Detuvo su camino en el pasillo cuando la voz de Ishida sonó con un gemido ahogado, enfurruñado o fastidiado. Volteó la mirada a su espalda para encontrarse a ese Quincy de cabello largo presionando la espalda de Ishida en la pared y presionando su cuerpo al del joven Quincy. El Quincy aquel besó con fuerza a Ishida. Lo que lo puso a él en movimiento fue ver la reacción del joven. Ishida se apartó del contacto con fuerza y buscó apartar al otro con la fuerza de sus brazos mientras el Quincy de nombre extraño lo forzaba a permanecer en el sitio. Se acercó de inmediato al par para rescatar a Ishida de aquel asalto.

—¿Estás nervioso porque nos mira, príncipe? —le preguntó aquel con una fina burla en el tono apacible con el que le provocaba.

—No —titubeo Ishida mientras lo miraba a él con furia en los ojos—. Haschwalth, no importa que miren, si así lo quieres.

—Eres bueno con las palabras, príncipe. Pero tu evasión no me complace.

Entonces, el llamado Haschwalth, lo volteó a ver. El gesto parco y completamente falto de sentimientos le provocó un nuevo escalofrío que estaba muy dispuesto a olvidar en el momento en que aquella voz tranquila y profunda le habló a él.

—Si quieres unirte a nosotros eres bienvenido en mi habitación, Shinigami.

Tragó ante las palabras que escuchaba antes que por las implicaciones posibles.

—Su majestad te espera, Kurosaki; no lo hagas esperar más —sermoneó Ishida sonrojándose.

—Tócame, príncipe —ordenó Haschwalth claramente. El tono del Quincy le pareció, a él que lo escuchaba pero que no recibía la orden, una humillación más que un deseo sexual.

Se sorprendió cuando Ishida mutó su gesto a uno de pesar, de humillación, ante las palabras recibidas. Él frunció el ceño ante la escena que se desarrollaba entre ellos, ante la mirada de puro odio que le lanzó el arquero con el que había compartido años de escuela, una invasión a Soul Society y toda la guerra de Invierno. Pudo escuchar, en su cabeza, claramente la voz de Ishida llamándolo "idiota" y, por primera vez, creyó que sí lo era. Apenas pudo sorprenderse más cuando Ishida retomó el beso del que se había apartado y comenzó a alejarse cuando las manos de uno estuvieron sobre el otro.

Se apartó del par, porque no le parecían pareja —pero ¿qué sabía él de esas cosas?—, y se apresuró a obedecer el llamado de Yhwach. Le había pedido órdenes y ahora las recibiría.

Cuando llegó a la sala del trono, el rey estaba sentado en un trono de piedra blanca y mirando al frente sin ver nada… ni siquiera a otros capturados. El cabello morado y la piel tostada de la mujer desgarbada en el piso lo hicieron morder entre las quijadas.

Caminó hasta el trono lentamente y sin detener la mirada en la mujer que comenzaba a gritarle.

—Me llamaste —le dijo a Yhwach en tono plano.

Yhwach hizo un movimiento de cabeza en dirección a Yoruichi y él siguió el movimiento para ver los rostros de los allí humillados. Reconoció al gordo del escuadrón 2 además de a Yoruichi, pero ningún otro rostro conocido. Suspiró pesadamente tratando de ocultar el alivio que sintió al no ver a Kisuke entre los capturados.

La mirada de furia e indignación de la volátil mujer se dirigió a él con un reclamo antes que con una pregunta.

—¿Cómo te atreves? —escupió la mujer con rabia—. ¡Cómo te atreves!

Frunció el ceño una vez antes de sentir la mano de Yhwach sobre su hombro. Lo miró de reojo, encontrándose con una apacible sonrisa en su cuadrado rostro.

—Conoces la fuerza de estos enemigos del Imperio mejor que muchos otros, Ichigo. ¿Qué sugieres hagamos para proteger a los Quincy de ellos? —preguntó con un tono casi amable, casi socarrón.

Quiso decirle que los Quincy no tenían enemigos restantes, que nadie podría superarlos… quería decirle cualquier cosa para alzar su ego y calmar la venganza del hombre. Pero no lo hizo.

No podía hacerlo.

