Cuando ella fue la única que quedó en la habitación se permitió soltar un suspiro suave que ni siquiera sabía llevaba conteniendo. Miró el pergamino en su mano y nuevamente las sensaciones de tener el pecho apretado, las manos inquietas, el estómago con hormigueo y la espalda recta hicieron acto de presencia.

Hacía calor, al menos en su rostro. Le tomó cerca de un minuto darse cuenta de que estaba sonrojada sin explicación. Y ver el asiento frente a ella ahora vacío no aliviaba para nada sus síntomas.

De pronto, el sonido de pasos lejanos acercándose por la puerta lateral la puso en alerta y con ello volvió a su antigua postura de calma, no sin antes cambiar su apariencia al de una niña. Porque, por supuesto, solo había reunido el valor suficiente para revelar esa parte al Supremo Punitto Moe.

Quiso saber su sincera opinión antes de ponerlo en práctica con las personas cercanas a ella, los soldados y luego a los ciudadanos. El sólo hecho de que le haya dicho que tiene buen cuerpo y belleza natural suficiente para que los otros Supremos le dijeran que si, fue demasiado cuando lo intentaba procesar. Incluso los mismo gustos detallados de Punitto Moe no estaban tan lejos de su alcance.

—Su Majestad, le he estado llamando. ¿Se encuentra bien?

Ese era su Primer Ministro, el hombre pertenecía a una larga línea de generación que le había servido con fuerte lealtad desde hace ya muchos, muchos años. La amistad entre ellos se desarrolló a tal punto que a veces se olvidaban ambos de sus posiciones y se trataban como amigos cercanos, casi hermanos. Fue liberador... a veces.

—Lo estoy. —Contestó sin voltear a verlo— ¿Qué te hizo pensar lo contrario?

—Recibí un informe del General responsable del avistamiento semi-humano, uno el cual dictaba que un ser parecido a un árbol con túnica se presentó como el Supremo Punitto Moe y que tenía una charla pendiente con usted.

—Eso es correcto. Punitto Moe-dono y yo tuvimos una conversación hace tan sólo unos minutos antes de tu llegada.

Una sonrisa quiso florecer en sus labios pero pudo reprimirla rápidamente. Se levantó del cómodo asiento y caminó hasta su escritorio, en donde abrió un compartimiento y depositó con cuidado el pergamino, tal y como si de una reliquia muy valiosa se tratara.

—... ¿Puedo saber qué es lo que hablaron? —Le preguntó de nuevo el Ministro, quien no se había movido de su lugar pero la seguía con su mirada.

—Vino a cobrar una parte del trato, como se dictó. Pidió información sobre los Lores Dragones y yo se lo di. —Y ahora miró directamente al hombre, quien ya acostumbrado no se inmutó a su mirada de niña seria— Hasta ahora ya se han hecho cargo de cien mil hombres bestias, sin embargo no se detendrán hasta acabar con los otros doscientos mil que estaban en el informe.

La expresión que recibió estaba esperada, pero no las palabras que lo continuaron.

—E-eso... ¿es siquiera posible? No ha pasado más de media hora desde que usted los contactó. ¿Está segura de que no es un farol?

—¿Cómo te atreves? —Exclamó indignada dejando caer su fachada— He visto el poder que tienen con mis propios ojos. Insinuar aquello es ser igual a un necio que no acepta la verdad que está en sus narices. No quiero que vuelvas a mencionar eso.

Como respuesta obtuvo silencio, luego de unos segundos, un leve asentimiento. Y por último, se acercó unos pasos a ella, que ahora estaba sentada de brazos cruzados.

—... Nunca te había escuchado tan segura o que realmente confiaras en alguien con todo tu ser, ni siquiera la Teocracia llegó a tanto. Realmente apuestas por ellos, ¿no es así?

—Lo hago. Ellos cambiarán el destino del Reino Dracónico, sé que lo harán.

Entonces el Primer Ministro sonrió, suave pero lo hizo. Parecía un padre orgulloso de su pequeña hija que acababa de aprender a caminar por su cuenta sin caerse una sola vez.

—Si mi Reina está segura de ello, entonces yo y todo el Reino Dracónico aceptaremos sus palabras como absolutas. —Y para hacer alarde, complementó con una reverencia— Con eso dicho, ¿podría su Primer Ministro saber por qué estaba sonrojada cuando ingresé?

