UN CLIENTE DESCARADO
Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Miraculous las aventuras de ladybog espero que les guste.
Adaptación © FandomMLB.
Miraculous & ladybog © Thomas Astruc
Un cliente descarado © Whitney G.
CAPITULO 5
LA PUBLICISTA
MARINETTE
A LA MAÑANA SIGUIENTE...
Me di la vuelta en la cama, gimiendo al notar que cada músculo de mi cuerpo me dolía de una forma placentera. Tenía las piernas demasiado débiles para ponerme de pie, como si aún no se hubieran recuperado de la forma en la que Adrien me había follado contra la cómoda, contra la pared y contra el borde del colchón. Notaba los labios muy sensibles y doloridos por la forma en que me los había mordido cuando me obligó a rogarle que me follara con más fuerza. Y mis pezones estaban entumecidos por la forma en que me los había chupado mientras yo montaba su polla durante el polvo final.
No estaba segura de cuándo se había ido o cuándo me había vestido con una camiseta y me había metido en la cama, pero una parte de mí deseaba haber roto mi segunda regla y haberle dado mi número de teléfono; así podríamos hacerlo de nuevo.
Incapaz de sentarme, me quedé dormida al recordar que me había follado, sonriendo cada vez que enterraba la cabeza entre mis piernas y me provocaba con la boca.
Después de revivir el polvo contra la pared por quinta vez, me di la vuelta al otro lado de mi cama y cogí el teléfono de la mesita de noche. Todavía me sentía confusa sobre el cliente que venía a las cuatro, y esperaba que alguien del equipo tuviera algunas respuestas para que pudiéramos estar medio preparados cuando entrara.
«Debería tomar un buen desayuno antes de ir hoy al trabajo...».
Desbloqueé la pantalla de mi móvil y vi que tenía millones de notificaciones con frases tipo: « ¿Dónde estás?», « ¿Estás bien?», « ¿Qué está pasando?», «El conserje llamará a la policía si no nos dices dónde estás...».
Sorprendida, abrí el primer mensaje y me puse a responder... Entonces me di cuenta de la hora.
« ¿Es la una?».
— ¡Joder! —Salí tambaleándome de la cama y casi me caí al suelo. No era posible que fuera la una de la tarde. El cielo al otro lado de la ventana todavía estaba oscuro, el tono habitual cuando eran las cinco y estaba madrugando para ir a trabajar.
Descorrí las cortinas y percibí las ominosas nubes en el cielo. El tráfico mostraba el habitual atasco de mediodía y la lluvia caía sobre la ciudad como si no hubiera un mañana.
«Mierda. Mierda. Mierda...».
Le envié a Kagami un rápido mensaje.
«Estoy de camino. He tenido mala mañana. Lo siento».
Luego llamé a nuestro conductor de empresa y le dije que necesitaba que me recogiera para ir a trabajar en treinta minutos. Quitándome la camiseta, me envolví en una toalla y fui al baño. Traté de abrir la puerta, pero no se movió.
— ¿Alya? —Llamé—. Alya, ¿estás ahí dentro?
—En realidad estoy aquí. —Se detuvo delante de la puerta, y giró la llave.
— ¿Has instalado una cerradura nueva en el baño? —Era cierto que necesitaba reemplazarla por otra compañera de piso. Y rápido.
—Sí, he cambiado la cerradura del baño. Este baño es nuestro, ¿no? —Me miró con los ojos entrecerrados—. Solo tuyo y mío.
— ¿Qué estás tratando de decir? —Crucé los brazos—. En realidad, ¿puedes guardarte ese pensamiento y limitarte a abrir la puerta, por favor? Podemos discutir cuál es el problema cuando salga del trabajo hoy.
—No. —Continuó moviendo la llave—. Tu amigo no puede usar nuestro cuarto baño cuando venga. Y eso va por tus otros amigos y también por tus compañeros de trabajo. Acabamos de finalizar en el laboratorio un nuevo estudio sobre el peligro que suponen los gérmenes de las visitas.
