Por primera vez, creía, podía agradecer que se hubiera acabado una de esas vidas. Y es que, por más que quisiera a Rukia como a una hermana, a Renji como un mejor amigo y pudiera dar la vida por cualquiera de esa panda a los que llamaba amigos; haberse declarado gay en esa vida se había probado como un error. Al parecer nadie había entendido el concepto de "enamorarse de la persona, no del género" y habían comenzado a atosigarlo con una larga lista de hombres para "salir". Lo cual lo había dejado con un grupo de personas más interesados en su vida privada que en su trabajo de medio tiempo… actividad de caridad, por que no había recibido un solo yen por cortar las máscaras de los Hollow que buscaran comer almas en el mundo material. Había arruinado tantas citas a ciegas gracias a sus actividades como Shinigami Sustituto como para quedar en una lista negra —probablemente karmática— que parecía repeler cualquier otro intento de relación. Tuvo suficiente de esa vida cuando su padre comenzó a llevarle hombres a la casa. Y sólo pudo escapar de ésta cuando se escabulló bajo la tienda de barrio de Urahara para cruzar por aquella puerta a Soul Society… claro que ese algo había acabado mal y…

Ya estaba de vuelta.

Eso era lo que importaba. Y la lección de no volver a confiar su vida íntima a las personas que lo querían estaba gravada a fuego en alguna parte de su ser.

Tembló una vez más ante el recuerdo de lo que había sucedido en el Dangai y agitó la cabeza para apartar los pensamientos de aquello.

Se levantó de la cama como no recordaba hacer antes y salió de aquella habitación conocida para buscar a un Kisuke que no lo usara para experimentos de moda.

En la sala de estar, preparó su propio té y rebuscó las alacenas por algo de comer; encontró galletas de arroz que atacó de inmediato aunque desinteresadamente.

Buscó el reiatsu de Kisuke sólo para darse cuenta que seguía siendo malo para hacer eso a voluntad y lo siguiente fue elevar su reiatsu un poco para anunciarle al hombre que estaba despierto.

Se concentró en comer sus galletas de arroz mientras recordaba una vez más esa vida tan común que le parecía extraña.

La guerra contra Yhwach había terminado como en cada otra ocasión, Urahara había estado en las barracas del cuarto por un par de meses, pero se había recuperado de la batalla contra el Quincy; Rukia y Renji se habían casado y a las puertas del escuadrón 1 había llegado un Shinigami que no era, pero que parecía ser, Ukitake. Con la misma calidez en su poder, el Shinigami había sido diferente sólo en el color de los ojos, en su juventud y en la fortaleza de su cuerpo. Mayuri había sido tan desagradable como siempre pero estaba interesado en la clara semejanza del nuevo Shinigami y del que había muerto. Y todos parecían vivir en una relajada paz que le parecía aburrida después de años de constantes guerras. Y, sin enemigos contra quien pelear, se había sentido fuera de su elemento. ¿Cómo volver a una vida normal cuando él ya no lo era? Alguna vez había querido no ver espíritus, en cambio, se había lanzado de cabeza a ese mundo y era difícil salir de él.

Un sonido en la puerta de la sala de estar lo sacó de sus pensamientos. Se sorprendió de inmediato al ver al recién llegado.

—¿Byakuya? —soltó a medio bocado ganándose una mueca de desprecio del bastardo sin sentimientos.

—Vine a hablar con tu Hollow… con Shirosaki —dijo llanamente.

—¿De qué quieres hablar con él? —soltó, de inmediato alerta como si para una batalla.

—No es tu asunto, Kurosaki —devolvió el cretino frente a él con sus maneras altivas.

—No vas a hablar con él —aseveró apenas logrando contener un gruñido en el fondo de su garganta—. No te lo voy a permitir.

No bien las palabras salieron de su boca, sintió un mareo conocido que lo llevó —a la fuerza— hasta su mundo interior y de cara a su gemelo blanco.

—¿Qué crees que haces, Kuro? —gruñó Shiro, sus caras separadas por un palmo de distancia.

