las posiciones fueron intercambiadas, quedando el hijo de la luna tendido sobre el lecho, y él sentado sobre su tórax.

Muraki tanteó por el pequeño mueble que aguardaba a la izquierda de la cama, recurriendo a lo único que tenía a mano para consumar aquel acto. Guardaba reservas de aceite puro con el que iluminar sus noches de estudio, dando con el frasco de cristal en el interior de un cajón.

Ryu comprendió lo que iba a hacer, y se inclinó sobre él para deleitarse de nuevo con sus besos mientras era preparado. El lacro de experiencia por parte del futuro doctor se veía compensado por sus excelentes conocimientos anatómicos, por lo que fue dilatándole con movimientos firmes pero medidos, arrancando de su garganta leves sonidos que evidenciaban cualquier tipo de sensación menos la de dolor.

Ansioso por sentirle dentro y consumar la mayor muestra de rebeldía de toda su vida, aguardó a que el otro se hubo recubierto de aquel improvisado lubricante para dirigirle hacia su entrada, y comenzar a descender lentamente, penetrándose a la par que pujaba por relajarse lo máximo posible.

Kazutaka posó las manos sobre las caderas de Oriya, empujándole hacia abajo y concluyendo el decoroso trámite. Éste ahogo un grito de placer cuanto comenzó a subirle y a hacerle descender, elevando el mentón hacia lo alto con los ojos cerrados, y dejando las palmas de las manos apoyadas sobre el ajetreado y pálido vientre, concentrado en todos los estímulos que su cuerpo recibía.

Deleitado por verle gozar de aquella forma sobre sí y por la estrechez de la que disfrutaba, Muraki se encargó de descubrirse en una faceta inédita en él, la de amante dedicado; aplicó más aceite en una de sus manos, desviviéndose por procurarle igual dimensión de placer trabajando el miembro que tenía ante sí.

Sumergidos en segundos mágicos, se entregaron al rito con todas sus fuerzas. Pronto el orgasmo de Ryu quedó camuflado entre la piel blanquecina del abdomen de su compañero, el cuál incrementó el ritmo para también alcanzar el éxtasis en su interior.

Ajenos a cualquier cosa que no fuera su primer encuentro, no repararon en que sus gemidos habían sido captados por la otra persona que habitaba la casa.

Gemmei avanzó sigilosamente por el pasillo cuchillo en mano. Era consciente de lo que estaba a punto de hacer, pero la realidad distorsionada de su psique adornaba con otros personajes el mismo escenario. Su mente le decía que no estaba abriendo la puerta de la habitación de su hijo, y que lo que estaba presenciando no era a éste disfrutando del cuerpo de otro joven, sino la imagen que la había torturado durante tanto tiempo.

Ella se mentía, diciéndose que aquel que se encontraba en la cama era su ya difunto esposo resguardado en la calidez de la paciente.

Su meta al fin estuvo cercana, conseguir aplacar su rencor y liberar la ofuscación estaba a unas puñaladas de distancia.

Kazutaka abrió los ojos al percibirla y pudo verla detrás de Ryu, quién no se había percatado de la intrusa. La afilada hoja del arma refulgió por la luz de la llama, dispuesta a incrustarse secamente sobre la espalda de "la amante" con la que había sido engañada su portadora.

Sus pupilas se contrajeron en un arranque primario de proteccionismo, sujetando con violencia las caderas de Ryu y empujándole hacia la pared, golpeándose éste de lleno y quedando aturdido por lo inesperado de la acción.

Muraki reaccionó justo a tiempo para impedir que su madre, fuera de sí, asesinara fríamente primero a Oriya y luego a él.

Gemmei gritó enfurecida, arremetiendo el puñal con una energía inexplicable para su menuda constitución y lo delicado de su estado físico.

Hecho un ovillo sobre el colchón y encajonado en la esquina de la pared a la que le habían lanzado, el propietario de Kokakurô contempló horrorizado cómo al tratar de agarrarla a la desesperada Kazutaka no pudo evitar que aquella mujer le clavara el cuchillo directamente en su ojo derecho.

Un alarido desgarrador fue emitido por la víctima, arrancándose él mismo el arma y derramándose sangre copiosamente por toda la cama. Pero no fue el brutal ataque lo que más acongojó a Ryu, sino lo que a continuación presenció.

El odio de Muraki se evidenció de tal forma que todo a su alrededor pareció vibrar, y su aura se tornó escarlata, como el líquido que regaba su rostro sin descanso.

Odiaba a esa mujer a la que debía vida e inseguridades, y por la que había malgastado años y años de su infancia y juventud en las continuas atenciones correspondidas con indiferencia. La detestaba por hacer infeliz a su padre, y a su vez la deseó irrefrenablemente.

Hizo lo que por tantas ocasiones se planteó, empuñando con solidez el cuchillo y sesgando su garganta, resultando las prostitutas a las que había degollado previamente meros entrenamientos para la ejecución definitiva.

Su respiración se hizo profunda, semejante al crujir de unas ruecas que no existían. Ante la aterrorizada expectación de Oriya absorbió el alma de Gemmei, llenándose del único espíritu que en parte podía ofrecerle paz al ser parte de si mismo.

