El grito en su garganta lo obligó a abrir los ojos. Las lágrimas no dejaban de correr por su cara hasta las sábanas blancas. El sudor en su piel también se sentía como lágrimas saliendo pero de su cuerpo entero.
Gritó con rabia, con la necesidad de venganza, y se encontró sentado sobre una cama apenas extraña. En una habitación que no era la suya y sin un cuerpo muerto a su lado.
Sabía, sin embargo, que estaba en Soul Society. Y que tenía que moverse, aunque fuera por venganza.
Se hizo un ovillo sobre su lado izquierdo para encarar el lado de la cama que Kisuke siempre usaba y acarició el espacio vacío que su muerte había dejado. No sabía cuándo había desaparecido, o cuándo se había limpiado la mancha de sangre. No sabía cómo es que pudo haberse dormido de nuevo... o, tal vez, el shock de ver a su amante muerto había causado que su cerebro se apagara.
Cuando el sonido de una puerta estilo occidental abriéndose sonó, le pareció que retumbaba en sus oídos y ni siquiera quería comenzar a preguntarse porqué su puerta no era deslizable. Ponderó por unos segundos el dejarse matar por las facciones contrarias a la unificación de los mundos y en seguida cambió el pensamiento a un ataque sorpresa. Si venían a terminar el trabajo, él terminaría con ellos y cobraría su venganza.
—¿Kurosaki-kun? —sonó la voz calmada y suave que recordaba de sus conversaciones más serias.
La rabia en su cuerpo se detuvo en un instante. En seguida deseó que los recuerdos no lo torturaran con tal precisión. Su intento asesino, confundido por la memoria de esa voz. Abrió los ojos con sorpresa cuando sintió el colchón hundirse y, cuando una mano cálida lo tocó sobre el hombro, tembló al reconocer la mano del fantasma de su amante; al ver su gesto preocupado.
Se lanzó a él para unir sus labios en un beso desesperado.
—Estabas muerto —dijo desesperado mientras lo tocaba ansiosamente; como si al hacerlo se asegurara de que el fantasma de su amado no desaparecería.
La respuesta que su amante comenzaba a darle murió cuando enterró su lengua en su boca y cuando lo dejó sobre su espalda en la cama.
—Oh, Kisuke —susurró mientras le abría el samue que no había usado desde volver a su posición de capitán.
Sin importarle la ropa que usara —se la iba a quitar de igual forma— desnudó su torso y mordió sobre sus costillas con la fuerza de la necesidad. El gemido de placer y sorpresa que le regaló le devolvió un poco de la sanidad que había perdido.
—Dioses, Kisuke.
—Kurosaki-kun —llamó la voz excitada de su amante.
Sonrió sobre la piel blanca del cuerpo bajo él y la abandonó sólo para volver a sus labios. Si quería jugar a ser los cordiales conocidos de los primeros años; si quería revivir esos primeros días pero con un giro erótico, lo haría por él.
—Urahara-san —siguió alcanzando la erección de su amante para sentirlo tensarse bajo él—. Te vi muerto, Kisuke —dijo apoyando su frente con la de él y perdiendo el ambiente del juego sólo por un momento—. Necesito saber que fue un sueño. Demuéstrame qué tan vivo estás.
Lo besó de nuevo, desesperado por su toque, por la reacción que conocía; pero que siempre le parecía nueva.
Kisuke le acarició los hombros con más ternura que pasión. Buscó de inmediato su mirada y la mano de su amado le acarició la mejilla. Siguió el movimiento con la cabeza y lo miró con el ceño fruncido, confundido por la falta de pasión.
Mientras acariciaba su longitud, le mordió el cuello con la fuerza necesaria para hacerlo gemir de placer. El sonido cerca de su oído llevó una corriente eléctrica por la espalda hasta su cadera, y ésta se impulsó hacia la de él.
—Entonces, ¿a qué estábamos jugando? —le dijo con una sonrisa provocadora—… Urahara-san. ¿Diez días de entrenamiento? —susurró mientras le lamía la oreja.
