Los rostros del ayer

Aquel largo pasillo contaba únicamente con dos ventanas, una al principio y otra al final de este. La luz de la luna se filtraba a través de ellas y dejaba ver la primera y última puerta, pero en medio, la visibilidad era nula, y sin la ayuda de una vela sería como caminar con los ojos cerrados. Uno, dos, tres, cuatro pasos, y en el quinto un rechinido los detuvo en seco. No seguros de si habían sido ellos o alguien más, especialmente ajeno a la vivienda, Sakura se tranquilizaba mentalmente con que podría tratarse de alguno de los niños que quería ir al baño, pero de ser así llevarían lámpara en mano. Y nerviosa inhaló con lentitud.

–Fui yo –susurró Sasuke, haciendo que la llama de la vela se ondeara ante el aliento que soltaron sus palabras.

Ambos continuaron caminando con cautela, y al llegar a la mitad del camino sintieron un suave pelaje y calidez acariciar sus pies con delicadeza. Sasuke llevó la vela hacia el suelo, y con claridad observaron como aquel felino se enredaba meloso entre las piernas de él.

–Vaya susto nos metió el gato –soltó aliviada Sakura el agarre que tenía en la playera del muchacho. –Parece que le agradas –dijo ella agachándose para acogerlo en sus brazos.

Por la mañana, un poco antes del mediodía, el par de muchachos se hallaban resguardados de los rayos del sol bajo la sombra que compartían de uno de los tantos arboles que adornaban el lugar. Sasuke a la derecha y Sakura a la izquierda; ambos movían con destreza su mano mejor amaestrada, apoyándose en la pequeña mesa que a cada uno se le había prestado. Él era zurdo, mientras que ella era diestra. Habían leído y redactado varias cartas desde el desayuno, y eso hacía varias horas terminado.

Por el rabillo del ojo, Sakura ocasionalmente miraba hacia su derecha, y podía observar una no muy perceptible mueca de incomodidad en el rostro de Sasuke, además de ciertos ademanes que en la última media hora se estaban haciendo un poco repetitivos. Se soba el cuello intentando poner presión, y en el ultimo par de cartas que había redactado, varias veces había parado de escribir para hacer ejercicios con su muñeca en movimientos circulares.

–Deberíamos tomar un descanso ahorita –mencionó Sakura dándole el ultimo doblez a la hoja que tenía en mano, para después entregársela a la niña frente a ella.

–Sé que lo dices por mí, no te he visto cambiar tu postura desde que te sentaste –e hizo lo mismo que ella, entregando la carta que había terminado de redactar.

–Bueno, el vino me relajó bastante ayer. Descansé muy bien por la noche y...

–Olvida la modestia, –interrumpió Sasuke, viéndola con recelo –no soy tan hábil como tú… pero eso no significa que el alumno no pueda superar a la maestra. –que más que confesión parecía estarla retando.

–Vamos al cuarto –le pidió Sakura encaminándose hacia la entrada de la vivienda.

Él no asintió, pero tampoco se negó, y optó por seguirla. Sabía que debía de tomar al menos un corto descanso antes de continuar con el trabajo. Al principio le pareció buena idea, leerles la correspondencia a los niños de la palma y escribir por ellos las cartas que enviarían como respuesta. Realmente entendía lo que era necesitar de alguien para que trasladará en palabras lo que para muchos se reducía a garabatos plasmados sobre papel.

Ya no les quedaba demasiado por leer y escribir, o eso había percibido él al echarle una mirada rápida a los pequeños costales con los nombres de cada uno bordados en estos. Ese mismo día podrían terminar y marcharse. Pero el ligero dolor de cabeza no era lo único que lo detenía de continuar, su muñeca también la sentía adolorida, y las yemas de sus dedos índice y medio se estaban aplanando demasiado por la presión de la pluma al escribir, que le costaba sentir el tacto en ellos.

Tomó su muñeca con su otra mano y empezó a hacer movimientos circulares, tratando de aliviar un poco lo que parecía ser el comienzo de un calambre.

–Aguantaste demasiado –comentó Sakura en forma de halago, entrando a la habitación. –Desde muy temprano le pedí al señor Hiruzen que me trajeran algunas cosas.

–¿Para...? –cuestionó Sasuke sin entender el rumbo de la plática.

–Es esencial cuidar las muñecas. –ella se apresuró a tomar el morral que se encontraba en su cama y lo abrió –Dame tu mano.

Él le hizo caso y se la entregó. Sakura tomó con firmeza la mano de su compañero, con cuidado de no causarle dolor en los puntos mas vitales que ella ya conocía muy bien. Del morral sacó un botecito que abrió y cogió un poco del ungüento con sus dedos, para después untarlo en la palma de su compañero, masajeando los huesos al final de su mano, justo antes de llegar a la muñeca. La muchacha vio como él frunció un poco el entrecejo, y de un tirón, causado por sus reflejos, quiso zafarse de las manos de ella.

