Se despertó gritando.

El hombro le dolía una bestialidad, pero ya no estaba atado. Se llevó la zurda al muñón que le quedaba en el lado derecho y descubrió la extremidad en su lugar. Volteó la cabeza para vomitar lo que tuviera en su estómago y se encontró acostado sobre una cama doble, en un cuarto que parecía más habitación que celda.

Con el dolor aún en su hombro, retiró de su cuerpo la sábana con vómito para revisar su cuerpo. Estaba vestido con una simple yukata azul y su piel parecía estar en perfectas condiciones. Ni parches de piel, ni cicatrices, ni costuras. Ninguna parte le faltaba y podía moverlo todo. Suspiró aliviado por estar completo aunque no entendiera cómo era eso posible.

Inspeccionando con la vista el lugar donde estaba, se dio cuenta que la cama se encontraba al centro de la habitación y la cabecera estaba pegada a una de las paredes; justo al frente había una puerta blanca. Había una ventana en la pared a su derecha y una segunda puerta en la pared de la izquierda. La construcción era estilo occidental y todo era blanco salvo por el piso negro que relucía impoluto.

Dudando de su propia fuerza se levantó de la cama con cuidado. Quería probar su estabilidad en las piernas después de ese maldito sedante. Cuando se encontró afianzado sobre sus pies, se dio cuenta que podía caminar bien. Lo siguiente fue investigar.

La ventana fue su primer destino. Cuando se asomó, alcanzó a notar un vasto cielo azul pero ningún sol que fuera la fuente de la iluminación. Al menos parecía que no estaba en prisión. Aunque era muy pronto para decirlo.

La primera puerta que investigó lo llevó a un amplio baño con regadera y una tina tamaño baño público. Y estaba llena. El agua caliente evaporaba de una manera que invitaba a meterse allí. De inmediato temió la razón de esa agua. El capitán del escuadrón 12 debería haber puesto allí ácido o cualquier otra sustancia que fuera dañina para el cuerpo.

Cerró la puerta de ese cuarto y fue directo a investigar la segunda puerta de su prisión. Casi esperando que estuviera cerrada, giró el picaporte de la puerta de madera blanca y ésta se abrió sin mayor resistencia. Se encontró de cara con un pasillo largo.

En ese momento deseaba tanto poder tener a Zangetsu en su mano, fuera por la protección que podía darle o por el ataque que generaba.

Sin tener en mano lo que deseaba, se aventuró sobre el pasillo no creyendo su buena suerte. De hecho, el fenómeno ese podría estar grabándolo por cámaras para investigar sus reacciones o lo que fuera; pero no estaba encerrado en esa habitación en la que había despertado. Pendiente a cualquier ruido, caminó con cuidado y premura, sobre todo en las esquinas. La cuarta vuelta del pasillo lo llevaba a una puerta de enormes dimensiones que dejaba pasar un haz de luz entre sus puertas emparejadas.

Sintiendo que era cada vez más libre del loco ese, y temiendo que en cada nuevo paso que diera fuera detenido, se apresuró a su sueño de libertad.

Alcanzó la puerta sin contratiempos y de un fuerte jalón abrió las dos hojas hacia adentro. El sonido del aire entrando intempestivamente le dio un ambiente mórbido a las paredes; pero ese sonido, también, sonaba a libertad.

Bajo la luz cayó al suelo de rodillas con la frustración aturdiendo sus sentidos.

Frente a él se encontraba ese mismo vasto espacio que había visto por una ventana, extendiéndose en todas direcciones.

—Kurosaki-kun —llamó una voz conocida a su espalda.

Se volteó de inmediato para encontrarse la figura de Urahara a unos diez metros de él.

Su primera reacción fue abalanzarse en su contra por haberlo traicionado, pero lo detuvo el recuerdo de aquellas palabras.

—¿No estabas en Muken, por traición?

Vio los ojos del hombre entrecerrarse con confusión y sólo entonces se dio cuenta que no llevaba su sombrero rayado. El samue y el haori de siempre, sin embargo, seguían vistiéndolo. Tampoco llevaba a Benihime en su mano.

