Estaba nervioso. Estaba resentido y tal vez hasta con el corazón roto.

Pero no podía mostrarlo.

Unas noches atrás había recibido uno de los mensajes sangrientos de Urahara insistiéndole para dar una respuesta que no quería dar. Para una pregunta que no sabía cómo responder.

Estaba nervioso por esa plática. Su novia se había acercado a él con una de esas propuestas indecorosas que uno no se espera recibir en la vida, al menos no él. Ella quería "experimentar" algo nuevo… en la alcoba. Sin palabras ante el que Orihime pidiera eso, se vio incapaz de procesar el resto de la petición. Yoruichi les proponía ¿qué?, ¿una noche "swinger"? ¿Una clase de orgía o algo así? Para eso era la plática con Urahara; para darles una respuesta.

Estaba resentido. Más que por el hecho de que su novia le pidiera acostarse con otro hombre, era que él se había enterado al último… de todo. Había sido el último en enterarse que habían encontrado a Urahara en una capa del Dangai, había sido el último en enterarse que el hombre había vuelto a su tienda de barrio y había sido el último en enterarse que sus dos maestros —en un aspecto muy libre del término— tenían una relación de pareja.

Tal vez por eso se sentía con el corazón roto. Aunque ante nadie admitiría algo tan afeminado.

Había buscado al pervertido de las sandalias por tres mundos, y no lo había encontrado él. Lo había tenido que encontrar alguien más. Típico. Y, entonces, sólo se había enterado de ello —y de que el hombre había estado gravemente herido— un año después, cuando apareció al lado de la mujer gato.

No iba a ponerse a pensar en esos sentimientos una vez más. Ya había recorrido ese camino cuando lo buscaba, y se topó con el destino… como un puñetazo en plena cara. Se había terminado convenciendo de que no sentía más que admiración y una sensación de seguridad exacerbada ante el hombre que había sido su instructor en ese mundo de Kido, Zanpakuto y viajes entre mundos. O así lo había creído hasta verlo después de tantos años. Y sería mejor que así lo siguiera creyendo.

No quería asistir al llamado. Tenía que decir que no; temía decir que sí.

Lo último que necesitaba era que algo cambiara en su apacible relación con Orihime. Después de guerras y su misión de rescate fallida, la paz que le daba la sonrisa de Orihime era preciada. Pero tenía que admitir que muchas veces se había preguntado por ese hombre de una forma que no debería importarle: su pasado, sus razones, las cicatrices que su cuerpo mostraba y las que pudiera tener que no mostraba; los músculos engañosamente débiles… la temperatura de su cuerpo…

Pero de eso había pasado mucho tiempo.

Se lo imaginó, ahora, acariciando la piel desnuda de Orihime, besándola y siendo con ella el pervertido que era. Pero, ¿qué perversiones tenía planeadas para ella?

No podía decir —y ser completamente sincero— que no estaba interesado en saber lo que esas manos podían hacer sobre la piel o cómo se vería ese poderoso cuerpo sumido en la pasión, pero…

¿Cuándo me convertí en un cobarde? Se recriminó con fastidio hacia sí mismo. ¿Cuándo había comenzado a temer tomar una decisión?

Su novia le había propuesto algo y él podía negarse.

Con una resolución tomada, se dirigió a esa tienda de barrio que había estado evitando por horas.

Cuando llegó, Urahara lo recibió formalmente en la puerta, lo dejó pasar a la casa adjunta y sólo habló para ofrecerle té. Él aceptó para darse más tiempo antes de hacer lo que venía a hacer.

Sentado entre aquellas paredes de madera, golpeteó nerviosamente sobre la mesa baja mientras trataba de controlar los latidos de su corazón. Tenía que ver esto como una batalla, así se calmaría. Tenía que pensar en las debilidades del contrincante, en sus fortalezas, en… Su estrategia se fue por el garete cuando apareció Urahara con las bebidas. La poca meditación que había logrado le estalló en el cuerpo como un golpe de adrenalina que lo hizo saltar en su sitio.

