¡Hola! Si por algún casual estabas esperando por esta actualización, lo siento muchísimo. Estos meses han sido una locura a muchos niveles, entre otras cosas, porque me fui de viaje (yuju). Con suerte, ahora que mi vida se está estabilizando de nuevo, volveré a publicar una vez al mes tal y como hacía antes. Lo que sí tengo clarísimo es que este proyecto es mi bebé y no pienso dejarlo a medias.
Ahora sí, el capítulo. Perdón por la espera y gracias por la paciencia.
Advertencias: el lenguaje florido del caballero de cáncer y descripciones de secuelas propias del transtorno de estrés post traumático. Referenias a violencia típica del canon.
Conversaciones
Afrodita despertó sintiendo un agudo pinchazo en el pecho. Otra vez. Cuando la consciencia empezó a asomar tras sus ojos, se incorporó rápidamente con una bocanada que hizo que el dolor de su pecho se ahondara todavía más.
-Tranquilo, pececito, está todo bien -Le tranquilizó la voz áspera de Ángelo. El hombre estaba sentado en una silla a la derecha de su cama, y a juzgar por su aspecto, debía haber pasado un buen rato esperando en ella.
Afrodita luchó por calmar su respiración. Al mirar a su alrededor se dio cuenta de que estaba de vuelta en el templo de Piscis. Los recuerdos de lo que había sucedido antes de que perdiera la consciencia volvieron a él en una serie de flashes. Alarmado, bajó la mirada hacia su torso, donde antes había estado el puño del caballero de Géminis. Sin embargo, ante todo pronóstico, parecía estar intacto. Confuso, dirigió una mirada alarmada hacia su amigo en busca de respuestas.
-Tranquilo. La sanadora que te atendió dijo que no era nada más que un susto -dijo con una calidez que muchos habría juzgado impropia de él.
Afrodita exhaló lentamente. Había una parte de él que había temido el haber muerto otra vez.
-¿Qué pasó despues... después de que yo me desmayara? -consiguió preguntar mientras se sentaba. El rostro sorprendido de Saga parpadeó un momento en su mente. Antes de tener que pedirlo, Ángelo ya le estaba ofreciendo un vaso de agua.
-Bueno, para empezar que ese hijo de la gran puta te soltó. Luego lo agarraron entre su compañero y Saga, por si se le volvían a cruzar los cables, y yo te subí en brazos en busca de una sanadora. Una vez quedó claro que ibas a estar bien, tuvimos audiencia con La Matriarca. Personalmente, no pensé que fuera a pasar nada, pero por lo que me dijeron han mandado a ese tío fuera del santuario un par de días, así que de momento no tendrás que preocuparte por él.
Afrodita agachó la cabeza. Estar a punto de morir de nuevo tras apenas haber resucitado era algo que podía agriar las esperanzas de cualquiera, y las suyas no habían estado precisamente altas ya para empezar. El ser consciente, dada su soledad, de que probablemente al único al que le habría importado su muerte era a Ángelo, tampoco ayudaba a mejorar el asunto. Al menos, como mínimo Saga había intentado intervenir, lo cuál era una mejora respecto a la forma en la que lo había ignorado el primer día.
Siendo sincero consigo mismo, tampoco habría debido esperar otra cosa. El hombre a quien había sido leal durante todos aquellos años había sido en realidad Ares, no Saga. Para el caballero de Géminis debía de ser, con mucha suerte, un extraño, a pesar de que Afrodita durante muchos años hubiera creído lo contrario. Era una realidad que haría bien en recordar si no quería pecar de iluso.
-¿Puedes andar? -la voz del italiano lo obligó a dejar de lado su espiral de autocompasión. Intentó levantarse con cuidado y se dio cuenta de que, efectivamente, al margen del dolor en el pecho que iba desapareciendo poco a poco, parecía encontrarse perfectamente bien. Afrodita asintió en silencio.
-Bien, porque mientras tú jugabas a ser La Bella Durmiente, yo he averiguado cómo se enciende el televisor. O lo que usan ellos como televisor, mejor dicho. Así que vete moviéndote hacia el salón, porque yo no pienso llevarte más en brazos -dijo el italiano incorporándose.
-¿Ángelo? -musitó Afrodita, confuso.
-Qué -respondió este, volteándose para mirarlo apoyado perezosamente desde el marco de la puerta- No te lo tomes a mal pero te ves horrible. Bueno, horrible para ser tú, que estás en otro plano distinto al del resto de los mortales. Estoy seguro que si te esfuerzas un poco todavía puedes hacer que cualquier doncella moje las bragas si le guiñas un ojo -bufó con sarcasmo, pero luego su rostro volvió a tornarse serio-. No creo que te venga mal distraerte.
El televisor, a falta de otro nombre, estaba compuesto por una pequeña placa plana y negra que al encenderse proyectaba una pantalla de luz. El sofá de la casa de Piscis era lo suficientemente amplio como para que ambos cupiesen de sobra, pero aún así Ángelo palmeó el espacio contiguo al suyo. Tras dudarlo un momento, Afrodita se sentó con cuidado dejando un pequeño espacio entre ambos. Ángelo bufó.
-No me vengas con gilipolleces con lo del veneno, Dita. Si tu cercanía fuera a matarme, lo habría hecho hace mucho tiempo. Ahora dejate de chorradas y ven aquí -dijo pasando un brazo por encima de sus hombros.
No muchas personas, por muchos motivos, se atreverían a ser así de cariñosos con el caballero de Piscis. La sangre venenosa era simplemente la primera razón de la lista. Aún así, a Ángelo eso nunca había parecido importarle en absoluto. Por suerte o por desgracia, tanto su propia integridad como los comentarios de la gente, siempre le habían dado igual.
-No es solo la sangre y lo sabes -protestó débilmente.
-Tampoco tengo pensado chuparte la cara o dejar que me escupas en la boca. Ahora calla, que creo que esta vez he conseguido sintonizar algo decente.
En ocasiones muy contadas, Afrodita daba gracias a los dioses por su amistad con Ángelo. Aún así, jamás se lo diría a la cara, porque sabía que si lo hacía, el italiano se pondría absolutamente insoportable.
-Me han dicho que Taro ha perdido una pierna.
-¿Una pierna?
- Dioses, se suponía que después de la guerra santa podríais descansar y centraros en reconstruir el santuario. No es justo que el caballero de Hidra haya sobrevivido a todo..., a todo eso para terminar así ahora.
-Ya sé que no es justo, Lena, pero ¿qué le hacemos? Es lo que hay.
-De momento lo que vamos a hacer es tranquilizarnos. Con suerte, acabaremos con esto pronto y podremos centrarnos en seguir adelante. No tiene por qué morir nadie.
-De los nuestros, al menos.
Aldebarán apenas se había asomado a la cocina en busca de una cena ligera cuando tres pares de ojos lo dejaron clavado en la puerta.
Los jóvenes guardianes de Aries y Tauro, junto con Lena conversaban en voz baja reunidos en torno a una gran tetera. La alegría burbujeante de la tarde en la playa se había evaporado tras recibir la noticia del regreso de los caballeros malheridos. Ahora, la preocupación flotaba en la sala e incluso la propia luz de la lámpara parecía haber perdido su calidez.
-Me alegra ver que te encuentras mejor -dijo tentativamente, mirando a la joven sanadora. Tras el reposo había recuperado el color en las mejillas y las ojeras habían desaparecido de su rostro. Ahora había cambiado la túnica por ropas de civil y colgado de una de las sillas de la cocina había una pequeña mochila de cuero- ¿ya estás pensando en irte?
Lena dirigió una breve mirada hacia los otros jóvenes y negó silenciosamente.
-Había planeado irme cuanto antes, pero... tengo turno en el hospital de Athena mañana por la mañana. Ir a Rhodorio para después volver es un poco laborioso. Aunque es ese el motivo por el que me quedo -finalizó con seriedad al tiempo que dejaba cuidadosamente sobre la repisa la taza que había estado sosteniendo.
Desde la conversación de la noche anterior, Aldebarán había tenido la sensación de que la joven era cercana a los guardianes del primer y segundo templo, cosa que lo sorprendía porque por lo general los caballeros dorados no solían juntarse en demasía con doncellas ni sanadores. Quizás esta había terminado uniéndose a su hermana cuando esta se reunía con el resto de dorados en su tiempo libre, mientras la Matriarca era todavía la amazona de sagitario.
-Habíamos pasado en aprovechar una última noche juntos. Se supone que la reunión la tendremos mañana por la mañana, así que... yo qué sé. Supongo que ninguno quiere estar solo ahora mismo -añadió Makoto encogiéndose de hombros. Había un deje de frustración en su voz. Aldebarán no podía culparlo. Apenas habían tenido tiempo de reponerse de la anterior Guerra Santa. Un nuevo enemigo, por lejano que pareciera, representaba una nueva amenaza.
-Vamos a ver una película esta noche, ¿te quieres apuntar? -la voz de la amazona de Tauro lo distrajo. Una toalla reposaba sobre sus hombros, a modo de capa aislante contra su cabello todavía húmedo. Los rizos que solía tener apresados por su usual trenza ahora enmarcaban su rostro.
A pesar de que la idea de relajarse en un momento como aquel iba en contra de su instinto como caballero, no encontró ninguna buena razón para negarse.
-Está bien -aceptó. Su mente voló formando la imagen de su amigo, sólo en la herrería, y sintió un nudo en la garganta. Aún así, teniendo en cuenta la tendencia reclusiva que había mostrado el ariano los últimos días, estaba prácticamente seguro de que no estaría por la labor de unirse. La preocupación debió de mostrarse en su rostro, porque la amazona de Tauro lo interceptó rápidamente.
-¿Qué pasa?
-Oh. Nada, en serio -trató de sonreir, pero la mujer no pareció convencida en absoluto. Ante la insistencia de su mirada, Aldebarán terminó rindiéndose-. Estaba pensando que debería bajar a avisar a Mu.
-Oh, en ese caso puedo hacerlo yo. Pensaba bajar ahora, le prometí que hablaría con él acerca de la reparación de la armadura en cuanto saliera de la ducha.
-Hmm -dudó. La curiosidad se asomó en los rostros de sus interlocutores, que lo miraron en busca de una explicación-. Mu puede ser un poco... terco. Ni siquiera creo que aceptara aunque se lo pidiera yo, así que no te lo tomes a mal si se niega -intentó bromear.
-Oh, no te preocupes. Se me da bien convencer a la gente -respondió la joven con optimismo. Makoto arqueó las cejas pero no dijo nada, sino que clavó la mirada en su taza de té. Lena se mordió el labio.
-Entonces qué, ¿vamos haciendo palomitas? O mejor dicho, vais -intervino Makoto una vez Thalissa hubo abandonado la sala-. Lo bueno de estar manco es que ahora tengo la excusa perfecta para mangonear a los demás, ja -añadió despreocupadamente. Tanto Aldebarán como Lena respingaron con incomodidad. La chica se giró hacia él y señaló a la caja misteriosa empotrada en la pared que brillaba enunciaba la hora con una tenue luz azul.
-¿Necesitas ayuda con el microondas? -preguntó la chica con amabilidad.
-Por favor -sonrió él -todavía no termino de pillarle el truco a eso de los cacharros "táctiles".
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La noticia de la llegada del grupo de exploradores había recorrido el Santuario tal y como lo hace cualquier noticia medianamente jugosa en aquellos parajes consagrados a Atena: con la gracia y sutileza del fuego en un polvorín.
Era ya media tarde cuando Mu había sentido la noticia a través de su cosmos y luego, calándose lentamente en sus huesos. Había dado las gracias telepáticamente al viejo maestro por comunicarle las novedades y luego se había retirado de nuevo en silencio a la forja.
