Me lo voy a tomar con calma,
tengo todo el tiempo del mundo
para hacerte mío,
está escrito en las estrellas.
Los Dioses decretaron
que permanecerías a mi lado,
siempre junto a mí,
puedes correr, pero no esconderte.
No digas que me deseas,
no digas que me necesitas,
ni que me quieres,
se sobrentiende.
No digas que eres feliz sin mí,
sé que es imposible,
pues no estaría bien.
Depeche Mode, "It's no good"
Ukyô terminó de guardar sus pertenencias en la maleta para coger el primer tren con destino a Tokio. Aún no había amanecido, y la madrugada era demasiado fresca como para combatir el frío cubriendo su desnudez sólo con la camisa blanca de Kazutaka que había tomado del suelo.
Éste se incorporó en el futón, observando la forma redondeada de sus muslos, tapados a duras penas por los masculinos contornos de algodón y poliéster.
- ¿Desde cuándo estás despierto?
Muraki alargó el brazo, tomando el mechero y un paquete de tabaco que había dejado sobre la mesita. Prendió el primer cigarrillo del día con tranquilidad, apoyando la espalda en la pared de madera.
- El suficiente para comprobar que te irás antes de que salga el sol.
Ella se giró. Aquel viaje había sido satisfactorio en la medida de haber conseguido una mayor implicación por su parte en la compleja relación de ambos. Aunque el sexo sustituyera a las demás muestras evidentes de aprecio, se sentía como si hubiera conquistado un territorio inexplorado y prohibido.
- Cuando te vi en la estación decidí no darte lo que te compré en la ciudad, pero… He cambiado de opinión. – susurró.
Extrajo del bolsón un pequeño paquete, mostrando a continuación su contenido.
Dirigiendo la precisión de su ojo natural en compañía del biónico hacia la mano de ella, Kazutaka vio un aparato de perforaciones y dos sencillos pendientes, consistentes en unas esferas de tamaño discreto.
La joven se arrodilló entre sus piernas, tocándole suavemente el lóbulo derecho.
- Las alianzas son demasiado comunes, no me sentiría cómoda llevando una ni viendo otra en tu dedo, pero quiero marcarte, que lleves en tu cuerpo algo que yo he hecho, y que te hace mío.
Él la miró a los ojos. Le fascinaba lo visceral de aquella, aparentemente, dulce e inocente mujer.
- ¿Por qué rojas?
-
Pensé que te sentaría bien el contraste. Un toque tan informal en un
científico siempre desconcierta, y además… A mí no me engañas, por
mucho que quieras inmacularte de blanco, sé que el sangre es tu color.
Muraki esbozó una pérfida media sonrisa, girando la piedra del mechero y ofreciéndole la llama mientras aspiraba otra bocanada de humo. Ukyô esterilizó la aguja del aparato, y una vez ardiendo el metal, dispuso su punta sobre el sitio adecuado, disparándolo cuál arpón.
Con un sonido seco, la oreja fue atravesada. Un hilillo carmesí brotó de la misma sin que el dueño mostrase seña alguna de dolor. La operación se repitió en el lóbulo izquierdo, siendo alojados en los nuevos agujeros los pendientes tras haber pasado también por el fuego depurativo.
La autora de la hazaña le sujetó de la barbilla, haciéndole girar el rostro hacia ambas direcciones para observar el resultado, encontrándole incluso más atractivo.
- Muévelos todas las mañanas hasta que las heridas cicatricen.
Él dedicó los siguientes minutos a vestirse con el uniforme de la facultad y limpiarse la sangre que había resbalado sutilmente por su cuello. Para cuando estaba listo, Ukyô ya sostenía el asa de la maleta junto a la puerta interior de la habitación.
- ¿Seguro que quieres ir sola?
-
Sí, me vendrá bien algo de tranquilidad tras estos días tan… intensos.
– respondió con picardía. – Por favor, despídete de Ryu de mi parte.
Asintió. Se miraron a los ojos unos segundos más, tras los cuáles la joven se adentró en los amplios pasillos, abandonando el mágico lugar en el que había pasado las mejores veladas de su vida.
Kazutaka salió de sus aposentos por las puertas que daban a los jardines. Revisó que llevaba todo lo necesario en su cartera, y puso dirección al templo privado de la familia Oriya.
Le encontró orando allí como cada mañana. Su cuerpo, brillante por una pátina de sudor fruto de las horas de entrenamiento matutino, estaba arrodillado ante el altar, recitando cuantas plegarias conocía.