El pervertido de las sandalias dejó escapar una risita que lo obligó a devolverle una dura mirada. El tendero lo miró con una disculpa en los ojos y colocó la taza de té frente a él.

—Buenas tardes, Kurosaki-san, ¿a qué debo el placer? —preguntó con su voz cantarina.

—Sólo pasé por aquí y decidí saludar —respondió con ácido sarcasmo—. No es que hayas dejado uno de tus malditos mensajes sangrientos en la pared de mi habitación ni nada por el estilo.

Urahara soltó una carcajada tras su abanico.

—¿Puedo creer que vienes con una respuesta a… nuestra propuesta? —preguntó olvidando usar su tono cantarín, olvidando cubrir su rostro con el abanico, olvidando cuidar la expresión de sus ojos.

Lo que fuera, pudiera o quisiera contestar se le quedó atorado en algún punto entre el cerebro y la garganta. El tono cargado de deseo en la voz de Urahara, su gesto de incredulidad, el brillo anhelante en sus ojos… No pudo dar la tajante negativa que había estado practicando en su mente durante el trayecto cuando el dolor en su pecho cerró su garganta. Pensar que la… anticipación que había visto en esa mirada era por Orihime casi le hace huir de ahí.

—Sólo… es que… no entiendo cómo pueden pedirnos eso. Sé que eres un pervertido, pero esperaba algo mejor de Yoruichi. Y… pero… de nuevo, si la amas deberías estar en contra de este… engaño… o algo así. Y Orihime, ella… es muy chica para ti y… no la amas… y yo no intento…

—Estás divagando —le avisó sonando divertido—. Kurosaki-kun, estás viendo esto desde un punto de vista un tanto ingenuo. Sólo estamos sugiriendo divertirnos un poco, los cuatro.

—Pero amas a Yoruichi, ¿no? ¿Por qué querrías hacer… eso, con mi novia?

Urahara suspiró.

—Como Shinigami, nuestras vidas pueden llegar a ser tan largas que nuestro acercamiento al amor y al sexo es diferente. Haces lo que te hace sentir bien, tratas de vivir una vida sin arrepentimientos de acuerdo a tu código personal; y, si tienes suerte, mueres siendo honesto contigo mismo. Amar a otro es un lujo que pocos se permiten.

—¿Por qué?

—Porque los Shinigami son estáticos. Enamorarse una vez es enamorarse para siempre, o al menos por mucho tiempo. El mundo material es de cambios y movimientos, de evolución y vida; en Soul Society y Hueco Mundo si bien puede haber cambios, éstos se dan en periodos de tiempo más largos. Recordarás que se necesitó de cuatro jóvenes ryokas para cambiar la milenaria mentalidad de Soul Society.

—Entonces… ¿tú no amas? —soltó y justo después se dio cuenta de que había lanzado una pregunta estúpida; una que no tenía porqué preguntar.

—Oh, Kurosaki-kun; esa es una pregunta complicada —dijo cubriéndose con su abanico.

—Es bastante sencilla —rezongó él con un tono insolente—. De hecho, se puede responder con un sí o no.

Se quedó esperando a que Urahara respondiera. En dos ocasiones el hombre del abanico pareció diría algo, pero se mantuvo en silencio.

—Tu silencio me hace suponer que amas a alguien, pero no a Yoruichi —insistió curioso pero en verdad buscando recuperar, o pedir, una intimidad que ellos pedían de él.

Alcanzó a ver una sombra rojiza cubrir la blanca piel tras el abanico y sintió la propia piel respondiendo de igual forma.

—Sí, amo a una persona. Pero no voy a decirte a quién, Kurosaki-kun.

