Caminando sin rumbo por uno de los pasillos del castillo, se encontró perdiendo la mirada en el horizonte; las palabras de Haschwalth sin dejar de repetirse en su cabeza. Mientras veía el día terminar y la noche caer lentamente, se preguntó qué estaba esperando. Le habían dicho que podía matar a Yhwach; podía hacerlo. Sabía que podía.
Y condenadas fueran las consecuencias.
—Oye, rey. Vas a hacer una estupidez —gruñó Shiro con fuerza en su mente—. El cabrón ese ya te dijo que sabe lo traicionas, ¿crees que no va a estar preparado para un ataque? —espetó—. Si fallas, todo lo que has hecho otros sacrifiquen por ti va a ser en vano.
—¿De qué lado estás? —gruñó en su cabeza—. Podemos acabar con el maldito hoy mismo.
—Piensa, Ichigo.
—"Piensa", ja —se burló—. No quiero escuchar eso de un Hollow que vive para luchar con sus instintos sangrientos.
—Eso fue ruin, hermanito —dijo con un tono de advertencia que sonaba a estar dolido—. Harías bien en recordar un cuchillo de jade y en cómo no pensar en las consecuencias mató a tu amante mientras dormía a tu lado.
Cerró los ojos con dolor ante las palabras mientras aquellos recuerdos llegaban a su cabeza como la venganza que Shiro había intentado fueran. El dolor, y la recriminación consecuente, de perder a Kisuke de esa forma lo detuvo en su camino y lo obligó a morder las quijadas para no lanzar una maldición al aire… o a su gemelo.
—¿Quién está siendo ruin ahora? —rezongó.
—Lo tenías merecido —devolvió Shiro.
—¿Qué quieres que haga ahora? Tengo tres días para matarlo y no tengo la menor idea de cómo hacerlo cuando todos ustedes quieren que no lo haga mientras el hombre duerme —gruñó con sarcasmo—. Tampoco tú eres muy bueno en eso de estrategias —se burló.
—La mujer gato —soltó Shiro sonando aburrido.
—¿Yoruichi? —preguntó antes de darse cuenta que lo había hecho en voz alta. Miró a su alrededor para asegurarse de estar solo y sintió un poco de alivio al darse cuenta que así era.
—Sí, ella. Tiene más cerebro que tú.
—Oye, no soy idiota —gruñó.
—Tampoco eres que digamos brillante, hermanito —se burló tibiamente—. Necesitamos a tu novio.
—No es mi novio —rezongó.
—Da igual —lo cortó llanamente—. La mujer gato sabe dónde está tu novio, o sabe cómo encontrarlo.
Sabiendo que no podría razonar con Shiro después de haberlo insultado una vez, y sin querer aceptar que su gemelo blanco tenía más razón que las entrañas que le obligaban a actuar, marchó buscando a la mujer.
Horas después encontró al fin la celda en la que estaba cautiva. Entre paredes blancas y una reja que hacía poco para desmentir la situación de los prisioneros, Yoruichi estaba agazapada en el suelo de la celda, con la espalda pegada a las paredes. La mujer se veía mal. Su cuerpo estaba cubierto por sangre, suciedad y moretones que contaban toda una historia de tortura. A la que él la había conducido. El cabello estaba corto, apresuradamente cortado en mechones sin forma que cubrían parte de la cara y esos ojos felinos. Un hombro se veía fuera de su coyuntura natural y el brazo del otro estaba pegado al cuerpo de la mujer como si lo protegiera de algún movimiento ajeno o propio. Tal vez incluso estaba roto el hueso.
—Yoruichi —llamó quedamente.
Un instante después, sin haberla visto moverse, la mujer lo sujetó por el cuello apretando con toda la intención de asfixiarlo. Contrario a sus instintos, se dejó hacer mientras notaba que el daño en la mujer era peor de lo que había creído sólo al verla. Y, aún así, la mujer guardaba en ella la fuerza para atacarlo. Sonrió por esto, por nada más.
