Se sentó frente a la mesa baja rodeada de madera que era el lugar favorito de su hermano… tal vez sólo después de la habitación del rubio, y suspiró pesadamente.

Tras el entrenamiento, y hacer correr bastante sangre —principalmente la suya—, había tomado un baño para quitarse la sensación que aún podía recordar de aquella otra vida. Esa era una de las ventajas de no tener cuerpo: las memorias táctiles se adormecían hasta parecer olvidadas. Pero, de vuelta en control de un cuerpo, la sensación de sangre y suciedad sobre su piel le recordaba demasiado bien todos esos años de guerra, de muerte, de… porquería.

Agradeció mentalmente que el rubio siguiera entreteniendo a "las visitas" y que no estuviera ofreciéndole pasto hervido con la excusa de calmarlo. No podría aceptar más carga en las sensaciones de su cuerpo. Y estaba listo para volver al mundo interior de su hermano cuando un reiatsu y pasos sin sonido anunciaron la llegada de la última persona que quería ver.

Con una confianza que sólo un noble como él podía tener —una que cualquier otro llamaría arrogancia—, Byakuya atravezó la pieza para quedar frente a él.

Se resistió a reconocer la presencia del otro volteando la mirada a él, o hablándole siquiera. No es que al engreído noble le importara un carajo. Había venido por algo y lo obtendría de una forma u otra. Ese tanto lo sabía a la perfección del hombre.

—Le he estado dando vueltas a tus palabras, hollow —anunció no bien acomodarse frente a la mesa y remarcando el desprecio en el nombre que le daba—. Hablaste como si hubiéramos tenido una vida en común.

No pudo evitar asentir ante lo que escuchaba con esa voz. Le faltaba un tono más severo, una nota más grave por una cicatriz en la garganta; pero era la voz que se dirigía a él de forma furiosa, de forma cariñosa, de forma severa y hasta de forma relajada. Básicamente, era la voz de aquel quien bajaba murallas y barreras cuando estaban solos; cuando necesitaba fuerza… cuando el peso de su pasado lo doblegaba. Pero no era el mismo.

—A eso pueden sonar mis palabras —aceptó sólo para quedarse callado de nuevo.

El silencio se extendió entre ellos. El hombre frente a él, claramente, esperaba que siguiera hablando. Pero él no quería hablar, no tenía nada qué decirle o qué explicarle a un hombre que estaba tan decidida y claramente poco relacionado con él.

Y el noble pareció entender la negativa porque unos segundos después asintió y se levantó para marcharse. Una sensación, que su hermanito podía llamar ansiedad, lo consumió obligándolo a hablar, a mantenerlo aunque fuera un segundo más frente a él.

—¿Qué buscas viniendo a preguntar por esa otra vida? —dijo. Y, cuando el noble regresó a su asiento, una sensación de alivio inundando su cuerpo casi lo hace maldecir.

No perdió detalle del gesto en ese rostro que parecía esculpido en fino material. Ese rostro, que no tenía las marcas y cicatrices de batallas perdidas, entrecerró los ojos mientras pensaba. Detuvo la sonrisa que casi escapa por sus labios cuando se dio cuenta de cuán parecidos eran este Byakuya y el que había sido tanto para él.

—No estoy seguro —admitió el noble como pocas veces.

Suspiró ante la rara admisión de una vulnerabilidad en el poderoso noble.

—Es una vida de tantas otras posibles —concedió al fin—. En esa vida, la guerra contra Yhwach nunca terminó, vivíamos de batalla en batalla. El orden de las 13 divisiones fragmentado, unido en una sola división y con un solo objetivo: la sobrevivencia. En esa vida, en ese mundo, terminamos siendo más que hermanos de guerra.

—¿A qué te refieres? —preguntó sonando severo, pero la confusión se podía sentir bajo sus palabras y frío tono. Al menos él podía.

—No me lo vas a dejar fácil, ¿eh? —se quejó con sarcasmo. Lo último que quería hacer era contarle su vida a un completo extraño. Porque, por mejor calca que fuera de su amante perdido, era un extraño el que estaba frente a él—. Quería ahorrártelo en esta vida, Shinigami —devolvió el desprecio en el tono; pero realmente no tenía veneno en sus palabras.