Su agudo oído le detectó, haciéndole concluir los rezos antes de lo previsto. Se incorporó, dirigiéndole a Muraki una mirada grave a medida que se acercaba, cubriéndose el torso con la parte superior del kimono, y ahuecándose la alborotada melena.
- ¿Ya se ha marchado Ukyô? – quiso saber, sentándose en las escalerillas del exterior del templo, contemplando la quietud de sus dominios.
El cielo empezaba a teñir el cielo, y Kokakurô despertaba poco a poco al nuevo día, aislándoles la melodía del viento al mecer los árboles del complejo y artificial mundo contemporáneo.
- Sí. Me pidió que te mandara sus mejores deseos.
Ryu guardó silencio, reflexionando. Pese a haber estado solo tres días con ellos y su mensaje conciliador, no conseguía quitarse de la cabeza todas las implicaciones de la existencia de esa mujer y la suya propia.
Siempre tendente a buscar el lado positivo de las cosas, se dijo que quizás no era demasiado tarde para obviar la estela de muerte dejada por Kazutaka, disimulada gracias a sus artimañas.
- Mi abuela trató de concertarme en matrimonio poco antes de morir, a lo que me negué rotundamente. No soy quién para envidiar bienes ajenos, pero ojalá me hubieran propuesto una candidata como tu prometida. ¿Tan importante es esa venganza que deseas¿Por qué no miras hacia delante y lo olvidas? Es una gran mujer, te iría bien junto a ella, seríais una pareja… normal.
Al pronunciar dicho adjetivo, se preguntó hasta que punto su corazón sería capaz de resistir el acopio de sacrificios al que siempre estaba dispuesto. Tras haber acogido a Muraki en su casa, convertirse en su amante sin importarle los dantescos secretos que ocultaba, y ahora alentarte a establecerse con ella dejándole a él atrás¿qué sería lo siguiente?
Porque pese a todo, Oriya seguía sintiendo por él mismo que el primer día.
Kazutaka consultó la hora, abrochándose los botones de la gabardina.
- Ukyô y tú os parecéis bastante, pero la única diferencia que os separa es la más vital de todas. Mientras tú sigues lanzándome anzuelos para llevarme a tus orillas, ella ha comprendido que hasta que no lo haya efectuado, mi plan está incluso por encima de vosotros en mis prioridades.
- ¿Cómo puede ser tan profundo tu odio? – insistió.
El estudiante le encaró, haciendo que Ryu se fijara en los adornos incrustados en su carne.
- Tan profundo es que ha calado hasta la última de mis células. Pero la venganza no es lo único que mueve mi maquinaria. Tengo otro motivo de igual peso para continuar la investigación.
Como si le hubiese adivinado el pensamiento, el espadachín recordó las esporádicas charlas que sobre el origen clónico de ambos "hermanos" habían tenido. Se dejó llevar por el instinto, apuntando directamente al centro de la diana.
- Quieres reconstruir los órganos de Ukyô y sustituirlos por unos de crecimiento regulado.
Kazutaka asintió. Súbitamente apesadumbrado por esa revelación, Oriya le hizo la inevitable pregunta.
- ¿Cuánto tiempo le queda?
Él le dio la espalda, dispuesto a poner rumbo al campus.
- Es imposible determinarlo. Pero según mis cálculos en base a la progresión aritmética de su envejecimiento, no más de siete años.
Ryu sintió cómo se le clavaba una astilla en el corazón, sintiéndose culpable por no haber comprendido antes que la obsesión desmedida de Muraki era, en el fondo, una cuenta atrás.
Y éste, con la mirada perdida en el horizonte, obvió el tema en el que se habían adentrado para obtener más datos de su interés.
- Todavía no me has explicado que es exactamente un Shinigami.
Dado que había preferido retrasar dichos comentarios hasta estar de nuevo los dos solos, se lo hizo saber sin demoras para que pudiera marcharse cuanto antes a las aulas.
- Son humanos que, pese a la muerte,
conservan un fuerte vínculo con el mundo de los vivos. Entes del más
allá que sirven a los Jueces conduciendo a las almas que se niegan a
pasar a la otra dimensión.
- Un vínculo especial con la vida¿eh? – repitió, ensimismado.
Muraki se marchó de Kokakurô, dejándole inmerso en sus cavilaciones. Mientras recorría las avenidas que daban a la entrada de la Universidad Shion, una sola imagen se alojó en su mente, sin posibilidad alguna de ser eliminada.
Había visto a un Shinigami.; un responsable de la muerte se había interesado en sus actos, lo cuál pondría en alerta al más pintado. Y sin embargo, él sólo podía pensar en la definición revelada por Oriya.