«Tiene que estar tomándome el pelo...».
— ¿Quién sabe qué tipo de gérmenes mutados portan? Todos andan viajando a un lugar nuevo cada mes, y nunca los escucho hablar de que hayan sometido sus posesiones a una limpieza total cuando regresan. Es decir, no estoy pagando mil quinientos al mes para tener que enfrentarme a los gérmenes de tus invitados. Además, hablando de tus invitados, no he podido evitar notar que anoche trajiste a alguien a casa contigo.
Hice todo lo posible para mantener una expresión seria, para parecer que estaba tomándome a pecho sus tonterías.
—Puse la música lo más alto que pude, pero seguía escuchándote mantener relaciones sexuales en la sala de estar —afirmó—. Lo hiciste en el sofá, la pared y la alfombra, así que he llamado a un servicio de limpieza profunda para que vengan por la tarde. Espero que me abones al final de la semana los cuatrocientos dólares que costará, y dado el ruido que hiciste anoche con ese tipo, espero que planees hacer lo mismo con el colchón. ¿Lo harás?
No le respondí. Le arrebaté la llave de la mano y abrí la puerta del baño, encerrándome allí rápidamente. La escuché continuar con aquel inútil discurso al otro lado de la puerta, así que me metí en la ducha y subí la presión del agua lo más que pude.
Respirando hondo, traté de calmar mis nervios mientras me lavaba el pelo.
«Marinette, no pierdas la esperanza... La reunión con el nuevo cliente no es hasta las cuatro, y sin duda puedes ponerte manos a la obra para prepararte...».
Salí de la ducha unos minutos más tarde y me fui al vestidor a buscar el traje para las firmas importantes. Nunca me había fallado, y siempre había tenido suerte en los tratos cuando lo llevaba. Lo mantenía a buen recaudo y escondido para días especiales como hoy.
Esperaba verlo colgando en su sitio habitual en mi armario, como siempre, cuando encendí la luz, pero no estaba allí. No podría haber estado allí porque en su lugar había un traje similar con manchas decoloradas y feas de colores blanco y rosa. Un traje que parecía haber perdido una batalla larga y dura contra una botella de lejía.
— ¡Alya! —Grité con todas mis fuerzas—. ¡Alya!
— ¡¿Sí?! —Repuso a gritos—. ¡¿Qué pasa?!
— ¿Qué demonios le ha pasado a mi traje gris?
—Realmente no sé —dijo—. Lo he visto hace unas horas y me di cuenta de que he debido de haberlo desteñido por accidente. Lo siento.
Cerré la puerta y fui hacia el lugar del que provenía su voz, directamente desde la cocina. En silencio, conté hasta diez antes de hablar, para evitar perder la calma por completo.
—Alya, ese era mi traje de la suerte, y solo lo uso en los días que firmo contratos nuevos —expliqué—. Y hoy es uno de ellos.
—Oh. Bueno, eso suena genial —dijo secamente—. ¿Por qué me miras así?
—Porque necesito que me digas cómo has desteñido por accidente un traje que solo limpio en la tintorería. —Me hervía la sangre—. Siempre está guardado en una bolsa de plástico, y siempre, siempre, siempre lleva una etiqueta roja que pone «SOLO LIMPIEZA EN SECO» colgada de la percha.
—Supongo que no lo sé. —Se encogió de hombros, sonriendo—. ¿Cómo se te ocurre traer a alguien a casa y te olvidas de limpiar cuando sabes de sobra que tu compañera de piso tiene germofobia?
Resistí el impulso instantáneo de saltar por encima de la mesa y estrangularla, pero solo porque no podía perder más tiempo.
«Puedo hacerlo más tarde...».
Corrí hacia mi habitación y revisé los otros trajes que guardaba en el armario; me decidí por una combinación de vestido negro y blazer. Luego busqué el cepillo para quitar las pelusas, abrí un cajón del tocador y noté que había un papel doblado metido en un lado del espejo.