Sintiendo que su cabeza comenzaba a doler hasta entumecer sus procesos de pensamiento, se tuvo que recordar que él no era el bueno para planes y estrategias. Sabía, desde ya, que intentar una guerra mental contra Yhwach era un suicidio; jamás podría ganarle a un manipulador que llevaba mil años planeando una venganza. Sólo sabía de dos que podrían llevar aquello a buen término: Kisuke y Aizen. Pero Kisuke no estaba a su lado y Aizen —en esta vida— no había sido liberado de Muken. Y, sabiendo eso, sabía que tenía que evitar la muerte de la mujer… la necesitaba; porque ella era la única que podría dar con Kisuke.

—Haz de ella un ejemplo para los que se oponen a ti, pero no la mates. Humíllala, encarcélala y deja que todos comprendan qué tan fútil es oponerse a ti; pero no la mates, o la convertirás en mártir. Muerta la liberas del castigo.

Sólo el silencio que inundó el recinto le indicó que la mujer estaba tan sorprendida con las palabras como para seguir con su furiosa diatriba.

—Muy bien, Ichigo —dijo Yhwach entre ojos cerrados y sonrisa de lado—. Lo dejo en tus manos.

Él negó con la cabeza. Esta vez el dolor de cabeza había, incluso, embotado su cuerpo para reaccionar con terror ante el mero pensamiento de aquello. Tal vez sólo se estaba acostumbrando a la brutalidad de Yhwach.

—No soy tan… creativo como para cumplir bien esa tarea —respondió sin fuerza.

Yhwach lanzó una de esas carcajadas a las que odiaba estar acostumbrándose y de inmediato mandó a que sacaran a los Shinigami del recinto.

Se quedó de pie en ese lugar a tres pasos de Yhwach viendo como llevaban a golpes y a empujones a aquellos con los que él debería estar aliado. Pero no podía hacer más, no iba a hacer más y no podía importarle menos. No cuando él había elegido este camino. Una vez más vio a Yhwach a la cara sólo para reconocer al espíritu al que siempre había llamado Zangetsu y no pudo conciliar las dos imágenes como las del mismo hombre… a pesar que su espada le hubiera dicho que era el Yhwach de hacía mil años.

¿Qué había hecho? Se preguntó al fin. ¿En qué demonios había estado pensando cuando le entregó la victoria a este Yhwach? Porque su futuro no era justificación para arruinar la vida de todos aquellos en ésta.

Sí, había querido un futuro diferente. Pero no quería este tipo de futuro.

—No te equivoques, Ichigo. Sé cómo y cuándo me vas a traicionar —comenzó Yhwach interrumpiendo sus pensamientos en cuanto se quedaron a solas. Se irguió preguntándose si el hombre podía leer pensamientos, pero no dijo nada. Dejó que Yhwach continuara—; pero no puedo castigarte por algo que no has hecho aún, hijo mío. Tal vez, incluso, puedas cambiar ese futuro a uno en el que no tenga que matarte.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó con un poco de reto y el resto de recriminación—. Te he entregado todo lo que me has pedido, puse a tus pies a capitanes y tenientes y maté en tu nombre. ¿Por qué me insultas diciendo esto?

Yhwach torció una sonrisa.

—La verdad nunca es un insulto, hijo mío. Sólo es eso: la verdad.

—¿A qué te refieres con "la verdad"? Es una profecía si quieres, pero no una realidad —rezongó fastidiado.

—Puedo ver los futuros, Ichigo. Veo cada una de las posibles acciones que cada uno de ustedes tomará y los resultados de éstas; puedo tomar acciones ahora para cada uno de esos futuros que pueden pasar. Acciones que se convierten en reacciones y reacciones que se convierten en acciones para crear un futuro en particular.

Las palabras le sentaron como un golpe cuando las relacionó directamente con él mismo; con lo que él vivía. Con lo que le había llevado a tomar la decisión más equivocada que había de todas sus vidas.

—Dime —comenzó dubitativamente—…tú… uhm… ¿Vives cada uno de esos futuros? —preguntó sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, un poco de esperanza.

La reacción de Yhwach no fue la que esperaba. El hombre, en vez de soltar una carcajada o adjudicarse tal habilidad, se quedó silenciosamente pensativo. Gruñó una vez, como si contemplara la pregunta en verdad, y sólo entonces negó con la cabeza un par de veces.

