Notas del autor:
Antes que nada: buenos días, buenas tardes o buenas noches. Quise poner estas notas antes del escrito para dar las advertencias de contenido y otros pensamientos.
Está basado principalmente en el manga, porque nunca he podido encontrar las novelas para leerlas, y un poco del anime.
En advertencia de contenido:
Es la primera vez que intento escribir algo centrado en la angustia. Puede contener: Amnesia, locura, yaoi, angustia, violencia, tortura (tal vez), relaciones fluidas, hetero no explicito. BDSM inexperto con SSC ambiguo, BDSM metaconsenso no negociado, dub-con. (y seguro habrá otras)
Y, como aplica en advertencia y en contenido, tengo que decir que no tengo un Beta para esta historia. Sus ojos son los siguientes que leen este escrito así que agradeceré cualquier comentario o nota de errores de continuidad u ortográficos que me ayuden a mejorar (de antemano, gracias).
En otros pensamientos:
Los personajes no son míos, la imagen que la ilustra es sacada del manga y coloreada en PSD… Es una historia larga que espero los mantenga entretenidos… y, como no sé qué más decir aquí, dejaré que la historia diga el resto.
Espero les guste.
EL QUE DETIENE LA LLUVIA.
El sonido del timbre interrumpió su pacífica cena familiar. Por un segundo, todos se vieron extrañados. No esperaban visitas.
Orihime comenzó a levantarse para atender el inoportuno llamado, él se levantó primero temiendo que fuera un paciente en mal estado o una emergencia de otra índole.
—Termina de cenar —dijo con voz cálida aunque preocupada.
Abrió la puerta saludando sólo para encontrarse con una visión que casi había olvidado por completo.
No esperaba la visita.
—Es el momento, Kurosaki-san —avisó el hombre del sombrero rayado, usando un tono pesado como pocas veces.
El sonido de esa voz, cargada con secretos profundos, lo puso alerta de inmediato. Urahara no era aficionado a la seriedad en las palabras. Tampoco parecía presentarse por una visita social.
Aquel hombre frente a él no era el tendero que había conocido por una ficticia coincidencia, o el tutor que le había devuelto aquellos poderes de Shinigami. Era el capitán del Gotei 13… o el exiliado que preparaba mil estrategias por adelantado. Y quien lo había dejado para enfrentarse solo a las consecuencias de la guerra.
—Desapareciste estos diez años —le echó en cara, con furia contenida—… y te apareces en la puerta de mi casa, sin avisar ¡¿y con un ultimátum?! —gritó sujetando al hombre por el cuello de la ropa.
—¡Oh, Kurosaki-kun!, de haber pensado que querrías quitarme la ropa hubiera vestido algo… diferente —dijo cubriéndose la cara con su abanico y usando esa maldita voz cantarina que creyó nunca volvería a escuchar.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —espetó con una voz que estaba a punto de quebrarse—. Creí que habías muerto —soltó casi en un susurro.
Urahara puso su mano sobre la de él. Ese toque, lo sentía más como un intento de calmarlo que uno que explicara nada. Sabía bien que el hombre tenía un ritmo propio al que uno se sumaba, que no interrumpía, pero demonios si iba a seguir jugando en sus manos como el adolescente que había sido tantos años atrás.
Esa mano cálida apretó la suya y, con cada segundo que pasaba, la presión creció sobre sus huesos hasta que se vio forzado a soltar la ropa del hombre. La mirada de Urahara, tensa —mas no molesta—, lo hizo cambiar el gesto.
—Eso puede esperar, Kurosaki-kun —dijo con tono grave—. Lo que me trae hasta la puerta de tu casa, no.
Frunció el ceño con un poco de amenaza y el resto de precaución. Estaba harto de pelear guerras ajenas, pero sus instintos habían sido forjados en éstas.
—Ichigo —sonó la voz de Orihime acercándose—. ¿Qué pasa? —preguntó ella justo antes de ver al visitante.
Orihime lanzó un pequeño sonido de sorpresa al ver a Urahara en la puerta. Titubeó un par de veces antes de sonreír ampliamente y se acercó los pasos que la separaban de ellos.
—¡Urahara-san! —cantó con su tono emocionado—. No te quedes en la puerta, pasa.
