Capítulo 11: Vínculos

El Conde miró preocupado el titilar de las velas mientras esperaba. Aquella mansión, representación de las vidas humanas que acababan con cada llama extinta, era el estandarte de la compleja organización por la que se regía el Más Allá.

Su mano enguantada se depositó sobre los contornos del rostro intencionadamente invisible, suspirando. El asunto por el que había solicitado la intervención directa del Ministerio le preocupaba, y con absoluta razón. Prefería que se iniciara una investigación exhaustiva antes de que llegara a oídos del poderosísimo rey Enma.

Al fin el diminuto y cadavérico mayordomo anuncio la llegada, saludando el recién llegado con exquisito protocolo.

- He acudido en cuanto me ha sido posible. – dijo el responsable del Departamento Central, aceptando una taza de té. – Decidme¿cuál es el motivo por el que requerís de mis servicios?

El Conde tomó el primer sorbo de la infusión, procediendo a explicarle lo que había percibido.

- Ha habido un aumento inquietante de víctimas en la región de Kioto. Las oleadas de crímenes son oscilantes, no tendría por qué estar relacionado con el otro fenómeno, pero…
- ¿Otro fenómeno?

El anfitrión asintió, moviéndose de arriba abajo su delicada máscara.

- Siento un poder en los entes, los Dioses se inquietan por un nuevo invocador.
- Ninguno de mis nuevos empleados está capacitado para ello, Conde. Ya sabéis que sólo uno tiene ese poder.

Él volvió a asentir, incrementándose su pesar.

- Precisamente por ello te he hecho llamar. Acude allí inmediatamente, no estamos hablando de un ceremonial cualquiera, sino de… Ella.

Un escalofrío recorrió a su interlocutor al pensar escuetamente en el devastador fulgor de Suzaku.

- Mas no acaba aquí mi congoja. –prosiguió. – Podríamos encontrarnos ante un hecho inédito y de consecuencias difícilmente medibles, dado que estas facultades que detecto, apreciado amigo mío… No provienen de uno de nosotros, sino de un viviente.


Largas y cuantiosas eran las horas que Kazutaka solía dedicar a diario al estudio. Ya en su último año de carrera universitaria, las tesis, los exámenes y demás requerimientos académicos consumían prácticamente la totalidad de su tiempo.

Permanecía encerrado en sus aposentos rodeado de gruesos tomos y documentos, saliendo de los mismos sólo para desplazarse a la facultad y reunirse con Oriya en los templos tras la puesta del sol. Los empleados incluso habían llegado a albergar, dentro del profundo respeto, un sentimiento de familiaridad por lo discreto de sus actos y el indescifrable código de cortesía.

El misterio seguía encubriéndole, ayudado por el silencio de Ryu, incapaz de hacerle entrar en razón para que cambiase de "hábitos espirituales". Al aceptar introducirle en la doctrina de la invocación creyó fugazmente que los asesinatos cesarían, mas no fue así.

La sangre era su necesidad, el complemento ideal del conocimiento. Cada tendón desgarrado, cada cuerpo mutilado era una clase magistral de anatomía en la que la debilidad de los humanos quedaba palpable.

El amplio y oscuro historial cosechado le acercaba a su convicción de rayar la inmortalidad, invirtiendo todo su talento y valía en ello. Por eso, aunque nadie a su alrededor lo sospechara, pasaba las madrugadas inmerso en libros, pero no precisamente de ramas científicas… sino aquéllos conformados por antiquísimos manuscritos, todos ellos repletos de diagramas en los que se relataban encantamientos, conjuros y métodos para atraer a las ánimas.

Tras varias veladas a solas en los impetuosos jardines de Kokakurô, los primeros resultados de su osadía llegaron. Podía captar la materia oscilante de los que ya no estaban, los ecos de sus existencias materiales ya transformados en lo que vulgarmente se denominaba fantasmas. Veía sus rostros, le miraban con curiosidad, tristeza o confusión.

Nunca interfieras en el camino de los que deambulan en pena. Muchos no saben dónde se encuentran, vagan entre los dos planos.

Esa había sido la advertencia más útil de todas cuantas pronunció Oriya. Dichas energías abundaban, pero eran fatuas, carentes de valor ni potencial que aprovechar. Él requería mucho más que recuerdos humanos que se negaban a desaparecer de la tierra.

