Con la imagen de Shiro recordándole a un pato pero imprimando en un Kuchiki Byakuya con su espada desenfundada, se dobló hacia el frente para reírse a gusto del pensamiento.
—¿De qué te ríes tú sólo? —sonó la voz de Kurosaki-kun a su espalda.
Volteó de inmediato para verlo acostado de lado sobre el futón, viéndolo intensamente mientras se incorporaba. El joven rey se veía despierto y mejorado en algún punto; descansado. Que ya era ganancia en comparación con otros despertares.
—De nada en especial —dijo con su tono más desenfadado. No iba a comenzar la conversación comparando a su hermano con un pato, ¿verdad?
—Cuando tú ríes solo, tengo que preguntarme a quién vas a fastidiar —dijo con un tono ligero.
—Oh, así que eso piensas de mí, Kurosaki-kun —dijo siguiendo la broma.
Pero algo pareció cambiar en el rostro del hombre ahora sentado sobre el futón, porque su pequeña sonrisa había desaparecido dejando el ceño fruncido de siempre.
Kurosaki-kun se acercó a él pareciendo molesto de una forma injustificada. Él sólo pudo responder con un gesto contrariado, sin lograr comprender qué había cambiado en los segundos posteriores a que despertara o en qué momento la broma podría haber sido tomada a mal.
—¿Kurosaki-kun? —preguntó casi tímido cuando el otro lo tomó por la quijada para obligarlo a sostenerle la mirada.
—¿Dónde está Shinji? —preguntó entonces.
—Se fue hace mucho —explicó llanamente antes de preguntarse si era la presencia del otro lo que molestaba al hombre—. Sólo estaba preocupado.
—¿De qué se preocupó? —soltó Kurosaki-kun con un filo en la voz que nunca antes le había escuchado.
A eso no quería responder.
—Kisuke —repitió Kurosaki-kun sonando demandante para que respondiera su pregunta.
Escuchar su nombre en los labios de él le produjo la sensación de un puño en las entrañas. Kurosaki-kun no lo llamaba por su nombre a menos que…
Su respiración se agitó involuntariamente deseando que se cumpliera esa promesa tácita, pero sin desearlo también. Estaba muy seguro de no ser capaz de detener un avance más de ese Kurosaki-kun; no cuando ya lo había conocido como amante... No cuando su cuerpo sabía ya lo que le harían sentir las caricias y las atenciones del otro. No cuando aún podía curar las heridas de su cuerpo… con uno diferente.
Apenas sintiendo que el calor de su cuerpo se elevaba y se acumulaba en su rostro, se cubrió media cara con el abanico y rió tratando de no sonar nervioso sino bromista.
—No hay nada de qué preocuparse, Kurosaki-kun —dijo con ligereza antes de sentir en la mano el golpe que hizo volar su abanico con fuerza.
Jadeó con sorpresa antes de sentir los labios de Kurosaki-kun en los suyos. Cerró los ojos con una profunda inspiración y abrió los labios para el hombre que buscaba dominarlo con la lengua. Y, aunque hubiera querido evitarlo, su hiperactiva mente no pudo dejar de comparar esos mismos labios siendo usados por cada uno de los hermanos; la diferencia en el toque y la diferencia en la reacción de su cuerpo.
Aunque fuera el mismo cuerpo, el beso de Shirosaki-kun no se parecía en nada al de Kurosaki-kun. El de Kurosaki-kun demandaba y tomaba lo que quería, el de Shirosaki-kun pedía y recibía.
Gimió al sentir la mano de Kurosaki-kun deslizarse por su cuello hasta la clavícula. Los labios ajenos abandonaron los suyos para prestar atención a su cuello y la mordida en su hombro lo hizo gemir con dolor.
De inmediato, Kurosaki-kun se apartó de su cuerpo y desnudó su torso con un movimiento más ágil de lo que esperaba.
Vio su gesto mutar una vez más, éste era de horror y recriminación, de pena.
—Yo te hice esto —susuró el hombre logrando lucir como un niño que cargaba el peso del mundo en los hombros.
—Somos dos adultos que dieron su conscentimiento —bromeó a medias, esperando distraer al otro hombre del rumbo de sus pensamientos. No tenía forma de saber qué pasaba por la mente del joven para creer que había hecho eso con los puños, tal vez, pero sintiéndose responsable por el estado de su piel.
Supo que había logrado distraerlo cuando un rojo escarlata cubrió las mejillas del hombre. Sonrió antes de poder evitarlo, y sólo por ver al ser más poderoso de los mundos sonrojarse ante una insinuación sexual velada. El que siguiera manteniendo tanto de su inocencia no dejaba de llevarle una sensación de calidez al pecho.
Sintió sus mejillas arder tras las palabras de Kisuke, pero más aún cuando vio esa sonrisa a medias provocadora, a medias tolerante.
—¿Pero qué estás imaginando, Kurosaki-kun? —preguntó Kisuke calzándose el sombrero sobre la cabeza y escondiendo sus ojos, aunque fallara en cubrir el sonrojo en sus mejillas que indicaba había pensado algo parecido a él.
—¿Por qué no usaste Kido para curarte? —preguntó tratando de cambiar el rumbo de la conversación.