—Esto no es Muken, Kurosaki-kun —dijo pacientemente y con un tono neutro de voz.

Fue su turno para entrecerrar los ojos con confusión y sospecha. Aunque el maldito se veía cansado y con ojeras, como aplastado por algo invisible, no era ni lo mínimo que le deseaba por su traición.

—Vamos dentro, estoy preparando té —lo invitó como si fuera su casa—. No te voy a morder —dijo con una ligera provocación que no llegó a su tono cantarín de siempre.

Tras la invitación, el hombre dio media vuelta y se adentró en aquel enorme lugar.

Sin quererlo, observó los detalles del lugar en el que estaba. Aunque bastante austero todo, los salones eran amplios. No había visto más muebles que los de la habitación y ninguna decoración.

Urahara lo llevó por el lugar como si lo conociera al dedillo y pronto llegaron a una habitación completamente diferente.

Este era una réplica exacta al interior de la tienda de barrio que el científico tenía. De la sala de estar en la que había estado tantas veces antes.

Urahara fue por el té que había mencionado y puso una taza humeante frente a él primero y fue a sentarse frente a la segunda que llevaba en la mano.

—¿Qué es esto, dónde estoy y qué está pasando? —soltó resentido y molesto antes que Urahara terminara de sentarse siquiera.

Urahara suspiró pesadamente y le devolvió una sonrisa sin diversión.

—Veo que seguimos aquí.

Vio a Kurosaki-kun al otro lado de la mesa observándolo con cuidado. Se veía tenso, confundido y, ante todo, su reiatsu estaba descontrolado. No se sentía, precisamente, como si los cuatro tipos de reiatsu —Hollow, Humano, Shinigami y Quincy— estuvieran en un pleito por dominar; sino que ese reiatsu generaba picos de cada uno de éstos. Y podía ver estos picos de poder como si estuvieran dibujados en una gráfica; cada tipo de reiatsu en un color diferente mientras las líneas se hundían y ascendían en picos, los cuatro en momentos diferentes, los cuatro moviéndose como entes independientes en vez de cómo uno mismo. Mientras lo veía, no podía evitar pensar que algo había fallado en sus cálculos. Tampoco creía que Kurosaki-kun quisiera la respuesta que le estaba pidiendo —no realmente— pero su terquedad se colaba por esos ojos café que mostraban más del joven… del hombre que era en verdad.

—Estás en el palacio del rey espiritual —comenzó.

—¿Qué hago aquí? —interrumpió Kurosaki-kun con un gruñido.

—Kurosaki-san; tú eres el rey espiritual ahora.

Las palabras del rubio evocaron de inmediato la imagen de un torso blanco con cabeza, de su mano cortando aquello con el filo de Zangetsu pero por la voluntad del enemigo; y en seguida, el corte que había recibido en su hombro, cuando le habían quitado el brazo. Gritó cuando se dio cuenta lo que había hecho el fenómeno ese.

—¡Mis brazos! —gritó al otro—. ¡Mis piernas! —se arrojó al Shinigami exiliado para agarrarlo por el cuello del samue—. ¡¿Dónde están?! —gritó de nuevo mientras era sujetado por las manos del otro en los antebrazos.

—Tranquilízate, Kurosaki-kun.

Pero el terror había hecho que dejara de escuchar. Jaló sus brazos de la débil prensa que lo sujetaba y comenzó a rascarse cada brazo con las uñas de la otra mano. Se pegó en la piel esperando notar la diferencia de reacción o algo que le indicara que no eran sus extremidades. Desvistió la parte de arriba de su yukata y buscó la unión de los miembros por si le habían colocado prótesis o brazos sintéticos. Pero, si lo habían hecho, eran prótesis como nunca las había visto en la facultad de medicina o en la práctica porque hasta sentía tacto en ellas. Aunque tal vez fuera una simple sensación fantasma: su cerebro diciéndole qué debía sentir, aunque aquellas extremidades pegadas no estuvieran sintiendo en realidad. ¿Pero cómo era eso posible cuando no veía cicatrices o uniones de piezas? Su cuerpo se veía completo, sin mácula alguna, movía cada extremidad como si no fueran prótesis; pero el recuerdo, el dolor en su hombro…

—Estoy en un gigai, ¿verdad? —gritó al hombre que se había acercado con voz suave—. ¡Estoy en uno de tus malditos gigai! ¿Dónde está mi cuerpo?

