La escribana
Sakura, como era conocida entre la muchedumbre, todos los días primero del mes ponía su puesto bajo un árbol de flor de cerezo en la plaza, no a la simple vista del público, pero quien la conocía sabía cómo llegar a ella. Armaba su pequeña mesa de madera y la cubría un mantel verde claro, uno de los obsequios que la gente le regalaba con alegría y agradecimiento. Debajo de la mesa siempre guardaba sus pocas pertenencias, pues al ponerse el sol se marchaba con sus cosas a buscar hospedaje en algún hostal en la aldea.
No pertenecía a ningún lugar, viaja de aldea en aldea, abarcando lo más que pudiera la parte norte del país del fuego. Hasta que decidió viajar sólo por las 4 aldeas principales del norte. Se dedicaba a prestar sus servicios a quien los necesitara, a precios racionales y accesibles. No hacía falta que anunciara su llegada porque las personas le esperaban fielmente en la plaza desde temprano, y su fila de clientes no disminuía hasta el atardecer, cuando era hora de empacar y alistarse para descansar.
Tenía el oficio de las palabras, el don de la comunicación, la habilidad de que personas en aldeas lejanas pudieran mantenerse en contacto. Se dedicaba a escribir todo tipo de documentos y leer para los demás. Entre los trabajos más solicitados estaban las cartas.
Algunos clientes, más que satisfechos con su trabajo, le regalaban objetos, esperanzados de que le ayudaran a la mucha en su camino, y que pudiera continuar ayudando a la gente que no poseía aquella habilidad. No vivía en la pobreza, pero lejos estaba de ser rica. Su trabajo era lo suficiente para darle un techo y alimento todos los días.
Las personas que acudían a ella, por lo general casi era la misma, pero siempre veía caras nuevas, personas que iban y venían sólo por sus servicios, al no tener la fortuna de ser visitados por ella en sus aldeas. Sakura tenía un cliente en particular que siempre pedía ser el último en atender, sin importar que hubiera llegado antes que otros. Pedía privacidad y esa sólo le era posible al esperar que todos se fueran, donde al final sólo quedaban él y la escribana frente a frente, sentada en su escritorio, bajo aquel árbol de cerezo.
Al principio le pagaba para que únicamente le leyera sus cartas, siempre llevando dos en mano. Fue así como Sakura, sin ninguna intención de husmear en los asuntos del muchacho, llegó a conocer parte de su vida.
–Vamos, –le dijo la muchacha con gentileza – al menos respóndele a tu madre. Mis servicios no son exclusivos de la lectura, también escribo –se tomó la libertad de sugerirle que respondiera a aquellas cartas que ya hasta ella esperaba cada día primero.
Pero él se reusaba, argumentando que su madre sabía que él no le regresaría la correspondencia.
Sakura no volvía a mencionar el asunto, hasta meses después cuando creía que el muchacho debía regresarle algunas palabras a su madre y volvía a plantearle la idea.
La muchacha se había dedicado a ese oficio desde que tenía doce años, jamás había sido estafada, sólo adquiría más y más experiencia.
Sakura, con sus ojos había visto pasar aquel niño de cabello oscuro a lo lejos de su puesto en varias ocasiones, la mayor parte del tiempo acompañado de otros niños alrededor de la misma edad que ella. No había sido hasta un año después de estar visitando Konoha, que él solicitó de sus servicios. Sin el menor tipo de cortesía se acercó a ella, a paso firme, mirada seria y sin titubear, con dos cartas en mano.
–¿Cuánto cobras por leer una carta? –le preguntó sin rodeos.
–Depende de qué tan larga sea –le respondió la niña quitando el mantel de la mesa. El sol empezaba a ponerse, indicándole que ya era hora de marcharse y buscar un lugar donde pasar la noche.
–Necesito que me leas esto, no importa cuanto sea –le pidió, dejando las hojas arrugas sobre la mesa.
–Lo siento, vuelve mañana –se disculpó haciendo una pequeña reverencia –pero ya es tarde y tengo que buscar un lugar para descansar.