—No vi el motivo —respondió Kisuke con naturalidad mientras se acomodaba la ropa—, al parecer me equivoqué.
"Me equivoqué" repitió para sí en cuanto las palabras abandonaron los labios del otro. Las palabras le sentaron como un peso en el estómago mientras inspeccionaba de nuevo los moretones y las heridas que recordaba. Esos golpes no eran las marcas que solía dejar en su amante cuando sus juegos se volvían más rudos, pero sabía que las había visto antes. Mientras buscaba entre las imágenes que plagaban sus recuerdos, encontró las que se habían visto igual. Tragó con dificultad mientras recordaba, además, la forma en que lo había atacado… en alguna ocasión. En esa ocasión —entre tierra y roca amarillenta— lo había obligado a usar su bankai contra él, para devolverlo a la realidad… para controlarlo en su furia. Pero, ¿en qué vida había hecho eso?
—¿Por qué te quedas conmigo cuando te hago esto? —preguntó en un susurro.
—No quiero estar en otra parte —le respondió Kisuke mientras le daba la espalda para volver a tomar un libro viejo.
Sintió sus mejillas arder de nuevo. Podía sentir que esa frase englobaba demasiados significados: podía ser por el exilio de Soul Society, podía ser por haberse aburrido del mundo material, podía referirse a no desear estar en Hueco Mundo… pero su cuerpo lo había entendido como que no quería separarse de él.
¿En qué vida estaba viviendo?, ¿en una en la que eran amantes?, ¿En una en la que era su tutor?, ¿sólo su amigo? Porque, aunque lo hubiera besado también —¿Urahara?, ¿Kisuke?—, no lo había dejado continuar. Se había cubierto la piel desnuda con una sencillez característica de una falta de sentimientos y le había dado la espalda como si quisiera evitar el tema por completo.
—No te creo —rezongó débilmente sin poder controlar el calor en su rostro pero aceptó el cambio de tema al que el otro lo obligaba—. ¿Qué lees?
—Viejas notas —respondió aún dándole la espalda.
Se sintió impelido a acercarse al hombre por la espalda, abrazarlo por la cintura y apoyar su mentón en el hombro del otro, como lo había hecho tantas veces antes. Y se movió para hacerlo.
—Cuando supe a tu madre embarazada por primera vez —comenzó el científico deteniéndolo en seco de acercarse para abrazarlo—, le pedí me dejara hacer algunas pruebas. No podía creer que fuera posible… Ella me dejó hacerlas y supe que llevaba gemelos —dijo el hombre, sin verlo, sonando como si le costara trabajo decir las palabras.
Pero a él, las palabras lo hicieron tensar el cuerpo y apartarse un paso. Cualquier pensamiento de otro tipo, olvidado en su mente. No sólo había sido la mención de su madre —era un tema que no recordaba haber tocado con Urahara. Jamás—, era el tono… la mención a un gemelo. Aunque le sorprendían esas palabras, sentía que éstas llevaban algo parecido al borde de su consciente y su inconsciente. Pero no podía identificar el porqué.
—… Isshin-san y los médicos humanos dijeron que sólo había un bebé —siguió el científico, sin saber que se había perdido un tanto de las palabras—. Creo que uno de los embriones estaba atravesando por un suicidio de alma y terminaron uniéndose ambos para salvarse entre ustedes. Como cuando un virus se hospeda en otra célula para sobrevivir y terminar tomando posesión de la célula hospedataria, un embrión se hospedó en el otro. Mi pimera teoría es que tu hermano se hospedó en ti para que uno, o los dos, sobrevivieran ese suicidio de alma.
—Si eso es cierto y tengo un hermano, llamarle "virus" es demasiado —soltó sin pensarlo. Se sorprendió primero por las palabras tan seguras que había dicho, luego por el tono de amonestación en su voz y al final por esa necesidad visceral de proteger a un miembro de su familia.
Urahara lo volteó a ver de inmediato; contrición en su mirada.
—Lo lamento, tal vez fuiste tú quien lo absorvió para salvarlo —dijo con una ligera inclinación de cabeza como disculpa—. Siento haberte llamado "virus", Shiro —terminó el científico, aun en posición de disculpa.
—¿Por qué lo llamas "Shiro"? —soltó con acero en la voz. Y, notó, era un acero muy diferente al que sonó cuando protegía a su hipotético hermano.
Estaba sinceramente fastidiado por escuchar que el hombre frente a él llamara a su hipotético hermano de una forma tan familiar.
—¿Uh? —respondió Urahara ladeando la cabeza sinceramente confundido y sonrió un instante después—. Tú eres "Kurosaki-kun", él es "Shirosaki-kun"; "Shiro" cuando tiene momentos tiernos.
—¿Cómo? —soltó con un ápice de furia y el resto de sarcasmo—. ¿Él es "Shiro" y yo soy "Kurosaki-kun"? Gee, gracias; Urahara-san.
Se puso de pie para marcharse de ese lugar y dejar de ver a Urahara-san cuando sintió la mano de éste deteniéndolo por la muñeca. Se resistió a verlo y se soltó del agarre con un jalón de su brazo.
—¿Un poco celoso, Rey? —se burló el cretino dentro de su cabeza.
—Pésimo momento para hablar —respondió para el otro—. Además, tú y yo tenemos que arreglar eso de "hermanos".
