Capítulo 1: Despertar

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La primera bocanada de aire quemó sus pulmones como si hubiera inspirado cenizas.

De repente, Aioria fue consciente de muchas cosas: el contacto de su piel contra la tela que cubría su cuerpo, la sequedad de su boca, el latir de su propio corazón. A su alrededor podía discernir vagamente el sonido de una conversación lejana y pasos repiqueteando sobre el suelo. Luchó por abrir los ojos, pero sus párpados parecían demasiado pesados... Un pensamiento tomó forma en su mente: estaba vivo.

El tacto de una tela siendo presionada delicadamente contra su frente terminó de despertarlo de golpe. Aioria abrió los ojos de par en par y antes de poder procesar qué estaba pasando, su mano instintivamente había salido disparada de para interceptar la fuente del contacto.

A su lado, una joven de ojos verdes y corto cabello cabello castaño, lo observaba con expresión de aterrada sorpresa. Llevaba un largo peplos* blanco y por un segundo, pareció haber estado a punto de gritar. Aioria la identificó instintivamente como una doncella.

-¿Dónde... dónde estoy? -graznó, y se sorprendió al sentir su voz ronca por el desuso.

La muchacha no le respondió. En cambio, tomó una gran bocanada de aire, compuso sus facciones y bajó la mirada hacia la muñeca de donde Aioria la mantenía agarrada para luego carraspear con educación.

Avergonzado, la soltó con cuidado y aprovechó para tomar un vistazo a su alrededor.

Se encontraba en una sala amplia de paredes de piedra y grandes ventanas que parecía haber conocido tiempos mejores. A pesar de que los acabados eran elegantes, estaban ya desgastados y una gran grieta había empezado a extenderse por el techo. La habitación estaba ocupada por camas, la mayoría de distintos modelos y tamaños, como si alguien las hubiera colocado tras un arrebato de improvisación. Algunas contaban con el privilegio de estar acompañadas por una mesita de noche y al lado de la puerta había una cómoda en la que alguien se había tomado la molestia de poner un solitario jarrón con flores frescas. Su corazón dio un vuelco al ubicar la melena rebelde y el familiar rostro de Milo en una cama cercana a la suya. Junto a él, un joven desconocido de cabellos blancos recogidos en una coleta corta y lunares en lugar de cejas lo observaba fijamente sentado sobre otra de las camas. Miles de preguntas se agolparon en su mente cuando los recuerdos acudieron a él de golpe.

La guerra contra Hades, el muro de los lamentos... ¿Qué había pasado? Aioria tenía la certeza de que habían muerto, ¿acaso Athena los había traído de vuelta? Y en ese caso, ¿qué había sucedido con el resto de los santos de oro? Instintivamente intentó buscar el cosmos de sus compañeros y con horror, se dio cuenta de otra preocupante realidad más: no podía controlar el suyo propio.

Se levantó de golpe, pero al hacerlo su visión se nubló y la habitación comenzó a dar vueltas. La joven de los ojos verdes se apresuró a sostenerlo con cuidado.

-Más vale que no os alteréis demasiado, caballero, acabáis de despertar. Vuestro cuerpo aún está débil y no os conviene agitaros - explicó esta con voz suave mientras le ayudaba a sentarse. - Mi nombre es Lena, y soy sanadora.

-Makoto -ofreció el joven desconocido, ¿se trataría de un aprendiz?- ¿Y usted?

Las palabras que abandonaron su boca se sintieron como el nombre de un extraño, pues el caballero sentía que hacía mucho tiempo que no pronunciaba su propio nombre.

-Aioria... Aioria de Leo -el nombre resultaba familiar y al mismo tiempo extraño en su propia lengua- ¿Dónde estamos?

-Nos encontramos en una de las habitaciones del templo principal. No temáis, estamos a salvo -respondió la joven cuidadosamente.