–Lo siento, pero tengo que hacerlo. Si no lo hago, más adelante te puede causar calambres, no sólo en la mano, pero también en el brazo, hasta subir a tu hombro. –le explicaba mientras continuaba con el masaje –No te va a causar un dolor insoportable, pero si será incómodo.

Sasuke se quedó en silencio y dejó que ella prosiguiera, manteniendo una cara seria y relajada todo el tiempo; la calidez de sus manos le recordaba a las de su madre, y aunque ásperas no eran, podía sentir que esas manos habían trabajado bastante, eso y el delgado borde de varias cortadas pequeñas. Se las adjudicaba a los tantos dobleces de hojas que habían hecho ese día, pues el también las portaba, incluso más que ella. Sakura terminó con la palma de él y continuó con la muñeca con los mismos movimientos circulares, y al terminar la vendó, ligeramente un poco apretada, para que la presión lo liberara un poco del dolor, que en si no era de gravedad, pero sí que fastidiaba.

–Listo.

–¿Y tu mano? –le preguntó Sasuke dirigiendo su mirada hacia las de ella, junto aquel símbolo que muy y apenas se asomaba por debajo de su manga.

–Por la noche lo haré, aun no la siento cansada –le respondió guardando las cosas de regreso al morral, para después encaminarse hacia la salida.

–Gracias… –apenas y susurró Sasuke, aunque ella ya afuera de la habitación no lo había oído.

El reloj marcaba las seis y cuarto, y el sol comenzaba a bajar. La mesa era puesta por niños de entre ocho y diez años, mientras que los mayores ayudaban en la cocina a terminar de preparar la comida, entre los cuales se encontraban Konohamaru y Moegi. Ayudaban a Ino y Sakura, quienes habían preparado casi todo. Sakura seguía las instrucciones de Ino, quien parecía ser la que iba al mando, y se notaba que con regularidad ejercía esa labor.

Konohamaru, uno de los pocos que conocían su apellido, era nieto del señor Hiruzen Sarutobi, como él mismo se había presentado ante la escribana. Tenía el cabello castaño y una risa demasiado contagiosa, según Sakura, y parecía ser un líder natural, según había observado ella. Era amable y acomedido, siempre dispuesto a ayudar en todo lo que pudiera.

Moegi era su mejor amiga, y desde que tenía memoria la recordaba. Ella era de cabello naranja, el cual llevaba acomodado en dos coletas altas. Tenía las mejillas coloradas, acompañada de una sonrisa pícara y dulce. Era juguetona y de gran paciencia. A ella acudían cuando de alguna disputa entre los demás niños se trataba, era justa y compasiva, según la describía su amigo Konohamaru.

Sakura les calculó la edad a ambos entre los 12 y 13 años de edad. Notaba que eran dedicados en sus tareas, responsables y atentos. Eran de un corazón noble e inocentes, pues mostraban gran alegría en sus rostros con cada historia que ella les contaba. Hubo un momento en el que ambos niños habían dejado de moverse y se limitaban a escuchar atentamente los relatos de ella a través de la nación como escribana, mientras que servía los platos que ambos llevaban hasta la mesa en el comedor. La mayoría de los niños de la Palma nunca antes habían salido de su aldea, que escuchar las historias de la pelirrosa les emocionaba y alborotaba la chispa de curiosidad que llevaba tiempo creciendo dentro de ellos, esperando a que alguien llegara y los guiara hacia alguna nueva aventura, porque ellos a duras penas lograban alejarse del hogar muy de vez en cuando.

–Moegi, ¿podrías asegurarte que ya todos se hayan lavado las manos? –le pidió Ino mientras servía los platos.

–¡Sí, señorita Ino! –respondió con gran entusiasmo, llevándose en sus manos dos platos hacia el comedor.

–Konohamaru, asegúrate de que no quede nadie en las habitaciones o en el patio, por favor.

–¡Por supuesto! –y con una reverencia se retiró de la cocina para cumplir con el pedido de Ino.

–La presencia de ustedes los tiene muy entusiasmados y alegres –comentó la rubia sin dejar de servir los platos. –Y parece ser que les fascina las aves que los acompañan.

Sakura sonrió sin responderle nada, se sentía halagada ante aquel comentario. Claro, era de esperarse que se alegraran al poder escuchar las cartas de sus familiares y amigos, pero no había pensado que su presencia les traería tanto gozo a los niños.

–Sé que ser escribano no es sencillo por estos lados del país, –continuó hablando Ino –así que les agradezco que hayan parado aquí. Sin embargo… –pausó por dos breves segundos –no puedo quitarme esta desconfianza que siento hacia ti.

Sakura se tensó un poco y sostuvo con más fuerza uno de los últimos platos por servir, ella no había hecho nada para que la tuviera en la mira ¿Acaso había hecho algún comentario inadecuado?