—No hay necesidad del sarcasmo, "hermanito" —siguió… la voz sonando a que tenía una maldita sonrisa sarcástica pegada a su cara blanca—. Tu novio y yo sólo… nos conocimos un poco más.
—¿De qué hablas? —le gruñó.
—Querías que no hablara, ¿no? —le respondió el Hollow y, claramente, pudo sentir que el cretino se encogía de hombros mientras lanzaba una carcajada clásicamente psicópata y se retiraba a lo mas profundo de su mundo interior.
Gruñó a causa del dolor de culo en su cabeza y enfrentó a Urahara-san con la mirada.
—¿Qué te hizo "Shiro"? —y no pudo evitar del todo la nota sarcástica al repetir el apodo cariñoso.
—Sólo tuvimos una charla —dijo Urahara con su tono más tranquilizador. Y eso lo obligó a entrecerrar los ojos con sospecha.
—De nuevo no te creo —soltó, tentado a buscar en los recuerdos de su cuerpo para enterarse de lo que le ocultaban—. "Shiro" puede no ser un dolor de culo todo el tiempo, pero no lo quiero cerca de la superficie. Es más peligroso que yo.
—Kurosaki-kun —lo reprendió suavemente mientras se acercaba para tomarlo por los hombros.
La calidez del toque lo reconfortó más de lo que quería admitir, y eso hizo que casi golpeara al hombre con el puño. Se detuvo a tiempo al ver un moretón en la piel blanca que dejaba visible el cuello del samue. Todo en consideración, lo único que hizo fue voltear la mirada para no ver los ojos que indagaban en él.
—Esto no puede ser por un nombre, ¿cierto? —comenzó el otro sonándole, la voz, cálida—. ¿Quieres que te llame "Kuro"? —ofreció el hombre con incredulidad.
Su reacción fue más sincera que cualquier palabra que hubiera podido responder: un escalofrío lo cruzó por entero y era uno casi de aberración. Así no era como quería ser llamado; menos por la voz del hombre que había sido su amante tantas veces.
—"Ichigo" es suficiente —respondió aún sin mirar al otro.
El carraspeo de Urahara lo obligó a mirarlo al fin. Lo encontró sonrojándose y volteando la mirada para dejar de verlo. Tan extrañado como estaba por esa reacción en el hombre, se encontró deseando aprovechar la oportunidad.
Tomó la quijada de Urahara con la zurda para obligarlo a verlo de nuevo y su mano fue apartada con un golpe del maldito abanico que protegía al tendero de mostrar sentimientos. ¿Cuándo recuperó esa maldita cosa?, se preguntó fastidiado.
—Shirosaki-kun no es un peligro. Así como tú tampoco lo eres —dijo Urahara con una mirada severa y un tono de seriedad en la voz.
Quiso burlarse de eso, de las palabras; de la seguridad que imprimía en ellas.
—¿Tanto confías en mí… en nosotros? —rezongó con sarcasmo.
No se perdió el cambio en el gesto del hombre frente a él, algo había estado allí antes que cubriera su rostro con el abanico. Algo que le molestó más que el apodo de su "hermano", algo que le dolió —aunque no quisiera aceptarlo—.
—Tengo que seguir leyendo —soltó el científico mientras le daba la espalda y volvía a su libro viejo.
Lo dejó ir mientras tragaba ese nuevo pedazo de mierda: Urahara no confiaba en él. Y eso lo hacía "Urahara" y no "Kisuke".
Viendo la espalda enfundada en un haori negro quiso sólo poder dar media vuelta y dejar solo a Urahara. Pero tampoco quería huir. Y eso era lo que haría si se marchaba en ese momento.
Buscó tranquilizarse y tranquilizar la mente. No sabía qué había hecho o dejado de hacer para que Urahara no confiara en él… y, aunque deseaba poder mentirse diciendo que no le importaba, tenía una insistente necesidad de probarlo equivocado. Necesitaba tener esa confianza que no le era dada… aunque fuera injusto para el científico.
Aquella espalda vuelta le recordó un fragmento de otra vida, una con un Kisuke que aún vivía en su tienda de barrio. Un Kisuke que sólo podía ser sacado de sus investigaciones a fuerza de una voluntad más grande. En ese fragmento, ninguno de los inquilinos había podido lograr aquello, sólo él: Acercándose a la espalda del tendero, abrazándolo por la espalda y mordiendo su cuello antes de lamer el lóbulo de la oreja o acariciándolo por el costado hasta llegar a la cadera y bajando hasta su entrepierna. A veces llamándolo pervertido mientras lo hacía reaccionar a sus caricias aunque su mente estuviera prendada de algo más, siempre lograba distraerlo.
Recordó un fragmento más. En éste, paseaban por Karakura en la madrugada; Kisuke habiéndolo sorprendido al usar unos jeans y una playera común pero viéndose más sexy que en sus ropas tradicionales. Caminaban por una calle desierta cuando él metió la mano en el bolsillo trasero de esos jeans con la excusa de calentarse… y lo había logrado, de una forma diferente, mientras terminaban su recorrido de esa forma.
