UN CLIENTE DESCARADO


Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Miraculous las aventuras de ladybog espero que les guste.

Adaptación © FandomMLB.

Miraculous & ladybog © Thomas Astruc

Un cliente descarado © Whitney G.


CAPITULO 6

UN DÍA DESPUÉS

EL CLIENTE

ADRIEN

«Tiene que haber alguna manera de escaquearme de estas aburridas reuniones...».

Fingí prestar atención mientras los miembros de la junta discutían sobre los mismos diez temas que habían discutido en los dos últimos meses: iniciativa global. Plan de prensa. Opciones de almacenaje... Y vuelta a empezar una y otra vez. Era como si necesitaran asegurarse sin cesar de que habían votado para hacer lo correcto, y me pregunté por qué no podía retroceder en el tiempo a cuando tenía diecinueve años y rechazar la financiación inicial.

Me serví una taza de café cuando aquellos gurús financieros comenzaron a leer el informe mensual, mientras dejaba que mis pensamientos se desviaran a lo único en lo que realmente podía concentrarme esa mañana: Marinette.

Las imágenes de sus labios rojos hinchados y del vestido negro que llevaba el día anterior se repetían en mi mente cada cinco minutos. Encajaban perfectamente con las imágenes de la noche en la que «no nos habíamos conocido», cuando se montó en mi polla durante horas y me dejó follarla contra la pared de su dormitorio.

«Me encanta la forma en la que grita mi nombre cuando follamos...».

— ¿Le estamos aburriendo, señor Agreste? —El miembro principal de la junta, Jacques Grimault, interrumpió mis pensamientos—. Temo preguntar si ha estado prestando atención a algo de lo que hemos dicho.

—Debería temerlo... —repuse—. Más tarde leeré las notas de mi hermano para ver si hoy se ha dicho algo nuevo.

—Aggg... —gimió—. Hemos dicho muchas cosas nuevas, pero nos estamos asegurando de que todos estemos en la misma página con respecto al lanzamiento global. Ya sabe, esa iniciativa que esperamos poner en marcha lo antes posible, siempre y cuando nuestro querido director general pueda dar el giro necesario a su imagen pública.

—Su querido director general se niega a hacer promesas.

Se le puso la cara roja, y parecía que iba a lanzarme uno de sus sermones habituales.

—Es condenadamente inaguantable...

Pero mi hermano levantó la mano.

—Estoy encantado de informarles de que Indra se reunirá hoy mismo con una nueva firma de relaciones públicas —dijo—. Y me ha asegurado que parecen encajar perfectamente con él.

—Como si eso significara algo —murmuró Jacques Grimault —. La misma mierda, un día más. Dejarán de representarlo, como todos los demás, y mi dinero estará inactivo dos semanas más.

Hubo murmullos de acuerdo alrededor de la mesa, y Félix me lanzó una mirada con la que suplicaba: «Por favor, no jodas esto». Por fortuna, dirigió el tema hacia las metas que nos habíamos propuesto para el resto del año y llevó la reunión a los necesarios minutos de cierre sin más dilación. Cuando los miembros de la junta salieron de la sala, me indicó que me quedara.

Cuando el último miembro se fue, emitió un suspiro y se aflojó la corbata.

— ¿Cuál es el nombre de la nueva empresa que has contratado?

—Dupain-Cheng & Asociados.

—Mmm. Creo que nunca he oído hablar de ellos. —Sacó el móvil y tocó la pantalla varias veces. Luego puso los ojos en blanco y soltó un gemido largo y exagerado—. Adrien, esta empresa ni siquiera alcanza el grado medio entre las empresas de relaciones públicas, y solo tienen cinco empleados. Bueno, seis si incluyes a la socia fundadora.

—Me siento muy sorprendido por tu comprensión lectora. Por favor, léeme un poco más.

—Se necesitan al menos diez personas para manejar la logística que supone tu empresa un solo mes —dijo—. Veinte cuando comenzamos a pensar en múltiples conferencias y organización de viajes. Así que, por favor, no me digas que esta es la única empresa a la que puedes llamar por teléfono.

No respondí: los dos sabíamos que ese era el caso.