Se quedó extrañado ante el tono serio del hombre. En verdad no se había esperado que le respondiera de una manera tan franca; había esperado una broma. Pero su respuesta, de alguna forma, había servido para tranquilizarlo. El tendero podría o no haber llegado a la conclusión que él había descubierto recién: su necesidad de compartir una intimidad no sólo de cuerpos. Porque para él el sexo no era recreativo sino una expresión más de él mismo. Y, esperaba, el tendero hubiera entendido la envergadura de lo que pedían de él.

—Una última pregunta —dijo tras un silencio largo—. ¿Por qué nos hicieron esta propuesta a nosotros? Si los Shinigami ven amor y sexo de forma diferente, cualquiera entre ellos estaría dispuesto a…

Urahara se calzó el sombrero sobre los ojos.

—Yoruichi-san quiere… conocer a tu novia, desde hace años.

Se quedó petrificado ante las palabras. Apenas pudo reaccionar para apuntar a Urahara y del hombre a él mismo. Si las matemáticas no se le habían olvidado en la facultad de medicina, Orihime y Yoruichi juntas significaba que sólo restarían Urahara y él…

—No tiene que serlo —Urahara interrumpió sus pensamientos—. Si te sientes cómodo estando con ellas dos, puedo ver únicamente; si quieres ser el que vea, puedo… participar.

Tuvo que tragar fuerte. Lo que él implicaba eran ideas, ni siquiera fantasías, que nunca le habían cruzado por la cabeza. Parejas múltiples, posiciones complicadas y escenarios superficiales eran cosa de pornografía, no de la vida real. Eran cosas fingidas.

Pero su novia quería intentarlo. ¿Por qué? ¿Estaba aburrida con él? ¿Era sólo curiosidad? ¿Orihime era una pervertida de closet?

—Estás haciendo todo tipo de caras raras —le avisó Urahara—, divertidas, pero raras. ¿Te gustaría compartir tus pensamientos?

Negó con la cabeza efusivamente. Ya era suficientemente incómodo tener que tratar esto de parejas sexuales como para, además, compartir sus pensamientos.

—No hay nada de malo con experimentar, Kurosaki-san —dijo el otro con un tono suave—. De qué otra forma sabrías qué te gusta y qué no.

—Pero esto…

—Esto es lo mismo que cuando un niño come tierra o toca algo caliente. Es conocer el mundo por los estímulos externos y conocerse a uno mismo por éstos —el hombre se acercó hasta quedar cerca de él. Demasiado cerca—. Detenme cuando quieras —susurró en una voz profunda que nunca antes le había escuchado.

Urahara le lamió el lóbulo de la oreja y bajó por su cuello dejando un camino cálido que lo obligó a jadear. Se tensó de inmediato por la sorpresa sólo para relajarse con el calor que le provocó la caricia. La mordida en su cuello, justo sobre el pulso de la vena, llevó el deseo hasta su entrepierna. Dientes contra piel y fue su garganta la que perdió la batalla al lanzar un gemido de placer.

La fuerza de la mordida se retiró de su piel haciéndole soltar un quejido de pena por la pérdida. Se supo completamente abochornado cuando vio la sonrisa de Urahara frente a él y a esa lengua humedecer los labios.

—¿Te imaginabas que eso pudiera gustarte? —preguntó, probando su punto.

Cerró los ojos derrotado. No iba a admitir que eso se había sentido mejor de lo que alguna vez se lo había imaginado.

—¿Qué… qué puedo esperar? ¿Cómo pasaría? Digo, si es que…

—Tranquilo. Es algo para que todos nos divirtamos.

El tono, más que las palabras, lo obligó a inhalar profundo.

—No les pediremos que hagan algo que no quieran, nos pueden detener en cualquier momento. ¿Qué querrías hacer tú? —preguntó con esa misma voz profunda. Seductora.

—Yo… yo no…

—No te sientas obligado a decir que sí —dijo cubriéndose el rostro de nuevo con el abanico. Y, mientras que había cubierto su gesto, el tono en su voz no había ocultado una clara decepción.