Podía diferenciar esos recuerdos de otras vidas más diferentes, pero no podía colocarlos en un… orden. Podía saber que en esa vida no había sido capitán de escuadrón pero no podía saber qué había sido del resto de los Shinigami a los que llamaba amigos, tampoco podía decir qué había sucedido para que llegaran a esa relación o lo que había sucedido después. Además de haberlo tenido de bajo y sobre él.
Recordaba las caricias en su cuerpo, la sensación de esas manos ásperas pero no rudas sobre su torso, en su cuello, en sus nalgas. Recordaba la sensación, tan igual en cada vida, de labios sobre los suyos; a veces mordiendo, a veces besando, a veces presionando únicamente. El calor del hombre cuando se enterraba en él, duro o exquisitamente lento; pero sintiendo a su alrededor la fuerza de esa entrada que había reclamado suya tantas veces.
Y tantas veces, en tantos fragmentos, había deslizado sus dedos en el interior del hombre para abrirlo y prepararlo para una invasión más… profunda. Había sido tomado, también, con delicadeza y con desesperación; con necesidad. Y había probado cada parte de Kisuke.
Se permitió sentir en la piel las caricias que le había dado a su amante. Sintió rozar con las uñas sobre la piel blanca e imaginó que sentía el escalofrío de su amante cuando la caricia la detenía antes de llegar a las nalgas. Los besos en el cuello de ese amante distraído siempre los había usado como el preámbulo para hacerle el amor; una mordida fuerte, para sexo salvaje.
Mientras veía esa espalda que lo ignoraba, se acarició el cuello como quería hacerlo con el de ese amante que no estaba frente a él. Se imaginó empujándolo delicadamente hacia el frente para dejarlo apoyado sobre la mesa, obligándole a dejar el culo a su merced. Quiso besarle la espalda hasta llegar a sus nalgas y preparar a su amante de la forma más pecaminosa que le había enseñado en cualquier otra vida: con la lengua. Porque, esa sensación húmeda y cálida invadiéndolo, —sabía por experiencia— era tan íntima que sólo se lo permitía a él.
Sintió su respiración agitarse con los recuerdos de las invasiones a su cuerpo. Apretó las nalgas cuando recordó la sensación de Kisuke entrando en él, de su culo siendo abierto mientras su cadera buscaba enterrarlo más en sus entrañas. La sensación en su vientre se volvió caliente por los recuerdos mientras se lamía los labios al recordar el sabor de su amante después de eyacular, o cuando lamía sus testículos.
Los recuerdos, tan caóticos que ya no podía saber si provenían de una o de muchas vidas, elevaron su temperatura gradualmente hasta dejarlo tan necesitado como aquellas otras veces.
Tocar y ser tocado. Controlar y ser controlado. Dominar y ser dominado.
—Detente, Kurosaki-kun —dijo este Urahara con un gemido.
—¿Qué estoy haciendo? —preguntó sorprendido, habiendo sido sacado de sus pensamientos de forma inmediata.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le devolvió la pregunta secamente, con una ceja arqueada, apenas habiendo girado media espalda para verlo de reojo.
—No lo sé —respondió sinceramente.
Y no mentía, él sólo había estado imaginando un placer pasado. No bien respondió, la atención de Urahara se concentró en él.
Se irguió con un gemido atorado en la garganta cuando una descarga eléctrica encendió la piel en sus costados. Abrió los ojos con sorpresa un segundo después cuando sintió los nervios de su cuello sentir algo que no estaba allí. Jadeó cuando la sensación de unas manos fuertes y pervertidas lo tomaron por las nalgas como si fueran a abrirlas para exponerlo a un amante. La sensación era… pura. Como nunca había sentido las caricias, porque éstas tocaban directamente sus nervios sin ser atenuadas por la piel. Y de alguna forma, aunque no lo supiera, supo que eso que lo provocaba era el reiatsu de Kisuke.
Se inclinó hacia el frente para permitir a ese amante que sentía bajo su piel seguir haciendo. Trabó su mirada con la gris de Kisuke y lo alcanzó a medias gateando a medias lanzándose a él. Necesitaba sentir el calor de esa piel o se volvería loco por la sensación electrizante dentro de él. Alcanzó los labios de su amante, demandando la atención que necesitaba, y lo tiró sobre el piso, aprisionándolo con su cuerpo.
Su mano fue directa al cabello rubio de su amante, quitándole el gorro en la caricia. Rozó con las uñas el cuero cabelludo y llegó tras la oreja; bajó la caricia al cuello y al torso mientras presionaba su erección contra la cadera de su amado. Gimió en los labios de Kisuke mientras aceptaba que nunca había estado tan necesitado de él como lo estaba en ese momento ni su cabeza tan libre de locura.
—Tómame, Kisuke —le susurró al oído antes de lamerle la oreja.
Acomodó su cuerpo para sentarse sobre la cadera del hombre y se frotó contra la erección que crecía gracias a sus atenciones.
Si no hubiera estado tan loco de deseo, hubiera sonreído victorioso por la reacción que causaba.
Vio a Kisuke tragando fuerte, lo vio negando con la cabeza en silencio… pero sin pronunciar la negativa definitiva. Sabía que su amado quería esto tanto como él, y —la silenciosa negativa— era sólo un deseo de hacerlo suplicar por las caricias.