«Esto no estaba aquí ayer».
Confusa, lo abrí, y vi una nota escrita a mano en cursiva con brillante tinta azul.
« Bridgette:
Creo que anoche me mentiste sobre tu "experiencia". Tuviste tres orgasmos antes de llegar a la habitación. También me resulta difícil creer que suelas usar lencería de seda, pues tienes los cajones llenos de bragas de algodón tipo abuela.
El mejor hombre con el que jamás hayas follado...
(Gracias por el cumplido, aunque ya lo sabía).
P. D.: Para que conste, tu coño es maravilloso».
«Aggg...».
Puse los ojos en blanco y metí la elegante nota en el fondo de mi cajón, dándome cuenta de que tenía razón sobre mis bragas.
Me puse el vestido y los tacones, y me recogí el pelo en una coleta baja. Me puse una capa ligera de corrector y brillo de labios y luego cogí el maletín y el paraguas.
Al salir del apartamento, fui hasta la mitad de la manzana, donde estaba mi cafetería favorita. Era el único lugar que nunca me fallaba cuando se trataba de convertir instantáneamente mis días más tristes en otros mejores con un café con leche de caramelo personalizado. Tiré de la manilla de la puerta, pero esta no cedió. Tiré con más fuerza mientras miraba dentro, lo que me hizo darme cuenta de que la cafetería estaba vacía, aunque la luz estuviera encendida.
« ¿Desde cuándo cierran antes los lunes?».
Fui hacia la otra puerta de entrada y vi un letrero rosa en la ventana.
«ESTE ESTABLECIMIENTO HA COMETIDO UNA VIOLACIÓN DEL CÓDIGO DE SALUD 785-12. CERRADO HASTA NUEVO AVISO».
— ¿Te has enterado? —Una mujer empujó su cochecito a mi lado—. Es muy desagradable que no hayan pasado la inspección.
—No... —suspiré—. Ni siquiera quiero saber qué ha pasado.
—Tenían una plaga de cucarachas. ¡Algo horrible! Imagínate..., ¡han llegado a moler algunas cucarachas muertas entre los granos de café! —Ella sonrió y me tendió su teléfono—. Hay un vídeo de YouTube muy interesante al respecto. ¿Quieres verlo?
Inmediatamente me alejé de ella para ir al trabajo.
«Este día ya no puede empeorar...».
Hice una señal al conductor del coche de la empresa, que se acercaba, y me metí en el asiento trasero. El conductor me dirigió una mirada bastante comprensiva, pero no dijo nada. Simplemente dejó que una música suave saliera por los altavoces.
Después de desplazarme por la bandeja de entrada del correo, respondí todos los correos electrónicos que pude y llamé a Kagami.
— ¿Sí, señorita Dupain-Cheng? —respondió.
— ¿Me puedes poner al tanto de las actualizaciones de mi agenda? Llegaré enseguida, pero estoy en medio del tráfico.
—Claro. —Hubo ruido de papeles al fondo—. Bueno, tengo buenas y malas noticias.
—Primero dime las malas noticias para que podamos pasar a las buenas.
—Hemos perdido a dos clientes, Wayhem y Vincent Aza: han cambiado sus cuentas a Couffaine & Asociados desde esta mañana.
—Lo que faltaba. —Negué con la cabeza, sin saber si debía pedirle al conductor que se diera la vuelta y me llevara de regreso a casa para poder dormir durante el resto del día.
— ¡Pero hay buenas noticias! —exclamó—. He encontrado algunas referencias concluyentes sobre nuestro misterioso cliente IŌ LLC.
—Bien, excelente. ¿De quiénes son?
—De Zoé Lee, Alix Kubdel de Embassy PR y de Avenue & Asociados.
— ¿Y ha estado con todos ellos? —Me desplacé por mi agenda de contactos—. ¿Cuándo?
