Pasado y presente
Japón, 1740. Castillo de los Todoroki.
Las llamas devoraban columnas y techos a una velocidad alarmante. No habían dado la alarma a tiempo, pues había comenzado en medio de la noche y, para cuando alguien se percató, el incendio estaba demasiado avanzado. Sirvientes y guardias, sin embargo, intentaban apagar el fuego para, al menos, sobrevivir ellos. Entre todo el caos, un hombre con una máscara era el único que no ayudaba a cargar valdes e intentar juntar tierra para apagarlo, ni tampoco huía despavorido como muchos lo habían hecho, sólo para encontrarse que no había salida. Ese hombre buscaba a alguien, gritando con desesperación, pero sus gritos se ahogaban entre los gritos de las otras personas y el tronar de la madera ardiendo y cayendo conforme se consumía lo que le daba estructura.
Se acercó a un grupo de guardias y tomó a uno del hombro.
—¿Has visto a Take? —el soldado frunció el ceño confundido— Tsubasa, Take Tsubasa —aclaró ante la confusión.
—Creo que se fue a la casa del sol, fue a ver si podía rescatar a alguien.
El enmascarado maldijo y sin dar las gracias se fue corriendo en dirección a la casa principal: la casa del sol. Cuando llegó gritó con fuerza el nombre de la persona que buscaba. La casa ardía, no había manera de entrar. Gritó y gritó, pero nadie contestó. No podía acercarse al fuego, ese sería su fin. Las habitaciones de la casa principal habían sido las primeras en arder, y ni una sola persona había logrado salir de ahí.
El enmascarado volvió luego de que el fuego se consumió por completo, a la noche siguiente. Sólo quedaban cenizas y los esqueletos carbonizados que crujían bajo sus pies. Si el hombre hubiera podido llorar, lo hubiera estado haciendo, en su lugar unos hilos de sangre corrían por sus mejillas. Se detuvo frente a uno de los esqueletos y se dejó caer de rodillas, retiró del brazo esquelético una pulsera de obsidianas y la apretó contra su pecho. Dejó salir un alarido de dolor que estremeció al viento.
Ahí lo encontró otro hombre vestido de negro.
—Este no era el trato —dijo el enmascarado con voz rota—, él no debía morir.
—No hubiera muerto si no hubiera entrado a buscarte —contestó.
—Me prometiste…
—Te prometí ayudarte, y lo hice.
—Me engañaste…
—El trato era acabar con los Todoroki y darles vida eterna a ti y a tu amante, ¿no es así? Cumplí con todo, menos la última parte, yo no podía hacer nada.
—¡Podrías haberme prevenido para buscarlo antes!
—Quizás. Pero lo hecho, hecho está. Ahora vive con las consecuencias, Touya Todoroki, o muere, ya no es de mi incumbencia. Sabes dónde encontrarme si decides unírtenos.
El enmascarado quiso decir algo más, pero el hombre ya había desaparecido.
Japón. Hoy.
Keigo se despertó con un sobresalto. Las sábanas estaban empapadas por su sudor y la sensación de la pesadilla que acababa de olvidar, aún lo hacía temblar. Se levantó con pesadez y fue a la cocina a servirse un vaso de agua. Estaban en otoño y aun así había sentido tanto calor… Sólo recordaba que había mucho fuego por todas partes. Se sirvió un par de vasos más, hasta saciarse y luego regresó a su cama. Se acostó sin taparse y tomó su celular.
Dabi no lo había contactado. Tampoco lo había seguido en las dos últimas semanas. Eso lo tenía incluso más preocupado que cuando había empezado a acosarlo. Tenía ganas de volver a ver al vampiro.
Eran las 4 de la mañana, si le mandaba un mensaje seguro le encontraba despierto, ¿y si se estaba alimentando? Se imaginó a Dabi inclinado sobre un desconocido, sus afilados colmillos y su boca tocando el cuello. Keigo reprimió un escalofrío, que no supo definir si era de repugnancia o celos. Iba a aventar el celular cuando justo sintió que vibraba.
¿No me extrañas?