—No —respondió al fin—. No puedo decir que los viva. Los conozco y los entiendo, los he visto; pero no los he vivido. Sólo vivo el futuro que construyo con el conocimiento de tantos otros posibles.

Y esa respuesta destruyó su última esperanza como si fuera un pedazo de cristal cayendo a un suelo de granito.

—Pero… eres el rey espiritual —susurró débilmente—… deberías poder…

—¿Qué piensas que es el rey espiritual, Ichigo? —preguntó el hombre sonando casi paternal—. El rey espiritual no es un ser todopoderoso; aunque es especialmente poderoso. Como todo ser, el rey espiritual se ciñe a leyes de la naturaleza y a leyes… que existen.

—¿Qué leyes son esas? —preguntó ahora completamente interesado.

—No lo sé, Ichigo. Aunque voy a tener que descubrirlas. Puedo decirte una cosa, sin embargo; los poderes de un rey espiritual sólo crecen con el tiempo hasta acabar con ellos.

—¿Por qué quieres ser el rey espiritual si sabes que te va a matar?

Ahora sí Yhwach se rió de nuevo y negó con la cabeza mientras lo hacía.

—No va a acabar conmigo, Ichigo. Como lo dije, este imperio será eterno; porque yo seré eterno.

—¿Qué te hace estar tan seguro de ello? —casi retó.

—Mis hijos, Ichigo. Mis hijos me salvarán de ello, así como yo los he salvado de la debilidad —dijo con finalidad y continuó—. El antiguo rey espiritual, cuando se volvió tan poderoso que su poder comenzó a consumirlo, dividió su cuerpo en seis partes. Brazos, piernas, corazón y poder. Sólo así pudo conservar su "vida"; si es que a aquello se le puede llamar tal. Yo hice algo diferente con mis hijos. Al principio también di partes, pero de mi alma. Y cuando estos primeros Quincy murieron, su conocimiento y sus experiencias volvieron a mí junto con ese pedazo de alma que les presté.

—¿Que les prestaste? —interrumpió haciendo eco a las palabras con un tono sorprendido.

—He de confesar que no lo sabía en ese momento. No sabía que con cada parte de mi alma que se transfería a otra persona esta fuera a volver con aquel cúmulo de información. Pero lo entendí pronto, y por primera vez lo hice por voluntad propia. Una y otra vez los resultados eran impresionantes, pero mi alma siempre ha sido demasiado para que sea soportada por alguien más además de mí, así que todos ellos terminaron muriendo rápidamente. Yo quería otra cosa. Así que lo intenté de otra forma, ¿si pudiera poner algo muy pequeño de mí en aquellos que me seguían, algo que contuviera mi esencia pero no mi alma, tal vez ellos no morirían entonces?

—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó temiendo la respuesta.

—Mi sangre, Ichigo. Al compartir esa esencia de mi cuerpo, comparto el poder que soy. Lo viste con el niño capitán. En un Quincy, al realizar la ceremonia, también inscribo la inicial de su poder en su alma. Esos Quincy, entonces, son llamados Sternritter.

—Y, ¿cuándo ellos mueren? —preguntó ahora temiendo haber entendido.

—Vuelven a mí —respondió parcamente.

Tragó con dificultad ese pedazo de mierda. Porque si había entendido bien el trasfondo de esas palabras, Yhwach lo amenazaba con el conocimiento de que destruir a su ejército sólo lo volvería más poderoso. Lo amenazaba dejándole saber que nunca se volvería menos poderoso, porque o bien repartía ese poder en un ejército … y en los conquistados que sobrevivían, o bien lo tendría de vuelta.

—¿Ves?, esa es la razón por la que no puedo ser derrotado —dijo llanamente—. Puedo dar mi reiatsu, lo llamarías tú, para hacer más fuertes a otros a pesar de ser Quincy; pero también, como Quincy que soy, puedo tomarlo de mi alrededor, siendo ellos (mis hijos) de quien lo tomo. Es una simbiosis que ambas partes aprovechamos en su debido momento.

—Pero ellos no lo saben —atacó haciendo un mal trabajo para contener su furia—. Ellos no saben que son sólo baterías de reserva.

Yhwach lo miró con confusión por primera vez y, en ese momento, agradecía que el hombre no hubiera pasado tanto tiempo en el mundo material… y que no pudiera entender lo que en verdad le había dicho.