El templo principal. Tenía sentido, al fin y al cabo, a pesar de su aspecto desmejorado el estilo de la habitación concordaba con lo que Aioria había llegado a ver del templo. Lentamente exhaló aire e intentó examinar su alrededor con más cuidado. Su cuerpo estaba cubierto por una camisa y pantalones ligeros de lino que no recordaba haberse puesto. El muchacho que se había introducido como Makoto era obviamente lemuriano y era probablemente un par de años más joven que él. Llevaba puesta una chaqueta de mangas largas y aspecto liviano, que se cruzaba sobre su pecho y sujetaba con un cinto. La poca piel de su torso que quedaba visible estaba cubierta por vendajes, a pesar del aspecto juvenil que tenía su rostro. Algo acerca de su apariencia no terminaba de encajar, pero al no poder definir qué era Aioria decidió dejarlo pasar por el momento. Al echar la vista hacia atrás se sorprendió al ver el enorme corpachón de Aldebarán descansando plácidamente bajo las sábanas de una de las camas. Aioria se obligó a reenfocar su mirada en Lena, quien le ofrecía un vaso de agua que el joven tomó sin mediar palabra. Lentamente, dejó salir el aire que había estado reteniendo en el pecho.

-Entonces, ¿hemos ganado?

Sus interlocutores intercambiaron una mirada significativa.

-Así es -asintió lentamente el lemuriano.

Aioria tragó saliva. No parecía estar mintiendo, pero claramente había algo que todavía no le estaban contando. Aún así, la luz que entraba por la ventana indicaba que el eclipse no había tenido lugar, y el peso que sentía sobre los hombros comenzó a levantarse poco a poco.

El sonido de un gruñido a sus espaldas interrumpió sus pensamientos y acto seguido, la joven doncella abandonó su lado para acercarse a la fuente del ruido. En su cama, Aldebarán se revolvió inquieto, pero pareció calmarse cuando Lena posó las manos sobre su pecho. Entonces, lentamente abrió los ojos.

-¿Dónde... dónde estoy? -musitó confuso con voz enronquecida. Sus ojos se iluminaron al encontrarse con los del caballero de leo- ¡Aioria!

Este no pudo hacer más que devolverle la mirada y esbozar una sonrisa.

-Así es, amigo.

Aldebarán le devolvió la sonrisa, que prontamente fue reemplazada por un gesto de malestar.

-Agua.. necesito agua-. Gimió, y Lena se levantó inmediatamente.

La mirada de Aioria se desvió inmediatamente hacia Milo, que seguía yaciendo inconsciente sobre la cama. El joven lemuriano pareció leer la preocupación en su mirada, puesto que inmediatamente intervino.

-No os preocupéis, no creo que tarde mucho en despertarse. Ya hay varios de vuestros amigos que llegaron en las mismas condiciones y están en ya pie.

"Vuestros amigos". Un nuevo pensamiento comenzó a tomar forma en su mente: ¿Sería posible que su hermano estuviera también de vuelta? La esperanza que nació en su pecho era casi dolorosa.

Aioria volvió a incorporarse inmediatamente, sin embargo, esta vez su vista no se nubló.

-¿A quienes te refieres con "nuestros amigos?

-¿Dónde están el resto de nuestros compañeros?

Aioria y Aldebarán preguntaron inmediatamente, casi al mismo tiempo. El chico desvió su mirada hacia el rostro de la sanadora, como si buscara permiso para hablar. La respuesta que obtuvo fue una mirada fulminante por parte de la chica, así que el muchacho optó por mirar hacia una de las camas vacías y revolverse incómodo.

La molestia comenzó a crecer en Aioria. ¿Por qué no respondían a su pregunta? ¿Acaso había habido algún problema con sus compañeros? ¿Con su hermano? Pensó con aprensión.

El sonido de una queda exclamación a sus espaldas interrumpió sus cavilaciones.

-¡Oh, por Athena! -Maldijo Aldebarán.