«¿Los vampiros pueden leer la mente a distancia?».
¿Tú a mí sí?
De hecho, sí.
Le sorprendió lo directo de su afirmación.
¿Qué quieres conmigo?
Ya te dije, sólo tengo curiosidad. Igual que tú, ¿no?
¿Sólo porque encontré tu foto?
Algo así.
Keigo suspiró despacio. Si el vampiro quisiera simplemente alimentarse de él, lo hubiera hecho aquel día que lo siguió a su nido, pero si no es eso, ¿entonces qué?
«Para qué le doy vueltas».
Desde el instante en el que puso un pie afuera de su casa sintió su presencia y a los pocos segundos lo tuvo frente a él, como si se hubiera materializado por arte de magia.
—Buenas noches, Keigo.
—Podrías haberme avisado que venías. Qué tal que no salía.
Dabi sonrió de lado.
—¿Puedo acompañarte?
—En realidad sólo iba a dar unas vueltas al parque —dijo Keigo—, y a la tienda. Puedes acompañarme, si no te importa hacer algo tan mundano.
—No.
Sin embargo, una vez que estaba con él, lo que menos se le apetecía era correr, prefería platicar y se lo hizo saber. Dabi le ofreció invitarlo a cenar.
—Pensé que los vampiros sólo tomaban sangre.
—Así es, pero puedo acompañarte.
Keigo aceptó, entonces y decidió que, aprovechando que no pagaba él, podrían ir a su restaurante de ramen favorito. Aunque muchos de sus amigos, cuando los llevaba ahí, se quejaban por la mala iluminación del lugar, a él le gustaba mucho el platillo y lo acogedora que le parecía la esquina, iluminada únicamente por la luz neón del letrero de la tienda que se veía desde la pequeña ventana.
Dabi se deslizó en el sillón, a su lado. Había espacio suficiente, sin embargo, se pegó a él y Hawks no quiso alejarse. Su presencia no era más bien fría, pues su cuerpo no tenía temperatura, y aun así Keigo sintió calor en todo su cuerpo. Dabi lo miró comer con el rostro recargado en una mano y una sonrisa de lado. Keigo le atiborró de preguntas para tratar de suprimir las mariposas en su estómago.
—¿Cómo fue la transformación?
—Dolorosa y asquerosa. Es morirse, y eres consciente de cómo tu corazón se detiene, la piel se te pega, como si se derritiera, y tus intestinos se vacían. Los ojos queman como si les echaras ácido y la cabeza se sentía como estallar. Lo peor es la sed una vez que todo termina. —A Keigo le recorrió un escalofrío—. La garganta seca y la desesperación. No se lo recomiendo a nadie.
—¿Y por qué te atacaron? ¿Qué sentido tenía dejarte abandonado una vez transformado?
Dabi se quedó pensando, mordisqueándose los labios.
—Porque yo lo pedí.
—Me dijiste que no sabías…
—Mentí. Ojalá hubiera sido así, que no me hubiera enterado, pero fui yo mismo quien me condenó. Era joven y estúpido y Shigaraki me engañó. —Hizo una pausa, en la que Keigo sintió que debía decir algo, pero no supo qué. —Pero fue hace muchos años, como sea, y tuvo sus ventajas, tiene sus ventajas.
—¿Cómo cuáles?
—Como haber vivido lo suficiente para conocerte —Dabi tomó la mano de Keigo y entrelazó los dedos.
Por dentro su corazón y su estómago estaban de fiesta, causándole sensaciones extrañamente agradables, pero curiosas. Se sonrojó.
—Dabi —susurró—, ¿qué estás haciendo?
—Ta… Keigo, déjame estar a tu lado. Prometo no morderte, a menos que me lo pidas.
—¿Tú crees que te voy a pedir que me muerdas luego de que me contaste cómo se siente transformarse?
—No todas las mordidas tienen que acabar con una transformación. —Los labios de Dabi contra su oreja le produjeron un estremecimiento placentero—. Sé controlarme.
Keigo giró la cabeza un poco, de reojo veía lo cerca que estaban los labios del vampiro y reprimió el impulso de besarlo. Seguía pensando que era un riesgo innecesario, pero su corazón venció al tomar la decisión.