Se cruzó de brazos sólo para poner un poco de espacio entre los cuerpos y para alejarse de la vida que esos ojos negros habían comenzado a mostrar.

—No voy a dejar que ese idiota te lastime más —respondió al fin—. Y deja de llamarme "Kuro".

Shiro suspiró fastidiado y, en su cuerpo, sintió como si el otro hubiera querido llevarse una mano al rostro con exasperación. Él alzó una ceja para indicarle que no cambiaría de opinión y que bien podían pelear para encontrar un ganador. Él tampoco iba a ceder.

—Este Byakuya no me ha hecho nada.

—Igual es un "no" —dijo fiera y tercamente—. Y cuando yo quería algo tú siempre me lo pusiste difícil.

Vio a Shiro suspirar una vez más y pareció que había ganado la contienda de voluntades. Su gemelo lo sorprendió de nuevo.

—Escuincle —dijo el Hollow con resignación y sólo entonces sonrió un poco—. Los berrinches en hombres adultos no son atractivos.

Golpeó la frente de su hermanito con un dedo logrando que éste se viera aún más fastidiado, pero no comenzó a gritar. Sólo por eso, podía ceder un poco.

—Bien —dijo al fin—, mientras te comportes como un adulto maduro, puedes estar ahí si quieres. Pero no te metas en la conversación, Kuro —advirtió antes de abrir los ojos.

Rodeado por el escenario del palacio vio de frente al Shinigami que debería estar demasiado aburrido con su propia vida como para indagar en otra. Movió sus hombros, o mejor dicho: el hombro izquierdo del cuerpo que habitaba, y se sintió acomodándose en los músculos.

No era completamente incómodo compartir cuerpo con Kuro, pero si era una experiencia rara. En ese momento Kuro y él no sólo eran gemelos, se sentía como si, además, fueran siameses. Casi se ríe por el sarcasmo de su pensamiento, pero se controló cuando la presencia de su hermanito lo regresó al momento del que quería escapar.

—¿A qué viniste? —preguntó al noble para sacarlo de un estado de sorpresa que se veía sólo en sus ojos abiertos y su postura rígida.

—¿Qué sucede con tu cuerpo? —preguntó el noble con la voz sonándole casi dulce por la sorpresa.

Sintió a Kuro sorprenderse por el tono de voz de aquel a quien creía un "bastardo sin sentimientos" mientras que él sólo podía sentirse aliviado con ese cálido tono no resguardado.

—¿Qué quieres saber ahora? —le preguntó al noble dejando escapar el más mínimo tono de sarcasmo.

—El resto —dijo Byakuya simplemente.

—Te advertí que no te evitaría las respuestas —devolvió con un grado de amenaza.

—Cuento con ello —devolvió el hombre frente a él.

Suspiró pesadamente y cerró los ojos para poner los recuerdos de esa vida en orden. Cuando supo por dónde comenzar, lo hizo sin preámbulos.