—Kurosaki-kun —suplicó su amante—; detente, por favor.
Y supo que era la forma en que su amante le pedía más.
Trató de detener las caricias de Kurosaki-kun; pero entre su respiración agitada, la erección que le había causado y las caricias expertas que le dispensaba, su mente comenzaba a nublarse. Si lo mordía una vez más, juraba, no recordaría que el joven estaba —probablemente—, —seguramente—, —definitivamente—, viviendo los fantasmas de su mente.
Sintió la mano de Kurosaki-kun sobre su cadera, acariciando sobre la cresta del hueso y sintió el cuerpo sobre él moverse para acercar los labios justo a ese lugar. Jadeó con fuerza a medias esperando que se detuviera, a medias esperando que luchara por continuar.
Le sujetó la cabeza con ambas manos antes que sus labios, o dientes, tocaran otra parte de su cuerpo. Odiando estar celoso del él que sí hubiera podido ser su amante, usó un poco de fuerza para obligarlo gentilmente a que lo mirara. Respiró para calmarse y tuvo que sonreír por el gesto confundido de ese hombre que no era su amante.
—¿Kisuke? —preguntó Kurosaki-kun confundido.
—¿Qué vida crees que estás viviendo, Kurosaki-kun? —preguntó suavemente. Y se odió por tener que preguntarlo. Por preguntarlo en absoluto.
La comprensión que cruzó por el rostro sobre él hundió el bucle de emociones que había sentido en las vísceras desde que lo llamara por su nombre la primera vez.
Como si una niebla se despejara en su mente, saltó de la cama alejándose del Urahara semidesnudo bajo él mientras su cabeza comenzaba a colocar las cosas en el lugar correcto. El estómago se le apretó en un nudo ante lo que acababa de hacer… lo que había estado a punto de hacer.
—Lo siento… Urahara —dijo mirando al piso y aún sintiendo extraño el no llamarlo por su nombre—. Yo…
—¿Qué pasó? —le preguntó Urahara incorporándose en la cama.
Su mirada se cruzó con la gris de él y la apartó de inmediato, no queriendo ver la condena que le lanzaría. No podría soportarlo de ese gris profundo que amaba… que había amado… que pudo haber amado…
Se llevó las manos a la cabeza para apretarla con fuerza. Y supo que tenía que dejar de pensar en eso… en algún momento —cercano—. Algo así como ahora mismo.
—Te vi muerto. No, no muerto. Asesinado. Quería que Soul Society y Hueco Mundo comenzaran a compartir; que hubiera un camino siempre abierto entre ambos para que los unos aprendieran de los otros —comenzó rápido, como para recordárselo a él mismo—. No todos querían lo mismo. Soul Society se dividió en dos opiniones diferentes. Algunas facciones contrarias más agresivas que otras. Kurotsuchi… todo apuntaba a que Kurotsuchi era parte de la más agresiva. Él…
Cuando la voz de Kurosaki-kun se cortó con el sentimiento, incluso con un poco del llanto antes olvidado, supo que había algo que no le estaba contando. Tal vez muchas cosas. Y no era precisamente la clara relación que habían tenido ellos dentro de esa mente destrozada del joven. Algo en sus palabras se sentía fácil, demasiado superficial…
—Tranquilo —le dijo tratando de sonar calmado y callando su propia mente a favor del más joven—. No tienes que decirme más. ¿Crees que algo de té te ayudaría a relajarte?
Kurosaki-kun asintió en silencio, titubeó un movimiento y dio un paso para atrás.
—Me voy a bañar primero —avisó dando media vuelta y buscando algo antes de encontrar la puerta del baño y cruzarla.
Se quedó viendo esa puerta cerrada. Su piel aún recordando el tacto del otro; su cuello, la mordida y cada terminación nerviosa en su cuerpo el deseo provocado. Su mente sabía que no lo olvidaría pronto.