Lo miró a los ojos. Por unos segundos se preguntó si le diría o no. Bien podía mentir, decir cualquier cosa para zafarse del interrogatorio que era incómodo en tantos aspectos. Pero no lo haría, decidió cuando el noble se quedó quieto como si le diera tiempo a organizar sus pensamientos, justo como su amante lo había hecho tantas veces. Una vez más era tratado como un chiquillo que necesitaba paciencia y disciplina… por un hombre que lucía idéntico; casi se ríe por eso. Casi se siente dolido por ello.

Y por eso quiso herirlo. Aún sabiendo y reconociendo que el hombre frente a él era otro, le habló como si fuera él aquel amante.

—Comenzaste una relación que llamaste nanshoku o shudo, no lo sé; siempre te gustó usar palabras raras —se burló débilmente—. Me enseñaste la estrategia que me faltaba, me enseñaste a dirigir mi furia y mi naturaleza a las batallas que tocaban a la puerta; protegiste mi espalda y me enseñaste a proteger la tuya. Me enseñaste todo lo que podía suceder entre dos hombres.

—Jamás confiaría mi espalda a un hollow —soltó con una mirada asesina.

—Tú no lo haces —devolvió con una sonrisa que sintió forzada en su cara—; él sí lo hizo.

—Ahora sé que mientes —rechazó de inmediato con voz plana—. En esta o en cualquier vida, nada podría hacer que olvidara mis preceptos.

—Ichigo lo consiguió, ¿no? —se burló. Aún recordaba esas primeras veces en las que su hermanito hubiera muerto si él no se inmiscuía en sus peleas—. Peleó contra tus "preceptos" para salvar a tu hermana.

La recompensa la obtuvo cuando el Byakuya frente a él apretó la quijada con frustración por la verdad del pasado.

—Jamás tomaría a un hollow como wakashu —arguyó con un tono definitivo.

Y quiso desquitarse por el desprecio que le mostraba. ¿Cuál era el problema de este Byakuya cuando había sido él quien presionara por el tema?

Sabía de antemano que sólo estaba abriendo heridas —que haría bien en dejar cicatrizar— por un impulso masoquista. E iba a tener que desquitarse con Ichigo por lo que se le estaba pegando de Getta-boshi. Con ese pensamiento feliz en la cabeza, cobró valor para defender la verdad de una vida que no tenía porqué haber expuesto. Y, además, defender.

—Me dijiste que Hisana murió a causa de tu reiatsu —siguió con tono plano también él—. Porque no lo podías controlar; por que tenías más del que ella podía soportar. Por eso nunca más te acercaste a otra; temías que sufriera por tu causa, tú sufrir cuando y si te enamorabas de ella.

—¿Por qué te diría algo como eso? —preguntó con una calma mortal y acero en la voz. La amenaza estaba clara.

Sonrió ante el tono que conocía de otro, el tono que indicaba estaba al borde de perder la compostura.

—Porque no me lo ahorraste a mí, nenja —respondió con un dejo de dolor mientras expandía su reiatsu hasta tocar el cuerpo del otro.

Usando la habilidad que había adquirido en esa otra vida dejó que su reiatsu lamiera las terminaciones nerviosas en el cuerpo del que no era su amante. Quería… Iba a probar su punto sólo porque el hombre frente a él —igual y diferente al mismo tiempo que su amante— lo estaba presionando por la verdad.

Y no se la iba a ahorrar más. No después que lo incitara a una pelea sin espadas.

Lo acarició justo en esa parte de la piel que le era más adictiva y se detuvo cuando el hombre soltó un suspiro y un jadeo tanto de sorpresa como de excitación. Lo vio tragar fuerte, vio el brillo de sorpresa en esos ojos acerados que le decían todo a quien supiera leerlos.

—No te equivoques. Sé que tú no eres el guerrero que me enseñó un camino de honor, disiplina y amor viril —dijo secamente, también hechándole en cara que hubiera confundido su propia situación—; no eres el Byakuya que estuvo a mi lado en contra del mundo mismo en aquella otra vida. Así que no me vuelvas a presionar para conocer otros detalles. Yo no soy tan "amable" como para evitarte las respuestas —terminó poniéndose de pie y marchando fuera de la habitación.

En cuanto se sintió libre de la situación, en la que lo había metido una curiosidad nada extraña en un hombre como Kuchiki Byakuya, pudo respirar… hasta que su hermanito comenzó a gritar enfurruñado. Sonrió a la nada en el palacio, aunque le sonreía a Ichigo atrapado en su mundo interior, y se sintió con ganas de desquite por el dolor de cabeza que le estaba causando. En fin, cuando el dolor fuera insoportable, cambiaría con él y que él soportara lo que había causado.