—Ellos no saben que sólo… guardan tu poder hasta que lo necesites de vuelta —explicó serenándose a fuerza de voluntad.

—Podrían saberlo, hijo mío; si se detuvieran a pensar en ello. Cada Quincy puede saber que maté a mi padre en el momento en que cedió su poder para crearme y que sólo necesitaba que alguien más matara su cuerpo. Tantos se ofrecieron a hacerlo… los Shinigami se interpusieron cuando estaba a punto de conseguirlo… y nos encerraron en la oscuridad por ello. El poder que les lego, sin embargo, oscurece su mente a favor de la batalla. En eso no somos diferentes a los humanos comunes, también nosotros nos dejamos llevar por la sensación adictiva que nos da el poder.

—¿También tú?

—Sólo he tenido más tiempo para acostumbrarme a ella. Tal vez algún día, incluso, pueda prescindir de ella.

Las palabras de Yhwach hicieron que algo se removiera en su interior… y por "algo" se refería a Shiro. Su hermano estaba rabiando por las palabras del rey. Y, si el Hollow rabiaba, era por instinto; y éste, probablemente, era el de supervivencia.

Aplastando la consciencia de Shiro hasta la parte más recóndita de su alma, no quiso darse cuenta de lo que sucedía… pero no podía evitar tampoco el pensamiento: Yhwach quería "limpiar" su sangre, erradicar la parte Hollow en él, para poder consumir en algún momento el poder que le daría mientras también lo sometía ante él.

Porque los Hollow eran tóxicos para los Quincy.

No pudo detener el insulto a su hermano, por supuesto, y es que Shiro era tóxico también para él; lo cual explicaba los dolores de cabeza que le provocaba. Tragándose la ácida sonrisa que eso hubiera provocado en cualquier otro momento, asintió formalmente ante el rey espiritual y psicópata rey Quincy.

—Gracias, su majestad —aventuró a responder. Y era por toda la valiosa información que le había dado.

—Te dije, hijo mío; voy a enseñarte lo que significa ser Quincy. No tienes que agradecerme por darte tu derecho de nacimiento.

—Pero —interrumpió descaradamente evitando la dirección que tomaba la conversación—, aún no te entrego a todos tus enemigos. La mujer esta… ella no está sola. Nunca lo está.

—Haz lo que creas necesario —dijo el rey entrecerrando los ojos—, tienes tres días para acabar con mis enemigos. Mientras tanto, creo que Haschwalth te ha invitado a su habitación. Deberías considerar su propuesta —terminó con una sonrisa de lado.

Se quedó petrificado en su lugar. Mientras su mente comenzaba a trabajar de nuevo, sólo podía preguntarse cómo se había enterado de aquello… y porqué lo instaba a hacerlo. Entrecerró los ojos con desconfianza a la espalda que se alejaba de él y tragó con fuerza antes de obligarse a marchar de la sala del trono.

Como un infante que buscaba protección, se encerró en su habitación; aunque no se sintiera seguro en absoluto.

Tumbado de vuelta sobre esa cama que debería poder llamar "suya", no podía dejar de pensar en todo y en nada al mismo tiempo. Yhwach lo había amenazado con su poder, lo había amenazado al dejar de facto que sabía lo que pasaba en el castillo aunque no estuviera presente… le había dado una fecha límite. Y, mientras que no podía hacer nada contra de la "repartición" de poder de Yhwach, tampoco podía dejar de pensar en aquel verso que le habían dicho un par de veces "… y en 9 días recuperó el mundo.". Tal vez, sólo tal vez, aún estaba a tiempo de enmendar sus errores.

Tenía poco tiempo para hacer una estrategia, y demasiadas preguntas como para poder comenzar a poner en orden sus pensamientos.

Si tan sólo Kisuke estuviera a su lado… en serio, se conformaría con un Urahara.

Mientras se dejaba llevar por recuerdos placenteros de otras vidas que compartía con Kisuke, no sintió pasar el tiempo mientras estaba recostado y recordando. La iluminación del lugar no cambiaba con día o noche, y lo más que llegaba a escuchar fuera de su habitación eran murmullos sordos de vida ajena. Cubrió sus ojos con el antebrazo fingiendo que tenía a su lado el calor de otro cuerpo.