Cuando vio a Urahara con un gesto de desconsuelo se lanzó hacia atrás para separarse de él.

—Kurosaki-kun, no estás en ningún gigai.

—¡Estás mintiendo! —soltó mientras buscaba frenéticamente lo único que podría probar su punto.

Encontró a Benihime reposada en una de las paredes, casi pareciendo olvidada… o regañada. Tomó el Zanpakuto con forma de bastón y se golpeó en el pecho con la base.

Y una segunda vez.

Nada pasó.

Aventó el bastón hacia el piso, con fuerza.

—Me traicionaste —dijo mirando al piso con la quijada y los puños apretados con fuerza—. Confié en ti y tú le diste… esas muestras al fenómeno de Kurotsuchi —rugió al rubio queriendo olvidar cada momento de esa toma de muestras.

—Kurosaki-kun, necesito que te tranquilices para que podamos hablar —dijo Urahara en un tono calmado, casi arrullador—. Mayuri-san y yo no compartimos investigaciones —siguió, buscando su hombro para evitar que se hiciera daño con algo.

El estado de Kurosaki-kun lo tenía preocupado. Pocas veces lo había visto tan alterado como ésta. Y temía las consecuencias que la fuerza de su reiatsu descontrolado pudiera tener al ser el rey espiritual.

—Kurosaki-kun. Tu reiatsu está descontrolado, tu cuerpo…

Su advertencia fue interrumpida por un rugido que sonó a un alma convirtiéndose en Hollow. No temió que aquello le pasara a Kurosaki-kun, él era algo único y completamente diferente. Algo que había trascendido las barreras y no se convertiría en Hollow salvo por voluntad propia. Y jamás en uno completo, no de esos que consumían almas en el mundo material.

Cuando lo vio jadeando por aire y sosteniéndose el pecho, cerró los ojos con resignación.

—Kurosaki-kun, bebe un poco de té. Te ayudará a…

Escuchó las palabras sólo para recordar lo último que había pasado al beber algo que Urahara le ofreciera. Tomó el vaso de té para aventarlo a la pared y hacer que la cerámica se rompiera.

—¿Ahora intentas envenenarme, o de nuevo vas a drogarme? —lanzó con una burla ácida.

Apenas entendió de dónde venían las palabras, pero no el qué llevaba a Kurosaki-kun a tal estado.

Entendía que sufría, que su mente no estaba completa y que tenía tanta rabia como desconcierto. Aún así, no sentía la más mínima pena por él. Sabía que Kurosaki-kun podía con esto y con más. Lo que no toleraba de la situación era su propia incapacidad para resolverlo; para ver el panorama completo. Algo en la ecuación estaba mal. Algo estaba mal con él que no podía encontrar la respuesta. En cuanto vio a Kurosaki-kun sudar y temblar, se incorporó de un salto. El hombre comenzó a convulsionar y se desplomó.

Estuvo a punto para atraparlo en la caída y evitar que golpeara el suelo. Lo acomodó sobre sus piernas a esperar que pasaran las convulsiones.

Lo único bueno de las convulsiones era que había un periodo de tiempo en que el cerebro del chico… del hombre, descansaba. Era como si esas convulsiones liberaran la tensión que el cuerpo y el cerebro de Kurosaki-kun sufría cada vez.

Cuando el cuerpo sobre sus piernas perdió la tensión en los músculos, lo cargó hasta la habitación.

Allí lo acomodó sobre la cama y lo cubrió con sábanas blancas perfectamente limpias.

—Descansa, Kurosaki-kun —dijo mientras le acariciaba el ceño que había permanecido fruncido incluso tras la pérdida de consciencia.

.