—Por favor, Kisuke. Hazlo —suplicó imitando el movimiento de penetración y gimiendo en consecuencia. Lo vio morder las quijadas, con fuerza, resistiéndose a la súplica. Un segundo pensamiento cruzó su mente al verlo resistirse, pero no podía sólo marcharse en ese estado.
De alguna forma recordando algo que no conocía, expandió su reiatsu forzando éste a tocar a su amante como si lo lamiera. El control de las caricias lo sintió como pares de brazos incorpóreos que llegaban más profundo, que atravesaban la piel.
Kisuke recompensó su esfuerzo con un gemido y un movimiento de cadera que llevó la erección cubierta por el samue a presionarse contra sus nalgas igual de cubiertas. Lo besó en respuesta, enterrando su lengua tan profundo en su boca que sus dientes chocaron contra los del otro. El golpe de dientes lo llevó a morder el labio del hombre y a demandar, con su cadera, las atenciones por las que luchaba.
Las manos de Kisuke lo tomaron por las mejillas, deteniéndolo por un segundo.
—¿Qué vida crees que estás viviendo en este momento? —preguntó el hombre con un timbre casi adolorido, casi sufriente.
—Una en la que te necesito sentir dentro de mi —respondió girando la cara para besar una de las palmas de su amado.
—En esta vida no estamos juntos de esta forma, Kuro…
—Cállate, Kisuke —lo interrumpió con un beso dominante y necesitado.
Se sintió desesperado cuando el beso de Kisuke fue laxo y desapasionado. Sintió sus ojos arder con una insinuación de lágrimas y se resignó a abandonar su seducción antes que se convirtiera en… otra cosa.
Se separó del beso y detuvo el movimiento de su cadera. Sólo el sentir la diestra de Kisuke sujetando su muslo lo hizo quedarse donde estaba. Esperando. Atento al siguiente movimiento del hombre bajo él. Atento a cualquier cambio en la mirada sexual que le dirigía.
Cuando sintió el reiatsu de Kisuke tocando sus nervios de nuevo —aunque tentativa, casi inconscientemente—; cuando notó que el cuerpo de su amante decía más que su negativa, se atrevió a intentar una vez más.
Forzó su reiatsu a lamer la entrepierna de Kisuke, justo como sabía lo volvía loco. Como si lamiera desde su ano hasta la punta de su pene, pasando por los testículos y deteniéndose en el frenillo. Su amante gritó desgarradamente por el placer puro que le daba la caricia.
Kisuke lo tomó con fuerza por el cabello, jalándolo, deteniéndolo, acercándolo. Y él ya no sabía qué esperar.
—¿Cómo quieres ser tomado? —preguntó con la voz ronca y espesa por la intención sexual.
Eso lo obligó a entrecerrar los ojos.
—¿Cómo quiero...?
No lo sabía en verdad, sólo sabía que lo necesitaba de cualquier forma en que pudiera tenerlo.
—En esta vida es la primera vez que te va a tomar un hombre —le dijo Urahara sonando casi dulce, con una sonrisa tierna pero adolorida—, y escogiste al peor para hacerlo. ¿Me quieres siendo dulce contigo? —preguntó mientras le acariciaba la mejilla—, ¿duro? —siguió mientras lo sujetaba por los muslos para chocar la cadera contra sus nalgas—, ¿extremo? —siguió mientras lo dejaba sobre su espalda con un fuerte golpe en el piso, cambiando sus posiciones para quedar sobre él—. ¿Cómo si fuera tu amante? —terminó con un susurro en su oído y depositando un suave beso en el cuello.
—Ven tal como eres —le respondió abrazándolo por la nuca para mantenerlo pegado a su piel.
No lo quería de otra forma.
Y Urahara, aún sobre él, gimió bajo mientras parecía perder la fuerza en sus brazos sólo para tensar los músculos de nuevo. Sintió que ese último resquicio de duda en el rubio se rompía cuando lo besó. No era un beso salvaje o apasionado; comenzó lento, delicado, y en seguida cobró intensidad obligándolo a jadear con el placer que se seguía acumulando en sus partes bajas. Rompió el beso para lamer el cuello blanco sobre él y llevó sus manos a los nudos que ataban el samue sobre el cuerpo ajeno. Abrió la prenda sin querer concentrarse en las marcas que Benihime había dejado sobre piel blanca, pero acarició moretones y laceraciones con un toque cuidadoso pero firme. Kisuke siseó ante el toque respondiendo a la caricia con una mordida en el hombro. Gimió para indicarle cuánto le gustaban esos dientes sobre su piel y, contrario a lo que esperaba, el hombre sobre él detuvo sus caricias.
—Tómame a mí, yo… tengo miedo a romperte —susurró con un miedo que nunca le había escuchado en la voz—, a… herirte más.
Sintió su garganta apretarse en un nudo. El miedo, la vulnerabilidad, que escuchaba en Kisuke le hizo doler el pecho por el rubio. En ese momento, ningún fragmento de vidas vividas llegó a su mente para explicarle la razón del tono. Sólo podía imaginárselo creyéndolo débil a él; o creyéndose inadecuado de alguna forma como para ser encontrado en igualdad de posición y fuerza. Al final, sabía que el hombre sobre él mantenía ese complejo por su inteligencia y sus tendencias más extremas… tal vez incluso hasta por la fuerza que tenía.
