UNA PROMESA SECRETA
Si le pedían que hiciera memoria a esa noche, probablemente conscientemente sería incapaz, pero dentro de su cerebro, el recuerdo se quedó grabado, incluso si no podía acceder a él de forma consciente y no importaba cuantos años pasasen ni cuan mayor se volviese, seguiría ahí, ya formaba parte de él.
Yo no soy como tú, no quiero ser como tú
Ryder tenía solo dos años y era un niño fácil de cuidar. Dormía como un tronco, ya decía varias frases coherentes de corrido y en ellas comenzaba a demostrar cuán prodigiosa sería su mente en el futuro. Y aun así…
No recordaba su rostro, ni el color de sus ojos, ni su voz, nada. Y sin embargo aún podía sentir los brazos de aquella chica rodearlo, apretando fuerte al pequeño bebé que cuidaba por horas cuando sus exitosos padres tenían demasiado trabajo y no tenían el tiempo suficiente para cuidar de su pequeño hijo. Su subconsciente recordaba el calor de su cuerpo, la fuerza de sus brazos al cargarle en el aire y la dulzura en sus palabras al contarle cuentos de hadas y princesas con un felices para siempre.
Pero aquella noche fue distinta, aquella noche la chica perfecta había dejado de ser profesional, se había abrazado a sus piernas en el sillón y se había deshecho en lágrimas. Con el pequeño genio como único testigo. Ryder no había entendido el porque de sus lágrimas, pero igual había tratado de consolarla ofreciéndole un pañuelo con sus manitas. Un esfuerzo inútil.
Se acabaron las risas, se acabaron los juegos y los felices para siempre y todo fue peor cuando esa otra chica hasta se había tomado la molestia de aparecer en la casa de la familia de Ryder mientras su cuidadora lo mecía entre sus brazos tratando de hacerle dormir. La visitante golpeó a su amiga con fuerza en el rostro y le había dicho de cosas horribles, ni siquiera le importó que el pequeño se había echado a llorar.
Yo no soy como tú, no quiero ser como tú.
Tras esa noche, el pequeño no volvió a verla más y su cabecita la borró de su mente o al menos lo intentó.
Era su cuidadora, solo una chica más que apenas y llegaba a los 16 años y sin embargo se había suicidado al ser el rechazo por su sexualidad demasiado alto. Ella era maravillosa, no se merecía ese final, y sin embargo había tanta convicción y odio en las palabras de rechazo de esa otra chica… La fuerza del agarre de dolor y de la desesperanza envolviendo su cuerpecito habían hecho suficiente mella en él como para que volviese a salir a flote, incluso aunque sus propios padres creyeran que ese suceso estaba firmemente enterrado, ya había afectado a su hijo y no sabían cuánto.
Se despertó con el terror envolviendo su cuerpo y un sudor frío bajando por su frente. Era diciembre y sin embargo tenía calor, se sentía asfixiado incluso aunque solo durmiese con nada más que los bóxer puestos. Abrió la ventana, abajo las casetas donde dormían sus cachorros estaban cerradas y ya las envolvía una fina capa de nieve. El viento helado del invierno atacó sin piedad su piel desnuda y sin embargo lo único que notó fue el ardor en su mejilla. La bofetada de Katie había sido tan fuerte que hasta le había dejado un morado. Por primera vez en su vida tuvo que aprender a usar maquillaje para ocultar la marca y no escandalizar a los ciudadanos cuando atendía emergencias. Y sin embargo la tirantez que se había formado entre él y los cachorros había sido imposible de ocultar. Solo en dos días había tenido que atender muchas llamadas, de la Alcaldesa, del Sr. Porter, de Jake, y que el cielo lo ayudará, el adolescente lucía tan mal que hasta Humdinger había sacado tiempo para preocuparse por el chico, aunque su intereses muy probablemente ocultase motivos egoístas. A todos les había respondido y a todos les había mentido en la cara.
Los cachorros también habían caído en depresión. No odiaban a Ryder, eran incapaces de hacerlo. Sabían que era una buena persona y sin embargo lo que le había hecho a William aun rondaba sus cabezas como pájaro de mal agüero. Estaban dolidos, hasta cierto punto estaban enfadados, pero sobre todo estaban preocupados por cuan demacrado se veía el chico y no poder hacer nada, sentir el muro de piedra que se había construido entre ellos y él solo los ponía peor. Por muy mal que lo hubiera hecho, seguía siendo Ryder. Y lo extrañaban, oh, cuanto lo extrañaban.
