Agrego esta nota autoral para disculparme con las personas que han seguido esta historia por el retraso en este capítulo. Sin interrumpirles más, aquí les dejo el capítulo correspondiente.


El sonido de un grito desgarrando el lúgubre silencio en el palacio lo sacó de su investigación. Se arrojó a una carrera desesperada para encontrarse con el rey que gritaba. El sonido de su desesperación sonando tan aterrador como nunca antes.

Lo alcanzó cuando destruía uno de los pasillos del palacio.

—Kurosaki-kun —gritó esperando llamar la atención del joven rey—, ¿qué sucede?

Cuando al fin lo miró, encontró locura brillando en esos ojos cafés. Kurosaki-kun se lanzó hacia él, una espada en cada mano, y tuvo que reaccionar para encontrarlo a la mitad con el acero de Benihime presto para hacer correr la sangre.

Sabiendo ya que las palabras no atravesarían la neblina de furia que veía en el otro, sus instintos tomaron el control de su cuerpo y de su mente, de inmediato alistados para la batalla.

Shaka-ho —lanzó sabiendo que apenas lastimaría al Rey Espiritual.

El golpe de Kido lanzó al rey unos pasos hacia atrás y se supo, ahora sí, siendo el objetivo de la furia ajena.

Perfecto para él.

Escuchó una pared del palacio resquebrajarse y, un segundo después, una parte de… algo —columna, pared o techo— calló por la destrucción que Kurosaki-kun estaba causando. Y ese era el pie para que él comenzara a correr. Provocó al rey con un segundo Kido y huyó hasta el único lugar que no sería completamente destruido con tanto poder.

El área de entrenamiento era tan árida y colorida como la que había construido bajo el Soukyoku, bajo su tienda de barrio y el que había hecho para los Vizards en Karakura. Sólo que éste era exponencialmente más grande y exponencialmente más resistente. Eso podía agradecérselo al mismo reiatsu que mantenía y restauraba el palacio. Se usó a sí mismo como carnada para encerrarlos en el desértico paraje.

Usó shunpo para acercarse a lo que sabía la mitad del lugar, se sorprendió apenas cuando la cara de Kurosaki-kun estuvo a su lado un segundo, sólo para superar su velocidad un instante después y detenerlo en seco con el filo de una Zangetsu en su cuello.

Saltó a un lado para evitar el corte y despertó a Benihime para una batalla en la que, ahora sí, podría perder la vida.

Aquella sensación que rara vez obtenía de las batallas cantó en su sangre llevando una sonrisa a su cara. Viendo el blanco en los ojos de Kurosaki-kun, pero no su mente en el café de sus ojos, temió las posibilidades.

Mil posibilidades. Todas ellas las había analizado mientras el joven rey ascendía al trono y a él lo colocaban como su cuidador. Y sólo en la mitad de ellas se veía —no ganando— solamente saliendo con vida de un enfrentamiento. Ahora que sabía eran esas vidas en la cabeza del joven lo que le llevaba a la locura, tenía más variables incógnitas en la ecuación. Y eso se traducía en no saber qué botones presionar y cuáles no tocar. Kurosaki-kun atacó de nuevo con el filo de sus espadas buscando la suave carne de cuello y estómago.

Evitó un par de golpes mientras que el resto tuvo que detenerlos con la hoja de Benihime. Esos golpes, resintiéndolos hasta la quijada. Y no podía decir más de la fuerza que su contrincante mostraba al sólo blandir las armas en desesperación pero sin estrategia.

Por su forma de pelear, sabía de Kurosaki-kun, estaba en algún tipo de modo automático. Su intento asesino no estaba enfocado en él, ni siquiera en la batalla. Estaba lanzando golpes de furia e histeria, de desesperación.

Atacó por primera vez, buscando el cuello de su oponente. Sabía que no lo mataría, pero buscar algo menos que eso le causaría a él la muerte.

Kurosaki-kun se alejó del filo de Benihime con una mezcla de sonido y shunpo que lo dejó perplejo por un segundo. Apareció tras su espalda y se arqueó hacia atrás al recibir el corte de una de las espadas, la corta —por la dirección del golpe—. Se giró buscando el cuello de su contrincante de nuevo con el filo de su espada.

Aunque el corte sólo mató algo del aire que respiraban, sirvió para obligar a Kurosaki-kun a alejarse con un salto.

La mirada desenfocada del hombre y su gesto furioso llevaron un escalofrío a su espina.

Hado 90, Kurohitsugi —llamó para ver la gran caja negra cerrarse sobre Kurosaki-kun.

Eso le dio un segundo de respiro mientras ponderaba cómo salir —como sacar—al hombre de la situación en la que estaban metidos.

El sonido de aquel Kido siendo desgarrado desde dentro le dijo que su segundo se había terminado.

