De camino a casa, fuera que su cuerpo o su mente hubieran comenzado a procesar la escena que había dejado atrás, se enfureció. Estaba furioso con Urahara por ordenarle, por usar su esperanza para manejarlo; con él, por obedecerle. También por haberlo golpeado. Y con los Vizard por aparecer y hacer que todo sucediera.
Aún tras la caminata, o por esta, al llegar a su casa seguía sintiendo la piel del otro bajo su puño. Sí, se había enojado; pero ¿por qué se había desquitado?
Abrió la clínica sólo para curarse los nudillos. Mientras veía la piel abierta sobre esos huesos, se preguntó de nuevo por qué. ¿Por qué se había desquitado con Urahara? No era la primera vez que el hombre buscaba fastidiarlo un poco… pero esta vez, de él, sólo sentía una barrera infranqueable de falta de posibilidades; de derrota. El Urahara que recordaba siempre daba una negativa cuando tenía una mejor idea. Esta vez, sin embargo, parecía que no tenía ni idea ni voluntad de ayudarlo.
Ante el pensamiento apretó las manos en puños, manchando las curaciones con sangre nueva.
—¡Ichigo! —sonó una voz inconfundible, fue el tono lo que le obligó a voltear.
—¿Rukia?
—¿Estás bien? —preguntó en una posición de batalla, mirando a todos lados de la habitación.
—¿Por qué todas me lo preguntan? —soltó exasperado—. Sí, estoy bien. ¿A ti qué te pasa?
—Estas expulsando reiatsu como si estuvieras siendo atacado, idiota —respondió ella con fastidio mientras enfundaba su Zanpakuto.
Frunció el entrecejo y se pensó llamando esa energía de regreso a su cuerpo.
—¿Mejor? —preguntó al terminar con una respiración profunda.
—Ya no es agresivo —concedió Rukia como compensación a la negativa que no daba en palabras—. ¿Qué te pasó en las manos? —preguntó interesada.
Al parecer había notado las curaciones con sangre nada más entrar al lugar.
—¿A qué vienes, Rukia? —devolvió con un pequeño gruñido de fastidio.
—Tenemos que hablar, Ichigo —soltó en un tono serio.
Eso le sorprendió. Aunque Rukia no llevaba las prendas de capitán, le había dicho recién que la habían ascendido a capitán del escuadrón número 13. Cuando había visitado con su familia, se había quejado de todas las horas extra que había tenido que hacer para poder conseguir ese día de vacaciones.
Rukia, ¿podría ser que estuviera allí por "asuntos oficiales"?
—¿De qué? —respondió, de inmediato con sospecha. Después de todo, Shinji se había aparecido frente a él para "llevárselo". Urahara mismo le había dicho que "era tiempo".
—Primero dime a quién golpeaste.
—Déjalo, Rukia. No pasó nada.
—Esa es tu cara de pasó-mucha-mierda-y-me-voy-a-quedar-callado.
—Si ya sabes que me voy a quedar callado, ¿para qué preguntas? —subió el tono mientras usaba esa mezcla de buen humor que surgía en los pleitos con la Shinigami.
—¡Te estoy dando la oportunidad de no ser un tarado! —gritó ella a medias ofendida.
—¡¿Tarado?! —siguió con un grito—. ¡Tú eres la tarada que pregunta cosas que ya sabe!
—¡Si las supiera no las preguntaría, TARADO! —gritó mientras jadeaba para cobrar aire.
Y él no estaba mejor, jaló un par de bocanadas de aire y sonrió entonces. El gesto de Rukia lo hizo estallar en carcajadas al fin. Ella rió segundos después.
—Rukia —llamó cuando las risas hubieron dado paso a una calma relajada—. ¿Crees que soy egoísta?
Ella pareció sorprenderse primero y tomarlo en serio después. Guardó silencio unos segundos más y, cuando pareció que había pensado su respuesta, negó con la cabeza.
—Te considero una de las personas menos egoístas que he conocido, tal vez el menos egoísta de todos.
—Urahara no piensa lo mismo —soltó resignadamente mientras veía a cualquier otro lado salvo a los ojos de su mejor amiga—. Me dijo que era egoísta por querer que las cosas sean como yo quiero, que sean como a mí me acomodan.
—Me parece extraño. Urahara siempre te ha apoyado.
—Sólo porque acabé arreglando lo que pasó con la cosa esa que puso en el gigai que te dio.
—El cómo empezaron las cosas, no quiere decir que no te apoye.
—Sólo está pagando una deuda —soltó con un tanto de desprecio.
