Tras haber llamado a la princesa carmesí en su forma más aterradora, la sensación en sus articulaciones aún no desaparecía del todo y las heridas en su cuerpo, esas, no se irían en mucho tiempo. Pero no iba a usar al joven rey para que lo aliviara de aquello. Aunque cada día estaba más tentado a hacerlo mientras lo veía de nuevo en coma, y esperaba que despertara llamándolo "Kisuke" una vez más. Las fantasías de ellos dos juntos de nuevo apenas le daban descanso mientras los dolores en su cuerpo lo convencían de las ventajas de un despertar tal.
Cada vez eran más frecuentes aquellas fantasías en las que, sin importar el estado de inconsciencia de Kurosaki-kun, se colocaba sobre él para hacer con el hombre en coma lo que hacía con el hombre despierto. Pero las fantasías se iban a quedar donde estaban; porque nunca podría aprovecharse sexualmente de alguien que no tenía elección.
¿Al menos no tan descaradamente?
Tendría que esperar hasta que él lo llamara por su nombre, hasta que él lo iniciara con un toque o una mordida en la piel. Estaba resignado a ello mientras dejaba su desayuno en la mesa baja de la sala de estar. A lo que no se resignaba era a sentir que sus articulaciones se movieran como las de un títere sin hilos. Y quería recuperar el control de sus articulaciones antes que Kurosaki-kun despertara de su estado. No sabía cómo despertaría de su fase tres, pero no quería dejarlo a la suerte; nunca la había tenido buena. Picó la comida en su plato, sin interés real en llevar nada a su estómago, mientras se quejaba mentalmente por una comida más en soledad. Se desdijo de inmediato, cuando sintió un reiatsu conocido aproximándose.
Apartó el plato justo cuando Hirako-san aparecía por la puerta de la estancia.
—Ey, me tenías preocupado —dijo el capitán de la división 5 con una amplia sonrisa y un tono desinteresado.
—Me siento halagado —dijo con su tono cantarín y agitando su abanico frente al rostro—. ¿También me trajiste flores?
—¿Qué pasó, Urahara? —preguntó Hirako-san cambiando su tono a uno serio por completo.
—Que pasó, ¿con qué? —devolvió, tratando de evitar la conversación que temía se avecinaba—. ¿Quedamos en una cita?
Aún recordaba bien la capacidad que tenía Hirako-san para sentir o enterarse de cuando algo andaba mal. Aunque el capitán se fingiera alguien relajado e incluso desinteresado, el hombre era todo lo contrario. Había sido él quien se diera cuenta, desde el principio, que Aizen tramaba algo; que no era alguien en quien se podía confiar. Y, aunque no había dado con la confabulación completa de su entonces teniente, había sabido que algo se cocinaba en esa mente. Y ahora, comenzando una conversación yendo directo al punto… prefería que el capitán Vizard no hubiera puesto un pie en el palacio.
—Con Ichigo, en Hueco Mundo —presionó el capitán.
—Fue hace tanto… —respondió abanicándose la cara y fingiendo que pensaba—. Parece que mi vieja memoria comienza a fallar en los detalles.
—El Capitán Comandante también quiere respuestas, Central 46 está presionando —soltó el capitán, para su disgusto. Para el de ambos.
—El rey tiene días mejores que otros —respondió sin responder realmente.
—Kisuke —comenzó sosegada pero severamente—, ese reiatsu… nunca hubiera imaginado que su poder pudiera crecer hasta… dejarte en este estado —dijo abriéndole el escote del samue—. Dime algo, lo que sea para evitar tener que decirle la verdad a esos 46 cretinos. Necesito algo para calmarlos y esto no ayuda.
Ante el segundo jalón a su ropa, apartó la mano con un golpe juguetón de su abanico. De inmediato quiso responder con la verdad, quiso decirle que eso que lo había dejado así no era Kurosaki-kun, que ese poder que lo había dejado así era su propio poder; pero se detuvo antes de hacerlo.
—Sus poderes siguen creciendo —dijo en cambio—. Entre su personalidad, el entrenamiento que le dimos y la adolescencia que tuvo, buscar que su poder crezca ya le es una respuesta condicionada, algo que hace inconscientemente.
