Pendía de un árbol,
desacostumbrado a semejante violencia,
y mientras Jesús me miraba desde lo alto me preparé para el silencio total.
¿Cómo he llegado hasta aquí?
Debe ser por falta de clemencia dirigida hacia mi persona.
En la hemoglobina se encuentra la clave.
En cuanto quebraron mi libertad me hice uno con la provocación,
los doctores me observaban incrédulos mientras rompía con todas las leyes de la ciencia.
¿Cómo habré llegado hasta aquí?
Me debato contra este dolor que me ciega y que despierta algo en mi interior.
En la hemoglobina se encuentra la clave.
Me llevaron a rastras por los pies,
llenándome de incoherencia.
A mi alrededor detecto la conspiración,
el mundo entero quiere que desaparezca.
Lucharé con uñas y dientes,
nadie habrá visto tal perseverancia,
haré que me temáis,
porque en la hemoglobina se encuentra la clave.
Placebo, "Haemoglobin"
Todos en Kokakurô respetaban a Kazutaka... porque el respeto es la representación del temor en su máxima expresión.
Siguiendo con sus planes, Ryu había conseguido en cuestión de pocos meses que la casa entera contara con nueva vida; además de los trabajadores habituales, el reclutamiento de toda clase de damas de la noche fue fructífero, dado que la oferta de contar con un lecho fijo en el que ofrecer los servicios a cambio de un porcentaje era más atrayente que hacer la peligrosa calle.
Jóvenes procedentes de todas partes del país obtuvieron residencia en las habitaciones que la mansión tenía destinadas para contactos íntimos, expandiéndose los rumores entre la selecta clientela a modo de potente arma publicitaria.
Así, Kokakurô mantuvo intacta su reputación de excelente restaurante estandarte de la Kioto más tradicional, pero de puertas adentro albergaba secretos destinados sólo a unos pocos y selectos escogidos, los cuáles estaban capacitados para disfrutar de los mejores placeres carnales a cambio de una cuantiosa cifra económica.
Pese a la concurrencia, la relación personal entre los trabajadores no era estrecha; los veteranos respetaban la decisión del señor, pero no querían inmiscuirse en los pormenores. Asimismo, tantas eran las señoritas y la libertad de negociación de las mismas para con el dueño, que era prácticamente imposible saber cuándo una había decidido dejar la casa tras jurar promesa de silencio.
Aquella situación era perfecta para Muraki, puesto que ya no se veía en la necesidad de buscar nuevas víctimas arriesgándose a ser detectado por rondas policiales de vigilancia, sino que las tenía bajo el mismo techo en el que se resguardaba.
Llevaba poco más de un año amparado por la hospitalidad de Oriya, mas había aprendido a base de observar el comportamiento de los demás una pauta de la que podía sacar especial provecho: la evidente fascinación que despertaba en aquéllos que le miraban por primera vez.
Era algo de lo que se había valido desde muy joven, pero al haber dejado de ser un adolescente, el poder de atracción se había incrementado exponencialmente. Daba igual que se tratara de hombre o mujer; las pupilas del espectador se contraían, y durante unos escuetos segundos sus cuerpos quedaban paralizados, maravillados por el fulgor de su aspecto físico y el extraño aura que de su ser manaba.
En más de una ocasión, al atravesar el pasillo que conducía a su habitación, había oído los susurros de las prostitutas cuando creían que no podían delatarse por la distancia.
Parece un ángel
Muchas estaban más que dispuestas a perder una noche de trabajo con tal de pasarla en compañía de aquel atractivo y prometedor joven.
Ese fue el caso de la afortunada que, ya sin kimono que protegiera su piel, se esmeraba en no decepcionarle. La disputa interna con sus compañeras por pasar a los aposentos privados de Muraki era despiadada, así que a nadie había comentado su suerte al ser elegida personalmente por él.
El habitáculo de Kazutaka estaba en línea con el resto del antiguo complejo residencial: tatamis a modo de suelos, paneles correderos de papel de arroz, la calidez de la madera y la gruesa colcha que muchos japoneses empleaban como cama. Sobre dicho futón, la muchacha realizaba la felación más dedicada de todas cuantas había ejecutado, sin saber que sería la última.
