]Jugando con la caja de plástico blanco entre sus manos, no podía quitar de su mente el cuerpo descubierto de Urahara. Para distraerse, o concentrarse en otra cosa, hizo un inventario rápido del contenido del botiquín. De inmediato encontró las tijeras quirúrgicas con punta cubierta justo para cortar vendajes, antiséptico y analgésico. Gasas, vendas… era el sueño de cualquier doctor de emergencias en un campo de guerra.
—Antídoto contra… ¿veneno de víbora de cascabel? —preguntó incrédulo y ligeramente divertido.
—Siempre hay que estar preparado para todo, Kurosaki-san —dijo recobrando un poco de ese tono juguetón de siempre.
Le sonrió ante el tono mientras preparaba el instrumental.
—Primero quiero ver lo que escondes bajo esa otra compresa —le avisó mientras tomaba las tijeras quirúrgicas.
Cuando lo tocó en el hombro, sintió los músculos de su cuerpo tensarse con anticipación —esperando, o recordando, el dolor que ya le había causado—. Le acarició un poco la piel más cercana al cuello y más alejada a la compresa, buscando calmar sus nervios.
—Voy a ser cuidadoso —prometió—. Ningún jalón más —juró.
Urahara le tomó la mano, apretó con fuerza y un ligero temblor en los dedos. Él le devolvió el apretón reiterando su promesa de ser cuidadoso; tratando de decirle que no lo volvería a lastimar. Se acomodó un poco más cerca de él y buscó el mejor ángulo para comenzar a cortar la compresa. Aquello le tomó tanto tiempo como una eternidad pero al final consiguió retirar aquella otra bola mal pegada sin haber lastimado a su paciente.
—Está listo —avisó en cuanto retiró la plasta—. ¿Te lastimé?
Urahara negó en silencio.
—Ni un poco —dijo echando hacia atrás la cabeza ligeramente y sonando aliviado.
Cuando vio esa sonrisa adolorida, algo en su interior se contrajo de una forma extraña.
—Te estás portando tan bien, que voy a tener que regalarte algo en cuanto acabemos con esto —dijo como si estuviera revisando a uno de los pequeños que frecuentaban la clínica.
—¿Lo que yo quiera? —preguntó Urahara con una muy buena representación de un niño de 6 años en la voz.
—Lo que quieras —dijo el doctor sonriendo al fin.
—Quiero una paleta —dijo el paciente de 6 años.
—Sigue portándote bien y te daré dos —respondió siguiéndole la corriente.
—Sólo quiero una, sensei; lamer dos es… más complicado —siguió la broma.
—Bien, entonces tendrás una—rodó los ojos hacia el techo fingiéndose fastidiado. ¿Por qué era que todo lo que decía ese hombre sonaba a tener doble sentido?
—¿Sensei? —preguntó su paciente aun fingiendo un falsete de niño de 6.
Esta vez no respondió. Estaba viendo la herida en el hombro de Urahara. Así como la de la cintura, en ésta parecía que le habían arrancado piel y músculos. Tragó con fuerza sólo pudiéndose imaginar lo que había sucedido para que ese cuerpo quedara tan marcado, tan… herido. Pasó la mano por la espalda que sólo tenía cortes y moretones —nada realmente de cuidado, si se comparaba con las otras dos heridas—. Urahara arqueó la espalda siguiendo el toque de su mano y dejó escapar sonoramente el aire de sus pulmones.
Dejó la cálida piel para rebuscar entre los analgésicos del botiquín. Leyó los nombres comerciales y se decidió por el más fuerte.
—¿Quiero pensar que esto va a servir en ti? —dijo mostrándole los analgésicos que había elegido.
—No es necesario que hagas esto, Kurosaki-kun —dijo en voz queda mientras tomaba la mano del doctor y trataba de apartarla.
—Confía en mí. No te voy a lastimar más —repitió sintiéndose tan culpable, o más, que al principio—. Déjame hacerlo, por favor.
Urahara tragó las pastillas analgésicas, dándole así su consentimiento. Sonrió de lado en una mueca que sentía, sobre su cara, tan aliviada como apesumbrada.
Pasó las puntas de los dedos en un roce cuidadoso sobre el moretón más cruel de la espalda. Rabia e incomprensión se mezclaron con otras tantas cosas al ver el estado de ese cuerpo. Seguía sin creer que alguien fuera tan fuerte como para causar tales heridas en Urahara.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó tratando de controlar sus emociones.
Mientras esperaba que los analgésicos hicieran efecto unió la carne abierta de las laceraciones con vendoletes de cinta adhesiva, para evitar suturar. Seguía esperando que respondiera su pregunta.
—¿Para qué quieres saberlo, Kurosaki-kun? —preguntó a su vez—. ¿Por qué?
