Llegó a Yhwach con los Shinigami capturados a su espalda. Atados de manos y con piedra Sekkiseki rodeando sus muñecas y tobillos para evitar que pudieran atacar, los Shinigami gruñían insultos y amenazas con la poca fuerza que mantenían a pesar del material que los incapacitaba. Sólo el capitán del décimo escuadrón permanecía callado.
Tiró las Zanpakuto de todos aquellos frente a Yhwach y el sonido de metal y madera contra el piso sonó ofensivo a sus oídos. La sonrisa que Yhwach le dirigió le causó un escalofrío. El gesto, que había intentado ser cálido por parte del rey Quincy, a él sólo le pareció una burla por lo que le obligaba a hacer. En vez de permitirse demostrar su reacción, asintió formalmente al rey espiritual y presentó a los capturados.
—Dejo a tus enemigos a tus pies, Yhwach; para que hagas lo que quieras con ellos.
Dicho eso se retiró unos pasos del rey y dirigió la mirada al genio de corta edad mientras era obligado a arrodillarse frente a Yhwach. En esos ojos turquesa vio la rabia de alguien que no se sometería y asintió imperceptiblemente hacia el sentimiento; hacia el Shinigami. Con ese gesto, intentando comunicarle la veracidad de todo cuanto le había dicho, vio al capitán arrodillarse al fin.
—Odio el conflicto —comenzó Yhwach hacia los ahora arrodillados—. No hay mérito alguno en hacer las cosas complicadas, no cuando son fáciles. Así, les ofrezco una opción sencilla: o me siguen, o mueren. Haschwalth —ordenó sin ver al llamado.
Vio moverse a aquel Quincy, el que había estado al lado de Ishida durante el discurso, salir del lugar siguiendo la orden tácita.
La furiosa mirada turquesa se clavó en él una vez más. La furia helada en esos ojos provocó la suya antes de asentir de nuevo al capitán. Si estaba tranquilizando las dudas en la mente de Toushiro o en la de él, no podría decirlo con seguridad.
Toushiro asintió también y, pareciendo que gruñía, aceptó la "invitación" de Yhwach. El resto de los Shinigami capturados se sorprendieron, pero siguieron al capitán segundos después.
La carcajada de Yhwach resonó fuerte entre las paredes del amplio recinto. Y, como si ésta hubiera convocado al Quincy que había marchado, el de cabello largo y porte regio apareció de nuevo. En sus manos llevaba una pequeña charola de madera que cargaba un platillo de cerámica blanca a juego con un ánfora sencilla para sake.
—Sea pues —dijo Yhwach con placer malsano—. Ahora que me han aceptado como su rey, compartiré con ustedes el poder del rey espiritual.
Frunció el ceño ante las palabras del Quincy justo antes de verlo cortarse la piel del antebrazo en un movimiento fluido de su espada y dejar caer sangre dentro de aquella ánfora prístina.
No se movió un ápice mientras la sangre llenaba el contenedor, o cuando Yhwach tomó aquel para decantar un líquido rojizo y espeso en el platillo de porcelana blanca. Cuando lo ofreció a Toushiro, en cambio, cerró los ojos con fuerza.
—Bebe —ordenó el rey.
Y él tuvo que abrir los ojos para ver una cosa más que había provocado con su deseo de un futuro diferente. Vio a Toushiro beber aquello que le era acercado a la boca y una arcada de vómito casi lo dobla por la mitad. Uno a uno vio a cada capturado beber del platillo blanco, plenamente conscientes de qué era lo que bebían. Sólo uno se resistió; y fue asesinado de inmediato.
El resto murió lentamente.
Como si aquellos Shinigami de bajo rango hubieran sido envenenados con la bebida, uno a uno cayó al piso retorciéndose de dolor. Y los gritos; dioses, los gritos de aquellos en el piso eran lo peor. Desgarrando sus gargantas ante la agonía que era clara en sus cuerpos, cada uno de aquellos vestidos en negro perdió el sentido… y la vida. Sólo uno quedó respirando. Aún en el piso, con la piel cubierta por sudor y una mueca de agonía, Toushiro aún respiraba.
