Este es un fic para la #DabiHawksWeek21
Día 1
Prompt: Vampiros/Monstruos
Nuestra historia
—Cariño, ya vamos a cerrar.
Keigo volteó a ver a la bibliotecaria con cara de angustia y por la velocidad los lentes se le resbalaron por la nariz y casi se le caen.
—¡¿Tan pronto?! —dijo alarmado, cerrando los libros y acomodando sus apuntes—. Pensé que tenía más tiempo.
—Llevas aquí desde la mañana, cielo, ni siquiera has ido a comer. Vienes mañana. Anda, también hay que descansar.
—¿Puedo dejar esto aquí? ¿O debo regresarlo a su lugar? Me ahorraría mucho tiempo no tener que buscarlo de nuevo mañana.
La bibliotecaria, una mujer anciana y pequeñita, amable pero muy estricta, le sonrió y asintió.
—Sólo porque sé que estarás aquí antes de que abra. Ahora vete, a comer algo, y a dormir.
—Sí mamá —dijo Keigo en broma, guiñándole un ojo—. Muchas gracias, Shuzenji-san.
Al recoger sus cuadernos de sobre la mesa —esos sí se los iba a llevar, para seguir trabajando en casa—, golpeó por accidente uno de los libros que no había tenido tiempo de revisar y este cayó en el piso.
Apenado se agachó a recogerlo y al hacerlo salió de él la fotografía de una pintura. En ella se mostraba un hombre muy apuesto, de cabello claro y ojos brillantes, su armadura tenía diseños de llamas y la sonrisa de lado no reflejaba alegría, sino que era una especie de amenaza, un reto. Keigo sintió una opresión en el pecho, una sensación de añoranza, y como si algo en su cerebro quisiera recordar algo sin lograrlo. Nunca había experimentado algo así, no tan intenso, al menos.
No se dio cuenta de que estaba temblando sino hasta que la bibliotecaria lo llamó.
—Mírate, estás temblando, seguro es por falta de alimento. Ya voy a cerrar, vete ya.
Keigo respiró profundo y dejó la fotografía dentro del libro. Pero ya había quedado grabada en él.
Durante el resto del día, y por la noche, no pudo pensar en otra cosa que no fuera en ese rostro. En la mirada intensa del hombre, en la tristeza que ocultaban esos ojos enmarcados por gruesas cejas y la mueca retadora que lo había hecho estremecerse.
Despertó con la sensación de que lo que había soñado se escapaba. Se esforzó por recordarlo, pero sólo quedaba esa incómoda sensación, de la parte de atrás de su cerebro, como queriendo recordar sin lograrlo.
Se apresuró a arreglarse y desayunar algo para irse a la biblioteca. Ya no sólo era la urgencia por terminar su investigación para redactar el artículo para presentarlo en la conferencia del mes próximo, sino que necesitaba volver a ver la fotografía y, aún más importante, descubrir quién había sido esa persona.
En cuanto abrieron se fue prácticamente corriendo a la mesa, un sentido de urgencia le apretaba el corazón. Temía que la foto no estuviera, por alguna razón. Pero cuando llegó vio que todo estaba como lo había dejado, incluso la foto. Suspiró de alivio y se dejó caer en la silla. Se obligó a sacar sus cuadernos, los cuales al final no había revisado por estar pensando en el hombre de la fotografía, y acomodarlos antes de tomarla y analizarla.
La armadura que portaba podía ser una pista, dado que no había nada más. La firma en el retrato no alcanzaba a entenderse y no había nombre en ella. La giró, para ver si ponía algo atrás. Dabi.
«El diseño de la armadura se parece al emblema de la dinastía Todoroki».
Emocionado, pues era su familia favorita en la historia —y el tema de su tesis de maestría—, tómó el libro de donde había salido y empezó a hojearlo. Estaba sorprendido de no saber de él, pues en su momento leyó muchas cosas sobre los Enji Todoroki y su familia y su reinado. No sabía de qué página había salido, pero al menos el mismo libro podía resultar una pista. Observaba las imágenes, por si alguno se parecía a ese hombre. No quería tener que leerlo completo, pero ya había decidido que lo haría si no. Los temas de su investigación olvidados en favor de descubrir quién era ese hombre que lo tenía tan obsesionado.
Llegó al capítulo sobre los Todoroki, y confirmó, comparando la foto con otra de la familia Todoroki, que era el mismo diseño. Al final no encontró la información que quería. Nada sobre ese misterioso Dabi.
Así que cerró el libro, y decidió concentrarse en su trabajo, dado que ya había perdido toda la mañana en lo otro. Aún así, cada cierto tiempo miraba la foto.
