Lo primero que hizo al regresar a casa fue tomar un baño, lo suficientemente frío como para controlar su pasión frustrada.

No había creído que lo volviera a ver. Hacía ocho años había perdido toda esperanza de encontrarlo o saberlo vivo. Después de la guerra, algunos lo habían contado como desaparecido, otros como muerto y al resto no le había importado. Y sólo él lo había necesitado, primero como amigo, después como… algo más.

Creía que sus sentimientos por Urahara habían muerto tras él.

Y ahora, de nuevo se sentía como si tuviera 17 años. Sólo necesitaba pensar en él, recordar los sonidos en la habitación, la temperatura de su piel o los besos que habían compartido y estaba listo para saltar a una acción que no era agresiva aunque pareciera de batalla.

El agua fría no estaba haciendo efecto.

Llevó su mano a la media erección que le mostraba a las paredes del baño y se imaginó la boca del hombre en ella. Tímida al principio, como había sido su beso, apasionada después.

Terminó en su mano más rápido de lo acostumbrado.

Apoyando la frente en la pared de la regadera, deseó una vez más que las cosas fueran diferentes. Pero no lo eran, y lo que se preguntó enseguida era qué hacer para cambiarlo. Se mareó antes de tener la respuesta a sus preguntas.

Se apresuró a salir del baño y cambiarse para la cama justo cuando un nuevo ataque lo tiró. Cada músculo de su cuerpo fue jalado y retorcido. Los calambres obligaron a su cuerpo a contorsionarse.

Apretó la quijada para evitar gritar y conscientemente dejó de respirar para evitar soltar un grito. Jadeó con dolor mientras apretaba cobijas y sábanas en sus puños. Su espalda se arqueó con un espasmo y en seguida otro lo hizo caer de lado. Gritó, al fin, cuando sintió que era desgarrado desde dentro. Y, justo entonces, sintió alivio y al dolor retroceder un poco.

Abrió los ojos para encontrarse rodeado por el resplandor anaranjado que conocía bien.

—Orihime —suspiró aliviado.

—Descansa —indicó ella con calma.

Cuando las flores hicieron su mejor esfuerzo para negar la tortura, se sintió culpable por una cosa más. Extendió la mano para llamarla a su lado y sintió los brazos de su esposa rodearlo por la cintura mientras se acostaba junto a su cuerpo. Él le tomó las manos como respuesta.

—¿Todavía te duele? —preguntó ella tristemente.

Asintió una vez, en silencio. Con el calor del cuerpo de Orihime y el dolor cruzando el suyo, tuvo que aceptar cuan jodida había terminado siendo su vida. Se preguntó si su mundo interior, una vez con rascacielos y otra con Karakura, no se vería ahora como un maldito desierto.

El consuelo que alguna vez había conseguido en Orihime, ahora —sobre todo esa noche— le pesaba.

¿Por qué estaba luchando contra lo que de todas maneras iba a suceder?, se preguntó. Con tiempo o no, iba a morir en algún punto.

Claro que quería ver crecer a Kazui; él conocía el dolor de perder a su madre y no quería un dolor así para su hijo… el vacío que dejaba un padre ausente. Pero, sabía, muchos superaban la pérdida, y él no moriría frente a su hijo —se lo juró en ese momento—. La muerte era inevitable para cualquiera, y nadie sabía cuándo dejaría el mundo material… ni siquiera él. Él sabía que lo dejaría pronto —el dolor en su cuerpo se lo decía—, pero no cuándo. Lo que sabía era qué NO quería dejar como su legado.

—Lamento lo que ha pasado estos últimos días —comenzó con voz quebrada por el dolor.

—Los ataques han sido más fuertes, más frecuentes —soltó ella, angustiada—. Es como si Souten Kisshun surtiera menos efecto cada vez.

Asintió pesadamente ante las palabras, ante sus propios pensamientos.

—Voy a morir pronto —aceptó en voz alta por primera vez.

—Eso no puede ser —devolvió ella de inmediato.

Aún dándole la espalda, le sonrió con una ternura que hacía mucho no sentía.

—Es cierto, y tú misma lo sabes, Orihime. Lo estás aceptando cada vez más, por eso tu negación de la realidad surte menos efecto —terminó apretándole las manos que lo rodeaban. No quería que sonara a un reclamo, porque no lo era. Era simplemente una parte más de la mierda en su vida.

—Pero no quiero que mueras —se quejó ella débilmente.

—Tampoco quiero morir, pero mi cuerpo… no quiere obedecer.

—¿Esto es por lo del reiatsu? —preguntó con lágrimas silenciosas colándose por su voz.