Apenas una hora antes había terminado de arreglar la armadura de Tauro mientras casi todos sus compañeros estaban, según Makoto, en la playa divirtiéndose. Había suspirado, había agradecido al chico por su ayuda y se había retirado a darse una buena ducha, porque por mucho que amara trabajar en la forja lo cierto era que el calor terminaba pasando factura. Estaba saliendo del baño cuando había escuchado el barullo y las risas que anunciaban el regreso de sus compañeros y poco después habían entrado Aldebarán y Thalissa en la parte habitable del templo. Apenas minutos después, había sentido el mensaje de Dohko.
Ahora, se encontraba observando la armadura de Tauro en silencio mientras intentaba procesar las noticias. En el fondo, desde que despertaron había sabido que la paz que los rodeaba era algo temporal, sin embargo había dejado ese pensamiento guardado en un pequeño cajón de su mente mientras trataba de gestionar las circunstancias en las que se encontraba.
Cuando escuchó la puerta de la herrería abrirse suspiró y cambió su expresión por una de neutralidad que ocultaba sus preocupaciones.
-¿Me habías llamado? -preguntó la amazona de Tauro con una sonrisa cálida que no terminaba de llegarle a los ojos. El olor a champú que desprendía su cabello húmedo delataba que acababa de salir de la ducha. Ella también estaba al tanto de lo sucedido, se dio cuenta Mu.
-Sí -Afirmó con seriedad-. He terminado de trabajar en la armadura de Tauro y me gustaría que te la probaras en caso de que sea necesario realizar algún ajuste extra.
-Mejor ahora que tenemos tiempo, claro -añadió ella casualmente. Mu asintió en silencio.
La amazona elevó suavemente su cosmos, llamando a la armadura. Mu se tomó un momento para analizarlo. Su cosmos era cálido y sólido, con una fuerte esencia terrenal. Si tuviera que compararlo con algo, sería con la sensación de pisar la tierra caliente por el sol de medio día.
Al elevarse reverberó en una sintonía perfecta con la armadura, que envolvió su cuerpo como un guante.
Esta vez, la sonrisa que esbozó Thalissa iluminó su rostro.
-Es perfecta -dijo con calidez-. Veo que has cambiado los remaches, es preciosa -añadió con la mirada clavada en una de las hombreras donde podía apreciarse fácilmente su trabajo.
-Es tradición que cada artesano le de su propio toque a cada armadura que arregle. No me atrevía a cambiar demasiado el diseño del joven Aries, así que me centré en los adornos -respondió, alzando los ojos para poder encontrar la mirada de la amazona. Thalissa de por sí era alta, apenas un centímetro o dos más baja que él, y con la diferencia que suponía el tacón de la armadura recortaba la distancia e incluso la superaba.
La amazona de Tauro resultaba una visión imponente. A diferencia de Rhea, cuyo porte elegante la hacía parecer el caballero de una ilustración de un cuento de hadas; con su constitución y feroz seguridad, Thalissa podría haber sido felizmente la reina de las mitológicas amazonas.
Una vez más, la mujer volvió a elevar su cosmos y la armadura se desprendió de su cuerpo para volver a su forma de reposo.
-Muchas gracias -dijo acariciando con suavidad los remaches - ¿Hay algo más que te quede por hacer en la herrería?
-No realmente -respondió con cuidado- ¿Por?
-Entonces espero a que termines de recoger y subimos juntos -ofreció la mujer con una sonrisa. Mu parpadeó.
-Es muy amable por tu parte -respondió tras un instante.
El acceso a la herrería daba al exterior del templo, no al interior, por lo que tenían que dar un pequeño rodeo hasta la entrada de Aries.
Al salir, Mu se sorprendió al darse cuenta de que ya era de noche. Las estrellas, inmutables, le recibieron como viejas amigas e internamente sintió el alivio de ver que algunas cosas no cambiarían nunca. La amazona de Tauro debió leer su mente al seguir su mirada.
-A mitad de mi entrenamiento me fui a África junto a mi maestro. Cuando volví, las estrellas eran lo único que me recordaba a ese lugar, así que salía por las noches a verlas -compartió con una sonrisa nostálgica-. Es una suerte que el Santuario sea uno de los pocos lugares en los que la contaminación lumínica no ha afectado demasiado.
Mu se tomó un momento para considerar las palabras.
-Lo comprendo. Cuando regresé al Santuario me sucedió algo similar -confesó.
Era una noche agradable, pensó. Las asfixiantes temperaturas habían bajado lo suficiente como para que el clima siguiera siendo cálido, pero no de una forma abrumadora, y una agradable corriente recorría el santuario. La brisa transportó consigo el olor del champú de la joven, algo suave y definitivamente frutal. Cuando sintió el peso de una palma cálida sobre el bícep se detuvo al pie de la escalinata, sorprendido. Thalissa le sonrió y señaló hacia el techo del templo.
-¿Ves la parte del techo del templo que está justo frente a la cúpula? -preguntó. Mu frunció el ceño.
-No, el ángulo no permite verlo desde aquí ¿Por? -respondió. Ella rió con suavidad y dejó caer la mano junto al costado, dejando la sensación del fantasma del calor en su brazo allí donde había estado.
-Por eso, es un punto ciego. El ángulo no permite verlo ni desde las escalinatas, ni mucho menos desde la colina que lleva al templo. En cambio la cúpula lo tapa si intentas mirar desde arriba -explicó Thalissa, y su expresión tomó un cariz travieso-. En algún punto, Zeki y Mako se dieron cuenta de que solía salir por las noches, así que se autoinvitaron a unirse para hacerme compañía. Cuando éramos adolescentes, solíamos coger una manta y nos subíamos ahí arriba para ver las estrellas. Sobre todo en verano, que hay lluvia de estrellas -tal y como cualquier persona que hubiera hablado con Milo durante más de diez minutos, Mu no se hacía ilusiones respecto al tipo de actividades que realizaban los caballeros de oro en su tiempo libre durante la adolescencia. En comparación con otras opciones, la astronomía parecía un hobbie realmente inocente-. La verdad es que no sé cómo se le ocurrió a Zeki la idea de subirnos ahí, para empezar. Pero ahora que lo pienso, creo que iba un poco borracho -...O quizás, no tanto.
Thalissa se mordió el labio y sonrió, como una niña pillada haciendo una travesura. Con un poco de imaginación era fácil hacerse una idea de cómo habría sido de adolescente, rebelde y llena de vida. Makoto todavía presentaba la sombra de la adolescencia en las mejillas, sobre todo en la forma en la que aparecían hoyuelos en estas cuando sonreía. Sin embargo, aquello no hacía más que contrastar con la mirada perdida de aquel que ha visto demasiadas, que aparecía en su rostro cuando creía que nadie más le veía. Mu no había visto al caballero de Géminis excepto de pasada, pero compartía el talente frío y arrogante con el caballero de su generación. Por un momento trató de imaginarlo riendo con sus amigos, pero falló estrepitosamente.
-¿Alguna vez has hecho algo parecido?
-Por desgracia, el clima de Jamir no invita a tumbarse a la intemperie por la noche. Pero sí me gusta la astronomía, y solía salir a ver las estrellas de vez en cuando -respondió educadamente. Allí donde muchos otros tenían recuerdos alegres propios de la adolescencia, sus memorias de los años previos a la llegada de Kiki eran un borrón de días interminables que parecían fundirse unos con otros.
-¿Echabas mucho de menos el Santuario? -Mu encajó la pregunta con toda la elegancia que fue capaz.
¿Cómo le explicas a alguien la desolación abrumadora de casi una década en soledad? O mejor dicho, ¿cómo la ocultas?
-En cierta forma -respondió, apartando la mirada. Thalissa entrecerró los ojos y Mu supo que la chica era consciente de su maniobra, pero no dijo nada.
-Esta noche Mako y yo hemos propuesto ver una película todos juntos. Hemos convencido a Alde y a Lena para que se apunten, ¿querrías unirte? -preguntó cambiando de tema casualmente.
Las experiencias de Mu con el séptimo arte habían sido limitadas, y la imagen difusa de aquella vez que Aioros consiguió convencer a Shion de que le permitiera llevar a los santos más jóvenes a un pequeño cine de barrio en la ciudad más cercana a ver una película de animación cuyo argumento apenas recordaba parpadeó en su mente. Era un recuerdo agridulce, que se había mantenido oculto en un rincón de su mente tras la muerte de su maestro.
-Me temo que, dadas las noticias recientes, he de declinar el ofrecimiento -rechazó educadamente, mientras se disponía a retomar el trayecto. Sin embargo, Thalissa no se movió.
-Sera ha anunciado que mañana por la mañana habrá una reunión. No sabemos cómo de grave sea el asunto con el que hayan tenido que lidiar los exploradores, así que es posible que esta noche sea el último instante de paz que tengamos. ¿No crees que, con más razón que nunca, deberías unirte esta vez? -preguntó con dulzura. Mu tragó saliva.
-Somos caballeros dorados. Ahora mismo sería frívolo permitirnos este tipo de entretenimiento -respondió, casi en piloto automático.
-Por mucho que queramos olvidarlo, los caballeros de oro también somos seres humanos. Necesitamos momentos de diversión, de apoyo. Necesitamos conexiones. Si olvidamos eso, estamos destinados a rompernos -contraatacó la chica con firmeza, clavando en él su mirada ambarina.
-¿Es por eso que tomaste la iniciativa de llevarlos a todos a la playa? -preguntó. No había acritud en sus palabras.
-Sí.
Mu suspiró. Thalissa no poseía la energía desbordante e impulsiva de Aioria o Milo, pero no parecía estar dispuesta a retirarse como lo habría hecho Aldebarán, demasiado gentil para insistir. Sin embargo, él tampoco estaba dispuesto a ceder.
-Mucho me temo que, por desgracia, no sé demasiado acerca de conexiones -respondió desviando la mirada y reanudando su subida a Aries, pensando en la incómoda distancia que lo separaba del resto de sus compañeros.
-Es posible que no te conozca lo suficiente -empezó Thalissa lentamente-. Pero sí que conocí a Kiki y sé que eso que dices no es verdad.
El nombre de su antiguo alumno flotó en el aire hasta quitarle el aire que quedaba en sus pulmones, y así se quedó a mitad de la escalinata, paralizado. Cientos de respuestas cruzaron su mente, pero ninguna parecía lo suficientemente creíble.
Mu inspiró, tratando de calmar sus pensamientos.
¿A quién estaba intentando engañar? ¿Por qué había pasado realmente los últimos días intentando aislarse?
Porque no sentía que perteneciera junto al resto de ellos. Tras la muerte de Shion había huido del Santuario y los había abandonado en una situación terrible, a pesar de que en aquel momento no hubiera encontrado otra alternativa. Había pasado años sin relacionarse con ninguno de ellos, a excepción de Aldebarán y Dohko. Ahora se encontraba en un mundo extraño tras haber perdido al único miembro de su familia que le quedaba, y su respuesta ante todo esto había sido aislarse y refugiarse en su trabajo, porque era lo que se había visto obligado a hacer durante toda su vida.
Puede que no fuera la solución ideal, pero era conocida. En ocasiones, había un tipo especial de tristeza que se volvía tan familiar que llegaba a ser reconfortante.
Cuando Thalissa acortó la distancia hasta él, su expresión se había suavizado .
-Oye, Aldebarán lleva varios días preocupado por ti, sobre todo desde que dijiste que estabas considerando volver a Jamir -dijo mirándolo directamente a los ojos.