Oy, rey. Levanta el trasero que tienes una cita con ese par de Quincy exhibicionistas —interrumpió Shiro sus pensamientos.

—Estás demente —rezongó su negativa sin levantar el antebrazo de sus ojos.

Hey, sé que eres corto de entendederas pero nunca imaginé qué tanto.

—Es suficientemente claro el mensaje —dijo tratando de callar a su hermano cubriéndose la cara con la almohada… pero la voz estaba en su cabeza—. Y no quiero ver como esos dos… argh. ¡No, gracias!

Ichigo, o levantas el trasero y vas o muevo tu culo hasta esa habitación —amenazó el gemelo.

—No te atreverías —retó a su hermano.

Cuando sintió a Shiro pelear por el control del cuerpo que compartían gruñó en alto y se puso en pie de mala gana.

—Sólo quieres verlos coger, pervertido —dijo buscando insultarlo en serio.

Sí, ajá. Ya sé que extrañas a tu novio, pero usa la cabeza correcta, zoquete. No vayas a terminar queriendo tocarme a mí.

—Ni aunque pudiera —masculló ofendido.

No sabes lo que te pierdes, hermanito —devolvió Shiro con un tono sugerente pero burlón.

No pudo evitar la sonrisa de lado en su cara mientras bajaba una mano a su cadera para tocarse. Se detuvo en el instante en que pensó en esa mano como la de Kisuke y sonrió a su hermano con ácida diversión.

—¿Esto sería incesto o masturbación?

La carcajada divertida de Shiro no se hizo esperar mientras él abandonaba la habitación con un pesado suspiro. Shiro lo había amenazado de la única manera en que se aseguraría que obedeciera… porque no podía permitir que su hermano tomara el control de su cuerpo y comenzara a despedir reiatsu de Hollow en medio de una raza que quería acabar con todos los de su tipo.

Sabía que extrañabas a Getta-boshi. Te dije que te lo cogieras cuando aún podías —se burló Shiro a la mitad del pasillo, haciéndole imposible soltar el grito que quería—. Tuviste muchas oportunidades en esta vida —terminó ufano.

Llegó a la habitación marcada con la presencia del Quincy aquel y entró sin llamar a la puerta. Ante sus ojos vio la figura del mayor sobre Ishida y se recargó en la puerta cerrada viendo la escena sin verla en realidad y haciendo gala de la falta de emociones que había desarrollado.

El movimiento de caderas en plena sesión, los castos gemidos de Ishida y el gruñido de Haschwalth cuando terminó dentro del otro le parecieron inconsecuentes. Como si viera aquello desde una perspectiva clínica o simplemente mecánica pero nada más.

Pensarlo en términos médicos le ayudaba a desensibilizarse.

—Acércate —dijo al fin Haschwalth mientras salía de Ishida y tomaba una toalla preparada al lado de la cama. El Quincy comenzó a limpiar su cuerpo mientras le tendía una segunda toalla a Ishida, quién la tomó perezosamente para comenzar a limpiarse él mismo.

Apenas tuvo un pensamiento hacia las acciones de los otros para darse cuenta de lo mecánica que era toda aquella situación. En lo que había visto, no podría encontrar un rastro de pasión aunque lo buscara. Y, si Ishida había llegado al punto de prostituirse por información o un puesto en el ejército de Yhwach o no, a él no tenía porqué importarle.

Ahora sí recordó a Kisuke como no lo había hecho en esta vida: en cada nervio de su cuerpo. Tragó fuerte mientras enterraba el recuerdo y las sensaciones en lo más profundo de su mente y se obligó a no preguntarse dónde estaría el Urahara de esta vida.

Cuando estuvo al borde de la cama, Haschwalth lo jaló hasta ésta para dejarlo entre los dos cuerpos desnudos. El hombre se acercó a sus labios aunque se detuvo a un palmo de distancia.

Él entrecerró los ojos con una advertencia y apretó el puño, preparándose para responder con violencia ante cualquier tipo de contacto.

—Tienes una hora para pensar en tus opciones, Shinigami —dijo el Quincy sin intención de tocarlo.

—¿Una hora? —respondió sonando como idiota incluso ante él mismo.