—Una prueba más de que Shinigami y Quincy no están hechos para mezclarse entre ellos —dijo Yhwach con desdén.
—¿Y el capitán? —preguntó tratando de ocultar su propia agonía.
—Ya veremos —respondió el hombre con un tono duro—. Haschwalth, llévalo a una celda —ordenó de nuevo.
Y éste obedeció, también de nuevo, sin pronunciar una sola palabra.
Claramente sintió que una parte de él se perdía cuando dejó que se llevaran al capitán debilitado.
Enfermo hasta la médula, con las ropas de su bankai goteando sangre ajena, se había convertido en la plaga que Yhwach lanzaba sobre los Shinigami una y otra vez; constantemente, si dejarlo descansar, sin dejarlo recobrar el aliento… Y, aunque al principio se había odiado por ello, ahora no podía. Algo dentro de él se estaba entumeciendo de una forma que nunca había sentido: Como si no importara lo que hiciera o para qué bando luchara; porque lo importante sólo era pelear y matar a los oponentes que le apuntaban.
Fue con esa sensación que se presentó una vez más en el salón del trono y frente al rey espiritual.
—Tus enemigos han sido casi destruidos o reducidos a bestias de carga, Yhwach.
—Muy bien, Ichigo. Lo has hecho muy bien.
—¿Qué vas a hacer conmigo cuando ya no tengas enemigos?
—Te recompensaré, por supuesto; hijo mío. Arreglaremos la suciedad en tu sangre.
Entrecerró los ojos ante las palabras, pero no pudo forzarse a hacer la pregunta que quería.
—No entiendo —respondió en cambio.
—Voy a quitarte al Hollow y al Shinigami que tienes dentro para hacerte quien deberías haber sido desde el principio.
Tensó su cuerpo para evitar dar el paso hacia atrás que quería dar por instinto. Su interior tembló y no podría decir que hubiera logrado enmascarar su reacción por completo. Y, mientras que Zangetsu estaba mortalmente en silencio, Shiro escupía improperios y amenazas hacia el Quincy. Sin saber si el Quincy frente a él tenía el poder para realmente hacer lo que le había dicho o no; sus instintos se opusieron firmemente a aceptar —también— que le hiciera eso.
Pero, ¿qué podía hacer? No podría derrotar a Yhwach, no podría protegerse a él mismo estando en el corazón de la corte… no podría proteger a Shiro. Y eso no lo podía permitir.
Pensó en Kisuke —en alguno de ellos— y agitó la cabeza negativamente.
Notó el ceño de Yhwach fruncirse en advertencia y él entró en pánico.
—Pero… —dijo por fin con voz. Aunque ésta sonara temblorosa.
—Eso que tienes dentro, Ichigo, no eres tú. Esa… mezcla; es un error que ensucia al Quincy que eres.
Carraspeó para darse un momento más a controlarse y ese pensamiento a aquel amante de otra vida lo hizo recordar que siempre había una forma… sólo se necesitaba tiempo para encontrarla. Y tiempo era justo lo que necesitaba.
—No —soltó con más aplomo—. Cuando haya matado a todos tus enemigos… entonces aceptaré el honor —dijo cuadrando los hombros—. Porque, mientras esté sucio no importa cuánto más me ensucie.
El rey Quincy asintió pesada y lentamente, como si estuviera midiéndolo. Como si no confiara en sus palabras.
El saber que aún no se ganaba el favor del rey lo llevó a apretar la quijada y a preguntarse qué más tendría que dar de él mismo para convencer a Yhwach que estaba de su lado. Algo que no fuera su hermano.
—Acaba con mis enemigos pronto, Ichigo —advirtió el rey.
—¿Cuales son tus siguientes órdenes? —preguntó en tono llano.
—Te las haré saber pronto —dijo antes de marcharse.
Mientras veía al rey Quincy darle la espalda, la furiosa voz de Shiro taladró en su cabeza.
—Cálmate —ordenó al gemelo.
Mientras escuchaba el gruñido frustrado en su cabeza, se dirigió a la habitación que no había pisado tantas veces, pero que le habían dicho era suya.
Colgado en un guardarropa, pero curiosamente pareciendo que dominaba todo el espacio, un uniforme blanco demandaba ser usado.