–Estoy al tanto de que tú y tu compañero huyeron de la aldea vecina, pero no sé el motivo del por qué. –Ino sirvió el último plato y lo dejó en la mesa de la cocina, dirigiendo después su mirada hacia la pelirrosa –Además, me intriga demasiado el símbolo en tu muñeca, Sakura…

Sabía que Ino le veía la espalda, con una mirada cargada de desconfianza, acercándose poco a poco a ella desde atrás. La tomó de la mano y subió la manga con rapidez, dejando al descubierto su muñeca y examinando con precisión el símbolo en tinta negra que portaba en esta. Lo acarició con su dedo índice y después la vio directamente a los ojos, de los cuales la pelirrosa quería escapar. Era demasiada presión la que Ino ejercía no sólo en su muñeca, sino también en su mirar.

–No tiene ningún relieve, –continuó hablando Ino –lo cual significa que tienes un dueño bastante compasivo. Eligió la tinta en lugar del hierro a las brasas. –dejó en paz el par de ojos esmeralda, pero continuó observando el símbolo en su muñeca, tratando de recordar dónde era que lo había visto antes. –Así que dime, ¿De dónde escaparon?

–No pertenezco a nadie –respondió Sakura con seriedad, jalando su mano de un tirón para zafarse de la rubia y sostener con ambas manos el plato que llevaba con ella.

–La familia Hatake… –murmuró Ino deteniendo a la muchacha del hombro, quedando frente a frente –Perteneces a Kakashi Hatake.

–Claro que no. –negó rotundamente, sacudiendo su hombro –Puedes corroborarlo si gustas.

En el norte, si alguien llegaba a verle la muñeca nadie la cuestionaba, es más, a nadie le importaba en lo absoluto, pero en el sur, esa era otra historia. Hacia demasiado que no le pedían explicaciones, que las exactas palabras que le habían dicho ya estaban borrosas en su memoria, aunque aquel día imborrable era. Sin embargo, de golpe emergió el recuerdo. La voz de Kakashi no era audible, y la escena se limitaba al tacto y lo visual. Frente a ella y sujetando su brazo del codo y la mano, se hallaba el menor de los Hatake. Mientras que, a su derecha, alguien de rostro borroso y manos pesadas encajaba una aguja repetidas veces contra su piel. Sentía un fuerte hormigueo, le ardía la piel y hasta un pequeño relieve había brotado.

–¡Espera, Sakura! –trataba de detenerla Ino nuevamente, esta vez del brazo –Realmente no me importa a quien perteneces o si has escapado, ni a dónde te diriges. Sólo velo por el bien de los niños. No quisiera que El hogar de los niños de la Palma se viera involucrado en ningún tipo de problema. Me devastaría que tomaran represalias en contra del señor Hiruzen por resguardarlos a ustedes. Los niños podrían quedarse sin vivienda y-

–Nos iremos esta misma noche. No les daremos ningún problema –la interrumpió Sakura, haciendo que la rubia lentamente deslizara su mano, aflojando el agarre.

–Las estamos esperando para cenar.

Lo vieron parado en la entrada de la cocina, recargado en el marco de esta, con los brazos cruzados. Sakura se tensó al escuchar su voz, y más aún al levantar su vista y observar la mirada que le dedicaba, no sólo a ella, si no a Ino también. Imponía presencia y las oprimía con gran intimidación, pero él ni se inmutó, portando gran seriedad. Y de cierta forma, casi parecía que hablaba con un tono un poco exigente por hacer a todos esperar en la mesa.

–Estábamos sirviendo nuestros platos, ya vamos –respondió la pelirrosa encaminándose a la salida. Regresó su vista hacia el frente, y optó por no verle a la cara, pues sentía que con su mirada la regañaría, porque sólo hacía desde que se habían reencontrado.

Sakura no supo diferenciar si aquella mirada había sido para ella o Ino, pero sabía que Sasuke no dejaría pasar esta situación y le exigiría de una buena vez que le explicara quién diablos los había estado persiguiendo, y eso, eso era algo que ella prefería dejar en el olvido. Y en su camino hacia la mesa se preguntó que tanto había oído su compañero.

La cena continuó como si ninguna de las dos hubiera discutido en la cocina, se sonreían mutuamente, e incluso a Sasuke le sorprendió el grado de desfachatez con el que ambas platicaban y sonreían.

Konohamaru y Moegi continuaron interrogando a Sakura sobre su oficio, y ella con gusto continuaba relatándoles sus historias, y quienes estaban cercas de ellos lograban también escucharlas. En el norte hacía más frío, y el invierno era más helado, llegando hasta nevar durante gran parte de la estación, mientras que en el sur, ella opinaba era más cálido. Les platicó de los grandes arbustos que a veces miraba a lo largo de su camino, de los cuales crecían flores en forma de estrellas. Florecían de color blanco o rosa, e incluso a veces hasta jaspeadas de ambos colores.