—Al oscurecer, Yhwach pierde sus poderes —explicó Ishida a su derecha, también sin tocarlo pero demasiado cerca como para sentirse relajado—. En las noches, cuando Yhwach duerme, Haschwalth retiene el poder del rey.

—Puedo matar a Yhwach —dijo sorprendido y poniéndose de pie.

Haschwalth lo sujetó por el hombro e Ishida sujetó el puño que ya reaccionaba para buscar la quijada del mayor. Sorprendido, miró a Ishida con una recriminación.

—Tranquilízate, Shinigami —dijo Haschwalth como si no hubiera estado a punto de ser atacado—. Te dije que tienes una hora para pensar lo que vas a hacer.

—¿Por qué? —preguntó mirando al soldado a los ojos.

—¿Porqué tienes que esperar? Porque aún no es de noche —respondió el Quincy con un tono de cansancio.

—¿Por qué me dices esto? —aclaró él.

Haschwalth suspiró.

—Su majestad tiene que mantenerse peleando y haciendo guerras para sobrevivir —dijo el Quincy tras un largo momento de silencio—. En su nacimiento, su majestad fue nada más que un infante sin sentidos; al dar parte de su alma a otros y al tomarla de regreso los obtuvo. Sin las guerras y las muertes que lo alimentan, el rey revertiría a ese estado.

—En este "imperio eterno" jamás habrá paz, Kurosaki —terció Ishida—. Sólo terminar una guerra para comenzar otra. Sólo muerte y destrucción. La supremacía de los que tienen todo.

Se quedó callado, intentando entender lo que decían y lo que callaba. Sólo necesitaba escuchar que Yhwach podía ser derrotado —a pesar de ser el rey espiritual— para querer saltar a la batalla; pero escuchar que jamás habría término para las guerras lo hizo pararse a pensar como nunca antes lo había hecho.

Vio a Haschwalth a su lado aún sosteniéndolo por el hombro; ya no deteniéndolo pero sujetándolo, y se preguntó si el Quincy le decía aquello porque quería derrotar a Yhwach o porque quería ponerlo a él a prueba como lo había hecho el rey.

—¿Estás poniendo a prueba mi lealtad o estás de nuestra… de mi parte? —preguntó sin delicadeza.

Haschwalth sonrió débilmente.

—Tu lealtad la dejaste en claro en cuanto te enteré de la debilidad de su majestad, Shinigami —dijo con un ligero tono de burla—. En cuanto a mi lealtad… esa es para quien gana la batalla —terminó con un atisbo de ironía.

Dicho eso, Haschwalth buscó la cara de Ishida con la mano y la llevó hacia sus labios para besarlo casi delicadamente. Lo más sorprendente no era verlos besarse a un palmo de su cara, sino que Ishida lo permitiera; que no luchara o se alejara.

—Los dejo solos para que se diviertan —terminó el mayor alejándose de la cama.

No pudo evitar seguir el cuerpo desnudo del Quincy mientras se alejaba de ellos hasta cruzar una puerta que, infería, era el baño de la habitación.

—¿Quiero preguntar? —le preguntó a Ishida mientras se apretaba la cabeza con una mano en un gesto de extrema confusión.

—No, no quieres —respondió Ishida secamente mientras cubría su desnudez con una sábana de la cama.

—¿Desde hace cuanto tiempo lo sabes? —preguntó al arquero Quincy.

—Desde hace unos días.

—No te acuestas con él por información, entonces —soltó como si decidiera aquello por fin.

—Creí que no querías preguntar.

—También yo lo creía —devolvió—. ¿En qué mierda estás pensando? —recriminó en un susurro furioso—. Pensé que estabas enamorado de Orihime.

Eso hizo que el Quincy se sonrojara hasta las orejas.

—No voy a discutir esto contigo, Kurosaki —dijo Ishida tajantemente—. Podemos hablar de cómo matar a Yhwach, si quieres; o puedes retirarte en este momento. Tú decides.

Gruñó su respuesta y sacudió la cabeza para devolver su mente al asesinato de un hombre. La risa de Shiro en su cabeza no ayudaba; para ser sinceros.

—Bien. Escucha, Ishida. Yhwach me dio tres días para terminar con sus enemigos, con los Shinigami en Soul Society —comenzó tratando de poner orden en su cabeza—. La guerra comenzó hace seis días, y sólo puedo pensar en esos versos de los 900 años y 90 días… o lo que sea.