Cerró la puerta tras él antes que sus pies lo llevaran a la cama. Sin molestarse en quitarse la ropa ensangrentada que aún era el shihakusho de los Shinigami, miró el techo tratando de olvidar las escenas de muerte que había protagonizado. Una a una, las escenas le recordaron la brutalidad que alguna vez había escuchado enjaretada a los Hollow, como si aquellos hubieran sido los monstruos en las historias de dormir para los niños… Pero los cuentacuentos nunca se habían imaginado —o atrevido a contar— de aquellos monstruos que vivían dentro de los que lucían más normales.
Porque siempre era más fácil satanizar a los que lucían diferente; o a los que usaban el instinto —y no la estrategia— para sobrevivir.
Hollow.
Cuando Rukia lo entrenaba para cortar sus primeras máscaras blancas, le había dicho que los Hollow eran el enemigo y él les había temido. Cuando había peleado con los Arrancar, había temido. Cuando Shiro buscaba hacerse con el control, le había temido. Y había querido deshacerse de él.
Si en aquella ocasión alguien le hubiera ofrecido lo que Yhwach le había ofrecido, lo hubiera aceptado de inmediato. Ya no. Ahora que sabía el origen de Shiro, no podía sólo "deshacerse" de él. Iba a protegerlo, también, como la familia que era.
Y recordó esa conversación que tuvo con el Kisuke que estaba al lado del Rey Espiritual cuando le explicaba del suicidio del alma de uno de los gemelos.
—¿Shiro? —preguntó tentativamente.
La silenciosa respuesta que obtuvo lo contrarió sólo porque era una sensación que provenía de Shiro mismo y no de él. Su gemelo estaba enfurruñado.
Casi se ríe de él. No pudo, sin embargo, dada la situación.
—¿Estás preocupado en verdad, Shiro? —preguntó al Hollow.
—No lo sé, Rey —dijo el Hollow con una voz, por primera vez, resguardada—. Pero no me parece que sea un hombre que lance un ardid tal sin algo que lo respalde.
—¿Qué te sucede?
—Nada, Rey —desestimó casi con burla.
—Shiro —insistió.
—Acaban de amenazar mi existencia, justo una persona que es Rey Espiritual y tiene el poder para respaldar su amenaza.
—No sé a qué le temes, Shiro —rezongó fastidiado—. Yhwach no puede quitarme mis poderes de Shinigami y no puede hacer que desaparezcas —soltó queriendo convencerse de ello a el mismo—. Si mis poderes Quincy son balance para mis poderes Shinigami… o lo que sea; entonces…
—Entonces nada, Rey —gritó Shiro antes de desaparecer en su consciencia.
Gruñó ante las tácticas del Hollow y cerró los ojos para forzarse a entrar a su mundo interior. Si Shiro quería que lo persiguiera: se desquitaría por el trabajo extra.
La vista de su mundo interior llevó un dolor casi físico a su cuerpo. Donde antes había habido rascacielos o el pueblo de Karakura, ahora había una mezcla caótica de construcciones en proceso. Pero si era en proceso de ser destruidas o de ser construidas, eso no lo sabía.
No tuvo que buscar a Shiro. Nada más registrar el escenario con los ojos, lo vio parado sobre un edificio bajo que parecía estar en construcción.
De un salto alcanzó a su gemelo y se puso a su lado. El sonido de Zangetsu siendo desenfundada por Shiro lo llevó a apartarse un paso y a presentar su arma, preparado para la batalla.
Shiro descartó su arma arrojándola hacia él, pero con la fuerza para dejarla clavada en el suelo a unos pasos de distancia. Lo miró entonces, con sus ojos negros y dorados fijos y sin parpadear.
—Esa es MI Zanpakuto: Zangetsu. Tus poderes Shinigami —siguió con tono plano—, tus poderes Hollow; lo que te hace Vizard. ¡No me jodas, Quincy! —gruñó sin atisbo de sarcasmo.
—¿Qué haces, Shiro? —preguntó casi aterrado. No quería… no iba a aceptar siquiera lo que Shiro estaba insinuando—. No te entiendo.
—Sigues siendo demasiado obtuso, Ichigo —amonestó.