— ¿Qué pasa con Couffaine & Asociados? —preguntó—. Di con ellos ayer, y son casi una empresa de primer nivel que parece estar bastante bien. —Cogió un bolígrafo y garabateó algunas palabras en el reverso de una tarjeta de visita—. Cuando Dupain-Cheng & Asociados se den cuenta de que no pueden encargarse de nosotros, lo que probablemente sea unos minutos después de conocerte, llama a esta firma.

—Es bueno saber que confías en mis habilidades para tomar decisiones.

—Confío al cien por cien en tus decisiones comerciales, no en tus decisiones personales o publicitarias. Hablando de eso, ¿dónde estabas el domingo por la noche? No te vi en la ceremonia de corte de cinta de Oasis.

Sonreí, pero no respondí.

—Adrien —repitió. Parecía confundido—. ¿Dónde estabas el domingo?

—Me dijiste hace meses que dejara de hablarte sobre mi vida sexual. Me quedo en silencio porque estoy cumpliendo esa petición.

—Dios... —Levantó las manos en señal de rendición y se dirigió hacia la puerta—. Tienes suerte de que sea tu hermano y el consejero financiero de la empresa.

—Soy muy consciente de ello. —Me metí la tarjeta de Couffaine & Asociados en el bolsillo y me fui al ascensor, que me llevaba directamente al último piso.

— ¡Buenos días, señor Agreste! —Natalie me saludó tan pronto como pasé por delante de su escritorio—. La cita de las once acaba de pasar el control de seguridad del vestíbulo. ¿Debo hacerla esperar un poco cuando llegue o la hago pasar directamente?

—Hazla pasar directamente —ordené—. ¿Los pasantes han servido el café y tienen lista la documentación de los contratos?

—Sí, señor.

—Perfecto. Gracias.

Entré en el despacho con la tarjeta en la mano y miré a mí alrededor, asegurándome de que todo era exactamente como me gustaba. Entonces me di cuenta, una vez más, de que solo mi despacho era dos veces más grande que la firma entera de Marinette.

No estaba seguro de por qué agradecía el hecho de que su personal no hubiera comenzado inmediatamente a mostrar hacia mí un servilismo ensayado como otras firmas, pero lo había encontrado bastante refrescante. No solo eso, sino que ninguno de ellos me habían enviado ningún correo electrónico con ese asunto tan molesto como familiar que se usa en exceso en el peloteo:

« ¡Nos alegra que haya venido a vernos hoy!».

Me acerqué a las ventanas y apreté un botón para abrir las cortinas y contemplar una vista gris y lluviosa de Manhattan. Empujé un carrito con el servicio de café hacia mi escritorio y cogí dos tazas, para Marinette y para mí.

Mientras preparaba el azúcar, la voz de Natalie me llegó por los altavoces.

—La señorita Dupain-Cheng llegado a nuestra planta —dijo—. La hago pasar ahora mismo.

—Gracias, Natalie.

La puerta se abrió unos segundos después, y entró Marinette, con un vestido de color claro que me hizo olvidar por completo de qué demonios se suponía que íbamos a hablar. Sus labios carnosos estaban pintados con el mismo lápiz labial rojo rubí que llevaba cuando nos conocimos, y combinaban perfectamente con los zapatos de color manzana que llevaba.

«Podría pasarme el día mirándola...».

—Buenos días, señor Agreste. —Se acercó a mí y me tendió la mano.

—Buenos días, señorita Marinette. —Se la estreché resistiendo el impulso de acercarla a mí e iniciar una muy necesaria repetición de los actos nocturnos—. Siéntese.

—Primero tiene que soltarme la mano.

Liberé sus dedos y esperé a que se sentara antes de hacer lo mismo. La observé mientras sacaba unas carpetas de colores del maletín y las ponía sobre el escritorio. Se mordió el labio inferior y murmuró algo para sí misma antes de mirarme.

— ¿Quieres un café antes de comenzar? —le pregunté.

—No, gracias. No tengo pensado estar aquí tanto tiempo.

— ¿Perdona? —Arqueé una ceja—. ¿Necesitabas más tiempo para leer mis términos?