Esa estampa de la fotografía del paciente de su abuelo quedó impresa en sus retinas, y aunque era una completa pérdida de energías hacer una hipotética relación entre ambos conceptos, Kazutaka se preguntó si habría mejor candidato para "pastor de almas" que una criatura tercamente anclada a la vida… alguien que durante años no durmió, ni ingirió alimento o líquido alguno.
Para un alumno de último curso de Medicina, toda clase magistral recibida era fundamental, y todo el tiempo que se pudiera pasar junto a un ya licenciado, enriquecedor.
Los compañeros de Kazutaka vivían entre libros, saliendo de la facultad exclusivamente para lo imprescindible en vistas a los próximos exámenes finales. Las calificaciones obtenidas delimitarían el futuro de muchos, destinados los más brillantes a salir al extranjero y los mediocres a permanecer en las fronteras nacionales, incluso dentro de la misma ciudad imperial.
Pero para él no había prueba que le quitara horas de sueño, ni necesidad de ahogarse en páginas y páginas de manuales. Nadie en el círculo docente dudaba de su inminente graduación en los próximos meses con unas notas excelentes. Tan brillante era su expediente que las principales universidades de los Estados Unidos lucharían por tenerle entre sus filas para desarrollar algún fructífero proyecto, aumentando sus arcas tras la venta de la patente a la poderosa industria farmacéutica.
Mas no todo era armonía entre los académicos, puesto que uno de ellos aguardaba nervioso en su despacho. Al escuchar cómo tocaban a la puerta pidiendo permiso para entrar, se le formó un nudo en el estómago.
- Adelante.
Su todavía alumno cerró, diluyéndose la imagen de joven impoluto que daba ante los demás, mostrándose a sus ojos como el monstruo despiadado a cuya creación había contribuido casi dos décadas y media atrás.
- ¿Me requería, profesor Satomi?
El hombre apretó los sudorosos puños, esforzándose por defender la salida del túnel en el que estaba metido.
- Hoy se han aprobado los presupuestos. No podré conseguir otra subvención de tan elevada cantidad, Muraki.
Éste comenzó a reír por lo bajo, encolerizándole.
- ¡Tus amenazas me son indiferentes! Pronto te doctorarás, ya no estaré ligado a ti. ¡Déjame en paz ahora que ya no te soy de ayuda! – gritó.
Kazutaka sentía desprecio por aquél cuarentón demacrado y acosado por todos los frentes sociales en los que se movía, mas no estaba dispuesto a zanjar la deuda que con él todavía tenía.
- Es cierto, mi investigación genera costes desorbitados, seguir ocultando el destino de sus fondos sería insensato…
Suspiró, adoptando un tono de voz cruelmente teatral.
- Me decepciona, profesor. ¿Cree que lo único que me importa es el dinero? Usted mismo lo ha dicho, pronto seremos colegas de profesión, buscaré trabajo en Tokio y costearé yo mismo las deudas. Pero sería una verdadera molestia tener que trasladar mi laboratorio de ubicación, dudo que pueda encontrar a alguien tan discreto y precavido como usted para guardarme el secreto.
Satomi palideció.
- ¿Qué es lo que quieres ahora?
- Nada que le suponga problema. Simplemente, respáldeme. Guarde silencio, que nadie conozca mis movimientos en los subsuelos.
Kazutaka observó los tubos de ensayo dispuestos por toda la habitación, todos ellos repletos de muestras que a nada llegarían.
- ¿Cómo contactaré contigo si te marchas de Kioto¿Y si surgieran complicaciones?
-
No debe preocuparse por ello. Vendré todos los meses… ¿Quién
sospecharía de las visitas de un brillante ex – alumno a su admirado
profesor? – inquirió con sorna.
Él bajó la mirada, resignado. Al menos la liberación económica superaba a la reclusión moral.
- Ya que cuentas con mi apoyo, podrías dejarme ver tus avances aunque fuese una vez…
El cuerpo del joven se tensó, vistiéndose de negación su pálido semblante.
El único al que había permitido conocer su centro de operaciones era Oriya, y jamás dejaría que otro se inmiscuyera en el mismo.
- No es necesario. Ya le he dicho que cuando logre el objetivo, usted saldrá beneficiado. Es todo cuanto necesita saber. Con su permiso, debo marcharme.
Salió por la misma puerta por la que entró, quedando el profesor a solas maldiciéndose por ser tan débil y dejarse modelar mientras él descendía a los sótanos, amparado en la ausencia de los alumnos reclutados en las bibliotecas generales.