Los dos se tensaron ante la natural invitación. La mujer no se dio cuenta de la reacción que tuvieron a sus palabras mientras volteaba al interior de la casa y seguía hablando; o, si la había notado, no les había dejado saberlo.
—Ha pasado tanto tiempo —rememoró—. Te ofrezco té. Dame unos minutos.
—Orihime —llamó a su esposa con voz tensa, sin dejar de mirar al otro—. Urahara no se va a quedar.
Los ojos de éste se abrieron con sorpresa tras el abanico que lo protegía de mostrar sus emociones y se cerraron con un inevitable gesto de dolor.
Aunque había tratado de ocultarse tras ese maldito abanico, él pudo ver el gesto que parecía más adolorido que sorprendido. En cualquier otra situación se hubiera sentido en conflicto por haber puesto ese gesto en la cara de este hombre, pero no ahora. En ese momento lo quería fuera de su casa, y de su vida. Ya se había marchado una vez, una segunda tampoco importaría.
—Tampoco tú —susurró Urahara respondiendo con un tono decidido, para que sólo él lo escuchara—. Es cierto que no vine para saludar y ponernos al corriente. Tu reiatsu está saliéndose de control.
—Mi reiatsu está bajo control —dijo mientras mordía las quijadas con fuerza.
Urahara se limitó a lanzarle una mirada pesada y negar con la cabeza.
—Vete, Urahara —ordenó al científico sonando fríamente tranquilo.
Urahara cerró su abanico antes de calzarse el sombrero en la cabeza, como queriendo cubrir más sus ojos.
—Tu cuerpo va a comenzar a fallar pronto, tu alma va a desbordarse sobre los que te rodean y pondrás en peligro a los que más quieres proteger —le dijo Urahara con un tono plano aunque ligeramente frío—. Pero es tu decisión, Ku-ro-sa-ki-kuun —terminó con ese tono de falsa indiferencia mientras subía su abanico para cubrir una sonrisa que se rompió en una carcajada. Aquella que era particular en el otrora exiliado cuando sabía tener la razón.
—Puedo vencer esto —le dijo completamente convencido de sus palabras—. He vencido peores retos, a peores enemigos… Ya me vencí a mí mismo en varias ocasiones.
Y, dicho eso, le cerró la puerta en la cara.
—¿Ichigo? —preguntó Orihime confundida.
—Ahora no, Orihime —pidió, sonando molesto.
—¿Papá? —preguntó Kazui tímido mientras se acercaba—. ¿Estás bien? —siguió, sonando casi frágil en su preocupación infantil.
—Estoy bien —mintió a su hijo con un tono suave mientras se acuclillaba para abrazarlo—. Estoy bien —repitió como si para creérselo él mismo.
Abrazó a Kazui con fuerza. Como si fuera lo que lo mantenía fuerte ante la vida. Aunque entendía la razón por la que habían ido por él, no la aceptaba.
No iba a perder, ni siquiera ante su propio reiatsu.
—¿Papá? —dijo Kazui con un tono sufriente.
Sólo entonces se dio cuenta que lo apretaba con, tal vez, demasiada fuerza.
—Vuelvan a cenar —les dijo a su familia—. Yo perdí el apetito.
Sin esperar una respuesta, se dirigió escaleras arriba y directo a su habitación.
Quería gritar, golpear algo… mejor aún, a alguien. Y es que no sólo el mensaje lo había llenado de furia e indignación; el mensajero, también, lo había descolocado.
Maldita fuera Soul Society por tratarlo de esa forma. No sólo aparecían de la nada: lo querían en ese otro lado. ¿Para qué?, rabió mentalmente, ¿Para poder controlarlo? Porque no se tragaba ese cuento de que querían proteger nada. Si su reiatsu fuera a causar problemas con los vivos, también lo haría con los muertos, ya fuera en Soul Society o en Hueco Mundo.
Así que no, no creía que estuvieran siendo altruistas. Así como una vez le habían dado ese emblema de Shinigami sustituto —que servía más para tenerlo localizado que para cualquier otra cosa—; esta vez también escondían sus verdaderas intenciones. Si bien, a los 15 años no le había importado aquella estratagema porque no le había implicado una afrenta, lo que ahora querían era alejarlo de su hijo, de la vida que se había ganado con aguerridas luchas en batallas que se liberaban sin Zanpakuto o Kido. Había formado una familia y había conseguido una paz y un hogar con el que no había podido soñar jamás. Y lo iban a arrancar de todo aquello.
