Capitulo 2: No hay nada tan pequeño que no pueda explotar violentamente.
El estiércol de dragón elevaba su nauseabundo aroma por todo el invernadero, obligando a los alumnos a contener la respiración hasta que se ponían morados y se veían obligados a respirar de nuevo.
La profesora Sprout paseaba, mientras soltaba un largo discurso sobre la Mimbulus Mimbletonia, la cual, los estudiantes encontraban repugnante.
> Será mejor que vigiles esa maceta- dijo Katie en un susurro a su compañera.
A su lado, Irene miró lánguidamente hacia la planta a la que debían estar prestando atención. Soltó un largo y profundo suspiro.
> Vaya chica, parece que te vas a desinflar – sonrió Angelina, muy cerca de donde ellas se encontraban.
> Últimamente estás muy distraída ¿no te parece?
> Desde el día de la caída ¿seguro que no te golpeaste la cabeza?
> Que exagerada eres Angelina, madame Pomfrey la habría curado si ese fuera el caso.
> Pero sigue comportándose raro.
> Por eso estoy preguntando.
Irene observó a las dos chicas mientras hablaban sobre lo anormal de su comportamiento. Y no lo negaba, últimamente se sentía extraña, deprimida a veces sin conocer el motivo, pero lo peor no eran aquella situación.
Oh, no, el numerito de cada semana en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras era lo peor de todo. Cada vez que el profesor Lupin se acercaba, ella sentía que le habían metido en la boca un escreguto de cola explosiva, se ponía colorada hasta creerse enferma y luego guardaba un mutismo preocupante.
Había llegado a darse cuenta que sentía una absurda adoración por su profesor, y eso que ni el payaso de Lockhart, por muy guapo que fuera, le había inspirado nada parecido.
Sus amigas no habían pasado el asunto desapercibido, pero no habían hecho comentarios sobre ese aspecto…aún.
Tan concentrada estaba en sus pensamientos, que no se percató que la planta de su maceta temblaba peligrosamente. Alargó la mano y en ese momento, su Mimbulus Mimbletonia soltó un chorro verde con gran velocidad y precisión hacia su cara.
Para Irene, lo de menos era el olor a estiércol podrido que desprendía el líquido pegajoso, ya que ahora sus ojos le escocían y no podía ver nada.
La profesora Sprout soltó un grito ahogado y corrió a su lado.
> Tranquila señorita Brennan, la llevaremos a la enfermería y no se preocupe, ya sabe que no es venenoso.
La joven estuvo de soltar una maldición a la planta, aun cuando no podía verla. Fue arrastrada hasta la enfermería, donde la dejaron en manos de la señora Pomfrey, que no hacía más que preguntarle si quería batir el record de Longbottom en cuanto a visitas a la enfermería.
Cuando finalmente logró salir, con un paño empapado en poción sobre la cara, lo primero que hizo fue dirigirse hacia la sala común, pero de nuevo, y confirmándole que aquel definitivamente no era un buen día, Irene tropezó con alguien y cayó al suelo, sintiendo la fría piedra en el trasero.
> Lo siento- se disculpó una voz ronca que no tardó en reconocer.- ¿se encuentra bien señorita Brennan?
Ella, apartó el paño y forzó la vista para mirar a su profesor de Defensa. Tenía mal aspecto, sin duda, y eso que su visión no era demasiado clara. Ofreciéndole una mano, Lupin la ayudó a levantarse.
> ¿Qué le ha sucedido?- preguntó el profesor, mirando el paño que descansaba ahora en su frente.
> Oh…un pequeño accidente en herbología- respondió ella, avergonzada.
Lupin arqueó una ceja con curiosidad.
> ¿Estaba en la enfermería?
> Sí, ahora iba a la sala común…si es que la encuentro- musitó.
> Pero el profesor parecía haber escuchado perfectamente.
> Si tiene problemas de visión, debería haber avisado a alguien- suspiró él- la acompañaré, si Peeves la encuentra no le gustaría saber lo que es capaz de hacer.
Ella asintió con un gesto de cabeza, intentando ocultar lo azorada que se sentía. Lo siguió en silencio hasta la séptima planta donde esperaba el cuadro de Sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris.
Desde la intrusión de Sirius Black, la Dama Gorda había dejado su puesto a aquel pequeño "caballero" para exasperación de los gryffindor.
