Después de un desayuno ligero, al menos en conversación, Kurosaki-kun había dicho sentirse con ganas de entrenar. No encontrando ninguna objeción para ello, le había dado las indicaciones para llegar al área de entrenamiento. Esta no era subterránea como lo habían sido el resto de las que construyera. No necesitaba serlo. Seguía preguntándose si el comentario de entrenamiento lo había involucrado a él o no. No es que le hubiera pedido claramente que le ayudara en el área de entrenamiento… pero el joven nunca había aprendido nada sólo blandiendo su espada al aire.
Al final se había quedado atrás, en una de las habitaciones que había remodelado no bien poner pie en el siempre frío y siempre reverente palacio.
Había querido lograr un ambiente más… hogareño. Con habitaciones de tamaño normal, baños cómodos y no las monstruosidades que solían ser. Había acondicionado una cocina de tamaño generoso si se comparaba con el de cualquier casa en el mundo material. Sólo se había permitido conservar la madera y la decoración de su tienda en dos habitaciones. Esta cocina, sin embargo, era tan blanca como el resto del palacio, su piso tan negro como el resto, pero tenía una mesa alta y sillas para seis personas, un refrigerador tamaño familiar —no industrial— y su estufa con hornillas negras, gabinetes y alacenas… No podía decir que fuera mucho, pero era una gran mejoría con respecto a la —casi— hectárea que antes había estado destinada sólo al área de las estufas… como si en el palacio se cocinara la comida de todo Soul Society. Y limpiar se volvía más… rápido. No es que dos personas desayunando ensuciaran tanto.
Tuvo que detener sus pensamientos cuando recordó a Ururu y a Jinta en la cocina. Se retractó de inmediato mientras se preguntaba qué estarían haciendo ese par. ¿Dónde estaría Tessai-san? Hacía mucho que no se atrevía a visitar esos recuerdos por miedo a extrañarlos. Dejarlos atrás había sido una decisión que había tomado a consecuencia de permanecer al lado del Rey Espiritual.
Sorbió el té frente a él y sintió el calor de la bebida esparcirse por el interior de su cuerpo, relajando una parte de su cuerpo y una parte de su mente.
Perdió esa paz adquirida cuando sintió un reiatsu conocido entrar al palacio.
—Kisuke —saludó la mujer con un golpe juguetón en la mesa—. ¿Hay té para mí? —preguntó de buen humor.
—No lo hay —dijo en su tono ligero, imprimiendo ese falsete que había logrado dominar desde hacía cientos de años—. La última vez que hice té para ti te fuiste sin beberlo, eso fue muy poco educado de tu parte, Yoruichi-san.
La mujer tronó la boca y se conformó con tomar la taza de la que él bebía. No es que no se lo hubiera esperado.
—¿Cómo está todo allá abajo? —le preguntó para hacer conversación.
—Aburrido —respondió antes de darle un sorbo al té.
Se lo imaginaba. Por su gesto, Yoruichi-san quería algo, y él tendría que forzar la conversación. No estaba preocupado, cuando era algo peligroso o grave, la mujer lo decía sin anestesia. Viendo la forma en que estaba bebiendo de la taza, ella aún estaba pensando como acercar el tema.
¿Presionarla o no hacerlo?
Decidió no hacerlo mientras se levantaba para llevar los platos sucios a la tarja. Aprovechando la estufa cercana, puso a calentar más agua para té. En verdad tenía que encontrar la forma de llevar a ese palacio algo de café. No es que tuviera un problema con el té, pero sus párpados extrañaban la cafeína de vez en cuando.
Utilizó la rutina de lavado de platos para formar una estrategia que evitara que el café se desintegrara al entrar en la dimensión en la que ahora residía.
—Está pronta la fecha —comenzó Yoruichi-san—. Central 46 y Gotei 13 ya están esperando que los visites con noticias.
Suspiró mientras terminaba de lavar el plato en su mano.
—Estaré ahí el último día del plazo, como siempre.
—Podrías bajar antes, y pasar unos días en Seiretei —sugirió ella.
—Lo siento, Yoruichi-san —dijo con tono apologético—. Seiretei no está en mi lista de destinos turísticos —terminó como broma.
—Kisuke —dijo su visitante de cabello morado subiendo el tono.
Supo de inmediato que no iba a ser nada bueno.
—Dime, Yoruichi-san —soltó como si nada.