Y Rukia… lo había visitado hacía días; había actuado como si nada pasara, como si sólo fuera un día más en la vida de cualquiera de ellos.
—¡Ichigo! —llamó Orihime urgente, abriendo la puerta intempestivamente. Su tono asustado y preocupado a partes iguales. La mujer miró a todos lados de la habitación como si buscara un enemigo. Sus manos y labios listos para llamar su poder.
—No pasa nada —intentó tranquilizarla.
—¿Estás seguro? —insistió ella.
Él asintió justo antes de caer al piso y gruñir con dolor.
—¡Ayame! ¡Shun'o! —llamó Orihime.
Las dos flores se unieron y separaron para cubrirlo con su luz naranja. Casi de inmediato se sintió recuperar un poco el paso de su respiración para sentir el alivio en su cuerpo derramándose como un líquido… o algo parecido.
—Gracias, Orihime —dijo él desde el piso, tratando de sonreírle a la mujer de forma tranquilizadora.
—Sube a la cama —ordenó ella tibiamente.
Le obedeció mientras el resplandor anaranjado lo seguía. Unos segundos después sintió el dolor remitir y poco después, habiéndose asegurado que el trabajo estaba hecho y con un suspiro de satisfacción, Orihime llamó de regreso a sus flores y subió también a la cama. Lo abrazó pegando su frente entre sus omóplatos y permaneció en silencio esperándolo por si quería hablar de aquello.
Cerró los ojos con fuerza y, a pesar de la silenciosa petición de su esposa, permaneció callado mientras observaba la oscuridad y se fingía dormido.
.
Que irónico: Ese día no había abierto la clínica por enfermedad.
La cabeza le dolía y el cuerpo le reaccionaba tan mal como cada vez que tenía alguno de sus "ataques". El primero de éstos había sucedido algunos meses después que Kazui naciera, pero había sido tan ligero, que lo había adjudicado a "nervios de padre primerizo" o lo que fuera. Al principio esporádicos, los ataques comenzaban a ser más fuertes y más constantes con el paso del tiempo.
—¿Papá? —preguntó Kazui tímidamente mientras asomaba la cabeza al interior del cuarto.
Le sonrió a su hijo mientras extendía una mano para llamarlo a su lado. El enano de cabello naranja y mucha energía corrió hasta él y saltó a la cama para acostarse a su lado. Lo miró con ojos curiosos y se emocionó mientras le contaba su día en la escuela. Sonrió ante el relato desarticulado que escuchaba y trató de seguir la conversación a pesar del dolor de cabeza.
—¿Kazui? —la voz de Orihime sonó en un grito lejano—. Tu amiga te busca.
—¿Ichika? —saltó Kazui emocionado mientras corría fuera de la habitación vistiendo un shihakusho de Shinigami… en el cuerpo.
No era que su alma de Shinigami hubiera abandonado el cuerpo del infante; su cuerpo material había cambiado con la… esencia.
Antes que su cerebro pudiera pensar nada, la sensación de un golpe en el estómago lo dobló hacia el frente mientras sus ojos ardían, tal vez de resequedad porque ni siquiera podía parpadear.
"Tu alma va a desbordarse sobre los que te rodean", recordó de inmediato. Maldita sea, no es que no lo supiera.
Era que no quería aceptarlo.
Por eso, el que hubieran aparecido en la puerta de su casa para recordárselo lo había hecho estallar. También era culpa del mensajero.
Urahara lo había dejado solo tras la batalla contra Ywhach. Una vez había cortado en dos la existencia del hombre —un enemigo que quería destruir los mundos y todo eso; pero al final un hombre más—, había necesitado a su guía y tutor… a su ¿compañero?, ¿amigo? A su…
Lo que ese pervertido de sombrero de rayas fuera, era lo que había necesitado; y lo que no encontró. Por más que buscó. Soul Society no sabía nada de él. Grimmjow, Nelliel, Hallibel… nadie sabía nada de su paradero. Después de años de no dar con él, lo dio por muerto.