Chase sobre todo quería acabar con ese sinsentido, muchas veces en solo unos pocos días había tenido suficiente valor para tomar el ascensor y subir a la segunda planta. El llanto recogido que el Pastor Alemán había escuchado tras la puerta de la habitación del adolescente se le había clavado incluso más que sus gritos de aquella vez. Finalmente el gran cánido había tomado el suficiente valor, se había internado en la habitación y había visto al chico como pocas veces antes. Su cabello mojado había perdido su forma habitual peinada hacia arriba y su cabello castaño sin ningún químico fijador caía lacio a cada lado de su rostro, casi llegando a sus hombros. Lucía diferente así recién salido de la ducha y sin embargo el único detalle del que Chase no pudo apartar la vista era el moratón que el chico tan bien se había empeñado en ocultar incluso de sus cachorros, pero ahora estaba bien a la vista.
Ryder había dejado de llorar nada más sentir la puerta abrirse y Chase se había quedado congelado por un momento allí, sin atreverse a entrar, temiendo de nuevo ser víctima de los gritos del chico, pero eso no ocurrió. Se miraron sin decirse nada por unos segundos eternos hasta que el Pastor Alemán cruzó la distancia y apoyó la cabeza sobre las piernas del muchacho. Sobraban las palabras. Ryder se abrazó a él, al calor de su pelaje chocolate, como un niño pequeño y ambos se mantuvieron así sin decir nada, por mucho. Ninguno de los dos sabría decir quien se durmió primero.
Finalmente se apartó de la ventana y cruzó la habitación. Encontró a Chase tumbado a los pies de su cama, aparentemente dormido. No se había marchado después de todo. Sintió deseos de llorar de nuevo, pero se resistió y cubrió al Pastor Alemán con una manta. Era tan grande, ¿cuándo había crecido tanto? Sin darse cuenta (o sin querer darse cuenta) en algún momento sus cachorros le habían superado y ya eran como adultos con las patas en la tierra, mientras que él aún lidiaba con la vorágine de hormonas en su cuerpo. Ahora él, el líder, era el más joven, se dio cuenta. Sus "cachorros" no solo se tenían que ocupar de las emergencias de Adventure Bay, si no también ocuparse de los cambios de humor y los momentos de crisis de adolescente del chico que los lideraba. Lo mismo que él había hecho por ellos años antes, solo que a Ryder no podían simplemente castrarlo (aunque seguro Katie estaría encantada de hacerlo). La diferencia entre sus dos responsabilidades es que una la hacían por deber y la otra por amor. Aun lo amaban, aun después de haber sido el mayor de los idiotas. Su labio inferior tembló y se abrazó a sí mismo.
—Lo siento —le susurró al perro dormido—, lo lamento tanto.
Tras eso se dirigió al baño para despejar sus ojos irritados con agua fría, pero entonces la voz de Chase lo frenó en seco.
—Amo a Skye —el chico se dio la vuelta sobre sus pies para ver como su perro policía, aún envuelto en la manta, le veía con los grandes ojos marrones que compartían tonalidad con los suyos propios, bien abiertos. Aun así, el humano no podía saber que esa era la primera vez que él admitía sus sentimientos por la perrita en voz alta—. La he amado muchísimo, desde que éramos unos cachorros. No sé qué haría si un día ella ya no está plácidamente dormida en la caseta de al lado. No sé que haría si un día sin querer le hago daño. Ella es mi mundo, Ryder, pienso más en ella de lo que estoy dispuesto a admitir, el olor de la flor en su pelaje me acompaña siempre, y a veces eso me hace el perro más feliz y otras veces me hace hacer tonterías y otras veces, tengo miedo. Mis sentimientos por ella me dan miedo de verdad, porque yo debería sentir estas cosas por una hembra de mi especie, sin embargo me fijé en una Cockapoo. Y yo quiero más que solo verla de lejos, quiero más que solo sentir su respiración a metros de distancia por las noches, convivir con ella es hermoso, pero no es suficiente. ¿Así que te besaste con William y te dio miedo? Si te contara la de veces que ella me roza y yo siento vergüenza de mi mismo por lo que eso me hace sentir… Y no debería.