Decidió detenerse antes. Se sentía cansado y nada de lo que leía se le quedaba. Había parado a media tarde para ir a comprarse algo de comer, por la insistencia de Shuzenji, y aún quedaban un par de horas para el cierre, pero no podía más. Cerró los libros con cuidado. Miró a los lados y se guardó la foto en la bolsa de la chamarra.
Llegando a su casa se le ocurrió una idea: buscar en internet. Se río por lo simple que había sido todo y él buscando como desesperado en libros. Es lo que pasa cuando tus temas de estudio no están en internet. Primero buscó describiendo la foto, buscando sobre los Todoroki, y cuando nada funcionó tomó una foto con su celular para intentar con una especie de búsqueda inversa. Al final, como todo fue infructuoso decidió subirla y preguntar: ¿alguien sabe quién es?
Por supuesto, recibió montones de respuesta explicándole de qué periodo podía ser, según la armadura, otros tantos sobre lo atractivo que era el hombre, otro dando datos curiosos sobre ese tipo de pinturas; total, nada que Keigo no supiera.
Los siguientes días siguió sin recibir ninguna respuesta que le sirviera. Hasta una semana después cuando le llegó un mensaje.
¿Por qué quieres saber?
«¿Por qué quiero saberlo? Quizás porque desde que vi la foto no puedo quitarme la sensación de que lo conozco y mientras más la veo siento que me estoy enamorando…»
No, no podía contestar eso.
Yo puedo decirte quién es. Pero necesito saber por qué quieres saberlo.
Keigo sintió que su corazón se aceleraba y decidió ser honesto, al menos un poco.
Porque no encuentro información y me intriga mucho, siento que lo he visto antes. Y por qué está bastante guapo, ¿no crees?
Se reprimió mentalmente una vez que dio enviar por la última parte.
«Bueno, lo hecho, hecho está».
Horas más tarde recibió su respuesta.
No me lo parece, pero si tú lo dices... Veámonos en persona, te contaré sobre él. Tiene que ser después de las 9 de la noche, en el día se me complica.
Keigo meditó la posibilidad de que sea un asesino en serie o un secuestrador y que en realidad estuviera diciéndole que sabía para atraerlo a una trampa. Pero valía la pena, era la única pista que tenía, además, confiaba en que los 8 años que estuvo en karate le podían servir, en caso de que resultara eso. Así que aceptó la oferta y acordaron un lugar para verse.
Hacía más frío de lo que Keigo había anticipado y ahora se arrepentía de haberlo citado en un parque. También porque pensó que habría más gente, siempre que pasaba por ahí veía a gente ejercitándose. Pero quizás el frío los había mantenido en casa y él mismo estaba a punto de volver a la suya, aprovechando que estaba a unas cuadras para ir por una chamarra. Pero qué tal si el hombre llegaba y se iba al no verlo.
Justo ahora se daba cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llamaba y mientras los minutos pasaban —aunque aún faltaban tres para la hora acordada— más nervioso se ponía y más sospechaba de que su instinto sobre que fuera un asesino o algo malo fuera cierto.
Pero ya era demasiado tarde para correr, vio que se acercaba una persona por el camino. Era un hombre alto y delgado, cubierto con una gabardina y estuvo cerca de Keigo antes de que éste pudiera huir.
—¿Tú eres Takami? —habló el hombre con voz profunda. No se le distinguía bien el rostro, por el ángulo donde estaba la luz no le daba. Tenía el cabello oscuro, desordenado y la piel muy pálida. A Keigo le dio un escalofrío.
—Sí. ¿Qué sabes de la foto? Ah, y, ¿cuál es tu nombre? Nunca lo pregunté.
El hombre resopló por la nariz y sonrío, el piercing en su labio brilló.
—Soy Dabi.
Keigo se rio y alzó una ceja. Sacó la foto de su bolsillo y le dio la vuelta.
—Osea que el de la foto, ¿eres tú?
—Sí.
Cuando Dabi dio un paso al frente Keigo casi se ahoga con su saliva. Era exactamente igual a la foto, sólo que el cabello negro —en la foto se veía más bien claro, rubio o blanco— y la piel más pálida; profundas ojeras enmarcaban sus ojos.
—Pero… ¿cómo? ¿Es un antepasado tuyo? ¿Una broma? ¿Cosplay?
Dabi sonrío. Era exactamente la misma sonrisa de la foto. Keigo alcanzó a vislumbrar un colmillo afilado.
—Piénsalo como quieras. La explicación es más sencilla.
Mientras él pensaba Dabi se acercaba cada vez más. No era mucho más alto, sólo unos cuantos centímetros, pero resultaba imponente en su actitud. El vello de Keigo se erizó. Dio un paso hacia atrás de manera instintiva.