Un pinchazo de culpa surcó una vez más su pecho.
-Es... complicado -admitió, exhalando lentamente.
-Estas cosas siempre lo son, pero por algún sitio hay que empezar. De momento, te vienes con nosotros -zanjó, tomándolo con suavidad de la muñeca y reanudando el camino hacia Aries antes de que pudiera siquiera empezar a procesar qué estaba pasando.
...
-¿No crees que están tardando mucho? -preguntó Lena. Dos grandes boles de palomitas reposaban sobre la encimera. Makoto se encogió de hombros.
-Nah. Es Tali. Dale cinco minutos y aparecerá por aquí con el pobre hombre.
-¿A qué te refieres con "el pobre"? -inquirió Aldebarán con preocupación.
-A que Thalissa es algo así como el movimiento de las placas tectónicas. Ella va tranquila, pero imparable. No es una fuerza que puedas detener -explicó el lemuriano mientras se llevaba una palomita a la boca-. Ugh. Le falta sal -añadió arrugando el gesto y extendiendo la mano para hacer levital hacia él un salero. Aldebarán negó con la cabeza.
-Créeme, conozco bien lo que significa insistirle a Mu. No sirve de nada -suspiró. Durante los muchos años que había pasado Mu en Jamir, Aldebarán le había insistido incontables veces para que regresara al Santuario, al principio preocupado por los efectos que podía tener la soledad en su amigo y al final cada vez más asustado ante la perspectiva de que que el Patriarca decidiera declararlo como traidor. Aún así, Mu se había mantenido firme en su negativa y cada vez que había intentado insistir, su amigo simplemente se había retraído aún más. Al final, había dejado de intentar hacerlo cambiar de opinión en pos de conservar su amistad.
El chico arqueo las cejas y parecía estar a punto de responderle cuando la puerta al salón se abrió. Tras ella apareció la amazona de Tauro arrastrando de la muñeca a un Mu que lucía bastante perdido y hasta cierto punto, confuso.
-Él también se une -anunció la chica alegremente. A su lado, su amigo le dirigió una mirada de cordero degollado.
-Es fascinante cómo siempre lo consigue, no sé cómo lo hace -dijo Lena tomando un sorbo de su vaso. Había cambiado el té por refresco.
-El truco está en aprovechar cuando tienen la guardia baja -dejó caer Thalissa desde el otro extremo del salón sin ningún rastro de vergüenza.
La noche había estado realmente bien. Al ser nada más y nada menos que cinco personas, en lugar de utilizar el sofá los chicos habían extendido una alfombra mullida y habían repartido cojines por el suelo. Habían apagado las luces del salón y en su lugar, habían dejado encendida una guirnalda de lucecitas que brillaban tenuamente colgadas en la pared trasera y en la cuál no había reparado hasta entonces. Mientras terminaban de preparar la cena y buscaban la película, una música armoniosa y con tintes electrónicos había invadido la sala y Aldebarán se había visto tentado a dejarse llevar por el ritmo.
En general, el ambiente se había sentido cálido y familiar. Era sencillo relajarse y reir, sumergirse en la película que se había proyectado en lo que según él era una ilusión y de acuerdo a los chicos, una pantalla holográfica. Thalissa y Makoto se habían acurrucado junto a Lena, y Mu se había sentado en un cojín a su lado.
Cuando se había acomodado al lado suyo, le había dirigido una mirada arrepentida en forma de silenciosa disculpa. Aldebarán simplemente le había sonreído con calidez, asegurándole que todo estaba bien. Al fin y al cabo, si se hubiera tomado de forma personal las tendencias de reclusión del ariano, haría ya mucho tiempo que su amistad se habría terminado. Después de tantos años, había cosas que no hacía falta decir.
Sin embargo, ni siquiera la calidez de la sala podía protegerlos totalmente de la tensión imperante. Aunque no dijeran nada, Aldebarán podía sentir la preocupación de los chicos en la forma en la que se aferraban el uno al otro, como si así pudieran protegerse mutuamente del peligro que les acechaba.
-¿Tienes un momento? -las palabras de Mu tras cerrar suavemente la puerta del cuarto que compartían no le pillaron exactamente por sorpresa.
-¿Esta noche no te vas a dormir pronto? -preguntó, divertido. La expresión de culpabilidad de su amigo le hizo reir por lo bajo -dime.
-Quiero que sepas que lamento mi actitud de estos días y que si en algún momento me he mostrado distante, en ningún caso ha sido por tu culpa. No era mi intención causar que te preocuparas por mi. pero si así ha sido, lo siento -respondió Mu con la vista clavada en el suelo.
-Mu -tras un momento, Aldebarán respondió posando la palma de su mano en el hombro de su compañero-, eres mi amigo, ni más ni menos. Eso significa que me preocupo por ti. A estas alturas, no tienes que preocuparte porque me moleste contigo por algo tan nimio como esto -finalizó con una suave palmadita. El otro hombre suspiró aliviado.
Satisfecho, Aldebarán se dio la vuelta y se dispuso a cambiarse por las ropas que había estado usando las últimas semanas como pijama. Makoto le había pedido como favor a uno de los caballeros de plata que se acercara a Rhodorio para conseguir algo de ropa de su talla y el chándal que usaba para dormir le quedaba satisfactoriamente holgado. A sus espaldas escuchó el crujido de la ropa de su amigo al cambiarse, pues si bien Aldebarán había abandonado el pudor hacía muchos años tras una vida entrenando entre hombres, Mu tenía preferencia por mantener una cierta privacidad. Estaba a punto de meterse en el enorme sofá cama que habían habilitado para él cuando la voz de su amigo le sorpendió.
-Aldebarán, ¿puedo hacerte una pregunta? -Mu estaba sentado al borde de la cama, con el rostro serio.
-Claro, dime -respondió frunciendo el ceño, pues no era propio de su amigo dudar antes de preguntar algo. Aldebarán se sentó en el sofá cama, frente al otro hombre, preparado para escuchar.
-¿Por qué nunca me preguntaste por qué no te con té que sabía que el Patriarca era un impostor? -fuera lo que fuera que él hubiera estado esperando, no era eso.
Por un momento se quedó boquiabierto, pero después se llevó la mano a la nuca, pensando en cómo responder a la pregunta.
-No puedo decir que no me lo preguntara. Pero tampoco quería presionarte. Después de que los chicos de bronce aparecieran por el Santuario tuvimos que prepararnos para la guerra contra Hades y los ánimos siempre estaban tensos. Parecía que nunca había un momento adecuado y al final se hizo demasiado tarde. Pero ahora que lo mencionas, me gustaría saberlo, si tú quieres decírmelo, claro.
Mu suspiró, y durante unos momentos,se mantuvo en silencio, con la vista clavada en el suelo. Finalmente, alzó la vista
-Si te soy sincero, quise decírtelo muchas veces. Especialmente cuando me pedías que volviera al Santuario o cuando me sentía solo en Jamir, pero siempre pensé que no podía permitirme ponerte en peligro de esa manera. En el mejor de los casos, no me creerías, me acusarías de traidor y ahí habría terminado nuestra amistad.
-¿En el mejor de los casos? -exclamó Aldebarán, apunto de levantarse del sofá de pura sorpresa. Mu abrió la boca, dispuesto a responder, pero volvió a cerrarla. Después de tragar saliva, negó con suavidad.
-Si me hubieras creído, ¿qué habrías hecho? ¿Huir del santuario y convertirte en un traidor? ¿O plantar cara al impostor? De ambas maneras, habrías terminado muerto. Nadie más nos habría escuchado, a excepción de quizás Aioria. Yo... yo de verdad pensé que no había nada más que nosotros pudiéramos hacer, a excepción de esperar por la aparición de la verdadera Athena -confesó bajando la cabeza- Y aún así... ahora me pregunto si pude haber hecho más. Auizás fui un cobarde, quizás os condené a todos, pero en ese momento te prometo que pensé que era la mejor opción -finalizó con pesar.
La gente solía preguntarse dónde estaba en Mu el fuego que solía caracterizar a los Aries. La mayor parte del tiempo este permanecía oculto tras su eterna paciencia y sonrisa amable, pero en ese momento no era difícil ver las brasas de su frustración.
-Mu -empezó Aldebarán, una vez consiguió hacer que la avalancha de información dejara de dar vueltas en torno a su cabeza-. Eso ya da igual. Puede que te equivocaras, puede que no, pero lo cierto es que todos pudimos haber hecho más de lo que hicimos. Pero eso ya queda atrás y lo que importa ahora es que tenemos una nueva oportunidad. Tenemos que aprovecharla.
-Aún así. Es complicado mirar a Aioria a la cara sabiendo que pasó trece años pensando que su propio hermano era un traidor pudiéndolo haber evitado -añadió con pesar.
-Aioria ha dejado bien claro a quienes echa la culpa de toda esa situación y tú no estás entre esas personas -respondió.
Aldebarán suspiró. La cama de Mu cruijó cuando el gigante brasileño se sentó junto a él en el borde, sin embargo gracias a algún dios compasivo, el somier no cedió bajo su peso. Aldebarán pasó el brazo por los hombros de su amigo y por un momento este pareció quedarse paralizado, pero luego suspiró y reaccionó pasando su propio brazo por la espalda del otro.
-Me alegro de que hayas decidido contarme todo esto -sonrió Aldebarán una vez lo hubo soltado- Dime, ¿qué te ha hecho salir de tu caparazón? No es que me queje, pero no esperaba un cambio tan radical.
Mu titubeó.
-La amazona de Tauro es una mujer de... argumentos firmes, supongo. Pero también es realmente perceptiva.
-Ya, es una chica con carácter -rió Aldebarán-. Quién sabe, quizás la próxima vez yo también tendré que probar a arrastrarte del brazo.
Mu arrugó la nariz.
-Por favor, abstente de ello -respondió con consternación.
Las carcajadas de Aldebarán al ver su rostro compungido se perdieron en la noche.
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Considerando todos los factores, entre ellos, que había madrugado para nada, Shura había sido realmente educado con el santo de plata que había aparecido aquella mañana en el templo de Acuario para comunicarles que la reunión sería aplazada, como mínimo, hasta el día siguiente.
El hombre, que parecía poseer a partes iguales masa muscular y una aguda tendencia a la ansiedad, se había encogido ante su mirada seria al darle la noticia. A pesar de todo, Shura simplemente había suspirado y le había dado las gracias por la información.
"Todo" era, entre otras cosas, el ataque a los santos de plata y el despertar de Aioros. Si bien mientras la situación del arquero era desconocida la culpa lo había carcomido, ahora que estaba despierto Shura no tenía ni la más remota idea de qué iba a hacer cuando, inevitablemente, coincidiera con él. Cuando se adentró en la cocina para comunicar la noticia, vio un destello de alivio seguido por culpa en los ojos de Saga y supo instantáneamente que el caballero de Géminis estaba en la misma situación que él. Camus en cambio se limitó a tomar un sorbo desapasionado de su taza de café.
-En cierto modo, imagino que es una buena noticia -comentó casualmente, depositando con suavidad la porcelana sobre la mesa. Al no obtener respuesta de sus interlocutores, aclaró -. Si se tratara de un peligro inminente, nos habrían llamado ya a todos.
Saga se limitó a asentir y volvió a desviar su mirada hacia su propio café con leche. Ausente, añadió una cucharada de azúcar y removió, perdiendo su vista en la espiral que se formó.