Les había costado trabajo dar con ese par. Kukaku-san les había ayudado bastante para dar con ellos y, aún así, les había llevado más tiempo del que le hubiera gustado.

Tocó la puerta en una de las casas de madera del distrito 35 y esperó a que abrieran. Un hombre de constitución pesada y cabello negro quebrado levantó una ceja como todo el saludo que ofrecería.

Se calzó el sombrero como su propio saludo.

—Confío en que les avisaron de nuestra llegada, Ginjo-san —dijo con su tono cantarín que usaba generalmente para fastidiar a otros.

El alguna vez Shinigami sustituto se movió de la puerta para permitirles la entrada. El capitán Kuchiki entró primero.

—Tsukushima-san —saludó el capitán al hombre sentado al fondo de la pieza.

—Byakuya —saludó en respuesta—. No puedo decir que sea un placer —siguió en cuanto lo vio a él tras el noble.

No se lo tomó personal así que saludó con un movimiento de cabeza.

—Como ya le dije a Kukaku-san —soltó Tsukushima en un suspiro—. La respuesta es no.

—Por el pasado que nos une…

—Ya deberías saber que fue producto de mi espada —interrumpió a media frase.

—Y aún así sucedió. Hasta que vuelvas a cortarme con ella —arguyó el noble.

—La respuesta sigue siendo no —dijo suavemente el hombre que creaba pasados alternativos.

—¿Qué quieres por tu ayuda? —terció él entonces.

—No tienes nada que pueda querer, Urahara. No tienen nada con qué amenazarme… ni forma de doblegar mi resolución —dijo tajantemente.

—¿Por qué te niegas siquiera a escuchar lo que venimos a decir? —preguntó con un tono sencillamente inquisitivo—. ¿Por qué permitirnos llegar hasta aquí sólo para negarte, incluso, a escuchar nuestra petición?

—Porque no les debo nada. A Ichigo le debía una, y pagué mi deuda cuando peleó contra ese monstruo —explicó tomando un libro cercano a su mano y abriéndolo en la primera página—. El porqué les permitimos llegar hasta aquí… eso es cosa de Ginjo. Tendrán que preguntarle a él.

—Tsukushima —dijo Ginjo con la voz de alguien que trata de convencer a otro.

A toda respuesta, el fullbringer que podía insertarse en el pasado de cualquiera, para hacerlo cambiar, comenzó a leer ese libro que había abierto e ignoró todo lo demás.

Nadie podía decir que no supiera entender una indirecta. Con un movimiento de cabeza se despidió de aquel y dio media vuelta para marcharse, sólo esperó un segundo para asegurarse que Kuchiki-san lo siguiera antes que se retiraran.

—Creí que sería diferente —le dijo el capitán sonando más severo, como cada vez que algo no le complacía.

—Hey —los detuvo Ginjo y dio unos pasos hacia ellos—. Quiero ayudar, pero no sé qué le pasa a Tsukushima.

—No me pasa nada —dijo el fullbringer empujando a Ginjo por la espalda—. Están tan desesperados por salvar a Ichigo que no están pensando correctamente. ¿Qué creen que pase cuando lo corte con mi espada? El último corte que le hice fue para crear un pasado donde Zangetsu no hubiera sido destruida; un segundo corte anulará ese. ¿Están dispuestos a las consecuencias? Yo no. No voy a cargar con la responsabilidad de un mundo donde Zangetsu permaneciera rota.

—No nos puedes culpar por intentar —respondió cubriéndose el rostro con su abanico.

—No los culpo; pero su melodrama puede que me haga querer destruir el presente —amenazó.

—Tsuku…

—Cállate, Ginjo —dijo Tsukushima dando media vuelta para volver a la morada.

—Lo lamento —repitió Ginjo siguiendo al primero.

—Teníamos que intentarlo —repitió cerrando su abanico con un golpe y asintiendo con la cabeza en un gesto formal.

Kuchiki-san se quedó en silencio mirando a la distancia. Él lo miró antes de voltear hacia dónde perdía la mirada: Seiretei.