—De acuerdo. No te apartes de mi lado.
Como respuesta Dabi lo besó. Keigo se paralizó unos segundos, sorprendido y un poco asustado, pero Dabi lo sostuvo de la cabeza y esperó con sus labios contra los de él hasta que poco a poco se relajó y le regresó el beso.
El vampiro deslizó su mano sobre la pierna de Keigo y lo tomó de la cintura para jalarlo más hacia él, al tiempo que su lengua se abría paso dentro de la boca provocándole un jadeo.
—Si ya acabaste de comer, ¿podemos ir a otro lado? Quiero hacer algo más que besarte.
No era común encontrar a Rumi tan temprano en la biblioteca, pero ahí estaba ella, enterrada en libros y tan concentrada que no notó la presencia de Keigo sino hasta que él dejó los suyos sobre la mesa y se sentó frente a ella.
—Tienes unas ojeras horribles —fue lo primero que le dijo su amiga.
—Gracias. Yo también te quiero.
—Lo digo en serio, Kei, ¿hace cuánto que no duermes? —su rostro cambió a una sonrisa traviesa y empezó a alzar sus cejas repetidamente—. ¿Es por ese chico con el que estás saliendo?
Keigo sonrió también, sintiendo cómo los colores le subían al rostro.
—Sí.
—¡Oh por dios! —Inmediatamente los «shh» de la gente se hicieron escuchar, incluido el suyo—. Perdón —susurró—. Oh por dios —dijo esta vez en voz baja—, así que todo va bien, espero. ¿O me equivoco?
Keigo se rascó la cabeza incómodo.
—No te equivocas. Aunque… no sé si «bien» sea la palabra. Es que él es un poco raro.
—Pues no has querido contarme nada de él. ¿No es un loco sexual o algo así, ¿verdad?
Le entró un ataque de risa, ganándose malas miradas y otro tanto de «shushs».
—No… bueno, no que yo sepa.
—Es que cómo sólo lo ves en la noche y al parecer ni duermes.
Keigo dudó unos segundos antes de decidir que podía confiar en Rumi, después de todo, era su mejor amiga.
—Es que él es un vampiro.
—¿Un vampiro?
—Ajá.
Rumi parpadeó lento, haciendo muecas para no reírse.
—Es en serio. Mira, te contaré.
Le narró toda la historia desde que había encontrado la foto hasta el momento en el que se había reunido en el parque, de cuando lo seguía y de su encuentro en el nido. También le contó, sin entrar en detalles de sus últimos encuentros. Cuando acabó su amiga sólo lo miraba boquiabierta.
—No pues sí necesitas dormir.
—¡Rumi! —exclamó seguido de un «lo siento» al darse cuenta de que había estado a punto de gritar más—. Te estoy diciendo la verdad.
Y entonces sacó la fotografía, que había guardado en su cartera y se la mostró.
—Es él.
—Bueno, vaya que es guapo, eh. Pero eso de vampiro me suena más a que está en un culto o alguna cosa así rara, yo que tú me andaba con cuidado.
No iba a convencerla, así que desistió. Además, si seguían platicando no iban a avanzar nada en la investigación. Con la ayuda de Dabi había podido llenar varias cosas de su investigación, aunque siempre que se hablaba de los Todoroki o de lo que él hacía al servicio de ellos, el vampiro prefería darle la vuelta al tema, Keigo no insistía.
Se quedó dormido en algún momento, agotado como estaba después de varias noches sin dormir por completo. Lo despertó Rumi sacudiéndole el brazo frenéticamente. Se levantó y se limpió el hilito de baba que se le había escapado, agradeciendo mentalmente no haber tenido un libro abajo.
—¿Qué pasó? ¿Ya van a cerrar?
Rumi parecía mitad asustada mitad sorprendida. Sostenía un libro abierto de par en par, el cual le restregó en la cara apenas preguntó eso. Lo puso tan cerca que él no veía, así que lo apartó.
—¿Qué pasa? —repitió.
—Ve el libro.