Ryder escuchó al Pastor Alemán en silencio, profundamente asombrado por la confesión, tratando de no boquear mientras sus mejillas, incluso la golpeada, ardían en vergüenza.
— Marshall tiene razón, soy un cobarde. Mi miedo a lo no normativo, mi miedo al que dirán, a mis propios sentimientos, me han hecho perder años de felicidad con ella. Y no quiero eso para ti. Ryder, no estás solo, ya no queremos que sufras más. Te prometo… Que si tú te enfrentas a lo que sientes entonces yo haré lo mismo. Los dos merecemos ser felices.
— Chase… Yo… —se abrazó a sí mismo entonces. Regresaba de nuevo desde el fondo de su mente, el miedo tomando la forma de dos brazos atrapandole, asfixiándolo en un abrazo de dolor del que no podía despegarse por mucho que lo intentase. Tal vez el Pastor Aleman había usado demasiado pronto la palabra "amor" para referirse a su caso—. No puedo, Chase… Está mal, está simplemente mal.
El Pastor Alemán vio al adolescente hundirse en una espiral de miedo y dolor, comprendió que su situación era peor que la propia.
Sus piernas dejaron de sostenerle y Ryder se abrazó a sí mismo de rodillas en el suelo. Volvía a ser un bebé asustado que no entendía nada de lo que ocurría a su alrededor. Chase se acercó con temor de nuevo y lamió su mejilla herida, no importándole lo rasposo que se sentía porque Ryder había descuidado su afeitado y aunque la suya todavía no era una barba propiamente dicha, aun estaba ahí. Fue un intento de sanar su corazón, pero no fue suficiente. Y fue entonces que Chase comenzó a temer de verdad por el chico.
Ninguno de los dos dijo una palabra de esa noche. Ryder se sentía aún más inútil y cobarde si cabía y por si fuera poco, en cierta manera hasta se sentía responsable del futuro amoroso de sus cachorros.
Si te enfrentas a tus sentimientos, yo haré lo mismo.
Chase pretendía acompañarlo en su dolor, tan fiel es el amor de un perro, pero eso era algo a lo que tenía que enfrentarse solo. Y Ryder tenía sus dudas de que eso fuese amor, se suponía que el amor tenía que hacerte invencible, sentir que puedes volar, no hundirte hasta lo más profundo del fango.
No, no lo llamó amor hasta que Katie le dijo lo cerca que estaba de perderlo para siempre. No lo llamó amor hasta que volvió a encontrarse con los zafiros mágicos que Will tenía por ojos, no lo llamó amor hasta que el olor a espuma de mar y menta característicos de la piel del rubio volvió a llenar sus fosas nasales, llevándolo al cielo. No lo llamó amor hasta que el surfero lo abrazó y lo besó como si no hubiera un mañana, admitiendo sin palabras lo mucho que él también temía perderlo, haciendo que los brazos largos del terror desaparecieran por completo. Tan curiosa era la mente humana. Will sabía que estaba besando a un chico roto, a un chico muerto de miedo. No sabía que tanto, pero sí sabía que ese mismo chico había encontrado en solo una semana la valentía y la fuerza a él le costó meses forjarse. Era el mismo chico que había dejado de lado todos sus principios para no perderlo, como todo adolescente enfermo de amor. Estaba besando a un chico que había elegido sus sentimientos por sobre la razón y mientras lo tenía derritiéndose en sus brazos, no temía estar equivocado. Después de todo, enamorarse era solo el primer paso de un largo camino, era un sentimiento que requería de trabajo y si Ryder, quien no tenía ni idea de como tratar a un novio, quien lidiaba con sus monstruos, estaba dispuesto a asumir el riesgo, él no iba a ser menos. Al final de todo, ese mal incidente solo había incrementado su admiración y amor por él. Se había fijado en otros chicos antes, unos buenos, otros malos y otros terribles, pero este, este de verdad lo tenía mal.
Te amo y estaré a tu lado, pase lo que pase, ahora estamos unidos.
