En cuanto vio la escena frente a él, sintió el mareo ineludible de un recuerdo… de muchos, avecinándose en su cabeza. El entrenamiento con Ichibei, esta vez, le había servido —también— para enfrentar estas imágenes desconocidas que le mostraban tantas cosas iguales y diferentes al mismo tiempo. El pasado que no cambiaba, el presente que vivía como un déjà vu… el futuro que cambiaba.
La espada de Yhwach atravesaba al rey espiritual como cada vez. Orihime gritaba algo de los ojos de su enemigo y él se daba cuenta —por primera vez— que era momento de cambiar una acción para cambiar el resto.
Aún estaba a tiempo para hacer las cosas diferentes. Las batallas más crueles aún no comenzaban, las muertes más dolorosas aún no sucedían… Kisuke —Urahara— aún no utilizaba su bankai en la guerra. E iba a necesitar al científico para lo que estaba por venir, tenía que decirle lo que sentía por él… aunque fuera en una sola de sus vidas. Pero se lo había dicho en otras tantas, ¿no? ¿Por qué, entonces, tenía esa necesidad de decirlo una vez más?
Y, más allá de haberse dado cuenta de lo que podría tener con Orihime, de la vida que podría conseguir al lado de Rukia o de la sensación que el científico le daba de pertenecer a un lugar que lo convertía en más de lo que era; tenía algo más importante que hacer.
—¿Vas a quitar la espada para salvar al rey? —se burló Yhwach—. Hazlo —retó—, es lo único que puedes hacer ahora. Pero, en el momento en que la saques, prepárate para destruir Soul Society con tus propias manos.
Cerró los ojos con fuerza y suspiró pesadamente, sopesando las palabras y las acciones.
Ya había estado una y otra vez en esta situación y había dicho que no.
Ese "no" había causado la muerte de tantos, había hecho que Kisuke desapareciera por 10 años o quedara gravemente herido, e invariablemente, lo llevaba a la destrucción de la vida que estuviera viviendo, a repetir el ciclo una y otra vez… a perder la cordura. Por pensar en otros, siempre, terminaba derrotado de una forma u otra. Así que, por esta vez, haría algo por él mismo. Esta vez le dijo que sí. Se uniría a él.
Repitió una vez ese movimiento desesperado que antes había dado pie a lo peor de la guerra. De nuevo tomó la espada de Yhwach que atravesaba al rey cristalizado, pero esta vez fue su voluntad la que lanzó el corte.
El corte, como cada vez, atravezó el cristal y el cuerpo cristalizado en un tajo. El cristal cayendo pesadamente al piso del palacio. Un segundo después, como si el tejido del universo hubiera salido de su asombro, el suelo tembló con fuerza. Como si un escalofrío hubiera cruzado entero los tres mundos, la sensación de estremecimiento fue sólo un eco.
Yhwach soltó una carcajada mientras Yoruichi y Orihime salían de su asombro con gritos histéricos y desesperados. Yhwach levantó la mano hacia él, para llamarlo a su lado. Miró una vez más a las mujeres e intentó que vieran su sinceridad y los pensamientos reflejados en sus ojos. Para ser sinceros, dudaba que se dieran cuenta. Orihime aún era la adolescente enamorada de él, o de un él que sólo existía en su mente y Yoruichi, aunque lo hubiera entrenado y fuera una persona en la que podía confiar; no lo conocía lo suficiente. Tal vez sólo un Kisuke o un Urahara podría entenderlo… tal vez ni siquiera él. Porque, para ello, tendría que confiar en él.
Chad y Ganju cubrieron a las mujeres con sus cuerpos mientras sus rostros se desfiguraban con una mueca que era completa incomprensión, pero viéndose traicionados y resentidos. Los entendía a la perfección... él no se hubiera sentido diferente. Pero era diferente. Y ahora lo sería su futuro.
Tomó la mano extendida del rey Quincy y caminó con él mientras daba la espalda a Soul Society.
Esta vez lo haría todo diferente.
Devolvió la espada asesina de reyes a su dueño y, antes de dar un paso más para seguir al Quincy, volteó a sus amigos, tomó a Zangetsu de su espalda y lanzó un Getsuga Tensho a los cuatro que aún no salían de su asombro. Cuando la energía de su ataque se disipó, también habían desaparecido esas cuatro figuras.
—Eso era innecesario —reprendió Yhwach aunque su voz sonara calmada.