—No, los he leído todos de sobra. —Deslizó la carpeta amarilla por encima de la mesa hacia mí—. Aquí está el acuerdo de confidencialidad que me ha pedido que firmara, así que no se preocupe. Si otra empresa me llama para preguntarme sobre usted, no le diré la verdad ni le haré saber que es prácticamente un psicópata.

«Debe de estar de coña...».

— ¿Cómo has dicho?

—Ya me ha oído. —Abrió otra carpeta, una azul—. Me he pasado la noche investigándoles a usted y a sus problemas antes de leer sus términos, por lo que me parece bastante irónico tener que firmar nada, dado que es usted el que necesita una empresa que limpie su imagen pública y su nombre, y todo lo que está exigiendo es casi imposible. De hecho, lo que está solicitando vale mucho más de tres millones de dólares, y ahora entiendo por qué me ha pagado por adelantado.

Iba a preguntarle de qué demonios estaba hablando, pero continuó hablando.

—Para empezar, ¿en serio exige que no le concertemos ninguna entrevista y se niega a practicar para mejorarlas? —Pasó una página—. ¿Esto lo dice el hombre que el año pasado dijo en televisión, en directo y en horario matutino, que no puede vivir «sin follar»?

Parece increíble.

»Además —continuó hablando a mil por hora—, no entiendo por qué cree que puede pasar de asistir a las sesiones de estrategia con el equipo. Nunca he permitido que ningún cliente mío se las salte, y usted no será el primero. Me da igual el tamaño de su cuenta bancaria.

—Vale, Marinette, Bridgette, como quieras que te llames hoy. —Ya había tenido suficiente—. Puedes largarte de mi despacho.

—Me iré cuando termine. —Me fulminó con la mirada, separando sus sensuales labios, y yo me quedé mudo.

En ese momento, Félix entró en el despacho, pero no pasó. Se limitó a quedarse junto a la puerta y nos miró, manteniéndose lejos de la vista de Marinette.

—En segundo lugar —dijo ella, mirando la carpeta una vez más—. Exige que alguien de mi equipo esté disponible las veinticuatro horas para prepararle personalmente el café, asegurarse de que se pase por la tintorería a recoger su ropa y le traiga el desayuno o el almuerzo cada vez que lo solicite. Eso no lo vamos a tolerar en Dupain-Cheng & Asociados. No estamos interesados en ser sus asistentes personales.

— ¿Es que no me has oído cuando te he dicho que podías largarte de mi despacho?

—En tercer lugar —me ignoró—, tiene el descaro de hacer una lista de más de cincuenta demandas ridículas que deben cumplirse semanalmente. Son tan surrealistas que me sorprendería que alguna empresa esté de acuerdo con esto. —Arrojó la carpeta sobre mi escritorio y me miró con los ojos entrecerrados—. Aunque esto me ha hecho ver que es insoportablemente descarado e imposible, le he hecho un favor y he redactado una lista de cosas que creo que ayudarán a suavizar su imagen en los próximos meses. También he imprimido las definiciones de algunos términos importantes que debe conocer cuando comience a buscar a su próxima víctima entre las firmas de relaciones públicas.

Quería interrumpir su interminable diatriba, pero me estaba excitando con cada palabra que salía de sus labios rojo rubí.

—Finalmente —dijo, poniéndose de pie—. Le deseo que tenga suerte en su búsqueda de un publicista, señor Agreste. Por lo tanto, tenemos claro qué poner en la última casilla de verificación de su hoja de términos, se lo confirmaré verbalmente si así lo requiere: no, no le representaré, y no, no aceptaré ninguna de sus extravagantes reglas. Además, para que conste, no, no he recibido su nota. —Por fin, respiró hondo—. Le enviaré un reembolso de su anticipo esta misma tarde.

—Personalmente creo que deberías conservarlo —sugerí, levantándome también—. Tal vez puedas usarlo para hacerte con un despacho más grande.

—Y yo prefiero que lo use para adquirir modales. —Se echó hacia delante y bajó la voz—. Me gustaste mucho más en mi apartamento, cuando no sabía quién eras.

«Me gustaste mucho más cuando tenía la polla enterrada dentro de tu coño...».

Antes de que pudiera tener la oportunidad de decir esas palabras en voz alta, Félix se acercó a nosotros, aplaudiendo como si acabara de presenciar un drama en vivo y en directo.