No había pasado mucho tiempo cuando el inconfundible cosmos de Ángelo se anunció en la entrada del templo. Cuando se hizo evidente que el caballero de Cáncer no tenía intenciones de entrar, Shura intercambió una mirada con sus compañeros. Saga había relatado, si bien de forma bastante escueta, que había tenido un encontronazo reciente con el susodicho y Camus apenas había cruzado media palabra con él ni en vida, ni tras su resurrección. Ninguno de los dos parecía dispuesto a levantarse.
-Joder -masculló en español mientras se incorporaba, otra vez, en dirección a la puerta.
-Hombre, dichosos los ojos -el rostro de Máscara le esperaba a la entrada del tiempo, adornado por su usual sonrisa sarcástica.
-Ángelo -saludó Shura con sequedad- ¿Necesitas algo?
El italiano arqueó las cejas.
-Vaya, ¿tengo necesariamente que necesitar algo para bajar a saludar, Shura? Quién sabe, hace tiempo que no hablamos. Quizás sólo he venido a ver cómo estás. Ya sabes, eso que tú no has hecho después de que atacaran a Dita.
Probablemente, dado su humor de perros, otra persona con menos autocontrol ya le habría cerrado la puerta en la cara al italiano. Desafortunadamente, Shura se consideraba un hombre razonable y no sólo eso, sino que también existía una parte culpable de su cerebro que sabía que Ángelo tenía al menos una pizca de razón.
-Saga dijo que Afrodita estaba bien -se defendió.
-Ah, ¿sí? Bueno, menos mal. Seguro que agradecerá tu preocupación -respondió Ángelo con sarcasmo.
Shura no había sido un hombre amistoso en vida. Tras la muerte de Aioros, se había encerrado en el entrenamiento y en su devoción como caballero, y nunca se había permitido volver a crear un vínculo tan fuerte con nadie. Tal vez porque, tras el dolor de su supuesta traición, no se sintiera capaz de volver a acercarse a otra persona o tal vez porque, inconscientemente, supiera que no se lo merecía.
Aún así, la cercanía en edad y la breve época en la que fueron los únicos caballeros de oro que habían quedado en el Santuario mientras el resto de sus compañeros se iban fuera a entrenar, los había encerrado en una situación de proximidad involuntaria que había evolucionado en una suerte de compañerismo. Al menos, hasta que Ángelo había desarrollado el desagradable hobbie de decorar su templo con los rostros de sus víctimas y Shura había decidido que no se sentía cómodo en su compañía.
Afrodita había sido harina de otro costal. Si bien no podía decir que fueran amigos del alma, el caballero de Piscis había sido un buen compañero en vida y siempre había existido entre ellos un fuerte respeto mutuo. O eso había pensado hasta que había descubierto que el muy bastardo había ayudado a encubrir a Ares.
Shura suspiró.
-¿Hay algo en lo que pueda ayudaros? -preguntó, esta vez con la voz calmada, mientras se pasaba la mano por el cabello. No se le daban bien ese tipo de cosas.
-Pues para empezar, ¿tienes idea de qué coño está pasando? Ayer nos avisaron por la noche de que hoy había reunión y ahora la posponen hasta mañana. ¿De qué va esto?
Shura frunció el ceño.
-Hubo un ataque. ¿No os habéis enterado? -respondió, para luego reprenderse mentalmente por lo estúpido de su pregunta.
La sorpresa pintó el rostro de Ángelo.
-Pues no, nadie ha considerado oportuno hablarnos de ello -le espetó. Lo cierto era que los últimos días había estado demasiado consumido por sus propios problemas como para pararse a pensar en el estado de aislamiento de los caballeros de Cáncer y Piscis.
Shura contó mentalmente hasta tres.
-Comprendo -dijo, tomando aire-. Bien, ¿quieres que suba a Piscis y os ponga al tanto de la situación? -ofreció, haciendo acopio de lo que quedaba de su sanidad mental tras aquellos días de locos.
Milagrosamente, Ángelo pareció quedarse sin palabras, al menos durante unos segundos.
-Eh. Bueno, supongo que si te ofreces -respondió sorprendido por la oferta del español-. No esperaba tanta generosidad -añadió, en un último arrebato de inspiración.
-Perfecto, vamos. ¿No se supone que es eso lo que quieres? ¿Que vaya a ver a Dita y os cuente lo que está pasando? -dijo, cruzándose de brazos.
-Eh, sí, supongo -Ángelo todavía parecía descolocado.
Puede que Shura todavía guardara un mínimo aprecio por los caballeros de Cáncer y Piscis. Eso no significaba que, dadas sus actuales circunstancias, no estuviera hasta las narices de los modales de Ángelo.
-Genial -finalizó, volviéndose para cerrar la puerta de Acuario de un portazo -Pues empieza a moverte.
Cuando Afrodita le abrió la puerta de las estancias de Piscis, sorprendido y ojeroso, un pinchazo de culpabilidad volvió a atravesarlo. El remordimiento era un sentimiento con el que se estaba volviendo íntimamente familiar tras haber revivido. El sueco se veía aún más pálido de lo normal y sus rizos habían sido apresados rápidamente mediante una coleta improvisada. Aún así, se veía mejor de lo que cualquiera de los otros dos podía aspirar incluso tras horas delante de un espejo.
-Afrodita. Me alegra ver que estás bien -dijo con formalidad. El rubio se limitó a asentir en silencio y a apartarse para dejarlo pasar.
-No esperaba que decidieras subir -dijo, mientras Shura se adentraba en el salón. "Yo tampoco" pensó para sí.
-Alguien tiene que poneros al día de lo sucedido -aclaró.
-Sí, pero supongo que podrías habérselo explicado rápido a Ángelo. ¿Tan complicada es la situación? -preguntó Afrodita ladeando la cabeza. No había acritud en sus palabras, sino que parecía genuinamente curioso.
Molesto, Shura tuvo que admitir para sus adentros que el sueco tenía razón.
-¿Prefieres que me vaya? -respondió, sonando más a la defensiva de lo que había pretendido.
-Por supuesto que no, Shura. Me alegro de verte, eso es todo -dijo Afrodita con suavidad.
-Ya. Bien, yo también me alegro de verte -carraspeó con torpeza.
-¿Quieres algo? ¿café?
-No, gracias. Acabo de desayunar.
Y además, poco haría una segunda taza de café por sus ya maltratados nervios.
-Yo sí, Dita. Con leche y dos azucarillos, como siempre.
Ambos dirigieron la vista hacia el italiano, que se había mantenido en un inusual silencio hasta entonces.
-Ángelo, que tú vives aquí. Puedes hacerte el café solito -suspiró Afrodita.
-De verdad que hieres mis sentimientos, pececito.
Shura y Afrodita intercambiaron una mirada de cansancio que hizo sentir al español que volvían a tener dieciséis años.
-¿Entonces tú sabes el motivo de la reunión? -preguntó Afrodita, ignorando las quejas de su amigo sin esfuerzo.
-Ayer regresó un grupo de exploradores malheridos. Por lo que vi, habían santos de plata entre ellos, así que lo que sea que los dejara así, tuvo que ser fuerte.
Afrodita frunció el ceño y una delicada arruga surcó su pálida frente. Shura casi podía escuchar los engranajes de su cerebro haciendo ruido.
-Se me hace curioso que habiendo salido hace apenas una semanas de una guerra santa, el Santuario pueda permitirse el lujo de mandar exploradores -dijo al final-. Cualquiera pensaría que ahora mismo, la prioridad sería destinar todos los recursos posibles para reconstruir los templos y fortalecernos de nuevo lo antes posible. ¿Sabes cuándo partieron?
-Anteayer -respondió tras unos segundos, después de hurgar en sus recuerdos de la conversación del día anterior. Casi todo había opacado por la memoria del regreso de Aioros.
-¿Y fueron atacados tras tan sólo un día fuera? Entonces es imposible que se trate de una casualidad -Afrodita podía ser un bastardo retorcido, pero la gente tendía a olvidar que también era inteligente. No por nada había sido uno de los pocos que habían descubierto que Shion había sido asesinado-. O bien quien esté al cargo es imbécil, o bien encontraron exactamente lo que estaban buscando.
-Si lo que quieres decir es que estamos a punto de tener jarana, las llevamos claras -intervino Ángelo, reapareciendo de la cocina portando un plato con un sandwich-. Si un grupo de platas no puede con cualquiera que sea el problema, la mierda va a venir a nosotros, los caballeros de oro. Y no sé cómo estarán las demás, pero por lo que vimos, la armadura de Piscis estaba inservible.
Shura tragó saliva, recordando la conversación que había mantenido hacía apenas un par de días durante la cena en Capricornio.
-Por lo que me han dicho, casi todas las armaduras de oro están rotas y no han podido repararlas hasta ahora.
Ángelo y Afrodita intercambiaron una mirada de preocupación. El italiano silbó.
-Bueno, pues ya puede Mu darse prisa reparándolas. De lo contrario, estamos bien jodidos.
.
.
-¿Vas a reparar ya mi armadura? -preguntó Milo entusiasmado, apartando una serie de papeles para hacerse un hueco y sentarse encima de una de las mesas de la forja. Se había sorprendido cuando había sentido el cosmos del lemuriano llamándolo, pero la noticia lo había animado considerablemente. Echaba de menos a Escorpio.
-La armadura de Escorpio es una de las que ha resultado menos dañadas y por tanto, una de las más sencillas de reparar. Dado que urge la prisa, he pensado en empezar con ella -explicó Mu con calma, mientras extendía una serie de herramientas sobre la mesa.
-Pero eso no quita que voy a ser el primero de los nuestros en volver a usar mi armadura. La verdad, la echo de menos. Es como... parte de mi, ¿sabes?
Mu le dirigió una sonrisa discreta y asintió. Hablar con el herrero resultaba mucho más sencillo de lo que Milo había esperado en un principio. Al fin y al cabo, él ya estaba acostumbrado al silencio de sus conversaciones con Camus.
-Entiendo que le tenías bastante cariño -sonrió Mu con suavidad.
-Entonces, ¿hago el sacrificio de sangre ahora? Cuanto antes mejor, ¿no? -dijo Milo, elevando su cosmos tentativamente para sacar a Antares y fracasar en el intento. A pesar de que su cosmos no era tan débil como los primeros días, todavía no se había estabilizado por completo- A ver, ¿dónde está la armadura?
-¡Milo! La amazona de Tauro ya dio su sangre esta mañana. No hace falta que te cortes -lo detuvo Mu alarmado.
-¿Cómo? ¿Y la dejaste hacerlo? Permitir que una señorita sacrifique su sangre para arreglar mi armadura nos deja en un muy mal lugar, Mu. Es muy poco caballeroso por nuestra parte -respondió Milo ofendido.
-Mu me permitió dar mi sangre porque yo se lo pedí -la voz de la amazona de Tauro resonó en la herrería. Cuando Milo desvió su vista hacia ella, la mujer portaba su armadura dorada. El caballero de Escorpio no pudo evitar abrir los ojos con asombro. Definitivamente, Mu había hecho un buen trabajo-. Si tú pierdes tal cantidad de sangre, estarás afectado al menos un día. Para mi, es sólo un cortecito, así que Mu y yo hemos llegado a un acuerdo -dijo, dirigiendo una sonrisa al aludido. Este asintió con seriedad.
-Ya veo que estás perfectamente. Si alguien me hubiera dicho anteriormente que la armadura de Tauro le iba a sentar a su portador así de bien, me habría comido la mía propia antes que creerle -respondió con una sonrisa pícara. Al otro lado de la habitación, pudo escuchar a Mu suspirar. Thalissa simplemente ignoró su comentario y se dirigió al lemuriano.
-Sólo quería pasarme a decirte que estaré de guardia en los terrenos de entrenamiento, cerca del primer templo, hasta que Rhea vuelva. Cuando termines con Escorpio, puedes llamarme en caso de que quieras continuar con otra armadura -sonrió.