—No me lo han dicho, y pensé que querrías ser tú quien llamara personalmente a estas firmas para hacer las preguntas pertinentes.
—De acuerdo —dije—. Gracias, Kagami.
—De nada. Hasta dentro de un rato.
Finalicé la llamada y traté de imaginar quién podía ser este tipo si ya había tratado con tres de las firmas más importantes de Manhattan. Esperaba que fuera una estrella del deporte que intentaba dar un giro a su carrera, o tal vez una de las muchas celebridades que acababan de mudarse desde Los Ángeles y que intentaban comenzar de nuevo en Nueva York.
Sonriendo ante las posibilidades, marqué primero el contacto que tenía de The Kubdel Group.
—Alix, de The Kubdel Group, al habla —repuso tras el primer timbrazo—. ¿Quién es?
—Marinette, de Dupain-Cheng & Asociados —me presenté—. Espero no haberme puesto en contacto con vosotros en un mal momento.
—En absoluto, Marinette. ¿Qué necesitas?
—Tengo una pregunta sobre un cliente potencial que os ha citado como referencia. Se refiere a sí mismo como «AA LLC», así que me preguntaba si...
Me colgó.
Segundos después, Alix me envió un mensaje.
«No tengo absolutamente nada que decir sobre ese cliente. Nada».
—Vale, sigamos entonces... —Me desplacé hacia abajo y llamé al contacto de Avenue PR.
—Zoe, de Avenue PR —respondió ella—. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
—Hola, Zoe. Soy Marinette, de Dupain-Cheng & Asociados. Llamo para ver si pueden facilitarme alguna información sobre un antiguo cliente suyo.
—Claro. ¿De quién se trata?
—Todavía no nos ha dado su nombre, pero se ha presentado bajo las siglas «AA LLC».
Silencio.
— ¿Hola? ¿Hola? Zoe, ¿estás ahí?
—Sí, estoy aquí.
—Vale..., mmm, ¿puedes darme algún dato sobre este cliente?
—Puedo decirte que ese hombre tendría que pagarme un millón de dólares a la semana para volver a trabajar con él. También te voy a dar un consejo: si eres una chica lista, lo rechazarás en el momento en el que atraviese el umbral de la puerta con esa cara de idiota.
Suspiré.
— ¿Algo más concreto que eso, tal vez?
—Tú misma lo verás. —Colgó, y no me molesté en llamar a la otra referencia.
Cuando llegué al despacho, eran las dos y media y mi gente ya se había encargado de preparar las bandejas con aperitivos y los ramos de flores que ofrecíamos cuando nos reuníamos por primera vez con un nuevo cliente. Abrí un paquete nuevo de bolígrafos publicitarios y los coloqué en el centro de la mesa de reuniones.
— ¿Alguien ha tenido éxito a la hora de descubrir algo sobre nuestro nuevo cliente? —Pregunté mientras entraba en la sala de descanso—. ¿No sabemos nada en absoluto?
La mayoría negó con la cabeza, pero Lee levantó la mano.
—Yo —dijo sacando un minibloc de notas del bolsillo trasero—. Esto me lo ha dicho Caline de Bustier & Company. Cito: «Es sumamente sexy, y me habría gustado tirármelo antes de renunciar. Pero nunca volvería a trabajar con él». —Cerró el bloc de notas—. Ah, y aparentemente tiene una «polla enorme» que ella solía mirar de vez en cuando durante sus encuentros para planificar las estrategias de marketing.
—Muchas gracias, Lee. —Puse los ojos en blanco—. Eso es de mucha ayuda, de mucha.
—De nada. —Se rio—. Sin embargo, ¿en serio nos importa lo que hace este tipo? Nos ha pagado tres millones de dólares por adelantado, y eso es más que suficiente para mantenernos a flote durante un tiempo, en especial porque Senju parece haber convertido eso de robarnos clientes en el objetivo de su existencia. Mientras no sea un capo de la mafia o un asesino en serie, ¿a quién le importa?