No refutó, y con la misma cautela con la que llegó se había marchado.
A la mañana siguiente, una vez que el sol alumbraba los caminos de la aldea, él ya le esperaba sentado debajo de aquel árbol. La muchedumbre empezó a juntarse, y la cola se había hecho tan larga que tuvo que ponerse de pie para ver hasta donde llegaba. Pero con la estatura que él tenía no alcanzaba a ver el final de ésta. Molesto al ver que la escribana aún no se presentaba y la gente ya se había acumulado, se marchó de la plaza con sus dos cartas en el bolsillo. Volvería más tarde.
Y una vez más la había alcanzado al atardecer, claro, antes de que retirara el mantel de su mesa, lo que indicaba que aún estaba a disposición de la gente.
Sakura reconoció su rostro al instante, pues hacía bastante tiempo que nadie la había visto con aquel semblante de enojo. No hacía falta que le dijera nada y simplemente le extendió el brazo, esperando a que él le entregara la carta. Extendida y arrugada la tomó con sus dos manos y comenzó a leerla en voz alta.
"Querido Sasuke…"
Desde ese día, el muchacho siempre era el último en atender. A veces le llevaba fruta a Sakura cuando él se retrasaba y ella aún le esperaba con la mesa desarmada y el mantel doblado para que la gente supiera que ella ya había terminado de trabajar ese día.
No fue hasta varias, bastantes, cartas después, que Sasuke aceptó responderle a su madre.
–Vaya, sólo costó 24 cartas para que respondieras –comentó Sakura con gracia al empezar a redactar la primera carta del muchacho, las cuales no eran muy largas, y carecían de expresión. La muchacha sentía que escribía algo más parecido a un reporte que una carta a un ser querido, pero no juzgaba Sasuke. No sabía su historia, y mucho menos la comprendía. Se limitaba a quedarse con las pocas palabras que él enviaba, y las apresuradas cartas que recibía de su madre, pues su escritura lo denotaba.
Al pasar el tiempo, Sakura decidió viajar únicamente entre dos aldeas, dándole así la oportunidad de alargar su estancia y poder atender más gente.
–No pensé que vendrías hoy –le confesó con sorpresa, terminando de recoger su puesto. El muchacho tomó la mesa doblada de las manos de Sakura y tomó rumbo saliendo de la plaza.
–Tengo algo para ti –le respondió sin darle más pistas, dirigiendo el camino con ella siguiendo el paso a su lado.
Sasuke la encaminó hasta un hostal, uno que ella no había seleccionado, y un poco caro para lo que la muchacha podía costearse. Pero antes de que ella pudiera negarse, el muchacho le explicó que el dueño se había ofrecido a dejarla pasar la noche sin costo alguno, en agradecimiento por lo bien que ella se portaba con la gente de la aldea, y hasta el mismo turismo que ella producía.
Dejó la mesa de madera doblada frente al escritorio de registro y se marchó, no sin antes despedirse con un simple "Buenas noches". Sakura había olvidado que Sasuke le daría algo, y se quedó confundida en el pequeño cuarto de registro por unos segundos, hasta que el encargado la sacó de sus pensamientos al poner una jaula sobre el mostrador.
–El joven me dijo que era para usted –le informó el dueño entregándoselo.
Era una bella ave de múltiples colores, con plumas de terciopelo y voz chillante. Y una vez ella dentro del cuarto, aquel animal no dejaba de llamarla, y se preguntaba dónde lo había aprendido.
–Sakura, Sakura, Sakura –repetía el pájaro.
Hacía bastante tiempo que no escuchaba que la llamaran con tanta insistencia y determinación por tener su atención, que la nostalgia la invadió aquella noche.
Al día siguiente Sakura viajó con su ave a la siguiente aldea, y cuando regresó a Konoha días después, Sasuke la esperaba al final de la cola, con el sol a poco tiempo de ponerse. Al llegar su turno, y estar los dos solos, le entregó únicamente una carta. Como ya era de costumbre ella se la leyó, y al terminarla empezó a escribir lo que el muchacho le dictaba.