Tal y como lo había hecho Aioria, Aldebarán había tratado de levantarse, y al igual que a él, amenazaron con abandonarle las fuerzas. Sin embargo, a diferencia del caballero de Leo, si algo caracterizaba al guardián del segundo templo era su enorme tamaño y peso, mucho más del que Lena podía manejar.

Aioria reaccionó rápido, saltando sujetar a su compañero antes de que aplastara a la pobre sanadora. Sin embargo, descubrió con espanto que su cuerpo aún débil luchaba para sostener el peso del brasileño. De pronto sintió que una fuerza lo envolvía gentilmente y el cuerpo de su amigo se sintió mucho menos pesado. Rápidamente identificó la fuerza como telequinesis, y como confirmación, Makoto les dirigió una leve sonrisa.

Tras el susto, la sanadora recompuso rápidamente su postura y suspiró.

-Dentro de unos momentos, cuando os encontréis mejor, quizás queráis salir un afuera y tomar el aire. Así podreis hablar con calma sin riesgo de despertar a vuestro compañero. Yo misma tengo que atender otros asuntos que requieren mi atención en otra parte, así que os acompañaré.

-¿Y alguien piensa explicarnos en algún momento qué está pasando?

Lena y Makoto volvieron a intercambiar una mirada de preocupación y Aioria sintió que su paciencia comenzaba a agotarse.

-Me temo que es una situación delicada, caballero -la voz de Lena se suavizó-. Y vosotros estáis aún en un estado delicado, es posible que sea mejor esperar a que os encontréis un poco mejor.

-Es complicado -añadió el lemuriano-. Pero no os preocupéis, todos vuestros compañeros están bien.

Al sentir que Aldebarán podía tenerse en pie por sí mismo, Aioria tomó una decisión.

-En ese caso, si nadie me da respuestas, tendré que buscarlas yo mismo- respondió con firmeza, dirigiéndose hacia la puerta.

-Espera un momento, Aioria -interrumpió Aldebarán. Aioria se dio la vuelta, confuso- ¿No esperarás que vaya a dejarte ir solo, verdad? Iré contigo.

Agradecido, Aioria asintió. Lena bufó desde su sitio.

-Eso es... oh, da igual. Supongo que no puedo hacer nada para impediros que salgáis, por mucho que no os convenga alteraros. Mako, por favor, quédate vigilando y avísame si hay cambios en el caballero. Volveré en un momento.

Aioria no sabía qué esperar cuando cruzó la puerta, pero aún así la escena con la que se encontró lo tomó desprevenido. Si bien la habitación no estaba en la mejores condiciones, el pasillo ante el que se encontraba estaba aún en peor estado. Paredes, suelo y techo estaban desconchados, las grietas avanzaban por doquier e incluso algunos cascotes se habían desprendido y habían caído sobre el pavimento. En comparación con su gloria pasada, el Templo Principal se presentaba como una estampa desoladora. A excasos metros, reclinados contra una pared, Dohko y Mu conversaban quedamente con una mujer alta de tez oscura. Al ver a Aioria, los rostros de ambos se iluminaron.

-¡Aioria! ¡Aldebarán! -A pesar de lo extraño que resultaba verlo rejuvenecido, la amplia sonrisa de Dohko era tan contagiosa que Aioria no pudo evitar sentir parte de su entusiasmo, y una sensación de seguridad comenzó a asentarse en su estómago. A su lado, Mu les sonrió suavemente, a pesar de que su rostro se veía inusualmente pálido.

La reacción de su compañero no se hizo esperar: Aldebarán no dudó en atraer a los tres caballeros en enorme abrazo de oso.

Por primera vez, Aioria sonrió. A pesar de que nunca antes había prodigado grandes muestras de afecto hacia sus compañeros de la orden dorada, la sensación del calor de otros seres humanos contra su piel caló en su pecho, asentando la seguridad de que por algún tipo de milagro, estaban vivos y no estaban solos. Con el rabillo del ojo pudo ver que la tímida sonrisa de Mu se ampliaba y supo que no era el único que se sentía de esa manera.