—Por favor, no se vaya, señorita. —Le tendió la mano a Marinette—. Soy Félix Agreste, director financiero de la empresa. También soy, para mi desgracia, el hermano de Adrien.

Ella le miró por encima del hombro y otra vez a mí antes de estrecharle la mano.

—Soy Marinette Dupain-Cheng.

—Bueno, un placer conocerla, Marinette —dijo—. Lamento que no haya tenido un primer contacto mejor con Marinette International. Me encantaría ofrecerle un recorrido formal y hablar con usted sobre nuestra empresa, si está dispuesta a representarnos. También le agradecería mucho que nos permitiera comenzar de nuevo.

—No hay necesidad de comenzar de nuevo —intervine, sacando la tarjeta de visita que me había dado antes—. Está claro que la señorita Dupain-Cheng no quiere jugar según nuestras reglas, y tenemos otra opción a la que llamar.

Asura me arrebató la tarjeta de la mano y la rompió en miles de pedazos.

—Señorita Dupain-Cheng, si no le importa, ¿puedo hablar con usted a solas para que podamos tratar de convenir unos términos nuevos? Con gusto apreciaré su contribución y le agradeceré la oportunidad. —Me miró, retándome a interrumpir sus palabras—. Solo nos llevará quince minutos hacer el recorrido, y luego podemos hablar brevemente en la sala de reuniones. Solo usted y yo.

—Me encantaría —aceptó ella—. ¿Puedo salir y hacer antes una llamada telefónica?

—Por supuesto. —Él sonrió—. Gracias, señorita Dupain-Cheng.

—Adiós, señorita Dupain-Cheng. —No pude evitarlo.

—Señor Agreste... —Marinette me miró y salió del despacho.

Cuando la puerta se cerró, Félix cogió una de las carpetas que ella había dejado.

— ¿Has estado llevando tus propios términos y estipulaciones a las empresas de relaciones públicas? No recuerdo que nadie te haya ayudado a redactarlos.

—Eso es porque los redacté yo mismo.

—Ya veo... —Se puso las gafas y leyó mis palabras en voz alta—. «Cláusula cuatro: La empresa representante del cliente se asegurará de que no esté sujeto a ninguna reunión de mierda. Las reuniones de mierda incluyen, entre otras: sesiones de estrategia, preparación de entrevistas o lecturas de prensa». —Tiró la carpeta al suelo y me miró—. Si esos son sus términos, ¿cuál es el objeto de contratar una empresa de relaciones públicas?

—Dímelo tú.

—En serio, eres un coñazo —dijo—. Pero, ¿sabes?, me gusta mucho la señorita Dupain-Cheng, tenga una firma pequeña o no. Ella es la primera persona a la que he visto enfrentarse a ti.

—También será la última.

—Ya veremos. —Cogió la carpeta con la etiqueta «Formas de mejorar la imagen del señor Agreste» y se dirigió a la puerta—. Espera, una última cosa. Ha mencionado algo con respecto a que le dejaste una nota. ¿De qué estaba hablando?

—Una nota que definitivamente recibió y leyó. Solo lo niega para joderme.

—Olvídate de la pregunta. —Salió de mi despacho y cogí la última de las carpetas de Marinette. La que decía «Definiciones para el señor Agreste». La abrí y vi que había escrito definiciones, pero eran sus propias interpretaciones con respecto a mí.

«Señor Agreste:

Hay tres términos y definiciones que debe conocer antes de comenzar a buscar un nuevo publicista, y me complace explicárselos a continuación:

PUBLICISTA: Es lo que necesita, señor Agreste. Una persona que puede ayudarle a parecer menos gilipollas con la prensa y sus compañeros. Es también la persona cuyas instrucciones debe seguir, no al revés. (Ellos ordenan; usted obedece).

MAGO: Esto es lo que tiene que encontrar. Sinceramente, es lo único que podría ayudarle en este momento...

CLIENTE DESCARADO, IMPOSIBLE Y ARROGANTE: No existen las palabras necesarias para definirlo. La siguiente imagen debería resumirlo todo». Y a continuación estaba mi foto.


Continuaraa.

Comente la parte que mas les gusto me encanta leerlos espero que sigan la historia.