El resto del personal murmuró estar de acuerdo y regresé a la sala de reuniones. Observé el tictac del reloj de segunda mano colgado en la pared, sin saber muy bien si debía dejarme llevar por la emoción o la preocupación.
«Por favor, no seas un capo de la mafia... Por favor, no seas un asesino en serie...».
Llegaron las cuatro. Luego las cuatro y media. Y las cinco. Y, finalmente, las cinco y media. Convencida de que la reunión prevista era una broma pesada, me levanté de la silla y fui a mi despacho. Decidí trabajar en las cuentas de los clientes reales, de carne y hueso, y cuando dieron las seis y media sin señales de AALLC, llamé al banco. Necesitaba asegurarme de que congelaban esos tres millones hasta nuevo aviso.
La recepcionista me tenía en espera cuando llamaron a la puerta.
— ¡Adelante! —dije, y Kagami entró en mi oficina.
—Mmm... —Se aclaró la garganta, y noté que sus mejillas habían adquirido un color rosa brillante—. El cliente que estábamos esperando acaba de llegar.
« ¿Qué?»
— ¿Es consciente de que se ha retrasado dos horas y media? —Colgué el teléfono—. Adelante, hazlo pasar.
Salió y la puerta se abrió segundos después. Me obligué a sonreír, preparé mis labios para expresar mi mejor saludo: «Hola, y bienvenidos a Dupain-Cheng & Asociados», pero en el momento en que el «cliente» entró en mi despacho, sentí que todo rastro de color abandonaba mi rostro.
—Mis disculpas por llegar tarde —dijo—. La reunión con la junta ha sido... —Se detuvo a mitad de la frase y me miró, dejando que esa sonrisa familiar y sexy desde la noche anterior curvara lentamente sus labios. Llevaba un traje negro de tres piezas con una corbata azul zafiro, y estaba aún más sexy que la noche anterior.
Mientras continuaba mirándome de arriba abajo, me mordí el labio para evitar mirarlo boquiabierta, rezando en silencio para que el suelo se abriera de repente debajo de mis pies y me tragara la tierra.
—Me dijeron que iba a reunirme con la directora, una tal Marinette. —Se acercó a mi escritorio y clavó los ojos en la placa plateada que había encima—. Anoche me dijiste que te llamabas Bridgette. ¿No?
—No tengo ni idea de qué está hablando, señor... —Me puse de pie y le tendí la mano—. ¿Cuál es exactamente su nombre, señor?
—Mi nombre es el mismo que hace horas cuando estábamos follando —anunció antes de hacer una pausa—.Adrien. Adrien Agreste.
—Bueno, me alegro de saber por fin su nombre real, señor Agreste —dije—. Y es muy agradable conocerle por primera vez en mi vida, porque nunca nos habíamos visto antes de este preciso momento. Puede tomar asiento.
Sonrió, mostrando sus blancos dientes perfectos y se sentó en la silla. Kagami entró en ese momento, y dejó unos vasos de agua y una bandeja con fruta encima de mi escritorio antes de dejarnos solos de nuevo.
—Señor Agreste, ¿hay alguna razón por la que no nos haya dicho exactamente quién era en lugar de esconderse bajo unas siglas?
—Hay muchas razones. —Sus ojos se encontraron con los míos—. Sin embargo, antes de pasar a ese tema: ¿te llamas Bridgette o Marinette?
—Soy la señorita Duapin-Cheng.
—Vale, vale, señorita Duapin-Cheng —dijo—. Por desgracia, no he tenido buena suerte con los expertos en marketing y relaciones públicas de la zona, y mi reputación tiende a precederme a donde quiera que vaya. Quería tener la oportunidad de presentarme personalmente en lugar de dejar que las palabras de la prensa y los medios de comunicación lo hicieran por mí.
Se recostó en la silla, y de repente supe quién era. Adrien Agreste, de Agreste International. El magnate inmobiliario que se había hecho a sí mismo y que era propietario de más de cien propiedades comerciales y complejos de vacaciones. Un multimillonario venerado, pero un absoluto playboy.