La cena había terminado, y Sasuke y Sakura se hallaban recogiendo un poco el cuarto, para dejarlo igual que como se los habían entregado. Pertenecías no tenían casi ninguna, mas que el par de aves que los acompañaban, Niji y Kuro, y el cambio de prendas que el señor Hiruzen les había obsequiado para el camino. Él conocía de la vida de los escribanos, en especial lo complicado que era ganarse la vida en aquellos lados del país ejerciendo aquel oficio. Ambos estaban en silencio, empacando lo poco que tenían, en una mochila también proporcionada por su hospedador. Se despidieron de su anfitrión hasta que Ino se marchó y todos los niños se habían ido a descansar a la cama.

Y con la luna en alto se marcharon. Habían logrado recaudar el dinero suficiente como para rentar un carruaje para viajar por la noche y comida para el día siguiente.

–Estas demasiado callada –habló Sasuke al ver que su compañera no había soltado ninguna palabra desde que partieron de aquel hogar.

–¿Cuánto nos falta para cruzar la frontera hacia el norte? –preguntó Sakura observando la luna llena desde la venta del carruaje. Recargaba su barbilla en la palma de su mano, haciendo que la manga se le deslizara hacia abajo, dejando ver con claridad la tinta negra impregnada en su piel.

Sasuke observó detenidamente aquel símbolo, preguntándose sobre la veracidad en las palabras de su compañera y la de aquella rubia que aparentaba amabilidad y caridad. Todo era tan confuso, y la escribana se mantenía tan misteriosa como siempre.

Sin aviso alguno, él tomó la mano derecha de ella entre las de él. Sakura trató de zafarse inmediatamente, confundida ante la acción de su compañero, pero él la interrumpió con sus palabras. Le recordó lo que le había dicho al mediodía, de la corta conversación que había tenido con él, y ella sacó el ungüento dentro del morral que llevaba colgado, atravesando su pecho. Antes de que la escribana prosiguiera a recoger un poco del ungüento con sus dedos, Sasuke le pidió que lo dejara a él hacerlo, argumentando que quería aprender, pues no contaría con ella para siempre y debía conocer de los debidos cuidados para su mano, en especial porque usaba con regularidad su katana, aunque en esos momentos ya no contaba con ella debido al accidente en el hostal unos días atrás.

Ella aceptó y le entregó el pequeño bote, instruyéndolo durante el proceso. Primero la palma y en seguida la parte baja, después sería la muñeca y también vendarla, y al final trataría con el pulgar, el índice y el dedo medio.

Sakura cayó en cuenta de que todos los incidentes que les habían ocurrido se debían a ella. El huir del restaurante, ser atacados en el hostal ocasionando que perdieran sus pertenencias y dinero, y se podría decir que casi corridos de su último trabajo. Todo debido a ella.

Soltó un gran suspiro que denotaba disgusto.

–¿Te lastimé? –le preguntó a ella al ver lo afligido que se hallaba su rostro mientras el terminaba de masajear sus dedos. Estaba seguro de estar siguiendo las instrucciones al pie de la letra.

–No –respondió seriamente.

Sakura no culpaba a Sasuke si no confiaba en ella a estas alturas, y la verdad era que lo más sensato sería ser lo más honesta con él. Apenas empezaban a trabajar juntos, y parecía que todo iba de mal en peor. Al ritmo que iban las cosas temía porque la vida de ellos corriera peligro estando en el sur.

Y volvió a soltar otro suspiro lentamente.

–No te voy a preguntar nada de lo que no quieras hablar –comentó Sasuke, suponiendo que lo que la tenía tan agobiada era la plática con Ino Yamanaka. Había terminado y descansó la mano de la muchacha en el regazo de ella. –Pero demuéstrame que puedo confiar en ti.

Entonces la escribana levantó la cara para verlo, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran, y a pesar de no soltar ninguna lágrima, la tristeza y el enojo se le acumuló en sus pestañas inferiores. Se sentía demasiado presionada, era algo que prefería olvidar, pero que parecía no dejarla ir aún. Hasta ese momento todos la habían interrogado, acusado de cosas y hasta acechado, incluyendo a su mismo compañero. Sin embargo, en ese instante se sintió relajada ante sus palabras, su cuerpo dejó de sentirse tenso y no supo como agradecerle el que no la interrogara. Lo único que pedía con fervor era regresar al norte. Y aunque pendiente quedara, al menos una explicación corta le daría.

Sasuke no esperaba que la mirada de ella se volviera cristalina, y mucho menos que le sonriera tan forzadamente. Algo sucedía con ella, no era la escriba a la que por tantos años acudió por sus servicios. El pelinegro se sintió incómodo al no saber cómo calmarla, y pensó que lo mejor que podía hacer era acariciarle la cabeza, como si de un cachorro perdido se tratase.

–Si nos damos prisa llegaremos en una semana o menos. Es el punto de encuentro en el que acordamos vernos.

–Gracias, Sasuke… –dijo limpiándose el contorno de sus ojos –Lamento que hayas tenido que verme así –se disculpó soltando una risa un poco nerviosa, agachando la mirada una vez más.