¿Por qué?
Porque no podía soportar el ver que aquel hombre que había estado a su lado en cada batalla, que lo había entrenado por diez días habiéndole enseñado las bases que necesitaría para ganar cada batalla, que lo había acompañado en cada gran lucha, el que se había arrodillado para obtenerle poder de nuevo, estuviera herido.
Era como un peso sobre él no haber podido evitar esas heridas, y era su culpa por no haberlo encontrado durante los años que lo buscó, por haber dejado de buscarlo. Por no haber evitado que Soul Society capturara al científico de nuevo.
Aquellos golpes que Urahara había sufrido, los sentía dirigidos a él; a la parte de él que llamaba su orgullo. Era como un reclamo por no haberlo podido evitar; uno por ni siquiera haberse enterado de lo que sucedía y por abandonar la búsqueda del hombre. Uno por obligarlo a jugarse la vida por él.
¿Por qué?, se preguntó. ¿Por qué Urahara daba tanto por él?
—Tengo que saberlo —le respondió, su instinto de protección mezclándose fuertemente con la rabia y la impotencia—. Tengo que cobrar una libra de carne por cada una de tus heridas, por cada golpe que dejaron en tu cuerpo —dijo apoyando su frente en el hombro no tan herido de Urahara.
Bajo el toque, sintió al hombre tensarse, fuera por las palabras o por el contacto que él se permitía unilateralmente. Mientras sentía que el calor de ese cuerpo lo embargaba desde las pieles unidas, esperaba que algo de su arrepentimiento pudiera conocerlo Urahara por el toque.
—Tú también me golpeaste, Kurosaki-kun —dijo el otro con su tono cantarín de siempre—. ¿Vas a cortarte un par de libras de carne? —preguntó con asombro fingido mientras se cubría la cara con ese abanico de siempre.
—Lo siento —se disculpó por eso también mientras abandonaba el contacto de pieles y recordaba terminar de cerrar la última herida de la espalda.
Se acomodó de nuevo, ahora para quedar frente al paciente y comenzar con las heridas del abdomen. Las peores, cintura y hombro, las dejaría para cuando el efecto del analgésico estuviera en su apogeo.
—En serio. Siento mucho haberte golpeado —terminó su disculpa viendo al hombre directo a los ojos—. No sé qué me sucedió…
Curioso que apenas se diera cuenta que el color de esos ojos fuera gris con un poco de verde alrededor.
—No te disculpes, Kurosaki-kun —dijo bajando el abanico y manteniendo sus miradas unidas—. Lo merecía por decir aquello. Lo provoqué yo mismo —terminó con esa voz seria que ni contenía sarcasmo, ni reclamo… ni condescendencia.
—¿Quién te hizo el resto? —volvió al tema—. ¿También lo provocaste o fue lo que tuviste que dar para ganar tiempo para mí? —preguntó lo que más temía.
El haber dicho eso hizo que algo cambiara en Urahara. Un instante después de haber dicho las palabras, el gesto del hombre se suavizó, pero también mostró una culpa que no parecía tener sentido.
Urahara suspiró antes de hablar.
—Son las repercusiones de haber usado mi bankai en la guerra —explicó sencillamente—. La medicina no ayuda —terminó en un susurro.
Se atragantó con el sonido de disgusto que quería lanzar, en cambio, entrecerró los ojos sin perder de vista las heridas que ahora comprendía menos. ¿Por qué un bankai atacaría a su dueño? ¿Por qué un Zanpakuto lastimaría el cuerpo del que era alma? Sin poder comprenderlo, pasó los dedos por las heridas del abdomen herido sólo para que su mano fuera sujetada por una de Urahara. Si buscaba más contacto o detenerlo, no lo sabía.
—Benihime es un Zanpakuto cruel —pensó en voz alta.
—Te recuerdo, Kurosaki-kun —soltó él divertido, pero con su voz sin falsete alguno—, que Benihime es parte de mi alma.
Viéndolo de nuevo a los ojos estaba más que consciente del lazo que tenían, de la historia que habían vivido juntos; de la que había vivido sin él. Y, esa historia que había vivido sin él, no comenzaba ni a compararse con la que habían vivido juntos. Por eso no le sorprendió cuando a su mente volvieron esas dos palabras, una pregunta. ¿Y si…?
—¿Quién dice que tú no eres un hombre cruel? —rezongó bajo mientras acercaba sus labios.
El beso que le dio lo sorprendió tanto como a Urahara, aunque probablemente por razones diferentes.
Un segundo de tensión en ambos cuerpos justo antes de que se relajaran labios, un instante para que se apretaran unos contra los otros. Abrió los labios esperando que Urahara repitiera el gesto y le permitiera la entrada. Urahara suspiró mientras se alejaba del toque.