—Canta, Benihime —gritó para lanzar una onda roja hacia quien rompía el Kido.

Una onda negra canceló el poder de la roja y el reiatsu de Kurosaki-kun se volvió salvaje en su furia.

—Ata, Benihime —ordenó a su Zanpakuto para sujetar a Kurosaki-kun al piso. Y de inmediato supo que no sería suficiente para retenerlo allí. Pasó de nuevo a la ofensiva—. Juega con fuego, Benihime. Bordado de malla —terminó mientras tocaba la red negra con el acero de su arma.

El ataque estalló sobre un Kurosaki-kun a punto de quedar libre y levantó una nube de tierra y polvo que le llegó hasta la cara. Y los ojos.

Antes que cerrar los ojos de forma que se protegiera de las partículas en el aire, los abrió con temor mientras el recuerdo de ojos estallándole en las cuencas del cráneo lo inmovilizaba.

El recuerdo de Askin Nakk Le Vaar siendo lo último que vio antes de perder la vista en aquella batalla se volvió despiadado en su mente. No había sido el perder la vista en la batalla, se la había devuelto el bankai de Benihime; ni la oscuridad que lo rodeó, porque seguía escuchando: podía seguir luchando. Era el resultado de esa batalla lo que lo perseguía en sus pesadillas: después de ser rescatado por Nelliel, había quedado indefenso e ignorante a lo que sucedía en la batalla: Había dejado de ser útil.

Su mente regresó a la batalla cuando sintió el corte en sus entrañas. Viendo a Kurosaki-kun frente a él, no con esa sonrisa que le conocía de los entrenamientos ni con la de locura de su Hollow —sino con irracionalidad en su gesto— tuvo que tragar el pensamiento de inutilidad que había vuelto a invadirlo.

Cayó de rodillas ante su atacante, de nuevo recordando su batalla contra aquel Quincy, y tragó fuerte.

—Lo siento, Kurosaki-kun —susurró viéndolo hacia arriba.

Aunque no hubiera aceptado con palabras, la promesa que rompería le pesaba tanto como otras rotas que sí había pronunciado.

Bankaillamó sin necesidad de gritar—. Disección de la inquisidora princesa carmesí.

Y no tuvo necesidad de voltear a su espalda para saber que Benihime, en su forma más aterradora, se encontraba tras él.

Reestructuración —invocó para ver aquellas heridas suturadas sobre la tierra.

Como si actuara instintivamente, Kurosaki-kun evadió la presencia física del poder de la princesa carmesí, pero no se alejó lo suficiente como para salir de su rango de acción. Y no era la primera vez que la forma tan directa —tan… próxima— que tenía Kurosaki-kun de luchar, jugaba en su contra.

Mientras sentía a Benihime suturando la herida sobre sus intestinos, usó el resto contra su oponente. Esta vez no habría un Grimmjow que acabara con su enemigo, y no podía estar más agradecido por ello. Su bankai no era tanto para ataque sino para soporte, aunque pudiera ser usado para abrir en dos a sus oponentes, como si de puertas de doble hoja se tratara; su mayor fortaleza no era ese movimiento desesperado. Su mayor fortaleza residía en la imaginación de quien lo esgrimía porque, sabiendo lo que el soporte causaba… podía manipularlo hasta convertirlo, incluso, en un ataque. Era esa imaginación —esa mente— la que podía reestructurar incluso átomos. La desventaja era su reducida área de acción.

Cuando vio caer a Kurosaki-kun al piso, sobre su costado, jadeando por aire y gritando en desesperación, supo que era el momento de despedir a su hermosa princesa. Y tenía que maldecir una vez más el entrenamiento que le había dado al adolescente mientras se doblaba hacia el frente para mantener a raya la sensación de sus intestinos saliéndole del cuerpo. Habiendo sido reestructurado por Benihime, sabía que únicamente era la sensación lo que restaba de la herida.

—Gracias, Benihime —dijo mientras daba un par de pasos hacia un Kurosaki-kun en posición fetal.

—Al menos esta vez te defendiste —dijo Benihime con un rastro de condescendencia.

Tuvo que reírse de las palabras de su bankai.

Tomo en cuenta tus palabras ahora que aceptaste amas a Ichigo pero que también quieres ser amada, princesa. Yo te amo —terminó en su mente con ligereza.

Eres un hombre extraño, Kisuke; pero no te aceptaría de otra forma —respondió su bankai también en su mente mientras se replegaba y las marcas comenzaban a aparecerle en el cuerpo.

—Gracias, princesa —dijo con voz mientras se arrodillaba al lado de Kurosaki-kun para comprobar su estado.

Se sintió aliviado cuando el hombre abrió los ojos y lo reconoció de inmediato.

—¿Qué sucedió, Kurosaki-kun? —preguntó suavemente acariciándole la espalda esperando le fuera reconfortante.