Tuvo que detener una sonrisa cuando la mujer de carácter volátil bufó como si se hubiera transformado.
—¿No extrañas nada de lo que hay fuera de aquí? —preguntó casi en un reto.
—No suelo pensar en eso —dijo tratando de ser sincero pero sin mostrar todas sus cartas. Conociéndola como lo hacía, ella sabía lo que no le decía—. Tengo suficiente en mis manos tratando de averiguar cómo salvarlo.
—¿Salvarlo de qué, Kisuke? —preguntó como si eso fuera incomprensible.
De la soledad, pero no se lo dijo.
¿Qué le diría entonces, de su poder? ¿De él mismo? ¿De ser usado como un objeto? ¿De los que querían usarlo en beneficio propio? ¿Estaba haciendo él justo eso con el rey?
—Esa es una buena pregunta. Aunque la haces sonar como si nada pudiera contra él —dijo con ese tono cantarín que parecía tan parte de él como su cara misma.
—¡Por supuesto que nada puede! —soltó exasperada—. Es el sostén de los mundos. ¿Quién puede contra alguien así?
—Eso se creía del anterior y Aizen intentó llegar al rey; Yhwach lo logró.
—Sigo sin aceptarlo, Kisuke. Entiendo la necesidad de un rey espiritual, pero no que tengas que quedarte aquí.
—Fue una orden de Central 46 —le recordó mientras cerraba el grifo del agua.
—¿!Cuándo nos ha importado eso!? —espetó ella.
—Parecía importarnos al principio de la conversación —respondió cubriéndose con su abanico.
Ella gritó. Una mezcla de frustración, furia, exasperación y un poco de histeria.
—No es justo lo que haces —subió el tono mientras golpeaba en la mesa con las palmas abiertas—. No puedes quedarte con Ichigo para expiar culpas, porque lo ames o porque creas que se lo debes.
—Yoruichi-san…
—Te estás destruyendo a ti mismo, Kisuke.
—¿Qué propones? —dijo seriamente—. ¿Dejarlo encerrado en el palacio? Solo, ¿con lo que está viviendo? Demonios si se merece algo mejor que eso —dijo en un exabrupto antes de darse cuenta que había maldecido—. No voy a dejar que la persona que amo acabe destruída sólo por yo huir de algo difícil o de un poco de dolor. No lo voy a dejar para que se convierta en lo que fue el rey anterior mientras yo finjo que no hay ningún problema con eso mientras los mundos no estén en peligro.
—¿Por qué te aferras a que eso va a pasar? Ichigo es más fuerte que eso. Tú mismo dijiste que podría con esto.
—Tal vez me equivoqué —dijo, recordando a un Kurosaki-kun parado en la sala del trono sin moverse o reaccionar.
—Entonces corrígelo, Kisuke. Pero puedes hacerlo desde Soul Society —dijo con un tono más afable—. Sal de aquí, sé capitán de nuevo o no, pero haz: vive. Deja de hacerte esto a ti mismo. Central 46 no te condenó a pasar el resto de tu vida aquí.
—No. ¡Condenó a Ichigo! —soltó con coraje—. No me digas que no lo entiendes Yoruichi-san; porque todo lo que tú quieres para mí, yo lo quiero para él. Por favor, acepta que hago por él lo que tú por mí.
—Ni siquiera Ichigo se merece el sacrificio que estás haciendo por él.
—Sabes lo que me dijo tras salvar a Kuchiki-san. Sabes que peleó, que se sacrificó, para solucionar el problema que yo creé. ¿Cómo se olvida eso?, ¿cómo se paga algo así? Seguramente, no dándole la espalda cuando es él quien necesita ayuda.
—¡Eso es lo que no entiendes! —gritó ella al fin—. Él no hizo nada tan noble como salvarte de las consecuencias, se vio involucrado en la situación y participó en derrotar a Aizen, a Ginjo; a Yhwach; pero no lo hizo por ti. No se sacrificó por ti; él no está enamorado de ti como tú de él.
Yoruichi-san no se veía furiosa mientras gritaba. Ese tanto podía decirlo. Pero se veía más como una mujer que como su compañera de batalla, más como una niña a la que le han quitado su juguete y no entiende por qué no puede tenerlo de vuelta. Podría estar sintiéndose sola. Podía ser que se sintiera extraña por no ser ella quien se alejaba esta vez. Podía ser que…
—Yoruichi-san —preguntó calmado, como habiéndose dado cuenta de algo, pero sólo sospechándolo en realidad—. ¿Estás enamorada de mí esta vez?