Se maldijo en silencio por haberlo detenido tan pronto. Pero no había podido aceptar que Kurosaki-kun sufriera aún más, ahora, por algo que sí podían detener a tiempo.
El que necesitara un baño después de haberlo tocado como a un amante, sin embargo… eso dolía. Aunque entendiera que un hombre que deseaba mujeres como compañera de cama se quisiera quitar del cuerpo el calor de otro hombre; dolía más que un insulto.
Sin fuerza para sumirse aún más en la espiral de depresión y malos pensamientos que se había ganado a pulso, se levantó de la cama ajena, acomodó lo último de su ropa y fue a preparar té.
.
Una vez más estaba rodeado por la oscuridad. Esperaba que el hombre encarcelado se dignara a reconocer su presencia. Ambos sabían que el otro estaba ahí.
No podía quitarse de la mente la sensación del calor de Kurosaki-kun. Ni el gesto de horror cuando recordó la verdad que era su vida. Eso sí, no se había esperado la charla subsecuente. Le había hablado de esa, a la que llamaba vida, y las razones que había encontrado para unir Hueco Mundo y Soul Society de una forma definitiva y continua; más allá de una Garganta abierta desde el desierto.
Aunque la idea le intrigaba seriamente, y la investigación para estabilizar esa ruta se presentaba como un reto, no estaba convencido de que fuera lo mejor. Aunque la convivencia entre Shinigami y Hollow no fuera catastrófica, la gravedad de ambos mundos, el reishi de cada uno y las complicaciones físicas y estructurales entre ambos mundos era suficientemente diferente como para no poder ser logrado con buen término. Ahora, en la oscuridad de Muken, cuando se preguntaba por qué él aceptaría hacer una empresa que sabía destinada al fracaso; sabía que no era suficiente ni siquiera el que Kurosaki-kun se lo pidiera. Y eso sólo hacía que le fuera imposible llamar aquellos sueños del joven "vidas" como lo hacía éste. Porque, si sabía algo de sí mismo —sin importar qué tipo de vida terminara viviendo— era que no se lanzaba en aventuras con finales que no llevaban a nada.
Cuando emprendía una acción, era para obtener el resultado deseado… por cualquier método necesario.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sintió el reiatsu de Aizen elevarse y condensarse a su alrededor.
—Tan rápido de vuelta —se burló Aizen desde la oscuridad.
—Íbamos en el rey espiritual —cortó al otro—. ¿O necesitas conversación social? —espetó serio como sólo lo era con este recluso.
La carcajada de Aizen no se hizo esperar. La melódica risa del sociópata inundó la oscuridad como un ente en sí mismo y cargó el ambiente con tal tensión que cualquier otro hubiera comprendido porqué se le temía a la oscuridad. Siguiendo ese pensamiento, iba a provocarlo preguntándole a qué le temía, pero calló al saber que no quería respuesta para su pregunta. Nunca había querido respuestas, sino confirmación de sus teorías. Su pensamiento volvió a Kurosaki-kun una vez más. Supo que eso había estado fallando; no tenía teorías para confirmar o refutar y, en algún punto, había olvidado las preguntas. La finalidad de sus acciones.
Claro que sabía que Kurosaki-kun debía estar en esa dimensión diferente que llamaban el palacio del rey; ésta usaba el reiatsu del rey para alimentar y sostener el resto de los mundos. Sabía que Kurosaki-kun estaba rebasado por el poder que había despertado tras la Guerra de los Mil Años y sabía que le había prometido que arreglaría todo. Pero, ¿arreglar qué? Ya se había convertido en rey espiritual. ¿Los sueños?, ¿los estados de coma? ¿Evitar que quedara reducido a un inmóvil torso con cabeza? ¿Todo ello? ¿Algo diferente?
—El rey espiritual —comenzó el condenado, sacándolo de sus pensamientos— estuvo en su posición desde antes que se comenzaran a escribir los relatos. Algunos dicen que es el único de su clase… que fue. Otros dicen que no. Como haya sido, todos concuerdan que era capaz de dar vida. Y que la dio. Quitándosela del cuerpo mismo.