—¡Uk! —Tal sonido de vergüenza se escapó de sus labios, y el hecho de esquivar la mirada solo la condenó— No sé... no sé a qué te refieres.

—Mi Reina, llevo conociendote desde que empecé a servirte. Y eso fue desde hace más de treinta años. ¿Acaso no confía en mi? ¿Yo, que tengo el honor de ser su mano derecha?

—Eso no es... No intentes jugar con eso. No te diré nada.

De pronto, la sangre de Draudillon se congeló. El hombre que estaba frente ella, aquél muchacho que pasó su vida siendo leal, sonrió diablolicamente al comprender.

—...Ya veo. —Fue lo único que dijo seguido de unos minutos silenciosos.

Se dio la vuelta, y caminó hasta la puerta para irse aún sin dejar de sonreír. Si al llegar había tenido un propósito además de preguntar, ahora estaba olvidado.

—Me encargaré de expandir el nombre de los Supremos que nos han brindado ayuda, de tal manera no habrá confusiones de identidad en el futuro.

Draudillon asintió aunque no era vista. Al parecer la conversación embarazosa no iba a continuar... Al menos no sin haber cerrado con broche de oro.

—Si decide casarse y tener descendencia con el Supremo Punitto Moe-sama, nadie se interpondrá. Ya que su abuelo el Lord Dragón de la Brillantez pudo fecundar a su abuela que era una humana. ¿Por qué no podría la raza del Supremo con usted que tiene sangre de dragón?

Y fue gracias a esta "sugerencia" que Draudillon se encerró todo el día sin querer ver a nadie. La siguiente semana se encargó de evitar a su Ministro y de dejarle más administración como castigo. Lo cual sinceramente no le importó al hombre, solo le divirtió más.

No obstante, volviendo a ese mismo día y momento en el que Punitto Moe se teletrasportó a una ubicación cercana a Touch-me, activó el hechizo [Vuelo] casi al instante para evitar ser atraído por la gravedad.

Teniendo la altura como una gran ventaja, solo le bastó merodear un par de kilómetros para hallar a su amigo que por lo visto estaba sometiendo una aldea semi-humana. Sin llegar a sorprenderse demasiado se hizo visible para todos y descendió cerca del paladín que ya lo había visto desde antes.

—¿Cómo va todo? —Preguntó con voz sin emociones el Supremo de la Naturaleza. Varios semi-humanos fijaron su mirada en él cuando habló pero ninguno fue demasiado estúpido para atacar.

—Hubo resistencia en los guerreros pero ya me encargué; los no-muertos que envió Ainz-san están trasladando los últimos cadáveres. En estos momentos están llamando a todos los Generales presentes; la decisión que tomen será su salvación o perdición.

—¿Número general?

—Sesenta mil de población, los guerreros rondan los cuarenta mil... No, ahora son treinta mil. Un cuarenta por ciento son machos, un treinta y cinco por ciento son hembras, el resto son jóvenes y niños.

—¿No hay ancianos?

—Parece que consideran la vejez como una debilidad así que deben de haberlos matados, exiliados, o simple suicidio.

—... Pareces cómodo hablando con esos términos. ¿Todo bien?

—Sí. —La respuesta fue demasiada rápida. Punitto Moe sintió una alerta en su mente de querer abrazar a su amigo y preguntarle qué estaba mal. Sin embargo estaban rodeados de los que serían subordinados y no debían de mostrar debilidad alguna.

Lo único que pudo hacer era incitar a Touch-me para que hable, y eso lo lograba con quedarse callado y mirarlo fíjamente. Lo cual, luego de unos segundos, funcionó. Touch-me contestó en susurros apenas audibles.

—... Este Mundo está corrompido al extremo. No existe una justicia igualitaria y honesta... Me estoy cuestionando si de verdad vale la pena luchar por algo como eso.

Resultó ser más complicado y personal de lo que creía. Y ya sin importar demasiado la reputación que estaban construyendo, Punitto Moe se acercó y colocó su mano izquierda con un apretón reconfortante en el hombro de Touch-me.

Si tienes el sueño de ser la personificación de la justicia, tal y como dice tu título de Supremo, no lo abandones por nada. Lucha, como lo hiciste en RL, y siempre cuenta con nosotros, tus amigos, para cumplir tus metas más retadoras. No creas que escucharte todos esos años sobre la justicia fue en vano, a algunos nos chocó muy fuerte, un claro ejemplo es Ulbert.