—¡Respóndeme! —gritó apuntando la Zangetsu negra hacia el cuello de Shiro.
A toda respuesta, Shiro sonrió como si estuviera dolido.
Empuñó su espada con más fuerza mientras Shiro se acercaba lentamente. Su gemelo blanco tomó la hoja de la espada negra y, casi delicadamente, la apartó de su camino. Un paso después, hizo algo que él jamás se hubiera esperado del Hollow que conocía, o del gemelo que apenas comenzaba a conocer. Shiro lo abrazó.
Un segundo, sólo un segundo, le llevó sentir una calidez que conocía a la perfección. Una sensación familiar de pertenecer y de ser cobijado —de ser protegido— calmó los bordes acerados de su furia nerviosa y tranquilizó sus músculos. Un segundo más y se encontró queriendo devolver el abrazo, proteger así como era protegido. Las palabras de Shiro lo evitaron.
—Familiar, ¿no?, Rey —susurró en su oído—; como el poder que has esgrimido siempre, como el poder que siempre te ha protegido, ¿no? ¿Por qué nunca te enteraste que el chico Quincy se parecía a ti?, ¿por qué nunca has usado tu poder Quincy por voluntad, aunque te haya salvado en tantas batallas como yo lo hice? ¿Por qué conoces el nombre de mi alma, de mi espada; pero no el de la tuya?
Sintió el abrazo de Shiro convertirse en una prensa de hierro que no lo dejaba apartarse y, aunque quería hacerlo —apartarse—, sabía que no corría peligro. No en verdad. Nunca lo había estado en su mundo interior… ni siquiera cuando el Hollow le había amenazado con quedarse con el control.
—¿Por qué peleas como Vizard? —le preguntó.
Tartamudeó una respuesta inmediata… o sonidos sin sentido.
—Porque soy un Vizard.
—Intenta de nuevo —le ordenó apretando su cuello por la nuca.
Gruñó ante el dolor en su cuello y buscó liberarse con un jalón. Shiro se lo impidió al ejercer más fuerza en su sujeción.
—¡Porque soy un Vizard! —gritó furioso—. Soy Shinigami, soy Hollow, soy Humano y soy un Quincy. ¡Por eso acabé como el maldito rey espiritual!
—¿Qué soy yo? —demandó Shiro.
—Eres mi hermano —le gruñó.
—¿Qué. ? —Shiro gritó en su cara, marcando con furia cada palabra.
—¡Eres un Hollow! —le gritó en respuesta mientras lo apartaba con un empujón enfurecido sin importarle que esas uñas negras hubieran rasgado la piel de su nuca hasta hacerla sangrar.
—¿Qué más soy? —demandó Shiro lamiendo tranquilamente la sangre en sus uñas.
—¡Demonios, Shiro! ¡No sé a dónde quieres llegar con esto! —gritó desesperado.
—Acaso no puedes entender las circunstancias que te rodean ¿o no quieres hacerlo? —Shiro se burló con ácido sarcasmo—. No es que te oculten cosas, rey; es que nadie tiene el deber de explicarte a detalle y esperar aún más a que lo entiendas… no en vano sólo te utilizan como un arma para la batalla.
Y con eso tuvo suficiente. Su puño se estrelló contra la pálida cara del Hollow y en seguida lo tiró al suelo para seguir golpeándolo. Entre golpes dados y recibidos, con la risa de Shirosaki resonando como música para la batalla, sintió que perdía el control de algo en su cabeza.
Llamó a Zangetsu, sintiéndola como lo correcto en su mano, y se lanzó de regreso a atacar al Hollow con el que compartía cuerpo. La sensación de Zangetsu en su mano se sintió correcta, con el peso justo y lo que conocía desde hace tanto. Hasta que dejó de estar ahí.
Sorprendido miró hacia su mano vacía y sintió algo básico en su interior temblar como sólo una vez antes lo había hecho… Era una sensación que sólo recordaba haber sentido cuando despertó para ver a su madre muerta en el linde de aquel río.
Buscó a Zangetsu con la mirada sólo para encontrarla en las manos de Shiro… y recordó aquella batalla dónde le había dicho esa espada era —también— Zangetsu.