Entrecerró los ojos para enfocarse en un pensamiento escurridizo que venía a tema. Hitsugaya-kun y Kuchiki-san habían peleado contra Gerard Valkyrie, quien había dicho ser el corazón del rey espiritual. Kurotsuchi había peleado contra Pernida, la mano derecha del rey; Ukitake había obtenido la izquierda. ¿Era así como el rey espiritual daba vida?, ¿quitándose partes de él? Y, si así fuera, ¿dónde estaban sus piernas? Ya que ese torso tampoco las había tenido.
—La cosa esa dio vida seis veces, una por cada extremidad perdida, una por su corazón y la última por su poder. Si mi teoría es correcta, peleamos con cuatro de sus partes. La espada fue para los Quincy que están vivos y en evolución constante; el escudo para los Shinigami que están muertos y paralizados en el tiempo. La mano que protege para Soul Society, la que ataca para los Quincy. Y, aún así, la cosa esa no es… no era diferente al Dangai realmente.
—Sólo peleamos contra tres —refutó dejando una marca mental para pensar en el paralelismo hecho con el Dangai.
—Contra cuatro —corrigió Aizen.
Guardó silencio esperando que siguiera pero trató de recordar todo lo que había escuchado y estudiado de los enemigos de esa guerra.
—Sólo tienes que preguntar —se burló la voz en la oscuridad.
—¿Dónde están las otras dos partes? —preguntó odiando jugar el juego de otro, pero sabiéndolo una necesidad inmediata para alcanzar algo más grande.
—Esa no es la pregunta que quieres hacer —sonó la voz decepcionada.
Sintió el reiatsu de Aizen como una oleada caliente en el ambiente y se preparó mentalmente para recibir un golpe que nunca llegó. El recuerdo de aquella tortura aún presente como fantasmas sobre su alma.
—¿Quién fue el cuarto? —preguntó entonces.
La carcajada de Aizen llenó la oscuridad cargada.
—Muy bien —dijo con sorna—. Muy bien, Urahara Kisuke. El cuarto fue el poder del rey espiritual; Yhwach.
Entrecerró los ojos con incredulidad y un atisbo de fastidio por la burla.
—No has estudiado suficiente a los Quincy —continuó el condenado, sonando decepcionado.
—No vine por información sobre ellos —dijo con un tono tan plano como pudo conjurar.
La carcajada de Aizen duró minutos completos esta vez.
—Me alegra saber que te diviertes —cortó con sarcasmo.
—Y yo te creía un hombre más inteligente.
Sintió entonces el reiatsu de Aizen sobre su piel y colándose a su interior como lo haría el calor de otro cuerpo. Aunque se sintió asqueado por la sensación, aguantó. Podía aguantar esto; estaba seguro.
—No me decepciones pidiendo favores sexuales, Aizen. Esperaba más de ti.
La respuesta del otro no se hizo esperar. El calor de ese reiatsu que sentía viscoso a su alrededor lo enfermó en cuanto pasó la primera capa de piel.
Mientras la sensación de algo reptando por debajo de su piel subía y bajaba por sus terminaciones nerviosas, tuvo que dominarse a él mismo para no reaccionar.
Una sensación extraña comenzó en su estómago y estaba seguro no eran las proverbiales mariposas, de lejos. Se sentía como si el órgano mismo estuviera siendo tocado por una mano ajena. La descarga de adrenalina no se hizo esperar cuando temió el dolor que le provocaría esta vez. Pero éste no llegó. La sensación de esa mano incorpórea dejó su estómago y reptó hasta el cerebro, repitiendo las atenciones.
Uno a uno sus órganos internos fueron sujetos, cargados y acariciados por esa viscosidad que le causaba náuseas y escalofríos. Tembló con asco cuando lo sintió entrando por su ano. El reiatsu propio reaccionó con el invasor comenzando una lucha instintiva.