Sólo así pudo comenzar una vida de nuevo.
Y el cretino se burlaba de él apareciendo en su nueva vida, sólo para llevárselo de las personas que sí se habían quedado a su lado; de las que estuvieron allí cuando lo que quedaban eran las pesadillas, la culpa por haber matado… el nudo duro de tragar al recordar la sensación de cortar a alguien en dos. Apretó las manos en puños y se encontró temblando ante el recuerdo de la sensación. Y, aunque para todos era un héroe, él se sentía un simple asesino.
Eran Chad, Tasuki, Ishida y Orihime los que se habían quedado a su lado. Los que habían sufrido con él los ataques de pánico, el despertarse por los gritos que salían de su garganta. Eran sus amigos… los mismos a los que había empujado a ese mundo de fantasmas, batallas y muertes sólo por estar cerca de ellos. Y, ahora, su hijo estaba siendo afectado por su cercanía.
Tenía que detenerse a pensar en la vida de todos ellos. Chad era un boxeador de talla mundial, siempre acosado por los medios y teniendo que olvidar cualquier tipo de vida privada; nunca habiendo encontrado algo que "proteger", había seguido peleando en la única forma en que el mundo le permitía hacerlo legalmente. Tasuki daba clases en el dojo que los vio entrenar de pequeños, y su vida era interrumpida por lo que el resto no podía ver; las madres de los estudiantes los apartaban rápidamente de ella y la mantenían al margen. A Ishida no le iba tan mal, él había sido Quincy desde siempre y nunca tuvo que enfrentarse a un cambio tal en su mundo; pero tras aquella batalla, el Quincy había perdido incluso ese orgullo en su raza que lo había mantenido con la cabeza en alto. Y Orihime… Orihime era a la que peor le había ido.
Un peso ácido se asentó en la boca de su estómago. Quiso correr de inmediato y, debilidad en su cuerpo o no, salió de la cama y corrió.
Cuando se encontró sin aire, se vio en el último lugar al que hubiera esperado ir. Estaba a punto de volver la espalda y marcharse cuando Tessai abrió la puerta. El gigante con anteojos lo saludó con una inclinación de cabeza y dio un paso atrás. La invitación estaba hecha.
Cerró los ojos con fuerza mientras suspiraba con resignación, o con derrota. Terminó aceptando la invitación aunque sabía que debería rechazarla.
—Kurosaki-san —saludó el gigante con la cortesía de siempre—. ¿A qué debemos la visita?
Él no pudo sentirse peor que en ese momento. Ni 24 horas habían pasado desde que le cerrara la puerta en la cara a Urahara y él estaba haciendo lo mismo: apareciendo en su casa, sin invitación y no por una visita social.
—Tengo algo pendiente con Urahara —respondió mirando más allá del otro. No quería enfrentar esa mirada que parecía saberlo todo.
—El jefe está es Soul Society —se limitó a decir—. Toma asiento, traeré té.
Ichigo obedeció como si aún fuera el adolescente de 15 años recibiendo lecciones en la trastienda de un local de barrio.
Tessai llegó con el té y dejó algunos dulces antes de marcharse de nuevo. Ichigo se sintió extraño en la comodidad de entender el significado de ese gesto: sabía tendría que esperar, de lo contrario, Tessai sólo habría llevado la bebida. Saber aquello sin necesidad de que se le explicara, conocer el movimiento y las causas de las acciones a su alrededor, era como si nada hubiera cambiado.
—Tessai-san —lo llamó para detener su marcha. El hombre se detuvo, pero no volteó de nuevo—. ¿Dónde estuvo Urahara estos diez años?
—Tendrás que preguntarle a él —terminó el gigante, marchándose sin más.
Ante ese tipo de respuesta, suspiró audiblemente mientras dejaba caer la cabeza sobre la mesa baja. Acomodó sus brazos bajo la cabeza y abrió los ojos. Su mirada se fijó en la taza de té y de ahí a la habitación. La sensación de estar de nuevo en ese espacio, lleno de madera y pasado, la sintió relajante; como si volviera al hogar tras un largo viaje. Respiró hondo por un impulso de sentirse bien también por dentro y se sintió extrañamente relajado. Cómodo. Como no se había sentido en ningún otro lugar. Era extraño que pudiera sentirse así en un lugar en el que no había estado desde hacía tanto tiempo, pero, en el ambiente, había una calidez que parecía mecer sus sentidos.