—Desperté tiempo después que Kuro perdió contra Yhwach. El Quincy asumió el papel de Rey Espiritual y desdibujó el límite entre vida y muerte para aquellos a los que sentía merecedores de su "bondad"; pero de eso me enteré hasta después. Los Shinigami que sobrevivieron se reunieron para sobrevivir, pero siempre eran encontrados; poco a poco los números se redujeron. Los tres mundos estaban destruidos: humanos muertos, Hollow esclavizados para servirles como carne de cañón, o peor: como experimentos —se le cortó la voz ante el recuerdo de lo que había visto como resultado de esto—, los Shinigami quedaron como una raza en peligro de extinción. Zaraki me entrenó, Soi Fon me entrenó y, por alguna razón que siempre desconoceré, aceptaste entrenarme aunque no querías hacerlo. Cuando nuestra pequeña comuna fue traicionada por uno de los nuestros —dijo con rabia, pero con la suficiente cordura para evitarle el nombre del traidor de la piña roja en la cabeza que no había hecho nada malo en esta vida—, todos perdimos un poco la cordura. Kyoraku no confiaba en mí, pero Byakuya… —carraspeó para continuar— él me llamó su wakashu uniéndonos en honor y deber. Más tarde, también unió nuestros cuerpos —siguió mientras desviaba la mirada al suelo al recordar esas circunstancias. De lejos habían sido las más deseables, pero extrañamente se ajustaban a la personalidad que descubrió del noble guerrero—. Rukia y Shinji desaparecieron del grupo y fueron llamados traidores también. Acepté la orden de cazarlos como tal; y te puse en la posición de tener que hacerlo —soltó un sonido entre risa y burla por ese error—. Kyoraku estaba tan cegado en su ira contra los "traidores" que no temió enviarnos a buscarlos; quería sentar precedente para aquellos que pudieran pensar siquiera en la idea de traicionar al grupo de nuevo. Nos guiaste… Nenja nos guió por Soul Society y por Hueco Mundo en una búsqueda inútil; en una búsqueda sólo para ganar tiempo. Cuando ya no pudo evitarlo, fuimos al mundo material. Shinji había llevado con su amante a Rukia; probablemente para que Urahara asistiera el parto de la mujer —tragó fuerte el nudo en su garganta y parpadeó para evitar que las lágrimas salieran por el ojo izquierdo de ese cuerpo—. Mató a su hermana para cumplir la orden que yo había aceptado seguir, pero salvó a mi hijo mientras mataba a la madre… justo antes que los Quincy arrebataran a la criatura de mis manos.

Cuando intentó seguir hablando, se encontró con que no podía más. Incluso habiendo dejado en sus recuerdos los detalles de esos entrenamientos; las causas, las consecuencias, los días y las noches junto a un cuerpo cálido, los sentimientos y la rabia. No podía hablar más sin terminar de quebrarse en llanto y en alma.

—¿El hijo…? —sonó la voz de Byakuya severa, pero intranquila.

—Fue llevado con el resto de los Hollow —interrumpió Ichigo por primera vez. Y, aunque le había advertido que no lo hiciera, en ese momento se lo agradecía.

—¿Por qué no lo rescataste? —demandó Byakuya con una mezcla de emociones bajo ese tono frío.

—Clavaste tu espada en este cuerpo para, una vez más, cortar el acceso a nuestro poder —respondió antes que su hermanito intercediera de nuevo.

—¿Por qué haría eso? —refutó el noble.

—Sólo puedo creer que fue para salvar mi vida —respondió llanamente, pero cargando la culpa de tantas otras cosas.

—No puedo creer eso —soltó el noble con una mirada pesada que él no pudo sostenerle—. No es una estrategia plausible.

—Entonces es algo que nadie sabrá —rezongó como Kuro solía hacer.

El silencio entre ellos se extendió tanto tiempo que parecieron ser horas. Byakuya se levantó entonces, tal vez consciente de que ya no había nada más que decirse entre ellos. Se retiró tan silencioso como siempre. Y, si estaba pensando en lo que había escuchado o si había satisfecho su curiosidad, sólo el noble lo sabía.

—¿Por qué no le dijiste el verdadero final? —demandó Ichigo con rabia contenida.

—Al parecer, convivir contigo me está haciendo débil —respondió con sarcasmo antes de regresar al mundo interior de su hermanito, donde no tendría que sentir lo que en ese momento.

Con la rabia aún en la boca del estómago, aceptó el que Shiro se retirara hacia el interior de su mente y se quedó sentado, viendo el lugar que el bastardo sin sentimientos había abandonado. Sabiendo que sólo el deseo de su hermano le impedía romperle la cara a Byakuya, se quedó con los puños apretados y los brazos temblando para no alcanzar al maldito bastardo con Zangetsu a la zaga.

—¿Ichigo? —sonó la voz de Kisuke llegando a su lado.

La cercanía del hombre lo relajó un poco y el brillo en sus ojos le dijo que había escuchado al menos una parte de la historia.

—¿Cuánto escuchaste? —preguntó a quemarropa.