—Aún así… —comenzó Hirako-san sólo para dejar morir las palabras en su boca.
En vez de seguir dónde se había quedado, el Vizard se acercó para examinar sus heridas. Una ligera incomodidad se asentó en su interior ante la cercanía del capitán del quinto; ante la intimidad que venía con que alguien buscara curar heridas que sólo podían ser curadas de una forma… una que no pensaba compartir con ese hombre.
Le apartó las manos de la ropa que buscaban desnudarlo y se apartó de aquella cercanía.
Hirako-san se lanzó sobre él hasta dejarlo sujeto entre la mesa y su cuerpo.
Se debatió un segundo entre hacer una broma subida de tono o mostrarle al capitán justo cómo se había hecho las heridas.
No tuvo necesidad de hacer ninguna de esas cosas cuando el hombre se apartó tras ver el estado de su piel. Con un jadeo impresionado, y algo sufriente, lo miró abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua.
—¿Por qué permites esto? —preguntó Hirako-san tan impresionado como acusador.
—No hay nada por qué preocuparse —dijo con su mejor tono despreocupado.
—Por fin perdiste la razón —soltó el capitán con una burla furiosa mientras lo tomaba por el hombro.
Jadeó con un grito de dolor al sentir la fuerza del capitán en su hombro. Aunque podía decir que Hirako-san hacía aquello sólo por algún tipo de amistad surgida hacia su salvador de hacía tanto tiempo, su cuerpo reaccionó involuntariamente hacia el frente, buscando más de esa medicina que pocos se atrevían a administrar, y su diestra fue directa a la mano de Hirako-san. Se sintió temblar mientras su cerebro decidía qué hacer con el contacto del hombre sobre su piel: si apartarlo o aceptarlo… si necesitaba curarse ese tanto o si prefería no hacerlo. Antes de lograr decidir cuál sería, la explosión del reiatsu del rey le llevó un escalofrío a la columna. Ese reiatsu furioso lo había sentido en contadas ocasiones, y ninguna dirigida a él. Esta vez, sin embargo, se sentía la clara intención de destripar a cualquiera de los dos que no habían hecho nada para justificar esa furia.
—¡Fuera de aquí! —gruñó una voz metálica que reconocía a la perfección.
Se giró a tiempo para ver a un Kurosaki-kun con Zangetsu a la zaga, lanzándose al ataque con sus ojos negros con irises dorados. Sólo después escuchó el grito de batalla en esa voz metálica. E iba dirigida a ellos.
Volviéndose un milisegundo lento por la sorpresa, Hirako-san desenfundó más rápido y lo empujó a un lado para enfrentarse a la amenaza.
El sonido de metal contra metal se produjo a escasos centímetros de su cara mientras el reiatsu de ambos híbridos colisionaba. Se apartó de su batalla para no añadir combustible al fuego, pero preparó a Benihime en caso de necesitar su poder de nuevo.
—¿Ichigo? —llamó Hirako-san sonando sorprendido. Entonces su gesto se vio enfurecido—. ¡Ichigo, tienes que vencer a tu Hollow! —demandó.
A toda respuesta, el Hollow que poseía el cuerpo de Kurosaki-kun soltó una carcajada de burla mientras lanzaba otro ataque contra el Vizard.
Cuando su desayuno, olvidado hasta el momento, salió volando y su mesa baja acabó soportando el peso de esos cuerpos en batalla, se dio cuenta que iba a tener que mover eso al área de entrenamiento. Y estaba a punto de repetir aquellos dos Kidos prohibidos que hacía tanto había escuchado recitar de labios de Tessai-san, cuando se dio cuenta que el Hollow cortaría la cabeza del Vizard en el siguiente movimiento. Fue más rápido con la espada que con el Kido.
Despertó a la princesa carmesí con un llamado y estuvo ahí para evitar que Zangetsu cortara en dos la máscara de su oponente… y su cabeza.
—Kurosaki-kun —llamó con voz severa mientras el filo de la princesa detenía el ataque de Zangetsu—, tienes que recuperar el control. No tienes que protegerlo de mí —le dijo enseguida al Hollow, recordando su última conversación—. Déjalo volver.