—Al parecer fue un viaje desperdiciado, capitán Kuchiki. Lo lamento —dijo bajándose el sombrero para cubrir sus ojos.

El noble gruñó una respuesta que no era afirmativa ni negativa y subió la mirada al cielo nocturno.

—Aún estoy en deuda con él —dijo Kuchiki-san antes de alejarse con shunpo.

Se quedó viendo el espacio que el hombre de familia noble había dejado tras su marcha y supo que tenía que tomar medidas desesperadas. No había otra forma de actuar, lo cual lo dejaba con siete posibles resultados y tres de ellos eran apenas ideales.

.

Toda su vida lo había llevado a ese día. Desde la casualidad, o el destino, que le había hecho conocer a la pequeña mujer a su lado, las peleas en las que estuvo a su lado para apoyarlo o para ayudarlo.

La relación de amistad había cambiado gradualmente a afecto, cariño y, en algún punto entre viajar entre los mundos, se convirtió en amor.

El día en que mató a Yhwach, ella fue la primera en darse cuenta. Mientras todos celebraban la victoria; mientras el resto se recuperaba de las heridas y comenzaban a hacer la cuenta real de las bajas, Rukia se había acercado para preguntar más que por el estado de sus heridas. Esa noche, en las barracas del 4, habían compartido por única vez sus historias con la muerte.

Ella le habló de haber matado a Kaien; él le habló de la muerte de su madre y de las muertes que eran por su mano. Ginjo. Yhwach. Y, cuando la Shinigami lo abrazó tras su historia, Ichigo supo que todo cambiaría entre ellos.

Y no se había equivocado.

Durante los siguientes años él pasó tanto tiempo en Soul Society que parecía viajaba al mundo material de vacaciones. Se había acomodado en una pequeña casa en las afueras de Seiretei aunque desempeñara algunas actividades propias de Shinigami. La transición entre vida y muerte fue fácil. Se despidió de sus hermanas y de su padre como si sólo fuera a vivir en otra casa, y bien podía ser así. Con los gigai de Urahara y el tipo de comunicación que el científico había creado, él pudo mantenerse en contacto con su familia como si el cuerpo con el que había nacido siguiera funcionando. La transición a vivir con Rukia… esa no tanto.

Rukia era una mezcla de los nobles y de los más pobres, un híbrido de alguna clase y lo más cercano a él mismo. Controlándose de acuerdo a lo que se esperaba de ellos pero a veces sin poder ocultar esa otra parte.

Lo que le desquició, al principio, eran todos esos pequeños detalles que no conocía antes de vivir con ella… y su obsesión con ese condenado conejo Chappy. Eso hacía que sus horribles dibujos fueran soportables. Excepto cuando también eran de Chappy.

Las primeras peleas no habían sido tan fuertes, ambos cediendo un poco en cada cosa para complacer al otro. Los pleitos fuertes habían comenzado después. En una ocasión ella se había ido para volver a la mansión Kuchiki; otra vez él fue quien desapareció por meses. La razón de sus pleitos, desaparecida ya en el olvido. Ahora, viendo el perfil de su rostro recortado en el sol del atardecer, le seguía pareciendo la mujer más hermosa que hubiese conocido.

No pudo detener sus labios de elevarse en una sonrisa.

—¿Por qué te ríes, bobo? —preguntó ella mirándolo al fin—. ¿Tengo algo en la cara?

Mientras lo preguntaba, la enana a la que amaba, se trataba de limpiar suciedad imaginaria

—Déjame a mí —dijo acercándose y tomándola por la quijada—. Está aquí —terminó besándola suavemente.

Ella respondió el beso de inmediato y se separó demasiado pronto para su gusto.

—Estás demente —le dijo sencillamente—. Estamos trabajando —amonestó dándole un ligero golpe.

Él se dobló a un lado para fingir dolor por el golpe y rió suavemente después.

—Los del 12 aún no se comunican —dijo para tranquilizarla—. No has notado nada extraño, capitán Kuchiki; ni yo lo he hecho.

—Tenemos que estar alerta —siguió seriamente.

