La residencia de las aves arcoíris

Sakura no se había echo escribana de la noche a la mañana, y mucho menos sola. Aquella persona que la había acogido bajo sus brazos e instruido en el camino de las palabras la había mandado a llamar, haciéndole recordar las últimas palabras que ella le había regalado.

Tardó alrededor de dos semanas en llegar a pie y en algunos carruajes sencillos donde la gente de las aldeas que visitaba se ofrecían a ayudarla a avanzar en su camino.

No fue hasta que llegó al sur que se volvió más precavida y agudizó sus sentidos. Se detenía con menos frecuencia en el camino, y se apresuraba a llegar a su destino. Procuraba no hablar si no le era necesario, y ocultaba su cabello lo más que podía.

Ese día, con los rayos del sol apenas asomándose entre el horizonte y una ligera brisa acariciándole el rostro, Sakura llevaba el cabello suelto, cubierto con algo que parecía ser un chal claro de algodón, un poco más amplio de lo usual que le cubría desde la frente hasta los brazos. Vestía una falda de manta, larga y holgada, muy parecida al color esmeralda de sus ojos, y una blusa de manga larga, de la misma tela fresca que sus prendas anteriores.

En su espalda llevaba, y muy bien doblada, su mesa que le colgaban de los dos hombros con correas anchas de piel que se ajustaban a su cuerpo. El mueble no era muy grande, pero tenía compartimientos convenientes que le permitían guardar su material. Sus frascos de tinta, su papel de diferentes texturas y tonalidades de marfil, y sus dos plumas, porque no estaba de más tener a la mano un repuesto. Y Dentro de los dobleces de la mesa llevaba guardado un morral con las pocas prendas que le pertenecían.

Al aproximarse a su parada observó con asombro cómo alrededor de una docena de Nijis extendían con orgullo sus alas y volaban libremente por los alrededores en pequeñas parvadas. Variaban en colores y tamaños, eran arcoíris surcando el cielo. Y al ver a Sakura acercarse a la propiedad empezaron a parlotear.

–¡Bienvenida, bienvenida, bienvenida! –revoloteaban con agilidad como a cinco metros de altitud desde su cabeza.

Niji, como había nombrado a su ave en alegoría a lo que ella veía en él, le había hecho compañía la mayor parte del camino posado en su hombro derecho, pero al entrar en áreas sureñas optó en que lo mejor sería cuidarlo dentro de la jaula, cubierto por una manta delgada.

Se alegraba de haberlo resguardado en su casa de metal, aunque tan pronto como aquel pensamiento la había tranquilizado... se sintió avergonzada de ello, y pensó que era egoísta no querer que Niji extendiera sus alas junto a ellos. Pero le era inevitable no pensar que se perdería en la parvada, pues no poseía característica alguna que lo diferenciara del resto.

¿Y si se enamoraba de la libertad?

La mente de Sakura se estaba precipitando a conclusiones que ni ella sabía, pero claro estaba que sólo quería cuidar de él.

Era evidente que ese era un muy buen lugar para que Niji se quedara, y le dolía un poco aceptarlo, pues estaba bastante encariñada con el ave. Llevaban meses siendo la compañía del otro.

Al escuchar a Niji responder a los cantos de las demás aves sin aún haberlos visto, con el corazón en la mano y sentimientos alborotados en él, Sakura retiró con lentitud la manta de la jaula y lentamente abrió la puertita de ésta, viendo cómo salían corriendo las diminutas patas de Niji por el césped, para después estrechar sus alas y echarse a volar con ellos.

Le hacía falta estar con los suyos, y ahora que lo pensaba más calmadamente, no iría muy lejos ya que las aves se concentraban sólo en esa área, la cual era bastante grande para que él pudiera explorar todo el día. Y aunque le dolía, sabía que existía la posibilidad de que ya no regresara a ella.

Con la mirada a un en el cielo, en aquella parvada de pájaros a la que Niji se había integrado, tomó del asa la casa de su compañero y regresó sus pasos al camino de piedras que llevaba a la entrada de aquella residencia. Tocó el portón de metal varias veces con la manija que colgaba y esperó a que alguien hubiese escuchado.

Poco después se escuchó como alguien abría la puerta lentamente desde adentro, pero no en su plenitud. Dejando a la vista únicamente a esa persona.

La observó con una mirada escudriñadora de pies a cabeza y a pesar de que Sakura se encontraba impecable, el hombre que resguardaba la entrada no pensaba que era la vestimenta de las personas que visitaban la residencia. No había hecho falta que le preguntara su nombre porque había sido suficiente con verle el mechón que se escapaba debajo del chal, y aquellos ojos de esmeralda. Las características más específicas que le habían pedido que revisara.

Se hizo a un lado y abrió más la puerta para darle el paso a la muchacha.

–Buenos días –saludó Sakura con una pequeña reverencia al aún cargar en su espalda la mesa doblada, dando así su primer paso dentro de aquella casa.

–Bienvenida a la residencia Hatake, señorita... –he hizo una sutil pausa en espera por una respuesta de la muchacha.