Dejó a un lado el manuscrito sobre conjuración para encender un cigarrillo, y tomar entre las manos la carta que le había llegado procedente desde Tokio dos jornadas atrás. Se apoyó en las puertas correderas con vistas a las fuentes mientras releía por décima vez la cuidada caligrafía.

Mi querido Kazutaka.

Me trasladaré a Kioto la próxima semana para nuestra revisión anual. Si los servicios postales funcionan eficientemente, para cuando estés leyendo esto faltarán apenas dos o tres días para mi llegada.

Gracias por indicarme la dirección del lugar en el que estás residiendo, me encantará conocer a ese amigo del que tanto me has hablado. Debe ser un hombre gentil y honrado para ofrecerte semejante hospitalidad.

Estoy ansiosa por regresar a la ciudad. Adoro el otoño, el color de las hojas de arce por las calles, y el rojo del cielo al atardecer. Ignoro si en alguna ocasión te lo he dicho, pero ansío nuestro encuentro, los breves días que puedo pasar en tu compañía me ayudan a encontrar fuerzas.

Disculpa la brevedad, mas no quiero caer en la tentación de contártelo todo a través de la pluma y quedarme sin argumentos. Ya comprobarás por ti mismo, y en persona, lo que consideres importante.

Cuídate.

Siempre tuya, Ukyô

Repasó el tacto áspero del papel, dejándolo guardado en un cajón junto a los informes de su abuelo. Fumó con tranquilidad, decidiendo en el último instante acudir a la estación. Consultó la hora en su reloj de pulsera; si se daba algo de prisa llegaría a tiempo, las maravillas del tren bala hacían de la puntualidad su mejor aliado.

Se enfundó en su abrigo largo hasta los tobillos, cerrando las puertas correderas a continuación. La puesta de sol estaba cercana, la inmensa cúpula del cielo comenzaba a teñirse de naranja, y como todos los días a esa hora en la época del año en la que se encontraban, los alrededores del templo de Kokakurô eran un bullicio de actores, atrezzo y cuidadas vestimentas tradicionales.

Vio a lo lejos a Ryu mientras se dirigía a las puertas de salida. Éste había aceptado el cargo de la dirección de la obra de teatro ceremonial Nô por la que se rendía culto a la estación de las hojas. Los kimonos de laboriosos bordados y los ornamentos abundaban por doquier, así como sus nervios. Aquel era el ensayo general y todavía había parajes que los demás no tenían nada claros.

- ¡Eres un guerrero! – exclamó quitándose su máscara, y mirando al actor protagonista. – Tus frases y actitud deben mostrar orgullo. ¡Si no resultas convincente, arrastrarás a los demás por el peso de tu papel!

Además de hacer de director, Oriya actuaría escenificando a un dios menor, como había hecho desde niño al estar implicada su familia en aquel acto tan característico de Kioto.

Antes de volver a centrarse en el trabajo, clavó la vista en Kazutaka. El bullicio a su alrededor era ensordecedor, mas él quedó envuelto en un aura de silencio. Se preguntó a dónde se dirigiría, y qué enigmas ocultaría tras su semblante divino. Suspiró, observando el interior de su máscara con pesar antes de volver a enfundársela.


Ukyô descendió del tren, portando con algo de dificultad la maleta. No es que hubiera traído consigo demasiadas pertenencias, pero su fortaleza se había mermado tanto que hasta un esfuerzo que no revertía en transcendencia le resultaba penoso. Haciendo gala de la eterna sonrisa con la que afrontaba las contrariedades, se armó de voluntad y echó a andar entre la gente.

La antigua estación de Kioto estaba a rebosar de pasajeros provenientes de todas partes del país, desde estudiantes en viajes educativos a hombres de negocios, o familiares al reencuentro de sus seres queridos. Sintió un atisbo de añoranza por las pequeñas historias de los anónimos que le rodeaban, empleando algunos segundos en pensar en sí misma y los motivos que la habían llevado hasta su cuidad natal.

Los suelos de los pasillos estaban tan pulidos que reflejaban a modo de espejo todo lo que ante ellos quedaba. Avanzó por los mismos a pequeños pasos inmersa en sus cavilaciones, cuando las baldosas le mostraron la imagen que su mente se empeñaba en recrear constantemente.