Nunca les había prestado demasiada atención a las revistas de cotilleo ni a la sección de sociedad de los periódicos, pero había oído miles de historias sobre ciertas personas de la jet-set que me hacían alegrarme de no tener que representar a multimillonarios ni a clientes que atraían semejante nivel de escrutinio e interés de los medios.
— ¿Estás recordando por fin lo que pasó anoche? —preguntó—. ¿Por eso me estás mirando así?
—Perdone, anoche no pasó nada. Si así hubiera sido, creo que lo recordaría.
— ¿No recuerdas haber tenido cinco orgasmos?
—No. —Me sonrojé—. Volvamos a hablar de usted.
—Te dejé un aviso importante en el tocador.
—No lo entiendo
— ¿No lo entiendes o no lo leíste?
—Ambas cosas.
Él se rio con aquella risa profunda y sexy antes de levantarse y sacar un sobre del bolsillo interior de la chaqueta.
—Estos son mis términos. Es necesario que los aceptes antes de que podamos continuar con las negociación.
— ¿Qué? —Me sentía confusa—. ¿Nos está pidiendo que lo representemos y cree que puede establecer usted los términos iniciales antes de que lleguemos a los términos reales? Con el debido respeto, no es así como funciona la relación cliente-agencia. Tenemos que hablar antes.
—Podremos hablar después de que firmes mis términos. —Deslizó el sobre más cerca de mí—. También debes aceptar las reglas para representar a mi empresa por razones legales. Seguramente puedes entender la razón de que alguien como yo necesita cierta seguridad.
—Correcto... —Me quedé mirando el sobre y me puse de pie también—. Antes quiero hacerle una pregunta, y necesito una respuesta sincera. ¿Por qué se ha molestado en solicitar una reunión para firmar el acuerdo si sabía que se iba a anular por culpa de un restrictivo contrato previo?
—Bueno, por un lado, ya te he pagado tres millones de dólares por tus servicios. —Parecía estar divirtiéndose—. Además, me gusta conocer personalmente a las personas con las que voy a tratar: es la manera de asegurarme de que poseen el temperamento y la firmeza adecuados para manejarme. —Me miró de arriba abajo de nuevo, poniéndome al borde de un ataque de nervios—. Aunque, si hubiera sabido que volvería a verte, habría sido más que consciente de que eres capaz de manejar cada centímetro de mí. Muchas veces.
—Señor Agreste... —Odié la forma en la que mi cuerpo estaba reaccionando en ese momento—. Me gustaría que hoy hablemos un poco. Es así como normalmente hago negocios con mis clientes.
— ¿Alguno de tus clientes normales te paga doscientos cincuenta mil dólares al mes?
No respondí.
—Entonces creo que puedo ser objeto de una excepción —replicó—. Lee el contrato. Si estás dispuesta a aceptar los términos, búscame en la sede que la empresa tiene en Manhattan mañana a las once. La dirección está grapada en la tarjeta de presentación que he incluido. Entonces, podremos discutir todo esto con tranquilidad en mi despacho, donde dispondremos de algunos metros cuadrados más. —Estudió mi contrato—. Creo que los términos son bastante justos, así que espero volver a verla mañana, señorita Dupain-Cheng.
Seguí sin responderle.
— ¿Debo suponer que vas a seguir fingiendo que no nos hemos conocido antes?
—No nos hemos conocido antes. —Crucé los brazos—. Revisaré el contrato y le comunicaré mi decisión de alguna forma, señor Agreste. Que tenga un buen día.
Él sonrió y me miró por última vez antes de salir de mi oficina, poniendo el broche final al que ya era oficialmente el peor día de mi vida.
Continuaraa.
Comente su parte favorita y sigan la historia espero que si les este gustando pero no eh visto a nadie que la ha seguido espero recibir apoyo en esta asi tambien como en las otras.