Cuando el mareo en su cabeza le advirtió que estaba a punto de desmayarse, se liberó del agarre con un movimiento brusco.
—Después te daré una libra de mi carne por lo que te hice, Yoruichi. Por el momento, hay cosas más importantes que hacer. ¿Dónde está Ki… Urahara?
La mujer le escupió.
No es que esperara otra cosa pero no había pensado que la mujer, que era parte de una casa noble, se rebajara a tal gesto. No podía responderse, más bien, por qué no lo había previsto.
—Vete a la mierda, Ichigo —gruñó la mujer dejándole saber cuánto había desgarrado su garganta durante la tortura que era culpa de él.
—Ya estoy en ella —respondió sencillamente.
Y eso pareció confundir a la mujer lo suficiente como para que cambiara el gesto de furia.
—Conozco la debilidad de Yhwach —dijo bajando el tono lo más posible—, tengo tres días para matarlo y él sabe que lo voy a traicionar. No tengo tiempo para que superes el cómo te salvé la vida. Necesito la estrategia de Urahara. Sabes que siempre la he necesitado —dijo, aunque le doliera en el orgullo.
Tal vez después podría pensar en por qué la verdad, esta vez, le dolía en el orgullo; pero lo haría después. Por el momento, en esa vida, tenía que…
Sólo entonces pudo darse cuenta que la personalidad que conocía de otras vidas estaba siendo reescrita por la de él en ésta.
—¿Dónde está Urahara? —preguntó quedamente.
—No te lo voy a decir —respondió ella de inmediato antes de sonreír con un tinte de maldad—. Si quieres saberlo, vas a tener que sacarme de aquí —negoció la mujer con un reto.
Pensó en eso, por primera vez intentó pensar en esa acción-reacción antes de tomar una decisión y… de inmediato desechó el ejercicio mental. Si Yoruichi quería intentar escapar de él y no llevarlo, la encontraría; si estaba pidiendo un acto de fe, se lo daría.
Asintió una vez mientras abría la celda para dejarla salir. Yoruichi se alejó unos pasos de la puerta, viéndola como si algo fuera a entrar por allí para atacarla. Él dio un paso hacia atrás para darle espacio a la mujer a salir y, cuando ella lo hizo, lo hizo con la rapidez que caracterizaba a la reina de la velocidad.
Sin problema la siguió desde la destrucción de Seiretei hasta llegar a los distritos más apartados de Rukongai y de ahí a un bosque espeso. La mujer intentó perderlo tras una montaña. No pudo conseguirlo.
Cuando al fin detuvo su persecución, lo hizo con filos de Zanpakuto en su cuello. Una segunda vez en su vida, las armas de todos los Vizard lo detuvieron al mismo tiempo. A unos pasos de distancia, Yoruichi lo veía con la victoria.
Sonrió a la mujer antes de apartar a los Vizard a punta de golpes de espada.
Cuando recuperó terreno, relajó su agarre en sus espadas y las guardó de nuevo contra su cuerpo. Echó un vistazo a los alrededores para notar una cueva en la base de la montaña, el sonido de agua en movimiento y el silencio de un bosque sin animales silvestres. Ese algo en su interior al que llamaba hermano se agitó severamente mientras una sensación de reconocimiento nublaba sus sentidos. Lo entendió un segundo después cuando recordó lo que sabía de la vida que su hermano había pasado en Soul Society. Dejó que Shiro se alejara hasta la parte más recóndita de su alma y se distrajo con lo que debería estar haciendo.
—¡KISUKE! —gritó a voz en cuello—. ¡URAHARA KISUKE, SAL DE UNA MALDITA VEZ!
—¿Por qué crees que te traería hasta él? —se burló Yoruichi.