—Sí, tenemos qué —respondió abrazándola y depositando un casto beso en su cabeza.

—Capitán Kurosaki —amonestó ella—, esto no es estar alerta.

—Puedo estar alerta de un momento a otro —dijo, provocándola con una caricia en la espalda.

—Eso lo sé bien —respondió suavemente, recargando su espalda en el cuerpo de él.

La abrazó, reposando su barbilla en la coronilla de ella y observó el día convertirse en noche sobre los edificios de Karakura.

—Rukia —susurró abrazándola más fuerte por la espalda—, prepárate. Algo se acerca —terminó completamente serio.

Notó el pequeño cuerpo que abrazaba tensarse con la advertencia y se separaron de inmediato. El comunicador sonó con la advertencia de un Vasto Lord en la proximidad.

Y él tendría que darle una paliza a Grimmjow de nuevo, como rey de Hueco Mundo, estaba dejando salir a demasiados Hollow que sólo capitanes podrían vencer.

—Akon —llamó a la división 12—. Estén preparados para liberar las restricciones de inmediato en cuanto se les pida. No me vuelvan a hacer esperar —gruñó mientras se lanzaba hacia la presencia del Vasto Lord.

Rukia lo siguió un paso por detrás y encontraron al Hollow rugiendo en un cruce abarrotado. Los humanos alrededor se alteraron sin saber la causa y siguieron sus caminos apresuradamente, asustados por lo que llamarían "un mal presentimiento".

—¿Cómo quieres hacer esto? —preguntó Rukia desenfundando a Sode no Shirayuki.

—Lo más rápido posible —le dijo antes de voltear al Hollow.

Escuchó a Rukia suspirar tras él. Sonrió por el fastidio que escuchó en su gesto y se lanzó al ataque.

—Baila, Sode no Shirayuki —llamó Rukia —. Some no mai, Tsukishiro.

Y un círculo se dibujó a los pies del Hollow justo antes que la columna de hielo se elevara hasta el cielo.

Getsuga Tensho —gritó él para destrozar el hielo junto con el prisionero.

El Vasto Lord; un ser humanoide, alto y delgado, con una máscara completa que le recordaba a una cucaracha, se puso sobre sus pies tambaleantes y atacó también. La velocidad del ser ese era impresionante y, mientras desarticulaba sus extremidades, no vio la necesidad de reprimirse.

—¡Bankai! —llamó Ichigo—. Tenssa Zangetsu.

Debería haber sentido algo de lástima por el pobre Hollow que no tuvo oportunidad contra su bankai, pero estaba más ocupado en sus pensamientos hacia Grimmjow.

—¿Quieres ir de vacaciones? —le preguntó a Rukia sintiéndola de inmediato a su lado.

—¿Qué tienes pensado? —dijo con media sonrisa y un tono de oscura diversión que le indicaba estaban pensando lo mismo.

—¿Te gustan las arenas blancas y las noches sin estrellas?

—Eres todo un romántico —le respondió con sorna—. A Grimmjow le va a encantar hacerse responsable de esto —terminó con sarcasmo.

El resto de la broma que pudo hacer pasó a último lugar cuando su cuerpo se preparó instintivamente para una batalla.

—¿Ichigo? —soltó Rukia más allá de la sorpresa—. Este reiatsu

—Lo sé —dijo apresurado—. Tenemos que alejarnos de la gente.

Los dos se alejaron usando shunpo hasta un lugar solitario y alistaron sus Zanpakuto. Unieron sus espaldas y observaron a su alrededor. El reiatsu de Yhwach había desaparecido tras seguirlos. Una masa de oscuridad viva y viscosa los obligó a separarse cuando cargó contra ellos.

Él saltó hacia el frente, atento solamente a esquivar el ataque. Volteó, con Zangetsu presta a atacar o defender, cuando los ojos de aquella cosa se abrieron para verlo. Tragó con fuerza mientras los recuerdos de ese ser, de su malicia y de sus intenciones, regresaron a su mente con cruel agudeza. El tono de voz del Quincy, espeso y tan calmado que parecía diabólico, el negro de la mano del rey reptando sobre un cuerpo ajeno y propio, la dureza de sus huesos al ser cortados. La suavidad de los músculos al ser separados. El viscoso sonido de vísceras saliendo de sus cavidades.