—Son parte de un pasado que quiero borrar —respondió encogiéndose de hombros.
Yhwach lo llevó al borde del palacio. Bajo éste, las cinco plataformas de la ahora destruida división 0. Reconoció aquella en la que había sido curado por Kirinji, aquella en la que llenó su reiatsu con Hikifune, en la que su poder había sido forjado en una nueva Zanpakuto; la quinta en la que había recibido entrenamiento del monje excéntrico… y les dio la espalda.
—Ya ganaste —le dijo a Yhwach sin verlo—. ¿Qué sigue ahora?
—Unir los mundos en uno solo. En uno donde no haya muerte.
—¿El gran rey le teme a la muerte? —preguntó con un tinte de burla.
—Estoy por encima de ella —devolvió el ahora rey espiritual con una burla más fina que la suya.
—Entonces, ¿por qué? —siguió, tratando de sonar desinteresado.
—La pregunta no es por qué, sino para qué —advirtió antes de quedarse en silencio.
—¿Para destruir Soul Society? —preguntó de nuevo—. Ganas más si los sometes.
—Oh, Ichigo. Eres demasiado joven para entenderlo y sabes muy poco de tu propia raza. Yamamoto pudo haberme derrotado hace mil años —le dijo—, pero dudó. Así me dio tiempo y la oportunidad de hacer esta guerra y vencerlo. Contrario a lo que puedas creer —lo interrumpió antes de que arguyera—, respeto al Capitán Comandante del Gotei 13. Él me enseñó que detenerse cuando se tiene la oportunidad de vencer es perder la guerra justo cuando la victoria está en tus manos; que la piedad siempre se vuelve contra la persona que la dio. Yamamoto fue un hombre que vencía a pesar de tener que usar a sus subordinados; perdí la primera batalla de la guerra por no ser como él. Pude ganar esta, sin embargo, por lo que Yamamoto me enseñó; por eso respeto al hombre que perdió la guerra… que me otorgó la victoria, desde hace mil años.
—Pero te derrotó —soltó con cuidado y curiosidad en el tono—. Te derrotó por mil años.
Yhwach lanzó una carcajada al techo.
—No estás escuchando —amonestó—. No me derrotó; sólo me selló. "El rey sellado de los Quincy: terminados 900 años, recobrará el latido de su corazón; terminados 90 años, recobrará el intelecto; terminados 9 años recobrará su poder y, terminados 9 días, recobrará el mundo". Porque el mundo me pertenecía antes que me lo arrebataran.
—Pareces creer que entiendo —dijo sujetando su irreverencia en gran medida—, pero en verdad, no sé de qué hablas.
Las palabras le sirvieron para que el Quincy, el —ahora— ser más poderoso de los mundos, lo volteara a ver. Su gesto de enojo mutó rápidamente a uno de curiosidad y al fin a uno de paternal condescendencia.
—Al principio de los tiempos los mundos se separaban sólo en vida y muerte. Los eventos crearon el tercer mundo y segundo de los muertos, pero lo que importa ahora es que, en este principio, los Quincy y los Shinigami vivían juntos. Los Quincy vivíamos en lo que tú conociste como Seiretei, y los Shinigami en lo que conoces como Rukongai. Pero Yamamoto quiso el poder de nuestra ciudad y así comenzó la guerra de los mil años. Ambos bandos perdimos soldados, padres, madres, hermanos, hijos, seres queridos. Pero no fue suficiente para los Shinigami el haber cercado nuestra ciudad. Demandaron más. Se decían los únicos que podían balancear el poder de la vida y la muerte. Aquellos 13 que lideraban la rebelión no se detuvieron hasta pisar el castillo; arrasaron con todo sin dudar siquiera en usar a sus propios hombres como carne de cañón bajo el estandarte de proteger al rey espiritual. Pero no lo protegieron. Al final, el rey, mi padre, quedó como lo viste: rodeado por ese cristal que absorbía su reiatsu para mantener los mundos "en balance". Cuando mis Quincy perdieron esa última batalla, hace mil años, y sin algún lugar al cual correr huyeron al mundo humano. Los guerreros se quedaron para buscar un refugio en el lugar que era menos vigilado: Seiretei mismo. Dentro de Seiretei, con partículas espirituales, crearon lugares escondidos en las sombras de la ciudad y llamaron a ese plano Wandenreich, el imperio invisible. Nuestra decisión funcionó a la perfección. Después de todo, contrario al mundo humano, Soul Society está a punto de reventar con las partículas espirituales que nos dan nuestro poder. No hubo límite para lo que pudimos hacer y, así, durante mil años, hemos aumentado nuestra fuerza en las sombras. Hasta ahora, que lo haremos en la luz que nos corresponde.