Perder el calor del contacto ganado, el que Urahara se separara del beso, le dolió. Se alejó también, él sintiéndose enrojecer por la vergüenza y recriminándose por haber intentado. Carraspeó mientras encontraba de nuevo el botiquín que había olvidado.
—Uhm, este… yo… Entonces, no tiene caso que… siga —dijo atropellando sus palabras sin poder ver de nuevo al otro hombre.
Cerró el botiquín y lo usó como excusa para escapar al momento incómodo que había causado entre ellos.
—Kurosaki-kun…
Lo llamó Urahara mientras detenía su marcha jalándolo por la playera. Esa voz de tantos y tan pocos matices sonando ahora ronca como nunca la había escuchado. Se detuvo más por el tono de voz que por el agarre en su ropa. Sin poder voltear la mirada, se quedó así sujeto, esperando… temiendo las siguientes palabras.
—Me porté bien en la curación, quiero mi premio.
Casi deja caer el botiquín al piso.
Regresó la atención al hombre y lo encontró con la mirada clavada en la pared de madera. Si ya hubiera soltado su agarre podría parecer que no le prestaba atención; con su mano aún sujetando la tela, mostraba la severidad de pocas veces.
El verlo así lo regresó a la realidad. Carraspeó de nuevo para aclararse las ideas.
—¿De qué quieres tu paleta? —preguntó con una burla amortiguada.
—De fresa —respondió jalándolo hacia él para besarlo.
Fue su turno para reaccionar. Lamió el labio del hombre para buscar la entrada que antes le había sido negada y obtuvo al fin la respuesta que deseaba. Deslizó su lengua tentativamente en el interior cálido y húmedo que probaba por primera vez y se encontró la lengua, tímida, de su compañero. Urahara jadeó por el contacto haciéndole notar que aquellos labios temblaban un poco. Mordió delicadamente el labio inferior y besó de nuevo los labios ajenos. No tenía intención de terminar ese beso, y se lo demostró cuando abrió la boca para ganar mayor entrada. Urahara respondió al movimiento copiándolo y la lengua tímida que había rozado al principio, se volvió viciosa.
Parte empujarlo y parte él dejándose jalar, recostó a Urahara sobre el piso. Sus brazos soportaron su peso para no lastimar más las heridas mientras sus bocas luchaban apasionadamente por conocer la del otro. Gimió cuando sintió las manos frías del hombre acariciando su abdomen. Su primer instinto fue el de tomarlo por la cadera para apretarlo más a su cuerpo; el segundo fue el recordar las heridas.
Renuentemente, jadeando por aire y frustración, se separó de Urahara. Lo besó con un roce en los labios para indicarle que no quería parar pero que tenía que hacerlo, los labios de él sobre los suyos hicieron que su deseo de continuar no pudiera ser sujeto de nuevo. Sintió la mano de Urahara bajando hacia su entrepierna. Con la zurda tomó la cadera bajo él y ésta la separó del piso. El gemido de placer combinado con dolor lo detuvo en seco.
Rompió el beso para mirarlo, esperaba ver el gesto de dolor que su descuido había causado pero lo que encontró fueron ojos llenos de pasión, promesas de placeres ocultos y secretos compartidos. Y quería probar esas promesas, esos secretos; pero sabía que tenía que parar. Le había prometido no volver a lastimarlo.
—Tenemos que parar —dijo pegando su frente a la de él.
Urahara soltó una risa silenciosa.
—Es lo más sabio —aceptó alejando su mano de su miembro lleno.
—"Sabio" puede besarme el trasero. Estás herido y no voy a causarte más dolor.
—¿Quién quieres que te bese qué? —preguntó con una ceja levantada y cubriendo su rostro con ese maldito abanico que aparecía de la nada.
Se sintió molesto de inmediato, aunque también un poco divertido. Sólo había que dejarle al pervertido de las sandalias el cambiarle el sentido a las palabras.
—Quiero que un sabio me bese el trasero —respondió besándolo con un roce de labios, tratando de superar al científico—. ¿Conoces a alguno por aquí? —provocó acercándose y lamiendo sus labios.
—Ningún sabio, sólo a un idiota irredimible —respondió con ficticia sencillez.
—Supongo que nadie me besará el trasero entonces. Así que tendré que besar yo al idiota irredimible —devolvió besándolo una vez más.
Urahara rompió el beso.
—¿Por qué quieres besar a Jinta-kun? —preguntó confundido.
La imagen mental le causó repulsión.
Derrotado, se dejó caer al futón al lado de un Urahara quién lo veía con una mirada indescifrable. Le devolvió la mirada tratando de descubrir lo que se escondía ahí.
No lo consiguió.
—¿Por qué desapareciste? —preguntó mientras mantenía su mirada.