Su estómago se tensó en un nudo de emociones indescifrables. Porque, ese tono que le había escuchado al Shinigami exiliado, le hacía creer que el tendero quería esa noche —con él y no con Orihime— más de lo que dejaba ver. Aquellos sentimientos que había tratado de pisar hasta el fondo de su corazón le estallaron en la cara mostrándose como rubor en sus mejillas. Sólo el hecho de pensar que él lo deseara "conocer" en ese aspecto; volvía a provocar que todo surgiera de nuevo.

No se sentía preparado para el lugar a dónde eso lo llevaba.

—Me siento ridículo, pero tengo miedo —soltó avergonzado y fastidiado por tener que admitirlo.

El gesto de Urahara, sin embargo, se suavizó ante la admisión.

—Oh, Kurosaki-kun. Primero, quítate eso de la cabeza. Nada de lo que sientas es ridículo.

—¿Y si hago el ridículo?

A eso le respondió soltando una carcajada sincera.

—¿Cómo podrías hacerlo? —preguntó aún con el rastro de esa risa en la voz.

—No lo sé. No sé qué pasa en esas cosas. Seguro hago algo mal —soltó fastidiado por él mismo y por la carcajada del otro.

—Permíteme preguntarte esto: has tenido sexo con tu novia, ¿no? —él asintió mientras evitaba la mirada de Urahara—. No es diferente.

—Pero tú…

—Estás pensándolo demasiado —le dijo mientras ponía su mano en la cara interna del muslo.

El toque encendió el calor en su cuerpo de inmediato y, cuando Urahara se acercó a él hasta casi besarlo, sintió que él era quien acortaba la distancia. Cuando sus labios se unieron, los experimentados labios de Urahara le hicieron jadear con sorpresa. Sintió la húmeda y cálida lengua del hombre dentro de su boca y la sorpresa le hizo imposible poder responder a la caricia de inmediato. Gimió bajo ante el sabor y las caricias del músculo, respondiendo al fin de la misma manera. La sensación en sus entrañas era intensa como nunca, rara, tal vez por estar besando a otro hombre, tal vez porque ese hombre había sido su maestro como por diez días y un guía el resto del tiempo; tal vez por cualquier otra razón en la que no podía pensar mientras sentía ese beso como una exploración a su boca, demandante y necesitada. Gimió alto abriendo la boca para pedir más.

De inmediato se avergonzó del sonido de necesidad que dejó escapar. Apartó al hombre del contacto con un empujón y volteó la mirada al piso.

—Ese sonido… —masculló con furiosa vergüenza.

—Ese sonido es lo más sensual que haya escuchado nunca —le respondió Urahara en un susurro cargado de lujuria.

Urahara le tomó la mano para llevarla a su entrepierna. Allí encontró la prueba fehaciente de que no mentía, no exageraba y que esta vez no escondía la verdad tras un abanico. En un movimiento sorprendido apartó la mano del miembro del otro y se arrepintió de inmediato. Acercó la mano lentamente y miró a Urahara como si le pidiera permiso. Cuando tocó su longitud de nuevo por encima de la ropa, se atrevió a sentirla realmente. Tan parecida y diferente a la de él mismo. La acarició casi exploratoriamente y recibió un gemido de placer de la garganta de Urahara.

—¿Puedo tomar esto como tu respuesta, Kurosaki-kun? —preguntó con una nota de anhelo en su tono cargado de deseo.

Él asintió en silencio.

—Quiero hacerlo —respondió con voz al fin dejando de tocar al hombre de esa manera tan íntima.

Urahara asintió formalmente mientras carraspeaba y se reacomodaba la ropa.

—Decide la fecha. Me encargaré del resto —aceptó formalmente pero con una voz más ronca que antes.

—A final de mes —dijo con la voz también ronca.

—¿Alguien se está hechando para atrás? —preguntó con su voz cantarina y con el gesto escondido tras el abanico.