—Porque conozco su bankai, Yoruichi, y sé que es uno de los pocos que podrían derrotarme —dijo mordazmente—. Porque sé que no puedes ganarme si no peleas a su lado —siguió—, porque él no estaría lejos de la batalla, aunque no pelee directamente en ella. Porque sigues confiando en mí, aunque en este momento no quieras creerlo —terminó.
—Vaya, vaya. Si no es Kurosaki-kun —dijo la voz cantarina de Urahara saliendo de aquella cueva.
El tono de voz, la irreverente informalidad en sus formulismos de cortesía y su maldito sombrero de rayas verdes lo alivió de una forma que no había esperado. Su cuerpo reaccionó antes que su mente y se encontró abrazando al hombre sin haber pensado en ello siquiera. Respiró el aroma de su piel y se sintió relajándose de inmediato.
—Uhm… ¿Kurosaki-kun? —preguntó aquella voz sin su falsete cantarín que resguardara la confusión de su tono.
Sonrió ante haber dejado al hombre sin palabras y se separó de aquel cuerpo sintiéndose ruborizado como hacía tanto no lo hacía. Para su alivio, alcanzó a ver un tinte rojizo en las mejillas del hombre justo antes que éste resguardara el gesto con su abanico.
—No tengo tiempo para esto —se recordó en voz alta—. Necesitamos hablar —demandó al científico.
—Prepararé té —dijo Urahara dando ya media vuelta para entrar de vuelta en aquella cueva.
Sentado frente a una taza de té, de cara a Urahara y rodeado no sólo por los Vizard y Yoruichi, sino por algunos otros capitanes y tenientes más de lo que restaba en Soul Society, se encontró… incómodo.
De ninguna manera se había esperado tener que dar una jodida conferencia.
—Uhm —titubeó—. Esto es incómodo —masculló.
—No veo porqué, Kurosaki-kun —dijo Urahara tras su abanico—. Estás rodeado de amigos —terminó con su tono cantarín.
Aunque quería decirle que podía vivir sin su sarcasmo la verdad parecía ser otra. Suspiró profundamente mientras cerraba los ojos para calmarse.
Cuando abrió los párpados, clavó la mirada en el gris del par que conocía tan bien en otras vidas y fingió no notar la ilegible mirada severa que presentaban éstos.
—Necesito tu ayuda, Kisu… Urahara —a toda respuesta, el hombre alzó una ceja con interrogación o sarcasmo. Ambas probablemente—. Necesito tus mil estrategias para la batalla y una más —dijo sin más—, de preferencia una en la que no uses tu bankai.
—¡Cómo te atreves! —gritó la voz de Hiyori.
No le hizo caso, a la voz o a la provocación.
—¿Mi bankai? —preguntó Urahara graciosamente confundido—. Por favor, Kurosaki-kun; dime ¿qué conoces de mi bankai? —preguntó el Shinigami perdiendo de inmediato el tono cantarín.
Y allí supo que había obtenido la atención de Urahara. Se dio un segundo para pensar si debería decirle el cómo lo había conocido o no; hasta dónde contarle o qué decirle. Y uno más para darse cuenta que el Urahara frente a él, con toda su atención puesta en él, lo estaba poniendo a prueba.
—He… me he enfrentado a la princesa. Nunca me ha derrotado, nunca le he ganado; pero he visto de primera mano las consecuencias de esgrimir ese poder. Y yo… eh… yo —titubeó sintiendo que se ponía rojo por completo—, sé lo que hay que hacer para aliviar las consecuencias —soltó de la forma más enigmática que podía, para evitarles a ambos quedar así de expuestos ante el público que los rodeaba.
Urahara se quedó en silencio por largos momentos. El abanico permanecía ocultando su expresión pero la mirada en sus ojos era severa… mortal.
—Te aviso, Kurosaki-kun, que estás aquí porque nadie olvida lo que has hecho. Para nuestro bien, o para nuestro mal. Te recomiendo que cuides tus palabras a partir de este momento.