Y sabía que luchar contra el "pago" que Aizen demandaba causaría que su única fuente de información dejara de hablar. Con un temblor que comenzó en su espina, bajó sus defensas mentales y controló su propio reiatsu para que el invasor ganara la batalla.
Y se odió, por ello, tanto como sólo su alma podía odiarlo.
Esa pérdida de control… ese dominio sobre él no era como la rudeza de un amante o el dominio de otro en el dormitorio. Esto era más que humillación, era una vejación a propósito para…
Lanzó el primer grito cuando la sensación de ese algo se introdujo también por la uretra. Al parecer, la exploración también sería en el interior de cada órgano. Apretó la quijada durante esa exploración, aceptó la sensación sólo tratando de reunir el poco orgullo que aún le quedaba y aguantó las lágrimas para no perder lo último de su dignidad.
Supo que había terminado con él cuando el reiatsu viscoso se retiró y lo dejó caer al suelo. Resintiendo el golpe desde las rodillas hasta los dientes, peleó contra su propio cuerpo para controlar su respiración, para que éste siguiera obedeciendo a su mente y no quebrarse, divirtiendo así a su público.
—¿Favores sexuales?, no. Sólo voy a usarte hasta que afine esta nueva habilidad —esa voz sonando a que tenía una gran sonrisa pegada a su maldita cara.
Se arrastró por el suelo de Muken mientras aguantaba las lágrimas rabiosas y las náuseas. Cuando llegó a Benihime y la sostuvo en su mano, la sintió fría y muerta como si le hubiera dado la espalda definitivamente. Por primera vez usó la espada enfundada como un verdadero bastón. Logró dar tres pasos antes de caer de bruces sobre el duro suelo húmedo y esta vez tardó un poco más en ponerse de pie.
—Estudiar al rey espiritual es estudiar a los Quincy; estudiar a los Quincy es estudiar una parte del rey espiritual —dijo la voz de Aizen con un tono de malsana satisfacción.
Se quedó pasmado un segundo antes de seguir su marcha fuera de la oscuridad.
Una vez que estuvo lo suficientemente lejos de Muken, vomitó el contenido de su estómago como si quisiera exorcisar más que esta reciente experiencia.
.
Cuando despertó de un sueño ligero y lleno de imágenes de muerte y guerra, se levantó pesadamente para tomar un baño y quitarse el sudor del cuerpo.
Las imágenes eran como piezas revueltas de un rompecabezas; y estaban rompiendo la suya. Pero —así le parecía— eran cientos de rompecabezas y las piezas estaban revueltas entre ellos. No sabía cuántos rompecabezas eran y no tenía una imagen de referencia como para comenzar a armarlos.
Una vez más necesitaría a ese Urahara para que le ayudara con las cosas complicadas. Habiéndole contado su vida y la parte donde buscaba unir Soul Society y Hueco Mundo, notaba que su mente se encontraba mejor; un poco más resignada a las nuevas circunstancias, un poco más abierto a aceptar que algo había cambiado en su vida y que no era culpa del Zanpakuto de Aizen lo que estaba sucediéndole. Tal vez fuera por el simple hecho de sacarlo de su sistema, tal vez eran las preguntas que le había hecho y el punto de vista diferente que le había mostrado. O tal vez fue el ejercicio mental de concentrarse en qué decir y qué no. Porque no había tenido el valor para decirle más de lo que claramente le había mostrado… y lo que había rechazado.
Suspiró bajo el agua de la regadera. Había pasado un par de noches ya y su vida comenzaba a suceder de nuevo como recuerdos, uniéndose fracciones de otras cosas al cocktail y, sólo así aceptar al fin, que había algo más que sólo ser capitán y unir los mundos. Aunque no pudiera olvidar a Kisuke siendo su amante. Por más que los sentimientos ya hubieran vuelto al punto de siempre, aunque ya no sintiera ese "amor" por el hombre, la intensidad de sus momentos juntos sorprendía incluso al él que se sabía sin sentimientos hacia Urahara.