Desde la distancia, la mujer desconocida sonrió con calidez al contemplar la escena.

-Me alegra verlos despiertos, mis niños -Dohko sonrió una vez que Aldebarán los hubo soltado- Empezábamos a pensar que ibamos a estar todo el día esperándoos.

-Maestro... ¿sabéis algo de los otros? ¿Y Aioros?

-Todos hemos vuelto a la vida -aseveró-. Y tarde o temprano, todos terminarán despertando.

"Todos" pensó Aioria "incluído él".

-En ese caso, ¿dónde está el resto?

-Esa pregunta puedo contestarla yo, caballero -la sanadora, que hasta entonces había observado en silencio, exhaló antes de proseguir-. Por desgracia, el resto de vuestros compañeros se encontraban en un peor estado que el vuestro, así que dedidimos alojaros en una estancia separada. La muerte daña irremediablemente el alma, y aquellos que habían pasado un mayor tiempo fallecidos experimentarán unas mayores dificultades. Por no hablar de las anteriores resurrecciones.

Aioria sintió que se le caía el alma al piso.

-En ese caso... mi hermano... - la ansiedad se asentó en su estómago. Si bien tenía a Aioros más cerca que nunca, el destino parecía querer seguir jugando con su suerte. Lena pareció darse cuenta de su preocupación, porque con voz dulce añadió:

-Os prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que vuelva a estar en pie cuanto antes. Ahora, si no os importa, debo de marcharme para atender otros asuntos.

Aioria tragó saliva y se giró hacia sus compañeros.

-¿Vosotros llevábais mucho tiempo despiertos? ¿Shaka no debería estar con nosotros?

-Mu despertó hace un par de horas. Yo por mi parte llevo consciente desde hace un par de días. Ahora mismo estábamos conversando y poniéndonos al día, y la señorita estaba siendo tan amable de responder nuestras preguntas-. respondió Dohko, indicando con un gesto a la mujer morena a la que habían encontrado antes hablando con ellos.

La mujer, que había mantenido una distancia respetuosa del grupo de santos, ensanchó su sonrisa cuando se percató de que Aioria la estaba mirando. La joven era alta, sobrepasaba con creces al santo de Libra y estaba cercana a alcanzar al santo de Aries. Llevaba una túnica corta que dejaba ver unos brazos y piernas fuertes que eran compensados por unas agradables curvas que armonizaban su figura. Unas extrañas lineas blancas surcaban sus hombros y mejillas, y los grandes ojos ambarinos que le devolvían la mirada transmitían una sensación de franqueza y seguridad. "Amazona", pensó inmediatamente Aioria al ver su complexión, para luego reprocharse "no seas estúpido, si fuera una amazona no iría así como así sin máscara".

- Mi nombre es Thalissa. No os preocupéis por mi, yo simplemente estoy esperando a un amigo. -dijo, con un leve movimiento de mano, quitándole hierro al asunto. ¿Se trataría del chico que había estado en la habitación cuando se despertaron? Se preguntó Aioria, recordando el vendaje que había cubierto su pecho.

Aioria asintió, aunque pronto se dio cuenta de que el ahora joven maestro había ignorado parte de su pregunta. Aldebarán le dio voz a su inquietud:

-¿Y Shaka?

-A pesar de que Shaka despertó poco antes que Mu, ha decidido que en estos momentos es su deseo estar solo para poder meditar acerca de nuestra situación.

A pesar de que esa reacción se encontraba dentro de lo esperable para el caballero de virgo, Aioria no pudo evitar sentirse herido por el abandono de su compañero.

La conversación fue interrumpida por el sonido de un forcejeo proveniente de la habitación que acababan de abandonar.

Cuando irrumpieron, la escena que se encontraron no era nada más ni nada menos que a Milo sujetando al joven albino contra la pared agarrándolo del cuello, y a este último intentando justificarse alarmado.