–Eres demasiado blanda, –le confesó el muchacho viendo el cabello que aun llevaba mal cortado –no dejes que te intimiden. –le sugirió, haciendo referencia al suceso de hacía pocas horas en la cocina, junto a la doble cara, como recién la había apodado él.

Poco antes de que hubiera amanecido por completo llegaron a la entrada de la siguiente aldea, siendo que ya habían atravesado una durante el recorrido por la noche. En el horizonte, y pegado a la silueta de los montes, un aura tenue entre amarillo y naranja remarcaba el contorno de todo lo que estaba a su alrededor, anunciando el alba. A simple vista, el lugar se veía mejor cuidado y mantenido que en la última aldea en la que se hospedaron, con infraestructura más sofisticada. Varios faroles brindaban un poco de luz a las personas que empezaban su día desde temprano, y la mayoría de los caminos -al alcance de sus ojos- estaban hechos de piedra. Cualquiera podría asumir que ahí vivían personas importantes. A través de la ventana y tras pasar lo que parecía ser la plaza, ambos vieron varios puestos cubiertos por toldos, y lámparas de papel que la adornaban. Debido a la escasa luz que apenas comenzaba a obsequiar el sol, no se podía apreciar a detalle todos los componentes del festival.

Porque sí, a esa conclusión llegó Sakura al observar aquel panorama, y no había tardado en querer echarle un vistazo fugaz a su compañero. Deseaba saber si su semblante también demostraba entusiasmo y ganas de asistir al evento, o al menos curiosidad, como ella. Sólo una mirada rápida bastaría. A punto de girar levemente su cabeza, apenas y volteó poco para verlo, cuando él ya le había ganado, imponiendo autoridad con ese semblante tan serio y cansado. Entonces, al topar con el par de ojos, regresó su mirada a la ventana en un instante.

–Debemos pasar desapercibidos, no pasear en la aldea.

Sakura sólo cerró sus parpados, recargó la mandíbula en ambas palmas de sus manos y frunció el entrecejo. Sabía muy bien que algo así sería la respuesta de su compañero, aunque dentro de ella deseaba que al menos el festival le quitara la cara de pocos amigos que últimamente llevaba.

Extrañaba demasiado poner su puesto en las plazas y en los festivales. Platicar con personas y viajar como las estaciones del año que pasaban por las aldeas. Oh, y ni que decir de los conocidos que la esperaban con alegría en diferentes áreas. Estar encerrada y oculta no era lo suyo.

A pesar de que el sol aun no salía en su totalidad, se veía que empezaba a haber movimiento entre la gente, acomodando lo que sería el inicio de un mercado. La muchedumbre se veía ajetreada, y a pasos apresurados todos se movían. Incluso el hostal al que se dirigían, gente entraba y salía, dando entender que era bastante concurrido sin importar la hora.

Mientras Sasuke se encargaba de adquirir una habitación para descansar en lo que esperaban, Sakura no había tardado en dirigirse al gran tablón de anuncios situado a la entrada del lugar. Aprovecharía que él estaba ocupado para, aunque fuera superficialmente, enterarse de los sucesos en la aldea. Estar al tanto de las cosas, no les caería mal. Fue por medio de ese gran tablón de madera y decenas de papeles que supo que el motivo del festival era para celebrar las buenas cosechas que habían tenido y la prosperidad en el comercio. Y entre tantos carteles logró saber que solicitaban personas para trabajar en los campos de viñedos y cultivos de fresas.

–Cortesía de la casa.

La escriba se sobresaltó, y giró con rapidez su cabeza. Había estado ensimismada tratando de leer lo más que pudiera del tablón, que no había notado la presencia de su compañero al lado de ella, mostrándole en mano una botella de vidrio verde y corcho en la boquilla.

–Parece ser que el orgullo de este lugar son los viñedos.

Aun no era ni la hora del desayuno, pero Sasuke, al atravesar la puerta de la habitación, pensó que beber un poco del vino sería una buena forma de descansar. Lo ayudaría a tomar una siesta y reponer la energía que la noche anterior no pudo recaudar debido a quedarse despierto para vigilar que nada inoportuno les fuera a suceder en el trayecto. Sakura gustosa aceptó acompañarlo, pero sólo poco, pues la ultima vez la fuerza del cuerpo se le desvanecía como si de agua hirviendo se tratase, y en el vapor se escapara lo poco que le quedaba para estar de pie. No, como muñeca de trapo no volvería a sentirse.

–Aprovecha para descansar, nos iremos por la noche.

–¿Por qué tan tarde? Pensé que sólo comeríamos y dormiríamos un poco. –cuestionó confundida ante el cambio de itinerario. Claro que no era queja, mejor para ella, así podría asistir al festival, sólo era mera curiosidad.

Sasuke, que aún se hallaba saboreando el vino, mantenía los ojos cerrados mientras bebía, y dejaba que sus papilas gustativas se deleitaran. Por fin, un vino no tan dulce.