–Sa... –pero la escribana cayó en cuenta del error que cometía. Estaba tan acostumbrada a aquel nombre que respondía por inercia –Haru – rectificó con una sonrisa.

–La esperan en el despacho señorita Haru –le indicó el hombre de cabello castaño –Permítame ayudarle –le pidió cortésmente el portero, tomando de las manos de ella la jaula y con la otra mano cargando la mesa, y la muchacha le siguió los pasó por detrás –Sígame de este lado por favor –le informó entrando a la casa, al haber terminado de atravesar el jardín.

Todo lucía tan familiar, y al hogar lo impregnaba un aroma melancólico, eso y olía a pan recién horneado, tal vez era eso lo que le abrumaba la mente de recuerdos.

El portero la llevó frente a un par de puertas altas, talladas con detalles muy minuciosos, como si una yedra de hojas cubriera el marco de estas. Tocó la puerta con firmeza y después las abrió de par en par. Despidiéndose de la señorita se retiró y le informó que él se haría cargo de sus pertenencias.

La muchacha avanzó lentamente, a pasos vacilantes, descubriéndose el cabello.

–¡Haru! –la llamó con euforia un muchacho sentado sobre el escritorio, poniendo pausa a su lectura para dedicarse enteramente a ella porque ya llevaba tiempo esperándole. -O debería de decir... ¿Sakura? –le preguntó dejando de lado el libro que sostenía en mano.

–Hola Kakashi… –lo saludó con la voz apagada, y la mirada en los pies del muchacho, no sintiéndose capaz de verle a los ojos, aunque lo tuviera frente a ella después de tanto tiempo. Con las manos entrelazadas y la palabra vergüenza escrita en todo el rostro.

–Veo que encontraste un nombre. –le comentó, dejándose llevar por lo que había añorado hace tiempo, le extrañaba –Bienvenida de regreso.

Aquel acto sorprendió a la muchacha, hasta conmoverla ¿Cuándo había sido la última vez que recibió un abrazo? Hacía demasiado, porque no lo recordaba. Mentía. Ella sabía que él había sido el último. Y ella jamás supo corresponder a esas acciones.

–¿Cómo diste conmigo? –le preguntó Sakura pensativa, pensando en el tipo de conexiones que él podía llegar a tener, y con alegría al saber que él aún la recordaba.

–La gran escribana Sakura no es difícil de encontrar en el norte, –le respondió en un suspiro –al parecer eres muy popular por aquellos rumbos. –¿Y eso que vienes a visitarme? –le preguntó con sarcasmo, separándose de Sakura. La muchacha separó sus labios para hablar, más la vergüenza no se lo permitió. –Es broma –dijo al sentirse culpable del desaliento en la cara de la muchacha. –Estoy seguro que te encuentras cansada del viaje. Un baño te relajara. –tomó el libro de su escritorio y lo regresó al gran estante que estaba empotrado en la pared detrás de ellos. –Nos vemos a la hora de la comida. Tengo que resolver unos asuntos –fue lo último que le dijo antes de marcharse por la puerta. –Tu habitación sigue siendo la misma.

Cuantas veces no quiso regresar, cuantas veces no quiso compartir la comida con él, cuantas veces no quiso que le regañara por la forma incorrecta en que daba los trazos de los símbolos o por no practicar su escritura. Había sido cobarde de ella marcharse cuando más requería él de su apoyo. Pero lo mejor era que ella desapareciera.

Había pasado tanto tiempo que ya no creía que ella volvería a pisar esa casa, ni que él reservara un espacio en su memoria para ella.

¿Qué pensaría la gente al ver los días pasar, pero de ella ni la sombra encontrar? ¿Les pesaría su ausencia? ¿Echarían de menos a la persona que por tantos años les leyó cartas, les escribió poemas, les redactó testamentos, y hasta escribió notas de amor? Tal vez aún no se daban cuenta de su ausencia.

¿Qué pensaría su cliente número uno? Quien no fallaba en verla los días primero. Y caía en la cuenta de que cuando ella regresara él ya no requeriría de sus servicios, recordaba que ya había aprendido de aquella habilidad.

Subió las escaleras hasta llegar a su habitación, y al entrar se dio cuenta que el tiempo había dejado de avanzar dentro de esas cuatro paredes. Todo se hallaba igual, hasta el dibujo que había hecho de Kakashi y su padre con ella seguía colgado sobre su cama. Pero de golpe la nostalgia se apoderó de su cuerpo, ya sólo quedaban dos. Lo único diferente era que sus pertenencias ya se encontraban a un lado de su cama.

Ella siguió avanzando hasta llegar al baño, donde la recibieron una variedad de flores, y de entre el montón encontró las que ella solía recoger para darse baños largos y relajantes cuando su cuerpo le exigía un buen descanso. Aquellos baños que Kakashi criticaba como una perdida de tiempo, y no fue hasta que él mismo lo intentó que dejó de hablar de ellos, adoptando así la costumbre de Sakura sin decirle a nadie mas que a ella. Que si bien no se lo había dicho explícitamente con palabras, esa era la única conclusión a la que ella había llegado al ver que muy de vez en cuando él se escabullía a su cuarto con un racimo de lavanda en mano.