—Me das mucho crédito —dijo con una sonrisa cáustica—. Ya estoy roto; tengo heridas y el dolor de miles de vidas. Lo que tú me das es todo lo contrario, Kisuke —siguió con la voz quebrándosele—. Tú mantienes las partes unidas.
Cuando dijo aquello, volteó la cara para esconder las lágrimas que sentía anegando sus ojos. No quería que ese hombre lo viera más débil de lo que ya lo había visto. Cerró los ojos con fuerza, demandando que esas lágrimas se detuvieran. Y sintió los labios de Kisuke sobre sus párpados cerrados.
El gesto le valió relajarse suficiente como para comenzar a sentir las caricias de Kisuke sobre su piel. Con un cuidado casi reverente le desanudó el cinturón de la yukata y abrió la ropa para dejar expuesta su piel. Le besó el cuello casi amorosamente mientras acariciaba la piel de la cadera y de las piernas.
Estas no eran caricias apresuradas, no eran caricias demandantes. Cuando sintió la lengua del hombre lamer su pezón, su espalda se arqueó pidiendo más de aquello que le era dado. Acarició el costado de su amante para comenzar a desnudarlo igual de lento y cuidadoso como las atenciones que él recibía. Kisuke le ayudó moviendo el brazo derecho de su piel para quitarse la manga de la prenda y, una vez libre, usó los dedos para imitar en su otro pezón lo que la lengua hacía en el primero. Apenas dándose cuenta que le dejaba todo el trabajo al otro, llevó sus manos a desatar el nudo en los pantalones verdes. La mano de Kisuke detuvo la suya y su boca se separó de su pezón para rozar sus labios con un ligero beso.
—No, no, no. No hagas travesuras, Kurosaki-san —dijo el rubio con un tono cantarín que lo amonestaba como si lo hubiera encontrado comiendo el postre antes del platillo principal.
—Quiero tocarte —dijo con necesidad permeando en su voz.
—Se bueno un poco más —dijo sencillamente, para terminar su orden velada con un beso sobre su sien—. Apenas estamos comenzando, Ichigo.
Gimió por su nombre en los labios de Kisuke e intentó obedecer las palabras del otro. Distrajo a sus manos acariciándole los hombros y abrió las piernas para él en cuanto sus manos tocaron su entrepierna.
La sensación de las uñas de Kisuke rozando su cuello, torturando su pezón y acariciando su entrepierna al mismo tiempo lo llevaron a un estado de necesidad que creía calmada hasta hacía poco. Pero algo se sentía mal. Tratando de atravesar la neblina de pasión en su cabeza intentó indagar qué de eso se sentía mal. Su cadera se lanzó hacia arriba, buscando la erección de Kisuke cuando la mano del hombre le acarició también los testículos con un apretón cuidadoso. Su boca se abrió en un grito mudo cuando sintió su culo ser abierto delicadamente por un dedo que exploraba por debajo de su ropa interior. Su respiración se agitó, sorprendida y lujuriosamente, cuando sintió la mano de Kisuke acariciar la piel que había sido besada en su cuello.
O el hombre tenía cuatro manos, o estaba usando reiatsu para volverlo loco de una forma a la que podía darle la bienvenida en cualquier momento… se dio cuenta cuando abrió los ojos y localizó las manos materiales del rubio.
Entrecerró los ojos con un ligero gesto de reto y devolvió las caricias directamente sobre los nervios del hombre. Kisuke ahogó un gemido antes de devolver la mirada con un reto provocador.
—Dijimos que nada de travesuras, Kurosaki-kun —amonestó con su tono cantarín recubierto por una sensualidad profunda—. Me parece que estás buscando un castigo, ¿no?
Un quejido de súplica delató la excitación que sintió ante la amenaza. Kisuke alzó una ceja con sorpresa justo antes de sonreír de manera casi malvada. Sin darle oportunidad de reaccionar, el hombre sobre él bajó hasta besarle el miembro y de inmediato lo llevó completo a su boca. Sintió el fondo de la garganta de Kisuke en el glande y su cadera buscó enterrarlo más allá.
Las manos de Kisuke detuvieron el movimiento de su cadera mientras aquella lengua giraba y torturaba su longitud. Enterró sus dedos en el cabello rubio del hombre sin lograr comandar el movimiento que lo torturaba, sin saber si dejarlo seguir con lo que hacía o tomar lo que necesitaba. Algo presionó en su interior, casi golpeando de lleno en su próstata. Gimió y sintió el calor crecer bajo su piel, sus músculos tensarse y llegar demasiado cerca del borde mientras esa hábil boca lo succionaba con fuerza.
—Kisuke, voy a… —dijo con voz entrecortada.
El aviso le valió para que la mano del hombre apretara su miembro por la base logrando efectivamente detener su liberación. Frustrado por aquello, miró a Kisuke para verlo con una sonrisa de venganza pegada a la cara. Su estómago se cerró en un puño justo antes de recordar el "castigo" que le había prometido.
Su amante se separó de él para buscar algo, hasta encontrar el cinturón que había sujetado su yukata; y con éste amarró su pene en la base. Kisuke se puso de pie y lo miró hacia abajo, manteniendo esa sonrisa de venganza en los labios mientras sujetaba sus muñecas con el otro extremo del cinturón.