La furia contenida de Urahara la sintió él como una vibración que provenía de Benihime. Sonrió de lado ante la sensación que recordaba y cerró los ojos ante la reacción placentera que inundó su cuerpo. Sin importar que se encontrara en una cueva, rodeado por tantos poderosos Shinigami o como antagonista para éstos, la sensación le pareció como si llegara a casa.
—Todos saben que no puedo hacer una estrategia aunque mi vida dependa de ello —dijo aún con la sonrisa pegada a la cara y los ojos cerrados—. Estamos viviendo las consecuencias de haberlo intentado. Y sólo tú puedes remediarlo —se interrumpió tras las palabras.
Mientras lo decía, le pareció que ahora los papeles estaban invertidos. Cuando explotaron —en cara de todos— las consecuencias de la creación del Hougyoku, Urahara lo había usado a él para remediar las cosas; ahora —cuando las consecuencias de darle la victoria a Yhwach explotaban en sus caras— era él quien iba a usar a Urahara.
—¿Qué pides de mi? —preguntó Urahara severamente.
Todo. Nada. Un para siempre.
Pero no se lo dijo.
—Ya lo dije. Mil y una estrategias.
Alguien más habló. Alguien más gritó.
Él se quedó mirando a Urahara a los ojos, centrando su atención como si no hubiera nadie más a su alrededor.
—Si hay alguien que pueda creer lo que voy a decir, eres tú. Así que escucha. No en esta vida, tal vez no en muchas otras, pero al menos en una; soy el Rey Espiritual. No me preguntes más de eso, Kisuke —interrumpió al hombre—; no sé mucho más que el hecho de que eso es lo que me trae hasta aquí. En esa vida vivo otras, tan reales como esta misma y sólo hasta hace poco comencé a "despertar" en algunas de éstas para saber que estoy viviendo sólo una de tantas posibles. En esta vida tengo algunos recuerdos de otras, pero no todos. En aquella en la que soy rey es diferente y ni tú… o el Urahara en esa vida, ha podido dar con las respuestas, pero eso no importa en este momento. Te digo esto sólo para que entiendas porqué tomé la decisión que tomé al seguir a Yhwach. Conozco lo que sucede si no lo hubiera hecho. Habrían muerto tantos como ahora, el rey cristalizado aún estaría perdido y Aizen estaría libre de Muken, siendo el único que puede rivalizar a Yhwach en poder y en maldad.
Lo interrumpió un aspaviento general de incredulidad e indignación al que no hizo demasiado caso. Aprovechó la interrupción para tomar un sorbo del té que se enfriaba frente a él y dejó morir las palabras del resto mientras sentía a su cuerpo relajarse al beber té. Una acción que le parecía repetida justamente para calmarse.
—En cada una de esas batallas, cuando me enfrento a Yhwach, me dice que estará allí el día más feliz de mi vida para destruirme. Y cada vez ha cumplido su palabra; en cada vida está ahí, agazapado en donde sea, para obtener su revancha. He visto morir a esposas, hermanas, familia, hijos, amantes… por mano, obra o mandato de Yhwach. Esta vez quise un futuro diferente… pero no quiero esto. Yhwach tiene una debilidad —se apresuró a decir para terminar con los recuerdos de otras vidas—, y una fortaleza que sólo tú, espero, puedes vencer.
—¿Tienes alguna prueba de que tus palabras sean ciertas, Kurosaki-kun? —preguntó fríamente.
—Creí haber comenzado la conversación con ella —dijo ufano mientras una sonrisa de lado invadía sus labios—. No tengo una prueba para darte, Kisu… Urahara. Pero estoy aquí, exponiendo la que es mi verdad. Sé que a cada cosa que pueda decirte, puedes encontrarle siete significados diferentes; encontrar acciones y reacciones para afirmar que son mentira y otras tantas para afirmar que son verdad. Al final, tú eres el único que puede decidir si vas a creerme o no.