> Bien, hemos llegado.- sonrió Lupin
> En guardia malandrín.- dijo Irene, haciendo un gesto con la cabeza.
> ¿Qué?- exclamó el profesor.
> Es la contraseña- sonrió ella, divertida, señalando a Sir Cadogan que ahora le hacía una pomposa reverencia.
> Oh, sí…bien, tenga más cuidado la próxima vez señorita Brennan- sonrió él- procure evitarse problemas.
Irene asintió, al tiempo que su profesor giraba y regresaba a la planta baja. Ella le observó durante unos segundos hasta que echó a correr hacia su habitación.
Allí, Katie leía un libro de quidditch y mostró su sorpresa al verla llegar tan roja como el pelo de los Weasley.
> ¿Vas a desembuchar ya?
Irene se dejó caer en la cama de Katie, junto a ella, y le mostró una sonrisa leve.
> ¿Qué cosa?
> Ya sabes, lo que quiera que te pase últimamente. Estás de lo más rara.
La joven suspiró. – Katie, si te lo cuento ¿prometes no reírte?
Su amiga sonrió – Prometido.
> Creo que me gusta el profesor Lupin- exclamó Irene a bocajarro.
Katie la miró un instante. – Bueno a mí también me gusta, es un buen profesor.
> Ya sabes que no me refiero a eso.- replicó ella, frunciendo el ceño.
Su amiga sonrió.
> Te preocupas demasiado, lo que tú tienes es el clásico síntoma de la princesa en apuros. No es nada grave.
> ¿El qué?- inquirió Irene, sin comprender.
El síntoma de la princesa en apuros- repitió Katie- lo que a ti te pasa es que ves al profesor Lupin como tu caballero de brillante armadura, por que te salvó de romperte el cuello cuando te caíste de la escoba.
> ¿Tú crees?
> Estoy segura, y además, siempre es muy amable y es algo natural verlo como alguien que puede protegerte…aunque parezca enfermo demasiado a menudo.- apuntó.
La joven guardó silencio, meditando la respuesta de su amiga. Era cierto que el profesor le había salvado la vida. Después de unos días, ya podía recordar con claridad lo sucedido en el campo de quidditch, y como en su frenética caída desde el cielo, vio a Lupin agitando su varita para conjurar unos almohadones que amortiguaron el golpe.
> Quizás tengas razón- murmuró- pero, aun así ¿qué hago?
Katie dejó a un lado el libro que había mantenido en su regazo y le dio unas palmadas suaves en la espalda.
> Pues lo que todas las princesas, busca un dragón que quiera comerte y pide auxilio. Siempre funciona.
Irene le lanzó a su amiga la almohada a la cara, gruñendo, mientras Katie empezaba a reírse.
En ese momento, Angelina entró, seguida de otra de sus compañeras de habitación, Patricia Stimpson.
> ¿A qué tanto ruido?- preguntó Angelina.
> Nada, solo hablábamos.
Katie le dio un codazo a la chica que continuaba tumbada en su cama.
> Irene me estaba pidiendo consejo para conseguir la atención de un chico.
> ¿Qué! - exclamaron las dos recién llegadas.
> ¡Cállate!- dijo Irene, dándole un golpe a la chica en el hombro.
> Vaya, así que por eso estabas tan rara- dijo Angelina – pues ya te habrá dado fuerte, con Marcus ni siquiera cambiaste de perfume.
Irene arrugó la nariz ante el recuerdo de aquel ravenclaw con el que había salido algunas veces, realmente habría deseado no hacerlo.
> Pero no te preocupes- dijo Patricia, con una sonrisa comprensiva- seguro que, quien quiera que sea, ya se habrá fijado en ti.
La chica puso los ojos en blanco, por supuesto que se había fijado en ella, pero por ser la alumna más torpe que ha tenido en su vida. Deseó fervientemente que se le pasara pronto aquella tontería que le había entrado ¡por Merlin, si ese hombre podría ser su padre!
> Chicas es hora de cenar- anunció Katie, obligándolas a todas a bajar al Gran Comedor.
Algo más relajada, Irene siguió a sus amigas y tomó asiento en la mesa de Gryffindor. Sin embargo, cuando deslizó la mirada hasta la mesa de los profesores no pudo evitar que su cara se encendiera como un farolillo, y se obligó a fijar la vista en el plato.
En silencio se preguntó cuanto tiempo tendría que aguantar aquella situación.