Hizo caso, lo tomó y casi se cae de la silla al ver la imagen. Era un retrato. Era SU retrato. Pero a la vez no era él, su cabello era mucho más largo y no llevaba lentes, pero a excepción de esos dos detalles era idéntico.
—¿Un antepasado supongo? —musitó sorprendido.
—Seguro, pero no era eso lo que te quería enseñar, lee el pie de página.
De los objetos que sobrevivieron el terrible incendio que acabó con la dinastía Todoroki se encontró este retrato de un hombre desconocido. Se encontraba en una caja de metal, en la casa principal, aunque un poco derretida, los objetos del interior se conservaron intactos. Junto al retrato había una pluma roja y una carta que, se presume, escribió ese hombre al heredero de los Todoroki como prueba de su buena amistad:
"La sangre que corre por mis venas tiene tu nombre: Touya.
Mi amor por ti arde más fuerte cada día,
aunque imposible, eterno.
T.T.
—Touya Todoroki era gay y se tiraba a tu antepasado —sentenció Rumi con una sonrisa triunfante—. Espera, ¿estás llorando?
Se tocó las mejillas y se dio cuenta que sí, estaba llorando, pero no era a propósito, las lágrimas se le escurrían sin poder controlarlas, por alguna razón el leer eso lo había hecho sentirse nostálgico, una opresión en el pecho y un anhelo desconocido.
—Ya sabía que eras un blandengue, pero eso de llorar por una carta tan cursi…
—No es eso —se río para alivianar la tensión—, no sé por qué lloro. En fin, qué buen descubrimiento, eh. Supongo que eso del gusto por los hombres hasta resulta que es heredado.
Eso hizo que Rumi soltara una carcajada y también que la anciana bibliotecaria llegara a correrlos.
Dabi lo esperaba enfrente de su casa, enfundado en su gabardina negra daba un poco de miedo y un par de personas se cruzaron la calle para no pasar cerca de él. Pero a Keigo esos instintos de alejarse que tanto ignoró habían dejado de alarmarlo, y ahora encontraba una especie de placer en la sensación y en saber que podía acercarse a él, que no le haría daño, aunque podría.
Aunque llegó desde atrás Dabi sabía que estaba ahí, pues cuando estaba a poca distancia se giró y sonrió un poco, apenas un leve movimiento de las comisuras.
—¿A dónde me llevarás criatura de la noche? —bromeó Keigo haciendo un ademán con las manos—. ¿Me devorarás entero?
El vampiro bufó divertido, acostumbrado ya a las bromas del humano.
—Lo haré, no quedará nada de ti luego de que acabe contigo.
—¡Oh no! —exclamó, seguido de un ataque de risa.
Le gustaba que Dabi le siguiera el juego de esa manera, aunque estuviera serio y su apariencia fuera sombría era sorprendentemente dulce y con buen humor. Aunque le había costado descubrirlo.
Dabi deslizó su brazo por la cintura de Keigo, para caminar juntos.
—No hay nadie hoy en el nido, ¿quieres ir? Puedo mostrarte algunas cosas.
—¿De cuando estabas vivo?
—No, todo se quemó. Unas cosas de mis primeros años como vampiro, seguro te parecerán interesantes y quizás puedas hablarme un poco más de tu proyecto.
Por comentarios como ese es que se estaba enamorando.
—Hoy pasó algo interesante en la biblioteca.
—¿Ah sí?
—Rumi encontró algo. Mmmm… Dabi, ¿tú eras soldado verdad?
—Algo así.
—¿Conociste a Take Tsubasa?
Dabi se paró en seco.
—¿Cómo sabes ese nombre?
—¡Ah! Sí lo conociste, se parecía a mí, ¿no?
—En apariencia, sí. ¿Keigo, cómo conoces ese nombre?
—Por un libro, mira —lo sacó de su mochila y se lo mostró, Rumi se había burlado de él por sacarlo, pero él quería saber más de ese antepasado suyo—, si hubiera visto alguien esto y luego me hubiera visto a mí, pensaría que yo soy un vampiro también, ¿no?