—¡Viejo! —gritó al espíritu que por tanto tiempo había llamado "Zangetsu", el mismo que le había dicho era Yhwach…
Al mismo que le había dicho era sus poderes de Quincy.
Pero el espíritu no apareció.
Shiro se lanzó contra él, con el filo de Zangetsu presto para cortarlo. Por un momento recordó el entrenamiento que había llevado a cabo para recibir el último Getsuga Tensho y, sabiendo que su espada jamás podría cortarlo, se quedó en su lugar. Abrió los brazos para recibir de nuevo la espada y sólo los ojos abiertos por la sorpresa —aterrados— de Shiro le dijeron que algo estaba mal.
Sintió a Zangetsu enterrarse hasta la mitad en su abdomen y en seguida la sangre subir por su garganta. Tosió la sangre que escapaba por su boca y miró a su gemelo con miedo. Shiro lo miró aterrado y, por un segundo, supo que ninguno de los dos había esperado ese resultado.
Sus piernas dejaron de sostenerlo y Shiro lo sostuvo por los brazos antes que se golpeara en el piso, Zangetsu aún profundamente enterrada en su cuerpo.
—Idiota —le dijo Shiro en una queja sufriente.
—No se supone que pasara así —rezongó sin fuerza.
—Idiota —repitió su hermano—. Te dije que Zangetsu no es tu arma, es mía.
—No pasó así antes —devolvió.
—Las cosas no son como antes, idiota. Tú, yo; no somos lo que aquella vez —regañó Shiro con preocupación.
Tuvo que sonreír a las palabras de su hermano. ¿Por qué era que Shiro siempre terminaba teniendo la razón y no él?
—¿Cuál es el nombre de tu espada? —apresuró Shiro.
—Si soy el gemelo Quincy —comenzó resignado—, no tengo espada.
"Llámame"
Entrecerró los ojos en confusión cuando sintió —antes que escuchar— la voz del viejo que aún reconocía como Zangetsu, aunque ahora lo supiera otro.
—¿Quién eres? —preguntó a la voz.
—Soy tu hermano —respondió Shiro sólo para ganarse un gesto furioso para que se callara.
—Saca a Zangetsu —ordenó a Shiro.
—Pero…
—Sólo hazlo.
Apretó la quijada para esperar el dolor. Y a pesar de la reticencia en los ojos negros y dorados, la fuerza que sintió sujetaba el mango de la espada no titubeó. Zangetsu abandonó su cuerpo.
—¡Kussetsu! —gritó al pálido cielo de su mundo interior.
Y sintió el peso de una espada corta en su mano izquierda.
La sangre en su abdomen corrió libre por la herida de Zangetsu. Respiró profundamente, sintiendo la fuerza de Kussetsu en su zurda y al viejo espíritu a su espalda.
—Blut vene —gruñó mientras redirigía un poco del reishi que tomaba de su hermano para curarse. Porque un Quincy tomaba el reishi de su alrededor, mientras que un Shinigami lo expulsaba de su interior.
Entonces miró a su hermano directo a los ojos y sonrió al Hollow con verdadera furia.
—Blut arterie —gruñó de nuevo antes de lanzarse al ataque.
Y Shiro rió, con esa calidad psicópata en el tono, mientras tomaba a Zangetsu listo para defenderse.
Cuando abrió los ojos de nuevo, se encontró con el techo de su habitación Quincy. Gruñó bajo ante el dolor de cabeza que le indicaba la envergadura de la batalla contra Shiro, y se sentó al filo de la cama.
—Ey, Rey…
—Cállate, Shiro. Estoy enojado contigo —interrumpió al Hollow.
—¿Eso es nuevo? Siempre estás enojado conmigo, rey —se burló con una risa sarcástica—. Mi poder Hollow y mi poder Shinigami —retomó casi sonando afectivo—, siempre van a estar aquí para que los uses, hermanito. No son míos porque no sean tuyos; son míos porque necesitabas obtener "los tuyos". Porque es momento y ocasión para que dejes de temer tu propio poder.
—Es el poder que mató a mi madre —dijo en voz baja.
—No, hermanito. Yhwach mató a tu madre.