Ryu ignoraba aquel abuso que hacía de su confianza, pues utilizaba a "sus chicas" no sólo sin abonar la cantidad correspondiente, sino convirtiéndolas a ellas en deudoras. Tomó el fino rostro de la mujer entre los dedos, haciendo que se detuviera.
- Es suficiente.- le dijo.
Ella le miró con el rostro encendido, temerosa de haber fracasado.
- ¿N-no deseáis seguir contando con mi compañía?
- Todo lo contrario... Aún no me has dejado satisfecho.
La joven se incorporó seductoramente, aguardando la propuesta. Estaba habituada a recibir peticiones de lo más variopintas por parte de sus clientes, y se moría de curiosidad por saber qué le solicitaría ese hombre que tanto le fascinaba.
Kazutaka sintió un atisbo de repulsa al percibir ese brillo en los ojos de ella. Todas le miraban igual, con trazas de un absurdo y ridículo amor... ¿Acaso se engañaban a sí mismas, diciéndose que si conseguían enamorarle con sus artimañas corporales, él sacaría a la escogida del pozo para prometerle un nuevo y prestigioso estrato social?
Tanta banalidad le resultaba patética, y el único sino de una vida patética era terminar para servirle de provecho. Mirándola desde lo alto, sonrió macabramente.
- Querías verme de cerca, y lo has conseguido. Pero debiste tener cuidado, pequeña... Pues a veces, el Diablo mismo se disfraza de ángel.
Tapó los gruesos labios de la joven con una mano, y con la otra le cortó el esófago en dos, manando el carmesí, salpicando su rostro y el largo mechón de cabello con el que ocultaba su cuenca ocular vacía.
La hemoglobina bañó de rojo la fugaz percepción del alma, permitiéndole saborearla antes de que ésta se perdiera en los confines del misterio. Envolvió el cuerpo con la colcha para que el tejido absorbiera el oscuro líquido, decidiendo salir al exterior para tomar un baño purificador en las fuentes termales del jardín. Dejó el cadáver en sus aposentos con el objetivo de deshacerse de él más tarde, y avanzó entre la armonía vegetal ataviado con zuecos y un albornoz.
La luna de sangre le sonreía en lo alto, cómplice de la efímera paz que sentía. Una vez se introdujo en las ardientes aguas, apoyó la cabeza en las piedras del borde y se dejó llevar por la nada, dejando la mente en blanco.
Quizás fue esa tranquilidad la que le hizo sentir una presencia en los alrededores.
Kokakurô no sólo era enclave de reunión para la aristocracia, sino epicentro espiritual. Las historias de fantasmas vistos por los empleados abundaban, y las dotes genéticas de Oriya para establecer vínculos con las ánimas lo confirmaban. Kazutaka era muy sensible a la actividad sensorial por sus circunstancias, mas nunca había detectado un espectro de tal magnitud.
Se giró, distinguiéndola. A su derecha una portentosa mujer le observaba.
Estaba completamente desnuda, y por sus turgentes pechos descendía una cabellera de intenso color naranja. Su piel era oscura, y las facciones del rostro afiladas, atemporales...
Dicha belleza servía de carta de presentación, diciendo al privilegiado que la contemplaba que no era humana. Podría haberse presentado con su apariencia real, pero Suzaku quería estar imponente para su protegido, y hacer de aquel encuentro algo memorable.
Como todos los dioses ceremoniales, Ella poseía la cualidad de cambiar su constitución física según se le antojase. Para aquella noche se decantó por la apariencia de fiera amazona, de ojos rojizos y brillantes ahora anclados en los de él.
- La eternidad no significa nada para mí, pero estos años aguardando a tu madurez me han resultado, irónicamente... Interminables. - susurró.
Muraki analizó las llamas que parecían surgir de la criatura, sin ceder al encanto de las curvas de sus caderas. Ella se introdujo en el agua, acercándose.
- Dime quién eres, porque aunque nunca te he visto, me resultas demasiado familiar.