—Diez —respondió Urahara con ojos cerrados y una voz casi llana.
—¿Diez? —repitió confundido.
—Puedo encontrar diez significados diferentes, Kurosaki-kun; no sólo siete.
—Diecisiete entonces —rezongó con sarcasmo, fastidiado por la intención del otro en restarle importancia al momento.
—Vaya, Kurosaki-kun —se fingió sorprendido el científico aunque el sarcasmo y su molestia por la interrupción no le hubiera pasado por alto al inteligente hombre—. Me halagas, pero ni yo soy tan inteligente —soltó con su voz cantarina.
—Y yo no soy un arma nuclear en potencia —espetó con más sarcasmo.
—Te preguntaba si tienes una prueba de que la debilidad de Yhwach sea real —retomó sin más—. ¿Quién te dio la información y porqué te la dio?
—Ishida me dio la información. La mano derecha del rey la confirmó. Ishida busca lo mismo que nosotros, pero… de diferente forma. Puede ser por venganza, por deber; o por ambos.
—¿Cuál es esa debilidad? —preguntó el genio con ojos entrecerrados.
—Su debilidad es… —se detuvo cuando se obligó a recordar a todos a su alrededor—. Es algo que te voy a decir sólo a ti. No puedo arriesgarme a las variables que causará el que tantos se enteren de ella.
Mientras Urahara entrecerraba los ojos con sospecha, y el resto gritaba indignado, él se mantuvo firme en sus palabras.
—¡Silencio! —gritó Kensei para sorpresa de todos. Entonces lo miró a él acercándose un paso—. No eres estúpido, Ichigo —le dijo severamente—. No creas que nosotros lo somos.
—Nunca lo he creído, Kensei —gruñó mientras sentía que algo en su interior comenzaba a estrujarse con manos invisibles—. Pero todos nuestros cerebros trabajando juntos no llegan a ser una fracción de lo que es el de Kisuke.
Cuando Kensei entrecerró los ojos, se tuvo que preguntar si era por el error de haber llamado a Urahara por su nombre una vez más o si era por el resto de sus palabras.
—Tengo menos de tres días para convencerlos de que no miento, esperar una estrategia que resuelva mis errores, entrenar mis poderes de Quincy y matar al bastardo que mató a mi madre, que experimentó en Toushiro y que torturó a Yoruichi. ¡Y sé que todo esto es mi culpa, pero no puedo derrotarlo solo! —terminó golpeando la mesa y logrando tirar el té que había olvidado.
—Ya era hora de que lo admitieras, rey —se burló Shiro en su cabeza—. Ahora, muélelos a golpes y cógete a tu novio antes que pierdas la cabeza —ofreció con esa psicópata naturalidad que en ese momento le ponía los pelos de punta.
Maldijo en un grito y aventó la taza estrellándola en la pared de la cueva.
—¡Cállate, Shiro! —gritó con furia.
Sólo sentir las miradas de todos clavadas en él lo hizo detenerse. Rodeado por esos que sentía como enemigos mientras que sus recuerdos le decían que eran amigos y a veces amantes, se encontró temblando e incapaz de controlar el estado de su cuerpo. Mientras su hermano seguía insistiendo para que luchara contra los allí reunidos, para que se quedara a solas con Urahara —aunque siguiera llamándolo "novio" y no "Urahara"—; la sensación sólo parecía cerrarse sobre él y acecharlo con la seguridad de que sería desmembrado. Y la paranoia que el maldito Hollow en su interior le provocaba con el recuerdo de aquella vida vivida, lo estaba haciendo perder la cordura entre dolor, soledad, agresividad y terror.