- ¡Explícate ahora mismo, malnacido! -El rostro de Milo estaba contorsionado por la rabia, pero más allá de esta, se podía expresar la sombra del pánico en sus ojos. El muchacho, que era varias pulgadas más bajo que Milo, había llevado su mano derecha al antebrazo del caballero de escorpio y luchaba inútilmente por aflojar su agarre.

- Milo, suélta al chico ahora mismo, y con cuidado - la voz de Dohko resonó en la habitación con el tipo de firmeza que no daba cabida a protestas. Milo dudó.

Cuando la presión en su cuello se alivió, el albino se teletransportó alejándose varios metros, para luego trastabillar y caer al suelo pesadamente.

Aioria finalmente comprendió con horror por qué inicialmente la apariencia del joven le había resultado extraña. En un principio, al estar cubierto por la ropa no se había dado cuenta, pero ahora con el forcejeo, la manga izquierda de la chaqueta del joven se había deslizado por su clavícula, revelando que la totalidad de su brazo había sido amputado de raiz. Más abajo, una prótesis metálica sobresalía bajo el dobladillo de la pernera izquierda pantalón.

-Que alguien lo ayude a levantarse -ordenó Dohko, lívido. Aldebarán se apresuró a acercarse.

El joven alzó la mirada con orgullo y se rápidamente se subio la manga vacía, tapando los vendajes que cubrían el espacio donde debería haber estado el nacimiento de su hombro. Antes de que nadie pudiera llegar hasta él, se elevó levitando para luego volver a posarse en el suelo lentamente, apoyando con cuidado la pierna prostética, aunque era evidente que no estaba acostumbrada a esta y luchaba por mantener el equilibrio. La mujer, que había permanecido en la puerta hasta entonces, se acercó a él con cuidado y deslizó con suavidad su brazo tras la espalda del muchacho, que se apoyó contra ella.

El silencio cayó sobre la habitación como un cubo de agua helada.

-Yo... Yo no... -comenzó Milo, con el rostro deformado por el horror causado al darse cuenta de la condición del muchacho -¡Decidle que os lo explique! ¡Diles a ellos lo que me dijiste a mi! ¡Diles que nos ha resucitado Hades! - la rabia de Milo poco a poco fue abriendo camino a la confusión y la impotencia.

La sorpresa y la alarma tomó forma en el rostro de los caballeros presentes, a excepción del caballero de Libra, que suspiró.

-Bueno, ahora hemos llegado a la parte en la que las explicaciones se vuelven complicadas.

Los tres caballeros de oro restantes se volvieron hacia él, atónitos. Sin embargo, antes de que las temidas explicaciones llegaran, la puerta de la estancia volvió a resonar a sus espaldas. Cuando se abrió, reveló el rostro de un hombre de rebelde cabello rubio oscuro y piel bronceada. Su único ojo era de color verde, el otro había sido consumido por una quemadura que abarcaba casi la mitad de su cara. Sin embargo, eso no fue lo que más llamó la atención de Aioria, pues el hombre portaba la armadura de Leo.

La mandíbula de Aioria se descolgó.

-Ey, ¿está todo bien? Iba a entregarle unos informes a Sera, pero he escuchado jaleo y... - la voz del hombre murió al darse cuenta de las miradas que estaba recibiendo. Frente a él, Aioria gesticulaba sin poder decir palabra. Más atrás, Milo se desplomó pesadamente, sobrepasado por las emociones y el esfuerzo, siendo sujetado por Aldebarán en el último momento- Uupsie.

-¿Quién sois y por qué lleváis mi armadura? - gruñó Aioria. El desconocido inclinó la cabeza y esbozó una vaga sonrisa ladeada.

-Oh mierda, que situación más incómoda. En fin, yo tengo que entregar unos papeles antes de que mi compañera decida matarme, así que... -comenzó a divagar con incomodidad, buscando claramente una salida.