Sakura tenía una idea, aunque no del todo, de lo que era su vida, pero él… él desconocía del todo la identidad de la muchacha. Sabía que era escribana y que viajaba constantemente de aldea en aldea, pero eso era todo. En cambio, ella, hasta sabía que su hermano se casaría dentro de poco. Ella lo había ayudado cuando pensó que jamás sabría de su familia, y lo había animado a enviarles cartas. Quería regresarle el favor a Sakura.
–Enséñame a escribir y leer, –le pidió con seriedad. Con la barbilla en la palma de su mano y el codo recargado en la mesa de madera –te pagaré.
Sakura lo meditó por unos segundos y se planteó en su cabeza cómo le afectaría en su trabajo, pero no había mucho que pensar, nunca nadie le esperaba en ningún lado, y si se retrasaba un poco pensaba que su ausencia no sería demasiada extraña. Claro, se sentía responsable de dejar esperando a sus clientes, pero nunca nadie le había pedido que les enseñara. Y hacía años que nadie tomaba interés por lo que ella hacía, y simplemente se dedicaban a comprar la traducción de aquellos símbolos que ella les daba.
Gustosa aceptó, y con una gran sonrisa en su rostro le regaló un descuento por ser un fiel cliente, con la advertencia de que tendrían que pasar más tiempo juntos para que él aprendiera pronto, y haciéndole prometer que no le quitaría su trabajo como la escribana de Konoha, a lo que ella soltó una risa al final, bromeando con él. Y Sasuke se limitó a plantar una tenue sonrisa en sus labios. Estrecharon sus manos para cerrar el trato y la manga de la blusa de Sakura se subió un poco, dejando ver al alcance un símbolo en la parte interior de la muñeca de la muchacha que Sasuke no supo descifrar.
Impulsado por la curiosidad y sin maldad alguna le preguntó sobre su tatuaje –¿Es tu nombre?
Sakura al darse cuenta de su descuido se bajó la manga con rapidez y soltó la mano del muchacho. –No precisamente… –le respondió apenada.
–¿Alguien importante? –indagó con seriedad.
–Algo así –respondió recogiendo sus cosas del suelo, aun recordando en su mente aquel carácter plasmado en su piel. Sasuke la ayudó nuevamente con su equipaje, pero el ave posada en el hombro izquierdo de la muchacha los interrumpió chillando su nombre una y otra vez.
Al poco tiempo, y con visitas más frecuentes por parte de Sakura, Sasuke había aprendido a leer y escribir a un nivel básico. La muchacha le recomendó que ahorrara para comprarse un diccionario y que ese sería su mejor aliado al momento de redactar, interpretar, analizar y elaborar.
Por fin comprendía la mayoría de los símbolos, y era capaz de casi leer por completo las cartas que recibía de su madre. Aun requería de los servicios de Sakura para comprender con plenitud el contenido de las cartas. Y cuando se decidió por escribir su primera carta optó por no hacerlo con Sakura de frente, y recordó aquel símbolo que cubría las venas de la muchacha en su muñeca derecha, は. ¿Qué significaría?
Inseguro en si debiese dejar a Sakura echarle una mirada a su corta carta, decidió esperarla en su puesto en la plaza. Con la idea de que estando allá su mente se aclararía y llegaría a la conclusión más sensata. Había llegado antes del atardecer y con confusión miraba a todos lados, la plaza estaba más vacía de lo usual, pero al llegar al puesto de Sakura había descubierto el motivo.
La escribana se había marchado, y aunque le espero por otro mes y medio, ella no regresó.
Desconcertado aun preguntaba por ella a la gente que veía en la plaza y a quienes había visto parados en la fila por tanto tiempo, pero nadie sabía de su paradero. Se había esfumado sin avisar y nadie le había vuelto a ver desde entonces.
A pesar de que Sasuke contaba con el conocimiento para interpretar sus papeles… leer sus cartas no era lo mismo si Sakura no era quien las leía, y pasar a un lado de aquel árbol de cerezo era algo que no quería hacer, porque sabía que Sakura no estaría ahí detrás de su mesa de madera y con su larga fila de clientes.