—Lo suficiente como para querer preguntar por el verdadero final —dijo Kisuke en voz baja y confidencial.

—Cuando se llevaron a su hijo, Byakuya inutilizó a Shiro para la batalla. Zaraki, Soi Fon y Byakuya fueron a rescatar al hijo. Zaraki murió, Soi fon fue capturada y Byakuya regresó al borde de la muerte, pero con el hijo en brazos —tragó con fuerza para darse valor a seguir y sintió las lágrimas de rabia arder en sus ojos—. Kyoraku mató al hijo porque sentía el reiatsu de Yhwach en él. Lo mató frente a Shiro, Kisuke —y no pudo controlar más las lágrimas que se derramaron de sus ojos. El dolor de su hermano, la barbarie del recuerdo, la crueldad del Capitán Comandante, la rabia por no haberlo podido proteger de eso—. Las vísceras del bebé…

Kisuke lo interrumpió con un fuerte abrazo y sólo en ese momento sintió que su reiatsu se calmaba, no lo había sentido escalar al nivel de causar un terremoto en el palacio, pero —en el abrazo de Kisuke— comenzó a darse cuenta de su alrededor una vez más. Abrazó al hombre también y se dejó calmar por las caricias en su espalda mientras escuchaba la voz de Kisuke tratando de reconfortarlos a él y a su hermano.

Cuando se sintió tranquilizar por las palabras susurradas y el contacto de Kisuke, cambió el tema para quitárselo de la cabeza de una vez.

—No viniste sólo a escuchar una conversación ajena, ¿verdad? —interrumpió el pesado silencio.

—Puede esperar.

—No, dime —presionó suavemente—. Quiero pensar en otra cosa.

Kisuke dudó un segundo.

—Quería pedirte unas muestras —dijo con un tono casi apenado—, si permites un… estudio.

Las palabras lo hicieron tensarse en el momento en que aquellos recuerdos volvieron como dolor en su hombro derecho. Palabras parecidas o iguales habían sido dichas entre ellos antes que el enfermo de Kurotsuchi le aserrara una extremidad.

—No —dijo apretando la quijada—. ¡La última vez que te las di, acabé bajo el serrucho de Kurotsuchi! —terminó mientras se separaba del abrazo.

Entrecerró los ojos, confundido ante lo que se había sentido como un ataque y como un insulto. Pero uno que no entendía de dónde provenía.

—No comparto investigaciones con él —dijo sin poder quitar del todo el acero en su voz.

Sólo la sensación de haber dicho justo eso con anterioridad lo hizo permanecer en silencio para recordar.

Y, cuando lo hizo, recordó un despertar de Kurosaki-kun. Cuando había creído haber estado en un gigai; cuando lo creyó en Muken

—¿Eso pasó en alguna de las vidas? —le preguntó tratando de sonar calmo.

Kurosaki-kun asintió en silencio evadiendo su mirada por un segundo.

—Kurotsuchi tenía una droga especial para los cuatro aspectos de mi alma. Sólo a ti te di muestras, y entonces el enfermo ese me llevó a su laboratorio y me quitó el brazo. Desperté antes que pudiera quitar el resto.

Se sorprendió, casi hasta asustarse, cuando sintió la explosión de reiatsu de Kisuke. Estaba furioso. Y ese era el tipo de furia que a él lo llevaría a provocar una carnicería. Apenas logró tartamudear antes que Kisuke se levantara del suelo y saliera tensamente de la sala de estar.

¿Qué había hecho mal? ¿Era por decirle "no"?

Tragó con fuerza ante la violencia de ese reiatsu y se lamió los labios en un gesto nervioso. Sintió su respiración agitada y, antes de sentir algo más de su cuerpo, salió en la dirección que Kisuke había marchado.

—Kisuke —llamó en un grito sólo al verlo en el pasillo.