Las manos de Dabi temblaron un poco al sostenerlo. Estaba muy obscuro para leer, pero los ojos no-humanos podían ver aún en ella. Luego de unos minutos de silencio que a Keigo se le antojó una eternidad le regresó el libro y volvió a tomarlo de la cintura una vez que lo guardó.
—Sí lo conocí. No era un soldado cualquiera, era el capitán de la guardia personal del rey.
—Oh. ¿Y sabías que tenía un romance con Tou…?
—Basta, —Lo interrumpió Dabi—. No quiero hablar de eso. Si quieres saber más de Ta… de Tsubasa puedo hablarte de él, pero no ahora, ¿de acuerdo?
Asintió con la cabeza y se enterró un poco más en el costado de Dabi para tratar de sacudirse la sensación rara que le había dejado la conversación.
El nido estaba un poco más desordenado que la última vez, sin embargo, estaba tan vacío como aquella ocasión. O al menos lo parecía.
Apenas cruzaron la puerta Dabi lo rodeó por completo abrazándolo con fuerza y lo besó con tantas ganas que le sacó un poco de sangre del labio. Al principio ese tipo de cosas le provocaban miedo, ¿qué tal que la sangre lo volvía loco? Pero ahora sabía que se podía controlar.
Sin separarse lo llevó hasta el sillón que no tenía cosas encima y se sentó, tirando de Keigo para que se sentara encima de él, con las piernas a cada lado de su cintura y siguió besándolo con una desesperación inusual.
—Vaya, vaya —los interrumpió una voz.
A una velocidad impresionante Dabi se paró, cargando a Keigo lo colocó atrás de él para ocultarlo. La voz era de otro vampiro, el cual tenía una apariencia mucho más a muerto, la piel pálida y cetrina, con enormes ojeras y cicatrices alrededor de la boca y ojos, los cuales eran rojos.
—Conque uno nuevo, ¿eh? Vaya que tomó tiempo este, ¿cuánto fue?¿80?¿90 años?
—¡Cállate!
El otro vampiro se asomó a un lado para ver mejor a Keigo y sonrió, provocándole un escalofrío a pesar de que la sonrisa parecía más de burla que amenazante. Se empezó a reír.
—Si dices algo…
—Dios, siempre son iguales a Take. ¿A caso no te cansas?
Keigo notó lo tenso que Dabi se puso. El mismo se sentía un poco mareado y el vacío en la panza que sentía sólo se hacía cada vez más grande. Sentía que estaba al borde de una revelación que le atemorizaba.
—¡Basta, Tenko!
El otro vampiro —Tenko— hizo una mueca de asco y cerró los puños.
—No me digas así, Touya —dijo el nombre como escupiendo.
Fue como si al hacer clic todas las piezas se abriera un vacío en el piso y cayera por él, sin encontrar el final. El vacío se había instalado en su pecho cuando comprendió algunas cosas. Todos los agujeros en su historia, las mentiras, las incoherencias, el motivo por el cual Dabi se había acercado a él.
Dabi se lanzó contra Tenko y lo tomó del cuello, el otro sólo rio.
—Lárgate, maldita sea.
Lo aventó hacia atrás. El otro vampiro sólo se acomodó y sin dejar de reír salió. El silencio glacial heló los huesos de Keigo
—Así que Touya…
Dabi asintió con la cabeza, sin mirarlo.
—Yo no soy Take.
—Lo sé, sé que no eres él.
Un poco de alivio.
—¿Ha habido varios como yo? Personas parecidas a él.
De nuevo asintió.
—¿Crees en las reencarnaciones?
—No sé, nunca lo había pensado.
—Pues yo no lo creía al principio. Tengo algo que mostrarte. —Se hincó frente a él, mirándolo por fin—. Pero antes quiero prometerte que sé que tú eres Keigo y no eres nadie más, que te amo por quién eres, pero también por quién fuiste.
—¿De qué hablas?
Dabi lo guío hasta su habitación va a un mueble en su habitación, se acercó al único mueble que tenía ahí y de uno de los cajones sacó una caja que colocó en la cama, invitando a Keigo a sentarse.