Ante esa petición que sonaba a orden, sintió la fuerza del ser remitir ligeramente. Los músculos de sus brazos se relajaron un ápice y eso le dio esperanza en que Kurosaki-kun siguiera en algún lugar de esa mente.
—¡Ichigo —gritó Hirako-san de nuevo, haciendo que el ser se tensara de nuevo—, tienes que forzar al Hollow a obedecerte!
—Eso ya no funciona, cretino —informó la voz metálica saliendo por la garganta de Kurosaki-kun.
—¿A qué te refieres? —preguntó el Vizard con un temblor en la voz.
Si no conociera mejor al capitán del quinto; diría que tenía miedo. Sin poder despegar la mirada del ser que poseía el cuerpo de Kurosaki-kun, aunque fuera para comprobar el estado mental de Hirako-san, vio esa sonrisa de locura aparecer en la cara del Hollow.
—El rey está indispuesto —soltó el ser con su clásico sarcasmo y resolló con una burla al Vizard—. Y ustedes dos estaban por irse, no permitan que los detenga —terminó con más sarcasmo y una amenaza en los ojos negros. Pero alejándo a Zangetsu de Benihime y retrocediendo unos pasos.
Negó de inmediato con la cabeza antes de siquiera formar la negativa en palabras. Se acercó los pasos que lo alejaban del cuerpo poseído y lo tomó por el brazo para forzarlo a que lo mirara.
—Hirako-san —habló al capitán aunque sin dejar de mirar al Hollow—, temo que necesito pedirte que nos visites en otra ocasión. Tú y yo podemos hablar mientras tanto —terminó hacia el Hollow en Kurosaki-kun.
El ser pareció atragantarse con una risa sólo para terminar con una carcajada que era toda burla.
—¿Hablar? ¡Ja! —le gritó el ser en la cara.
—Kisuke —sonó la voz de Hirako-san a su espalda.
Al no haber perdido de vista al ser, pudo notar el ínfimo gesto que hizo el Hollow ante la voz del Vizard. Era una amenaza hacia el que había hablado. ¿Por qué? se preguntó de inmediato. ¿Por qué había atacado a Hirako-san con tal brutalidad?, ¿por qué seguía viéndolos con esa amenaza casi tácita? ¿Sería por las palabras del capitán?, ¿por qué quisiera controlarlo como a un animal rabioso?
—¿Tal vez un té? —ofreció al Hollow, dispuesto a ignorar a Hirako-san hasta que se marchara y, esperaba, así evitar que el Hollow atacara de nuevo—. Si Kurosaki-kun está indispuesto, sólo te queda hablar conmigo —dijo usando su voz cantarina—. Estar solo en un lugar es muy aburrido —terminó cuando estuvo 90% seguro de que el Hollow ya no atacaría.
Ladeó la cabeza exageradamente mientras veía al "científico" decir estupideces. Sólo cuando notó al Vizard marcharse del lugar, pudo realmente pensar en las palabras que le había dicho el rubio pervertido. Por quién había dicho esas palabras, ¿por Getta-boshi mismo?, ¿o por él?
Se reprendió a él mismo por la duda; era claro que el rubio pervertido no lo había dicho por él. La mirada que le daba era más de preocupación y de estarlo analizando que… de empatía. El pervertido sólo estaba ganando tiempo para proteger a su amante de sonrisa dientuda. Y, cuando se dio cuenta de ello, se liberó con un jalón de la mano que lo sostenía.
Esos ojos grises lo miraron con sospecha y el gris en ellos le hizo apretar la quijada con fuerza.
—No me veas —ordenó volteando la mirada a otro lado, pero dejándose caer frente a la mesa baja al centro de la habitación.
Como si el rubio le hubiera hecho caso, se alejó de él para desaparecer en la cocina. Mientras no estaba el otro, se dio un tiempo para acomodar lo que sucedía en su cabeza. Los recuerdos de la vida que acababa de vivir lo dejaron sumido en una contemplación interna. Y más allá, entre todo, pensaba en el porqué no regresaba al mundo interior de Ichigo para dejar que el olvido callera sobre esas experiencias. Pero lo sabía mejor que nadie: Él también quería vivir, aunque la vida que acababa de terminar lo hiciera dudar de su deseo.