—¡Kurosaki-san!
El grito hizo que saltara, con el corazón desbocado, apenas notando que se había quedado dormido. Volteó al causante de su agitación y frunció el entrecejo como si eso afectara al hombre frente a él.
—¿En serio tienes que gritar, Urahara? —se quejó rascándose la nuca.
El tendero se cubrió la cara con el abanico.
—También podía agarrarte el trasero —respondió de inmediato con su despreocupada irreverencia.
—El grito está bien, gracias —suspiró frustrado, pasándose la mano por la cara para quitarse el resto del sopor.
Conociendo al pervertido de las sandalias, estaba diciendo la verdad.
—¿A qué has venido, Kurosaki-kun? —preguntó, ahora con voz profunda y seria.
—Kazui puede convertirse en Shinigami —dijo derrotado.
Urahara entrecerró los ojos, pero no dijo nada. Sólo se quedó mirándolo. No podía decir si esa mirada le echaba en cara sus palabras o su actitud, no sabía si era una de severidad ante su actuar o ante la situación.
—Tú también podías; no a esa edad, pero…
—Urahara-san —lo interrumpió gravemente—. Él se convirtió en Shinigami, no su alma. Su alma no abandonó el cuerpo.
Urahara abrió los ojos con sorpresa, había —incluso— olvidado usar el abanico para cubrir su gesto. Y eso era todo lo que necesitaba ver para saber que el científico había comprendido la situación completa, tal vez incluso más que él.
Tras minutos completos en tenso silencio, se desesperó. Temía las posibilidades que Urahara estuviera sopesando en su mente, temía lo que escucharía de él enseguida. Habló primero.
—Haz un parche como el de Zaraki que constantemente consuma mi reiatsu —pidió desesperado—. Destruye mi Hakusui con Benihime…
—No serviría —respondió Urahara pesadamente.
—¡Maldita sea, Urahara! Inténtalo al menos —se desesperó al fin. Era Urahara el que siempre tenía la salida para todos los problemas, y, que ahora le negara posibilidades…—. ¿Qué tengo que hacer?
—No hay nada que puedas hacer, Kurosaki-kun. Tu poder está consumiendo tu cuerpo.
—¡Bien! —aceptó furioso—. Yo no puedo hacer nada, pero tú sí. Tú puedes. Siempre has podido hacer lo imposible.
—No puedo darte el tiempo que no tienes.
Antes de gritar de nuevo, se detuvo a pensar primero en lo que escuchaba y en el de quién lo escuchaba.
—¿Qué puedes hacer? —preguntó esperando un milagro.
Urahara abrió los labios para responder, pero los cerró inmediatamente después.
—Pensaste en algo —aseveró con malsana esperanza.
—Sólo… No —se interrumpió a él mismo—. La única opción es que te mantengas lejos de ellos, recluirte… Al menos hasta que puedas controlarlo —se apresuró a completar en cuanto lo vio enfurecerse.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó de inmediato sintiéndose liberado del peso que lo oprimía.
—Para un alma normal serían como 500 años. Para ti, unos 200… siendo optimistas.
—¡Todos estarán muertos para entonces! —gritó mientras golpeaba la mesa con los puños.
—Entonces no es un deseo de protegerlos lo que te mueve —dijo Urahara fríamente—, sino el egoísmo de que las cosas sean como tú quieres —subió el tono—, ¡que sean como a ti te acomoden!
Urahara respiró profundamente tras su exabrupto. Se quedó callado, más que por las palabras, por la impresión de ver que el hombre que siempre salía de situaciones difíciles con una broma hubiera subido el tono; porque hubiera perdido la calma…. Por primera vez.
—Estoy bien con eso —espetó sinceramente—, estoy bien con ser egoísta.
"… por primera vez en mi vida" pensó, pero no se lo dijo.
—Lo siento, Kurosaki —le dijo el hombre frente a él con voz pesada, sin sentimientos o con derrota en todo su ser—. Tal vez erré mis cálculos —dijo al fin.