—Eso parece ser.

—Pero, Urahara-san… —comenzó sólo para dejar morir sus palabras.

—Vino a decirme que era tiempo.

—Oh, por eso te enojaste tanto —comprendió.

—Algo así —dijo con una sonrisa calmada.

Esta calma la recordaba como algo continuo, como una constante en su vida desde hacía ocho años. Su lugar: donde cada parte de él era aceptada, donde podía ser egoísta. Y donde siempre terminaba sintiéndose culpable por no ser lo mismo para ella.

—Orihime —llamó suavemente mientras se giraba para quedar rostro con rostro. Un ligero rubor apareció en las mejillas de la mujer a pesar del tiempo juntos—. Quiero agradecerte la vida tranquila y pacífica que me has dado tras las batallas.

—Ichigo, no —pidió ella dejando caer una lágrima más.

—Una vez más, déjame ser egoísta contigo. Déjame agradecerte, también, por ser mi remanso de paz, porque sé que fue difícil para ti. Gracias por darme a Kazui que es una de mis más grandes dichas. Gracias, también —dijo poniendo su mano sobre la mejilla húmeda con llanto—, por quererme incluso después de haber matado a Ulquiora frente a ti.

La vio abrir los ojos ante el nombre, los ojos brillar con sentimientos ocultos mas no olvidados. Ichigo conocía ese dolor tan bien como Orihime, él también había perdido a alguien que había marcado su vida para siempre. Pero ella no lo había recuperado.

Orihime negó con la cabeza bajo el contacto con su mano.

—Lamento no haber podido hacer más por ti —susurró ella con la voz quebrándosele.

Atrajo a su amiga a un abrazo casi fraternal en el que buscaba consolarse él y la alejó en arco reflejo cuando un espasmo lo hizo curvar la espalda de nuevo, lo último que quería era lastimar más a alguien que había hecho tanto por él.

El resplandor naranja lo cubrió de nuevo, el efecto curativo sin servir más.

Orihime había aceptado su despedida.

—¿Qué pasa? —preguntó asustada al ver que se seguía retorciendo de dolor a pesar de las flores.

—Dejó… de… funcionar… —logró decir entre quijadas apretadas.

Orihime llamó a sus flores de regreso y comenzó a hablarle con la tranquilidad de una madre experimentada, bajando el tono para arrullar y calmar.

—Sado se vio impactante en su pelea, ¿no te parece? ¡POW! ¡WAM! Y noqueó al otro —dijo imprimiendo sorpresa y emoción a las palabras pero sin subir el tono, justo como cuando contaba historias a Kazui para dormir. Ichigo tuvo que hacer un esfuerzo consciente para escucharla y separarse de su dolor, para permitirse ser arrullado con la voz—. Yuzu y Karin se veían hermosas, como siempre. Yuzu se veía un poco pensativa, sin embargo. Creo que tiene novio o algo así…

Las palabras mismas lo llevaron a dejar de escuchar para recordar ese día poco a poco.

Rukia, Renji, Tasuki… sólo había faltado Ishida; pero había tenido una cirugía de último minuto y no había podido abandonar el hospital antes que empezara. Cuando uno de los calambres lo atacó en los intestinos, recordó algo parecido justo el día que le relataba Orihime. Recordaba a la perfección el peligro que emanaba de Yhwach y ese día lo había sentido de nuevo. Antes siquiera de poder advertir al resto, la presencia desapareció como si nunca hubiera estado allí.

En ese momento fue realmente feliz.

Había sido feliz cuando la amenaza desapareció sin que él hubiera tenido que luchar, por no haber sido llamado a una batalla más. Ese, en retrospectiva, había sido el día más feliz de la vida que había logrado construir. En ese momento no tuvo que ser el más fuerte, el más poderoso… el que protegiera al resto.

Dejar de cargar el mundo en sus hombros; a eso se había resumido su felicidad.

Entonces lo recordó, claro como si el hombre le estuviera hablando al oído: "volveré el día más feliz de tu vida para destruirte". Hasta ahora se daba cuenta que así había sido.

Entonces, ¿qué le quedaba para el futuro?

—Cuando estés en Soul Society —dijo ella interrumpiéndo sus pensamientos—, saluda a todos nuestros amigos por mí —pidió—. Protege la felicidad de todos y, si tienes tiempo, acuérdate de mí… sólo si tienes tiempo… si quieres… —comenzó a atropellar sus frases unas con otras.

Le sonrió cálidamente a pesar del dolor remanente.

—Tu dulzura siempre me hace sentir mejor, Orihime —dijo débilmente.