En el brillante suelo quedó dibujada la silueta de un joven. Vestía de blanco de cabeza a pies, tonalidad que abarcaba también su suave piel de porcelana. Su vista ascendió lentamente partiendo desde el reflejo, topándose con las suelas reales de los zapatos, subiendo hasta reparar en ese rostro cubierto parcialmente por mechones de fino cabello platino, recalando en aquella mirada serena clavada en la suya. El iris plateado le sacó del ensueño, devolviéndola a la crucial realidad.

- No tendrías que haber venido a recogerme.
- Era la excusa perfecta para escaparme de los estudios unas horas. – respondió él.

Muraki le devolvió la sonrisa, tomando su maleta y comenzando la andadura hacia el viejo restaurante. Pese a lo protocolario del encuentro, Ukyô se sintió dichosa, pues sabía que Kazutaka sólo mostraba dichas buenas maneras ante ella. Abandonaron juntos la estación, dejando atrás la caótica actividad.

- El aire de la capital es asfixiante, cada vez hay más contaminación. – afirmó la chica, aspirando profundamente una bocanada ya en el exterior. – Si pudiera pedir que me trasladasen aquí, regresaría sin pensármelo.
- La abogacía está en manos de unos pocos, ya lo sabes. En la capital tienes más oportunidades de crecerte como profesional. Aunque la población haya aumentado, esto sigue siendo un pueblo feudal a gran escala.

Ella asintió, deleitada por las calles antiguas, las construcciones en madera y la abundancia de templos. Los árboles se mecían con el suave y frío viento, el cuál arrancaba hojarasca de los más variados ocres. Las últimas geikos que todavía ejercían se dirigían a los banquetes portando kimonos y pequeñas linternas de papel, prolongando la fábula que Kioto se empeñaba en no terminar.

Su corazón latió dichoso por haber retornado a casa.

Tras unos quince minutos de camino estuvieron ante las puertas de Kokakurô. Fueron recibidos por la mayor de las trabajadoras, la cuál desconocía que el joven Doctor, como ella llamaba a Muraki, trajese compañía.

- Bienvenidos. ¿Desea que avise al joven Señor? – le preguntó al inquilino.

Kazutaka respondió negativamente.

- Está muy ocupado con los preparativos. Asígnele a la señorita una habitación contigua a la mía, y ordene que nadie nos moleste.

La mujer obedeció sin realizar más preguntas inoportunas. Ukyô le siguió por el laberinto de habitaciones y salas hasta llegar a los aposentos privados que le habían reservado. A petición de él, dejó sus pertenencias para adentrarse en la habitación en la que su igual esperaba.

Ya había anochecido, estando el amplio departamento iluminado por pequeños candeleros de lata, protegiendo de las llamas el material noble en el que el edificio estaba construido. Ella había crecido en una lujosa vivienda, mas el encanto añejo de Kokakurô era inigualable. Debían quedar pocos lugares como aquel en todo Japón.

Mientras Kazutaka disponía sobre una mesita todo el instrumental necesario para la exploración, se acercó a unas estanterías disimuladas con más puertas correderas, a modo de armario de gran fondo. En las mismas estaban impolutamente ordenadas las niñas inmortales que le recordaban al día en que se conocieron.

- ¿Todavía conservas las muñecas?

Muraki se puso al cuello el fonendoscopio, anotando en el diario médico de su paciente la nueva entrada.

- Es la única herencia que he querido conservar de mi madre. Decidí quedarme con mis veinte favoritas, carecía de espacio para más.

Ukyô acarició el tirabuzón de una de ellas, la que tenía un recargado vestido al más puro estilo victoriano.

- Cuando éramos pequeños me prohibías tocarlas… Me dijiste que algún día serían tuyas, y así ha sido. – comentó con nostalgia.
- Sigo prefiriendo que no las cojas. Si nuestro matrimonio llegara a efectuarse, quizás cambie de opinión.

Ella rió levemente, incorporándose para situarse detrás de un biombo y despojarse de sus prendas. Kazutaka aguardó pacientemente hasta que la joven se sentó a su lado, cubierta su desnudez por un ligero kimono.

- ¿Has notado alguna mejoría? – quiso saber, oscultándole la espalda.
- No, más bien lo contrario. Se han agudizado las crisis respiratorias, y… Hace ya cinco meses que no menstruo.

Le tomó el pulso, la tensión arterial y demás comprobaciones rutinarias.