–¿Sasuke? –lo llamó Sakura desde su cama, ondeando su mano para llamar su atención.

–Esperamos a alguien. –respondió él

–¿A quién? –preguntó dándole el ultimo trago a su vaso, porque copas no les había proporcionado y aquel par de vasos fue lo único en la habitación que encontraron.

Y al terminarse la bebida, Sasuke volvió a servirse una vez más. Después de eso dormiría.

–Es un amigo, –le respondió con el vaso en la mano –ya lo conoces.

La escribana rápidamente examinó varios de sus recuerdos, al menos los que aun permanecían en su memoria, y se dio cuenta que pocas veces lo había visto en compañía de alguien. De hecho, no recordaba la cara de alguien que alguna vez lo hubiese acompañado, aunque estaba segura de que sí lo había visto con otras personas, sin embargo, ningún rostro le venía a la mente.

–Pero ¿quién? –volvió a insistir ella, algo intrigada ante el misterio de aquella persona, pero el no mencionó ni una palabra. –Entonces iré a caminar y aprovechar antes de encerrarnos en otro carruaje –le avisó antes de levantarse de su cama. Si él no quería hablar estaba bien, pero ella confinada en la habitación no deseaba estar. Ni siquiera se sentía cansada.

–No, descansa. –habló Sasuke mientras se acomodaba en la cama, que más que sugerencia parecía orden –En la noche nos vamos y no pararemos hasta llegar al norte.

–Eres muy mandón. –se quejó ella poniéndose de pie encaminándose a la puerta.

–Y tu preguntona… –apenas y fueron audibles sus palabras antes de caer ante el sueño.

Antes de marcharse, la escribana lo observó de reojo. No parecía el mismo Sasuke enojón e impaciente que había visto desde que llegó a la casa de Kakashi. Al contrario, le daba ternura y hasta le inspiraba confianza. Cerró la puerta detrás de ella y comenzó a caminar. Estaba consciente de que las situaciones por las que pasaron habían sacado un lado no tan favorable en ambos. Sabía que él no era una mala persona, pues recordaba lo bien que se había portado con ella cuando requería de sus servicios. Fue por él que Niji la había acompañado a tantos lugares, haciendo un poco ligera la carga de la soledad. Sakura sólo deseaba regresar al norte, tal vez estando allá y estacionada en una sola área podría hacer amistades.

Una amiga… un amigo…

Había escuchado innumerables veces de ellos en las cartas que leía y redactaba para sus clientes. Ellos eran aquellas personas que te procuran como si fueras parte de su familia, te brindaban consejos cuando la confusión te hace cuestionar tus decisiones. Ellos te dedican su atención absoluta al escuchar tus alegrías, tus tristezas y hasta lo que quitan el sueño por las noches. Ellos ríen contigo, sienten tu dolor, les molesta que no seas tratado justamente, y celebran tus logros. Ellos te tienen un cariño que en ocasiones no hay palabras para demostrarlo, pero que con sus acciones comprendes lo afortunado que eres de que formes parte de su vida y ellos de la tuya. Y cuando a ellos algo les agobia, tu estas ahí para escucharlos y darles palabras de aliento si las necesitan, porque tu harías lo mismo por ellos y sólo buscas su bienestar.

Esas eran algunas de las cosas que recordaba haber leído y escrito para alguien más. Esas eran las emociones que despertaban en ella al interpretar cartas. Cómo añoraba crear un lazo así… porque el ultimo que tuvo lo había destruido, sin desear que fuera así.

Desde que había empezado el viaje no había echo mas que quejarse de tener que estar encerrada y no poder hablar con gente como solía hacerlo. Se sentía un poco apagada, casi no conversaba con nadie, salvo a una que otra charla con Sasuke. Su compañero no siempre era mandón y de poca paciencia, y si mal no recordaba, Sasuke la había defendido varias veces en el transcurso del viaje. Tal vez, una vez que terminaran de viajar, él y ella podrían llegar a ser amigos.

Aunque, ¿Quién quisiera ser amigo de alguien que sólo los había echo tener que huir constantemente? Y ¿quién quisiera ser amiga de alguien que tarda demasiado en escuchar a los demás?

–Hay personas que recogen las rosas con guantes y otras que lo hacen sin ellos.

La muchacha se sobresaltó un poco ante la voz profunda y desconocida. Aquella platica mental que había llevado consigo misma causó que no prestara atención a su alrededor y, por ende, el individuo había pasado desapercibido por ella. La escribana llevaba bastante tiempo sentada en una banca bajo la sombra de un árbol pequeño que no pasaba de los dos metros de altura, con un tronco de un diámetro de diez centímetros. Sakura había estado observando el rosal frente a ella y las aves que volaban de rama en rama en los árboles sobre el rosal. Pero ahora, su atención absoluta estaba postrada frente al muchacho a un lado suyo.