Kurosaki-kun apretó la quijada mientras sus ojos se anegaban en lágrimas y acercó su mano hasta sostener su samue en un puño tenso. Hipó un sollozo aplicando más fuerza en su puño, como si le indicara cuánto estaba sufriendo en realidad.

—Ya pasó, Kurosaki-kun. Estás de vuelta. Esta es otra vida.

El corazón le dolió por el hombre que lo sujetaba y comenzaba a temblar. Mientras lo dejaba calmarse, o comenzar a llorar, siguió acariciando su espalda tranquilizadoramente.

—Kazui… él… se convirtió en el heredero de Yhwach —soltó Kurosaki-kun con la voz rota. Abrió los ojos con la sorpresa de aquello y comenzó a hacer cábalas en su mente con las posibilidades que eso representaba—. Nos traicionó a todos —dijo con más dolor del que le hubiera escuchado alguna vez—, liberó a Yhwach de su encierro en el palacio para tomar el lugar del Rey. Mató a tantos… —soltó mientras dejaba correr sus lágrimas haciéndolo creer que había terminado, pero no lo había hecho. Para su horror, siguió—. Cuando lo detuvimos, el poder de Yhwach se volvió contra él.

—¿Qué sucedió después? —lo incitó suavemente.

—No lo sé —dijo débilmente—. No quiero volver a esa vida, Urahara. No puedo…

Entrecerró los ojos ante las palabras de Kurosaki-kun. Esa súplica nunca la había escuchado de los labios de quien había comenzado a contarle esas vidas que lo enloquecían cada vez más. ¿Acaso podía regresar a vidas que ya había abandonado?, se preguntó antes de sentir al hombre tensarse y desesperar una vez más.

—Descansa —dijo suavemente mientras le acariciaba el cabello y lo sentía pegarse más a su regazo, buscando consuelo—. Ya estás en casa, descansa —lo tranquilizó.

Kurosaki-kun pareció responder a eso mientras las últimas lágrimas caían por su rostro y se relajaba más sobre su cuerpo para quedar dormido… o en shock.

Una vez más estuvo al pie de la batalla.

Cuando Soul Society lo había llamado bajo su cargo de Shinigami sustituto, parecieron haber olvidado hacía cuanto no empuñaba la espada.

Tras ganar la Guerra de los Mil Años, recuperarse de las heridas y dejar ir la adrenalina resultante de las batallas para seguir con su vida, había intentado comprender al rey Quincy. Esperando que hubiera sido tan fácil entenderlo como había entendido a Aizen tras la de Invierno, se encontró con que no había entendido de todo a aquel hombre. Salvo decir que quería evitar la muerte, dar un nuevo orden al mundo y jugar con su mente —le había dicho que era su hijo, o alguna clase de descendiente al menos, de decirle que iba a volver y que no podían derrotarle realmente—, el Quincy nunca había revelado los impulsos que lo llevaban a actuar de tal manera. Y no muchos otros Quincy sabían más de aquel al que llamaban rey.

Kyoraku, como nuevo Capitán Comandante, lo había llamado a la primera división para hablar con él. Ahí le había dicho que no podía volver al mundo material; le había dicho que su poder era demasiado grande para ser contenido. Mayuri le había explicado, en su morboso estilo, lo que sucedería con tanto poder en un cuerpo humano. Pero, a sus 17 años y con la victoria en dos guerras, había pensado que se podía comer el mundo.

Rechazó la oferta de Soul Society de abandonar su vida y eligió, de nuevo, vivirla bajo sus propios términos... con una restricción. El Capitán Comandante había dejado "abierta" la invitación de unirse a ellos "cuando lo necesitara". Y así había vivido, crecido y formado una familia en el mundo material.

Las consecuencias de las que le advirtieron jamás presentes. Ni las del científico zafado de la cabeza, ni las del rey Quincy.

En cambio, había sido llamado de vuelta al mundo de los Shinigami por otra guerra... o por la segunda parte de la última.

Rukia había llegado a su casa informándole de una amenaza a los mundos: el sucesor de Yhwach comenzaba lo que el rey no había completado. De inmediato dejó su cuerpo material al cuidado de sus hermanas, y su familia y él saltaron a la batalla.

Y no podía estar más orgulloso de Kazui —apenas un año menor que él cuando se había descubierto como Shinigami—, su hijo era todo lo que él había conseguido ser después de guerras y entrenamientos.

"Prepárate, Kazui", le había dicho a su hijo ante la inminente batalla. El joven había asentido fervientemente mientras sonreía con anticipación.

A su lado no sólo encontraba a su hijo, sino a sus amigos: Rukia, Renji, Ikkaku; los mejores peleadores de Soul Society: Kenpachi, Byakuya, Shuuhei, los Vizard; Urahara con sus mil planes. Todos se habían reunido en un ataque frontal hacia el enemigo. Y sólo esperaban la orden de avanzada cuando Kazui se separó de la línea de ataque.