—Ya lo decidí —dijo sonando casi ofendido—. A final de mes tengo días libres.

Urahara carraspeó mientras bajaba la vista alejándola hacia una esquina y se ponía rojo tras su abanico.

—Dioses, Kurosaki-san; haces que la espera suene a una promesa… tentadora.

—Sólo espero que valga la pena —dijo de pronto sintiéndose tímido.

—Por supuesto que lo valdrá —respondió acariciándole la mejilla.

Tomó la mano que le acariciaba la cara y la apretó esperando trasmitirle seguridad en su promesa. Se levantó para ponerse en marcha.

—Urahara… —comenzó sólo para callar su confesión—, olvídalo —dijo negando con la cabeza—. Los veremos a final de mes.

Antes de permitirse el impulso de besar de nuevo al hombre se apresuró a salir del lugar.

Aún con el corazón latiendo como loco y sus entrañas apretadas en un nudo de… emoción, recorrió las calles de Karakura con el ceño fruncido y la mente confundida. ¿Qué era lo que le preocupaba tanto?

No se había sentido de esta forma nunca en la vida. Ansioso, emocionado, nervioso pero… feliz. Como si su mundo se hubiera expandido a un nuevo nivel, de nuevo. Había olvidado esa sensación de entusiasmo que había conocido en su adolescencia gracias a Rukia, y al hombre que le acababa de causar una erección con sólo un beso… pero vaya beso. Sonrió ante el recuerdo de aquello.

Sólo porque lo estaba pensando podía admitir que, en ese momento, se sentía feliz como hacía mucho tiempo no se sentía. Era como si las posibilidades en su vida se hubieran multiplicado, como si el horizonte se hubiera ampliado de nuevo. ¿Era por la propuesta que había aceptado? Tal vez no, tal vez era sólo estar ante la posibilidad de ver algo de una forma diferente.

Su cuerpo se puso en tensión cuando sintió un cambio en el aire. Al principio no fue más que la dirección del viento; hasta después sintió la presión espiritual que había provocado el cambio. Volteó a su espalda y entrecerró los ojos agudizando los sentidos.

Llevó su mano a la ropa, buscando la insignia de madera que lo separaría de su cuerpo material y maldijo ese instinto tan arraigado en él cuando recordó que hacía años no cargaba esa cosa.

Aún con la maldición en la garganta, vio una oscuridad viscosa alzarse desde el suelo como un géiser y manchar paredes y calle por igual. Aquella oscuridad latió un par de veces antes de acercarse a ella misma y reunirse de nuevo.

Mientras sentía la falta de Zangetsu en su mano, intentaba pensar en algo, ¿correr? ¿gritar? ¿Cómo convertirse de nuevo en Shinigami? No había vuelto a saber de Kon desde el final de la Guerra de los Mil Años y sus piernas no sabían si reaccionar a la orden de correr o a la de estar prestas para la batalla.

La oscuridad se lanzó a él.

Sintió primero el golpe en la espalda, luego caer de cara al piso perdiendo el aire de los pulmones y enseguida un golpe más de algo contra su pecho.

Sólo cuando estuvo fuera de su cuerpo pudo saber lo que había pasado.

—Urahara —dijo tan asombrado como aliviado al ver al hombre rubio sobre su cuerpo e incorporándose en una pose agresiva. Lo notó tensarse ante la vista de la oscuridad—. ¿Sabes qué es eso?

—Aún no —negó también con la cabeza.

—Muy bien —dijo con sencillez y alzó los hombros.

Entonces se arrojó a aquello con Zangetsu en la mano. Cortó eso como si no fuera más que una sombra que volvía a unirse tras el paso del filo. Frunció el entrecejo antes de atacar con un Getsuga Tensho.

La cosa pareció haber desaparecido.

—Despierta, Benihime —soltó la voz de Urahara mientras ambas espaldas se unían con un toque—. Concéntrate, Kurosaki-kun —mandó de inmediato.