- ¿Tienes dolores de cabeza¿Cambios de humor, trastornos emocionales?

Ella reconoció los síntomas antes incluso de responderle.

- Menopausia¿verdad?
- No será necesario que analice en un laboratorio la actividad hormonal, el diagnóstico es evidente.

El envejecimiento prematuro avanzaba, a cada año que transcurría los resultados obtenidos eran desesperanzadores, mas él no estaba dispuesto a tirar la toalla.

- Vístete. Podemos continuar mañana, no me apetece pasar a las pruebas agresivas ahora mismo. Llamaré a la sirvienta para que prepare té.

Ukyô aceptó con agrado la propuesta, acondicionándose. Ambos esperaron en perfecta compostura hasta que la mujer les hubo servido, sentados cada uno en un lado opuesto de la mesa, sentados de rodillas sobre el tatami.

- ¿Desean algo más?
- No, gracias. Quizás más tarde. – expuso la invitada.

Una vez de nuevo solos, degustaron la bebida, encontrando la abogada el momento idóneo para iniciar la conversación que tanto anhelaba.

- ¿Cuándo te graduarás?
- Previsiblemente el año que viene.
- ¿Entonces marcharás a Tokio?
- Sí. Gané una beca de investigación, me gustaría aprovecharla antes de buscar un puesto en algún hospital. – respondió Kazutaka sin querer revelar demasiados datos.
- Había pensado que tal vez… podríamos vivir juntos. Mi apartamento es amplio dentro de lo que cabe, el buffete para el que trabajo me ofrece una buena remuneración.

Muraki dejó la mirada fija sobre la tetera, sintiendo que el telón de cordialidad debía bajarse, y ofrecer el auténtico espectáculo de sinceridad que con ella quería tener.

- Tengo demasiadas cuestiones que atender como para llevar una vida estable, Ukyô. Consumen la mayor parte de mi tiempo. Agradezco tu ofrecimiento, pero dudo que sea posible, no al menos a corto plazo.
- Lo entiendo. No quería ponerte en un compromiso.
- Tú has elegido esperarme. Puede que te lleve muchos años de soledad, pero tienes mi palabra: cuando pueda afianzarme, será porque habré concluido todos los proyectos que ahora me absorben. Ese momento llegará, y entonces no me veré obligado a mantenerte al margen de mis asuntos. Espero que tú también puedas comprenderlo.

Ella tomó un poco más de té. Aunque hubiese rechazado de nuevo otra de sus proposiciones de convivencia, aquella promesa que Kazutaka le había hecho valía por todas las especulaciones del mundo…

Acababa de decirle que el día en que aceptara casarse, sería porque podría entregarse por completo a ella.

Mas en el tiempo que llevaba en Tokio había aprendido a separar placer de sentimientos. Sus pocas amigas no llegaban a comprender cómo era capaz de, en el sexo, actuar claramente como harían muchos de sus compañeros masculinos, los cuáles frecuentaban aventuras de una noche sin menor intención de establecer lazos.

Tal y como él había dicho, Ukyô escogió vivir el presente siendo consciente de lo que eran, encontrar satisfacción en otros cuerpos a la espera de la recompensa final. Sin embargo, las pruebas eran concluyentes, y nadie podía afirmar con certeza que la muerte no le iba a alcanzar por sorpresa en el momento menos esperado.

Seguiría esperando, pero no por el encuentro postergado desde el primer reconocimiento al que Muraki le sometió tras petición personal.

Los murmullos lejanos del ensayo eran perfectamente audibles pese a ser ya noche cerrada. Con los trabajadores de la casa atentos a sus responsabilidades, y gran parte del equipo de la obra ultimando los preparativos de la escenificación, la hermosa hija de la oscuridad quiso sellar su unión con él de la manera más primitiva al alcance de los mortales.

Apartó el juego de té, dejándolo sobre el tatami de caña trenzada, y subiéndose a la mesa, la cuál siguiendo los cánones de belleza nipones apenas se separaba del suelo por unos diez centímetros.

Con la más seductora de sus miradas, avanzó hasta Kazutaka sin prevenir la correcta sujeción de su kimono. Éste le iba algo grande, por lo que al apoyar las palmas de las manos en la superficie de madera, sus senos quedaron visiblemente expuestos al carecer de prendas interiores.

- Me da igual cuántas excusas encuentres. No aceptaré una nueva negación en lo que resta de noche.