Tenía que dejar de pensar en ESO.
Se obligó a recordar los sueños de esa noche. Muerte, guerra, pleitos… eso lo conocía bien, a eso estaba acostumbrado —no a las caricias, o al sentimiento tras ellas— y el entrenamiento y las batallas lo calmaban… en comparación.
Cuando salió de la ducha vistió la yukata que había encontrado colgada y se preguntó quién se encargaba de la ropa sucia. Dejó la yukata sucia doblada sobre el lavamanos y salió de esa habitación que sabía suya sólo por el olor.
Vagó por pasillos y habitaciones sintiendo que descubría el lugar por primera vez al tiempo que se sentía moviéndose cómodamente por éste. Como si su cuerpo estuviera acostumbrado a ese espacio aunque su mente estuviera perdida. Un par de habitaciones le dieron la extraña sensación de ya conocerlas, como si a sus 29 años regresara a la habitación que había usado en su adolescencia. Así de conocida y ajena a la vez.
La tercera habitación ya no era de paredes blancas y suelo negro; ésta estaba cubierta por madera, emulando una cabaña de madera… una casa de madera. Y esa habitación la encontraba extrañamente acogedora; probablemente porque le hacía imaginarse en una casa común de la época de las geishas y el Kyoto antes de la guerra.
El futón ligeramente desplazado a la derecha, la iluminación del día entrando por una ventana que mostraba un cielo azul, los muebles de madera pesada. Lo único que desentonaba en esa habitación lo encontraría tras la segunda puerta: el baño tenía las comodidades más modernas en baños occidentales; con azulejo blanco, tina de porcelana blanca y puertas de cristal y cromo, el cuarto de baño era todo lo que la habitación no era y viceversa.
Sólo abrió la puerta para confirmar que la pieza era como esa extraña sensación de conocimiento previo le indicaban y se llevó una sorpresa cuando vio el azulejo rosado y no blanco. La tina también era diferente aunque estilo occidental.
Tuvo que preguntarse hacía cuánto no entraba a ese baño… o por qué creía que sabría cómo era un baño tras puerta cerrada. Supo que se lo había imaginado todo… pero, entonces, todo el baño era estilo occidental y moderno, contrario a lo que la habitación hubiera indicado.
Antes de desesperarse por sus propios pensamientos se dedicó a abrir las puertas de un ropero que iba de piso a techo. Frunció el ceño mientras pasaba la mano por la ropa colgada. Dos pares de haori negras. Tres samue verdes, colgadas ambas piezas en su solo gancho por conjunto. Y, en el piso del ropero, cuatro pares de sandalias getta. Se había esperado algo así de Urahara y, estaba seguro, si seguía buscando, encontraría una dotación de esos sombreros ridículos que usaba regularmente. La habitación tenía tanto del hombre… salvo su olor —se dio cuenta—.
Cuando intentó definirse el olor del otro hombre, acabó perdiéndose en los recuerdos lejanos de un amante y en los más cercanos de una violación que fue detenida a tiempo.
Dioses, había estado a punto de obligarlo. Porque Urahara había tratado de detenerlo. Se lo había dicho fuerte y claro. Le había dicho que no y él lo había tomado como un previo para el sexo duro.
Se sentía estúpido por haberse confundido, pero ¿en qué se había confundido? ¿De Urahara? Él había vivido como su amante, donde el "no" era un sigue, un insiste… un oblígame; y un "molusco" era la palabra segura. Y había despertado un día para encontrarse con recuerdos fragmentados que le indicaban ésta era otra vida, una en la que tenía a su amante, sin que lo fuera. La pregunta que cabía hacerse era ¿prefería vivir una vida donde su amante y amado estuviera muerto —dónde él hubiera causado su muerte—, o una donde su amado viviera pero no lo amara a él —donde incluso la forma en que se nombraban era diferente—? Y para responder eso tendría que saber si era egoísta o no.