—Estoy concentrado —rezongó así de rápido.

—¿Recuerdas este reiatsu? —preguntó Urahara haciéndolo sonar como todo antes que como una pregunta.

—¿Cómo podía olvidarlo? —se quejó.

—¿Cómo lo venciste antes? —preguntó con su voz más seria.

—Uryu lanzó una flecha especial que le quitó sus poderes por un momento; yo sólo corté al hombre en dos.

Urahara tronó la boca con desagrado.

—De tu batalla no supe cuanto me gustaría, ahora no tenemos tiempo para ponernos al corriente. Claramente eso no es Yhwach, puede ser una parte de su poder nada más —Urahara se detuvo para llamar el escudo de sangre de Benihime—. A tu izquierda, Kurosaki-kun —ordenó un instante después—. Mantenlo entretenido.

Sin esperar una explicación hizo lo que el mayor le indicaba y saltó hacia la izquierda encontrándose a medio camino de la oscuridad. Cortó aquello de nuevo para darse el segundo que le llevó llamar su máscara. La presencia de su Hollow, más cerca del consciente —casi rasgando la consciencia— le pareció más amable que nunca antes, pero no podía detenerse a preguntarse qué había cambiado. Dejó que parte de esos instintos hollow lo manejaran y se lanzó de nuevo a aquello. Aún así, sólo podía cortar la oscuridad sin herirla o dispersarla; sin ganarle.

Cuando detuvo su ataque para ver al otro que no estaba peleando, lo vio concentrado, mirándolo directamente, como si no lo hubiera olvidado en la pelea, y moviendo los labios como si recitara algo.

—Bakudo 81, Danku —llamó interrumpiendo su rezo.

Y la oscuridad se estampó directo sobre una pared invisible que se había erigido con una palabra. La impresión de ver suceder todo en un instante lo dejó con la boca abierta. Volteó al responsable del escudo invisible y lo vio sonreír casi apologéticamente. Algo cálido pareció verterse en su interior cuando se dio cuenta que Urahara no lo había dejado para que peleara solo. Le sonrió en respuesta y la estampa del hombre en ese momento, supo, iba a quedarse grabada tras sus retinas para siempre. Era la imagen viva de una fuerza agresiva que… no actuaba, al menos que no necesitaba hacerlo para ser mortal. Era poder en estado puro. Era…

El resto de sus pensamientos iban a tener que esperar: el sonido de la pared de Kido resquebrajándose lo llamó de vuelta a la pelea.

—Aunque es el reiatsu de Yhwach, no es completamente Quincy. Pero tiene suficiente de Quincy —comenzó Urahara—. Atácalo con lo que contenga más hollow en tu arsenal —ordenó.

—¿Seguro? —le devolvió en una pregunta que tenía todo de burla.

Urahara asintió y él dejó a su Hollow tomar el control. Y que los dioses lo ayudaran si el cretino decidía quedarse con éste.

Y fue algo raro porque, así como el Hollow se enteraba de cosas que él hacía y pensaba, él supo lo que el Hollow hacía aunque, realmente, no era como si lo estuviera viviendo. Era extraña la sensación, como si aquello sólo fuera escribiéndose en su cabeza, en sus recuerdos… en la memoria de sus músculos; aunque fuera capaz de diferenciarlo de las acciones dictadas por su consciencia.

Y, el Hollow, estaba dando una buena pelea.

—Bien por ti —le dijo sonriendo y mirando el cielo de su mundo interior; más brillante que nunca antes.

La sensación de euforia en su pecho le indicó que la batalla la estaba ganando el Hollow. Lo siguiente fue sentir que jalaban su consciencia fuera de su mundo interior con un choque de palmas.

Getta-boshi dijo algo, pero no me importa —se burló la metálica voz del Hollow con júbilo—. Es tu turno.

Abrió los ojos sólo para alzar la ceja con sorpresa ante los destrozos que había dejado el Hollow.