Aún en estado de shock, Aioria pudo ver cómo a lo lejos, tras las espaldas del intruso, una mujer de rostro estoico ataviada con lo que parecía ser la armadura de Capricornio cruzaba por el pasillo, abría los ojos de par en par al ver al joven desconocido plantado en la puerta y se acercaba rápidamente para luego asestar un doloroso codazo en las costillas a su compañero.

-Mis disculpas -musitó con seriedad y una breve inclinación de cabeza, al tiempo que agarraba del brazo a joven y lo arrastraba con brusquedad lejos de la habitación.

En la lejanía resonó una voz femenina claramente molesta, antes de perderse.

-Por los dioses, sabes que teníamos prohibido acercarnos a las habitaciones con las armaduras puestas ¿es que estás tonto?

Dohko se pellizcó el puente de la nariz y exhaló frustrado. Aquello iba a ser complicado.

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A lo lejos, en una habitación diferente, Saga de Géminis despertó. Al contrario que las anteriores estancias, esta parecía haber resistido frente al deterioro. La cama en la que estaba era amplia y de diseño elegante. A su lado, había una gran silla de madera y más adelante, una cómoda con elaborados remaches sobre la que colgaba un espejo.

Cuando abrió los ojos, sintió que estos le quemaban. Su garganta se sentía como papel de lija y su cuerpo se sentía débil y extraño. La aprensión inundó su cuerpo al identificar la ya conocida sensación de haber sido revivido.

Sin embargo, esta vez la situación parecía bastante diferente. A su lado, sobre una mesita de noche, alguien había dejado había un vaso de agua y en el suelo había unas pantuflas para evitarle la molestia de caminar descalzo. Pero por encima de todo, Saga conocía lo suficientemente bien el templo principal para identificar que se encontraba en una de sus habitaciones, aunque esta pareciera ligeramente distinta de cómo la recordaba.

En aquellos momentos, era importante no dejarse llevar por la confusión ni actuar de forma impulsiva. Saga tomó el vaso de agua y bebió con cuidado. Frente a él, la gran puerta caoba de la habitación permanecía cerrada, pero la brisa entraba en la habitación desde un ventanal lateral que él sabía que daba a un pequeño balcón.

Lentamente, Saga inspeccionó su propio cuerpo. En él encontró las ya conocidas cicatrices que habían adornado su cuerpo durante años, acompañadas de algunas nuevas que recordaban a las heridas que había sufrido durante su asalto al santuario en la guerra contra hades. Los surcos de sus manos eran idénticos, los lunares se encontraban en el mismo sitio. Pero había algo más: podía sentir en su cuerpo una sensación de solidez que no había experimentado la última vez que fue levantado por Hades. La sequedad de su garganta, su respiración, la forma en la que su estómago vacío había reaccionado al entrar en contacto con el agua... todo se sentía más real.

Consciente de la debilidad de sus músculos, se incorporó poco a poco y se levantó cuidadosamente, se calzó las zapatillas y buscó a su alrededor en busca de algo o alguien que pudiera darle una pista acerca de qué estaba pasando. Cuando su mirada topó con el espejo, la desvió inmediatamente, evitando su propio reflejo. Entonces, algo llamó su atención. La imagen que alcanzaba a ver del exterior parecía, de alguna forma, diferente.

Siguiendo su instinto, se acercó al balcón y la imagen que contempló lo dejó completamente helado. El paisaje que observaba se trataba del santuario de Atenea, pero uno totalmente destrozado. Casi todos los templos parecían haber sido dañados en mayor o menor medida, solamente algunos de los más cercanos al templo principal parecían más o menos inmunes a los desperfectos. De Virgo para abajo, todos habían sido derribados a excepción de Aries, que se mantenía parcialmente en pie. Donde había estado Leo, ahora había un crater. Para completar la escena, ni siquiera el cielo parecía ser el mismo que Saga había conocido. A pesar de que estaba despejado, tenía una ligera tonalidad amarillenta que resultaba casi antinatural y en el aire flotaba un ligero olor a químico. Definitivamente ese no era el santuario que Saga había abandonado tras su incursión en la guerra contra Hades. En conjunto, la escena apenas parecía real.