La Diosa de la destrucción y la creación se sentó sobre la pelvis de su retoño, aquél que le había proporcionado sin quererlo su alma, y que noche tras noche le entregaba servicialmente nuevos sacrificios. Su fría templanza y atributos de plata contrastaban con los de ella, haciéndoles opuestos, y por tanto, atrayéndoles.
- Soy la que pactó con un humano para que tú nacieras, la que te hace especial y único... Soy Suzaku, tu madre inmortal.
Lejos de intimidarse, Kazutaka depositó las manos sobre los glúteos de la mujer, mirándola sin descanso y embriagándose de su poder.
- Y por tanto la responsable de mi tormento.
- No hay gloria sin sacrificio, ni perfección sin dolor... Y tú, hijo de la oscuridad, eres perfecto.
Adorada y odiada por las personas desde el principio de los tiempos, la señora del fuego quería más de él. Anhelaba hacer de ese lazo con la humanidad un vínculo mucho más potente, y la mejor forma de conseguirlo era cubriéndole aún de mayores dotes.
- Los hombres sois seres incomprensibles: deseáis lo que no tenéis, y condenáis al aislamiento a los que obtienen la facultad de unirse a nosotros. Pero no eres como ellos, por eso esta luna te acaricia y yo te velaré mientras me seas fiel. Cóbrate más vidas de las que podamos valernos los dos, y yo te haré más poderoso que cualquiera de tus congéneres.
Los pezones erectos de Ella rozaban contra su pecho armiño, oculta parcialmente por las aguas aquella lasciva postura en la que se encontraban. Movido por esa sed de facultades que le llevarían a consumar su venganza, pudiendo así destruir y salvar a las dos personas en las que su obsesión se centraba, no dudó a la hora de pedirle que siguiera.
- ¿Y cómo lo harás¿Me concederás esa eternidad de la que adoleces?
Suzaku rió, acercando la boca a la suya, abrasándole con el calor que encerraba.
- Bésame, y te pondré a disposición leales sirvientes. Te daré un don que ningún humano en vida posee... Los entes menores te reconocerán como su soberano, y cuando hayas desarrollado el potencial necesario, sólo tú estarás capacitado para invocarme a mí, tu ceremonial.
Y su fuego, representación del erotismo pasional, le nubló, haciéndole probar el elixir que la diosa le ofrecía beber directamente de sus labios.
Desde la lejanía, Ryu caminaba por el porche de madera que rodaba toda la casa con la intención de hacerle una visita nocturna al más especial de sus invitados. Sin embargo, algo le hizo detenerse a la altura de las fuentes.
El corazón le dio un vuelco cuando vio a Kazutaka en las termas. No estaba solo, pero tampoco acompañado. Se acercó sigilosamente, y pudo contemplar aquel extraño espectáculo.
Parecía hacerle el amor a la nada, pero entre sus brazos había una energía espiritual tan candente que hería de solo admirarla. Era capaz de percibir los rostros de los entes que vagaban por Kokakurô, mas la criatura que yacía junto a Muraki era, a sus ojos, una masa informe y distorsionada, pero extremadamente intensa.
Supo que un nuevo secreto iba a sumarse a todos los que ya de por sí su antaño compañero de universidad guardaba. No quería presionarle ni obligarle a contárselo todo sobre sí mismo, pero comenzaba a exasperarle que no diera muestras de abrirse por completo ante él.
Suzaku dio por concluida la transmisión de poder depositando un beso en su frente, como queriendo compensar con aquel gesto maternal el breve pero tórrido episodio acontecido.
- Déjate guiar al menos por una luz. La noche es tu aliada, pero carece de piedad.
Tras ello adoptó su fisonomía, transformándose en ave de fuego y desapareciendo en el firmamento. Kazutaka siguió su estela con la vista, topándose casi al instante con otro dios, pero esta vez de carne y hueso.
Desde el mismo lugar en el que Ella se había dado a conocer, Ryu se despojaba de sus ropas para acompañarle en el baño. También su piel era aceituna, sus ojos vivaces y sus cabellos dotados de vida propia; era tal su porte que podría pasar por la escenificación de Genbu, guardián del Norte.