—Ahora compórtate, Ichigo. Vuelvo en un momento.
Kisuke desapareció por la puerta de la habitación dejándolo acostado sobre el piso, necesitado y con un dolor en los testículos que sólo podía comparar con el de una patada. Arqueó la espalda buscando algo… no la liberación que sabía no tendría hasta que Kisuke volviera, pero alivio, aunque fuera un poco.
El tiempo le pareció más largo mientras su corazón se aceleraba con anticipación. Kisuke le había dicho que no hiciera "travesuras" y lo estaba "castigando" por haberlo desobedecido. Y, mientras pensaba en liberarse a él mismo antes que el hombre llegara, también temía —y ansiaba— el castigo que obtendría por desobedecer de nuevo. Después de todo, siempre había sido malo con eso de la autoridad.
Giró su cuerpo para quedar acostado de lado, su erección cayendo libremente hasta tocar el piso con el glande. Sería tan fácil, pensó mientras movía su cadera para sentir un roce más en su miembro. Quería hacerlo, quería liberarse… tanto como quería sentirlo dentro de él. Y una cosa excluía a la otra. Si no obedecía esta orden, el juego terminaría; si obedecía, tendría su recompensa. Eso lo sabía del hombre que era su amante y, aunque el dolor en sus testículos le parecía más que cruel, le había dicho que lo quería tal cual era. Y era justo lo que estaba dándole: un Kisuke que actuaba libremente, uno que no se reprimía y que no intentaba complacer a otros. Y así lo complacía a él.
Cerró los ojos mientras esperaba, tratando de calmar —o aceptar— el dolor que también le provocaba su amante. La tensión en sus músculos estaba acabando con su paciencia, el sudor que sentía recorriendo su cuerpo lo sentía como una caricia más que lo torturaba lentamente.
Abrió los ojos cuando sintió el reiatsu de Kisuke acariciarle la cara.
—Bien hecho, Ichigo —dijo Kisuke con una nota de orgullo mientras volvía a su lado en el piso.
Reptó para acercarse hasta su amante recién llegado y besó su muslo cubierto por tela. Lo mordió ligeramente, sólo para que la caricia alcanzara la piel y no para lastimarlo.
Sin una palabra, Kisuke liberó sus muñecas y lo llevó al futón de la habitación. Lo dejó acostado sobre su espalda y abrió sus piernas cuidadosamente. Besó el interior de sus muslos una y dos veces y se separó de nuevo, ahora para desnudarse por completo.
Se lamió los labios cuando vio la erección del hombre en su completa envergadura. Las heridas de su bankai viéndose ya como cicatrices. Se maravilló una vez más con ese aspecto del poder del hombre y, como un bálsamo en su interior, sintió de nuevo esa conexión que sólo tenía con este hombre: ambos tenían un poder que se volvía contra ellos. Y así, sintió que un poco de su soledad desaparecía.
Los labios de Kisuke en sus testículos adoloridos lo hicieron olvidarse incluso de que pensaba. Su cadera se sacudió de nuevo con la mezcla de dolor y placer que le provocaba y aún más cuando sintió la humedad de su lengua trazando en círculo su ano. Gimió con lo intenso de esa intimidad y una vez más cuando sintió el dedo de Kisuke acariciarlo enseguida.
Aunque sabía lo que seguía y cómo se sentía, la intrusión de ese dedo en su interior se sintió extraña. Tentativa, pero no dudosa. Sintió el dedo entrar lentamente en él, la sensación quemando el músculo mientras entraba. Su recto siendo masajeado por el dedo lo llevó a agitar de nuevo la cadera buscando más. La sensación extraña de saber qué se sentía ser penetrado y sentirlo, de nuevo, en su cuerpo por primera vez lo estaba llevando a un estado francamente alterado. Lo quería… lo necesitaba dentro de él en ese mismo momento, pero también quería vivir esa primera vez —el dolor y la plenitud de tener a este Kisuke dentro de él—, gozándolo como una nueva experiencia.
Gimió desesperado y frustrado. Sintió a Kisuke detenerse en su exploración.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
—Kisuke —suplicó sintiendo el sudor correr por su frente; los músculos de su cuerpo tensos—. Es la primera vez de este cuerpo pero no la mía. Te necesito YA.
—Déjame disfrutarte, Ichigo —pidió el científico haciéndolo lloriquear de frustración.
Estaba a punto de lanzar golpes y romper algo sólo por esas palabras. Sólo porque quería darle lo que pedía pero también por recibir lo que necesitaba. Y no había punto medio entre los dos deseos.
—No más —lloriqueó de nuevo sin poder quitar del todo la frustración en el tono.
Kisuke frunció el ceño, asintió pesadamente, le besó el hombro y se alejó de él viéndose conflictuado y furioso.
—¿Qué mierda haces ahora? —gruñó casi gritando.
—Deteniéndome —dijo con la voz resignada, violenta y casi amargada.
La reacción que tuvo a su palabra fue la furia remanente de la frustración. Lo tomó por el hombro para jalarlo al futón y quedar sobre él a un palmo de su cara. A la mierda que el hombre se hubiera golpeado la cabeza en el suelo por la violencia del jalón; se lo merecía.