Se sintió sonreír ante las palabras; esperaba que le diera un mejor pronóstico, que el entrenamiento durara no diez días, pero no más de un par de años.
Urahara no había terminado.
—Erré mis cálculos, porque en este momento no eres ni la mitad de quien creí que eras.
Una furia inmediata lo llevó a lanzarse sobre él.
Su puño derecho impactó en el pómulo del rubio, haciendo que perdiera el sombrero sobre su cabeza. El segundo puñetazo que impactó contra la cara del tendero lo lanzó antes de sentir la cantidad de reiatsu que emanaba de Urahara. Sintió las manos de su contrincante en los brazos y, aunque intentaba sujetarlo, se liberó del agarre para lanzar un tercer golpe. El sonido ahogado que salió de la garganta de Urahara le debió haber indicado que algo malo sucedía, pero no lograba detener la rabia que escapaba por sus puños. Sujetó al hombre por la ropa sólo para levantarlo del piso, para obligarlo a que respondiera con los puños.
La vista de la piel blanca de aquel lo detuvo, disipando la rabia y la impotencia así de rápido.
—¿Qué es eso? —preguntó casi aterrorizado.
Urahara se cubrió el pecho de nuevo con la tela y evitó mirarlo a los ojos.
—Si ya te sientes mejor, es momento que repita tus modales de anoche.
—Urahara, respóndeme —demandó seriamente—. ¡¿Quién te hizo eso?!
Urahara se levantó al fin del piso sólo para abandonar la pieza.
Él se quedó viendo la puerta deslizante por la que había salido un hombre al que había llegado a considerar invencible. Algo —alguien— había pasado para que el cuerpo del Shinigami estuviera lleno de cortes y moretones. Una furia que era mayor a aquella con la que había llegado, estalló en su interior. Se levantó del piso dispuesto a conseguir respuestas del cretino con sombrero.
Más que la vista de seis máscaras blancas, la presencia de esos seis lo detuvo en seco. Las Zanpakuto en shikai lo hicieron prepararse para una batalla.
—¿Shinji? —llamó desconcertado.
—Hola, berry-tan —dijo la enmascarada de cabello verde, sonando tan despreocupada como siempre.
—Necesitas un paseo, chico —completó Shinji haciendo desaparecer su máscara.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó sorprendido y en tensión.
—Venimos por ti, Ichigo —dijo Kensei severamente.
—¡Oh, esto es maravilloso! —soltó la voz cantarina de Urahara que llegaba de nuevo—. ¡Tenemos más visitas! ¡Tessai-san! —gritó hacia su espalda—. Necesitamos litros y litros de ese té especial que sólo tú sabes hacer.
—¿Té especial? ¡¿Es que la calvicie también te hace estúpido?! —gritó Hiyori al dueño de la tienda.
—Y algunos dulces —gritó de nuevo a Tessai—. Hiyori-san está de mal humor a causa del hambre.
—Tenemos que llevarlo.
—Ese no fue el trato, Lisa-san —dijo Urahara mirándola con un intento asesino y tomando la empuñadura de Benihime en la mano.
Lisa tragó con fuerza.
—Las cosas han cambiado —siguió Shinji—. Su reiatsu se siente hasta Soul Society.
—Vete a casa, Kurosaki-kun —ordenó Urahara sin dejar de ver a Shinji, sin haber soltado a Benihime de su agarre y sin haber cambiado su tono de advertencia.
—Pero… —gritó enfurecido y confundido por la escena y por la conversación que claramente hablaba de él pero en la que no participaba.
—¡Ahora! —ordenó Urahara una vez más, ahora en un grito.
—¡No me voy a ir! —espetó buscando a Zangetsu sobre su hombro sin encontrarlo. Se había olvidado que seguía atrapado en su cuerpo.
—Voy a encontrar la forma, lo prometo —dijo Urahara con un tono más afable, pero amenazando aún a los seis recién llegados—. Ahora vete a casa, Ichigo.
El escucharlo llamarlo por su nombre lo sorprendió hasta hacerle olvidar la tensión que se vivía en el cuarto. Asintió, aunque él no lo estuviera viendo, y se retiró aunque fuera lo último que quería hacer.