Rukia negó sombríamente con la cabeza. El movimiento lento, pesado.
—Puede que así haya sido cuando se arrodilló ante Yamamoto para devolverte tu poder. Pero no después. Ichigo, se puso en contra de Soul Society, poniéndola en peligro. Buscó ganar tiempo para ti, poniéndose en peligro. Eso no es por pagar una deuda, eso es porque…
—¿De qué hablas? —interrumpió impresionado.
Rukia suspiró, como si cobrara valor para hablar… o para recordar algo. Lo miró enseguida a los ojos, poniendo su alma en esa mirada. Por un segundo le recordó la mirada que su padre le había lanzado al contarle la verdad de la vida, la muerte y la procedencia de su madre.
—Capitanes y tenientes fuimos llamados al escuadrón 1. La mariposa del infierno sólo dijo que era urgente. No podía ser de otra forma, viendo el estado de Soul Society. Cuando llegamos, Urahara estaba apresado. Al parecer, Kyoraku y él ya habían comenzado su conversación cuando llegamos porque Urahara se veía desesperado. Cuando escuché su "merece ser feliz", tuve la impresión de saber de quién hablaban. No me equivoqué en eso. Urahara siguió diciendo "él salvó Soul Society, a los mundos. Tiene derecho a elegir el tipo de vida que quiere". Nunca había visto al pervertido tan… desesperado por algo. Ni siquiera cuando le pidió ayuda a Yamamoto de rodillas para devolverte tus poderes. Pero Kyoraku le respondió que ambos sabían qué era lo mejor para todos. Dijo que tu cuerpo iba a dejar de funcionar como el envase correcto y que tu vida pone en peligro a Soul Society.
—¿A qué te refieres con que mi vida pone en peligro a Soul Society? —preguntó con un nudo en la garganta.
Rukia evitó su mirada y la bajó al piso, claramente decidiendo si le iba a responder o no.
—Soul Society está en ruinas. El reishi de lo que está hecho todo está desperdigándose. Hay grietas entre los mundos; humanos vivos entrando a Soul Society, a Hueco Mundo; Hollows entrando por error a Soul Society o Shinigami entrando a Hueco Mundo. No son Gargantas, no son Sekaimon; sólo… un paso y están en otro mundo. Y pareces ser la causa de esto, Ichigo. Al menos eso cree Kyoraku, o tal vez es una orden de Central 46; pero debe haber algo de cierto allí, porque Urahara apretó la quijada tan fuerte que hasta a mí me dolió. Pidió más tiempo, con voz decidida, como si tuviera un plan en marcha. Tal vez como si no lo tuviera. Kyoraku le dijo que les quedaba poco tiempo, dijo que entendía que eras un amigo y un aliado, que por eso… —dudó lo siguiente.
—Que por eso, ¿qué? —la apresuró tensamente por la duda que mostraba. Rukia dudando siempre era una mala cosa.
Ella pareció cobrar valor tomando un profundo respiro para llenar sus pulmones y liberando el aire lentamente.
—Que por eso quiere evitar que te conviertas en un enemigo —terminó sobriamente.
—¡Qué! —gritó fuera de sí. La indignación podía más que él—. ¿No sirve de nada toda la sangre que derramé en sus batallas? —la atacó con sarcasmo, aunque la furia no iba dirigida a ella realmente—, ¿y las veces que luchamos juntos? ¿¡Las que les salvé el pellejo!? ¡¿Me quieren como su enemigo?! Bien, me van a tener…
Rukia lo detuvo con un golpe en la cabeza.
—¡Tranquilízate, idiota! —gritó furiosa—. Nadie dijo que seas un enemigo, pero tu reiatsu descontrolado está creando problemas ¡y vas y lo expulsas como fuegos artificiales!
Sólo después se dio cuenta que la Shinigami frente a él estaba respirando con dificultad.
—Lo siento —dijo apenado. El resto de su furia disipado por completo.
—No te disculpes. Pero no lo hagas de nuevo —intentó bromear sin éxito—. ¿Quieres saber el resto? —le dijo con una ceja arqueada y una sonrisa casi malvada.
Sin saber qué más podía esperar después de haber escuchado eso, asintió en silencio; intrigado por la mueca de ella. Se confundió más cuando ella soltó una carcajada al aire.
—Urahara dijo que no podía creer que los que alguna vez fueron tus aliados, que pelearon a tu lado, que te salvaron la vida y a quienes les salvaste la vida ahora te vieran como una amenaza en potencia —sonrió como si eso explicara lo divertida que se veía—. Hubo más de "no queda tiempo" y "necesito tiempo", pero sólo hasta que Kyoraku le preguntó si se iba a jugar "el pellejo" por ti. Entonces Urahara pidió que le quitaran las ataduras para ponerse a trabajar.