Sin dejarle mediar palabra, Oriya hizo lo mismo que la entidad espiritual, acoplándose a él rodeando sus caderas con las piernas, confrontándose las pelvis de ambos. Muraki le miró a los ojos, deduciendo por la reacción lo evidente.
- Le has visto.
El jefe espiritual de aquella comunidad le contempló en silencio por espacio de varios minutos, llenándose de preguntas y más preguntas que no sabía cómo condensar.
- Conmigo juegas a ser hombre, descubriendo tu humanidad... Pero a cada día que pasa te alejas de mí. Si eres capaz de seducir a los dioses¿cómo podré llegar a comprenderte?
Ryu era enérgico y fuerte, valeroso, honrado y sincero, pero cada vez que tenía a Kazutaka junto a él, se sentía débil. Y esa debilidad causada por lo que sentía brilló, convirtiéndose en la luz que Suzaku había mencionado.
El futuro doctor tenía por él una necesidad que derivaba en dos vertientes: por un lado, era la única persona capaz de mantenerle sereno cuando la ambición podía llevarle a poner en peligro su integridad; y por otro, tenía mucho que aprender.
Anhelaba esos conocimientos espirituales que él poseía. Deseaba conseguirlos. Y para ello, decidió mientras le abrazaba la cintura que le entregaría información equivalente. Era momento de quitarse los últimos velos con los que se cubría.
- Permanece a mi lado, y lo harás. Cuanto mayor sea la estancia junto a mí, más riesgos correrás, pero también obtendrás lo que deseas.
Qué maravillosa era su profunda mirada azabache, las facciones nobles de su rostro... Llevó una de sus manos hacia éste, dejándola sobre sus mejillas y hablándole quedamente.
- No te abandonaré, porque tú nunca me lo has hecho a mí. Así que no hay nada de lo que debas temer, pero...
Él depositó la suya sobre la de Muraki, queriendo conocer esta sutil condición.
- ¿Pero?
- Quiero que seas mi maestro. Muéstrame tu poder con los entes, condúceme a los secretos de tu familia, a sus hechizos y supersticiones.
Ryu sabía que Kazutaka siempre hablaba en serio, y que si ello le estaba pidiendo, por alguna razón de peso sería. Era un sacrilegio a la honra del clan introducir a un ajeno a la disciplina, mas no podía decirle que no.
- Mezclarse con los espíritus siempre implica un precio. Si tan dispuesto estas a pagar el que te corresponda, lo haré. A cambio, tendrás que detallarme cada motivo.
Tras haberle dicho eso, le apartó el mechón de cabello, observando la ausencia de ojo.
- Iba en tu búsqueda para comunicarte que ya he terminado la pieza. - prosiguió Oriya. - Podemos proceder a la implantación cuando lo creas oportuno.
Muraki sonrió escuetamente. Tras tanto tiempo de trabajo, la prótesis estaba lista.
- Sabía que lograrías reconstruir el mecanismo. Mañana descenderemos a mis laboratorios, y te mostraré todo aquello de lo que te he hablado.
Asintió. Sería una operación delicada y secreta, mas la emoción por introducirse en sus mundos ocultos eclipsaba cualquier dubitación al respecto.
- Al fin podré verle... - respondió antes de besarle.
El vapor que manaba de las fuentes conformaba una neblina que les envolvía en misterio y sofisticación. Las siluetas de los amantes se fundía con la luz de los astros, ansiando la una a la otra.
Cuando la excitación estuvo a punto de perder el control, Oriya le susurró al oído.
- Vamos a tus aposentos.
Muraki aceptó, no sin tomarse con filosofía el reproche que de seguro le esperaría cuando llegaran a los mismos... Se vistieron, escurriendo la humedad de sus cabellos a toscos pasos, y para cuando el habitante de la estancia cerró la puerta corredera ya de rodillas, procedió a describir qué era exactamente aquel bulto extraño antes de que la pregunta fuese formulada.
- Efectos secundarios de mis escarceos... Si no hubieras aparecido de improvisto, ahora estaría ocultando el cuerpo en los pantanos y nunca te habrías enterado. - comentó con tranquilidad.