—Dijo que era mi turno —explicó a Urahara que aún tenía un brillo sorprendido en la mirada.

—Sé que dije "con lo que contenga más hollow", pero nunca imaginé…

—¿Qué hizo? —preguntó preocupado.

—Déjalo en que sigo sin palabras —respondió con un suspiro—. Pero esto aún no termina, se encargó de la parte Quincy. Falta la parte que es el rey espiritual.

Se preparó con Zangetsu a la zaga y ya se lanzaba hacia el frente cuando sintió la mano de Urahara en el hombro para detenerlo. Lo miró de reojo sin perder de vista la viscosidad negra que latía como una mancha en el cemento.

—¿Qué pasa ahora?

—No creo que me refiriera a eso, Kurosaki-kun —dijo con un tono ligero—. Si acabas con lo último del rey, alguien tendrá que tomar su lugar.

—¿Quién?

—¿Conoces a alguien con suficiente poder como para estabilizar, sostener y proteger la creación?

—No —se apresuró a responder.

—Exacto —dijo Urahara entrecerrando los ojos—. Lo llevaré de vuelta a su palacio —dijo acercándose a la oscuridad viscosa que seguía latiendo con vida.

—Espera —le dijo sosteniéndolo por el brazo, sorprendiendo a ambos por la urgencia del gesto—. Vas a volver, ¿verdad?

No creía poder volver a salir indemne de otra desaparición sin razón o justificación. No podría con las siguientes recriminaciones que se haría por no haberlo seguido.

—Voy contigo —sentenció de inmediato e interrumpiendo lo que el otro fuera a decir.

El gesto de Urahara se suavizó y su mano lo alcanzó en la mejilla.

—No entres al palacio, Kurosaki-kun —dijo tan suave como la caricia que le daba—. Estaré aquí para nuestra… cita.

Sin darle oportunidad a insistir, Urahara dio media vuelta y se marchó con esa cosa que era lo último del rey espiritual.

Lo esperó de nuevo hasta la fecha límite. En esa noche prometida, estaba más ansioso que si sólo fueran a cambiar de parejas. En esa tienda de barrio, Yoruichi y Orihime estaban sentadas una al lado de la otra y compartiendo una o dos palabras que buscaban ofrecer consuelo. Yoruichi estaba tensa, sentada desgarbada sobre el piso, y con su reiatsu fluctuando tanto que, incluso él, podía sentirlo.

—Esto no me gusta —dijo al fin la mujer de piel oscura perdiendo la paciencia y saltando sobre sus pies.

—Vamos —hizo eco a sus palabras mientras se ponía en pie también.

Asintieron entre ellos mientras Orihime se ponía en pie más lentamente.

—¿A dónde vamos? —terció su novia.

—Al palacio del rey espiritual —respondió Yoruichi severamente.

.

Los tres llegaron a la puerta de ese palacio que le recordaba cada vez más a un capullo. Sin haber sido detenidos por guardias, estatuas que cobraban vida o una nueva división 0, la calma era más enervante que la batalla.

Guió a las mujeres por el camino que había seguido ya una vez antes y pronto se encontraron en el salón donde había colgado un torso con cabeza. Ahora estaba vacío.

—¿Dónde está tu novio, Yoruichi? —preguntó preocupado.

—Siento su reiatsu aquí —soltó ella con tono grave.

—Kurosaki-kun —llamó Orihime guardándose un grito.

Miró hacia donde su novia apuntaba justo antes de escuchar un grito rabioso de la garganta de Yoruichi. La mujer se lanzó al cuerpo de un Urahara tirado en el piso en una posición complicada.

—¡Kisuke, despierta! —demandó la mujer, ligeramente histérica, sacudiendo el cuerpo ajeno.

Cuando se acercó para detener tal abuso en un cuerpo dañado, pudo ver los ojos abiertos del hombre, secos ya; la boca abierta dejando caer un hilo de saliva y el cuerpo viéndose como el de una marioneta con uniones desarticuladas.