—¿Eso hizo? —preguntó sintiéndose miserable por cómo había tratado al del gorro desde que lo había vuelto a ver.
—Aún hay más, por si no te estoy aburriendo con cosas que no son de tu vida —dijo ella sin sarcasmo, pero a propósito para molestarlo un poco.
—¿Hay más? —preguntó sorprendido pero fingiéndose aburrido—. ¿Más allá del hecho de que estén decidiendo mi vida por mí?
Rukia asintió y, por un momento, le recordó a la Shinigami de aquellos primeros días; cuando ella le explicaba la existencia de almas plus y Hollow. Internamente agradeció que esta vez no usara sus pésimos dibujos de Chappy para explicarle.
—Cuando acabó la reunión salí tras Urahara; tenía que saber su plan para ayudarle con éste, lo quisiera o no. Lo encontré al fin, hablando con Yoruichi. El gesto de ambos impidió que me acercara más, pero los escuché diciendo que Urahara no enfrenta exilio de nuevo. Y él lo sabe. Pero dijo que no es una buena idea forzarte siendo lo que eres —ella hizo una pausa para mirarlo por los segundos que guardó silencio—. ¿Qué eres, Ichigo? —terminó preocupada.
Se crispó ante la pregunta.
—Una bomba de tiempo, al parecer —dijo en un suspiro mientras miraba el techo y se dejaba caer desparramado en la silla del consultorio.
—Quise venir a decírtelo en cuanto me enteré —siguió ella.
—¿Por qué me dices esto? —preguntó aún viendo al techo, no se sentía listo para ver la lástima en la mirada de Rukia, o cualquier otro sentimiento que se reflejara en ese par violeta.
—Porque necesitabas saberlo —respondió llanamente.
—¿En serio crees eso? —se burló sin fuerza.
—Te conozco, Ichigo. Y te aprecio mucho. Pero entiendo a Urahara, entiendo al Capitán Comandante y te entiendo a ti. Sé que tú no querrías que no se te dijera nada de esto y que otros tomen la decisión por ti. No está en tu naturaleza dejar que otros se ocupen de ti o de tus problemas. Al contrario, tiendes a cargar los problemas de otros en los hombros.
—No hago eso —espetó de inmediato—, pero, cuando puedo ayudar…
—Y si no puedes, lo haces de todas formas —se burló ella—. Aunque tengas que entrenar para ello.
Sonrió sin quererlo, como si hubiera sido descubierto un gran secreto.
—Y por eso viniste a decírmelo —suspiró—. Pero aún no sé si es mi amiga o el capitán del 13 quien está frente a mí. ¿Qué quieren de mí?
—Que seas el Rey Espiritual —soltó a quemarropa.
—¿¡Qué!? —gritó casi cayéndose de la silla—. ¿Es que están locos? ¡No!
—¡Ichigo! —gritó para que se calmara.
—¡No, Rukia! ¡Tú no viste a esa cosa! ¡No me convertiré en… en… en esa cosa!
Se puso de pie para pasear por el consultorio, furioso cual bestia enjaulada… Y como tal se sentía.
—¡Ichigo! Controla tu reiatsu —le dijo con una orden que sonó ahogada por el esfuerzo.
Con la furia recorriéndolo, apenas pudo ver a la pequeña Shinigami sujetarse de su escritorio para no caer al suelo. Por un segundo le importó, pero después dejó de hacerlo. La que estaba frente a él no era su amiga, era un capitán del gotei 13…
—Ichigo —suplicó ella—. Detente.
Cuando la vio caer al piso, desmayada, entonces sí se detuvo. Corrió hacia ella para asistirla y maldijo los años preocupándose por la salud de otros. Lo habían hecho reaccionar.
La puerta de la clínica se abrió mostrando a una Orihime preocupada pero en pie de guerra y con el nombre de sus flores en los labios.
—Ichigo —llamó de inmediato—. ¿Rukia?...
Lo miró a él una vez más antes de llamar sobre Rukia las flores que curaban.
—Ella no te estaba atacando, ¿verdad? —preguntó con preocupación y con algo fatídico en su tono.
—De alguna forma —bufó como respuesta.