Lo primero que le llamó la atención fueron sus ojos, los notaba cansados, pero le inspiraban amabilidad; eran negros y contaba con unas ojeras un poco pronunciadas. Después, su mirada pasó a su cabello, el cual llevaba recogido en una coleta baja; era lacio e igual de oscuro que sus ojos, pero ante la luz del sol parecía ser sedoso. Esa suavidad y brillo que el suyo carecía. Incluso pensó que él tenía mejor cabello que ella, y le dio pena recordar el mal corte con el que llevaba varios días viajando.

–Y hay quienes no importa si los usan o no, simplemente las arrancan. Pero me alegra que esté prohibido recogerlas aquí. No todo mundo sabe hacerlo con el cuidado que se debe.

La escribana quería continuar la plática, pero no estaba segura de qué decir. Su conocimiento por las flores no era como el que tenía por las hierbas. Entonces recurrió a lo único que espontáneamente le salió con algo de nerviosismo, pues era un completo extraño en un momento en el que ella se cuidaba hasta de su sombra. Siendo así como una sonrisa le concedió el nombre de aquella persona.

–Itachi.

–Sakura… –dudosa en si debía dar el suyo, respondió –gustó en conocerlo –y ambos estrecharon sus manos.

La de él era grande a comparación a la de ella y un poco más áspera, e incluso sintió lo que podían ser cayos al principio de la palma, justo debajo de los dedos. Ese tipo de manos sólo las había visto en hombres que trabajaban en el campo, herreros, o los que ejercían una espada.

–No soy tan grande como me ves –bromeó riendo un poco.

–¡Claro que no quise decir eso! –trató de explicar la muchacha moviendo sus manos en forma de negación, sabiendo que él se refería a la formalidad con la que le había respondido. –Es sólo que-

–No te preocupes. –la interrumpió antes de que el rostro de ella se tornara más rojo ante la visible pena que sentía, y que de echo le causaba gracia que un tema tan trivial la avergonzara –¿Y vienes de paso o vives aquí? –le preguntó con simpleza, justo dándose cuenta de su imprudencia al haber terminado de hablar. –Tienes razón, –se corrigió él mismo al instante –preguntas tan intrusivas no debería hacerlas un desconocido. Ignora lo que dije –le pidió, siendo él el ahora avergonzado. –Gusto en conocerte, Sakura. –comenzó a despedirse poniéndose de pie.

–Gusto en conocerte…

–Itachi –le recordó su nombre una vez más.

Una vez de pie, notó lo alto que era, aunque no supo calcularle la altura. Su espalda era ancha y el cabello le baja por la nuca hasta pasar un poco después de los hombros. Su atuendo era menos tradicional y se veía impecable, prendas recién echas por un sastre, porque todo parecía quedarle a la medida. De hecho, una vez que lo voy alejarse del lugar, antes de perderse entre la muchedumbre que comenzaba a juntarse en la plaza, se dio cuenta que la mayoría de la gente vestía un poco diferente a las demás aldeas que habían visitado Sasuke y ella.

–Te pedí que descansaras porque nos iremos en cuanto Naruto llegue.

Escuchó decir detrás de ella, sintiendo escalofríos recorrer su espalda. Planeaba regresar antes de que Sasuke despertara, pero el tiempo se le había ido volando y su caminata se había reducido a casi una hora sentada en una banca.

–¿Naruto? –preguntó la muchacha recargándose en el respaldo y lanzado la cabeza hacia atrás, frunciendo el entrecejo debido a los rayos del sol que le molestaban un poco. Y ahí estaba su compañero parado detrás de ella mordiendo una manzana. – ¡Ah! –gritó Sakura poniéndose rápidamente de pie, volteándose para quedar frente a Sasuke –¿El rubio que a veces te acompañaba cuando te leía cartas? –preguntó una vez más, deseando estar en lo correcto.

La escribana recordaba poco de Naruto, pero, aunque poco fuera, sólo lindos recuerdos tenía de él.

–Sí… –respondió el. Y continuó comiendo su manzana, sin entender la emoción de su compañera.

–¡Hace tanto que no lo veo! –dijo emocionada –Me pregunto qué tanto habrá cambiado.

–Sólo es más alto. Sigue siendo el mismo imprudente y ruidoso de siempre –le respondió Sasuke después de pasarse el bocado.

–Aunque digas eso, estoy segura que te alegra verlo. –comentó Sakura viéndolo de reojo y de brazos cruzados –Después de todo, es tu amigo, ¿no?

–No vine para que habláramos de mí –Sasuke se dio la meda vuelta y se dirigió rumbo al hostal donde se hospedaban, el cual quedaba demasiado cerca, unos cinco minutos cuanto mucho –Tengo hambre y es hora de almorzar.

–Está bien, no me respondas –se hizo la digna y lo dejó atrás, caminando más rápido que él. –Al rato tú solo me vas a contar.

–Como digas, –dijo sin darle importancia –pero al rato tú me vas a pedir que te dé de mi comida.

–Pensé que habías dicho que era para los dos… –se detuvo en seco ella, volteándolo a ver.