Había volteado la mirada hacia todos ellos mientras caminaba confiadamente hacia los enemigos. Entonces se había revelado como el sucesor de Yhwach; y la matanza había comenzado.

Cerró los ojos, aferrándose al calor del cuerpo que lo sostenía y lo calmaba. Aún queriendo evitar los recuerdos de esa matanza, no podía exorcisarlos de su mente. No podía dejar de ver el recuerdo de la sonrisa malvada de su hijo cuando los atacaba o cómo el poder de Yhwach había tragado a un Kazui con pánico cuando comprendió el terror que significaba ser un "elegido" del rey Quincy.

Tembló una vez más ante el recuerdo y apretó las quijadas en una mordida que le hizo doler la cabeza también.

.

Despertó lentamente de un sueño sin imágenes. Se sentía rodeado de una agradable calidez que lo acomodaba entre ella.

Cuando abrió los ojos apenas se sorprendió de la fuente de tal calidez. Urahara lo abrazaba, dormido y babeando sobre su hombro, pero manteniéndolo recostado sobre su torso mientras se apoyaba con la espalda en la pared de su habitación. Se soltó del abrazo delicadamente mientras su estómago rugía por un hambre como no recordaba haber sentido antes. Dejó a Urahara recostado sobre la pared.

La cabeza le dolía y se sentía francamente extraño; una mezcla entre haber sido molido en una licuadora y haber sido atropellado por una aplanadora… no que tuviera experiencia alguna con eso pero… pero recordaba dónde estaba. Recordaba ser el Rey Espiritual y recordaba que en esta vida Urahara sacrificaba demasiado por él.

Sentado al filo de la cama volteó la mirada una vez más al hombre con el que había dormido, en varias acepciones. Trató de aplastar el sentimiento de culpabilidad que eso le causaba y detuvo su mano de tocar al hombre. Cuando se levantó al fin de la cama fue detenido por un jalón en su muñeca.

—¿Kurosaki-kun?

—Sigue dormido —le dijo evitando su mirada—, sólo tengo hambre.

Urahara asintió en silencio pero no soltó su muñeca. Aquel gesto lo sintió como una débil orden para hablar con él.

—Dame un momento para que te prepare algo de comer, descansa mientras tanto. Lo necesitas más que yo —la voz de Urahara era calmada, nada de somnolencia en el tono.

¿Había estado dormido realmente? La mancha de baba, fría ya en su hombro, desmentía el tono de vigilia en el otro.

—Puedo hacerlo yo —le dijo sin atreverse a soltarse de su agarre. Algo le decía que eso era lo que lo mantenía en una pieza.

Y el hombre no parecía querer soltarlo tampoco.

—Urahara… —dudó un poco—, me… ¿Hace cuánto desperté? —preguntó entonces.

El otro se vio incómodo de inmediato.

—¿Menos de un minuto? —ofreció con una pregunta en su tono cantarín. Obviamente quería evitar responder.

Lo miró fastidiado de inmediato. No podía ser cierto mientras recordara en qué vida había despertado. Y entonces vinieron los recuerdos de la vida que había terminado. Aún veía el rostro de Kazui desfigurado con rabia y lujuria de poder; con terror al haber sido traicionado por Yhwach cuando tomó de él el poder que había nutrido con mentiras. Recordó la muerte de su esposa, la lucha donde vio a tantos caer ante su hijo. Y no podía dejar de preguntarse dónde se había equivocado con Kazui, ¿qué había hecho para que su hijo se convirtiera en el enemigo de los mundos?

Los recuerdos de aquella vida recién vivida no parecían querer dejar su mente. Pero no quería hablar de ellos esperando así poder enterrarlos en el fondo de su cabeza.

Estos se resistían a desaparecer o a permanecer ocultos siquiera.

—Habla conmigo, Kurosaki-kun —ofreció Urahara cuidadosamente.

—Sólo es hambre —mintió.

—Viviste una vida en la que tu hijo se convirtió en el sucesor de Yhwach, ¿no quieres hablar de ello? —preguntó serio como pocas veces.

Las palabras le sentaron como un golpe mientras los recuerdos se estrellaban en su mente y las dudas en sí mismo se volvían aún más agudas.

—No quiero hablar de eso, quiero olvidarlo —dijo resignado—. Cuando esté listo hablaré de ello contigo, si aún quieres escucharme.

—Por supuesto que querré —dijo con los ojos cerrados.

Y, aunque no podía agradecerle por preguntar, tampoco podía romperle la quijada por insistir en algo que estaba mejor en el fondo de su cabeza. De cualquier forma, no podía hacer lo que quería: ni acercarse al hombre, ni apartarlo por completo. Ni recuperar la cordura.