En la tina de baño con el agua tibia, a tres cuartos de ésta y unos cuantos pétalos de gardenias regados sobre el agua, Sakura sumergió su cuerpo, su cabello, su cara, y ahogó a su tristeza, tratando de desvanecer la culpa que había salido a flote desde aquel día que recibió la carta de Kakashi en Konoha.

La hora de la comida había llegado, y Kakashi y ella platicaban en la mesa. Aunque Sakura se limitaba a escucharlo a él, quien la ponía al corriente de su vida. No había eventos mayores, como él decía. Plantaciones, cosechas echadas a perder, la adquisición de nuevas tierras, un jardín nuevo, y su más reciente compañero canino, Pakkun, como lo había nombrado él.

Al ver la alegría con la que él se expresaba de Pakkun, Sakura se animó a hablar del ave que la seguía a todos lados en su hombro, y le confesó que lo había liberado para que volara con los suyos, como los que rondaban la casa, pero el arrepentimiento empezaba a martillarle.

–Las guacamayas por general sólo tienen una pareja en su vida, y si tú eres su dueña siempre volverá a ti –le explicaba Kakashi con la intención de mejorarle el ánimo –Seguramente anda explorando los alrededores.

Ante aquellas palabras Sakura recuperó el apetito, y le sonreía por primera vez a Kakashi desde que había llegado. Niji regresaría a ella.

Habían pasado varios días y Sakura disfrutaba poder ayudar en la cocina un poco, no era experta en esa área, e incluso se sentía avergonzaba porque Kakashi tenía más conocimiento y practica en ese ámbito, pero ella se esforzaba por cumplir las pequeñas tareas que le daban.

A Sakura se le daba más la escritura y la creatividad, el orden y la puntualidad, los consejos, e incluso un poco la costura, y la facilidad de entablar conversaciones con las personas hasta desconocidas. Costumbre que había adquirido de su trabajo como escribana.

Kakashi se la había pasado gran parte del tiempo fuera de la casa, por razones de asuntos meramente aburridos, como le había explicado a ella. Pero Sakura presentía que escondía algo. Desayunaban juntos o comían por la tarde, pero nunca las dos. Aunque la mayoría de las noches la pasaban juntos, donde Sakura le relataba sus historias, que ella no encontraba fascinantes, pero Kakashi Hatake le prestaba toda la atención del mundo. Le alegraba poder ver la sonrisa de ella nuevamente, y escuchar que le iba bien como escribana. Y pensar que años atrás la correteaba para sentarla a practicar su escritura; Ahora se dedicaba a eso, que ironía era aquella. Pero había algo que no recordaba en ella, lo madurez que ahora poseía, y lo linda que se veía bajo la luz de la luna.

La muchacha también jugaba con Pakkun, porque se habían entendido muy bien y al perro le encantaba correr en círculos alrededor de ella para llamar su atención y que le acariciara el pelaje.

En su estancia en la casa se acercó a Tenten, quien estaba a cargo de varias cosas en la casa. Eran de la misma edad, con la diferencia de un año. Se hacían compañía la una a la otra, pues no había mucha presencia femenina en la casa. Por las mañanas compraban lo requerido para los alimentos, y algunas tardes salían a alimentar a las guacamayas. Sakura dejaba la ventana de su habitación abierta porque por las noches Niji a veces dormía con ella, pero todas las mañanas sin falta alguna se marchaba.

No iba a negarlo, en momentos se sentía un poco encerrada. Ella estaba acostumbrada a cambiar bastante de aldea y no permanecer mucho tiempo en un mismo lugar. A veces le entraba la idea de escaparse volando con Niji, y ver que tanto hacía con los demás pájaros. Qué lugares visitaban y por cuáles caminos pasaban.

Kakashi le había pedido que tuviera cuidado y fuera precavida, ella entendía la preocupación de él, y cuando salía se cubría la cabeza con su chal. No le causaría ningún otro problema.

Y un día cualquiera, después de unas semanas, Kakashi la llevó a su despacho para hablar del favor que en la carta había dicho le pediría, pero hacía falta alguien más, porque esto requería de tres; aunque más adelante se integraría el tercer integrante.

Pero ese día, y en ese momento, su compañero había llegado, tocando a la puerta del despacho. Sakura permaneció en su asiento, mientras que Kakashi dejó su silla para recibir a su invitado.

–Haru, te presento a Sasuke –habló Kakashi.

Sakura giró su cabeza rápido al escuchar aquel nombre. No se había equivocado, se trataba nada mas y nada menos que su cliente número uno, y el que fue su estudiante.

–Sasuke, te presento a Haru Hatake –dijo presentándolos a ambos.

Los dos se miraron, y el desconcierto era evidente en la cara de los dos. En primera porque Sakura no comprendía que hacía Sasuke tan lejos del norte, y segunda, Sasuke no entendía por qué la escribana de Konoha se hallaba sentada en la residencia de uno de los hombres mas afluyentes en las aldeas del sur. Sin contar que el cabello y el rostro le eran inconfundiblemente reconocibles, pero el nombre… el nombre no.