Él sonrió con sarcasmo, observando los atributos que el esbelto cuerpo de su "hermana" había cosechado con los años, pese al deterioro interno.

- ¿Pretendes restarle el encanto de la novedad a nuestra noche de bodas? – preguntó con malicia.

El futuro médico no ponía objeciones a la fascinación, independientemente de si ésta era causada por uno u otro género. De los hombres le gustaba la combinación de fortaleza y fragilidad que algunos aunaban. De las mujeres, sus cálidos contornos, la mezcla de sumisión y perspicaz inteligencia que poseían para manejar los hilos del entorno con tal de conseguir lo que deseaban.

Y Ukyô, sin duda, era una reina de la maquinación bajo su rostro inocente y aniñado.

- Nosotros no somos convencionales. Tampoco pretendo que acostarme contigo lo sea.

Sin más le besó, saboreando el contacto de aquellos labios como una pequeña victoria que sólo a ella correspondía.

Kazutaka, por vez primera, no trató de impedirlo. La intimidación de hallarse ante la mujer más especial de todas cuantas había conocido se volatilizó. Aunque tuviese secretos que no pudiera revelarle, lo compensaría, convirtiéndola en la única en el planeta entero a la que le haría apasionadamente el amor.

La palabra "enamoramiento" le resultaba demasiado vacía como para definir lo que sentía tanto por ella como por Oriya. Ellos eran sus escudos, sus armas. Aquéllos en los que podía confiar, los únicos que permanecerían a su lado pasara lo que pasara.

Aquéllos que no le temían pese a saber que su naturaleza era, por necesidad, anormal, y que su entorno distaba de ser transparente.

Quería que ellos dos también estuviesen unidos, formándose un triángulo que, si bien no tendría la misma distancia entre vértices, resultara sólido y estable.

Ya encontraría la manera de hacerlo. Lo que en aquel momento demandaba la totalidad de su predisposición era estar a la altura de las expectativas. Cerró los ojos, tanto el natural como el biónico, y se acopló a su boca, asiéndola hacia sí tras depositar una mano sobre la nuca, despejando sus hombros con la otra, cayendo el kimono lentamente hacia la cintura. Sus pechos de formas redondeadas quedaron al descubierto, suspirando ella cuando fueron cubiertos de caricias.

Ukyô se incorporó sobre las rodillas al igual que Kazutaka, siendo rodeada por los fuertes brazos de éste mientras su cabello azabache se movía al compás de más besos. Se deslizó por la camisa de éste, desabrochando los botones uno por uno sin dubitación. A lo largo de sus múltiples escarceos había aprendido una serie de técnicas útiles, por lo que era una experta en los tiempos y movimientos necesarios para hacer del desvestimiento un acto sumamente erótico al receptor.

No quería tratarle como un amante más, así que se deleitó con la visión de su fisonomía de mármol a medida que le despojaba de ropas. Una vez le tuvo desnudo ante ella, besó primero su frente, y luego el párpado bajo el que descansaba el ojo artificial cuyo funcionamiento le había explicado por correspondencia. Repasó los contornos de su mentón, las clavículas y el tórax, haciendo lo mismo a la inversa con las manos, recorriéndole los muslos ascendentemente, hasta que boca y dedos se encontraron en el epicentro de su deseo.

Antes de que ella pudiera iniciar la práctica oral que hasta entonces sólo las prostitutas y su amante habían ejecutado, se lo impidió tomándola del rostro con cuidado, besándola de nuevo e instándola a que se diera la vuelta, quedando sostenida sobre las rodillas en la mesa, con las palmas de las manos haciendo de contrapeso y la hermosa visión de su sexo humedecido a su completa disposición.

Ukyô se contuvo para no delatarse cuando sintió la indescriptible sensación de aquellos labios sobre la más erógena de sus áreas corporales. Él la estimuló experimentando con un interés y una entrega nunca antes demostrada hacia una fémina. Se dejó guiar por los gemidos y temblores de ella, adivinando qué era lo que más le gustaba. Jugó con uno de sus dedos por la abertura vaginal, introduciéndolo a velocidad oscilante.

La excitación de ella propició el que la suya también alcanzara cuotas insostenibles, así que tras unos segundos más de preparativos, la penetró sin más dilación. Las carnosas y húmedas paredes de su interior le acogieron, haciendo del vaivén un deleite para ambos. La sostuvo por las caderas mientras el movimiento conseguía que los pechos de ella sucumbieran al ritmo.