Mu le devolvió la sonrisa con timidez, pero desvió la vista inmediatamente para clavarla en la armadura de Escorpio, que reposaba encima de una de las mesas.
-Oh. Capricornio. Sentí su cosmos atravesando el templo a toda prisa esta mañana -dijo Milo frunciendo el ceño.
-Espero que pronto podamos tener noticias suyas.
-Con Rhea, eso puedes darlo por sentado -zanjó Thalissa. No había rastro de duda en su voz-. En fin, caballeros, espero que tengáis un buen día, yo debo retirarme -se despidió la mujer antes de desaparecer por la puerta.
Milo silbó por lo bajo al verla marchar.
-Ahora que lo pienso, si no necesitas mi sangre, ¿por qué querías que bajara?
-Bueno, realmente no te pedí que bajaras. Sólo quería comunicarte que iba a empezar la reparación de Escorpio, no esperaba que fueras a atravesar los ocho templos en tan sólo diez minutos. Pero me alegra tener compañía mientras trabajo.
Por un momento, Milo abrió la boca para quejarse por haber bajado en vano, pero la cerró inmediatamente. Por mucho que la reparación de armaduras le pareciera un proceso largo y aburrido, ahora que su compañero parecía haberse decidido a socializar un poco más, tampoco quería desanimarlo.
-Bueno, ya que estoy aquí, supongo que no hará daño reponer el aliento -se decidió a responder.
La armadura de Escorpio, efectivamente, había sido una de las más afortunadas. Una de las hombreras estaba completamente rota y tenía bastantes cortes y arañazos, pero por lo demás, parecía relativamente intacta. A pesar de los daños, Milo podía apreciar que la forma de los adornos y remaches había cambiado.
-Oh. Parece... distinta.
-Si quieres, en cuanto tenga un poco más de tiempo, puedo dejarla exactamente igual que antes -ofreció Mu con amabilidad.
-Sí, por favor. No es que no se vea bien ahora, pero no es mi armadura, ¿entiendes? O sea, sí lo es y siempre lo será, pero no es como estoy acostumbrado a verla. ¿Me explico?
-Comprendo. De todos modos, me gustaría que sepas que aunque ahora se vea distinta, sigue siendo la misma y se alegra bastante de volver a verte.
Milo abrió los ojos con ilusión.
-¿Se alegra de verme? ¡Ja! Sabía que me tenía cariño.
Mu rió por lo bajo.
-Las armaduras están vivas y tienen voluntad. Pueden apreciar o despreciar a su portador -dijo, recordando la incomodidad que había sentido provenir de la armadura de Cáncer la última vez que había puesto sus manos en ella, poco después de la muerte de su caballero correspondiente.
-¿Y tú puedes sentirlo? -preguntó Milo con curiosidad.
-Sí. También tienen innumerables historias. La de Escorpio es bastante habladora -sonrió el herrero.
-Ahora entiendo que te guste tanto reparar armaduras. Quiero decir, yo no podría hacerlo, solamente de imaginarme pasar un día entero centrado en esos detalles... quita, parece demasiado complicado. No tengo la paciencia suficiente.
-¿De veras? -dijo Mu con un brillo divertido en los ojos-. Nadie lo diría.
-¿Estás bromeando conmigo? Cielos, jamás pensé que llegaría este día -Por un momento, el lemuriano se quedó callado, buscando las palabras para responder-. No era un reproche -se apresuró a añadir Milo.
-Lo sé. Me temo que no hemos tenido demasiadas oportunidades para hablar en el pasado. Espero que esta vez, eso pueda cambiar.
-Bah, no te preocupes por eso. Al fin y al cabo, morir juntos une mucho. Pero aún así, creo que esta vez realmente todos tendremos la oportunidad de forjar lazos -respondió Milo. Por su mente pasó el rencor de Aioria, el silencio de Camus, la fría distancia de Shaka, el aislamiento autoimpuesto de los caballeros que habían fingido traicionar a Athena por pura devoción a esta-. O eso quiero pensar -añadió tragando saliva.
Entre sus propios problemas y las nuevas amenazas, parecía que iban a tener que atravesar bastantes obstáculos si realmente querían aprovechar aquella nueva oportunidad. Pero aún así, Milo estaba decidido a sacarle partido.
.
.
Era casi media día cuando Shura se decidió a abandonar finalmente el templo de Piscis. Hablar con Afrodita y Ángelo era, contra todo pronóstico, mucho más sencillo de lo que había vaticinado y no estaba seguro de qué decía eso de él. Quizás no eran tan distintos como en un princpio podría haber pensado. Ellos también compartían con él una desagradable mancha en el historial, así que eran los últimos que estaban dispuestos a juzgarlo, y además estando con ellos podía ignorar, al menos momentáneamente, su preocupación con respecto a su situación con Aioros.
Estaba despidiéndose en la puerta del templo cuando pudo sentir anunciándose el cosmos inconfundible del viejo maestro. Los tres se quedaron congelados en el sitio, como si el mero hecho de pestañear fuera a causar que Dohko se materializase entre ellos instantáneamente. Demasiado tarde, Shura recordó la conversación que habían mantenido el día anterior y la promesa del hombre de acercarse a hablar con ellos.
¿De qué tenía miedo? Por algún motivo, la perspectiva de enfrentarse al viejo maestro le hacía sentir de nuevo como un niño que había sido pillado haciendo una travesura y esperaba ser castigado. Quizás, porque Dohko siempre había sido un caballero ejemplar, superviviente de una Guerra Santa. Hablar con él era como mirar un espejo que reflejaba aquello que se suponía que debían haber sido ellos ¿Cómo verlo y explicarle que, simplemente, no habían estado a la altura?
Sin embargo, daba igual que no se sintiera preparado: el caballero de Libra ya se acercaba por las escaleras.
-Buenas tardes. Me alegro de ver que ya estáis en las puertas de Piscis, así os será mucho más fácil bajar a Acuario -saludó el chino, jovial.
Detrás suyo, Ángelo y Afrodita parecían haberse quedado completamente paralizados. El caballero de Piscis dejó escapar un sonido ahogado.
-¿A... Acuario? -tartamudeó Afrodita.
-Exactamente. Reconocerás el templo porque es justo el que tenéis abajo. Imagino que después de tantos años subiendo y bajando estas escaleras, estaréis más que familiarizados, ¿eh?
-Por supuesto -respondió el sueco, casi en trance.
-Perfecto, entonces imagino que nada os impide bajar ahora. No os preocupéis, Saga y Camus están ya sobre aviso. Solo vamos a tener una charla amena los seis.
Saga y Camus estaban, efectivamente, esperándoles en la entrada del templo de Acuario. El francés se las había arreglado para mantener su aura de fría educación habitual y Saga esgrimía su eterno aire de elegancia, pero aún así, Shura habría jurado que el griego habría preferido comer limones antes que enfrentarse al viejo maestro junto a Ángelo y Afrodita.
-Bueno chicos, me alegro de veros por fin a todos juntos -comenzó Dohko una vez los hubo reunido, como si se tratara de un reencuentro de viejos amigos en torno a la mesa de un bar. El chino parecía ajeno al aura de incomodidad que reinaba en la sala: Saga parecía determinado a mirar a todos lados excepto a Ángelo y Afrodita, y estos dos tenían pinta de querer que se los tragara la tierra.
-¿Hay algo que quisiera comunicarnos, maestro? -preguntó Saga. Directo al grano, pensó Shura.
-No hace falta que me llames maestro. Al fin y al cabo, a vosotros nunca os enseñé gran cosa -sonrió Dohko, para luego tomar aire-. Chicos, he intentado daros estos primeros días como cortesía para que podáis adaptaros. Estamos en un mundo nuevo, la situación es una locura y entiendo que hay mucho en lo que pensar. Pero ya está bien de aislarse del resto.
-¿Perdón? -inquirió Saga, con una ceja arqueada. El resto de caballeros intercambiaron miradas incómodas. Quizás el miedo de Shura a ser sermoneado como un aprendiz inquieto no había ido tan mal encaminado.
-¿Oh? Es curioso, porque creo que se me ha escuchado perfectamente. Digo que ya es hora de que salgáis de los templos en los que os habéis encerrado y empecéis a relacionaros con el resto de caballeros. No creáis que no sé de dónde viene esto, pero si es respecto a lo ocurrido durante la guerra contra Hades, no tenéis nada respecto a lo que avergonzaros. Hicisteis lo que tuvisteis que hacer, ni más ni menos, y el resto de vuestros compañeros son lo suficientemente maduros como para entender eso.
Un silencio incómodo invadió la habitación.
-¿Y si el problema va más allá de lo sucedido durante la guerra contra Hades? -se escuchó decir, y Shura se sorprendió al ver que las palabras habían salido de su boca.
El resto de miradas se clavaron en él, y pudo ver que varios de sus compañeros estaban pensando exactamente lo mismo.
-Pues tarde o temprano vais a tener que enfrentarlo. ¿Qué os creéis, que encerrándoos aquí arregláis algo?
Llegados a ese punto de la conversación, Camus había congelado sus facciones en una expresión tan neutral que cualquiera habría dicho que estaba al borde de la parálisis facial. Ángelo, por el contrario, era dolorosamente expresivo ante cada comentario y Afrodita, por su parte, había dominado el arte de mirar a cualquier punto excepto las caras de sus compañeros.
-Me temo que no es tan sencillo, maestro -intervino Saga. La acritud había terminado por filtrarse en sus palabras. Dohko se volvió hacia él.
-¿Y yo he dicho que lo sea? Ahora mismo estamos todos en una situación complicada. Hemos despertado en un mundo nuevo en el que los dioses están muriendo, rodeados de desconocidos. Los únicos que pueden entender realmente por lo que estáis pasando son vuestros compañeros.
-Creo que se olvida de que eso no depende únicamente de nosotros -las palabras de Afrodita cortaron el aire. Ángelo silbó por lo bajo y Shura no pudo menos que agradecerle internamente por decir lo que él también estaba pensando. Impertérrito, Dohko clavó en él la mirada y el sueco se apresuró a desviarla.
-Y precisamente por eso tengo pensado hablar con el resto de los chicos. Ahora mismo no podemos permitirnos el lujo de estar separados, y menos cuando no sabemos qué puede suceder después.
-¿Y luego qué, nos dirá que nos pidamos disculpas y nos demos todos un gran abrazo? -soltó Ángelo. Dohko se volvió hacia él.
-Bueno, la verdad es que no lo había pensado, pero me parece una gran idea. Ya que lo has sugerido, deberías empezar tú -respondió sin perder un segundo. La expresión irónica de Ángelo se borró inmediatamente de su cara.
-Era sarcasmo -musitó, pálido.
-¿Oh? En ese caso, deberías haberlo dicho antes. A mis años no siempre pillo las bromas y ya casi estaba a punto de salir corriendo al templo más cercano -finalizó Dohko con una sonrisa satisfecha. Tras más de doscientos años, el antiguo maestro estaba demasiado curtido como para dejarse tomar el pelo. No era una coincidencia que Shiryu hubiera mostrado una rectitud y obediencia hacia él casi perfecta, porque cuando uno convivía bajo la tutela de Dohko, terminaba aprendiendo lo que le convenía rápidamente por su propio bien.
-Apreciamos mucho su consejo, Dohko, y le prometo que meditaremos sobre ello -intervino Camus con prontitud. Shura no creía estar imaginando el brillo de pavor que había percibido durante un instante en los ojos del francés ante la mera mención de un imaginario abrazo grupal.