Como una madre abrazando a su hijo, terminó en su mente y cayó exhausto tras sobrevivir un nuevo ataque de dolor.

.

Con la debilidad de su cuerpo y el dolor de cabeza como excusa perfecta para ir al hospital, abandonó su casa a media tarde.

Esta vez no iría a que le realizaran cuantiosos exámenes para saber qué estaba mal con él; eso ya lo sabía. Aún así, iba a visitar a su médico de cabecera.

—Busco al doctor Ishida Uryu —le dijo a una de las enfermeras en recepción.

—¿Tiene cita con el cirujano? —preguntó la mujer de inmediato.

—No la tiene —respondió fríamente el doctor en cuestión mientras se colocaba las gafas sobre el tabique de la nariz—. Espérame en la cafetería, Kurosaki; te alcanzo en cinco minutos —terminó mientras le entregaba unos papeles a la enfermera.

Le obedeció a pesar de la burla que lanzó entre dientes.

No necesitaba haber ido a la cafetería del hospital en otras ocasiones para saber cómo llegar, la hubiera encontrado gracias a las flechas que dirigían el camino por los pasillos. Antes de tomar asiento en cualquier mesa, pidió un café. Cuando lo recibió se acercó a la mesa más cercana mientras se daba cuenta que habían pocas personas a esa hora.

Uryu lo hizo esperar más de cinco minutos.

Cuando su café estaba a la mitad, el cirujano apareció con una bandeja con su comida del día. Se sentó frente a él sin parsimonia y tomó el primer bocado sin molestarse en preguntar la razón de la visita.

También permaneció en silencio. Él, porque no sabía cómo comenzar a decir lo que había ido a decir.

—Voy a morir, Uryu —soltó de la única manera que sabía: sin tacto.

—Todos algún día, Kurosaki —dijo el cirujano, poco divertido, entre un bocado y otro.

—Pronto —completó.

Uryu dejó el tenedor sobre la comida y lo miró con sabiduría y un poco de compasión.

—Es por lo del reiatsu —aseveró sin más.

—Al parecer mi cuerpo no va a soportar más o algo así.

—Eso tiene sentido —dijo el cirujano acomodándose las gafas de nuevo.

—¿A qué sentido te refieres? —preguntó molesto.

—Los análisis nunca fueron concluyentes; el índice de mortalidad de las células y su corto tiempo de vida únicamente compensado con la velocidad de regeneración… El único resultado posible es el cuerpo llegando a estados de shock…

—Para ya, Uryu —lo detuvo. Aunque conocía la jerga médica y sabía de qué hablaba el otro; ambos acababan enfrentados a la misma pared de fatalidad una y otra vez—. No vine a esto.

—Entonces, ¿a qué debo el honor de tu visita? —respondió ligeramente sarcástico.

—Eso depende de tu respuesta a mi pregunta.

—Pregunta —apresuró fastidiado mientras seguía comiendo.

—¿Sigues enamorado de Orihime?

Ishida se atragantó con un bocado y comenzó a toser sonoramente. Lo vio entre divertido y victorioso por el resultado obtenido.

—¿A qué viene esa pregunta de mal gusto? —espetó de mal humor.

—Te lo dije, Ishida. Voy a morir pronto. Y estoy esperando tu respuesta.

—Nunca creí que lo supieras… yo…

—Uryu —llamó para enfocar al hombre en lo que en verdad quería escuchar—. ¿Sí o no?

—Sí, Kurosaki —respondió al fin, rojo por completo e irguiéndose como en tiempos pasados.

Sonrió hacia el Quincy. Su respuesta quitándole una tonelada de culpa de encima. Se puso de pie aún con su sonrisa y chocó su mano con el hombro del otro doctor.

—Cuídala, Ishida. Yo ya no voy a estar aquí para hacerlo —dijo dando un paso para marcharse.

—Espera —lo detuvo poniéndose de pie. Cuando lo miró de nuevo, Ishida se veía perplejo—. ¿Por qué?

—Porque ella se merece alguien que la ame, no sólo que la quiera —respondió antes de dar media vuelta y alejarse.

Cuando abandonó el hospital, no pudo dejar de pensar en las palabras de Urahara. Tal vez, después de todo, sí que era un bastardo muy egoísta.

.

Cuando llegó a casa, la encontró vacía, Orihime había llevado a Kazui al parque y no tenía idea si lo había hecho para darle tiempo a él de arreglar las cosas o si lo había hecho para preparar al pequeño.

Sabía que él tenía que despedirse de su hijo pero, la verdad, no sabía qué decirle. ¿Le hablaría de Soul Society? ¿Le diría que se adelantaba y lo vería allí?