Entregados al acto sin que nada les descentrara, no fueron conscientes del término del ensayo, y menos de las intenciones por parte de su director. Ryu dejó las avituallas en el escenario, acudiendo al encuentro de Muraki; buscaba relajarse a su lado, distraerle a él de los libros y, por consiguiente, responder a las muchas preguntas que éste de seguro quería formularle sobre los espíritus. Cuando abrió uno de los paneles que delimitaban la habitación, se quedó primeramente de piedra al ser testigo en primera línea del encuentro sexual.

Su estupor dio paso al deseo. En aquel lugar vivían cientos de chicas bajo su mandato, por lo que toparse con Kazutaka disfrutando del cuerpo de una de ellas no debía resultar extraño… Podría haberse marchado por donde vino y regresar más tarde cuando hubiese acabado, mas unas inmensas ganas de unirse a ellos le invadieron.

¿Qué mayor fantasía podía haber que mantener una experiencia simultánea con una mujer curtida en otorgar disfrute, y el hombre que le traía, literalmente, de cabeza?

Oriya desconocía la visita, por lo que ignoraba la verdadera identidad de la joven. Convencido de que se trataba de una trabajadora, no se lo pensó por más y se despojó de sus ropas tras haber cerrado las puertas correderas.

Miró a los ojos a Muraki cuando se situó en el lado contrario de la mesa, quedando frente a frente, separados por el cuerpo de la "profesional". El gesto lujurioso de éste y su silencio fueron interpretados como una invitación más que consentida a participar.

Por su parte, Ukyô reconoció a Ryu no sólo por las descripciones físicas que había recibido, sino por la reacción de Kazutaka. Sabía que él nunca permitiría semejante confianza a otra persona que no fuera el otro vórtice. Así que con agrado y lívido aceptó el miembro todavía semiflácido que se alzaba ante ella, trabajándolo con devoción mientras las embestidas crecían en cadencia.

Se sintió atractiva y deseada, viviendo una situación con la que nunca había soñado pese a su predisposición por probar nuevas variedades; por su parte, era tanto el vigor con el que la lengua recorría la dureza de Oriya que éste no tardó en depositar las manos delicadamente sobre las mejillas de la joven, indicándole que no continuara.

Ya con una erección considerable, fue en busca de los complementos que estaban disponibles en todas las habitaciones: guardados ordenadamente había un arsenal de productos y juguetes para la expansión de los sentidos y las sensaciones. Se decantó por un lubricante de calidad, derramando sobre dos de sus dedos una cantidad generosa.

Se posicionó detrás de Kazutaka, imitando la posición de éste con la chica. Le rozó los glúteos con el glande, haciéndole abrir ligeramente las piernas.

Muraki tenía buenos argumentos para a su vez dejarse hacer, y llevar aquel trío hasta el final. Redujo la intensidad de la intromisión que estaba ejecutando unos momentos, para centrarse en la que iba a recibir. Ryu le preparó con mayor rapidez de la habitual, adentrándose en él de dos veces y tomando la voz cantante.

Comenzó a embestirle, y los efectos de dicho movimiento repercutían en los de Kazutaka, llegando hasta Ukyô como un acompasado efecto dominó. Extasiado hasta cuotas insospechadas y disfrutando del estar penetrando y siendo penetrado a la misma vez, el casi doctor no desatendía a su preciada muñeca, masajeando su zona púbica y humedeciéndola con saliva siempre que era necesario.

Con las mejillas ardiendo y completamente desinhibida, el cuerpo de la joven tembló y de su garganta manó un gritó de satisfacción al ser la primera en llegar al orgasmo. Ryu besaba el cuello del centro de su adoración, mordisqueándole el lóbulo de la oreja y gimiendo en su oído cuando también alcanzó el suyo, teniendo la destreza suficiente para eyacular sobre el final de la espalda de Muraki en el último momento.

Por su parte, éste último les emuló, derramando sobre un útero muerto e infecundo lo que tendría que haber sido, en circunstancias normales, su legado para el futuro, el nacimiento de una nueva generación que nunca llegaría.

Exhaustos, tomaron aliento cada uno sobre el perímetro de superficie que les correspondía.