En muchas otras circunstancias hubiera sacado su abanico y hubiera usado su tono cantarín. Esta vez era completamente serio en su pregunta, esta vez no quería evadir el tema; iba a caer de lleno en él.
—Bájate de tu nube, Kisuke —dijo de inmediato, volteando la mirada.
El gesto le dijo más que las palabras.
—Lo intentamos hace siglos, Yoruichi-san; pero no estabas enamorada de mí. Me usaste como una excusa para abandonar esa vida de noble que te hacía sentir sofocada.
—¡Y tú me usaste para sobrevivir la tuya! —devolvió furiosa.
—Así es —aceptó formalmente—. Tú me enseñaste a no usar a otros como excusa para conseguir que me maten —vio a la mujer enfurecerse dos niveles más. Los dos sabían qué nervios tocar para hacerle daño al otro. Y no quería perder a la que fue la persona más cercana a él durante más de la mitad de su vida—. Por esto podemos ser tan buenos amigos y el mejor equipo de batalla que Soul Society haya visto; nos conocemos íntimamente, pero ninguno teme poner al otro en peligro cuando es necesario, ambos corremos riesgos el uno por el otro. Nos protegemos el uno al otro, y el uno del otro. Nos conocemos por capacidades y habilidades; nos complementamos como dos partes de algo más grande. Yoruichi-san; lo que nos une no son sentimientos románticos.
—¿Entonces qué nos une? —respondió con reto en la voz.
Y, cuando abría la boca para responder, los labios de la mujer estaban sobre los de él. Respondió a su beso como una cortesía a noches pasadas y terminó apartándola con un toque en su mejilla.
—Tenía que hacerlo una vez más —dijo ella dando media vuelta y desapareciendo con shunpo.
Por más rápida que hubiera sido para huir; él había alcanzado a ver la mirada dolida en esos ojos dorados.
—Lo que nos une es la sangre —respondió al vacío que había dejado la mujer.
Lanzó un suspiró pesado al aire y se levantó de su asiento. Tomó la taza de té, ahora frío, y la dejó en la tarja. El agua hirviendo para más bebida apenas recordada.
Los recuerdos que esa conversación había desatado en su cabeza comenzaban a plagar su mente; tenía que distraerse o se hundiría en tales recuerdos que no traían nada bueno. Para eso, iría a sus bitácoras y se concentraría en la vida de alguien más.
Cuando salió de aquella cocina casi patea a un Kurosaki-kun comatoso. Se sorprendió más por encontrarlo en ese lugar que en ese estado. ¿Habría escuchado la conversación?
Sin querer detenerse en las posibilidades que se presentaban para esa pregunta, cargó el cuerpo rígido y lo llevó a la cama doble del rey.
—No eres un sacrificio —le aseguró tras arroparlo y acariciando gentilmente su mejilla.
Lo que había pasado entre ellos le hizo más difícil controlarse para no besarlo.
.
La visita a Central 46 había sido tan placentera como cualquier otra. Los ancianos querían fingirse preocupados por el joven rey, pero en verdad sólo mostraban lo hambrientos de poder que tantos ancianos juntos podían estar. Ni siquiera la matanza que Aizen había hecho con sus predecesores les había enseñado que no tenían ese poder sobre absolutamente todo.
Pero hacía ya tiempo que había llegado a la conclusión de que esos ancianos no recibían las órdenes directas del rey espiritual; sino que sólo decían recibirlas. Hasta ese momento, Kurosaki-kun no había emitido una sola orden a ellos, aunque eso no era algo que los ancianos fueran a aceptar, ¿verdad?
Y él también podía fingir.
Lo que él fingía era que les creía; que respetaba sus juicios.
En verdad sólo se trataba de no haber llegado a una conclusión. ¿Qué hacer con ellos? ¿Desmantelar a Central 46? ¿Seguir con la farsa? No objetaba que en Soul Society representaban una figura de poder cuasi absoluta que proporcionaba cierto grado de orden —miedo—. Y desmantelarla, abolirla o volver a asesinarlos sumiría a Soul Society en un relativo caos. Y eso no podía permitírselo con el joven rey en el estado en el que se encontraba.
Una cosa a la vez.