—Ichigo —dijo Rukia desde el suelo habiendo cobrado el conocimiento gracias al brillo anaranjado que negaba la realidad. Aun seguía en el piso, pero eso no le impidió buscar su mirada—. En Soul Society había un remanente de Yhwach; desapareció justo el día que vinimos a ver la pelea de Chad. Desde entonces los mundos han estado derrumbándose. Ese remanente también tenía lo último del rey espiritual que absorbió Yhwach en la batalla. Al desaparecer eso, no queda nada que nos proteja de la destrucción.
Le respondió con un grito furioso, frustrado.
¿Por qué tenía que ser él? Quería gritarle a los tres malditos mundos. ¡Por qué él!
—Controla tu reiatsu —ordenó Rukia con tanta voz como pudo conjurar—. ¿No entiendes que estás empeorando todo?
—¿Cómo es eso posible? ¡¿Cómo es que todo esto está pasando?! —rugió hacia ella.
—No lo sabemos. Fue una de las tareas que se le dio a Urahara —dijo débilmente, derrotada.
Una vez más habiendo escuchado ese nombre colocado en un punto axial de su vida, dio media vuelta a la escena frente a él para marcharse de nuevo.
—Ichigo, acabas de llegar —dijo Orihime con un tono que le pareció patético; tal vez porque así se sentía él.
—Entonces no debí volver —dijo aún dándoles la espalda y se fue de nuevo.
Sus pies, esta vez, lo llevaron a aquel parque que lo había visto pelear con su segundo Hollow. Allí, como siempre, Rukia lo había enfrentado; esa vez con sus creencias y su postura de Shinigami. Allí él le había dicho que no se comprometería a nada, que podría incluso escapar porque no era tan buena persona como para sacrificar su vida por gente que no conocía. Al parecer, a todos, se les había olvidado aquello.
Y, ahora, la única forma de proteger a esos desconocidos era que lo sacrificara todo. De nuevo.
¿Por qué? se preguntó de nuevo. ¿Por qué tengo que ser yo quien tiene que dejarlo todo por otros?
¿No se había ganado el derecho de vivir una vida bajo sus propios términos?
No estaba en contra de Soul Society, le pesaba haber escuchado que estaba en peligro; pero, ¿cuántos de ellos habían dejado sus vidas y sus deseos por él? Ni siquiera su esposa había abandonado sus sueños por él. A todos los habían dejado seguir con su vida, pero ahora querían devolverlo —a él— a un estado de peligro constante, de guerra infinita, que ni siquiera comenzaba a comprender. Era el único que tenía que poner su vida en juego… Salvo, tal vez, Urahara. Quien, si Rukia decía la verdad, se jugaba el cuello por darle el tiempo que deseaba en esa vida.
Urahara, quien —al parecer— había sido apresado y llevado ante el Capitán Comandante.
Con un suspiro pesado aceptó que le debía disculpas al científico… y éste le debía respuestas a él.
Esta vez no corrió, pero se dirigió a esa tienda de barrio. Esta vez no se sentía como volviendo a casa después de un largo viaje; esta vez era diferente. Sentía como si esas paredes de madera se le pudieran caer encima.
Tragó antes de acercarse, pero esta vez no hubo un Tessai que le permitiera la entrada… tampoco un cerrojo que se la impidiera.
Apenas entró al lugar, sintió el reiatsu de Urahara… y eso que seguía siendo pésimo para sentir reiatsu. El haberlo sentido, y en tal medida, le decía cuan fuerte era el pervertido de las sandalias en verdad.
Apenas tuvo que concentrarse para ser guiado a la habitación del hombre.
Abrió la puerta sin pudor o parsimonia, como si sólo poseyera el lugar… si Urahara lo hubiera querido detener, lo hubiera hecho desde la entrada.
No supo si reír, condolerse o asustarse por lo que veía del hombre. Urahara estaba sentado sobre su futón, dándole la espalda a la puerta, con el torso desnudo salvo por vendas mal puestas y compresas mal pegadas sobre todo tipo de cortes, moretones y heridas abiertas que, al menos, ya no sangraban. El hombre trataba de alcanzar el centro de su espalda con lo que parecía una gasa con cinta adhesiva que podría haber adherido aquello a la piel si no se hubiera adherido ya entre ella.
Antes que supiera lo que hacía, su cuerpo ya se había movido hasta la espalda del otro hombre.
—Permíteme —dijo mientras atrapaba sus muñecas.
Urahara saltó por la sorpresa, haciéndolo sonreír al fin.
—Kurosaki-kun —dijo con una reprimenda cantarina, casi despreocupada—, ¿es que no aprendimos a tocar las puertas?
Se encogió de hombros como respuesta, aunque el otro no lo viera.