Al final, lo era. No porque lo prefiriera vivo que muerto y amándolo, sino porque no podía separar al Urahara que lo escuchaba con un té de por medio con el Kisuke que lo escuchaba mientras unían piel con piel.
Maldita sea, si ya había comprendido que no era su amante en esta vida a la que había despertado, ¿por qué mierda no podía dejar de pensar en desnudarlo, ponerlo en manos y rodillas y escuchar si gemía igual a su Kisuke o si sonaba diferente?
—¡ARGH! —gritó hacia la ropa colgada—. No puedo seguir haciendo esto —se recriminó sintiendo su erección comenzar a elevarse.
—Eh, rey —dijo su Hollow arañando en su consciencia para escapar—. Sólo te quieres coger al rubio. Deja el drama y la próxima vez hazlo, y ya.
—Cállate —demandó a ese molesto Hollow en su cabeza—. No va a haber una próxima vez.
Lo más seguro era que Urahara estuviera tan asqueado de ser tocado por otro hombre que había puesto tierra, cielo y una dimensión completa entre ellos.
Por fin había decidido dejarlo solo.
Tal vez era mejor así. Estaba destruyendo a Urahara. Porque si para él, que sufría de locura, despertar con gritos y creyéndose en otro lugar, haber perdido pie en la realidad y ya no saber si alguien era enemigo, amante o amigo, si lo había traicionado o no, si le había clavado la espada o parado un golpe con su filo… era desquiciante; para otro debería ser, también, injusto sufrirlo sin tener el padecimiento.
Excitarse por un amigo, besar a una amiga, odiar a quien le había tendido la mano para ofrecerle ayuda, querer matar a una persona con la que sólo se había cruzado en su camino… el gesto de condena en la cara de otros, el de lástima; eran suficientes como para querer encerrarse en solitario.
Se sentía a la deriva y Urahara, quien había logrado poner algo de orden en su caótica cabeza, no aparecía. En verdad se había marchado al fin.
Pero cómo no lo haría después de lo que le había hecho.
¿Durante cuánto tiempo?
¿Cuántas veces?
¿Qué recuerdos eran compartidos con un amante y cuáles eran abusos que ejercía?
Todo sería más fácil si sus acciones las justificara con la pérdida progresiva de su cabeza; si dejara de pensar que era su culpa, que era su responsabilidad. Pero nunca había sido así. En ninguna de las vidas.
Probablemente era un buen momento para cambiar eso. Seguro así dejaría de importarle, tal vez así dejara de lado la esperanza de que todo volviera a la normalidad.
Pero, ¿qué era la normalidad? —y no en un aspecto filosófico—. ¿Cuál era su normalidad?, ¿una vida marital con Orihime?, ¿con Rukia?, ¿con Riruka? ¿O tal vez esa imagen de Renji empujándolo al colchón?
Lo único cierto era que "lo normal" para él era la locura que sucedía constantemente en sus vidas. En cada una de ellas. Lo normal era acabar matando a sus seres queridos; destruyendo lo que le daba felicidad. Lo normal, para él, era destruir lo que le rodeaba. Y el dolor consecuente. El cansancio que sentía en su alma, no sólo al terminar cada vida, sino al darse cuenta que esos sentimientos no eran necesarios; porque al terminar esa vida, su hermana no moría, no estaba casado con Rukia y no había un Kisuke sino un Urahara.
Esa era la clave entonces. Lo fracturado en él era su cabeza; lo desgastado, su corazón.
Dejó caer la manga del haori negro y la vio volver a su lugar entre el resto de las telas. La observó mientras se movía como un péndulo y, cuando dejó de moverse, también lo hizo él.
Caminó lentamente fuera de la habitación dejando la puerta abierta tras él. Se detuvo sólo hasta llegar al centro de la habitación más grande que había visto y allí se quedó, con la mente en blanco y ningún propósito al estar.