No es que les guardara rencor por haber sido exiliado, pero tampoco les guardaba reverencia. Como Aizen, también los veía como un escalón para conseguir algo. Por el momento, eran un mal necesario. Si Kurosaki-kun… No, cuando Kurosaki-kun recuperara el control de su mente, entonces se preguntaría si valía la pena replantearse el valor de Central 46; por el momento, no valía el ejercicio mental.
Por eso bajaba cada vez que se cumplía el plazo dado y daba un informe más edulcorado que cierto. Aunque no mentía al decir que el rey mejoraba, tampoco decía que seguía mal.
Cuando llegó a "casa" se sentía más cansado que cuando marchó. Quería dejarse caer en el primer mueble a la vista y dormir, pero en ese lugar la decoración era… escasa.
Tendría que cambiar eso… algún día.
Teniendo que forzarse a no desplomarse como deseaba, se dirigió a ver al rey esperando que la cuarta fase estuviera a punto de comenzar… tal vez. No, sí; siempre preferiría verlo despierto aunque tuviera que enfrentarse a los recuerdos, aunque tuviera que sujetar sus manos de tocarlo.
El rey lo alcanzó a él. Y, la visión, le hizo dar un paso atrás. No con reverencia sino con miedo, con rechazo; con repugnancia.
La piel antes tostada de Kurosaki-kun ahora se veía blancuzca y cerosa. Los ojos café abiertos pero sin ver nada. Su caminar lento, zigzagueando en una marcha que arrastraba los pies sin fuerza o equilibrio. Y su reiatsu… descontrolado de una forma estática.
Maldijo mentalmente cuando se dio cuenta que no había llegado antes de la cuarta fase. Pero no se había esperado encontrar al joven… así. Como un muerto en vida o como un vivo sin vida.
Se acercó a él para tocarlo, para llamarlo de vuelta.
La presión espiritual que surgió del rey casi lo hace caer de rodillas. Sabiéndolo un movimiento riesgoso, también dejó libre su reiatsu. La presión espiritual de los dos chocó entre ellas pareciendo, en ese momento, de igual envergadura.
La posibilidad de que un Kurosaki-kun inconsciente tomara aquello como un ataque, y no la llamada de atención que intentaba ser, era alta. Y, mientras lo veía abrir la boca en un mudo grito de batalla, supo que tendría que tomar medidas drásticas.
Nunca había querido saber qué sucedería con Reestructuración siendo usada en alguien con el poder del Kurosaki-kun que era rey espiritual; pero ahora lo averiguaría.
Tomó su Zanpakuto de la cadera y temió que Benihime no despertara, que saliera herido o que Kurosaki-kun lo hiciera.
—Despierta, Benihime.
Y su Zanpakuto se liberó en shikai. Pero el rey no se lanzó hacia él. Sus ojos ya no lo veían con el instinto asesino que lo había hecho desenfundar. Una vez más, estaban muertos. Zangetsu colgando como un ornamento en su espalda y la yukata abierta hasta el abdomen. Se acercó, con Benihime desenfundada por protección.
—¿Kurosaki-kun? —llamó a media voz.
El rey no se inmutó por el llamado, pero su reiatsu se agitó y onduló ligeramente, como si en verdad lo estuviera escuchando; como si fuera lo último de él que podía reaccionar.
Aumentó su reiatsu sólo para bajarlo gradualmente, casi como si le mostrara lo que debía hacer. El chico siempre había sido un prodigio para aprender con la experiencia.
Esperaba que entendiera esta lección.
El reiatsu del hombre onduló de nuevo, tuvo una pequeña explosión y luego pareció contraerse; lenta, tentativamente. Sonrió con un doloroso orgullo ante una mirada que no lo veía y bajó más su propio reiatsu, guiando al otro para acompasarse.
Cuando el reiatsu ajeno, y propio, estuvieron controlados, pudo temblar al fin.
—¿Qué sucedió, Kurosaki-kun? —preguntó, pero no obtuvo respuesta.
Entrecerró los ojos casi planeando su siguiente movimiento, casi formando una teoría.
Los hechos le indicaban que el rey había repetido las acciones que sintió a su alrededor; probablemente instintiva o inconscientemente, pero reaccionaba al medio. Además, a pesar de su estado, estaba consciente de su alrededor: su mente seguía allí. Lo que aumentaba las posibilidades, y le aterraba más que antes. Kurosaki-kun estaba allí dentro, encerrado en su cabeza y sin poder o querer salir.