Se encontró con los "invitados" en una pieza del palacio y sintió a uno más que apenas entraba a los pisos negros. No necesitó un segundo para reconocerlo y quiso lanzarse a la garganta de aquel. Sintió el aire desplazarse a su espalda, sólo para sentir la presencia de Byakuya allí. Cuando volteó a él, el hombre veía en dirección del reiatsu del Capitán Comandante. Con una maldición mental se sintió ser jalado de regreso al mundo interno de Ichigo. Esta vez no peleó por mantenerse en control.

Por fin se acercó a Hirako-san. Estaba ligeramente fastidiado y hasta un poco entretenido con las miradas de reojo que le lanzaba el capitán más bien frecuentemente. Era como si quisiera desnudarlo, aunque sin intención sexual. Entendía que el otro aún quisiera seguir con la conversación que habían dejado… pendiente. No que a él le entusiasmara seguirla.

—Veo que estás mejor —le dijo el capitán cuando lo alcanzó.

—Te dije que no era nada —respondió con naturalidad mientras cubría una carcajada con su abanico.

—Ichigo se ve mejor —aseveró el Vizard.

—Tiene días mejores que otros.

—¿Aún se le va la cabeza? —interrumpió Abarai-kun.

—Sigue sobre sus hombros —respondió intentando tomar la pregunta como una broma y así respondiéndola.

—¿Estás seguro? —inquirió Kuchiki-san con un brillo travieso en los ojos.

La sonrisa que acompañaba ese brillo de travesura en los ojos de la pequeña capitana le advirtió de qué hablaba, qué recordaba y porqué se lo decía. Sin querer pensar demasiado en el trasfondo de la frase, sonrió también a la Shinigami.

—En un mundo de locos, todos estamos tan cuerdos como podemos.

—Lo dices como si…

Kuchiki-san se vio interrumpida por una presión espiritual que casi la lleva a sus rodillas. Los que pudieron moverse, voltearon a las puertas del palacio.

Recortado por la luz exterior la figura responsable de aquella presión espiritual se dibujó hasta quedar a unos metros de ellos.

—Vaya, vaya. ¿Quién diría que encontraría a tantos capitanes y tenientes en este lugar? —comenzó Kyoraku-san fingiéndose tranquilo. La presión espiritual que su furioso reiatsu causaba, sin embargo, desmentía el tono que buscaba parecer imperturbable.

—Kyoraku-san —saludó también fingiendo algo. Él fingía la sorpresa y la animosidad que no sentía en medio de tal situación.

—Urahara-san —saludó el Capitán Comandante con un asentimiento de cabeza mientras volvía la atención a cada uno de los otros reunidos—. Capitan Hirako Shinji, capitana Kuchiki Rukia, capitán Muguruma Kensei, teniente Abarai Renji, teniente Hisagi Shuuhei, teniente Matsumoto Rangiku, teniente Madarame Ikaku, teniente Kira Izuru; capitán Kuchiki Byakuya. Recibirán el castigo pertinente a sus acciones —terminó mirando a Yoruichi-san como si quisiera hacer este castigo extensivo también para ella.

El Capitán Comandante no la mencionó en su castigo por dos simples razones: la mujer ya no era parte del Gotei 13 y ella pertenecía a una de las cuatro familias nobles; esa posición la dejaba con más razones para visitar el palacio del Rey Espiritual que las de Capitán Comandante.

—Pero… ¡Comandante! —rezongó Kuchiki-san de inmediato, lista para una batalla verbal con su superior.

—Kuchiki-san —advirtió en voz baja—, esta no es una pelea que puedas ganar.

—¡¿Cómo puedes decir eso, Urahara?! —gruñó la capitana.

—Mientras tanto, vuelvan a sus puestos —demandó el Capitán Comandante perdiendo su relajada apariencia e ignorando por completo que Kuchiki-san hubiera hablado.

—Puedes ser Capitán Comandante del Gotei 13 pero aquí no significa nada. ¡Ellos se quedan donde están! —tronó la voz de Kurosaki-kun con un dejo de odio que implicaba problemas.

Y sólo pudo cerrar los ojos con molestia ante la poco oportuna llegada del Rey.

—Kurosaki-kun —comenzó Kyoraku-san con un tono casi paternal—. Tantos capitanes y tenientes abandonaron sus puestos; tengo la obligación de venir por ellos.