-Eso espero. Confío en que todos tenéis la madurez suficiente como para salir adelante. Y ahora, si me lo permitís, hay un par de compañeros vuestros que todavía tienen cuatro cosas que escuchar. Aunque antes que nada, Saga, hay algo que querría hablar contigo. En privado.
Shura no se permitió exhalar de alivio al ver a Dohko marchar a la parte exterior del templo junto a Saga. Todavía no.
-Bueno, en pro de nuestro recién hallado espíritu fraternal, ¿alguien quiere una copita? -escuchó decir a Ángelo.
-¿Acaso llevas contigo una botella de licor escondida? -preguntó Camus arqueando una ceja.
-Oh no, yo no. Pero esperaba que algo tuvierais en Acuario.
La expresión de Camus no cambió.
-Encontramos varias botellas de Ginebra y Whiskey en el templo de Piscis que parecían bastante caras. Subiré a por ellas -suspiró Afrodita-. Si os parece correcto, claro -añadió con un matiz de duda en su voz.
Shura dirigió una mirada significativa a Camus. El ofrecimiento era una bandera blanca ondeando en el horizonte, una oferta de una tregua. Quizás, aunque fuera únicamente por la nostalgia de su antigua camaradería, quería aceptarla.
-Creo que vi en la despensa un bote de olivas aliñadas que aún estaba por estrenar. Serían un buen acompañamiento -terció el francés con elegancia. El rostro de Afrodita se tiñó de alivio, pero en seguida se repuso.
-Perfecto, volveré en seguida.
Ángelo, por su parte, se había tomado la libertad de empezar a explorar el salón de Acuario.
-La verdad es que no está nada mal. El templo de Piscis es elegante, pero creo que este se acerca más a mi estilo... ¡Oh, y tenéis ceniceros! Llevo desde que despertamos queriendo uno, he tenido que usar una de las tazas del templo y cada vez que Dita me ve, se sube por las paredes... Y claro, ya de tirar cenizas en su amado jardín, ni hablemos...
Camus le dirigió una mirada escéptica, que dentro de su inexpresividad transmitía a la perfección el mensaje "explícame-por-qué-tengo-que-soportar-esto". Shura, muy a su pesar, sonrió por primera vez en días.
-Miralo por el lado positivo. Es mejor que el abrazo grupal.
Saga bajó las escaleras hacia Libra en el silencio propio de un condenado acercándose al cadalso. En Capricornio encontraron al caballero de Leo, guardando la puerta portando su armadura. Cuando cruzaron, apenas hizo una señal de reconocimiento y volvió inmediatamente a centrar su atención en las escaleras frente a él. Desde que lo había conocido, Saga jamás lo había visto tan serio.
Escorpio, para su alivio, estaba vacío.
Y finalmente, Libra.
-Bueno, supongo que ya imaginarás de qué quiero hablar contigo -empezó Dohko. Saga simplemente asintió con la cabeza-. Tus compañeros me contaron lo sucedido después de que los caballeros de Bronce llegaran al Santuario. Por otro lado, hace ya muchísimos años, Shion contactó conmigo antes de su muerte para decirme que estaba preocupado por ti, que sentía había algo que iba mal -Saga apretó los puños. No estaba seguro de si saber que Shion se había preocupado por él lo suficientemente como para contactar con Dohko le aliviaba o le hacía sentir más culpable. Quizás fueran ambas a la vez-. Pero no quiero ni la versión de tus compañeros, ni la de Shion. Quiero saber tu versión de lo que pasó.
Saga tomó aire y se obligó a sí mismo a relajar sus manos.
-No sé qué quiere que le diga -musitó entre dientes.
Era verdad. Ni siquiera él, en ocasiones, estaba seguro de cómo todo había terminado torciéndose tan rápido.
-Bueno, para empezar, quiero que me digas cómo empezó todo. Creo que puedo hacerme una idea, pero estaría bien escucharlo de ti. Por ejemplo, ¿fue antes o después de lo de Cabo Sunion?
Escuchar las palabras "Cabo Sunion" fueron un golpe directo en la boca de su estómago. A duras penas, Saga se obligó a responder.
-Después -dijo entre dientes. En aquel entonces había cometido el error de intentado ahogar a Kanon, cuando lo que realmente quería había sido matar una parte de sí mismo. Dohko asintió, pero no dijo nada, animándolo a hablar. No había juicio en su mirada-. Ares me poseyó después -dijo, y se dio cuenta de que era la primera vez que decía en voz alta lo que le había pasado. Antes de seguir hablando, tuvo que tragar saliva para evitar que las palabras salieran temblorosas de su boca -. Pero empezó a acercarse a mi desde antes.
-Comprendo -dijo Dohko, volviendo a asentir- ¿Qué edad tenías?
Saga frunció el ceño ante la pregunta, pues estaba seguro de que el chino era capaz de contar lo suficientemente bien como para saber exactamente qué edad tenía entonces. Aún así, no protestó.
-Dieciocho -dijo, y por primera vez fue consciente de lo joven que había sido en aquel entonces.
-Dieciocho -repitió Dohko. Las náuseas estaban empezando a ocupar el estómago de Saga-. Y dime una cosa, por curiosidad, el día que te poseyó, ¿fue él quien vino a ti o lo llamaste tú?
-Él se acercó. Pero yo le permití entrar -admitió con pesadez, esperando el rechazo del otro ante sus palabras. Sin embargo Dohko volvió a asentir con tranquilidad, como si hubiera estado esperando exactamente esa respuesta.
-El veneno sólo entra donde es bienvenido -suspiró el chino, casi para sí. Los recuerdos de aquel fatídico día surcaron su mente en una serie de flashes y tuvo que contener las ganas de vomitar.
El vacío horrible de su pecho tras sentenciar a una muerte casi segura a su propio hermano, la sensación nauseabunda del cosmos más retorcido que había podido llegar a sentir en su corta vida invadiendo su cuerpo, la pérdida de control...
Cada emoción lo recorrió con tanta nitidez como si lo sucedido hubiera tenido lugar el día anterior. "Céntrate" se dijo apretando los dientes.
- Sólo hay una última cosa que quiero saber -Para una persona tan abierta como lo era Dohko, durante aquella conversación estaba resultando tediosamente difícil de leer. Saga asintió, conteniendo la respiración- ¿En algún momento antes de que llegaran los caballeros de bronce te arrepentiste de lo que habías hecho? ¿Quizás tras la muerte de Shion? ¿O la de Aioros? ¿O...?
-¡Pues claro que me arrepentí! -gritó Saga, incapaz de mantener el control que tanto había luchado por conservar- ¡Me arrepentí el mismo instante en el que pude sentir a Ares dentro mío y fui consciente de lo que realmente había hecho! ¡Me arrepentí cada maldito segundo, pero no pude hacer nada! ¡Nada!
Cuando se dio cuenta, se había estado clavando las uñas en la palma de sus manos con tanta fuerza que había empezado a sangrar. Los recuerdos del asesinato de Shion, de la agresión a la bebé Athena, de cuando había mandado a un Shura que apenas era un adolescente a matar a Aioros, comenzaron a desfilar por su mente, esta vez con más fuerza que la anterior. Saga se dio la vuelta, incapaz de mantener el contacto visual con el otro hombre.
Recordaba haberse visto a sí mismo cometer todos aquellos actos innombrables, como un espectador impotente. Recordaba haber intentado gritar, pero de su boca solo habían salido carcajadas. Recordaba que habría dado cualquier cosa porque todo parara, pero los acontecimientos simplemente habían seguido sucediendo en una horrible espiral que cada vez lo hacía descender más en el horror.
El sonido de los pasos le indicaron que el chino se había acercado a su lado. Como un borrón, sintió que una mano se posaba en su hombro y le invitaba suavemente a darse la vuelta. Cuando lo finalmente lo miró, se sorprendió al ver el rostro de su compañero teñido de compasión.
Saga había estado preparado para el juicio del otro hombre, no para que lo atrajera en un cálido abrazo paternal. Irónicamente, fue esto último lo que hizo que terminara de quebrarse. No el reproche, sino el reconocimiento implícito de que su dolor era real.
-Lo siento tantísimo -musitó entre lágrimas. La disculpa salió de lo más hondo de su pecho y era, probablemente, la cosa más sincera que había dicho en años. A su lado, escuchó al chino suspirar con tristeza.
-No, Saga, en todo caso, soy yo quien lo siente.
La sorpresa terminó por despejarle. Confuso, se separó de golpe.
-¿Qué?
-Siempre le dije a Shion que la forma de tratar a los hermanos de Géminis que teníamos en el Santuario era una basura y terminaría trayéndonos otra desgracia como la que sucedió en nuestra generación -admitió Dohko.
-¿Otra desgracia?
-Sí. No hasta ese punto, pero cosas así ya habían sucedido antes, y con la forma en la que se os trata a los caballeros de Géminis no es de extrañar. Enfrentar así a hermanos no está bien -Saga no dijo nada, lívido, tratando de computar lo que acababa de escuchar-. Hay cosas de las que no te das cuenta hasta que pasan los años. Puede que en ese momento no fueras consciente, Saga, pero cuando sucedió todo esto de lo que hemos hablado ahora, eras poco más que un adolescente. Los adultos a cargo eramos Shion y yo, y para empezar, jamás debimos haberos puesto a Kanon y a ti en esa situación.
-Pero fui yo quien permitió a Ares entrar -musitó débilmente.
-Saga, puede que esto te sorprenda, pero la mayor parte de niñatos de dieciocho años cometen errores. Con suerte, eso termina resultando en un tatuaje ridículo que llevarán toda la vida y no con ser víctimas de la posesión de un dios que tiene miles de años de experiencia y que ha manipulado antes a hombres mucho más experimentados de lo que eras tú en ese momento.
-¡Usted no lo entiende! ¡Las cosas que hizo Ares eran cosas que yo había pensado en hacer! ¡Que había deseado hacer! -gritó Saga, desesperado. Las piezas que formaban el relato de lo que le había sucedido estaban empezando a caerse.
-¿Y cuando las hizo, no trataste de detenerle? -preguntó Dohko con paciencia. El silencio se hizo en la sala.
-Al principio, sí -dijo Saga. Antes de seguir, bajó los ojos y apretó los puños sobre sus rodillas. Lo que estaba a punto de decir era una de las cosas que más le avergonzaban de lo sucedido. Una vez las palabras abandonaran su boca, no podría retirarlas-. Al principio traté de luchar cada vez. Traté de retomar el control, pero no podía. Así que... -Saga tragó saliva- Al final me rendí. No sé cuánto tiempo pasó, si fueron días, meses o años, pero en algún punto tras la muerte de Aioros dejé de resistirme -confesó con amargura. Y así había sido. Cada lucha y cada derrota dolían demasiado, así que en algún punto, su consciencia se había retirado adormecida a algún oscuro lugar de su mente. En ocasiones había tratado de despertar, recuperar la consciencia y tomar el control, pero cada acto de crueldad contemplado y cada lucha perdida lo dejaban cada vez más y más agotado. Los últimos años habían sido un borrón de los que apenas recordaba lo sucedido hasta que Saori Kido había hecho su aparición durante el torneo galáctico.