- Me alegro de ver que has despertado. Tenía ganas de conocerte, Saga de Géminis.

Un hombre con menos control habría respingado, pero Saga se obligó a mirar a su izquierda sin mostrar reflejo alguno de su sorpresa. Apoyada contra una esquina del balcón que había quedado oculta previamente por la perspectiva de la habitación, había una atractiva mujer rubia de cabello corto, ataviada con un largo chitón blanco. La mujer le dedicó una sonrisa asimétrica, y Saga se dio cuenta de que, casi imperceptible bajo el pintalabios, tenía una pequeña cicatriz cerca de la comisura de la boca que tiraba de esta hacia arriba. Otra cicatriz adornaba su pómulo. Su mirada era inteligente y el caballero de géminis pudo ver claramente que estaba siendo analizado. Instintivamente, intentó elevar su cosmo, pero este no le respondió.

-¿Qué es esto? -Saga eligió las palabras cuidadosamente, pero su voz era comandante.

-El santuario de Athena -respondió la mujer con presteza. Había algo en su postura y la confianza que la envolvía, que hacían que Saga supiera que la mujer que tenía delante no se trataba de una simple doncella. La palabra hetaira surcó su mente por un breve instante, pero la descartó tan rápido como vino.

-Eso ya lo sé. Mi pregunta es por qué se encuentra así -respondió Saga con gelidez.

¿Se trataba aquello de una ilusión? ¿De alguna ridícula forma que los dioses habían ideado para jugar con su cabeza? ¿Estaba viviendo acaso otra realidad?

En lugar de responderle, la mujer sacó un paquete de cigarrillos de una marca para él desconocida y se lo ofreció.

-¿Fumas?

El tren de pensamiento de Saga se detuvo.

-¿Esto te parece gracioso? - preguntó con acidez.

La mujer arqueó una ceja.

-La verdad es que no, pero de normal las alucinaciones y la gente que intenta matarte no suele ofrecer cigarrillos- la mirada de la mujer se suavizó con algo similar a la compasión. Saga tensó la mandíbula con incomodidad, ¿acaso era tan fácil de leer?-. Además, hazme caso, dentro de un rato vas a querer uno.

Con parsimonia, sacó un cigarrillo y colocó la caja sobre la barandilla, al alcance de Saga.

-Además, tu pregunta requiere una respuesta bastante complicada. ¿Por dónde quieres que empiece?

-¿Quién eres? -la voz de Saga no admitía protestas, aún así, la sonrisa de la mujer simplemente se ensanchó.

-Oh, veo que estamos acostumbrados a dar órdenes. Mi nombre es Sera, y puesto que soy una sanadora bastante decente, estaba echandote un ojo. De todos modos, lo mio era provisional, a quien tendrías que darle las gracias por tu bienestar y el de tus compañeros es a Lena, la líder del escuadrón de Sanadores

Al escuchar la mención de sus camaradas, el corazón de Saga dio un vuelco, pero no permitió que eso se reflejara en su rostro. ¿Así que escuadrón de sanadores? Sin ninguna duda, nada similar había existido cuando él estaba vivo. Una idea empezó a labrarse en su mente.

-¿Dónde están mis compañeros?

-Descansando, la mayoría de ellos. Otros ya se han despertado. No te preocupes, están siendo atendidos lo mejor que podemos, dadas las circunstancias.

Las circunstancias parecían ser el estado de casi total destrucción del santuario. Saga suspiró.

-¿Y podría ir a verlos, si quisiera?

-No sería recomendable. Aún os estáis recuperando, y a ti particularmente no te recomiendo que te esfuerces demasiado -La respuesta de la mujer fue calculada, y Saga pudo leer entre lineas. Técnicamente, no se lo estaba prohibiendo, pero había algo en su entonación que le hacía sentir que no sería tan fácil como levantarse y salir por la puerta.