Tampoco quería mentirle. Y otra verdad era que no sabía qué le esperaba. Aunque el sentimiento en las tripas le decía que debía preocuparse.

Algo en su interior quería rechazar lo que se avecinaba, demonios sino quería luchar contra eso. Pero se había quedado sin enemigos contra quienes empuñar la espada. Al final era más fácil pelear contra personas que podría derrotar que contra los problemas que no podía cortar con su alma. Qué ironía que aquella facilidad que le era pelear con una le hubiera dejado con el problema al que se enfrentaba.

Encontró los papeles importantes en el cajón de siempre y los revisó de inmediato. Cuentas de banco, la escritura de la casa y de la clínica… Cuando su padre se las había entregado, le había dicho que cuidara los cimientos de ésta. Primero había creído que se refería a no destruirla, ahora se daba cuenta que se refería a la familia. Organizó los papeles de la Clínica Kurosaki para que quedara en las manos de Yuzu y de Karin; la casa se la dejó a su esposa y a su hijo.

Apartó un poco del dinero para los servicios funerarios, le dejó una suma a cada una de sus hermanas y el resto se lo dejó a la madre de su hijo. No dejó un testamento como tal.

Volvió a guardar los papeles en su lugar y fue a la sala de su casa a tirarse frente al televisor a esperar la muerte. Prendió el aparato en cualquier canal y se dedicó a cambiar los canales sin pensar nada en realidad.

—¡Ichigo! —sonó el grito preocupado de Orihime y la puerta de la casa siendo abierta con un golpe.

Él volteó a verla, saltando a la acción de inmediato, listo para la batalla y preguntándose qué había sucedido con su hijo.

—¿Qué pasó? —preguntó urgente mientras la alcanzaba a medio camino.

Kazui asomó la cabeza tímidamente por la puerta de entrada. Lo vio con una pregunta en sus infantiles ojos y pasó saliva como si algo le costara trabajo.

—Es lo que iba a preguntar —respondió Orihime—. Tu reiatsu… estalló hasta la atmósfera —siguió, tratando de imitar su humor de antaño.

Cerró los ojos con pesar y se guardó la maldición que quería gritar; sólo porque estaba su pequeño enfrente.

—¿Sigue tan fuerte? —preguntó resignado.

—Ya se calmó —dijo ella.

—Lo siento —dijo exasperado. Sentía que lo único que podía hacer de un tiempo para acá era pedir disculpas—. Y lo único que puedo hacer es seguirme disculpando —rabió frustrado.

—¿Papá? —llamó Kazui con voz temblorosa.

Ichigo temió por un segundo que su hijo estuviera sufriendo por la presión espiritual que no podía controlar. Se acuclilló frente a él y sonrió tratando de ofrecerle consuelo.

—¿Qué sucede? —preguntó mientras le acariciaba dulcemente la cabeza y el rostro.

—¿Estás enojado conmigo?

—¡No! ¿Por qué crees eso? —soltó impactado.

—Mamá me dijo que te vas a ir. ¿Es por mi culpa? —preguntó triste.

—¿Qué te hizo pensar eso? —preguntó abrazándolo de inmediato y lanzando una mirada furiosa a Orihime.

En su defensa, ella se veía horrorizada en el aspecto de no entender de dónde salían las palabras y no culpable por haber sido descubierta de alguna forma.

—No lo sé —dijo el pequeño, soltándose a llorar.

—Hey —llamó con dulzura—. ¿Cómo que no lo sabes? —espetó suavemente acariciando su pequeña espalda aún en el abrazo.

—Yo… te dejé solo cuando te sentías mal —dijo entre llanto y mocos—. Y… y me fui a jugar con Ichika —terminó sollozando fuertemente.

Casi suelta una carcajada de alivio.

—No me voy por tu culpa, Kazui —le dijo viéndolo a los ojos—. Me quiero quedar aquí, contigo. Quiero verte crecer y ser feliz. Pero estoy enfermo.

—¿Por qué no te curas?, eres doctor —rezongó entre lágrimas y una mirada que contenía más tesón que la de cualquier otro niño.

—Porque lo que tengo no se puede curar —dijo con un suspiro—. Lo que quiero que sepas es que te quiero más que a nada. Nunca lo olvides, Kazui.

Abrió la boca para decir más, para decirle que fuera feliz, que siguiera a su corazón y que nunca se rindiera; pero lo que salió de su garganta fue un grito de dolor. Cayó de rodillas al piso soltando a su hijo para no lastimarlo por error y alcanzó a pedirle a Orihime que se lo llevara de nuevo. Con el siguiente calambre en su cuerpo, todo se oscureció.