-Saga. Existe una diferencia muy grande entre pensar algo y hacerlo. Para empezar, si no fuera así, puedo prometerte que en nuestros más de doscientos años de amistad ya habría matado a Shion más de una docena de veces -Saga se lo quedó mirando con la boca abierta, pero Dohko simplemente dejó escapar una risita- ¿Qué? Puede que lo quisiera más que a nadie, pero también podía llegar a ser realmente insufrible ¿Qué te crees, Saga, que eres la única persona de este mundo que ha tenido dudas o tentaciones? ¿Que eres el primer caballero al que se le pasa por la cabeza usar su poder de forma indebida? Somos seres humanos Saga, estoy seguro de que todos tus compañeros han tenido pensamientos de los que probablemente se arrepienten. Excepto quizás Shaka, jamás he podido terminar de entender en qué piensa ese chiquillo -la expresión de Dohko se suavizó- Lo importante son las decisiones que tomamos, si los llevamos a cabo o no. Y, por lo que me dices, tú trataste de evitar todo lo sucedido -finalizó con seriedad.
-Maestro -tartamudeó Saga, alzando la vista.
-No voy a decirte que no tuvieras responsabilidad en el asunto, Saga, porque es obvio que la tienes. Pero estoy seguro de que nunca volverías a cometer el error de dejar entrar a Ares, ¿verdad? -dijo Dohko con paciencia. Saga abrió los ojos de par en par, la mera idea de volver a pasar por lo mismo era tan horrible que apenas podía contemplarla.
-Jamás -musito horrorizado.
-Y además estoy convencido de que has aprendido a identificar las señales. Incluso si Ares quisiera volver a acercarse a ti, cosa que dudo, algo así jamás podría volver a suceder. En primer lugar, porque has aprendido de lo que pasó, y en segundo lugar, porque ahora no estás solo. Nos tienes a todos los demás y te prometo que siempre podrás contarme lo que necesites. ¿Entendido? -sonrió Dohko con calidez.
Anonadado, Saga asintió. Si bien había esperado tener una conversación acerca de lo sucedido con Ares, jamás habría esperado el rumbo que esta había tomado. Para su sorpresa, Dohko lo tomó de los hombros para ayudarlo a incorporarse.
-Después de toda esta conversación se nos ha pasado ya la hora de comer. Imagino que debes tener hambre, ¿alguna vez aprendiste a cocinar?
-¿Qué? -Saga parpadeó, confuso, mientras se levantaba tambaleándose. No entendía a qué venía la pregunta- No, ciertamente no.
Sus necesidades habían sido cubiertas inicialmente por su maestro y después por una caterva de doncellas. Hubo un breve periodo de tiempo tras ser nombrado caballero de oro en el que fue capaz de experimentar en la cocina de forma más bien rudimentaria, pero obviamente eso había terminado una vez hubo suplantado al Patriarca.
-Eso suponía. ¿Por qué no me acompañas? Voy a ir preparando algo para los dos y te iré explicando cómo lo hago, ¿te parece bien? Imagino que Camus y Shura saben cocinar, sobre todo teniendo en cuenta que Acuario tuvo que criar a dos niños y no te haces una idea de lo que pueden llegar a engullir los adolescentes; pero tampoco es cuestión de que dependas exclusivamente de ellos.
Los últimos días, Saga se había ofrecido como voluntario para fregar los platos porque era una de las pocas tareas domésticas que sabía a ciencia cierta que podría llevar a cabo sin equivocarse. Había rezado porque, con suerte, Shura y Camus asumirían que sentía un amor innato por la vajilla limpia. Sin embargo, no le vendría nada mal aprender al menos lo básico. Sobre todo porque el maldito lavavajillas amenazaba con dejarlo sin coartada.
Poco a poco, sintió la tensión de la anterior conversación abandonando su cuerpo lentamente, dejándolo débil y mareado. Por fortuna, Dohko estaba atento y pudo sujetarlo por la espalda antes de que se viniera abajo.
-Vamos. Creo que antes que nada, un vasito de agua vendrá bien, ¿verdad?
Incapaz de hablar, Saga se limitó a asentir. Había una especie de resaca emocional que proseguía a tal despliegue de vulnerabilidad. Como retirar la costra de una herida y dejarla en carne viva y expuesta.
Sin embargo, también se sentía extrañamente aliviado. Con suerte, ahora que había podido dejar salir todo aquello, el daño podría empezar a sanar de verdad.
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Tras un almuerzo copioso, Dohko despidió a Saga en su ascenso de vuelta a Acuario. Se había ofrecido a acompañar de vuelta al griego, pero este se había negado y dado que no quería herir el orgullo del más joven no había querido insistir.
Al ver la cabellera rubia desaparecer escaleras arriba, no había podido más que suspirar con preocupación.
No había tenido tanto contacto con los caballeros de aquella generación como habría querido y ahora era complicado no sentir que podría haber hecho más. La balanza entre ofrecer ayuda e invadir el espacio de sus camaradas era difícil de mantener equilibrada. Aún así, se sentía satisfecho después de su charla con Saga, si bien una parte de sí mismo no podía evitar sentir dolor de pensar en lo que habría tenido que sufrir el joven.
Ahora sus preocupaciones estaban centradas varios templos más abajo. Concretamente en Aries.
A diferencia del resto de sus compañeros, Dohko sí había tenido la oportunidad de conocer a Mu. El caballero de Aries era apenas un niño cuando había tenido que huir del santuario, así que los primeros años se había refugiado junto a él en los cinco picos. Después de que adoptara a Shun Rei, había seguido visitándolo, si bien sus visitas se habían ido espaciando cada vez más. Una vez Shiryu había empezado a entrenar con él, habían seguido hablando telepáticamente.
Era por eso que Dohko se sentía en plena confianza de decirle cuatro cosas bien dichas si seguía insistiendo en evitar a sus compañeros encerrándose en la herrería o, peor aún, volvía siquiera a insinuar el volver a Jamir.
Y con esa determinación se había dirigido a Aries. Sin embargo, no esperaba encontrarse a Mu y Milo subiendo por las escaleras charlando amigablemente, en mitad del paraje destrozado que era el tramo del primer al sexto templo.
-¡Buenas tardes maestro! -saludó Milo con una sonrisa. A su lado, Mu le había sonreído también, si bien con un tenue velo de preocupación cubriendo su mirada. Dohko se detuvo a mitad de la escalera, justo frente a un socavón especialmente grande.
-¿Se dirigía usted hacia algún sitio en concreto? -preguntó Mu con amabilidad. Dohko miró a su alrededor. Lo cierto era que más allá de la destrucción que empezaba en el templo de virgo los únicos destinos posibles eran la casa de Aries o los campos de entrenamiento y campamentos del resto de caballeros.
-Bueno, lo cierto es que te estaba buscando -admitió, pues no había motivo para intentar negarlo-. Quería comentarte una cosilla, pero creo que ya no va a hacer falta. No esperaba verte fuera del templo.
-Lo cierto es que quería hablar con el caballero de Cáncer acerca de la reparación de dicha armadura. Dado que no hemos hablado tras nuestro despertar, me resultaría intrusivo contactar con él telepáticamente sin avisarlo primero -se explicó el lemuriano.
-Y yo lo acompaño mientras voy de camino a Sagitario -intervino Milo.
-¿A Sagitario?
-Claro, quiero ayudar a los hermanos a ponerse cómodos y alguien tendrá que explicarles cómo funcionan los aparatos nuevos.
-Comprendo -asintió Dohko. Apreciaba el esfuerzo de Milo por adaptarse a las nuevas tecnologías. Él, sin embargo, desconfiaba de cualquier cosa más complicada que una cocina de gas. Se trataba de una cuestión de principios-. Me alegra ver que has decidido hablar con Ángelo. Estaba preocupado por la división que se está formando entre nosotros. No quiero que nadie empiece con chorradas ni se piense que estamos intentando formar dos bandos.
Mu asintió con seriedad. Milo simplemente ladeó la cabeza.
-No creo que haya problema por nuestra parte -dijo con sinceridad-. Creo que algunos, si no nos hemos acercado, ha sido por no invadir el espacio que han marcado -añadió con un deje de tristeza poco característico en él.
-Y lo comprendo, pero creo que es importante que en estos tiempos que corren podamos estar unidos. De todas formas, ya que al parecer he bajado hasta aquí para nada, supongo que subiré con vosotros hasta Libra. Y bien, ¿qué tal llevas la reparación de armaduras?
-Ciertamente, lo sucedido ayer hace aún más acuciante tener las armaduras cuanto antes. He pasado los últimos días reforjando la armadura de Tauro y esta mañana, la de Escorpio. La siguiente que está en mejores condiciones es la de Cáncer, así que he pensado en seguir con ella a fin de tenerla lista cuanto antes -dijo Mu reanudando su ascenso y sorteando el fragmento de una columna que había quedado interpuesta en el camino.
-¿Crees que DeathMask quiera volver a ejercer como caballero? -preguntó Milo.
-Quizás en otro momento habría dudado, pero considerando su sacrificio en el muro de los lamentos estoy inclinado a pensar que sí -respondió Mu con cuidado-. De todos modos, Maestro, me gustaría saber por qué motivo me estaba buscando. ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
Dohko titubeó un momento. Tratar de ocultar la verdad al caballero de Aries sería insultar su inteligencia.
-Digamos que el caballero de Cáncer no era el único que estaba mostrando una tendencia al aislamiento preocupante y quería hablar de ello contigo.
Mu asintió lentamente, sin mostrar sorpresa alguna.
-Soy consciente de ello. Sin embargo ayer, eh, tuve una charla bastante esclarecedora respecto al tema.
Dohko arqueó las cejas con sorpresa. No había esperado que nadie más fuera capaz de convencer a Mu de que dejara su actitud de ermitaño.
-¿Entonces es verdad que Thalissa te sacó a rastras de la herrería? -intervino Milo con curiosidad. Dohko estuvo a punto de tropezarse con un escombro.
-Eso no es exactamente lo que sucedió -corrigió Mu. A pesar de que había intentado mantener la seriedad, un ligero matiz de fastidio podía apreciarse en su voz.
-Alde dijo que apareciste en el salón con ella agarrada del brazo.
-Alde debería de intentar no sacar las cosas de contexto.
-¡Ja! Entonces es que es verdad. Pero que sepas que, si estás interesado en Tauro, vas a tener competencia. No pienses que voy a dejar escapar esta oportunidad.
Mu dirigió una mirada de auxilio a Dohko. El mayor estaba plenamente seguro de la inocencia de las intenciones del pobre ariano, sin embargo, era demasiado entretenido verlo interactuar con Milo. Por primera vez, casi parecía un joven de la edad que realmente tenía en lugar de un sabio centenario. El chino sonrió y desvió la vista al cielo, ignorando la silenciosa llamada de socorro.
-Y dime, ¿cómo llevais la convivencia en Aries? Detalles, quiero detalles. Aldebarán no me cuenta lo suficiente -continuó interrogando Milo.
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Tras la conversación que había tenido con Dohko, el viejo maestro le había invitado a comer y después del almuerzo le había permitido quedarse en el templo de Libra lo suficiente como para reponerse hasta que se había sentido lo suficientemente bien como para regresar a Acuario sin levantar sospechas en caso de encontrarse con cualquiera de sus compañeros por el camino.
Con quien sí se había topado, sin embargo, era con el nuevo caballero de Leo. El hombre se encontraba montando guardia a la puerta del templo de Capricornio y había esbozado su habitual sonrisa ladeada al verlo, pero ni siquiera su bravado usual podía ocultar la tensión que Saga sentía en su lenguaje corporal.
Al no sentir el cosmos de la amazona de Capricornio en ningún lugar del santuario, Saga frunció el ceño. Intuía que la preocupación del caballero de Leo tenía más que ver con la ausencia de su compañera que con el ataque a los caballeros de plata, pero no tenía ni las energías ni los ánimos para indagar en ello.