Controló a tiempo el arqueo de vómito que le provocó el recuerdo y se lanzó contra uno de aquellos ojos desagradables.

Partió en dos la viscosidad, sólo para que ésta se uniera sobre Tenssa Zangetsu y la atrapara en ese tipo de cuerpo. La amorfa negrura se lanzó hacia el frente buscando su cara con un pico que parecía ser filoso a pesar del resto del cuerpo.

Luchó por recuperar su espada sin conseguirla.

Antes de saber qué pasaba, vio aquella punta caer sin haberlo alcanzado. Cuando vio a Rukia a su lado, con su Zanpakuto presentada, supo que ella lo había salvado de una muy cercana; y que no dejaría que lo olvidara en los próximos años. Sonrió en dirección a la mujer con un agradecimiento y liberó su espada con un Getsuga Tensho.

La oscuridad viscosa se unió de nuevo, ahora tomando una forma humanoide, y se lanzó de nuevo hacia el frente. Rukia atacó primero y aquella cosa atacó de regreso.

Con horror, vio a su amada siendo atravesada por el enemigo. Antes de poder lanzarse hacia el cuerpo herido de la mujer, sintió un golpe que lo dejó viendo negro.

.

—¡Rukia! —gritó mientras saltaba de su posición horizontal.

Notó el lugar extraño en que se encontraba. No le importó no reconocerlo, estaba en Soul Society. Sabía que estaba ahí, pero no sabía dónde estaba su amada. Salió del cuarto ese y se encontró pudiendo navegar entre pasillos y habitaciones como si conociera bien el lugar. Como si ya hubiera estado ahí antes.

El escuadrón 4 debería haber remodelado o algo.

Cuando salió y se encontró de cara con un cielo azul infinito se lanzó al precipicio preguntándose qué había pasado en la batalla para que lo llevaran al lugar de Kirinji. ¿Quién había derrotado al remanente de Yhwach que había estado tanto tiempo inactivo? Y, lo más importante, ¿dónde demonios estaba su mujer?

Cayó pesadamente sobre Seiretei, justo en la colina del Soukyoku. Lanzó una mirada en derredor y buscó el reiatsu de Rukia. Cuando lo encontró, se dirigió hacia ella de inmediato.

La vio sonriendo, sin una herida y diciéndole algo a un Renji que comenzaba a reír también. El alivio que sintió fue inmediato.

Fue hasta ella y la cargó en brazos mientras la besaba profundamente.

—¿Ichigo? —tartamudeó ella separándose de sus labios y tratando de apartarse de su cuerpo.

Eso no le sentó bien mientras comenzaba a calmar el sentimiento de perder a la mujer de su vida. Buscó sus labios una vez más.

—Oi, Ichigo —demandó Renji con tono sorprendido comenzando a molestarse—. Esto pasa los límites de la amistad. Con ella y conmigo.

Sólo se separó de los labios de Rukia cuando ella le dio un golpe en la cabeza.

—¡Qué te pasa, idiota! —le gritó Rukia aún entre sus brazos.

La mujer comenzó a impacientarse en el abrazo mientras él miraba a Renji y a Rukia, soltándola apenas.

—Amigo o no, Ichigo —advirtió Renji—; no vuelvas a besar a MI Rukia —declaró mientras buscaba la piel de ella.

Cuando la mujer aceptó el contacto con el otro hombre, Ichigo explotó.

—¿¡TU Rukia!? —rugió celoso mientras la jalaba a su espalda por el brazo—. ¿De qué demonios estás hablando?

Iba ya hacia él para atacarlo cuando la cara de sorpresa del Shinigami se cubrió con la imagen de aquel mismo rosto pero sonriente y orgulloso al hablar de una hija. La que se convirtiera en amiga de Kazui. Entonces recordó la mirada de orgullo y amor que Rukia le lanzaba a Renji mientras él estaba con Orihime y Kazui… Agitó la cabeza mientras daba un paso atrás ante una imagen más del hombre de cabello rojo llorando la muerte de...