Saga rechinó los dientes y esgrimió su siguiente pregunta:

Bien. En ese caso, supongo que podrás responder mi siguiente pregunta. ¿Qué ha pasado en esta Guerra Santa?

Saga pudo observar con satisfacción que, tal y como había previsto, la cuestión tomó a la mujer por sorpresa y pudo ver en sus ojos que había acertado. Después de todo, pocas cosas más podrían haber dejado el santuario en tal estado de destrucción. Sin embargo, la sorpresa dio lugar casi inmediatamente a una expresión de diversión, casi como si la pregunta de Saga le hubiera complacido.

-Bueno. Te alegrará saber que hemos ganado- respondió. Sin embargo, había un deje de amargura en su voz.

-No puedo decir que me conmueva excesivamente la victoria de una guerra que no sabía que existía hasta hace menos de dos minutos. - Aún así, era un alivio saber que no se encontraban en un peligro inminente. No solamente eso, también descartó en su mente la idea de que habían sido levantados para pelear contra un dios de nuevo. Eso cerraba varias posibilidades, pero abría otras nuevas.

Rápidamente, Saga barajó sus opciones. Esta no parecía ser la misma guerra que ellos habían librado, así que o bien estaban en una dimensión alternativa, o bien habían despertado tras el siguiente ciclo en el futuro. O quizás algún dios loco había decidido irrumpir su sueño eterno para divertirse a su costa. Tal vez fueran los pequeños detalles, tal vez fuera su conocimiento íntimo del santuario y del funcionamiento de las dimensiones, pero su instinto le decía que se trataba de la segunda opción.

-Entonces, ¿han pasado doscientos años? -No era su estilo dejarse llevar por corazonadas, pero decidió arriesgarse. Hasta ahora, sus deducciones habían sido acertadas.

-No -Por primera vez, el rostro de la mujer se cubrió de seriedad. Saga se sobresaltó, ¿acaso se había equivocado? Pero antes de poder seguir cuestionándose, esta prosiguió-. han pasado ochenta y cinco años. Ochenta y seis, si quieres ser preciso.

¿Ochenta y seis? Saga frunció el ceño. Deberían haber pasado como mínimo doscientos. ¿Se trataría de la guerra contra algún otro dios?

-¿Qué otra cosa hay que pueda causar tal destrucción en el santuario excepto la guerra santa contra Hades? -La otra posibilidad, Ares, hacía que se le revolviera el estómago.

-Oh, de hecho estás en lo cierto. Nuestro enemigo en la guerra fue Hades -Con el rostro sombrío, la mujer sacó un mechero y encendió su cigarrillo.

La confusión de Saga aumentó.

-Se suponía que debían de pasar al menos doscientos años -dijo, apretando los dientes.

-Ah sí, verás -La mujer desvió su mirada hacia el espectáculo de destrucción que tenían enfrente y tomó una honda calada-. Algo debilitó el sello de Athena antes de tiempo. Probablemente sea porque los dioses están muriendo.

A Saga se le cortó la respiración.

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El resumen del capítulo:

- Aioria, tranquilízate.

- No me he estado tranquilo un solo día en mi vida, y no voy a empezar ahora.

- Milo, por favor ¿no se te puede dejar solo cinco minutos?

- En mi defensa, diré que con nuestro historial no es sano mencionarle a un santo dorado que lo ha resucitado Hades así como así. Además, estaba sin supervisión adulta.

- Saga, ¿quieres un cigarro?

- La cajetilla entera me va a hacer falta.

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Tanto el chiton como el peplos eran tipos de vestimentas griegas para mujeres.

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Hola, es la primera vez que escribo algo medianamente en serio, así que vuestros comentarios/follows lo son todo para mi. Espero que os guste o que como mínimo os entretenga. Aprecio todo tipo de críticas constructivas.

Un abrazo.