—Orihime —ordenó un segundo después de tragarse la impresión de ver al hombre así.

La estampa que había visto de una fuerza mortal no podía compaginarla con la que veía ahora.

Apenas registró a su novia poniéndose en marcha de inmediato y apartando a Yoruichi del cuerpo —¿vivo?— de Urahara. Buscó el pulso del hombre en el cuello expuesto y se concentró en ver si su pecho subía y bajaba con una respiración… aunque fuera superficial.

Notó primero la respiración.

Cuando lo supo vivo llamó a su novia de nuevo, ahora para que se encargara de éste. Cambió de adulto tras darle un apretón cariñoso a su novia en el brazo.

—Está vivo —confirmó tranquilamente a la novia del paciente—. ¿Qué pasó aquí, Yoruichi?

—Llegamos juntos; sé lo mismo que tú, Ichigo.

—Eso no lo creo —rezongó de inmediato—. Vino a traer lo que sobra del rey espiritual, y esa cosa no está por aquí. ¿Con quién se pudo encontrar? ¿Quién pudo hacerle esto?

—Sólo se me ocurren dos lugares que puedan saber esas respuestas. Kyoraku y Central 46.

—Orihime, ¿qué tan mal está? —llamó dispuesto ya a entrar en acción.

—No sé cuánto me tarde.

—No podemos dejarla sola —dijo la mujer de piel oscura.

—Me adelanto, entonces. Asegúrense de alcanzarme… los tres.

—Sí, Kurosaki-kun —respondió su novia jovialmente mientras compartía una mirada con Yoruichi.

Y él cayó de regreso a Soul Society. Abrió las puertas de las barracas de la división 1 buscando a Kyoraku.

Lo detuvo un hombre de cabello gris y arrugas en la piel.

—Tú debes ser Kurosaki Ichigo.

—Así es, pero no sé quién eres tú —dijo presentando el filo de Zangetsu.

—El Capitán Comandante te está esperando.

Bajó su arma y siguió al hombre. Un segundo después se preguntó si no sería una trampa. Ya no había nada que hacer, a menos que fuera una trampa… entonces habría una pelea.

El hombre se detuvo frente a una puerta que abrió en seguida.

—Ey, Kyoraku. ¿Estás aquí? —preguntó en un grito mientras se acercaba un paso.

—Ichigo —llamó el otro desde el interior.

Sólo entonces entró a la habitación. Vio a Kyoraku sentado tras su escritorio. Y tenía que admitir que nunca se lo había imaginado así. Se veía acabado como sólo el cansacio lucía en una persona, sin sombrero pero manteniendo el kimono rosa sobre sus hombros, parecía frustrado y desesperado al mismo tiempo.

—¿Puedo creer que tu presencia en Soul Society se debe a que aceptaste tu situación? —preguntó con voz cansada.

—No —respondió sencillamente—. Aún quiero vivir mi vida en mis propios términos. Sólo vine por Urahara; devolvió el último trozo del rey espiritual al palacio, pero…

—Con que el último trozo, ¿eh? —dijo sonando casi sospechoso—. Escuché que el remanente de Yhwach había desaparecido de Soul Society…

—Al parecer, eso fue lo que nos atacó en el mundo material. Acabamos con lo último de Yhwach pero quedó la parte del rey espiritual. Urahara vino a devolverlo, pero fue atacado en el palacio. Y el rey desapareció de nuevo.

—Pero no hay nadie en el palacio, Ichigo —respondió Kyoraku sonando preocupado.

—Urahara está ahí —devolvió—. Dejé a Yoruichi y a Orihime con él.

—Tienes que sacarlos de ahí —mandó.

Y la cara horrorizada del Capitán Comandante lo puso en marcha. Después se enteraría del porqué tenía que sacarlos de ahí; ese gesto le había dicho que lo primero era llegar a ellos.