Eso hizo que Urahara cerrara los ojos con pesar.
—Es la regresión de Reestructuración. El proceso para salir del estado de bankai de Benihime sólo puede ser progresivo.
—¿Tantos años? —se quejó, de inmediato molesto—. Fueron diez años, Kisuke.
Urahara arqueó una ceja obligándolo a repasar sus palabras para averiguar el porqué del gesto. Sintió su rostro arder de inmediato. Urahara tuvo la delicadeza de contener la risa y no corregir su uso del nombre.
—El efecto es directamente proporcional al tiempo que pase en bankai —siguió—. Entrené mucho esperando no tener que volver a usarlo. Eso me dejó como el guardián del Nido de Gusanos —explicó mientras le acariciaba el pómulo delicadamente.
—¿El Nido de Gusanos? —preguntó mientras seguía la caricia con un movimiento.
—Un lugar donde se "cuida" a los individuos que pueden representar un peligro para Soul Society —explicó.
Frunció el ceño de inmediato. Era demasiado pronto para volver a la realidad y preguntarse si allí terminaría.
Urahara acarició su entrecejo logrando que lo relajara de nuevo, se dobló hacia el frente para besarlo y depositó castos besos sobre su rostro. Rio débilmente ante los cariños apartándolo un segundo después. Urahara se acostó a su lado.
Aunque quería abrazarlo, mantenerlo pegado a su cuerpo y seguir justo donde se habían quedado, el recuerdo de músculos arrancados lo detuvo. Le acarició la cara y suspiró pesadamente.
—Dioses, Kisuke. No tienes idea de cuánto quiero estar dentro de ti.
Sonrió ante el rojo intenso que su comentario provocó en el otro.
—¿Quién eres y qué hiciste con Kurosaki-kun? —preguntó con su voz cantarina.
—Soy un hombre condenado que vivió creyéndote muerto.
—Voy a arreglar esto. Lo juro.
—No si te cuesta la vida —espetó de inmediato al hombre al que por fin tocaba después de tanto tiempo. Y después de creerlo imposible.
—He desperdiciado mi vida todos estos años; por primera vez siento que vale la pena lo que hago.
—Sé que Kyoraku te amenazó. ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio? —reclamó—. Sabía que algún día iba a ser llamado de vuelta a Soul Society; me lo advirtieron desde el principio. Kyoraku entregó a mis amigos "pases" para ir a verme allá. Todos me subestiman pensando que no voy a entender las implicaciones —se quejó—. ¿Por qué tienes que esconder tus acciones tras misterio y secretos? ¿Por qué de mí?
—No sabes lo que dices. Lo que me pides…
Su comentario lo fastidió en serio.
—¿No sé lo que digo? —subió el tono, incorporándose—. ¿No sé que quieren que tome el lugar del Rey Espiritual? Dime, ¿para qué quieres conseguirme tiempo? ¿Cuál es el final que buscas? —demandó.
—Quiero evitar que te conviertas en ESO —dijo Urahara cerrando los ojos y sonando dolido.
Se relajó con las palabras y se ablandó con el tono que escuchaba. Le acarició la cara para tranquilizarlo como lo había hecho con él, pero lo besó en los labios. Lentamente. No con la pasión de descubrirlo, sino con la intención de estar a su lado.
—Entonces evítalo —sonrió amargamente.
Urahara asintió pesadamente. Su mirada cansada pero decidida.
—Tengo que ir al laboratorio para ello —dijo resignado—. Tú debes volver a tu familia.
Urahara se puso de pie con la agilidad de alguien que no estuviera herido. Si no recordara el gemido de dolor, pensaría que aquellas heridas no significaban nada para el hombre.
—No vuelvas a desaparecer —le pidió mientras lo veía vestirse—. No mueras —susurró.
Urahara le devolvió una sonrisa cargada de pesar. Esa sonrisa lo distrajo de notar cómo el reiatsu del científico desaparecía cada vez más mientras más ropa se ponía. Una vez que notó eso, también se dio cuenta que con el sombrero calzado sobre el cabello rubio el reiatsu desaparecía por completo.
—No puedo prometer eso. Pero puedo prometer que lo intentaré —le respondió el hombre sonando su voz como siempre; como si no acabara de pasar algo entre ellos.
—Eso no es suficiente —dijo levantándose también y deteniéndolo por el hombro no tan herido.
—Eso tendrá que bastar por ahora, Kurosaki-kun —terminó alejándole la mano del hombro que sostenía.
Y el hombre desapareció del cuarto en tres zancadas marcadas por un propósito. Torció una sonrisa que sintió pesada en su gesto pero no dijo más.
Aunque no lo hubiera corrido, la marcha de Urahara era una clara invitación a que él hiciera lo mismo.