Activó el código de seguridad y atravesó las gruesas compuestas. El olor de componentes químicos y humedad, pese a intenso, le reconfortaba tanto como la visión de la mirada vacía de su hermanastro.
- Hacía mucho que no veía a hacerte una visita, Saki. ¿Me has echado de menos? Seguro que sí. – preguntó retóricamente.
Extrajo una gráfica con sus constantes, comprobando que eran normales. Tomó asiento en la camilla sobre la que le habían implantado aquel ojo artificial, reflejando su palidez extrema el verde que nacía del tanque de suspensión.
- ¿Estás tan impaciente como yo por un nuevo cuerpo¿O ya no recuerdas lo que se siente al tener piernas y brazos, o un corazón que lata en tu pecho? Disculpa, olvidaba que tú nunca has tenido corazón, puesto que su lugar lo ocupó la codicia.
Masculló la sarta de acusaciones entre dientes, en tono lo suficientemente alto para ser percibido por la cabeza si ésta estuviera en facultades de hacerlo. A solas y aislado por una cámara de hormigón de varios metros de espesor, Kazutaka daba rienda suelta a sus macabras fantasías.
- Te imagino de nuevo en pie, con esa envergadura envidiable que siempre has tenido… Se ataría aquí, y te cubriría de rosas rojas. Las detestas¿verdad? No soportabas mis habilidades para su cultivo, pero claro¿había algo en mí que llegara a agradarte? Es una lástima que no quisieras conocerme, te habrías llevado gratas sorpresas. Por ejemplo, ignoras lo mucho que me interesa la cultura occidental. ¿Nunca estudiaste la historia de la Edad Media en la vieja Europa?
Hizo recuento mental mientras seguía hablándole a la nada.
- Es fascinante el repertorio de torturas de los que se valía la Inquisición. ¿Sabes qué? Si pudiera moverme a través del tiempo, me trasladaría a esas épocas y mi nombre quedaría inmortalizado por ser un Inquisidor envidiable. En vistas a que no va a ser posible, tengo derecho a aliviar la frustración contigo. ¿No quieres jugar a las torturas? Será divertido.
Buscó entre los múltiples frasquitos que tenía dispuestos dentro de un refrigerador, analizando el aspecto de los líquidos que contenían.
- Figúrate lo generoso que soy, pues te concederé el honor de elegir qué tortura prefieres. ¿Cuál sería la más adecuada para ti¿Quizás cortarte la lengua por mentir¿O meterte en un sarcófago revestido de afilados salientes? Tal vez mi preferida… te encerraría en una jaula a varios metros de altura y te dejaría morir lentamente de inanición.
Le quitó el tapón a una de las botellas, alzándola en lo alto a su salud.
- No malgastes tu tiempo tomando la decisión, Saki. Al fin y al cabo, sea cuál sea la tortura por la que finalmente me decante, tu final será el mismo.
Sus ojos refulgieron con hastío y rencor, preparándose para una larga jornada de trabajo.
- Vas a sufrir lo indecible, porque buscaré la manera de retrasar tu muerte hasta el límite.
Y tras haberle hecho tan sutil promesa, ingirió de un trago la dosis de veneno diaria que desde niño se había acostumbrado a tomar, gracias a las maquinaciones de Gemmei.
Oriya buscaba confort en la noche, alejándose de la casa y del bullicio producido por los clientes. Tras horas enteras de amables sonrisas y un servicio excelente se disculpó, dejando a las empleadas de confianza al cargo.
Necesitaba paz y poner en orden sus pensamientos bajo el manto estrellado de la madrugada.
Deambuló por los castaños y arces que poblaban la basta extensión de Kokakurô, signo de la historia señorial que el lugar encerraba. Sólo los nobles poseían tantas hectáreas, agradeciendo él con respeto la herencia recibida.
Al llegar a una fuente de piedra erigida en honor de las aguas, recordó que fue precisamente en ese mismo lugar donde vio por primera vez un ánima a la edad de tres años. Cuando lo contó con naturalidad, su padre, disgustado, nada dijo; por el contrario, su madre sintió orgullo por haberle legado su innata habilidad.
Lustros después, habiéndose convertido en sabio del legado familiar, supo de la maldición que pesaba sobre su sangre: aquél que postergaba el don una generación quedaba condenado a morir joven.
Por ello siempre había aceptado su destino, cargando sobre los hombros todo el peso tras quedar huérfano siendo un crío. Le gustaba su vida tal y como era, nada cambiaría de ella.