Mientras trataba de evitar mirar a todos los reunidos, su cerebro se inundó con los recuerdos que antes había dicho no poder recordar. La cara de Kensei molesto, riéndo, burlándose; los reclamos de Renji, su furia… su traición; los gestos de Hiyori cuando gritaba o cuando la vio llorar por la muerte de Shinji. Vio al Shuuhei que era su teniente en alguna vida, al que se había convertido en su amigo tras los entrenamientos y lo vio frustrado, molesto, burlón, ebrio. La cara de Yoruichi cuando anunció su boda con Byakuya, la mirada de repudio que le había lanzado en otra vida. La furia de Mashiro, la depresión que llevó a Rose a abandonar a los Vizard… Siete, diez, cien recuerdos por cada rostro a su alrededor, y todos aquellos siendo contradictorios; risas, burlas, palabras de aliento o de odio, miradas apenadas, rostros llorosos, muertos… todo se mezclaba como imágenes y sensaciones sobrepuestas. Love, Rukia, Ginjo, Orihime, Byakuya, Ishida, Kazui, Aizen, Kyoraku… todos gritando en su cabeza, todos riendo, todos… al mismo. jodido. tiempo.
Sintió la mano de alguien sobre su hombro y reaccionó de inmediato. Apenas notó que era la quijada de Renji la que golpeaba cuando se sintió atrapado por un Kido.
Aún temblando y respirando superficialmente se supo en un ataque de pánico como sólo en aquella vida como rey había sucedido. Se obligó a calmarse usando el recuerdo de los brazos de Kisuke y absorbió el Kido que lo sujetaba convirtiéndolo en el resihi que alimentaba su poder Quincy.
Lo siguiente fue sentir las manos en sus recuerdos sujetándolo. Aprisionándolo. Un serrucho cortando su hombro. Y su reiatsu explotó con un grito aterrado, cimbrando incluso la montaña sobre ellos.
Cuando se sintió libre de nuevo, apenas pudo darse cuenta de que aquello había sido real y llevó sus temblorosas manos a sujetar su cabeza y presionó. Presionó con fuerza como si quisiera que el dolor que provocaba fuera más que el de su cerebro: queriendo que el dolor físico nublara sus recuerdos. Y, cuándo sentía que recuperaba el control al menos de su garganta, sintió una mano más sobre su hombro. Lanzó un puñetazo que alcanzó a golpear sólo aire mientras era sujeto y contenido por dos fuertes brazos. Apenas notó el calor del otro cuerpo, luchó con más ahínco para zafarse de esa prensa que parecía de hierro.
—Tranquilo, Kurosaki-kun —dijo Urahara suavemente, gruñendo tras un codazo en el estómago.
Y, la voz de aquel, hizo más que su autocontrol. Como si de un reflejo condicionado se tratara, su cuerpo se relajó ante la orden. La fuerza de Urahara lo sostuvo de caer y lo llevó de vuelta a su asiento.
—Déjennos solos —Urahara ordenó suavemente al resto.
Y, esta vez, todos obedecieron en silencio.
Cuando volvió en sí, se dio cuenta que lloraba de nuevo. Se limpió las lágrimas con un golpe y acabó de tranquilizarse cuando la cálida mano de Urahara sobó su espalda en un gesto reconfortante.
—Escucho —dijo el científico, ahora sonando más interesado que a la defensiva—. Cuéntame tu historia.
Y se la contó. Le contó desde lo que recordaba de otras vidas hasta que el hollow en su interior era su hermano gemelo, le contó de la locura que vivía como rey espiritual y como despertaba en agonía. Trató de explicarle la necesidad que tenía de él como su piedra angular y al parecer dejó entrever el tipo de relación que mantenían con sus cuerpos, pues Urahara se sonrojó profusamente una vez que terminó de decir aquello.
Antes que verlo pensativo, lo vio dubitativo como nunca antes. Vio a Urahara tragar con dificultad y suavizar su gesto hasta quedar con uno vulnerable.
—¿Puedo? —le preguntó Urahara, con la voz casi temblando, mientras acercaba la mano a su rostro.