–Tal vez me equivoqué –le respondió tratando de ocultar su risa, mordiéndose el labio inferior, porque le parecía gracioso la rapidez con la que Sakura podía cambiar los gestos en su rostro. –O tal vez sí tienes razón.

–Sasuke, con la comida no se juega. Viste la tristeza en mi cara y no te apiadaste de mí.

–No te hubiera venido a buscar sólo para que me vieras comer, pero si no te apresuras cambiaré de parecer. –dijo el muchacho sosteniendo entre su pulgar e índice las puntas del cabello de la pelirrosa –Te hace falta un corte.

–Lo sé, –respondió –alguien –dijo haciendo énfasis –me lo cortó mal.

–Cambié de parecer, no voy a compartir contigo –le soltó el cabello y continuó caminando.

–¡Era broma! –trató de alcanzarlo la muchacha.

Pensó que cuando lo viera, ella lo reconocería, se marcharía y no le dirigiría la palabra. Pensó que sería una señorita de sociedad vestida con ropa elegante y con diademas incrustadas con gemas que adornaran su cabello. Pensó que para estas alturas ella habría olvidado mágicamente el pasado.

No. Eso era lo que deseaba él, lo que quería creer. Eran los pensamientos con los que se confortaba él.

¿Qué pensaba lograr con hablarle? Ser recibido con los brazos abiertos jamás cruzó su cabeza, pero realmente se acercó a ella sin pensarlo, simplemente había sido atraído sin darle tiempo de razonar. La sorpresa de volverla a ver había cautivado su vista de tal forma que no pudo ignorar querer saber qué había sido de la vida de ella.

Le sorprendió que ahora ella llevaba otro nombre, y que su estilo de vida no fuese como el que él había imaginado, especialmente por la familia con la que había vivido. Sin embargo, todos esos pensamientos pasaron a segundo plano apenas y ella le sonrió. Notó que su gestó había sido algo incómodo, pero no esperaba menos, pues un completo extraño se le había acercado.

–Itachi, te estoy preguntando.

–Exactamente… ¿qué es lo que me preguntas? –su cuerpo estaba presente, pero su mente divagaba en asuntos que era mejor archivar, y tener que conformarse con lo que había visto.

–Que si quieres ir al festival. –le sugirió mientras escogía lo que usaría por la noche. –Como es la última noche que vamos a estar aquí pensé que querrías ir, sé que te gustan ese tipo de cosas.

–Prefiero descansar, mañana será un día muy largo –respondió después de darle un sorbo a su café, observando de pie los rosales desde la venta de la habitación.

–Como tu primo que soy te conozco muy bien, y te noto muy distraído desde el almuerzo, ¿qué tienes? –le preguntó dejando caer unas prendas en ganchos sobre la cama. Se acercó hacia Itachi y lo imitó asomándose por la ventana, tratando de ver lo que fuera que él observaba con tal detenimiento.

–Tan directo como siempre, Shisui. –respondió y continuó tomando su café –Pero sólo quiero descansar.

–Deberías disfrutar un poco más el tiempo que estamos aquí. La libertad no es eterna primo, –le compartió un poco de su filosofía –y tu mejor que nadie lo sabe.

Shisui era su primo, era como un hermano para él. Poseía la cualidad de hablar sin tapujos ni rodeos, siempre honesto. Eran de la misma edad, compartían el gusto por el aire libre, las comidas sencillas, y un buen vino tinto.

Regresar a casa… a las responsabilidades que le esperaban. Eso era lo menos en lo que quería pensar estando en un lugar tan alejado de sus deberes y obligaciones. Como a cualquier persona, le gustaba relajarse de vez en cuando.

–A mí no me engañas. –le confesó Shisui –Te vi hablando con alguien en la plaza –e hizo que Itachi volteara a verlo.

–¿Y…? –preguntó no entendiendo el rumbo de la conversación.

–No sé qué te dijeron, pero desde el almuerzo eso te tiene así. –dijo apuntando con su dedo índice hacia la cara de su primo.

Así… ¿cómo? –volvió a preguntar Itachi, esta vez riéndose por los comentarios de Shisui.

–Con esa cara larga que te cargas.

Itachi soltó una carcajada y se alejó de la ventana

–Creo que estas malinterpretando las cosas, –le sugirió –y no quiero oír más del tema –dijo dando por concluida la conversación.

Terminó de beber de su taza y antes de que su primo continuara alegando con cosas sin sentido, lo asilenció aceptando su propuesta. Itachi abrió su ropero para escoger un cambio de ropa, en donde su opinión casi ni se tomó en cuenta, pues Shisui terminó escogiendo casi todo lo que él vestiría. Desde el haori que cubriría el yukata hasta los zori que usaría de calzado. A todo lo que Shisui comentaba, Itachi afirmaba que sí con su cabeza. Caminarían por el festival, participarían en juegos, comerían takoyaki y dangos como cuando eran niños, y a diferencia de su niñez, terminarían la noche con un buen licor.