Saltó hacia atrás cuando vio un movimiento demasiado cerca de él y sólo después se dio cuenta que era el rubio llevando una taza con contenido humeante. Esperó a que el hombre se alejara de nuevo para acercarse y sólo cuando estuvo al otro lado de esa mesa baja, él se acercó de nuevo y olfateó la bebida caliente.
Acarició la cerámica recordando a ese alguien quien había bebido eso constantemente y al fin le dio un trago a lo ofrecido; aunque fuera sólo para sentirse más cerca de esa persona perdida.
—Blegh —soltó de inmediato y deseando poder escupir lo que había tragado—. Como pueden tomar esto —se quejó de inmediato—; sabe a pasto orinado.
—¿Lo has probado? —dijo el rubio escondiendo el gesto tras su abanico, pero no su tono de burla.
Lo miró de inmediato, con la advertencia en los ojos, mientras el rubio se encogía de hombros ante el intercambio y, sólo cuando su mirada se trabó en el gris de ese par de ojos, apartó la mirada de nuevo. Sabía que no eran los mismos ojos, ni siquiera era el mismo gris; pero aún así, los recuerdos… dolían.
—¿Cuándo va a volver Kurosaki-kun? —le preguntó el rubio con un interés que no parecía amenaza sino curiosidad.
Fue su turno de devolverle el encogimiento de hombros. La verdad era que no lo sabía y no le importaba. Pero no era como que se lo fuera a decir. Su hermanito había dejado de hacer presente su existencia unos seis años antes que esa vida terminara. Pero sabía que Ichigo no estaba muerto; volvería… y eso, a él, lo dejaba con poco tiempo.
—Quiero ver a alguien —le dijo al rubio sin importarle lo que hubiera interrumpido de las palabras que no escuchaba del otro.
—No puedes dejar el palacio —le avisó con el ceño fruncido pero sin ir por esa espada que tenía siempre al alcance de la mano.
Ladeó la cabeza hacia la derecha mientras miraba al rubio sin verlo en realidad.
—Puedo hacer lo que quiera, tengo el poder para hacerlo, y tú, no puedes detenerme —dijo seriamente pero notándose "triste" al decirlo.
Aunque quisiera, no podía olvidar que ese sentado frente a él era importante para su hermanito. Y no podría herir a ese hombre aunque lo quisiera, ya no podría. Por un segundo deseó no haber vivido esa vida, deseó ser quién todos creían que era: un Hollow desalmado que era más bien una bomba de tiempo; pero tampoco podía ser aquello nunca más.
—Volveré —prometió al rubio mientras se ponía de pie.
Y si aquel hombre quería creerle o no, ese ya no era su problema.
El otro hombre se puso de pie también, mientras asentía en silencio. Se acercó a él, a pesar de la mirada precautoria que le lanzó ante el movimiento, e hizo lo más extraño que le había visto hacer: se quitó el haori negro de los hombros y lo puso sobre los suyos.
Con un nudo en la garganta, dio un paso hacia atrás mientras apretaba la prenda con un puño que notó temblando.
—No controla el reiatsu ni sus consecuencias, pero lo oculta —explicó el rubio que conservaba ese sombrero verde y blanco.
Parpadeó fuertemente como para quitarse esa maldita humedad en sus ojos al recordar esas palabras de otra vida, esas palabras dirigidas a alguien más; pero con la misma intención que le decía estaba de su parte… o al menos de la de Ichigo.
Asintió esperando que el otro confundiera su gesto con aceptar su compañía —no como el agradecimiento que lo había hecho mover la cabeza— y se encaminó hacia la salida del palacio.
Bajo ese cielo azul siempre brillante que le recordaba aquel del mundo interior de su hermanito —cuando el cretino no estaba deprimido—, se acercó al filo de la isla flotante y se dejó caer al vacío sin más pensamiento.
Se sintió ingrávido al caer; el sonido del silencio sólo roto por el silbido del aire que cortaba con su cuerpo. Y no es que quisiera convertirse en un ave ni cualquier mierda como esa, pero en ese momento sintió el motivo de que algunos relacionaran la libertad con el vuelo de éstas.
Pero él no volaba. Caía.
No era libre. Se estaba condenando.