—Ustedes… ¿juntos? —dudó incrédulo. Miró a Rukia, la mujer se veía tan confundida como Renji, y tanto como él se sentía—. ¿Por qué, Rukia? —preguntó con la voz y el corazón quebrándosele—. ¿Por qué me dejaste? —preguntó patético mientras la abrazaba—. Éramos felices viviendo en Karakura…

Escuchó sus propias palabras como dichas por alguien más. Lo que decía parecía tan correcto, tan real… y al mismo tiempo no lo era; como si esas palabras pertenecieran a otro. Dejó ir a la mujer y se alejó unos pasos más como si ahora le diera miedo. ¿Por qué abrazaba a Rukia si estaba casado con Orihime?

—Tienen una hija —dijo como para recordarse las cosas. Su mano tembló mientras los señalaba precariamente—. Ichika —recordó tocándose la frente desesperadamente—. Tiene 5 años, piña roja en la cabeza como el padre… amiga de Kazui.

—Ichigo —comenzó Rukia hablando con sumo cuidado—. Renji y yo no tenemos una hija.

—No —la detuvo Ichigo como si él tuviera la razón—. Ustedes tienen una hija. Y jugó con mi hijo. Y Kazui lloró porque… no podía ir a la misma escuela que ella. Me están mintiendo —les echó en cara sólo para molestarse de nuevo—. ¿Por qué me están mintiendo?

—Ichigo —llamó Rukia suavemente, extendiendo su mano hacia él.

Se quedó mirando la mano que ella extendía mientras dudaba entre si deseaba tomarla o no. ¿Qué quería la mujer que le estaba mintiendo? Miró en los ojos violeta sólo porque extrañaba el brillo que el amor reflejaba en ese par y se preguntó de nuevo si podía confiar en ella después que lo hubiera abandonado el la guerra de los Escuadrones. Sintiendo el temblor en sus manos, la garganta seca y un dolor conocido en las suprarrenales, extendió la mano lentamente hasta tocar la palma ofrecida. El calor de ese toque le pareció conocido y ajeno al mismo tiempo. Este toque no era el de su amante, pero no era el de un desconocido tampoco.

—Vamos a casa —le dijo ella dulcemente—. Renji, ve por Urahara —terminó hacia el otro.

Se quedó inmóvil mientras buscaba que ese calor en una mano ajena le respondiera lo que comenzaba a preguntarse. ¿Qué demonios pasaba? Acarició con los dedos la mano que lo sostenía esperando que le devolviera el gesto. Esperando que, cualquiera fuera le pelea que hubieran tenido para que buscara consuelo en Renji, se olvidara.

—Rukia… —comenzó sólo para detenerse cuando la vio entrecerrar los ojos mientras se concentraba en algo lejos de ellos.

Se puso alerta de inmediato mientras buscaba a Zangetsu a su espalda. Sintió el reiatsu a su alrededor buscando lo que ponía nerviosa a la mujer. Más allá de múltiples reiatsu en el ambiente de Soul Society, no percibió ninguna amenaza.

—¿Qué pasa? —dijo sonando a pie de la batalla.

Rukia negó suavemente y lo miró de nuevo.

—Ichigo —dijo apretándole suavemente la mano—. Llévanos al palacio del Rey Espiritual.

Fue su turno para entrecerrar los ojos. ¿Qué había dicho?, se preguntó mientras una imagen en su cabeza le decía cómo hacerlo. Agitó la cabeza, sintiéndose mareado de inmediato.

—¿Por qué sé cómo hacerlo, Rukia? —preguntó permitiéndole a su pareja saberlo tan asustado como se sentía—. ¿Rukia? —repitió insistiendo por su respuesta.

—No hay tiempo para eso, Ichigo. Llévanos —ordenó la mujer.

Y él obedeció cuando los ojos que amaba… que había amado, se suavizaban al verlo.