—Así que, todo esto, ¿fue para rescatar al Rey? —preguntó confundido, a punto de creer que estaba siendo manipulado.
—No —le respondió Yhwach—. No lo hice para rescatarlo de esa vida que no era vida, Ichigo. Sino para tomar mi lugar como rey. Ahora, sígueme —ordenó el Quincy inmediatamente después.
Y lo siguió, en silencio, mientras trataba de medir a su oponente.
Una vez más en el salón donde había estado el rey cristalizado, el Quincy llamó a su ejército, mas no con palabras. La presión espiritual que salió del rey lo obligó, incluso a él, a hincar la rodilla. Y su ejército entró al salón como si las sombras fueran la puerta para hacerlo. Cada uno de esos soldados se presentaba ante su rey con heridas de batalla, algunos más que otros, pero todos manchando con rojo sus ropajes blancos.
Por un segundo se sintió orgulloso de los Shinigami que habían luchado hasta herirlos.
Y, cuando el último llegó al gran salón, Yhwach los encaró aún teniendo el cristal —ahora sin rey— a su espalda.
—Hijos míos. Regocíjense conmigo pues su rey de nuevo es rey de todo lo que le corresponde. Su rey es Rey de los Mundos.
Los vítores de los Quincy no se hicieron esperar ante las palabras. Gritos de júbilo y saludos al Rey de los Mundos se escucharon saltando entre los reunidos, entre los más fuertes y entre los más débiles. Y, entre todas esas caras que apenas reconocía, reconoció una que jamás olvidaría. Ishida, Uryu. Vestido de blanco impoluto, esperaba al lado derecho de un Quincy de cabello largo y porte regio. Desde la derecha de Yhwach, su mirada se cruzó con la de Ishida, y éste se sorprendió por verlo… antes de mirarlo con esa indignada furia que le conocía bastante bien.
Y, cuando Ywach se irguió, lo hizo para sumir el espacio en un reverente silencio. En uno que le esperaba.
Yhwach sonrió.
—Mis queridos Quincy, tras años de preparación y lucha, los puedo saludar nuevamente en el lugar que nos corresponde.
"Ustedes manteniéndose de pie hoy aquí, representan algo. Representan a un imperio. Y deben autoinstruirse para esto. Queremos una raza obediente, así que practicamos la obediencia en nosotros mismos. Queremos una raza amante de la paz, pero al mismo tiempo, una de valientes. Y por esta razón, debemos ser ambas cosas; amantes de la paz y fuertes. Queremos que esta raza no se torne blanda sino que se haga dura y por consiguiente deben endurecerse ustedes mismos. Deben aprender a sacrificarse, así como también a nunca venirse abajo.
"Y sé que no podrá ser de otra forma mientras asumamos conjuntamente el compromiso de hacerlo, pues el espíritu que nos engrandece bulle dentro de cada uno de ustedes. Pues ustedes son sangre de mi sangre.
"Jamás he podido reconocer una sola pretensión legítima en los Shinigami, que han usurpado mediante la violencia; de ningún modo puedo reconocer su pretensión como legítima de algo que nos perteneció y nos fue robado. Pues son dos mundos los que obligaron a enfrentarse, y ellos tuvieron toda la razón cuando gritaron: "¡Con este mundo no nos podemos reconciliar!". ¿Cómo se pueden reconciliar usurpadores y ladrones con mis principios?
"Por tal infame pretensión lucharon las razas cuando la falta de sentido común amenazó acabar con la mía. Hoy no les quedó otra opción… no les dejamos otra opción que comprender lo que sabemos desde hace miles de años: que los sacrificios sangrientos son mejores que la lenta extinción de nuestra raza.
"Reconocí en aquel tiempo una cosa esencial. Tuvimos que establecer, si queríamos esperar algún futuro para nuestra raza, que esta lucha fue lo correcto y se puede ver en el hecho de que nuestros enemigos se opusieron inmediatamente. Se resistieron ante el pensamiento de crear algo como esto.