Dabi rodeó su cuello con una mano, sin apretar, al tiempo que con la otra lo sostenía de la muñeca. (El cerebro de Keigo gritaba: corre, es peligroso. Pero su cuerpo no respondía, no podía moverse, no quería moverse). Dabi recorrió su mano con suavidad hasta sostener sólo su barbilla para alzar el rostro y con el índice tocó sus labios. Tenía los dedos fríos y sus ojos azules brillaron sobrenaturalmente. Keigo tragó saliva.
—Es normal tener miedo —susurró Dabi, inclinándose para rozar con sus labios la oreja de Keigo, haciéndolo estremecerse en un escalofrío—. Pero descuida, no te morderé. No aún.
Apenas dijo eso, lo soltó. Dándose media vuelta se fue por donde había llegado. Keigo, tardó varios minutos en normalizar su respiración, y calmar su corazón.
«¿Qué demonios?».
Su concentración se había ido completamente por culpa de esa foto y sólo había empeorado luego del encuentro la noche anterior. Al vestirse por la mañana para ir a la biblioteca a —intentar— seguir trabajando descubrió la fotografía en su abrigo. La observó con detenimiento y no había duda de que el Dabi de la noche era casi idéntico al de la foto.
«¿Quizás es un descendiente?».
Keigo se negaba a aceptar la teoría que se había formado en su mente desde el momento en que lo vio sonreír.
Por supuesto no avanzó casi nada en la investigación. A cada rato su mente se iba en rememorar la sensación helada de la mano de Dabi en su cuello, las cosquillas que su aliento en la oreja le había provocado, la mirada helada…
Cuando salió de la biblioteca ya había oscurecido y un pensamiento fugaz de temor pasó por la mente de Keigo. Lo alejó sacudiendo la cabeza y acomodándose el portafolio emprendió el camino a su casa.
No avanzó mucho antes de detenerse para mirar a su alrededor. Podía sentir que algo —alguien— lo seguía. Avanzó otro poco y se giró velozmente para tratar de descubrir en el acto a su perseguidor. Pero no había nadie. Una señora que pasaba con su perro lo miró raro antes de seguir su camino. Keigo se rio nervioso.
«Estás paranóico».
Trató de convencerse.
Pero no podía sacudirse la sensación, algo lo miraba y estaba seguro de que era Dabi. El corazón se le aceleró y se planteó correr, pero una parte de él deseaba volver a ver a ese hombre. El miedo se mezclaba con deseo, era abrumador.
Respiró hondo y se obligó a caminar normal, como siempre. Cuando llegó a su casa casi se sentía decepcionado porque no había ocurrido nada.
Diez noches habían pasado de la misma manera. Keigo se iba a volver loco. Incluso intentó llamarlo, decirle que sabía que estaba ahí, que se mostrara, pero nunca había pasado nada. Por las noches, en sus sueños, podía sentir las manos de Dabi en su cuello, en su pecho, en todo su cuerpo. Le susurraba cosas para luego recorrer con su lengua su garganta, seguido de sus dientes que se clavaban provocando un éxtasis doloroso tan intenso que, invariablemente, lo hacía despertarse, sudoroso, agotado y terriblemente excitado.
La frustración que tenía era tanta que decidió mandarle un mensaje.
Quiero que me hables más de la foto, que me cuentes quién eres en realidad
Aventó su celular y se contuvo para no revisarlo. Tenía que reunirse con alguien para ver unas cosas de la conferencia cuya investigación estaba resultando mucho más lenta de lo que quería, por culpa de ese maldito Dabi y necesitaba poner en orden algunas cosas.
—Wow, Keigo, ¿estás bien? Pareciera que te peleaste con tu novio… ah, no, no tienes.
—Cállate, Rumi —le espetó.
—Pues es que miras el celular cada dos minutos. —Se apoyó sobre la mesa para inclinarse más hacia él—. ¿Estás saliendo con alguien? Tienes que contarme.
—No estoy saliendo con nadie, no tengo tiempo.
Rumi se regresó a su asiento y se cruzó de brazos.
—Gruñón.
Al final logró distraerse lo suficiente y concentrarse en el trabajo. Como suponía Rumi le ayudó bastante. Cuando salió de su reunión incluso estaba de mejor humor. Sacó su celular y sintió un golpe de decepción y enojo al ver que no tenía respuesta.
Comenzó a caminar, enfurruñado y, de pronto, volvió a sentir esa presencia de la que ya casi se había acostumbrado cada noche.
—No me contestas, pero sí me acosas, ¿no? Dime qué quieres, maldición. O al menos ten el valor de mostrarte, ¿o tienes miedo?
Se dio la vuelta casi furioso para buscarlo con la mirada y no pudo evitar el grito que salió cuando se encontró prácticamente nariz con nariz. Dio un paso hacia atrás por reflejo. Dabi se río.