Mientras sentía el reiatsu de Kurosaki-kun encenderse con una furia mortal, tuvo que detenerse a escuchar y entender las palabras que Kyoraku-san pronunciaba con deliberado cuidado. El hombre no quería encontrarse en la situación en la que estaba, pero el Capitán Comandante tenía que estar justo allí. Interesante.

—No te atrevas, Kyoraku —amenazó Kurosaki-kun—; o te quedas sin "tantos capitanes y tenientes" —casi se burló.

El joven, ingenuo y únicamente concentrado en proteger a aquellos que llamaba amigos o familia, estaba empeorando la situación. Y, algo le decía, lo hacía con el objetivo de provocar al hombre de alto rango más allá de su poca tolerancia a la autoridad.

—No puedes interferir directamente con los escuadrones —respondió Kyoraku-san con una mirada asesina que pocas veces había visto en el capitán. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando el hombre dejó de verse despreocupado y acercó las manos a las empuñaduras de sus espadas.

El poder de Kurosaki-kun no podría compararse con la experiencia de Kyoraku-san. Jamás lo haría.

—Pueden ser una nueva división 0 —se burló el rey sonando como si paladeara la victoria.

Se puso frente a él de inmediato, esperando dirigir la mirada agresiva hacia él y no a su objetivo principal. Necesitaba que la dura cabeza del hombre frente a él entrara en razón por sí misma porque, si buscaba calmarlo con un toque, en ese momento, el contacto físico sería tomado como la agresión que comenzaría una batalla que no tendría nada de entrenamiento.

Cuando Kurosaki-kun lo miró al fin, temió que su esfuerzo no lograra lo deseado sino lo contrario.

—Cálmate, Kurosaki-kun —ordenó Kisuke sacándolo un segundo de su furia.

—No lo hagas —amenazó entre quijadas apretadas pero volviendo a ver al Capitán Comandante.

En algún resquicio de su mente sabía que Kisuke sólo buscaba calmarlo. Lo que el científico y Shinigami exiliado no se había dado cuenta era que, en ese momento, sus palabras sólo lo hacían enfurecer más; sujetando a penas su necesidad de cobrar una muerte con otra, su autocontrol era precario. En ese momento, el que Kisuke estuviera deteniéndolo y buscando controlarlo, sólo le provocaba más furia ante la injusticia.

Enfrentado con el Capitán Comandante que había aniquilado a un inocente —y no a cualquier inocente, sino al inocente más importante que Shiro había tenido en sus vidas—… No iba a permitirlo.

Urahara no tenía idea de lo que estaba haciendo, tal vez él tampoco. Pero su cuerpo estaba reaccionando antes que su cabeza y, por una vez, felizmente dejaría que su mente se perdiera si con eso se vengaba de tal muerte.

—Kurosaki-kun, retírate hasta que estés calmado —le ordenó, ahora con un tono paternalmente serio.

—No te atrevas a tratarme como a un niño —logró responder entre la humillación y la indignación que ese tono habían causado en sus entrañas.

—Si te comportas como un niño, te trataré como a un niño —advirtió entonces, no dando un metafórico paso hacia atrás.

Y sintió claramente como su mente caía en un oscuro que era de furia e indignación.

Los ojos de Kurosaki-kun brillaron con una furia apenas contenida. Pocas veces lo había visto de esa manera, y ninguna sin una buena razón. Ahora, sin embargo, no encontraba una que diera vida a esa furia, a ese brillo que parecía anunciar un tipo de venganza que el joven no estaba acostumbrado a ejercer; pero que estaba a punto de impartir.

Cuando sintió esa furia ser dirigida a él, o a su comentario, y se supo el blanco del Rey pudo relajarse un poco. Ahora, habiéndolo distraído del primero lo lelvaría al área de entre…

El Rey llamó a Zangetsu a su mano.

Desenfundó a Benihime de inmediato. Su alma, presta para la batalla, entendía mejor que la gentil espada del joven lo que era la venganza y ya vibraba anticipando la deuda pendiente que tenía con el Rey.

—No quiero hacer esto, Kurosaki-kun; pero me estás obligando a hacerlo.