Ukyô sonrió coquetamente, satisfecha por la mejor experiencia amatoria que había vivido. Tras ponerse en pie y cubrirse con su kimono, se dispuso a partir hacia su habitación para darse un baño y dejarles hablar.

Ryu, completamente rendido al episodio, le agarró del final del traje, hablándole como si tuviera a una divinidad ante él.

- Acude mañana a verme, mereces una retribución especial por esto.

La observó mientras partía, girándose hacia Muraki cuando las puertas estuvieron cerradas. Él le escuchó mientras limpiaba los restos de semen de su piel.

- Creo que tengo demasiadas chicas en Kokakurô… Por mucho que lo intente, no consigo recordar su nombre o cuándo la contraté. – afirmó con los ojos centelleantes.

Kazutaka le respondió impasible, dedicado a su particular tarea. Era el momento idóneo de hacérselo saber.

- No es una prostituta. – le dijo. – Se llama Ukyô, y es mi prometida.

La sonrisa de Oriya se esfumó lentamente, convirtiéndose en vergüenza. Agitó la cabeza tratando de asimilar la información, entrándole ganas de estrangularle allí mismo.

- ¡Por todos los Dioses, Muraki¿En qué estabas pensando¡Cómo has permitido que hiciera eso con tu…? – le gritó con los cabellos erizados y sudando más si cabía, incapaz de pronunciar la palabra "novia".

Kazutaka giró el rostro, acercándolo al suyo. Su habitual gesto de parsimonia y la respuesta terminaron de crispar al dueño del local.

- Era el mejor método para que congeniarais desde el principio. Ahora ya sois "íntimos".

Ryu elevó las manos al cielo pidiendo paciencia, recogiendo sus desperdigadas ropas y vistiéndose apresuradamente.

- Eres retorcido. Sí, muy retorcido. – le recriminó, abandonando la habitación por las puertas exteriores.

Muraki le regaló a cambio una encantadora sonrisa. No sólo lo había pasado estupendamente, sino que estaba completamente seguro del éxito de su ardiente estrategia .


Oriya ordenó en cocina que se preparara un banquete de rigor para tres, y que fuera servido con lujo de detalles en el comedor principal pese a ser casi medianoche. Tras haberle puesto remedio a su ajetreado aspecto y haberse vestido con un precioso kimono de gala, tocó educadamente en los paneles que delimitaban los aposentos de su nueva invitada.

Ella dio permiso, por lo que entró a la habitación, permaneciendo sentado en posición de respeto una vez resguardados en la soledad del cubículo.

El rubor tímido en sus mejillas hizo que la joven terminara de considerarle un hombre encantador con el que tenía más de un aspecto en común.

- Lamento profundamente lo ocurrido. Por favor, le ruego que acepte mi invitación para cenar, este restaurante está considerado como uno de los mejores de la ciudad.

La prometida sonrió dulcemente al amante formal de Kazutaka, queriendo imprimirle calma.

- No hay nada que lamentar, seguro que disfrutaste tanto como yo.

Él elevó la mirada, sonrojándose incluso más.

- Si ese condenado nos hubiera presentado antes… - murmuró por lo bajo.

Ella rió, accediendo Ryu a hacerlo también tras haberse roto el hielo inicial.

- Entonces hagámoslo nosotros. Yo soy Ukyô, encantada de conocerte. He oído hablar mucho de ti.
- Yo soy Ryu. También sabía de tu existencia, aunque desconocía que él te tuviera por su…

Calló. Aunque nunca había albergado esperanza para el amor que sentía, aquella evidencia suponía una frontera final e impasible. Nunca se interpondría en una relación encaminada al matrimonio de dos personas que compartían mismo origen, y que estaban destinadas la una a la otra por razones que escapaban a las explicaciones lógicas.

Ukyô percibió el matiz de tristeza que ensombreció el hermoso semblante de Oriya. Sabía que ese hombre era muy especial para Kazutaka, y que él había querido hacerla parte de ese pequeño universo que juntos habían creado. Así que le colocó uno de los tantos mechones de cabello que se desperdigaban por su rostro, hablándole dulcemente.

- Sé que tú también le amas, por eso comprendo cómo te sientes. Él nos necesita a los dos, nunca sería tan egoísta como para exigir que desaparezcas.

Tranquilizado por la sinceridad, el monje aceptó aquel acuerdo de paz y amistad.