El clima que se encontró al llegar al templo de Acuario era casi agradable. La tensión y la desconfianza residuales aún flotaban en el ambiente, pero también lo hacía un cierto aire de camaradería. Cuando Saga había llegado al templo, pálido, sí, pero también con la sensación de haberse quitado un enorme peso de encima, los demás no habían hecho preguntas. Camus le había ofrecido un vaso de vino sin mediar palabra y un platillo con aceitunas había aparecido casi mágicamente frente a él. . Definitivamente no había esperado encontrase todavía a Ángelo y Afrodita todavía en la sala de estar, pero a falta de alternativas tendría que tolerar su presencia.
Ya que los sofás del salón estaban ocupados, se había hundido sin mucha ceremonia en el puff de la esquina, asintiendo ausentemente de vez en cuando con la frecuencia y entusiasmo justos como para no levantar preguntas. Había dejado pasar el tiempo tomando sorbos de su copa hasta que algo le había sacado de sus ensoñaciones.
El cosmos de Mu de Aries.
Supo que los demás también lo habían sentido por la forma en la que la conversación cesó abruptamente. Shura se había enderezado, alerta, y Afrodita había estado a punto de derramarse la copa de vino encima.
La presencia del lemuriano se detuvo en la puerta, esperando claramente a que alguien acudiera a recibirle.
-No quiero ser yo quien diga esto -empezó Ángelo- pero la última vez que nos vimos nosotros cinco con él, las cosas terminaron mal.
-Iré yo -anunció Saga incorporándose. Mientras cruzaba la estancia hacia la puerta, se preguntó por qué lo había hecho. Quizás, simplemente, no se le daba bien dejar que otros hicieran el trabajo complicado. Prefería encargarse él a esperar a que alguien le dijera qué quería el caballero de Aries.
-Buenas tardes, caballero -el rostro calmado del caballero de Aries lo examinó cuando abrió la puerta. Si bien por un momento pareció al borde de perder su usual compostura (¿preocupación? ¿nervios? ¿rabia? Nunca lo sabría) enseguida recuperó su talante tranquilo habitual.
-Mu -saludó él. No sabía muy bien qué había esperado, ni cómo había pensado que se sentiría al verle. La última vez que se habían visto, el lemuriano había cargado con él con todo el cuidado y diligencia de la que había sido capaz, y a diferencia de Milo y Aioria, había entendido sucedía realmente detrás de su pantomima. En cierta forma, había sido un consuelo.
Saga tomó aire. Mu, al igual que Afrodita y Ángelo, había sabido quién estaba realmente detrás de la máscara; sin embargo a diferencia de ellos, no había querido tomar parte en aquella cruel pantomima que fue el reinado de Ares. Él había huido del Santuario siendo sólo un chiquillo, arriesgándose con esa decisión a ser designado como traidor, que era exactamente lo que había terminado pasando. Puede que el caballero de Aries pudiera haber hecho más, pero él también había pagado terriblemente el precio de su inacción. Examinando su rostro, Saga percibió una sombra de tristeza.
-Saga -estaba claro que él no era el único que estaba tratando de decidir cómo se sentía. Saga era consciente de que el otro estaba mirando a los ojos del asesino de su maestro y al causante directo de su exilio-. Hay... hay cosas que no entendí hasta que nos cruzamos en la guerra contra Hades -admitió negando con tristeza.
-Lo siento -interrumpió Saga antes de que el otro pudiera haber seguido hablando-. Por todo el daño que te pude haber causado- admitió con honestidad. El otro lo miró sorprendido.
-Saga. Si algo tengo claro tras todo lo vivido durante la guerra es que el asesino de mi maestro no fuiste tú, fue Ares -respondió con una decisión que lo tomó por sorpresa.
Saga evaluó la situación y descubrió que estaba demasiado cansado como para querer centrarse en absurdas rencillas del pasado. Además, el caballero de Aries era un hombre al que respetaba. Sin mediar palabra, le tendió la mano. Mu pareció sorprendido durante un segundo, pero inmediatamente extendió la suya para estrechársela. Por un instante, recordó el intercambio que habían tenido cuando le había entregado el rosario de Shaka, pero rápidamente descartó la imagen de su mente.
-¿Hay algo que necesites?
-De hecho, estaba buscando al caballero de Cáncer para hablar con él acerca de la reparación de la armadura. No esperaba encontrarlo aquí, pero debo admitir que me alegro de habernos encontrado.
Como si hubiera sido invocado, la molesta risa nasal del susodicho resonó desde el salón. Saga tuvo que reprimir el impulso de masajearse el puente de la nariz, pero la esperanza brilló en su mente mientras una idea comenzaba a tomar forma.
-En ese caso, le avisaré en seguida -respondió Saga, asintiendo con educación. "Además, así me lo quitas de encima y con suerte Afrodita se irá también y podré tener algo de maldita tranqulidad de una puñetera vez" pensó para sí mientras se daba la vuelta con el asomo de una sonrisa cansada asomando en los labios. Los dioses sabían que tras el día que había tenido, se merecía algo de paz.
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El sol había empezado a alzarse cuando Sera pudo sentir un cosmos familiar regresando al santuario. La presencia atravesó los doce templos hasta llegar a la puerta de su despacho. Cuando escuchó el sonido de unos nudillos golpeando la gran puerta de madera a sus espaldas ni siquiera se molestó en levantar la vista de la mesa sobre la que estaba inclinada y volverse.
-Adelante -dijo, y la puerta se abrió a sus espaldas con un suave chirrido. El sonido de un tintineo le hizo fruncir el ceño y levantar la vista finalmente del mapa que estaba estudiando-. Rhea, puedo escucharte arrodillándote desde aquí y te juro que si cuando me de la vuelta no estás de pie, te pateo.
La mujer que estaba a sus espaldas suspiró y a continuación Sera pudo escuchar el inconfundible sonido de las placas metálicas al moverse. Con tranquilidad, dejó la pequeña pieza de madera que había estado sosteniendo hasta entonces sobre la casilla que le correspondía y se giró.
-¿Satisfecha? -preguntó Rhea. Probablemente casi nadie más que Sera habría podido captar el leve matiz de afecto oculto bajo su tono serio. La caballero de Capricornio parecía cansada y un nuevo corte adornaba su mandíbula, pero al margen de eso, estaba remarcablemente entera.
-Bastante malo es tener que soportar toda esta parafernalia en público como para tener que aguantarlo en privado. Y de ti menos que nadie, Rhea -cuando la otra mujer no dijo nada, la Matriarca bufó-. Por el amor de Athena, vivimos juntas durante años en la misma cabaña mugrosa. Nos hemos visto las tetas. Esto es ridículo -finalizó gesticulando exhasperada.
-Estoy segura de que quien decidió la organización habitacional de las amazonas no tuvo en cuenta que la falta de intimidad podía ser un obstáculo si alguna llegaba a Matriarca -respondió esta con total neutralidad.
-Oh, eso tenlo por seguro -dijo Sera con una sonrisa asomando sus labios. Sin embargo, esta desapareció inmediatamente cuando formuló la siguiente pregunta- ¿Han accedido a la propuesta?
-Sí.
-¿Accedieron de inmediato? -preguntó Sera, casi casualmente.
-Necesitaron algo de... persuasión. Pero han accedido a negociar -admitió Rhea. Sera asintio para sí misma.
-Y aún así, no pareces satisfecha -dijo arqueando las cejas. La mesa crujió cuando se apoyó contra ella.
-Tienen condiciones. Quieren que la reunión se haga en dos días y quieren negociar contigo en persona -respondió Rhea, clavando su mirada gris en ella. Sera exhaló.
-Bueno, era de esperar. Pensar que accederían a negociar así como así habría sido demasiado optimista.
-¿Eso es todo?
La Matriarca simplemente se encogió de hombros, echando mano a la cajetilla de cigarros que reposaba apartada en una esquina de la mesa. Cuando la hubo encontrado, sacó un cigarro y caminó hasta el balcón que iluminaba el despacho. Rhea suspiró con resignación pero aún así la siguió, caminando hasta quedar apoyada contra el dintel.
-Has hecho lo que tenías que hacer mejor de lo que lo habría hecho cualquier otro, ¿qué más quieres que te diga? -Sera tomó una calada del cigarro y dejó salir el humo lentamente con la vista perdida en el horizonte.
Una cálida luz dorada bañaba los terrenos del santuario, recortando la silueta de las columnas rotas y los templos en ruinas contra el cielo rosado. Rhea la observó durante unos momentos antes de sonreír levemente.
-Es increíble cómo has logrado conservar tu poco respeto hacia la autoridad incluso ahora que eres tú la autoridad.
-Digan lo que digan, soy una chica firme a mis principios. Además, aunque la zorra se vista de seda, zorra se queda.
La caballero de capricornio frunció el ceño, confusa.
-¿El refrán no decía que aunque la mona se vista...?
-No, en mi caso no -respondió Sera bajando el cigarro. Una sonrisa torcida le recorría el rostro. Rhea dejó escapar una risita que inmidiatamente se transformó en un gesto de dolor al tiempo que se llevaba la mano hacia el vientre. El rostro de Sera se tiñó de preocupación al ver que la pieza de la armadura que cubría esa zona, si bien no estaba rota, sí lucía los rastros de un impacto.
-¿No deberías ir a que te miren eso? Si quieres, puedo echarle yo misma un vistazo -preguntó, preocupada. Si la armadura había quedado impactada, era posible que lo que hubiera debajo fuera aún peor.
Rhea negó con la cabeza.
-No, gracias. Ahora mismo lo único que necesito es descansar. A ser posible, me gustaría dormir las horas que quedan antes de que convoques una reunión.
Sera se la quedó mirando un momento, analizándola, y luego sonrió.
-Es más fácil volver a casa cuando sabes que tienes a alguien esperándote.
Las facciones de la amazona de Capricornio se congelaron en su rostro. Sera suspiró.
-Rhea, en serio ¿después de tantos años crees que a mi me importan ese tipo de normas del Santuario? Por la diosa, si me fuera a poner estricta ahora con lo de confraterizar tendría que salir a autoflagelarme desnuda frente a la estatua de Athena para pagar por mis pecados, y eso como mínimo. Y lo peor es que creo que en la armería no hay látigos de tachuelas, aunque ahora que lo pienso, quizás con algo de suertecilla encuentre uno en los doce templos.
La otra mujer, casi en contra de su voluntad, rió por lo bajo.
-Ya veo que a ti es imposible cambiarte -respondió negando con la cabeza.
-Lo dicho. La zorra, zorra se queda. Y ahora tira a descansar, que estás desperdiciando minutos de sueño. Voy a pensar que te gusta más estar aquí charlando conmigo que estar calentita en la cama.
-¿Y si te dijera que echo de menos quedarme hasta tarde habando contigo? -respondió Rhea ladeando la cabeza, con la sombra del afecto filtrándose en su voz.
-Te diría que te estás volviendo una blanda. Venga, Rhea, que yo también te quiero -sonrió la rubia.
Antes de desaparecer, Rhea se detuvo en la puerta para darse le vuelta por un momento. Su sonrisa, orgullosa a la par que cansada, fue lo último que vio de ella antes de que se marchara bajando por las escaleras desoladas del santuario.
Y hasta aquí el capítulo. Entre una cosa y la otra, es posible que se me haya ido el santo al cielo (JAJA, EL SANTO AL CIELO, ¿LO PILLÁIS? perdón) porque empecé a escribir el capítulo hace ya dos meses y hay fragmentos que han estado espaciados entre sí semanas. Si encontráis cualquier cosilla, agradeceré mucho que lo digáis. Y bueno, los comentarios en general se agradecen, que siempre es bueno saber que no está una aquí escribiéndole al vacío.
Muy felices fiestas y un abrazo.