(RL* Real Life - Vida real. Término que utilizaron los Supremos en el extra "Prólogo" para referirse a sus vidas y trabajos)

A continuación se escuchó una risa sincera del insectoide. Llamó la atención pero eso no importó en absoluto, este momento era de ellos dos y el chiste descarado al Desastre Mundial.

Gracias.

En cualquier momento amigo. Si gustas podemos continuar en Nazarick; no creo que a Momonga-san le importe si nos tomamos un par de horas libres, es muy comprensivo y amable para eso... —Viendo que se acercaban unos cuatro semi-humanos, lo último lo dijo en voz normal y ya no susurrando, también bajó la mano y se apartó un par de pasos— Por supuesto, también está el hecho que nos quiere a los 40 como para negarnos algo tan simple como esto.

—Eso es muy cierto. —Estuvo de acuerdo. Siempre fue así desde el inicio.

Los hombres bestias que se acercaron eran un poco diferentes a sus propias razas. Uno era más alto que todos los presentes, otro era delgado como si estuviera especializado en el sigilo y la agilidad, la mujer con accesorios de calavera parecía una maga, y el último estaba utilizando ropa holgada que cubría todo su cuerpo incluyendo el rostro.

—Nosotros somos los generales a cargo de esta aldea. Que hayan podido matar a un puñado de nuestros guerreros no significa que les dejaremos hacer lo que les plazca. —Demandó el semi-humano grande con desprecio y orgullo.

—Si logran vencer a tres de nosotros... podríamos considerar aliarnos con ustedes. —Ronroneó la mujer que tenía una apariencia felina, su esbelta figura tenía la intención de servir como distracción pero eso no funcionó en ambos Supremos.

—¿Alianza? —Preguntó Punitto Moe divertido— Estás equivocada niña, nosotros hemos venido a conquistarlos. Pero si se resisten, no nos importaría matar a los opositores; después de todo, ya lo hicimos con esa gran avanzada de cien mil hombres bestias. ¿Qué es eso en comparación con esta aldea que solo tiene la mitad de fuerza?

Ofendidos por ser considerados débiles sin apoyo de números, el semi-humano grande y el semi-humano delgado gruñeron mientras sacaban sus armas y corrían hacia Punitto Moe con todas sus fuerzas. No hubo arte marcial de por medio, por lo tanto el Supremo no se movió ni un centímetro para esquivarlos.

Los ataques acertaron con fiereza en su cuerpo; un corte lateral del grande, y dos estocadas penetrantes con veneno del otro. Ninguno logró mancillar una sola hoja de su verde corporación.

Punitto Moe levantó la enredadera que tenía como mano y ese movimiento fue suficiente para hacer retroceder ambos hombres bestias. La mujer felina que miraba todo incrédula, comenzó a lanzar diversos buff a sus camaradas mientras sin éxito intentaba dar debuff a los Supremos.

Bastó un solo golpe de lado a una velocidad imposible de ver para que los dos generales semi-humanos fueran partidos a la mitad. Los cuerpos cayeron y nadie entendió qué había pasado.

[Bruma Mortal] —Una niebla de color violeta enfermizo apareció de golpe en su brazo aún extendido. Apuntó a un semi-humano y el ataque golpeó.

Al inicio no pasó nada. La semi-humana felina revisó su cuerpo con desesperación en busca de daños o síntomas, pero no halló nada. Suspiró aliviada, lista para rogar o escapar, cualquier alternativa que sea factible en su posición.

Inhaló y un dolor que nunca pensó podía existir se derramó por todo su cuerpo. Sus vías respiratorias se bloquearon, sus músculos se rompieron, los huesos se fracturaron en diferentes escalas, los intestinos se disolvieron y la carne se hinchó. Finalmente, explotó, bañando a los más cercanos de ella con su sangre.

Curiosamente, el semi-humano envuelto en capucha no se ensució en absoluto, era como si hubiera tenido o bien un campo de protección, o los esquivó con moverse de lado.

—Ya que no has atacado te dejaremos hablar. —Como si nada hubiera pasado, Punitto Moe hizo aparecer un bastón y se apoyó en el— Ten en cuenta que tus palabras serán el destino de toda esta aldea.

El hombre bestia asintió calmado, una gran hazaña. Alzó ambos brazos con lentitud para demostrar que no intentaría nada y sujetó los bordes de su capucha; seguidamente, tiró hacia arriba para poder revelarse y conversar como es debido.