- Aunque sea extraño afirmarlo… Me alegra tener a alguien con quién compartir la carga.

Ambos respiraron profundamente, procediendo el anfitrión a insistir con tal de no hacer esperar más al tercer comensal que de seguro ya estaba en la sala habilitada.

- Acudamos a la cena, debe haber empezado sin nosotros.

Ukyô se calzó sus zuecos, agradeciendo la caballerosidad de Ryu cuando éste le abrió la puerta. Juntos pusieron rumbo hacia el lugar donde transcurriría la velada.

- Me gustaría que acudieras mañana a la obra, es lo menos que puedo hacer si vas a marcharte de la ciudad tan pronto.
- ¿Qué obra?
- "La caza de las hojas de otoño". Soy el responsable del festival de Teatro Nô.
- ¡Adoro el Nô! Cuando era niña solía acudir con mi padre, el fue quien me inculcó su pasión.
- Entonces, posiblemente no será la primera vez en que me ves actuar… Llevo haciéndolo desde pequeño.

Se sentaron a la mesa junto a Muraki, el cuál efectivamente aguardaba. Ocupando él el centro de la mesa, sus dos seres de confianza se sentaron por instinto en los lados derecho e izquierdo respectivamente, conformándose físicamente el triángulo que iría reforzándose desde aquel momento con el paso de los años.


La representación se inició a la hora estipulada, envolviendo a los asistentes con su atmósfera mágica, capaz de trasladar al espectador a épocas remotas. Las antorchas iluminaban la escenografía, compuesta por actores que lucían colorido en trajes y máscaras, encarrilando el argumento de la leyenda que Ukyô conocía a la perfección.

Dado que Kazutaka nunca había acudido a un espectáculo del estilo, la chica iba relatándole la historia, mientras ambos no se perdían detalle de lo que ocurría sobre el escenario.

- Moniji-Gari cuenta cómo Taira-no-Koremochi recibió la orden del emperador para salvar a su pueblo, y tras sobrepasar las vicisitudes del camino, se convirtió en el quinto humano que exterminó al demonio hechicero en la reunión de otoño. Es estupenda.

Él asintió, compartiendo el hipnotismo de ella. Pudo entrever que tras los abanicos, los peinados y las coreografías se escondían rituales auténticos como los que él trataba de ejecutar gracias a sus facultades.

Oriya, desde su hacer en el papel de dios, les observaba con orgullo. A través de los pequeños agujeros de la máscara podía detectar sus rostros, y también los del resto de la audiencia. Cuando se retiró al fondo para que otro actor tomara el peso de la acción, su atención quedo fija en alguien al que hasta el momento no había avistado.

Era un hombre maduro, de cabellos cortos y mirada penetrante, clavada en la suya. Nadie pareció reparar en él cuando como arte de brujería, desapareció. Se preguntó si estaba soñando, mas la sensación recogida por su fina percepción le puso en alerta.

Trató de no hacerle mayor caso a la corazonada, aplicándose en el transcurso de la obra. Una hora después, está dio final, siendo compensados el equipo con contundentes aplausos. Las horas de trabajo invertidas dieron fruto, en especial cuando Muraki y Ukyô se reunieron con él en la trastienda, felicitándole por el resultado.

Sin embargo, Kazutaka se fijó en cómo alguien le observaba desde la lejanía. Sus miradas permanecieron atadas unos segundos, tras los cuáles el implicado pareció ser tragado por la nada.

No era el único que había dado cuenta del extraño suceso. Alarmado, Ryu le habló confidentemente.

- ¿Has visto a ese tipo?
- Sí. Creo que me estaba acechando.

Ukyô frunció el ceño.

- ¿De qué estáis hablando?

El que ella no lo hubiera hecho confirmó las sospechas de Oriya.

- Tenemos que andarnos con cuidado. Es posible que hayas despertado el interés de aquéllos que menos te convienen.
- ¿A qué te refieres? – quiso saber el estudiante de medicina.

El espadachín miró con gesto serio el fulgor de la luna, todavía ambarina sin sangre que la cubriera. Sus palabras fueron contundentes y tremendistas.

- No te sigue un hombre corriente, Muraki. Estoy seguro de que has oído hablar de los suyos. Hay muy pocas personas capaces de detectarles, y tú eres una de ellas, mas no deberías considerarte afortunado… Acabas de ver a un Shinigami.