Antes que pudiera corregirse a él mismos diciendo que era la madre de ambos, un par de golpes llamaron a la puerta. Miró la puerta con senda renuencia y la voz de Ishida pidiendo entrar lo confundió antes de dejarlo pasar a la habitación.
—Ishida —llamó sonándole incluso a él como si amenazara al hombre.
—Kurosaki —devolvió el otro—. Su majestad me ha pedido que te llame a su presencia.
Se puso de pie guardándose un gruñido en el fondo de la garganta. El que Ishida diera un paso dentro de la habitación y cerrara la puerta tras él lo hizo ponerse en guardia.
—¿Me quieres decir qué demonios haces aquí? —gruñó bajo el Quincy mientras se le acercaba con zendas zancadas.
Él estaba seguro de que tenía un gesto de idiota pegado a la cara.
Esa mueca de furioso fastidio era la que recordaba del Quincy al que había llegado a considerar un aliado y un amigo.
—¿Ishida? —preguntó cuando la cara de éste estuvo a un palmo de la suya.
—¡Respóndeme! —demandó en un susurro—. Tenías que estar protegiendo a todos, no entregándole la victoria a Yhwach.
—Yo… eh… Espera —dijo recuperándose al fin de la sorpresa—. ¿Qué demonios haces TÚ aquí?
—Tengo un plan para derrotar a Yhwach… y tú lo estás arruinando.
—¡Oye! Estamos en el mismo bando —soltó.
—¿En qué bando? —se burló el Quincy de gafas—. El Kurosaki que conocía jamás hubiera traicionado a sus amigos —dijo decepcionado.
—¡No los traicioné! —rezongó de inmediato.
—Uh, rey… —dijo Shiro en su mente—. Le diste la victoria a Yhwach, eso es "traición" en toda la extensión de la palabra.
—¡Cállate! —le gruñó en advertencia.
—¿No los traicionaste? —se burló Ishida también—. Entregaste a un capitán a las manos de Yhwach, destruiste el resto de Soul Society…
—No lo entiendes, ok. He vivido lo que pasaba en esta guerra si no hacía esto. Hay más muerte de la que yo mismo he causado con mi arma y… y todo siempre termina arruinado. Hacerlo diferente es la única esperanza que tengo para que todo acabe siendo diferente.
—Tienes razón, Kurosaki. No lo entiendo. El Kurosaki que conocí jamás se hubiera dado por vencido… y no es capaz de hacer una estrategia —terminó con una provocación y una sonrisa torcida.
—Tal vez no soy el que conociste —rezongó enfurruñado.
—¿Qué planeas hacer? —preguntó Ishida con un suspiro resignado.
—Derrotar a Yhwach para siempre —soltó con vehemencia.
—¿Cómo planeas hacerlo? —espetó Ishida.
Él dudó la respuesta.
—Uhm… aún no lo sé —admitió mirando a otro lado.
Ishida soltó un bufido que bien podía sonar al Quincy llamándolo patético.
—¿Qué planeas tú? —preguntó también, logrando hacer ver a Ishida incómodo.
—Yhwach dijo que tengo un poder que puede superar incluso el de él. Soy el único que puede derrotarlo.
—¿A costa de qué? —preguntó desconfiado, sabía en carne propia lo que derrotar al rey Quincy significaba.
—Es lo que menos importa —dijo Ishida irguiéndose—. Tienes que irte ya, su majestad te espera.
Apenas tuvo tiempo de suspirar antes que Ishida saliera de la habitación. El Quincy había tenido razón en algo: el Kurosaki que había sido, el que debía ser, jamás le hubiera entregado la victoria a Yhwach. Jamás se la había entregado antes. Por ese segundo de duda, se preguntó si al tratar de salvarse en una vida no estaba condenando a miles en otra; si en verdad había en esta vida menos muertes que en las demás. Y, claro, eso le sentó como una patada en el estómago. No era justo, no era leal… no era él.
Y en otra cosa había tenido razón el Quincy: era malo para crear estrategias; de lo contrario, ya hubiera comprendido las implicaciones de lo que había hecho y de lo que estaba por venir.
Deseando poder hablar con Kisuke a cerca de sus pensamientos, se puso de pie para encontrarse con el Rey.