La única respuesta que obtuvo fue sentir la presión espiritual que emanaba de Kurosaki-kun elevarse hasta hacer pesado el aire que respiraban. Si los sonidos de asfixia y los jadeos desesperados por aire eran alguna indicación, el resto de los presentes comenzaba a sentir la verdadera fuerza del Rey; con suerte para Kurosaki-kun, aprenderían por fin a qué se refería el joven cuando les decía que era peligroso. Esa presión espiritual, sintiéndose como el doble de la que producía el Kenpachi en bankai, era apenas una fracción de la capacidad del rey.

Sin poder apartar la vista del hombre frente a él, tuvo que conformarse con ubicar al resto por los sonidos que producían. Sólo el capitán Kuchiki y el Capitán Comandante parecían mantenerse en pie.

El rey se aferró a la empuñadura de su alma y él hizo lo mismo.

Sintió el reiatsu de Kurosaki-kun elevarse aún más, ahora causándole a él estragos. Escuchó que a su espalda los Shinigami comenzaban a levantarse, habiendo dejado de sentir la presión espiritual que había crecido y no lo contrario. Cuando los aspavientos de éstos le dijeron que creían todo terminado, supo que los presentes corrían más peligro que nunca antes. A la espalda del joven vio al capitán Kuchiki dar un par de pasos hacia atrás, sus ojos abiertos con más miedo que sorpresa antes que pudiera controlar su reacción y a su mano de buscar su espada.

—Urahara —sonó la voz del Capitán Comandante con una tensión casi reverente.

No contestó siquiera.

—Baja tu espada, Ichigo —pidió de nuevo tratando de sonar reconfortante—. Por favor.

Y el rey desapareció.

Reaccionó, de inmediato llendo a Kyoraku-san, y detuvo el golpe de Kurosaki-kun con el filo de Benihime. El filo de Zangetsu rozando el cabello castaño sobre el parche.

—¿Por qué lo proteges? —rabió el joven—. ¡No sabes lo que hizo! —gritó a un palmo de su cara.

Ah, así que es eso; se dijo casi con alivio. Para eso sí tenía una forma de detenerlo; una cruel, pero efectiva.

—¡En qué vida! —lanzó, por primera vez sonando furioso.

Fuera el grito o las palabras, algo logró atravezar la bruma de furia del hombre frente a él. La fuerza que empujaba el filo de Zangetsu recedió lentamente. Kurosaki-kun respiró agitadamente y su cuerpo comenzó a temblar por la adrenalina, o la furia, remanente en su cuerpo.

—Es hora que se marchen —anunció al resto en un tono que no daba cabida a desobedecer—. Kyoraku-san, tenemos que hablar —dijo señalando la dirección de la sala de estar mientras sostenía a Kurosaki-kun por el hombro.

Las visitas comenzaron a marchar lentamente, casi como si intentaran ir en contra de la orden; pero ya no tenían importancia. En ese momento, en que Kurosaki-kun se veía perdiendo la cordura una vez más, el resto de los mundos le dejó de importar.

Kurosaki-kun se aferró a su antebrazo justo antes de lanzar un grito de rabia y desesperación que no había escuchado en tanto tiempo.

Cerró los ojos con fuerza antes de acercarlo a su cuerpo. Aún sin abrazarlo, su marco protegió al hombre destrozado hasta que él apoyó su cabeza en el hombro cercano. Suspiró entre el cabello naranja del hombre y apoyó su cabeza en contra de la de él. Respiró tranquilamente, esperando que una vez más el más joven acompasara su cuerpo con otro.

—¿Ichigo? —preguntó tentativamente.

En respuesta, el joven lo abrazó por la cintura.

Sabiendo que Kyoraku-san lo esperaba pero que no dejaría a Kurosaki-kun solo en ese momento, pasó su mano por la espalda ancha del hombre para calmarlo.

—Gracias —le dijo Kurosaki-kun mientras lo apartaba del abrazo.

Aceptó el gesto pero, antes de dejarlo ir, miró en sus ojos una vez más. El café de esos ojos se veía cansado durante la calma después de la tormenta.

—Ya no tengo furia asesina —dijo de nuevo, ahora con un rastro de sarcástica diversión—. El Capitán Comandante te está esperando —le recordó—, ve. Yo puedo entretenerme en otras cosas.

—Ichigo, no…

—Ve —ordenó tibiamente rozando sus labios con una caricia.

Vio a Kurosaki-kun dar media vuelta y marcharse, presumiblemente hacia la habitación real.

Sintiendo una punzada de vergüenza por la situación completa, marchó también en dirección del Capitán Comandante.