—Kurosaki-kun —intentó de nuevo—, habla conmigo.
El rey abrió la boca como si fuera a decir algo, pero la cerró de nuevo; como si nunca hubiera movido un músculo.
—Sólo así puedo ayudarte —insistió—. ¿Qué sucedió esta vez?
—Me dejó de importar si vivía en la realidad —dijo en susurro casi inaudible—. Me resigné a no saber dónde o qué vivo; quién, qué soy —dijo apenas con más fuerza, su voz tan plana como lo había sido su mirada… pero había vuelto a hablar.
Y eso era un alivio.
—¿Por qué? —preguntó dulcemente—. Nunca te enseñé a resignarte, Kurosaki-kun. Tú miras adelante y no te detienes.
—Soy el culpable de sus muertes y llevo cada una sobre los hombros. En todas las vidas termino destruyendo lo que amo, a los que me ayudan; a los que están a mi lado.
—Oh, Ich… Kurosaki-kun —se corrigió de inmediato—. Eso no es cierto, tienes que saberlo. Eres una inspiración para tus amigos y tu familia, para tantos otros. Una fuerza que los mantiene seguros, no que los destruye.
—¡Te cogí pensando en un hombre al que maté con mis propias manos! —gritó furioso, su reiatsu descontrolado; frustrado tal vez con él mismo. Cuadró los hombros como si buscara controlarse de nuevo a él mismo y a su reiatsu—. Esposas muertas, hijos desvalidos, guerras perdidas, traiciones, dolor, sufrimiento… Cada vida me quita una parte de mi alma.
—No permitas que tu espíritu se quiebre —pidió casi desesperado mientras lo tomaba por el hombro—. Si no puedes hacerlo por ti —interrumpió cuando lo vio abrir la boca—, hazlo por otro, si quieres hazlo por mí o por expiación, si es eso lo que requieres. Sólo… sopórtalo un poco más hasta que pueda resolverlo, no me dejes fallarte.
Lo miró directo al café de dos ojos que brillaban con humedad, pero con poca vida. Durante la conversación habían estallado sentimientos que le habían dado esperanza, pero ver sus ojos de nuevo con esa mirada… ¿Por qué era que siempre que comenzaba la cuarta fase y él estaba lejos era que encontraba a Kurosaki-kun en este estado?, ¿Era él la variable? ¿Se atrevería a creer eso?
—Kurosaki-kun —comenzó, tratando de avivar esa vida en los ojos ajenos—. Si el que yo esté aquí sirve de algo en absoluto, entonces no volveré a dejarte despertar solo. Estaré aquí cuando despiertes, te escucharé hablar de lo que sucedió si eso aligera tu mente o tu alma —dijo con cuidado y sin querer recordarle que, aquello que para él eran vidas, eran realmente nada más que delirios—; o no si no lo quieres. Pero estaré para lo que me necesites.
—No es…
—¿Justo? —completó interrumpiéndolo apropósito—. No me importa. Aquí voy a estar. Sólo no te encierres en ti mismo de esta forma. No te dejes derrotar antes que encuentre las respuestas.
—¿Por qué? —preguntó pareciendo querer evitar la respuesta.
Se quedó pensando en ese porqué. ¿Le preguntaba por qué se lo decía? ¿Por qué no dejarse derrotar?, ¿por qué se quedaba?…
—¿Por favor? —eligió la salida fácil también ahora, pero imprimiendo un tono de confusión en su pregunta.
La recompensa la obtuvo con un brillo de vida en esos ojos que parecían ser, en efecto, un reflejo del alma del hombre frente a él.
—¿Por qué? —preguntó de nuevo, ahora con tono de demanda.
Suspiró resignado pero sonriendo por lo que parecía más vida en el otro.
—Porque yo te estoy pidiendo tiempo a pesar de la tortura que vives, a pesar de saber que esto te lastima. Lo mínimo que puedo hacer es compartirlo contigo.
—¿Cuándo encontrarás las respuestas? —preguntó sonando su tono con un atisbo de súplica.
Y el tono le produjo un dolor en el pecho que, sabía, le haría cometer una estupidez… una vez más.
—Pronto —prometió tragando con fuerza—. Pronto.
Cuando Kurosaki-kun asintió, notó que incluso la piel lucía tostada de nuevo y los ojos cansados pero con vida. La mano del más joven encontró la de él sobre su hombro.
No pudo contener una sonrisa que quiso pareciera reconfortante.