—Lo que sé hacer es esto —dijo tomando la gasa con adhesivo de la mano del inexperto—. Nunca creí vivir el día en que descubriera que eras malo para algo —se burló en buen talante.
El rojo en las mejillas de Urahara era toda la recompensa que necesitaba recibir por poner en práctica su experiencia médica.
—Tengo la teoría, no los brazos de goma —refunfuñó Urahara mientras hacía un mohín que le pareció extrañamente… infantil.
Tras descartar la gasa con adhesivo inservible, comenzó por la venda mal puesta en el tórax. Mientras desenrollaba del cuerpo la pieza de tela, aprovechó para tocar la piel cerca de cada herida que descubría. Le alivió un poco sentir que la temperatura no era elevada por causa de una infección, pero los bordes enrojecidos de las flagelaciones no le gustaban en lo más mínimo. Tocó la piel recién descubierta para asegurarse de que el tejido blando se sintiera blando y los huesos no.
—Kurosaki-san —dijo Urahara en un susurro que llamó la atención del doctor que era, pero que no lo detuvo. Lo siguiente eran las compresas adheridas.
Tocó el borde de la compresa que se unía a la piel y supo de inmediato que quitar aquellas iba a causar dolor al paciente y que su piel iba a perder la capa más superficial. Pero esas cosas tenían que ser bien puestas, o no ser puestas en absoluto.
—No debiste pegarlas tan bien —dijo mientras pasaba la mano por esa unión de tela, adhesivo y piel—. Te va a doler cuando las quite. Tal vez se lleve un poco de piel.
—Siempre puedes dejarlas donde están —rezongó Urahara sencillamente.
Chasqueó la lengua con desprecio al comentario. Pasó de nuevo la mano por la piel y, aunque había terminado de examinar la zona; su mano no parecía querer abandonar aquella temperatura ajena; la textura de la piel que pronto iba a quedar roja y sensible. Como si quisiera consolar de antemano aquella piel ya herida, tocó el área con un roce que pudo haberse confundido con una caricia.
—Eres peor para esto que mi hijo de 5 años —amonestó mientras trataba de pelar con las uñas aquel bulto amorfo de la piel blanca, roja y morada de su paciente.
—En mi defensa puedo decir que no me has enseñado cómo hacerlo —dijo Urahara con una profundidad de voz que encontró escuchando como una invitación para algo.
—Lección uno —dijo bajando su tono una octava como reflejo a la voz del otro, pero imprimiendo un matiz casi juguetón al suyo—: las compresas van extendidas, no hechas bola —dijo a un palmo de su oído y sin pasar por alto la ironía de que fuera él quien ahora le diera las lecciones.
Entonces jaló la compresa mal pegada en la cintura. Urahara soltó un gemido que tenía tanto de placer como de dolor. Y, aunque hubiera querido preguntarle —o hacer un comentario burlón— por la parte que había sonado a placer, sus ojos se clavaron en lo que había escondido la compresa arrancada… o lo que no había.
Volteó a Urahara para encontrarlo mordiendo las quijadas con fuerza para callar el grito y derramando lágrimas de sus ojos cerrados. Después se encontró a él mismo respirando tan rápido como Urahara.
—Perdóname —suplicó sintiendo el dolor que le había causado. No porque le hubiera dolido a él el jalón del adhesivo y de la piel, sino porque le dolía haberle causado tal dolor—. No pensé…
Le acarició primero la quijada, esperando que la relajara, y después la frente perlada en sudor de agonía buscando así aliviar el dolor de su paciente.
—No pasa nada —soltó al fin con la voz quebrada.
Algo en su pecho dolió de nuevo al escuchar esas palabras. ¿Cómo alguien podía recibir tanto dolor y decir que no pasaba nada?
¿Por qué se sentía como si Urahara le estuviera mintiendo para protegerlo de algo peor?
—¿Dónde está tu botiquín? —preguntó carraspeando para alejar un dolor que sabía no se iría en mucho tiempo. Porque, en vez de ayudarlo, se sentía torturándolo.
—En el baño —respondió apenas poco más repuesto, mientras señalaba con la cabeza.
Fue de inmediato a la puerta que le había indicado y rebuscó hasta encontrar una caja blanca de plástico adornada con una cruz roja al centro. Se dio un instante para desear que el interior de la caja estuviera mejor equipado de lo que aparentaba a primera vista. Se llevó la caja blanca al lado del enfermo y sólo hasta estar a su lado la abrió.
Aliviado por el contenido, por primera vez pensó que los milagros existían.