"Tuvimos que permanecer en las sombras antes de movilizarnos con los elementos más valiosos: la lucha y el sacrificio de nuestra raza. Y, siendo ustedes los mejores elementos de esta, pueden, con el más justo y honorable orgullo, reclamar el liderazgo de la raza y del Imperio.
"La raza Quincy puede alzar la mirada con orgullo sabiendo que aquel milenio entre las sombras ha terminado. Ahora la luz que fue escondida en las sombras regresa con más fuerza de ellas, para sumarse a la luz que por derecho nos corresponde.
"Una vez, nuestros enemigos nos inquietaron y persiguieron y, de vez en cuando, quitaron de en medio a los elementos inferiores de la raza. Hoy debemos examinarnos y extirpar de entre nuestras filas los elementos que se han transformado en dañinos. Que por consiguiente, no tienen sitio con nosotros. Es nuestro deseo y voluntad que este Imperio dure por más de mil años; ¡podemos estar felices de saber que este futuro nos pertenece eternamente!
"Cualquiera que se considere portador de la mejor sangre, de la supremacía de la raza, y a sabiendas lo aprovecha para lograr el liderazgo, jamás lo abandonará. Hay siempre una parte de la raza que sobresale como luchadores realmente activos y más se espera de ellos que del resto; para ellos no es suficiente la promesa "yo creo", ¡sino más bien, la aseveración "yo lucho"!
"Cabe resaltar que no todos los Quincy se convierten en Sternritter; sólo los mejores son nombrados por su poder. ¡Y sólo los mejores son parte del Imperio!
"El mundo ha sido repartido de modo desigual desde el comienzo del tiempo. Las habilidades, la inteligencia y el poder han sido repartidos en las almas de un modo desigual. Y así, existen dos tipos de razas, a saberlos, los poseedores y los usurpadores. Quien no tiene nada, tampoco recibe nada y debe quedarse con lo poco que tiene; quien tiene algo, ¡no reparte nunca!
"Es el poder lo que define la importancia de cada uno y es el poder a lo que responden los demás. Es al poder ante el que se inclinan los débiles. Y el poder de mis hijos nunca se inclinará ante el poder de otros.
"En este tipo de mundo, glorioso y admirable ejército portador del estandarte de nuestra raza Quincy, reconstruimos nuestro imperio perdido… nuestro imperio invisible. Nuestro Imperio ¡ahora eterno!
El atento público rompió en un estruendoso grito de fiereza militar mientras él temblaba por dentro y se obligaba a asentir formalmente.
—Ahora, hijos míos. Regresen a lo que fue un campo de batalla y tomen para ustedes lo que merezcan sus esfuerzos —dijo sonando, de nuevo, casi paternal.
Tragó con fuerza sin poder controlar por completo el gesto de incredulidad y sorpresa en su rostro mientras escuchaba a Yhwach mandar a saquear Seiretei. Las miradas brillando con codicia y las sonrisas crueles en las caras de los soldados le hizo dudar de la decisión que había tomado; de las acciones que había tomado. Y tuvo que recordarse el porqué lo hacía: quería un futuro diferente. Con esto, tal vez lo había logrado.
—No dejen piedra sobre piedra, no permitan que los vencidos se opongan —siguió Yhwach—. Sigan a este hombre —dijo el rey moviéndose para apuntarlo—, Kurosaki Ichigo los liderará en la marcha que arrasará los despojos Shinigami.
Miró de Yhwach a las huestes y de regreso. Las caras de aquellos Quincy mostraban el mismo tipo de sorpresa —desagradable sorpresa— que la que él debería estar mostrando en la suya. Yhwach, en cambio, tenía una sonrisa de lado y un brillo casi calculador en los ojos cuando le devolvió la mirada.
—Considera que tu lealtad está siendo puesta a prueba, Ichigo —dijo el rey bajo, como para que sólo él escuchara—. ¿Qué tanto estás dispuesto a hacer para probarte a ti mismo que perteneces con nosotros?
Aún sin creer lo que Yhwach le ordenaba hacer, aceptó con un gesto de cabeza mientras mordía las quijadas con fuerza. Esto era lo que había elegido hacer, y no podía dar marcha atrás. No más…
Aunque se odiara a él mismo por ello.
Sin bajar la mirada de aquellos ojos con múltiples pupilas, inhaló hasta llenar sus pulmones y tomó a Zangetsu de su espalda. Sus músculos tensos, su rabia inundando su cuerpo. Y, entonces, ante la mirada de Yhwach, alzó el filo de la espada negra hacia el techo y dejó escapar su rabia en un grito de batalla.