Sin embargo, la perspectiva de perderla al pasar su cualidad le hacía plantearse la descendencia con mucho recelo. Todavía no podía abandonar aquella dimensión, no mientras los interrogantes en los que estaba envuelto se solucionaran uno a uno.
Hiciera lo que hiciera, tu ser entero acababa por girar en torno a Muraki.
- Dichosa seas, luna, por robarme la cordura cada vez que me detengo a embelesarme con tu belleza. – musitó, buscando el astro entre las copas.
Un ruido a lo lejos le alertó. Se giró con una velocidad propia de samurai, buscando aquello que merodeaba por los alrededores. Aunque la lógica le decía que podía tratarse de un mero animal, la corazonada indicaba justo lo contrario.
Al distinguir cómo los contornos de una figura humana se materializaban en la nada, se relajó.
Si algo de sobra sabía, era que pese a lo peligroso de los espíritus, un humano estaba capacitado para obrar mucha más destrucción que un no vivo.
- Te ruego que me des un motivo para seguirme no ya solo en mis jardines, sino en mi mundo, Shinigami.
El enviado del Conde recibió con agrado la capacidad del mortal para verle, puesto que ni siquiera se había presentado en su forma netamente humana.
- Un hombre como tú, facultado para advertirme sin más, ya debería ser una buena razón.
Ryu sonrió levemente, agradeciendo el cumplido. Ante todo, él respetaba a las ánimas.
- En efecto lo es, pero no suficiente para justificar tanto esta visita como las pasadas.
- Si tanto deseas una respuesta, te la daré.
El encargado del Ministerio penetró con la mirada al joven de cabellos azabache y brillante kimono azul, deseando que sus palabras surtieran efecto, pues alguien tan magnífico no merecía correr la suerte a la que se estaba encaminando.
- Hechos inexplicables están siendo registrados, fruto del desafío humano a los dioses y la aceptación de Éstos. Los poderes de aquél a quien proteges se incrementan, y con ellos las muertes. Si hasta a ti personalmente he venido, es para pedirte prudencia. Aléjate de él y no le inmiscuyas en los ritos que conoces, pues las consecuencias serán devastadoras, en especial para tu alma.
Oriya se cruzó de brazos, confiando al espíritu su decisión.
- Soy plenamente consciente de los riesgos que corro al responder de él, mas aunque arriesgado, es el camino que he escogido. Maestro en la espada y las ceremonias soy, por eso si bien valoro tu advertencia, no estoy dispuesto a permitir que un Shinigami me guíe. Que sea el gran Enma quien juzgue mis pecados cuando me llegue la hora.
Respetándole por haberse decantado por el amor en vida y aceptar el castigo correspondiente en muerte, el ente se dispuso a regresar para dar informe. Segundos antes de desaparecer, habló confidente.
- Respetada será pues tu decisión, pero por tu bien no olvides que os estaremos vigilando.
Ryu se apoyó en un tronco cercano, flaqueándole las fuerzas tras haber hecho todo ese acopio de entereza.
Anduvo hasta el refugio compungido, sopesando lo mucho que la situación se le había ido de las manos. Debía ser grave, pues un Shinigami sólo se anunciaba para llevarse con él al escogido, nunca para dicho menester de la advertencia.
Se sobresaltó cuando notó cómo su kimono quedaba enganchado por algo en el suelo. Al mirar a lo bajo, comprobó que no era una roca u raíz lo que le retenía, sino unos dedos de carne y hueso, reales, esbeltos y delicados…
A través de la penumbra visualizó el cuerpo de una de las tantas muchachas que bajo su mandato trabajaban en Kokakurô. Tenía las ropas rasgadas, encontrándose perdida en un laberinto de pavor.
El corazón de Oriya quedó pendiente de un hilo al analizarla de cerca. Por todo su cuerpo y escritos con sangre de la misma prostituta, estaban trazados los kanjis del conjuro prohibido.
Cerró los ojos tratando de serenarse. Alguien había ejecutado la peor de las maldiciones, esa que condenaba a la víctima a un marchitar lento y agonizante.
Únicamente una persona entrenada en la materia podía ser capaz de semejante destreza. Dado que sólo un hombre aparte de él mismo tenía potestad para indagar en los antiquísimos manuscritos, resultaba evidente quién estaba detrás del incidente.
Ryu supo que posiblemente no habría perdón para él en el otro mundo, y que los ancestros renegarían de su benevolencia… mas lo único que le importaba era encontrar la manera de proteger a Muraki de si mismo.