—¿Qué hay ahí? —preguntó Keigo con desconfianza. Si la curiosidad no fuera tal, la confusión que sentía ya hubiera hecho que se marchara.
—No sé si sea reencarnación o simplemente una coincidencia —empezó diciendo Dabi—, pero cada cierto tiempo desde que existo de esta manera me encuentro contigo. —Abrió la cajita, donde había varias fotografías que Keigo comenzó a ver con manos temblorosas al ver su propio rostro en diferentes personas, diferentes épocas— o con alguien parecido a ti, al menos. Y cada vez me vuelvo a enamorar.
Demasiadas cosas e información, su mente trataba de procesar el hecho de que pudiera haber sido alguien en otra vida, y no sólo alguien, alguien especial para Dabi. Miraba las fotografías y retratos, incluido un boceto que, evidentemente era Take, de hecho, era muy parecido el boceto a la pintura del libro.
—Di algo, por favor —susurró el vampiro.
—No sé qué decir —musitó Keigo—. Nunca me esperé esto y me asusta un poco.
—Lo entiendo, pero de verdad, debes creerme, sé que no eres ninguno de ellos.
—¿Qué les pasó?
—Murieron, algunos de viejos, otros en accidentes. Nunca deja de doler.
—¿Y a Take?
Dabi tragó saliva y se limpió con la manga la lágrima de sangre que había comenzado a salir.
—El incendio del castillo, él no pudo salir.
—¿Cómo tú sí? Pensé que todos los Todoroki menos uno había perecido.
—Yo no, porque yo provoqué el fuego. Quería matar a mi padre y acabé destruyéndolo todo, por culpa del que me hizo vampiro. Take pensó que estaba en mi cuarto, entró para buscarme y… —la voz se le rompió, al recordar las llamas, los gritos y la desesperación de saber que todo estaba perdido—. Te lo contaré todo, pero no hoy, si quieres.
Keigo acomodó las fotos y las volvió a meter en la cajita. La cerró con cuidado y respiró profundo.
—Sí quiero. —Al menos eso lo sabía—. Necesito entender cosas para saber qué hacer con todo esto que siento y es que Dabi… no, Touya.
—Prefiero que me llames Dabi, Touya murió hace muchos años.
—De acuerdo. Dabi. Es que todo esto es muy raro. Quizás sí sea yo una reencarnación o quizás sólo un descendiente de él, pero no sé si quiera vivir bajo la sombra de tantos antes de mí.
—No eres un descendiente. Take era hijo único y sus padres no tenían hermanos tampoco, sé que son reencarnaciones.
—Vale, te creo. De cualquier forma, no sé qué hacer.
—Es comprensible. Te dejaré pensar todo el tiempo que necesites. Pero te lo diré de nuevo: te amo a ti, Keigo Takami. Así como he amado a esos otros, pero diferente también. Y si acepté esta vida inmortal a pesar del poco tiempo que puedo compartir con los humanos a los que he amado y amo, es sólo para poder conocerte.
—Dame un par de días.
Probablemente pasar todo el día tirado en la cama pensando no era la forma más productiva de pasar el tiempo. Pero Keigo se sentía muy raro desde aquel día que descubrió que en otras vidas había estado enamorado de Dabi, y viceversa. Nunca había creído en esas cosas: vidas pasadas, el destino, las almas gemelas…
Pero quizás eran eso último, quizás había una razón por la que de alguna manera u otra se encontraban de nuevo. Eso era lo que más confundido lo tenía, porque ciertamente el amor que sentía por el vampiro había nacido muy rápido. Y aunque al principio le había temido, la atracción siempre había ganado por encima del miedo.
Decidió que al final tendría que ceder ante ello. Pues lo extrañaba, extrañaba su voz profunda, sus sonrisas a medias, sus caricias, sus besos, hablar con él…
Quizás sí estaban destinados y quizás debería sentirse agradecido de que el tiempo les dé una oportunidad más. Incluso si él no recordaba las anteriores.
Tomó su celular y mandó un mensaje:
Acepto vivir de nuevo mi vida contigo
FIN