Cuando cortó el aire con el filo de su arma, lo hizo para dirigir la punta de la espada hacia el ejército del… rey espiritual.
—¡Escucharon a su majestad! —gritó a las huestes—. ¡En marcha!
—Trae a mis enemigos frente a mí —le ordenó Yhwach llanamente.
Y, sólo entonces, pudo moverse hacia adelante.
.
Tratando de enmudecer el ruido —los murmullos indignados, los aspavientos furiosos y las conversaciones apenas disimuladas— del pequeño ejército Quincy a su espalda, caminó por las calles de un Seiretei destruido.
El discurso de Yhwach seguía resonando en su cabeza y, ésta, peleaba contra la sensación que aquellas palabras habían causado en su cuerpo. Porque, si algo sabía, era que el mundo —los mundos— no eran justos; pero tampoco era justo la dominación por la fuerza…
¿En verdad?
En tantas vidas, en tantos mundos, ¿no era presisamente, la fuerza, aquello que movía las ruedas de la vida y la muerte? ¿No era la injusticia —revelarse ante ella— lo que causaba la compasión y la búsqueda de la justicia?
¿No era, exactamente la oscuridad, aquello que hacía a la luz brillar con más fuerza?
Los gritos a su espalda interrumpieron sus pensamientos. Los Quincy se dispersaron como una jauría en busca de presa, dejando sólo a los más cercanos a él manteniendo su posición. Con un movimiento de cabeza, mandó al resto tras los… Shinigami.
Tragó con fuerza una vez, deseando no tener que encontrarse con alguno de sus amigos y…
Tenía que dejar de pensar.
Ya había tomado una decisión. Y, así de rápido, llegó a la cabeza del ataque. Mientras desconectaba la cabeza de sus acciones de guerra —pero sin darle el control a Shiro—, protegió vestiduras blancas matando a aquellos en vestiduras negras.
Su mente regresó de ese estado "en automático" cuando el filo de Tenssa Zangetsu fue detenido con un agudo de metal contra metal.
—Kurosaki —gruñó el capitán que detenía su espada.
Esa cara enfurruñada lo hizo sonreír con recuerdos de otras vidas.
—Toushiro —dijo amablemente… hasta que se recordó la vida en que se encontraba.
Cuando el pequeño genio entró en bankai sin advertencia, miró a su alrededor considerando la batalla bajo él.
—¡Por qué, Kurosaki! —rugió el capitán mientras atacaba con acero—. Peleabas por proteger a tu familia —soltó el pequeño con veneno en la voz mientras blandía de nuevo el filo de Hyorinmaru.
La fuerza del capitán lo hizo fruncir el ceño y el golpe lo alejó una decena de metros hacia atrás. Sus instintos rugieron para que atacara, mientras los recuerdos de otras vidas lo llevaban a detenerse. La rabia que esos ojos turquesa le dirigían sólo la comparaba con las que el capitán había puesto en tantas otras vidas al proteger a Karin.
—¡Eso estoy haciendo! —rugió al capitán como respuesta mientras se defendía del siguiente ataque y esquivaba uno más para quedar a la espalda de su oponente.
El capitán se alejó de él en un movimiento que lo sorprendió por su velocidad y tuvo que recordarse que, en esa vida, no era el rey espiritual… y aún no había perfeccionado su sincronía con Shiro.
—¿Entregándole los mundos al enemigo? —se burló el Shinigami antes de lanzar el hielo de su espada sobre él.
—¡No lo entenderías! —espetó al tiempo que despedazaba con Zangetsu el hielo que lo atacaba.
Cuando el hielo estalló en miles de filosas astillas, se encontró con el filo de Hyorinmaru en la garganta y un Kido —retenido en la mano del capitán— a escasos centímetros de su cara. En ese momento se supo en verdadero peligro. Hitsugaya Toushiro nunca antes había logrado acorralarlo de esa forma… tal vez, nunca antes había sentido la necesidad de hacerlo.
—Explícamelo —retó el capitán aún reteniendo el Kido en su mano y el filo en su cuello.
Entrecerró los ojos mientras bajaba su espada un poco y miraba la batalla a su alrededor. Cuando los cerró por completo, sintió una extraña sensación de resignación que nunca le había sentado bien y le contó al capitán todo lo que quería evitar.