—No te detengas, maldita sea. Sólo déjame eyacular —gruñó violentamente.
La cara de Kisuke enrojeció de inmediato, unos cinco tonos de rojo, mientras sus ojos se abrían y brillaban con comprensión. De inmediato sintió las manos de Kisuke sobre la tela que lo restringía en su liberación. Lo sintió trabajar sobre el nudo que había hecho y pronto sintió la libertad en su miembro y las manos de Kisuke tocándolo de nuevo.
Enterró la cara en el ángulo del cuello y hombro de Kisuke y apenas necesitó más estimulación para correrse con un grito sobre el hombre bajo él. Se desplomó sobre el cuerpo de piel pálida; una sonrisa apacible de vuelta en su rostro. Besó el cuello de Kisuke.
—Gracias —suspiró—. Ahora puedes seguir con lo que hacías —siguió, sonando saciado pero anticipando lo que seguía.
La respuesta de Kisuke la recibió en forma de una risa baja que acarició su hombro.
—Lo siento —dijo su amante culposamente divertido y besándole el cuello en la misma disculpa.
—Disfrútame, Kisuke. Porque, te advierto, no has terminado conmigo —retó, besándolo como él lo había besado al principio: sin apresurarse, pero encendiendo un fuego que quemaba lento en las entrañas.
—¿De vuelta a tu espalda? —sugirió Kisuke con una pregunta, pero un brillo travieso en los ojos.
Le sonrió a su amante mientras lo obedecía de nuevo.
Kisuke resumió su labor de investigación justo dónde la había dejado: con un dedo enterrado profundo en él.
Cuando insertó el segundo, la sensación de algo húmedo y frío lo hizo saltar sorprendido. Sólo después comprendió que había cubierto sus dedos con algún tipo de lubricante y se preguntó de nuevo si por eso lo había dejado esperando antes.
No preguntó, para no romper el momento sensual, y Kisuke no explicó. Estaba perfecto por su parte. Alzó la cadera buscando guiarlo más adentro y lo supo riendo entre dientes.
—No me apresures, Kurosaki-kun —habló con su tono cantarín mientras le besaba una rodilla—. Te estoy disfrutando.
Tuvo que aceptar, al fin, que no le daría lo que quería cuando lo quería; se lo daría bajo sus términos. Esa dulce tortura a la que era sometido sólo prometía dejarlo listo para la camisa de fuerza.
—Me vas a volver más loco de lo que ya estoy —dijo con ácida diversión, pero sin ácido en las palabras.
—Sigues demasiado apretado —respondió llanamente.
—No vas a hacer que me relaje haciéndome lo que haces —soltó en un reto sensual.
Kisuke soltó un medio gruñido medio gemido mientras se acercaba hasta besarlo sin salir de él, agradeció el movimiento consecuente mientras abría los labios para él y le lamía el paladar.
—Eres un peligro en la habitación, Ichigo —amonestó con una sonrisa lasciva.
—Y eso lo tomo como un cumplido —rezongó orgulloso mientras movía la cadera y se tensaba alrededor de los dedos en él.
Kisuke enterró un tercer dedo en su entrada y, reconociéndolo desesperado por primera vez, sintió la anticipación quemar desde su vientre hasta sus testículos. Sintió la pérdida de aquello que lo llenaba y, unos segundos después, sintió el miembro de Kisuke apretarse en su entrada. Su amante lo besó mientras entraba lentamente en él.
Gimió en el beso aceptando la sensación de invasión y la quemazón que podía confundir fácilmente con dolor. Se apoyó en sus talones para elevar la cadera y apresurarlo. Gruñó cuando lo sintió llenándolo por completo y mordió las quijadas antes de acompasar su respiración.
—Estoy intentando ser gentil contigo, Kurosaki-san —dijo con el mejor tono cantarín que pudo disimular entre la excitación que permeaba en su voz.
—Ya has sido suficientemente gentil, y algo sádico; quiero que me des tu parte más apasionada, Kisuke —pidió sencillamente.
Y Kisuke le dio también eso.
Se deslizó fuera de él casi por completo sólo para enterrarse de nuevo en un solo movimiento. Entró y salió de él sin compasión y sin mesura. Lo besó salvajemente mientras él enterraba sus dedos en la espalda pálida. Lo abrazó para permanecer pegado a su cuerpo mientras lo recibía una y otra vez. Gritó su placer cuando su amante atacó su próstata de nuevo y cuando le mordió el hombro. Le clavó las uñas en la espalda que antes abrazaba y abrazó con las piernas la cadera que lo empalaba deliciosamente.
Sus estocadas se volvieron frenéticas y se corrió al fin cuando sintió el calor de Kisuke derramándose en su interior.
—¿Estás bien, Ichigo? —preguntó el hombre sonando preocupado entre los jadeos por recuperar el paso de su respiración.
—Más que bien, Kisuke —respondió en un susurro agitado mientras lo besaba de nuevo.
Se relajaron sobre el futón sucio con sus fluidos. Bostezó saciado mientras se pegaba al cuerpo de Kisuke para quedarse dormido en pocos segundos. Después podrían llegar las recriminaciones por haber usado de nuevo al hombre.
Por el momento, sólo importaba el calor del cuerpo que lo abrazaba.