El dueño le miró, crispado por la nueva baja.
- ¿Por qué habré sido tan idiota¿Has sido tú todo este tiempo, verdad¡Me he rebanado los sesos buscando una razón para que tantas chicas abandonaran su puesto!
Le agarró del cuello del sencillo kimono, mojado por el exceso de agua absorbida.
- Si al menor tuvieras la decencia de pagar un extra... ¡Vas a arruinarme el negocio!
- No lo creo... Hay miles de jovencitas como esa deseando entrar, y tus contactos con la policía y el alcalde nunca les haría sospechar de ti. Eres un socio ideal.
Ryu le soltó, enfadado.
- Eres irremediable, Muraki.
Se giró para contemplar en la penumbra el cadáver envuelto en el ensangrentado futón, y se cuestionó por un instante si su ambición por llegar a cambiar algún día la forma de actuar de Kazutaka era una pérdida de tiempo.
Antes de profundizar en dichos menesteres, el cálido tanto de la piel ajena acudió a introducirse entre sus ropas, repasando los relieves de su esculpido torso.
- No puedo prometerte que no vuelva a hacerlo bajo tus dominios, pero seré más discreto a partir de ahora. La muerte es una conmigo, deberías saberlo tras todo este tiempo... Deja de pensar ahora en eso, creo que no hemos venido hasta aquí para que me sermonees.
Ofreció nula resistencia cuando él le tomó de la barbilla, haciéndole girar el cuello por completo hasta encararle. Todo cuanto concernía a su amante era macabro, inexplicable, y por ello fascinante a la vez.
Ryu volvió a echar otro pulso contra la temeridad cuando se dejó recostar lentamente sobre los tatamis, y sus formas quedaron al descubierto para ser alabadas por otras sutiles y aparentemente delicadas, ganando con ventaja a todas aquellas mujeres que verían de nuevo frustradas sus ilusiones de conocer el candor del ángel de plata.
Acudió a la cita puntualmente, aprovechando que a esas horas de la madrugada nadie vigilaba las inmediaciones de la Universidad Shion.
Recorrió los paseos arbolados y los pasillos desiertos del edificio, rememorando días en los que todavía era un estudiante. En realidad no había pasado tanto tiempo desde que abandonara la carrera, mas la sucesión de eventos transcendentales en su vida había sido tan intensa que parecían haber transcurrido siglos.
Oriya se despojó de los zuecos para no llenar de ruido el eco. Iba completamente vestido de negro, ocultándose entre las sombras de las aulas de docencia y los despachos del profesorado. Llevaba entre las manos un pequeño maletín repleto del instrumental necesario para la intervención, así como la pieza.
Tras muchos estudios, investigaciones, debates, recolección de microchips y análisis anatómicos, entre los dos habían construido aquel ojo mecánico, sin duda pionero en la era biónica de la medicina. De haber sido un proyecto público, posiblemente habrían sido galardonados con algún prestigioso premio, mas la recompensa ansiada era que su futuro dueño pudiera compensar el lacro de visión ahora acusado.
Esperó en el borde las escaleras centrales, escuchando un murmullo a sus espaldas. Le distinguió ataviado con un largo abrigo, tan blanco como su rostro, en total contraposición con su propio aspecto.
- Adelante.
Ryu bajó desconfiado.
- ¿No nos verá nadie?
- A estas horas el único que continúa en las instalaciones es Satomi, y por su bien nunca se interpondrá en mis asuntos. Permanece atento, será la única ocasión en la que te mostraré el camino.
Él suspiró profundamente, situándose a pocos pasos de Kazutaka y avanzando en el vacío de una zona sin iluminar. Tras decenas de metros recorridos en la nada, toparon con una puerta de cerradura restringida.
Muraki tomó las llaves del bolsillo, copias que sólo él y el antes citado profesor poseían. Un fuerte olor a humedad brotó al ser abierta, dejándose divisar en la lejanía el tenue reflejo verde proveniente de algún foco o similar.
- Ve con cuidado, los peldaños son irregulares. - indicó el artífice de aquella obra secreta.