—Por favor —asintió en respuesta mientras cerraba los ojos en una muestra de confianza y sumisión que había dado en otras vidas. Una sumisión que necesitaba dar. Porque sólo en ese momento en que se dejaba por completo en manos de su amante podía fingir que era libre de la necesidad de controlarse todo el tiempo.
Suspiró cuando Kisuke tocó su mejilla y jadeó cuando sintió los labios del hombre sobre los suyos. Un delicado roce de labios que no duró suficiente como para poder devolverlo o siquiera retener el calor del otro cuerpo.
—Te creo, Kurosaki-kun —dijo Urahara sonando apenas recuperado—. Ahora, ¿por qué tres días para vencer a Yhwach?
Y también le dijo eso. Le dijo del verso de los nueve días para recuperar el mundo, de las conclusiones a las que había llegado y el poder que el enemigo tenía para ver el futuro. Le dijo de la debilidad que le habían enterado y todo lo que él —y Shiro— podían recordar de esos largos días bajo las ordenes del Quincy. También le contó todo cuanto pudiera recordar de las tantas batallas iguales que había tenido con el Quincy, como Ryuuken había dado una cabeza de flecha que se había disparado contra el Quincy logrando que perdiera sus poderes para darle ese instante que usó para hacerse con la victoria; y cada comentario que pudo recordar mencionara la ayuda que había recibido para derrotar a Yhwach. Incluso le contó la parte que Aizen había jugado en ello mientras Urahara se mantenía asintiendo en silencio, absorbiendo la información.
—Y ¿estás seguro que puede ver todos los futuros? —comenzó Urahara en cuanto él tomó un respiro—. Si Yhwach no sabe que tú eres rey espiritual en un futuro, me parece, puede "ver" los futuros en los que él participa. Los futuros en los que está íntimamente relacionado, pero no todos. Si has derrotado a Yhwach en tantas vidas, entonces, el rey Quincy sólo puede ver todos "sus" futuros y no todos "los" futuros. Lo cual implicaría que puede ver "sus" futuros a partir de "esta" vida y no los futuros que se desarrollarían en cualquier otra vida que sea diferente a esta. Y, aunque sus futuros se abran en una miríada de posibilidades; no son todos, porque al haber ese único futuro en sus posibilidades en el que es derrotado por ti, al suceder, es tu futuro el que se abre en tantas otras posibilidades. Y esas posibilidades Yhwach no te ha indicado que pueda verlas, porque no son su futuro; sino el tuyo.
Se recargó en el respaldo de la silla, apenas evitando caerse del mueble, mientras exhalaba lenta y profundamente. Las palabras de Urahara, cuando las asimiló por completo, lo liberaron de una tensión que sintió abandonaba sus huesos mismos.
—¿Estás seguro de ello? —preguntó sin atreverse a creerlo por completo.
—Por lo que me dices, sí; bastante seguro —respondió distraído, o pensando en el resto de la información—. ¿Qué vas a hacer, Kurosaki-kun? Puedes quedarte justificando una cruzada para encontrar a los enemigos del rey o regresar a su lado tratando de aprender algo más.
Negó con la cabeza ante las palabras del hombre frente a él. No podría volver al palacio del rey, no ahora que había puesto en marcha la traición que Yhwach se esperaba.
—No puedo volver —aceptó—. La tentación de atacarlo en la noche es demasiada, podría echar todo a perder. Pero tampoco me puedo quedar aquí —terminó.
Urahara asintió una vez, en silencio, antes de dar media vuelta y calzarse el sombrero como si quisiera esconder algo más, como si quisiera esconderse de él.
Su corazón dolió cuando sintió la distancia que el hombre había puesto entre ellos. Apretó la quijada, suspiró y se recordó que el Urahara frente a él no era el amante que le daba tanto como recibía.
—Gracias, Urahara-san —dijo al hombre con una ligera reverencia.
Convenciéndose a sí mismo de que tenía que entrenar, se marchó antes de hacer algo tan estúpido como abrazar de nuevo al hombre.