—Tú eres el que tiene miedo. Pero ya que insistes, aquí estoy. —En esa calle, mejor iluminada que el parque, podía realmente apreciar su perfecto rostro—. ¿Y bien? ¿Qué quieres de mí?
Keigo tragó saliva. Se dio cuenta de que no sabía qué decirle. ¿Qué quería de él? Por su mente pasó el recuerdo de sus sueños, las manos y la boca de ese hombre en su cuerpo. Se ruborizó.
Dabi se relamió y sonrío, dejando completamente descubiertos sus afilados colmillos.
—Puedo oír tu corazón acelerado. —Dio un paso para acercarse aún más—. ¿En qué piensas?
Keigo se hizo para atrás.
—En que eres un maldito acosador.
—¿Acosador? Pero si tú pediste verme, ¿no me mandaste mensaje?
—No hablo de hoy, sino todas las demás noches.
—No sé de qué hablas —mintió.
—Bueno, ¿vas a contarme quién eres?
—¿Aquí? —señaló con su mano a su alrededor—, ¿no prefieres ir a algún lado? ¿Qué tal si vamos a tu casa?
Keigo se rio nervioso.
—Hasta crees. Si ya me sé las reglas de los vampiros, te invito a mi casa y seguro que cuando me duerma vas y me matas, o algo.
—O algo —Dabi entornó la mirada—.Bueno, como digas, a tu casa no. ¿Qué tal a la mía? Prometo no morderte, a menos que me lo pidas.
—No te lo voy a pedir.
Keigo pensó que era una estupidez ir a casa de un vampiro, era como entrar a la guarida de un león. Pero todo el sentido común lo había abandonado.
—Vamos a tu casa.
«Eres el más estúpido del mundo, Keigo, te van a chupar toda la sangre y dejar tirado en estas calles por tu maldita calentura. No puedo creer que me gusta un vampiro al que vi cinco minutos, qué demonios está mal conmigo».
Keigo siguió a Dabi por las callejuelas hasta el que parecía un bar abandonado.
«Última oportunidad de huir».
Pensó antes de seguir a Dabi al interior que resultó mucho más acogedor y agradable de lo esperado, por dentro no parecía abandonado. Dabi le señaló el sillón bermellón para que se sentara y se colocó enfrente de él.
—Relájate, Takami, no te haré nada, te di mi palabra. Y yo siempre cumplo mis promesas.
Keigo miró a su alrededor. Además del sillón había un mueble con televisión, una consola y juegos tirados, una mesa con una lámpara y la barra del bar, que estaba muy bien surtido, y un par de sillas altas.
—Bueno, Dabi —hizo énfasis en el nombre—. ¿Quién eres?
Para su sorpresa el vampiro comenzó a hablar. Le contó sobre cómo era Japón cuando estaba vivo, Keigo se aguantó las ganas de sacar un cuaderno para escribir. Le llamó la atención que nunca mencionó a Enji, aunque sí mencionó un par de veces a los Todoroki, pues había servido como samurai y guardia en el palacio muchos años.
—Y probablemente hubiera estado ahí toda mi vida si no hubiera sido por el fuego.
—¿El incendio?
Dabi asintió.
Así habían muerto los Todoroki. Todos menos el hijo menor, Shouto, pues él estaba en una campaña en el norte del país. Un incendio terrible había devorado el palacio y a todos sus habitantes con una velocidad impresionante, había sido todo tan rápido que nadie había podido escapar. Algunos decían que ese fuego había sido hecho con un hechizo, pues nadie se explicaba cómo había logrado tal fuerza.
—Pero se supone que nadie sobrevivió —dijo Keigo.
—Eso dicen, pero es mentira. Sobrevivimos algunos, aunque decir que sobrevivimos sería una mentira. Desperté varios días después del suceso, ya era lo que soy ahora. ¿Quién me mordió? No lo sé, pero no importa. Vagué varias noches, buscando más sobrevivientes, y en esa búsqueda me encontré con Giran, quien me llevó al nido.
Había muchos huecos en la historia, sin embargo, por ahora, para Keigo era suficiente.
Se levantó, dispuesto a irse, Dabi lo detuvo de la muñeca.
—¿Podemos vernos otra vez?
El corazón de Keigo dio un brinco.
—Pero no me sigas, si quieres verme no lo hagas escondido en las sombras, como un loco.
Llegó a su casa cuando estaba casi amaneciendo. Se recostó con una sonrisa, había aprendido mucho y no se había muerto. En su muñeca sentía aún el fantasma del agarre del vampiro, el corazón le latía con fuerza cada que pensaba en la cara de desesperación que había puesto cuando lo había visto marcharse.
Durmió como un bebé.
Este fic continuará en julio durante la BNHA Vampire Week.