Ryu pudo contemplar cómo un remolino surgía de Muraki, comprendiendo el por qué de la mutación de su espíritu con tantísima frecuencia. El sonido seco del cadáver de la mujer cayendo sobre el suelo le sobresaltó, encontrándose con un Kazutaka que le miraba fijamente con su único ojo intacto.

Su piel albina brillaba iridiscente, y de todo su ser emergía un estado semejante a la locura, pero cercano a la desesperación. Aún con el arma en posesión y bañado en un intenso olor a muerte, le siseó las palabras que determinarían el rumbo de la relación que ambos habían iniciado, la cuál distaba de concluir sin más aquella noche.

- Ahora ya sabes lo que soy... Te lo advertí, fue un error por tu parte tratar de acercarte a mí. Ahora sólo hay dos alternativas. O lo aceptas con todas sus consecuencias o te mataré ahora mismo como a ella, y me desharé de vuestros cuerpos antes del alba.

El pecho de Oriya se agitó convulsionariamente. Aún tenía muchos interrogantes que necesitaban de respuesta, pero su determinación seguía siendo la misma.

- Imbécil. - le reprendió quitándole el cuchillo de la mano y tirándolo lejos. - Ya acepté cargar con las consecuencias cuando me enamoré de ti.

Se puso en pie, desnudo y esquivando pisar el cuerpo sin vida y flotante en un oscuro charco. Salió al pasillo hacia lo que creía era el despacho del padre de Kazutaka, a juzgar por lo poco que le había mostrado en el breve tour guiado. Regresó con una jeringuilla de penicilina, gasas, desinfectante y unas precisas tijeras.

- Ya has perdido ese ojo para siempre, trataré de salvarte al menos el nervio óptico.- afirmó reuniendo toda la frialdad posible, dejando que el médico que nunca llegaría a ser saliera a la superficie. - Tiéndete y resiste.

Muraki aceptó aquella cura de emergencia como una respuesta. Ahora resultaba evidente que Oriya iba bien en serio, y que tendría que revelarle toda su verdad. Mientras soportaba el dolor y su maltrecha cuenca ocultar era sometida a una improvisada operación, se sintió libre y preso a la vez...

Libre por haber acabado con ella, y preso por saber que a él le había condenado a ser su único confidente. Con todas las responsabilidades y peligros que ello entrañaría.


La familia de Gemmei acogió la noticia de su fallecimiento con desconfianza y estupor. Kazutaka se negó a mostrarles el cadáver, y las formalidades para el entierro fueron llevadas únicamente por él.

Mientras los parientes que aún seguían con vida rodeaban la tumba de la fallecida en el cementerio, Oriya mantenía silencio junto al hijo de la muerta, ambos apoyados en la corteza de un ciprés a gran distancia del resto del cortejo fúnebre.

Él le había revelado en la tranquilidad de aquel lugar todo lo concerniente a si mismo, desde el experimento secreto de su padre hasta su necesidad de apoderarse de almas ajenas. El único detalle que omitió fue el que la que era su "hermana" en realidad tenía un papel mucho más comprometido para con su futuro, pero no quería herir los sentimientos de Ryu, menos aún cuando el compromiso matrimonial de ambos era una promesa construida en el aire.

Miró a sus oscuros ojos, quedando a la vista el vendaje con el que protegía la profunda herida. Se había cambiado parcialmente el peinado con tal de disimular el impacto visual del apósito, cubriéndolo con el flequillo.

- ¿Qué vas a hacer ahora? Tus parientes no parecen dispuestos a que te lleves la casa en herencia.- preguntó aquél que vestía un elegante kimono de luto.
- Ni yo. Voy a venderla, me quedaré con la mitad de los beneficios y el resto que se lo repartan ellos. He decidido marcharme a Tokio y terminar mis estudios allí.

Oriya suspiró, y le hizo una proposición que esperó no rechazase.

- No lo hagas. Quédate en Kokakurô, puedes vivir allí hasta que termines la carrera. Cuando te licencies y te den la beca de investigación entonces no podré retenerte aquí por más, pero hasta entonces...

Él no le dejó continuar.

- De acuerdo. - respondió.

Ambos vieron cómo la comitiva se iba disgregando, dando por concluida la ceremonia y devolviendo el cadáver a la tierra. Tras rezar mentalmente una de las plegarias tradicionales en su familia, Ryu emprendió el paso a su lado.

- Ve a por tus pertenencias, tengo varias cosas que comentarte. - le dijo, aún impactado por todo lo que acababa de descubrir, y sin embargo sereno por conocer la realidad. - ¿Sobre qué?

Mientras sus zuecos de madera esquivaban el barro del camino, el empresario le convirtió, además de todo lo que ya era, en su socio particular.

- Voy a ampliar el negocio. Quiero convertir el local en una casa de citas además del restaurante, he observado que la demanda existe. Si lo llevo con discreción las ganancias serán astronómicas.

Kazutaka asintió en silencio. Sería su particular manera de corresponderle, aceptando portar también sus secretos.

Su horizonte no estaba coronado por la oscuridad de saberse definitivamente huérfano, ni iluminado por el apoyo del hombre que encarnaba a la vez a su amigo, amante y cómplice.

Lo preocupación que ahora le ahogaba era descubrir un método por el que combinar sus ambiciones y las responsabilidades personales que había asumido al no acabar también con la existencia de Oriya, pues al no hacerlo le había permitido formar parte de su vida.

Y lo que derivase de todo ello... era imposible de prever.