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En cuanto cruzó las puertas del palacio, se encontró suspirando con alivio. Había vuelto a casa. Seguía tenso después de su visita Muken. La sensación del interior de su cuerpo siendo… manipulado… seguía sintiéndose asquerosa. Nada que no fuera a sobrevivir, pero tardaría algo en recuperarse. Lo que no podía evitar eran los recuerdos que la sensación había evocado. Esos no eran tan fáciles de desterrar de su hiperactiva mente; por más años que hubieran pasado desde que sucediera su infancia.
Se calzó el sombrero para cubrir los ojos y se encaminó a su habitación. Se recostaría un momento antes de ver en qué estado se encontraba Kurosaki-kun. Había notado un ciclo de cuatro fases para el joven. La primera siempre sucedía espontáneamente, el cuerpo perdía la fuerza y se desplomaba donde estuviera —a veces con convulsiones—; el cuerpo quedaba flácido. La segunda fase era opuesta, todo el cuerpo se ponía en una tensión que recordaba el rigor mortis. La tercera fase se caracterizaba por espasmos y contracciones musculares, probablemente causados por el cuerpo buscando desatrofiar los músculos que antes habían estado rígidos; y ésta siempre terminaba con Kurosaki-kun despertando —ahora sabía cómo—. La cuarta fase era cuando estaba despierto, para terminar el ciclo justo cuando caía en coma de nuevo.
¿Qué desataba la primera fase? Se preguntó apartándose de otros pensamientos.
Y, cuando vio a Kurosaki-kun en el centro de la sala del trono, todos sus pensamientos desaparecieron.
Tragó con fuerza cuando lo vio de pie, inmóvil y —aunque con extremidades— luciendo justo como había visto al rey espiritual anterior.
—Kurosaki-kun —llamó esperando que se moviera y el espejismo terminara.
Pero no se movió.
—¡Kurosaki-kun! —llamó en un grito con desesperación—. ¡KUROSAKI-KUN! —gritó de nuevo sacudiéndolo ahora por los hombros.
Una punzada de dolor lo atravesó humedeciendo sus ojos al ver que el otro no reaccionaba.
—Kurosaki-kun —repitió con la voz quebrándosele mientras apoyaba la frente en ese hombro estático.
—Urahara-san
La voz apagada del joven nunca le sonó tan entrañable. Las piernas perdieron la fuerza para sostenerlo en pie mientras el alivio lo hizo suspirar y reír con un tinte histérico mientras se sujetaba de los hombros de la figura.
Dejó su mano deslizarse desde los hombros del más joven hasta los brazos y allí apretó ligeramente. Una sonrisa comenzó a dibujarse en su cara, alivio recorriendo su cuerpo como un bálsamo.
—Vete —le dijo Kurosaki-kun con esa voz sin vida. Volteó a verlo, más allá de la sorpresa—. Tú puedes salir del palacio; no tengo por qué encarcelarte también a ti. Vete —repitió con la mirada desenfocada o simplemente mirando algo que no estaba ahí.
—No me corras, Kurosaki-kun —dijo con un nudo en la garganta—. Tú no me encarcelas —dijo buscando la mirada del joven—, estoy aquí porque quiero; nadie me obliga.
—Entonces me tienes lástima —dijo, al fin devolviéndole la mirada.
Negó con la cabeza sin apartar la mirada de aquellos ojos color avellana.
—Me conduelo de tu situación, pero no te tengo lástima —dijo mientras le salía una sonrisa casi de esperanza—. Si hay alguien que pueda con esto, eres tú. Claro que me hubiera gustado poder ahorrártelo, pero puedes con esto.
—¿En verdad crees que puedo? —preguntó con una voz más viva, más parecida a la que usaba años atrás.
—No lo creo —dijo vehementemente—, lo sé.
Y, con la frágil sonrisa que se dibujó en los labios frente a él, supo que había recuperado al Kurosaki-kun que sufría, lloraba y gritaba; pero que estaba vivo.
Y supo que el peligro aún no pasaba.