Descendieron y descendieron, hasta que ante ellos se halló una descomunal compuerta de al menos dos metros de espesor. Ryu elevó el rostro hacia lo alto asombrado por la envergadura, mientras Kazutaka depositaba la barbilla en el dispositivo de reconocimiento retiniano.
- ¿Tú has... creado este control de seguridad? Ni los militares deben poseer algo tan sofisticado. - preguntó incrédulo.
- Guárdate las impresiones para más tarde. - le sugirió. - Aún no has visto la joya de la corona.
El estruendo de la barrera dividiéndose en dos abarcó todo aquella gruta excavada bajo los cimientos de Kioto, retumbando ligeramente el suelo arenoso. Oriya pasó primero, tratando de acostumbrarse a la penumbra mientras esperaba a que volviera a cerrar.
Cuando sus ojos registraron el laboratorio no dio crédito. Varias macro computadoras llenaban las paredes, así como mesas de ensayo, microscopios electrónicos, camillas de operaciones y todo un repertorio de muestras celulares y químicas.
Pero nada pudo compararse a la impresión del espectáculo que al fondo aguardaba. Dejó el maletín en una superficie próxima, avanzando al frente, hechizado...
Ante él estaba el tanque de suspensión en el que Saki, desde hacía años, aguardaba en vida artificial un nuevo cuerpo en el que ser ajusticiado. Metros de cables y sensores manaban por doquier, el zumbido de la maquinaria se incrustaba en su cerebro y una ligera sensación de vértigo le invadió.
Ese era el verdadero mundo de Muraki.
Esa era su voluntad.
Y la cabeza de aquel adolescente, con el que guardaba un parecido nada despreciable, el motivo de su desdicha y desdén.
Se posicionó ante el cristal, tocándolo con las palmas de las manos bien extendidas, notando el calor.
- ¿Una solución proteínica? - quiso saber, en referencia al gel en el que flotaba el cráneo.
- Sí. Los generadores del tanque la ionizan continuamente, haciendo posible la conducción eléctrica.
Kazutaka le respondió mientras preparaba el escenario. Conectó una potente lámpara a la camilla más próxima y llenó la mesa auxiliar de gasas, pequeños escarpelos y una amplia gama de desinfectantes. Se recostó, cubriéndose el torso con una tela de quirófano, entrelazando los dedos sobre el pecho tranquilamente.
- Y pensar que todo esto nunca se sabrá... No eres consciente de lo transcendentales que tus logros serían para la ciencia. ¡Supondría una revolución! - prosiguió Ryu sin apartar la vista de la mirada vacía de Saki.
- Cuando un descubrimiento puede caer en manos de otros y adoptar formas diferentes de las originales, no es digno legarlo. Einstein no pretendía crear la bomba de uranio, y yo no quiero salvar vidas, sino acabar con una.
El monje le encaró, conservando la compostura. Podía leer el odio en el rostro de Muraki, pero también la voluntad, el tormento.
Comprendió entonces que todo hombre tiene un motivo que justifica sus acciones, por muy descabelladas que éstas sean. Aunque le pareciera espeluznante el objetivo que él perseguía, le respetaba y ayudaría en lo que fuera necesario, empezando por lo temerario de la presencia de ambos en aquel departamento, y la operación que a continuación tomaría lugar.
Fue en busca del maletín, extrayendo una jeringuilla y sendas dosis de calmantes. Tras haber comprobado la ausencia de aire le acercó la aguja, pero fue sutilmente rechazada.
- Nada de anestesia. Quiero estar consciente y colaborar en el proceso, me resultará útil conocer el mecanismo al completo si me veo en un apuro y tengo que recolocarlo solo.
Ryu asintió, tomando un aparato para mantener los párpados separados durante toda la intervención.
- La resistencia al sufrimiento físico será una carta a tu favor en el trato con los espíritus.
Kazutaka no dijo nada. Se limitó a sonreír escuetamente y a sostener un pequeño espejo con el que no perder detalle de la implantación de su nuevo ojo.
Durante las tres horas que siguieron, se debatió consigo mismo continuamente para no perder el conocimiento, mientras su nervio óptico era extraído y unido a las terminaciones eléctricas.