Pero el hombre no respondió mientras marchaba, furioso, como si tuviera un propósito en concreto. Y, si no se equivocaba, ese era el pasillo que llevaba a salir del palacio. La furia de Benihime le llegó como una onda de poder que intentó detenerlo de acercarse más. En ese reiatsu, sin embargo, no se sintió atacado él… La furia no se la había granjeado él.

—Kisuke, ¿qué vas a hacer? —gritó de nuevo, sin obtener respuesta tampoco.

Lo alcanzó con shunpo para sujetar su hombro antes que el hombre saliera del palacio.

—¿Qué vas a hacer? —repitió preocupado por la estampa que aún mostraba el científico.

—Calmarme. Voy a calmarme. Porque.sé. .pasó. .vida —respondió Kisuke con la quijada apretada.

Cuando vio no sólo el cuerpo de Kisuke tenso con la furia aún quemándolo por dentro sino con el puño apretado sobre la empuñadura de Benihime, supo que no le creía.

—Kisuke, estoy bien —dijo aún tenso él mismo. Y se atrevió a abrazarlo, justo como él lo hacía, para calmarlo—. Estoy bien —le aseguró mientras apoyaba su cabeza en la nuca del otro.

—¿Cómo es posible que te hicieran eso?… —rabió en un susurro—. Por mi culpa.

Entendió menos en ese momento. Entendería si un Kisuke que lo amara se enfureciera así por una afrenta, pero no por éste que no lo amaba; aunque compartiera su cuerpo con él.

Sonrió mientras lo abrazaba más fuerte, esta vez no para calmarlo sino para calmarse a él mismo.

—Está bien, Kisuke. No fue tu culpa. Toma las muestras.

Aún sin moverse, Kisuke negó en silencio.

—No —dijo al fin, y con un tono acerado—. No —repitió mientras temblaba, furioso de nuevo.

—¿Qué muestras necesitas? —preguntó incitándolo.

—No voy a crear esa posibilidad. Perdón por pedírtelo.

Sin más, el hombre entre sus brazos se liberó y retrazó su camino. Segundos después el golpe de una puerta cerrándose con fuerza retumbó en las paredes del palacio.

Tal vez debería dejar que se calmara.

Caminó hasta la puerta del laboratorio y, sin abrirla, se sentó en el piso del pasillo a esperar que el científico se tranquilizara.

Minutos u horas después, lo que le obligó a entrar a esa habitación fue un grito y el sonido de cosas rompiéndose y golpeando el piso.

No recordaba haber visto esta habitación.

El laboratorio de Kisuke era enorme pero el espacio se veía tan pequeño por mesas e instrumental cubriendo casi todo el piso. Estantes en las paredes llenos con frascos que no iba a comenzar ni a prestarles atención, libros, mapas en las paredes, maquinaria que parecía sacada de una serie de ciencia ficción. Y, al centro del caos —y de la destrucción en el piso— había un Kisuke encorvado sobre un pesado escritorio de madera ahora vacío del instrumental en el piso, pero con líquidos aún goteando tras el estropicio.

Se acercó lentamente hasta él y puso una mano sobre esa espalda encorvada, como una muestra de apoyo.

—Llegué a un callejón sin salida —dijo con la voz rota y al borde de una risa histérica—. Todos son callejones sin salida —suspiró desesperado—. Y casi te trato como un sujeto de experimento; casi me dejas hacerlo… cuando me juré que no lo haría.

Algo se apretó en sus entrañas al ver al hombre así de desesperado. Así de vulnerable.

—No sabía que te estaba presionando tanto —dijo arrepentido.

—No es tu culpa —tosió con un amago de risa histérica—. Ya has esperado demasiado por respuestas; es mi incompetencia la que no puede resolver el problema.

Y algo más dolió en su interior.

—Ven —le pidió mientras lo guiaba hasta sus brazos.

En el abrazo, lo sintió perder la fuerza. Y fue su turno para darle palabras de consuelo… porque era la persona menos incompetente que había conocido en su vida. No cuando rescataba peleas perdidas, no cuando lo rescataba a él.

Y, decirle eso, era lo único que podía hacer para decirle lo que no podía en verdad.