—¿Kurosaki? —preguntó Ishida sorprendido.

—No, escúchame tú —interrumpió también—. Ese verso dice que Yhwach recuperó el mundo en 9 días… lo cual quiere decir que aún no lo recupera. Puedo matarlo. Puedo acabar con todo esto esta misma noche.

—¿Y si no lo logras? —espetó Ishida frustrándose—. No puedes saltar a matarlo sin prepararte antes. No puedes tener margen de error, Kurosaki. Esto no es como la guerra contra Aizen, o tal vez lo sea… ¿Cuánto tiempo se prepararon los Shinigami para enfrentarlo? —atacó.

—Pero puedo hacerlo —subió el tono, frustrándose también.

—¿Lo arriesgarías todo de nuevo por otra mala decisión? —atacó el arquero con la misma puntería en sus palabras que en sus flechas.

—No —masculló derrotado.

—¿Qué va a pasar cuando mates a Yhwach? ¿Quién va a tomar su lugar?

—No lo sé —masculló—. Si lo mato en la noche, tal vez Haschwalth se quede con el poder. Demonios, no lo sé.

—¿Cómo lo vas a matar? —espetó de nuevo sin verse dispuesto a seguir su desesperado pensamiento.

—Aún no lo sé —respondió bajo.

—¿Qué va a pasar si fallas? —espetó sin tomar o darle un respiro.

—¡No lo sé! —gritó al fin.

—Precisamente, Kurosaki —terminó Ishida sonando victorioso.

—¿Qué quieres que haga? —gruño furioso—. Me dan la esperanza de poder matarlo para que ahora me detengas, ¡¿Es que lo proteges?!

—Deja de decir estupideces, Kurosaki —amonestó el Quincy tranquilamente y subiéndose los lentes sobre el puente de la nariz—. Lo quiero tan muerto como nadie —confesó con rabia—. Por él abandoné todo, él pone en peligro a Inoue; por él… por él murió mi madre.

Esta vez no dijo nada. No podía. Ishida nunca había confiado en él sus secretos salvo cuando se trataba del porqué odiaba a los Shinigami. A éstos los culpaba de la muerte de su abuelo y maestro; a Yhwach por la muerte de su madre. Y, aunque eso tocaba demasiado cerca de su propio dolor, no iba a mencionarlo.

—¿Qué estás planeando?, ¿qué quieres que haga? —preguntó desesperado.

¿Y luego te molestas cuando te usan como arma de guerra, rey? —se burló Shiro en su cabeza—. Piensa por ti mismo, hermanito. Usa la cabeza.

Gruñó fuerte mientras lanzaba una maldición al aire. Ishida se sorprendió —si no es que se asustó—, pero no dijo nada.

—Sólo —dudó Ishida—, no tomes decisiones apresuradas —terminó débilmente.

Quería decirle que no podía esperar, que el tiempo se le agotaba no sólo a él sino a todos los demás. Toushiro había sido usado como un experimento —por su culpa—, Yoruichi estaba siendo encarcelada, humillada y torturada —por su culpa—; todo el jodido mundo… los tres jodidos mundos estaban de cabeza ¡y también eso era por su culpa! ¿Y qué había logrado con eso? ¿Qué había logrado al traicionarlos a todos ellos? Nada. Un gran y jodido NADA.

—Yo causé esto, Ishida —confesó amargamente—. Yo… fui egoísta y… causé todo esto. Tengo que arreglarlo.

—No puedes salvar los mundos solo, Ichigo —dijo Ishida con un suspiro que parecía más resignado que molesto—. Ni siquiera tú puedes hacerlo.

—Nunca lo he hecho solo —rezongó bajo.

La conversación, el pleito —o lo que fuera— terminó en el momento en el que Haschwalth entró de nuevo a la habitación. El hombre los miró sin mostrar expresión alguna y comenzó a vestirse con un uniforme limpio.

Mientras el Quincy se marchaba, no pudo dejar de pensar en qué pasaría si mataba —cuando matara— a Yhwach. ¿Haschwalth heredaría el poder del rey espiritual? Y si así fuera ¿Sería una mejor opción que el actual?

Éste, al menos, parecía estar ayudando con el golpe de estado.